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Aquel presente nos negó, el futuro nos ha dado razón1
A la hora de intentar la improbable empresa de reseñar el volumen inicial de este primer “estudio integral del cine político y social realizado en nuestro país”, es necesario recurrir a la sabiduría alquímico-poética de Fernando Birri, autor del prólogo, testigo de “este siglo del viento” y hacedor de los vientos que “se condensarán en un movimiento estético y político, el Nuevo Cine Latinoamericano, del cual el Nuevo Cine Argentino es verde semilla que a su vez encontrará expresión y memoria en la secuencia de los veintidós capítulos de este libro”.
Prólogo es, en este caso, menos un texto que precede al libro, que -segunda acepción de diccionario-, aquello que sirve como principio para ejecutar una cosa: “Exhumo, ya que a propósito de este libro -historia del cine- de tiempo y memoria estamos hablando, mi cuarto manifiesto ‘El alquimista democrático’”. En este discurso, leído en La Habana en diciembre de 1985, Birri señala que una revolución que no revoluciona sus lenguajes involuciona o muere. También: “Cada error en la interpretación del hombre, comporta un error en la interpretación del universo, es la clave que nos han legado los viejos alquimistas. Y en la interpretación de la Historia -actualizaría por mi parte- y es, por lo tanto, un obstáculo a su transformación”.
Los autores eligen, deciden, situarse en el flujo de una corriente de pensamiento crítico, de una genealogía -en la que reconocemos a Fernando Birri-, en un movimiento que evoca la exigencia benjaminiana de salvar el pasado, restituyéndole sus conexiones vitales con el presente. Salvar el pasado es, en el caso del cine político y social, una operación de ruptura con los presupuestos historiográficos vigentes: criterios de periodización, definición de las categorías, etc.
Las más de cuatrocientas páginas de este primer volumen están divididas en dos grandes bloques temáticos, con títulos que definen claramente su enfoque: El primero, “Hacia una definición teórica e histórica del cine político y social en Argentina”, está compuesto de siete artículos: la introducción (Ana Laura Lusnich) y seis capítulos. Unidos por las veintiocho imágenes de un archivo fotográfico -de Ernesto Gunche y Eduardo Martínez de la Pera a un fotograma de La hora de los hornos-, dieciséis artículos conforman el segundo bloque: “Modelos y variantes del cine político y social (1896-1960)”.
Es en este recorrido donde los autores ponen en acto los aspectos centrales de esta obra -enunciados en los textos con que los editores abren el libro- rigurosa en su método, profunda en la investigación, donde la bienvenida pasión polémica se soporta en la claridad argumentativa y en el despliegue de su escritura.
Se trata, en suma, de poner en crisis el discurso historiográfico sobre el cine político y social. Esto es: interpretar para transformar. Para ello, fue necesario -y esto es lo que el lector encontrará en este libro-, por una parte, definir el cine político y social, en un doble movimiento de ampliación de sus fronteras temporales y metodológicas. Por la otra, restituirlo a la corriente de la Historia. Dicho de otro modo: los autores desarman el rígido andamiaje de una periodización que sitúa al cine político y social en la Historia del Cine Argentino como un fenómeno propio de los años sesenta, sin antecedentes ni descendientes, para dar justificadas cuentas de su presencia desde el período silente, pero también de los vínculos entre este cine y otras formas y estilos: el cine industrial, los cines emergentes y, clave por la presencia de un debate sobre el deber ser del cine, la Generación del 60.
Además, es necesario romper el cepo que obstruye la definición del objeto: ni la restricción de la categoría político y social a los films realizados en los sesenta ni su extensión a la totalidad de la cinematografía: todo film es político. Lejos de un punto medio de compromiso entre los dos extremos -la peor de la posiciones-, el texto sostiene la politicidad del discurso cinematográfico -encontramos aquí un eco de la posición de Fredric Jameson- pero no se estaciona en una generalización improductiva, sino que se apropia del concepto para transformarlo en una categoría operativa para el estudio y la definición, históricamente situada, del cine político y social.
Queda esperar, ansiosamente por cierto, la publicación del segundo volumen de esta investigación cuyo aporte a la historiografía del cine argentino, latinoamericano y mundial difícilmente pueda ser subvalorada.
También confiar que las palabras finales del prólogo -quien quiera enterarse de su contenido deberá leer el libro- no sean sino otro truco del viejo titiritero alquimista.
Por Héctor Kohen
1 -Del prólogo de Fernando Birri
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