Viaje a un más allá de la historia
La cueva de los sueños olvidados (2010), documental del realizador alemán Werner Herzog, ha sido recientemente estrenada en las salas comerciales de la Argentina con una muy favorable respuesta del público y de la crítica. Probablemente uno de los atractivos para la mayoría es haber sido realizada con tecnología 3D, la cual suele interpretarse como sinónimo de entretenimiento. Sin embargo, muchos otros nos hemos acercado a este film para complacernos con una nueva producción de este director, cuya vasta obra abarca más de 40 años y forma parte de las filmografías más exquisitas de la cinematografía mundial. El año pasado se estrenó también en las salas comerciales del país Pina, también en 3D, otra obra del cine alemán, en este caso del reconocido director Wim Wenders.
Werner Herzog, que emerge con la corriente del Nuevo Cine Alemán de fines de los sesenta, ha logrado situarse en el campo de la realización cinematográfica con obras que trascienden su momento histórico para convertirse en clásicos de la historia del cine universal. Ha incursionado tanto en el terreno de la ficción como en el documental, género al que pertenecen sus últimas realizaciones.
Lejos del objetivismo muchas veces pretendido por el documental, La cueva de los sueños olvidados presenta claras influencias del expresionismo y del romanticismo alemán, las cuales pueden rastrearse a largo de toda la obra del director. Sin importar el género en el que se mueva, Herzog ha logrado establecer una poética propia ahondando en temas que vuelven una y otra vez sus realizaciones. La fascinación por los paisajes, por los misterios del hombre y la humanidad, por los relatos míticos, atraviesa su obra y se establece como fundamento para una mirada del mundo en la que el hombre es el centro. Entre sus obras de ficción más destacadas se encuentran Fitzcarraldo (1982), Aguirre la ira de Dios (1972), Corazón de Cristal (1976), o El enigma de Kaspar Hauser (1974), mientras que en el terreno documental se hallan Fata Morgana (1971), Grizzly man (2005) y Encuentros en el fin del mundo (2007), por solo mencionar algunas.
En el documental, el director se adentra en la cueva Chauvet-Pont-d'Arc, ubicada en el sur de Francia, dentro de la cual en 1994 se descubrieron pinturas de hace más de 30.000 años, las más antiguas de las que pueda darse testimonio. Este hecho representa uno de los descubrimientos más importantes para la historia del arte, de la cultura y de la humanidad, no solo a nivel científico sino también en tanto nos acerca a un tiempo que creíamos perdido. Probablemente lo que despertó el interés de Herzog fue la posibilidad de ingresar a esta cápsula del tiempo, filmar en su interior y así develar esas imágenes hasta ahora desconocidas. Acercarse y acercarnos a ese tiempo pasado que ahora se presenta ante nosotros y nos interpela.
En La cueva… volvemos a encontrar ciertas temáticas recurrentes en los films de Herzog, como al inicio del documental en el que se nos muestra la inmensidad del paisaje desolado con la música clásica de fondo. Los paisajes de Herzog son siempre lugares inhóspitos, que se nos presentan como si fueran espacios vírgenes, es él con su cámara quien los descubre ante nosotros. Este tratamiento puede observarse en las tomas que realiza en el interior de la cueva. He aquí el poder del cine, que nos permite viajar hacia lugares y tiempos impensados. En este caso emprender un viaje a través de la historia y remontarnos a un más allá, hacia un fuera de la Historia.
El viaje como tópico también está presente en gran parte de su filmografía. Desde aquel viaje que emprende Fitzcarraldo por el Amazonas para lograr su insólito sueño de llevar la ópera a la selva, hasta aquel en el cual el mismo Herzog se encauza para llevarnos literalmente hasta el fin del mundo, la Antártida. Pero La cueva… no solo implica un viaje en el espacio sino también, y principalmente, a través del tiempo. El encuentro con un pasado remoto en que el hombre vivía en contacto con la naturaleza, a la cual estaba unido material y espiritualmente. La relación entre el hombre y la naturaleza es otro de los temas recurrentes en la obra de este director, que puede verse influenciada por el romanticismo alemán de principios del siglo XIX, más particularmente, por la corriente del Strum and Drang que lo precede. En cada una de sus obras el individuo se enfrenta a un paisaje que se presenta como sublime y lo trasciende. Esta subjetividad de los personajes herzogianos está resaltada al punto de volverlos excéntricos, fuera de serie. Nos encontramos con personajes extraños, locos, soñadores o genios, siempre viviendo situaciones límite. Es el caso de Fitzcarraldo y Lope de Aguirre, personajes megalómanos, de Timothy Treadwell, aquel amante de los osos que termina perdiendo su vida, o el de esa comunidad de enanos que se rebela en Los enanos también empezaron pequeños (1970). Todos ellos, mostrados por momentos con cierto patetismo, forman parte de una sociedad a la cual no pertenecen. De manera muchas veces nostálgica, se presenta estas figuras con anhelos que no tienen lugar en el mundo moderno en decadencia. Se puede ver así una crítica fuerte al progreso. La añoranza por un pasado del cual nos alejamos día a día puede verse en obras como Fata Morgana, Corazón de Cristal, Grito de piedra, Encuentros en el fin del mundo, como también en La cueva…, que en su epílogo nos expone una visión apocalíptica del destino de la humanidad.
