“¿Habremos hecho bien?” Una aproximación a las zonas grises en Montoneros, una historia


Por Victoria Álvarez

Resumen

El presente trabajo se propone analizar el documental Montoneros, una historia, dirigido por Andrés Di Tella, estrenado en 1994.
Lo que nos interesa analizar de este documental es la manera en la que se sumerge en el análisis de las experiencias de supervivencia en la ESMA y da cuenta de sus zonas grises. Poniendo en cuestión las representaciones dicotómicas que imperaban en la época, Montoneros, una historia presenta de manera crítica a la organización Montoneros sin juzgar a ninguno de los sobrevivientes y realizando un profundo ejercicio de memoria. Nos centramos en los siguientes ejes: el análisis de las “zonas grises” (Agamben, 2002), el tratamiento de los testimonios que dan cuenta de éstas y la estructura narrativa del film.


Palabras clave

Montoneros, documentales, memoria, zonas grises

 

Datos del autor

Victoria Álvarez es Profesora de Historia (en curso, 93% de materias aprobadas en la Universidad de Buenos Aires), ayudante adscripta en la materia Historia Social General FFyL-UBA (cátedra Rapallo-Pittaluga), docente de Ciencias Sociales en escuela media, Redactora y crítica de cine y teatro para www.resenas.com.ar, asistente y expositora en diversas jornadas de Historia.

Fecha de recepción: 28 de septiembre de 2011

Fecha de aprobación: 12 de octubre de 2011

 

En 1994 Andrés Di Tella estrena Montoneros, una historia, un documental centrado en los relatos de Ana, una ex militante de la organización peronista Montoneros. En el mismo se exponen también los testimonios de su familia, sus ex compañeros y algunos ex dirigentes de la organización, entre ellos los de Jorge Rulli (fundador de la Juventud Peronista), Roberto Perdía, Domingo Godoy, del Movimiento Villero Peronista, Jorge “Chiqui” Falcone, Graciela Daleo, Rolo Miño y un testimonio televisivo de Mario Firmenich, entre otros. No se trata de una simple acumulación de testimonios sino de un documental con una clara estructura narrativa, con un enfoque, que lejos de debilitar el plano político, lo pone en perspectiva, lo explica y lo analiza. Consideramos que se trata de una práctica reflexiva fundamental a la hora de pensar una transmisión constructiva a las generaciones venideras.
Al dar su testimonio Ana es muy crítica con la organización y las decisiones que tomó cuando formaba parte de ella. Algunos de sus ex compañeros comparten esta postura pero otros, en cambio, parecen pensar exactamente lo mismo que pensaban en aquella época.
La protagonista es de un pequeño pueblo de Santa Fe que, en los convulsionados años ’70, se fue a estudiar a Chaco, donde se vinculó a la organización Montoneros. Allí se enamora de Juan, un militante peronista que será su pareja y el padre de su hija. Luego del golpe de Estado ellos deben pasar a la clandestinidad y se van a vivir a la ciudad de Santa Fe. Ana queda embarazada, nace su hija y comienza a vivir una serie de contradicciones. La necesidad de mantenerse en la clandestinidad los lleva a mudarse a Buenos Aires y a desconectarse de la organización.
Un año después Juan vuelve a la organización y empiezan a vivir separados. A fines de 1978 Ana es secuestrada por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde empieza a participar del staff (Calveiro, 1999) o, como le llamaban los militares, el “grupo de recuperación”1. Al tiempo es liberada y, posteriormente, Juan es desaparecido. Juan muere creyendo que Ana es una traidora por haber salido de la ESMA.
En este trabajo me interesa analizar la forma en que este documental presenta de manera crítica a la organización Montoneros sin juzgar a ninguno de los sobrevivientes, dando cuenta de un profundo ejercicio de memoria. Me interesa especialmente esta película por su capacidad de dejar entrever las “zonas grises”. Muchos de los testimonios que aparecen en esta película se encuentran, como dice Agamben (2002), “más acá del bien y del mal” pero no son juzgados por ello, sino que, a partir de sus testimonios, quienes no hemos conocido los centros podemos comprender un poco más de los mismos.


Montoneros, una historia
(Andrés Di Tella, 1994)

