critica
Yatasto
(Hermes Paralluelo, 2011)

Ricardito (10 años), Bebo (14 años) y Pata (15 años) son carreros. Se dedican a recolectar, reciclar y vender (o consumir) los productos que los habitantes del centro de la ciudad de Córdoba convierten en basura. Su cotidianidad consiste en el viaje del suburbio al centro, donde se delimita el espacio del trabajo como recorrido; un camino que en sus diferentes etapas implica saberes específicos. Primero, en la salida, hay que esquivar los pozos de las calles de tierra para que el caballo no sufra lesiones. Luego, sobre el asfalto de la zona céntrica, hay que evitar que el caballo se vuelque sobre los autos. Por último, en el regreso, hay que lograr que el carro —ahora repleto— se mantenga estable, para que una vez en el lugar de origen se clasifiquen los materiales según su utilidad. El aprendizaje de estos conocimientos es adquirido en primera instancia por la experiencia cotidiana al exponer el cuerpo en el trabajo —que participa cuando el jinete toma las riendas del caballo a partir de una técnica específica—, y en segundo lugar por la palabra, en su forma principalmente lúdica, donde interviene el reto y el insulto. Sin embargo, la función educadora se vuelve más clara en la síntesis de estas dos vías, es decir, en la voz de la experiencia: la abuela de Ricardito, que pareciera que desde siempre se ha dedicado a ésta profesión y por lo tanto conoce el oficio en sus detalles más precisos, se permite corregir y aconsejar a su nieto sobre la marcha. Entre ellos dos no hay golpes ni retos agresivos sino que, durante ese instante en que se prolonga el viaje, aparece el reconocimiento de una figura mayor que aconseja con profundo amor, y es allí el único momento en que Ricardito se permite el capricho en el modo más infantil. En esta distancia entre dos generaciones se produce un salto que evidencia una ausencia, aquella que media entre nietos y abuelos es la clave que permite dar forma a un relato donde la figura del padre se hace presente como falta, como fuera de campo al que se alude sólo mediante la palabra en la forma de recuerdo o en la forma de proyecto futuro. Ricardito recuerda las borracheras de su padre como una constante a lo largo de su corta vida, pero también fantasea con el viaje a Santiago del Estero que van a realizar juntos. Un viaje que nunca será representado, sino evocado hacia el final de la película mediante el relato de Ricardito.
En Yatasto la configuración del mundo y la organización de la mirada corresponde al universo de la infancia, sin embargo, es una infancia parcialmente negada, desplazada o limitada por las condiciones de existencia, o simplemente es otra infancia posible. Si bien los niños asumen la dimensión de la adultez expresada en su peor manifestación —el trabajo infantil—, nunca dejan de realizarse en la dimensión que les corresponde: la lúdica, donde se pone en juego la imaginación y la fantasía. Es en el encuentro de ambas dimensiones donde se constituye cada uno de los personajes. Ricardito reflexiona conscientemente sobre la borrachera de su padre y se levanta a la madrugada para ir trabajar, Bebo se burla de la incapacidad de su padre al perder el caballo, y la hermana de Ricardito es quien le aconseja que vaya a la escuela y le arma el bolso para el viaje. Sin embargo, los niños sueñan con otra forma de existencia, desde pequeños proyectos que mejorarían su calidad de vida (crear más habitaciones y ventanas a su casa, incluso una para el caballo Yatasto) hasta la fantasía de convertirse en jockey. En este ida y vuelta entre fantasía y realidad, a la pregunta que tantas veces se ha hecho la historia del cine documental —¿Cómo filmar la pobreza?— la película opta por la solución más justa: no responderla, es decir, no responderla de manera prescriptiva ni con pretensión universalista. Yatasto no es una película sobre la pobreza (personajes amorfos que todos sufren por igual) sino sobre Ricardito, Bebo y Pata, por lo tanto, el miserabilismo y la mirada lastimosa no son sugeridos por las imágenes. Yatasto tampoco esquiva la asunción de la pobreza como problema social, sino que primero realiza el paso previo: darle entidad a unos sujetos que viven, hablan, trabajan, se relacionan, se ríen, proyectan, dudan, tienen miedos, pero cada uno de ellos según particularidades específicas que se encuentran cuando el relato los pone en escena. La cámara fija y frontal viaja sobre el carro de cara a los personajes registrando sus conversaciones en el medio sobre el que se configuran sus vidas. Cuando Ricardito manifiesta "yo voy ser jockey", la abuela le contesta "ser jockey es una cosa, y ganarse la vida en el carro es otra". Esa distancia en los niños entre la conciencia del mundo laboral y del mundo fantástico que oscila acercándolos y alejándolos, es la que mejor expresa el concepto -que debiera existir solo como oxímoron- de trabajo infantil. La película no diluye el problema sino que da cuenta de él a partir de los modos de existencia. Ricardito, rodeado de los diferentes fragmentos de objetos metálicos que alguna vez tuvieron función práctica y que él "cirujió" durante el día, ahora hace música con ellos y la película le dedica una escena de larga duración; incluso, el tema final que cierra los créditos es de su autoría.
La dimensión ética con la que todo documental se enfrenta al representar y presentar los sujetos en algún momento anónimos que a la hora de constituirse el relato se instituyen en protagonistas de una historia, parece cifrarse en Yatasto en la voluntad por restituir en esa nueva historia las vidas que han sido (y son) negadas por la Historia, por las condiciones económicas que los excluyen y por la conformación de ese otro gran relato que los omite, que no los narra, y si lo hace los banaliza. Si, como dijimos, la propuesta de la película es conformar el mundo que va a ser contado desde una mirada que introduzca a los personajes desde sus acciones y experiencia cotidiana, es el plano inicial —donde desde la oscuridad se descubre progresivamente a los niños calentándose junto a un fuego en la noche— el lugar donde se toma posición sobre cuál es el sitio que va a tomar la enunciación. Como si estuviese buscando la distancia justa entre la invisibilización (no en el sentido de negación de su estatuto de artificio e intervención sobre la realidad y el material que conforma a partir de ella) y cierta presencia que acecha. No como intruso, pero si como alguien que ha logrado entrar a un lugar que no es el de su cotidianidad. Un extraño que asume su responsabilidad ante lo que mira logrando el equilibrio que lo aleja tanto del exotismo distante como de la intromisión violenta. Un plano general paradójicamente cercano.

 

Iván Morales


Ficha técnica:
Dirección: Hermes Paralluelo. Guión: Jimena González Gomeza, Hermes Paralluelo y Ezequiel Salinas. Producción: Juan Carlos Maristany. Dirección de Fotografía y Edición: Hermes Paralluelo y Ezequiel Salinas. Año: 2011. Origen: Argentina. Duración: 95 minutos.