Desde I love Pinochet (2001) y Opus Dei: una cruzada silenciosa (2006), Marcela Said y Jean de Certeau se sitúan en un terreno difícil de abordar: el reciente pasado dictatorial es indagado y traído a la memoria a partir de las voces de las organizaciones y miembros de la sociedad civil que apoyaron el régimen militar chileno. En el primer caso, de los ciudadanos pinochetistas; en el segundo, de una porción de la Iglesia católica. Ahora bien, situar la mirada sobre estos personajes no implica renunciar a la propia posición, sino todo lo contrario, ya que el punto de vista de los realizadores, la total impugnación de la dictadura y sus agentes, es claramente expresado en estos documentales. La voz en off dirige la mirada del espectador al mismo tiempo que la pluralidad de testimonios, de gran franqueza y convicción sobre sus ideas, contribuyen a desarrollar un argumento claro y conciso.
El mocito,estrenada en el FIDOCS (Festival Internacional de Documentales de Santiago), y habiendo atravesado una pequeña polémica desatada al no poder ser exhibida comercialmente en la cadena chilena de cines Movieland, también trata de acceder al mundo de los ejecutores del genocidio, esta vez a partir de la figura de un personaje central: Jorgelino Vergara. A la dificultad de abordar lo inabordable se suma ahora una nueva: ver y mirar a los responsables de muertes y torturas sin mostrar una postura valorativa nítidamente definida. Las marcas que los realizadores pueden dejar en el documental clarificando su valoración sobre el mundo histórico, que el espectador puede aceptar o rechazar, se retiran buscando que éste asuma un rol activo y se pronuncie políticamente tomando postura en forma autónoma. Entonces, la reflexión que realiza el documental sobre el proceso de negociación entre el realizador y el espectador consiste en un aparente abandono de este último, aparente, pues los realizadores permanecen en la película a través de una ausencia que deja entrever el obstáculo que implica una representación de la realidad sin mediaciones.
Yo soy el tipo más honesto que ha poblado la tierra, aunque tú no me lo creas, aunque fui partícipe, involuntariamente, de secuestros y de asesinatos. Yo lo vi, pero nada más, o sea yo no participé, o sea, tú no podrías acusarme a mí de asesino ¿sí o no? No podrías acusarme de asesino, porque de hecho, en los hechos, yo no fui asesino, pero sí te digo una cosa, asesinaron, mataron tanta gente, comadre, mira, sin escrúpulos, la mataron tan sin escrúpulos que a mí me dolía siendo un adolescente, ese es mi cuento, ¿qué más quieres?
Así, provocando intempestivamente desde el inicio, comienza El mocito, título de la película y también apodo que Jorgelino Vergara recibió durante su participación en la dictadura, la cual, de acuerdo a su relato, consistió en servir café a los militares durante las sesiones de tortura y alimento a los detenidos clandestinos.
El nudo central del documental no se ubica en torno a las dicotomías inocente-culpable u honesto-mentiroso y, en consecuencia, el espectador no se ve compelido a asumir una posición sobre ellas, sino sobre la veracidad de su arrepentimiento por los actos cometidos y la posibilidad de redimirse. A diferencia de los pinochetistas de I love Pinochet, que adoraban a su líder sin cuestionamientos, o del fundamentalismo irreflexivo e incuestionable de Opus Dei, el mocito es un personaje complejo, que reflexiona sobre su pasado sin poder dar una respuesta acabada sobre el mismo. Así, Jorgelino es el centro sobre el cual se articulan los distintos elementos del documental, que a pesar de estructurarse sobre esta figura, no se limita a reflexionar sobre ella.