Documentales políticos e historia
El cine parece ser un ámbito propicio para estudiar cómo la sociedad (o al menos una parte de ella) representa aspectos fundamentales de su acontecer histórico.
A partir de 1983 en Argentina, el documental histórico-político adquirió una gran propensión a la meditación retrospectiva. Frente al carácter abiertamente panfletario e interpelador del cine político previo a la dictadura (buenos ejemplos de esto fueron los documentales de Raymundo Gleyzer o de Pino Solanas), que se proponía construir relatos que se orientaran hacia la acción política de ese presente, en el período post-dictatorial ha predominado en el cine político la necesidad de meditar sobre la historia con el fin de enfrentarse a un pasado que pugna por no ser olvidado.
Siguiendo a Gonzalo Aguilar (2007), consideramos que la diferencia fundamental entre los documentales políticos previos a la dictadura militar y los posteriores consiste en que para los primeros el presente era la acumulación de los hechos del pasado y el anuncio de una certeza futura, estando absolutamente ligadas la realización fílmica y la acción política; en cambio, en los segundos, el presente es un hiato, un tiempo suspendido que para terminar de constituirse políticamente necesita repensar el pasado, poniéndolo en discusión para, luego, poder pensar un porvenir.
En los primeros años posteriores al golpe de Estado la importancia dada a la recuperación de las instituciones republicanas silenció toda otra consideración que pudiera hacer peligrar esa prioridad. Todas las formas de violencia política fueron duramente cuestionadas. En un primer momento no hubo discriminación entre las responsabilidades que había tenido el Estado (así como las obligaciones que, como Estado, había incumplido) y las que habían tenido las organizaciones políticas armadas.
Esta postura marcó la producción cultural y cinematográfica durante los primeros años post- dictatoriales. Frente al relativo consenso con que contaba esta Teoría de los Dos Demonios (Lvovich y Bisquert, 2008), se realizaron varios documentales que giraban en torno a la figura del desaparecido. Su principal objetivo era plantear la diferencia esencial que existía entre el terrorismo de Estado y la violencia política de los grupos armados y, por otro lado, nombrar aquello que para el gobierno militar carecía de existencia3. Buscando legitimar sus reclamos y darles consenso social, los organismos de Derechos Humanos se propusieron llevar a la escena pública aquello que no debía ser ocultado ni olvidado. Se trataba de dar una pelea contra-hegemónica que les permitiera demostrar (no sólo en el cine, sino en todos los ámbitos públicos) que los desaparecidos no habían sido demonios y, por eso, imperó la representación de ellos/as como jóvenes idealistas (Raggio, 2006).
Una vez que la influencia de la teoría de los dos demonios empezó a declinar el contexto fue planteando nuevas problemáticas que se vieron reflejadas en el cine.
A principios de los ‘90 Carlos Menem promulgó el indulto a la cúpula de la dictadura militar. Junto con ella fueron indultados algunos militantes montoneros como Mario Firmenich. Entre otras cosas, propuso también derrumbar la Escuela de mecánica de la Armada para emplazar allí un “Parque de la Reconciliación Nacional”. Las intenciones políticas de borrar todas aquellas imágenes que nos permitiesen a las generaciones futuras recuperar la historia eran claras: había, para muchos, que perdonar y olvidar. La ardua tarea llevada adelante fundamentalmente por los organismos de derechos humanos no lo permitió.
Luego de los indultos, a mediados de la década del ’90, se inicia un “boom de la memoria” (Lvovich y Bisquert, 2008). En el marco de ese boom, por primera vez desde el retorno de la democracia, la organización Montoneros se convirtió en tema de dos documentales: Cazadores de utopías (David Blaustein, 1995) y Montoneros, una historia (Andrés Di Tella, 1994). La primera fue realizada por un ex integrante de la organización que se propuso explicar las pasiones políticas que los movían para, sin repensar las prácticas y creencias de la organización, llegar a la conclusión de que “valió la pena” (Oberti y Pittaluga, 2006). La segunda, filmada por alguien que no perteneció a la organización, plantea una mirada crítica e indaga los grados de responsabilidad dentro de la militancia montonera.
Más adelante, pasando el año 2000, nos encontramos con una serie de películas de la generación de hijos de desaparecidos (entre las que podemos ubicar a Los Rubios de Albertina Carri y M de Nicolás Prividera), caracterizadas por su distanciamiento y su mirada crítica sobre las prácticas de sus padres.
Consideramos que Montoneros, una historia fue una “bisagra” entre dos estilos de narración cinematográfica sobre el pasado reciente argentino, ya que se encuentra entre las películas iniciadoras de un relato más personal, que deja atrás el simplismo binarista (imperante en esa época) que divide a la historia en mártires y traidores. Este documental permite entender el pasado a partir de la idea de que quienes lo protagonizaron fueron seres humanos con dudas, emociones, miedos y que tuvieron la desdicha de tener que transitar por aquella “zona gris” de la que nos habla Agamben y sobre la que más adelante nos explayaremos.
En una carta a César de Paepe (analizada en Oberti y Pittaluga, 2006), Karl Marx se mostraba preocupado por las formas de rescate del pasado. En ese texto él sostenía que sus contemporáneos mantenían un culto reaccionario respecto al pasado y que estudiaban algunos sucesos históricos de manera religiosa, sin cuestionarlos. Montoneros, una historia, lejos de realizar un culto reaccionario de la historia reciente argentina, da cuenta de una historia con fisuras. Conocer esas fisuras puede permitirnos pensar críticamente el pasado reciente argentino y, tal vez, pensar cuáles de aquellas prácticas se siguen reproduciendo de manera acrítica.
Consideramos que Montoneros… logra complejizar la problemática de la recuperación de la/s memoria/s y realiza un muy interesante trabajo de recuperación y puesta en escena de los testimonios.


