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Políticas figurativas de la otredad en el documental argentino contemporáneo: Bonanza (en vías de extinción) (2001) y El etnógrafo (2012) de Ulises Rosell. 

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Mariano Véliz

 

Resumen

Dos documentales dirigidos por Ulises Rosell, Bonanza (en vías de extinción) (2001) y El etnógrafo (2012), permiten contrastar diversas políticas figurativas de la otredad presentes en el documental argentino contemporáneo. Por una parte, en ambos textos fílmicos se postulan reflexiones en torno a la visibilidad. En este sentido, la recuperación de las categorías teóricas y críticas propuestas por Georges Didi-Huberman y Jean-Louis Comolli ilumina la posibilidad de analizar esta visibilidad en relación tanto con un marco histórico-social orientado a la visibilidad absoluta como con elecciones político-estéticas. Por otra parte, también resulta central la problemática de lo audible. Por este motivo, la exploración de ambos films puede partir de la asignación de la voz a, y la circulación de la palabra entre, los actores sociales.

Palabras clave

Otredad, políticas figurativas, cine documental, visibilidad, audibilidad.

Summary

Two documentaries directed by Ulises Rosell, Bonanza (en vías de extinción) (2001) and El etnógrafo (2012), allow contrast different figurative politics of otherness in contemporary Argentine cinema. On one side, in both films are postulated reflections around visibility. In this sense, the recovery of theoretical and critical categories proposed by Georges Didi-Huberman and Jean-Louis Comolli allows analyze this visibility in relation to a historical setting tending to the absolute visibility and in relation to a political and aesthetic elections. On the other side, the problem of audibility is also central. For this reason, the study of both films focuses on the attribution of the voice and the circulation of the word between social actors.

Key Words

Otherness, figurative politics, documentary film, visibility, audibility.

Resumo

Dois documentários dirigidos por Ulises Rosell, Bonanza (en vías de extinción) (2001) e El etnógrafo (2012), permitem comparar diferentes políticas figurativas da alteridade no documentário contemporâneo argentino. Por um lado, em ambos os filmes surgem reflexões sobre visibilidade. A este respeito, a recuperação das categorías críticas e teóricas do Georges Didi-Huberman e Jean-Louis Comolli possível analisar essa visibilidade em relação a um contexto histórico tendendo a visibilidade absoluta e em relação a eleições estéticas e políticas. Por outro lado, também é central a problemática da audibilidade. Por este motivo, o estudo de ambos os filmes leva em conta a atribuição de voz e a circulação da palavra entre os atores.

Palavras-chave

Alteridade, políticas figurativas, documentários, visibilidade, audibilidade.

Datos del autor

Doctor en Historia y Teoría de las Artes (FFyL, UBA), investigador del Instituto Interdisciplinario de Estudios sobre América Latina. Docente de las carreras de Artes, Letras y Diseño de Imagen y Sonido de la UBA. Un primer esbozo del artículo fue presentado en el I Congreso Internacional de Geofilosofía del Cine en julio de 2015.

 

Fecha de recepción: 10 de octubre de 2015.

Fecha de aprobación: 1 de noviembre de 2015

 

 

                           “un filme solo tendrá justeza política si devuelve su lugar y su rostro a los sin nombre, a los sin parte de la representación social habitual”

(Georges Didi-Huberman, Pueblos expuestos, pueblos figurantes, 163).

 

 

La variabilidad de las políticas figurativas de la otredad presentes en el cine documental argentino contemporáneo fisura cualquier intento de sistematización. Ante la multiplicidad de estrategias y frente a la disgregación de las modalidades de abordaje, me propongo analizar dos films realizados por un mismo cineasta, Ulises Rosell, para explorar en ellos las tensiones derivadas de la configuración visible y audible de la alteridad. Indagar sobre la conformación de cierto régimen de visibilidad y de determinada política de lo audible constituye un punto de acceso privilegiado para evaluar las diversas maneras en las que el documentalismo argentino reciente se imbrica con la problemática de la otredad. Al respecto, la oscilación entre Bonanza (en vías de extinción) (2001) y El etnógrafo (2012) permite analizar el quiebre de la transparencia de la representación documental, central en los regímenes escópicos televisivos-informativos, y retomar el debate en torno al carácter visible y audible de la otredad[1].