La tensión fundamental y por momentos desgarradora que atraviesa al personaje es la que busca dirimirse entre el pasado y el presente. Jorgelino trabajó en la DINA y el CNI, servicios de inteligencia militar chilenos desde 1976 hasta 1985, cuando fue despedido. Después de diecisiete años del regreso de la democracia, fue llamado por la justicia para dar su testimonio siendo acusado de haber participado en el asesinato de Víctor Díaz, uno de los líderes del Partido Comunista Chileno. Ese momento significó un quiebre a partir del cual comenzó a transitar un camino errante y solitario. El documental nos deja oír sus reflexiones, en voz alta y en silencio, y ser testigos de su encuentro con diferentes actores y espacios que lo conectan con un pasado tormentoso y aterrador.
La relación entre dictadura y religión, vínculo ya presente en la filmografía de los directores, aparece como un momento más en el cual Jorgelino tiene la oportunidad de dislocar al espectador: uno de los investigadores le pregunta cómo hizo para soportar los acontecimientos ocurridos en el centro clandestino de detención y la respuesta inmediata del protagonista es que pudo lograrlo gracias a su fe. El funcionario, entonces, asombrado y perplejo, lo cuestiona por la contradicción entre la religiosidad y el genocidio, a lo que Jorgelino responde: “ahí no era tan creyente, luego crecí, maduré y reflexioné y ahora no quiero siquiera acordarme”.
La irrupción del pasado es permanente. La soledad que atraviesa el Mocito se debe en parte a la pérdida de su familia como consecuencia de sus acciones pasadas y del llamado de la justicia, que tuvo como efecto el alejamiento de su mujer y de su hija. Somos testigos de un encuentro con esta última en una kermese, no se nos permite oír las palabras que intercambian, pero sí observar una comunicación corporal marcada por la tensión y el movimiento pendular entre distancia y acercamiento. Otra escena se suma para dar cuenta del estado de las relaciones familiares: un pariente lejano brinda su testimonio sobre la vergüenza que la participación de Jorgelino en los servicios de inteligencia representó para una familia que vivió la dictadura como una sucesión de hechos inhumanos.
El pasado también reaparece a través del espacio: el Mocito recorre un antiguo centro de detención clandestino y describe algunas de las modalidades de tortura allí practicadas. Sin mostrar dolor o pesadumbre, relata la diversidad de torturas de un modo casi técnico, frío y burocrático. Aunque algunos silencios prolongados nos hacen pensar que hay lugar para la conmoción y el arrepentimiento. El encuentro con el señor Morales, agente de la DINA acusado de la desaparición y asesinato de Díaz, es uno de los momentos más difíciles que Vergara debe atravesar. Jorgelino es parte del proceso de juzgamiento de Morales, lo reconoce en un álbum de fotos de agentes de la DINA frente a la justicia y hacia el final del film nos enteramos que Morales fue condenado gracias a su testimonio; aunque extrañamente el encuentro se observa casi como uno entre dos viejos amigos. Se declaran cariño y respeto mutuo, y a través de las palabras de Morales, como parte de un mismo bando, los dos culpables, los dos siendo procesados.
Como el tormento permanente es insostenible, tiene lugar una búsqueda de aislamiento. La naturaleza emerge como un espacio atemporal y calmo que aparta a Jorgelino del trauma del presente en su relación con el pasado. Rodeado de inmensos paisajes compuestos a través de planos generales, observamos su costado más salvaje cuando caza animales y practica artes marciales. Estos momentos son capturados en una modalidad observacional, es aquí cuando las huellas de los directores se borran por completo y el sonido ambiente del viento y los machetazos nos hace sentir como si estuviéramos allí, compartiendo el tiempo y el espacio con Jorgelino. Si bien sus acciones pueden asociarse a la brutalidad que podría haber sido empleada en la tortura, es también una huida de la tensión entre los tiempos, entre el pasado y el presente, que se ubica en ámbitos urbanos en el encuentro con los otros. Aquí es relevante el montaje: la primera escena en el mundo natural es antecedida por un escrache realizado por familiares de detenidos-desaparecidos en pleno centro de Santiago. Así, surge con fuerza el contraste entre ambos lugares y temporalidades.