Montoneros, una historia
(Andrés Di Tella, 1994)

La “Zona Gris” en Montoneros, una historia

En la introducción de Lo que queda de Auschwitz, Giorgio Agamben señala que, a pesar de las rigurosas investigaciones que se han realizado sobre las circunstancias históricas en que tuvo lugar el exterminio de los judíos, sigue resultando difícil encontrarle al exterminio un significado ético y político. Sigue siendo difícil la simple comprensión humana de lo acontecido y, por lo tanto, de su actualidad. Si esta comprensión humana no se realiza, sostiene el autor —con una postura similar a la de Walter Benjamin— se refuerzan los deseos de aquellos que quisieran que Auschwitz permaneciese incomprensible, como si hubiera en ellos un origen sagrado, irreproducible y a la vez inexplicable.
Por todo esto Agamben retoma de Primo Levi el concepto de “zona gris”, la cual, en sus palabras, “no está situada más allá del bien y del mal, sino que, por así decirlo, está más acá de ellos (…) Y sin que logremos decir por qué, sentimos que este más acá tiene mayor importancia que cualquier más allá, que el infrahombre debe interesarnos en mayor medida que el superhombre” (Agamben, 2002:20).
La “zona gris”, como su nombre lo dice, no es ni blanco ni negro. Se aparta de cualquier lógica binaria de buenos y malos, víctimas y verdugos, mártires y traidores. Allí lo jurídico no alcanza a explicar, no logra agotar el problema. Se trata de una “gris e incesante alquimia en la que el bien y el mal, y junto a ellos, todos los metales de la ética tradicional alcanzan su punto de fusión” (Agamben, 2002:20). Para Primo Levi la “zona gris” es “la maraña de los contactos humanos en el interior del lager”, el espacio que reúne a víctimas y perseguidores, “sólo una retórica esquemática puede sostener que tal espacio esté vacío, nunca lo está” (Levi, 2002:35).
Si bien existen claras diferencias temporales, espaciales, ideológicas y cuantitativas, podemos encontrar muchas similitudes entre las características de los campos de concentración nazis y los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio de la Argentina3 Tomaremos por eso el término “zona gris” para analizar los testimonios de los sobrevivientes de la ESMA que presenta Di Tella en Montoneros, una historia y también porque muchos sobrevivientes definen así su experiencia en la ESMA, entre ellos Mario Villani, “Es una zona muy confusa. No hay blancos y negros, son todos grises, distintos tipos de grises. Yo siempre estuve preocupado por en qué gris estaba yo” (Testimonio de Mario Villani en Di Tella, 1999).
Por su parte en Poder y desaparición. Los campos de concentración en la Argentina, Pilar Calveiro, al repensar esta idea para el caso argentino plantea que “el campo es una infinita gama, no del gris, que supone combinación de blanco y negro, sino de distintos colores, siempre una gama en la que no aparecen tonos nítidos, puros, sino múltiples combinaciones (…) Nadie puede permanecer en él ‘puro’ o intocado, de ahí la falsedad de muchas versiones heroicas” (Calveiro, 1999:128).
Montoneros, una historia, se propone hacer una revisión crítica de la militancia en la organización Montoneros. En ese sentido, resulta muy interesante el tratamiento que Andrés Di Tella hace de las distintas estrategias de supervivencia, de las zonas grises, en la ESMA. La protagonista, cuando empieza a narrar su estadía en la ESMA dice: “Al tiempo de estar ahí descubrí que no todos los secuestrados estábamos en la misma situación (…) otra que me venía a hablar era esta chica… Lucy, una mina brillante, inteligentísima, muy capaz y muy humana… y muy contradictoria” (Ana, en Montoneros, una historia).
En otro testimonio,“Lucy empezó a cambiar y fue tan terrible el desarrollo de ese cambio que ella terminó formando pareja con Pernía, que es quien había comandado el grupo operativo que mató a su marido…” (Graciela Daleo en Montoneros, una historia).

El terrorismo de Estado instituyó la tortura inacabable, sin límites temporales. No había plazo al que atenerse dado que se trataba de “desaparecidos”. El poder apuntaba a deshumanizar, a devastar psicológica y moralmente a los secuestrados (y también, aunque en otra medida, como señala Pilar Calveiro, a la sociedad en su conjunto). Miriam Lewin, sobreviviente de la ESMA sostiene en Ese infierno (Lewin, et al. 2001:99):

¡Hasta hubo detenidas que se enamoraron de sus torturadores! (…) En medio de la adversidad, la oscuridad, estando sola, torturada, aislada, que haya una mano ‘buena’, alguien que te ofrezca un plato de comida, te pregunte cómo te sentís, alguien que en tu fantasía tiene poder para protegerte, por lo menos para que no te picaneen más, para dejarte mandar una cartita a tus viejos, a tus hijos, puede llegar a desarmarte, a confundirte. Yo puedo entender a las compañeras que sintieron eso.