El evidente interés de Herzog por lo exótico puede verse también en las entrevistas que realiza al grupo de científicos dedicados a estudiar las cuevas. Al momento de interrogarlos se aleja de las preguntas convencionales para ahondar en sus sueños y fantasías. Por ejemplo, al entrevistar a un arqueólogo y ex integrante de un circo, quien relata sus sueños a partir del encuentro con las cuevas, o en el caso del perfumista que va en busca de nuevos hallazgos aplicando técnicas no convencionales. Los testimonios de este grupo de científicos, en el que encontramos arqueólogos, historiadores de arte y paleontólogos, están cargados de poesía y reflexiones sobre del pasado. Cada uno brinda una idea de lo que se siente ingresar a este lugar único, casi sagrado, que encierra tantos misterios acerca de la historia del hombre y de su evolución.
Por otra parte, en las pinturas halladas encontramos una variedad de animales representados, todas dan la sensación de movimiento, algo que a Herzog lo remite a una idea de protocine, como si esas imágenes fuesen el origen del nuevo arte. Esta expresión de los dibujos es resaltada por un juego de luces, sombras y la música que aparece cuando la voz en off del director calla. Si bien no hay presencia humana en esas imágenes el hombre está siempre presente. El latido del corazón que Herzog propone oír en el interior de la cueva cuando todos hacen silencio nos marca esa ausencia, la del hombre del paleolítico, el creador de esos dibujos, al que llama “artista”. Entonces se pregunta: ¿en qué se diferencia el hombre paleolítico de nosotros?, ¿qué nos une a los hombres que vivían en ese tiempo y pintaban en estas cuevas? En ese espacio, en el que hace más de 30.000 años se dio origen a esos dibujos, los cuales fueron continuados por otros hombres 5.000 años después, hoy registrados por la cámara de este director que participa de ese mismo acto creativo. Es Herzog quien va en la búsqueda y pone su cuerpo para el encuentro con estas cuevas, es su voz la que escuchamos reflexionando, son las preguntas que él mismo se hace las que quedan resonando en nuestra memoria. En este punto es interesante pensar el uso de la primera persona en sus últimos documentales. Esa mirada subjetiva atraviesa el objeto del documental, el cual se convierte en un vehículo para la experiencia personal del realizador. Si bien sus obras siempre se caracterizaron por un estilo muy personal, el documental le ha permitido enfatizar esta subjetividad materializándose en la escena. Vemos y oímos a Herzog conmovido por aquello que se le presenta.
Es la actualidad de las pinturas descubiertas, la modernidad de esos dibujos, la que inquieta, como si fuesen un antecedente directo de Picasso. Nos acercan a aquello que creíamos tan remoto, y aquello que considerábamos como lo otro nos devuelve una imagen de nosotros mismos.
En la búsqueda permanente de la historia, de huellas que permitan contarnos, el descubrimiento de esta cueva y las pinturas que allí se encuentran, nos da la posibilidad de figurarnos algo de aquello que ha sido, construir un mundo y un origen para esas creaciones. Las imágenes nos llevan a un más allá de la Historia, a un tiempo que se nos escapa, algo perdido que reaparece en este descubrimiento. La imagen trasciende. La imaginación se pone en juego en el trabajo de los científicos que intentan construir un relato sobre ese pasado. La ciencia ha logrado desarrollar métodos altamente eficaces para determinar con un alto grado de certeza y un mínimo de error el modo en que se dieron los acontecimientos y, sin embargo, todo relato que se construye sobre un tiempo pasado implica un ejercicio creativo, un trabajo especulativo. Aquellos relatos que configuramos acerca de lo ocurrido hace más de 30.000 años nos hablan de ese tiempo pero más nos hablan del nuestro, de nuestros sueños y nuestros miedos. Quizá sea éste uno de los mayores atractivos del documental, que nos muestra la inquietud del hombre frente a los misterios de la historia, el afán por descubrir y develar aquello que se mantiene oculto.
Werner Herzog construye un relato en el que cada espectador tiene la posibilidad de imaginar una historia para esa cueva, para esas pinturas. Nos presenta un descubrimiento que pone en entredicho lo que hasta ahora se creía acerca de la historia del arte y de la humanidad, siendo necesario volver a narrar y configurar los hechos para encontrarnos en ellos. Como epílogo de su obra nuevamente hace referencia a un tiempo imaginado, ya no el de hace 30.000 años sino el del futuro de la humanidad. Pasado y futuro se despliegan a partir de un hecho, el hallazgo de la cueva y el encuentro con ella de este poeta que es Herzog y su capacidad de imaginar esos mundos y producir un relato que nos lleve hacia tiempos que de otra forma se nos escapan. Como resultado, nos entrega una obra de arte que nos obliga a detenernos, observar y reflexionar.
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