El pasado irrumpe en forma trágica y dramática, pero al mismo tiempo es resignificado para permitir la redención de Vergara. Es el encuentro con los hijos de Daniel Palma, preso político, detenido, desaparecido, torturado y asesinado, el que representa la posibilidad de redescubrir a Jorgelino. Los hijos de Palma, agradecidos, ya que el Mocito fue la primera persona que reconoció a su padre en frente de la justicia y aceptó hablar con ellos, le piden los nombres de sus torturadores. El rostro de Daniel Palma fotografiado en primer plano instiga a Jorgelino a tomar un papel y escribir los nombres de sus asesinos, enumerándolos con precisión al tiempo que permanecen ocultos para el espectador. “¿Qué cosa decente puede hacer uno con esto que ya pasó?”, pregunta uno de los hijos. Hacia el final del documental, que aquí funciona como registro de la justicia y de la historia, nos enteramos que las diferentes denuncias, posibles gracias a los aportes de Jorgelino, permitieron el procesamiento de setenta y cuatro agentes de la DINA y la condena a quince años de prisión de Morales.
A pesar de los acontecimientos que aparecen como momentos de búsqueda de redención, no hay lugar para un juicio final. Nos encontramos con intersticios caracterizados por una opacidad que, en tanto espectadores, nos impide pronunciarnos a favor de una valoración definitiva. Son numerosas las escenas en las cuales no podemos acceder a las palabras de Jorgelino, sino que solo nos resta imaginarlas. Estas escenas se construyen a través de largos primeros planos en los cuales el Mocito permanece en silencio y pensativo.
Entendemos que, como documental reflexivo, considerando la modalidad planteada por Bill Nichols, El mocito cuestiona la posibilidad de un acceso realista al mundo, en este caso al mundo de la subjetividad; a pesar de que a lo largo de la película se nos invita a acompañar a Jorgelino durante sus abigarrados trayectos y escuchar su relato de carácter reticente, el acceso a lo que realmente piensa y siente nos resulta inabordable. Y así también, al no poder conocer ese interior, el documental nos muestra la inerradicable dificultad que significa tomar una posición definitiva sobre el arrepentimiento del protagonista acerca del proceso en el que se vio involucrado.
El pasado también se cuela a partir de las fotografías que retratan a Vergara. En una de ellas se encuentra usando una típica boina de soldado y portando un arma junto al bolsillo de su pantalón. En la mayor parte del documental aparece con la cabeza descubierta o bien portando un sombrero de ala. Sin embargo, hacia el final recupera su apariencia anterior: se afeita cuidadosamente y vuelve a colocarse la boina. La última escena lo registra al costado de la ruta; en la cabeza lleva la boina mientras en la mano sostiene el sombrero de ala, condensándose así una imagen metafórica de la esquizofrenia que padece Jorgelino generada por la convivencia de dos hombres en su interior. Ya en el micro, se coloca el sombrero mostrando una actitud de sigilo y reflexión, provocando nuevamente una actitud de duda y sospecha en el espectador.
El documental ha sido entendido como un discurso con características retóricas que busca convencernos o persuadirnos sobre algún tipo de verdad, postura, ideología o evidencia. En El mocito observamos la centralidad de una subjetividad, en este caso la del sujeto del documental, que no se constituye como centro ordenador de una argumentación clara. Es la duda, la incertidumbre permanente y el impedimento de aprehender y abordar una verdad en su totalidad lo que caracteriza la voz de este documental.
¿Cómo se diluye la tensión entre el Jorgelino de la dictadura y el actual? Es imposible hacerlo y permanece como un conflicto irresoluble. Algo que sí ha cambiado es nuestra visión sobre el personaje, desde aquella primera afirmación sobre la participación involuntaria en asesinatos y torturas que podía habernos provocado una mezcla de duda, desprecio y rechazo, hemos transitado un camino que nos condujo, a través de una pluralidad de experiencias, encuentros y relatos, a aceptar la angustiante y perturbadora imposibilidad de encontrar un sentido único que nos permita apropiarnos de una verdad o explicación definitiva. |