¿Por qué a la sociedad le cuesta tanto comprenderlo? Lucy, aquella militante que resistió durante meses la tortura, a quien muchos sobrevivientes recuerdan como solidaria con sus compañeros y brillante a la hora de idear y sostener una arriesgada estrategia de simulación para salvar a la mayor cantidad posible de secuestrados, es la misma persona que se enamora de Pernía, su secuestrador. Como plantea Ana Longoni “el punto es si ante este acto recóndito cabe aplicar una condena moral —cuyo único efecto es tranquilizarnos y resguardarnos de ese Otro atravesado por el horror— o tratar de percibir la inescrutable complejidad de los comportamientos y los sentimientos de un ser humano en esas condiciones de adversidad extrema, en las que el mundo propio y conocido se ha desintegrado” (2007:178). “Ante casos como este es imprudente precipitarse a emitir un juicio moral”, escribe Primo Levi (2002:60) acerca de los integrantes de las Escuadras Especiales. Lo mismo puede decirse de las formas de supervivencia y resistencia adentro del centro clandestino de detención. En Montoneros, una historia esas problemáticas son comprendidas sin condena moral, teniendo en cuenta la complejidad propia de las zonas grises y reflexionando sobre ellas.Respecto a Lucy Graciela Daleo sostiene: “Bueno, ese era un lugar muy particular para estar donde algo tenía que negociar para poder salvarse y entonces, bueno, ella negoció esa parte” (Di Tella, 1994).
Por otra parte Ana y Graciela Daleo explican sus propias estrategias de supervivencia dentro de la ESMA. Ellas fueron parte del supuesto “Proceso de recuperación” y comentan cómo concebían su participación en el mismo. De una manera muy interesante dan cuenta de las contradicciones que se les presentaban y que aún hoy se les presentan.
Pilar Calveiro describe a los centros clandestinos como “depósito de cuerpos ordenados, acostados, inmóviles, sin posibilidad de ver, sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, que se pretendía casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte, pudiera matar antes de matar; anular selectivamente a su antojo prácticamente todos los vestigios de humanidad de un individuo, preservando sus funciones vitales para una eventual necesidad de uso posterior (…)”(1999:49) (el subrayado es mío).
Así es como los militares pretendían tener derecho sobre la vida y sobre la muerte de sus secuestrados. Estos no podían decidir sobre su vida ni tampoco sobre su muerte (por ejemplo, mediante una pastilla de cianuro). Montoneros, una historia nos permite comprenderlo a partir de los siguientes testimonios:

Yo la verdad que no sé por qué me salvé, puede ser que los que sobrevivimos al campo de concentración de Mecánica de la Armada fue porque a los marinos se les ocurrió hacer un experimento (Ana).

Los marinos pensaban no solamente de matarnos, ganar la batalla a través de la eliminación física sino a través de darte vuelta como una media ¿no? (…) Cuando fuimos adivinando, cuando fuimos aprehendiendo esto, la historia fue ‘bueno, nosotros vamos a simular que estamos siendo lo que ellos quieren que nosotros seamos’. (…) El otro gran riesgo que los prisioneros seleccionados para el ‘proceso de recuperación’ teníamos ahí adentro era el de la locura ¿no? De decir ‘¿quién soy yo y quién es la que está simulando’ ¿no me habré transformado en lo que estoy simulando? (…) Porque cuando vos caíste decías ‘acá adentro ni apagar la luz’, era una forma en la que nosotros graficábamos qué significaba colaborar y de pronto te encontrabas con que apagabas la luz ahí adentro, entonces ¿estás colaborando, no estás colaborando…? (Graciela Daleo).

La última pregunta que se hace Graciela Daleo nos permite pensar las contradicciones que vivieron los detenidos-desaparecidos y que, seguramente, hoy sigan viviendo: ¿engañaban a sus represores y resistían o colaboraban con ellos? Recuperando lo expuesto por Pilar Calveiro en el ya citado fragmento, podemos considerar que el poder desaparecedor, además de pretender atemorizar a la sociedad, tenía como objetivo deshumanizar, “matar antes de matar”. En este contexto creemos conveniente entender a todas aquellas acciones orientadas a humanizar las relaciones entre los secuestrados y a recomponer su condición de humanidad como actos de resistencia al poder deshumanizante y, por eso, actos de resistencia al fin. En ese sentido es muy claro el testimonio de Víctor Basterra: “Yo tenía la sensación de que nunca más iba a poder verlos… pero por otro lado me daba manija para decir ‘no, nos tenemos que encontrar como con tantos compañeros que han sido liberados o compañeros que no sé qué ha pasado con ellos y que en algún momento nos reencontraremos en algún lugar y podremos contarnos cosas y ver cómo encaramos la vida…”.
La resonancia social de los testimonios de los sobrevivientes ha sido, en términos generales, muy escasa. El azar que en muchos casos signaba la supervivencia en los centros parece haber resultado incomprensible para una gran parte de la sociedad, sobre todo en ámbitos de izquierda. Los relatos de estos sobrevivientes, por ende, muchas veces han sido puestos bajo un manto de sospecha y desconfianza. En las antípodas de esta tendencia mayoritaria, Montoneros, una historia expone, sin ningún tipo de condena moral, las distintas formas de resistencia al poder deshumanizador que los militares intentaban aplicar sobre los detenidos-desaparecidos. Ese poder deshumanizador buscaba mucho más que el exterminio. Como dice Graciela Daleo, pretendían “darte vuelta como una media”, llevando mediante terribles actos de tortura a los detenidos-desaparecidos al borde de la locura. En ese contexto de opresión y tortura resulta imposible evaluar las acciones con la misma vara con la que se medirían fuera del campo. El siguiente testimonio de Mario Vilani da cuenta de esa imposibilidad:


Montoneros, una historia
(Andrés Di Tella, 1994)

Yo, mi trabajo en general era reparar una bombita, una radio, un televisor, destapar una cañería, arreglar una cocina y todo ese tipo de cosas, con esa actividad yo lo que hacía era resolverles problemas, o sea que ayudaba a que el campo funcionara en alguna medida, entonces yo estaba colaborando. Por otro lado yo también estaba colaborando para mantenerme vivo (…) (un día) viene uno de los torturadores, al que le decían ‘colores’, me trae la picana (…) ‘esta descompuesta, arreglámela’ y yo le digo ‘no puedo’ (…) ‘bueno, está bien’ (…) A partir de ese momento empezaron a torturar con un variac, y  yo empecé a ver que los que salían de la sala de tortura salían en coma o salían muy destrozados, quemados e incluso algunos morían, entonces eso me empezó a laburar y yo empecé a pensar ‘si siguen torturando con un variac van a matar mucha más gente que la que mataban antes con la picana’, entonces le digo a ‘colores’ ‘traeme la máquina que te la reparo’. Para mí, desde ese punto de vista, ese fue el momento más jodido en la medida en que yo me planteé que yo iba a serles útil en algo.

¿Cómo evaluar el accionar de estos sobrevivientes en términos de utilidad o no utilidad? ¿Es, acaso, posible? El doble juego del staff consistió en colaborar en ciertos aspectos acotados simulando cierta recuperación y, por el otro lado, entorpecer lo más posible la acción represiva. Éste les demostró que el poder concentracionario presentaba fisuras, no era omnipotente. Huelga decir que una parte importante de su objetivo se cumplió: posteriormente sus testimonios fueron muy importantes en la denuncia pública del accionar represivo en nuestro país y en el exterior.
A pesar de todo, aquellos que, luego de pasar un tiempo en los centros clandestinos, lograban salir recibían sospechas por parte de la sociedad. El conocido “algo habrán hecho” no sólo fue sostenido por quienes apoyaban la dictadura, sino también por la propia militancia, que desconfiaba de sus compañeros. Debido al persistente antagonismo entre héroes y traidores (lógica que obtura la posibilidad de aproximarse a la complejidad de matices que plantea la “zona gris” de la experiencia concentracionaria), las estrategias de supervivencia dentro del campo no han resultado socialmente audibles pues la figura del sobreviviente desarma esa representación dicotómica. En el documental que analizamos, Víctor Basterra (sobreviviente de la ESMA)4 comenta:

Hay una palabra que se consideraba… ‘los leprosos’, que eran los sobrevivientes. Los leprosos ¿por qué? Porque una vez que al tipo lo largaban a la calle no quería acercarse nadie a él porque sospechan de lo que había hecho adentro o bien sospechaban que fuera un servicio, porque ‘por algo fue que estaba libre’. Fue muy habilidoso eso. Y puedo asegurar que muchos compañeros liberados tuvieron una actitud dignísima ahí adentro, absolutamente digna y de una integridad de la gran puta y sin embargo, hasta aún ahora son mirados con recelo.

La protagonista de la película formó parte del staff y con el tiempo empezó a poder salir a visitar a su familia, acompañada de Marcelo (Miguel Ángel Cavallo). Ana cuenta:

Los tipos me pedían a gritos que yo cantara a Juan y yo a veces dudé si hice bien o si hice mal. Después, un día yo vengo a Buenos Aires, me encuentro con Marcelo (…) y él me dice ‘bueno, ves, si vos hubieras traído a tu marido acá, hoy estaría con vida, pero a tu marido se lo chupó el ejército. Y bueno, es una duda, tampoco me lo hubiera podido bancar: ¿qué podía garantizar la vida o la muerte de alguien ahí adentro? (…) Con el papá de Juan cuando empezó la democracia, nos contactamos con una chica que ella lo acompaña a Juan hasta el Expreso Singer y había tenido con Juan una larguísima charla donde Juan sabía que yo había salido y yo había ido a visitar a unos amigos comunes que Juan conocía, que no tenían nada que ver con la historia (…) y Juan no quiso encontrarse conmigo, yo ya había salido de la ESMA, porque para Juan yo… Juan se muere pensando que yo era una traidora. (…) El le dice a Gabriela ‘si Ana salió con vida de ese lugar ¿qué puede ser Ana?...

Podemos decir que los sobrevivientes continuaron atrapados en un doble fuego, víctimas de sus captores y condenados por sus antiguas organizaciones políticas. Ana Longoni (2007:31) sostiene que “en el persistente aislamiento de los sobrevivientes, sospechados y juzgados desde escalafones morales y grados de valentías que los separan de los que no regresaron se percibe otro efecto pavoroso de la represión”. Desarmar esa representación dicotómica y comenzar a entender la zona gris es, entonces, una tarea fundamental. En ese sentido, es muy interesante el testimonio de Rolo Miño, amigo de Juan Silva (pareja de Ana) y de Ana, que sostiene:

Cae Ana en poder de la ESMA y el martes 13 de noviembre me detienen a mí. Con el tiempo supuestamente la información de dónde estaba yo la da Ana y esto es lo que me parecería importante valorar ¿no? Con Ana seguimos siendo amigos ¿Y quién puede decir que puede hablar o que no puede hablar en una situación así? Vos estás torturado, estás con la picana, estás vos solo y estás más del otro lado que en este mundo. Las estrategias de supervivencia que vos podés generar ahí ¿quién las puede valorar?


Montoneros, una historia
(Andrés Di Tella, 1994)

Si realmente Ana hubiera sido quien dio información sobre Rolo Miño no dejaría de ser una víctima del terrorismo de Estado. Pero no es casual que el que pueda comprenderla sea también un sobreviviente. Antes que una condena moral tranquilizadora que, como sostiene Longoni (2007), nos resguarda de ese Otro atravesado por el horror, es necesario comprender la complejidad de los comportamientos y los sentimientos de un ser humano en esas condiciones de adversidad extrema, en esa zona gris.
Como sostienen Alejandra Oberti y Roberto Pittaluga (2006:11), estudiar la historia y la memoria del pasado reciente argentino demanda un ejercicio que “es preciso atravesar con delicadeza en virtud del daño acaecido y de su permanencia, pero a la vez, y en otro sentido, con firmeza, pues la reflexión crítica es una de las pocas herramientas con las que contamos si queremos proceder a una tarea de rescate”. Por supuesto que no es el objetivo rescatar la historia como realmente ha sido, sino que intentaremos rescatar distintas memorias que nos permitan repensar y problematizar el pasado reciente argentino y, así, repensarnos a nosotros mismos como sujetos activos en el mundo en que vivimos.
Ha habido numerosos documentales sobre la historia reciente argentina (entre ellos el ya mencionado Cazadores de utopías) que nos cuentan ese tipo de relatos, a los que Marx llamaría “reaccionarios”, en los que cada uno de los testimoniantes relata la historia igual a como lo hacía 20 años atrás (Cfr. Oberti y Pittaluga, 2006; Aguilar, 2007). Montoneros, una historia, por el contrario, nos muestra a los ex militantes preguntándose en la actualidad el más que necesario ¿habremos hecho bien?
La importancia de películas como Montoneros, una historia, que nos permitan conocer las zonas grises de los centros clandestinos de detención radica en la creencia de que, como sostiene Pilar Calveiro (1999:29), los momentos de “excepción” no constituyen un paréntesis en la “normalidad” sino que son momentos en los que aparecen, sin mediaciones ni atenuantes, los secretos del poder cotidiano. “El análisis del campo de concentración, como modalidad represiva, puede ser una de las claves para comprender las características de un poder que circuló en todo el tejido social y que no puede haber desaparecido. Si la ilusión del poder es su capacidad para desaparecer lo disfuncional, no menos ilusorio es que la sociedad civil suponga que el poder desaparecedor desaparezca, por arte de una magia inexistente”.En palabras de Agamben (2002:25):

Este partido (…) representa la cifra perfecta y eterna de la “zona gris”, que no entiende de tiempo y está en todas partes. (…) Es también nuestra vergüenza, la de quienes no hemos conocido los campos y que, sin embargo, asistimos, no se sabe cómo, a aquel partido que se repite en cada uno de los partidos de nuestros estadios,  en cada transmisión televisiva, en todas las formas de  formalidad cotidiana. Si no llegamos a comprender ese partido, si no logramos que termine, no habrá nunca esperanza.

Una historia
Otro aspecto digno de ser destacado del documental que analizamos es el título: Montoneros, una historia. Decíamos que no nos proponemos realizar la recuperación de las memorias de la historia reciente argentina intentando recuperar la historia, sino que sólo podemos recuperar las memorias de los sobrevivientes, que siempre van a ser parciales, que van a dar cuenta de historias personales, de análisis posteriores, conjunciones de memoria y olvido.
Muchos defensores de la dictadura han bogado por una “Memoria completa”. Entonces, a la luz de lo dicho, cabe preguntarse: ¿es posible una “memoria completa”? Sólo un personaje imaginario de las Ficciones de Jorge Luis Borges como Funes, el memorioso, era capaz de recordar todo. Pero la memoria, entendida como un trabajo reflexivo, en el sentido en el que lo plantea Ricoeur (2004), no puede ser completa; siempre implica cierto olvido como condición de un recuerdo inteligible. En palabras de Borges: “Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”(Borges, 1965).
Los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos nunca podrán dar cuenta de todo lo sucedido, pues quienes se han salvado son una minoría y los relatos de sus vivencias nunca podrán narrar la totalidad de las cosas que ocurrían en los centros clandestinos de detención. Como sostiene Agamben (2002:34):

El testimonio vale en lo esencial por lo que falta de él; contiene en su centro mismo algo que es intestimoniable, que destruye la autoridad de los supervivientes. Los “verdaderos” testigos, los “testigos integrales” son los que no han testimoniado ni hubieran podido hacerlo. Son los que han tocado fondo, los musulmanes, los hundidos. Los que lograron salvarse, los pseudotestigos, hablan en su lugar, por delegación: testimonian de un testimonio que falta.

Un “testigo integral” de la ESMA, sería aquel que pudiese testimoniar los “vuelos de la muerte”, pero justamente aquellos que vivieron esa atroz experiencia ya no están entre nosotros para dar su testimonio. Sólo nos pueden contar sobre los vuelos aquellos que no los vivieron, siendo, por eso mismo, “pseudotestigos” de esos hechos.


Montoneros, una historia
(Andrés Di Tella, 1994)

El guión
Por último, resulta interesante la manera en la que este documental organiza los materiales con los que cuenta. Si bien el testimonio de Ana es suficiente para conmovernos y para hacernos reflexionar sobre las formas de circulación del poder al interior de Montoneros, sobre el uso de la violencia y sobre las estrategias de supervivencia al interior de la ESMA, como decíamos, el director decidió enriquecer ese testimonio con otros complementarios e, incluso, muchas veces contrapuestos a los de la protagonista.
Alejandra Oberti (2008/2009: 43), siguiendo a Walter Benjamin, sostiene que “el testimonio refiere ni más ni menos que a la actualidad del pasado en el presente”, lo cual hace que éste no pueda ser archivado ni pueda formar parte del corpus de lo ya dicho. Ella postula que en lo que se testimonia siempre hay una interpretación, “una elaboración retrospectiva de la misma presencialidad. Ningún recuerdo es solamente propio sino que siempre es construido socialmente, teniendo en cuenta los interlocutores y los otros testimonios y por lo tanto es siempre cambiante. Además, en la distancia temporal entre los hechos narrados y el momento en que se recuerdan, el sujeto suma experiencias y nuevas interpretaciones propias de otras temporalidades. Es por eso que podemos definir al testimonio como la actualidad del pasado en cada presente.En esto consiste la permanente capacidad de reformulación de los testimonios y su imposibilidad de ser archivados.
En Cazadores de utopías pareciera que los testimoniantes no han hecho ninguna reflexión sobre el pasado, como si la presencialidad del pasado en los distintos presentes no hubiera sufrido ninguna transformación. En Montoneros, una historia, en cambio, los testimoniantes demuestran haber llevado a cabo una importante reflexión sobre las prácticas (incluso Graciela Daleo, que también da su testimonio en Cazadores…, se muestra, en esta película, muy reflexiva sobre las estrategias de resistencia al interior de los centros clandestinos de detención).
En Montoneros, una historia podemos ver a muchos ex militantes preguntándose por el sentido de la violencia revolucionaria, las diferencias entre lo que pensaban en esa época y lo que piensan en la actualidad y la relación de aquélla con la estructura jerárquica de la organización. Cito a continuación algunos fragmentos:

Yo creo que nuestra violencia, si bien fue una respuesta a una violencia estructural, nuestra violencia gestó muchos monstruos (…) Quedaron los Firmenich y todos los otros, los mejores, fueron quedando en el camino. Quedaron los Firmenich y los Galimberti… me parecían personajes totalmente siniestros que a esta altura a mí me hacen creer que el demonio existe (Jorge Rulli).
Yo planteo mi retiro porque yo ya no estaba de acuerdo en el año ’77, cosa que no me aceptan, no me aceptan que yo me retirara de la organización porque yo manejaba mucha información, conocía mucha gente (…) La forma de retiro en ese momento fue bastante violenta, fue ‘o te quedás con nosotros o te boleteamos’, más o menos. Yo estaba solo e incluso desarmado. Una vez que salía a la calle yo resolvía mi tema, iba a ser un grupo más que me perseguía (Domingo Godoy, ex militante del Movimiento Villero Peronista).

Sin embargo, también hay testimonios de algunos ex militantes que sostienen, en términos de Marx, una memoria conservadora. Entre ellos encontramos a Perdía, a Firmenich (en un fragmento televisivo) y a Jorge Falcone, quien, a pesar de haber participado en la contraofensiva, no parece hacer ninguna reflexión crítica respecto a sus antiguas prácticas y sostiene: “Obviamente éramos muy rigurosos con esos ex compañeros y, en la medida en que causaban bajas, no me cuesta nada decir que les esperaba la pena capital” (Jorge “Chiqui” Falcone).
Andrés Di Tella no expone su voz ni siquiera participando de las entrevistas.    La renuncia al absolutismo de una visión autoritaria por parte del director —muchas veces materializada en una voz en off que nos dice a los espectadores qué es lo que debemos pensar— nos permite, como espectadores, tomar un rol activo a la hora de sacar conclusiones a la luz de los distintos testimonios. En el género documental predominan, según Ana Amado (2009:134), las representaciones que construyen narrativas con un discurso unívoco y plenamente coherente, sin fisuras, que inducen al espectador a quedar seducido por la mera contemplación pasiva. Esta coherencia discursiva no depende de la presencia de un único testimonio: diversas voces pueden ser ordenadas por el montaje narrativo de manera tal que construyan un discurso homogéneo, como si fuera una única persona la que hablara.
Por el contrario Montoneros, una historia,renuncia al autoritarismo discursivo y presenta testimonios diversos, que entran en conflicto entre sí y que propician una distancia que exige una postura, ahora sí, activa y reflexiva, “comprometiendo al espectador a suturar de manera incómoda los huecos narrativos de la trayectoria de una generación” (Amado, 2009:135). Podríamos decir que este tipo de documentales presenta una estructura más cercana a la de la memoria: la organización cronológica se hace repitiendo el pasado mientras que la organización mnemónica se hace deconstruyendo el pasado y cuestionándolo, para luego poder reconstruirlo desde la perspectiva del presente.
Podríamos pensar, siguiendo a Ricoeur (2004), que las representaciones monotonales que intentan mostrar una mirada coherente y cerrada suelen proponer una memoria repetitiva, una simple vuelta a presentar lo pretérito como importante. Montoneros, una historia, en cambio, formaría parte de aquellas otras representaciones que, al apelar a una organización inestable y conflictiva del significante fílmico, intentan trabajar para la construcción de una memoria.
Walter Benjamin sostenía en la II de sus “Tesis sobre el concepto de historia” la existencia de un secreto acuerdo entre las generaciones pasadas y la nuestra que nos concede “una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado reclama derecho” (Benjamín, 1995:48). Se trata de una cita con el pasado irredento a la cual se debe llegar mediante un salto que rompa el continuum de tiempo (homogéneo y vacío) del historicismo y que sea capaz de formar una imagen dialéctica con el presente, recuperando en los distintos presentes las marcas del pasado que han sido borradas. Esas marcas serán las que permitan al colectivo que vive en estado de ensoñación, dejar de ver su presente como lo único posible en la historia, realizando un salvataje de ese pasado y del sujeto que lo recuerda. De esa manera, según Benjamin, podrá despertar el sujeto actual.
A menudo resulta difícil pensar de manera crítica una experiencia que fue tan traumática para nuestra sociedad, siendo que los militantes dieron sus vidas por sus ideales. Consideramos que el gran acierto de esta película es poder dar cuenta de una mirada profundamente reflexiva sin caer de ninguna manera en una condena de la militancia.
Cuando uno no formó parte de dicho movimiento debe ser cuidadoso pues cualquier crítica puede ser entendida como una condena. Pero ¿qué mejor que esta práctica reflexiva para poder pensar una transmisión constructiva a las generaciones venideras?


Bibliografía

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Amado, Ana, La imagen justa. Cine argentino y política (1980-2007). Buenos Aires. Colihue. 2009.
Benjamín, Walter, “Sobre el concepto de historia”, en W. Benjamín, La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre historia, Santiago de Chile, ARCIS-LOM, 1995
Borges; Jorge Luis. Ficciones. Buenos Aires. Emecé. 1965
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Di Tella, Andrés “La vida privada en los campos de concentración” en Devoto, Fernando y Madero, Marta Historia de la vida privada en la Argentina. De los años treinta a la actualidad. Buenos Aires, Taurus, 1999
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Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Buenos Aires, FCE, 2004

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1 Massera se había propuesto seleccionar algunos detenidos desaparecidos y hacerlos trabajar para el sostenimiento de la Escuela de Mecánica de la Armada en distintas funciones: haciendo resúmenes de noticias, sacando fotos, escribiendo textos para el Partido de la Democracia Social (encabezado por Massera) y otras funciones relacionadas, generalmente con la profesión de cada uno de los detenidos. Participar en este proyecto era para los detenidos una forma de resistencia, que consistía en hacerles creer a los militares que se estaban “recuperando” para, sin hacer cosas que vayan contra sus propios ideales, sobrevivir la mayor cantidad de detenidos posibles y poder testimoniar lo que pasaba allí adentro.

2 Al punto tal que Jorge Rafael Videla había afirmado en una entrevista al diario Clarín que “[un desaparecido], mientras esté desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad; no está muerto ni vivo”, Clarín, 14 de diciembre de 1979.

3 Tanto Adolf Hitler, como los dictadores argentinos del proceso llevado a cabo en 1976, una vez instalados en el poder debieron tomar una decisión extremadamente urgente: ¿Qué hacer con los judíos o subversivos? De ahí en más se comenzaron a manejar conceptos como “solución final” o “traslados”. Antes de eliminar a estos grupos era necesario explotarlos, robarles bienes, sacarle datos, etc.; para lo cual se utilizaron lugares que sirvieron como “campos de concentración” o “centros clandestinos de detención y tortura”. En éstos se sometía a los prisioneros a condiciones deplorables, deshumanizadoras, que debilitaban el cuerpo y destrozaban la subjetividad. Se soportaba una alimentación inadecuada, agua insalubre, castigos sádicos y torturas. Para el caso de los campos de concentración nazis véase HILBERG, Raul, La destrucción de los judíos europeos, Madrid, Akal, 2005.

4 Víctor Basterra fue el último sobreviviente en salir de la ESMA. Formó parte del staff, en el que desempeñó tareas de fotógrafo. De cada una de las fotos (a detenidos desaparecidos, a militares e incluso a algunos sectores de la ESMA) que tenía que sacar, él hizo una más y cuando logró ser liberado las presentó ante la justicia.