A su vez, una aproximación a la otredad atenta a la repartición de lo sensible[2], es decir, a la puesta en circulación de lo que puede escucharse y verse, implica una variación sobre el vínculo arte-política. En este sentido, toda reflexión acerca de las figuraciones de la otredad conduce a interrogar la precisión, o la justeza, política de esa propuesta. En contraposición con ciertas figuraciones convencionalizadas y cristalizadas de la otredad de clase (aquellas que oscilan, básicamente, entre la criminalización y la victimización[3]), se pretende recuperar ciertos textos fílmicos que experimentaron con la posibilidad de introducir un quiebre en el universo de esas representaciones codificadas. Esa ruptura en el orden de las continuidades puede adquirir distintas manifestaciones, aun en el interior de la filmografía de un mismo cineasta. De este modo, el artículo se apropia de una certeza esgrimida por Jacques Rancière: una política de la estética emerge cuando “las formas nuevas de circulación de la palabra, de exposición de lo visible y de producción de los afectos determinan capacidades nuevas, en ruptura con la antigua configuración de lo posible” (2013: 65).

Bonanza (en vías de extinción): el retrato singular de la otredad

El estallido de las políticas neoliberales producido en Argentina desde la clausura del siglo XX impulsó la emergencia de un cine documental potentemente testimonial. En ese contexto, se instaló la necesidad de dar visibilidad a las periferias del cuerpo social y a los sujetos arrasados por la crisis. La atención a esa urgencia condujo a la proliferación de documentales dedicados a la observación empática de estos actores sociales.[4] Esta mostración se complementó con una estrategia de invisibilización del realizador. La presencia ausente del documentalista se concibió como el requerimiento clave para posibilitar la cesión de la imagen. En gran medida, estos documentales descansaban en una asunción: la visibilización constituía en sí misma un gesto político revulsivo que desbarataba las políticas de invisibilización instauradas por el neoliberalismo y sus derivas estéticas. El borramiento discursivo, extensión del económico y social, fue refutado por el cine documental argentino a través de la implementación de un régimen escópico centrado en la asignación de visibilidad a las subjetividades minoritarias y del establecimiento de políticas de lo audible organizadas en torno a la atribución de la voz narrativa y argumentativa a estos actores de los contornos sociales.[5] De manera simultánea, otra corriente documental retomó la senda de las experimentaciones del cine de concientización social representado por la Escuela Documental de Santa Fe, y su radicalización por parte del cine militante realizado desde fines de los años sesenta, a través de la proposición de documentales fuertemente argumentativos y orientados a la persuasión de sus espectadores[6]. En el marco de estas búsquedas, Bonanza (en vías de extinción) (Ulises Rosell, 2001) permite percibir tanto la heterogeneidad de las propuestas estéticas circulantes como la posibilidad de agrietar las estrategias dominantes.Veliz Bonanza (Ulises Rosell, 2001) (2)

El subtítulo del documental introduce una hipótesis contundente acerca del universo social abordado. La familia Muchinsci habita unas ruinas compuestas por los restos más degradados del capitalismo. Sus integrantes (“Bonanza” y sus hijos Norberto y Verónica) son en sí mismos un descarte de la estructura capitalista. Existentes en un territorio exterior al sistema económico productivo, comercializan autopartes de vehículos derruidos y montan un local callejero de venta de animales. En el ejercicio documental emprendido por Rosell, los desperdicios de los autos conforman naturalezas muertas que materializan la devastación socio-económica y entran en tensión con la prolífica naturaleza circundante.

Los actores sociales son caracterizados como participantes de un estado de naturaleza. En el film se despliega una atención minuciosa a sus tareas cotidianas y a su intercambio fluido con los animales que los rodean. Desde las innumerables mascotas familiares hasta las yacarés y aves que cazan y venden, pasando por las liebres que cazan y comen, los integrantes de la familia Muchinsci establecen una convivencia armoniosa y conflictiva con la naturaleza de (y en) la que viven. Así, se asiste a un estilo de vida en el que confluyen los excedentes de la modernidad capitalista y el arcaísmo de la caza y la pesca.

Si bien la construcción de Bonanza se basa en la observación continua de estos actores sociales y sus condiciones socioeconómicas y culturales, este posicionamiento resulta agrietado mediante la configuración de un dispositivo óptico y sonoro que complejiza la mera observación y problematiza la confianza en el acceso irrestricto a la otredad. En esas fisuras se encuentra la clave para desmontar la imposición contemporánea del régimen escópico informativo de la visibilidad absoluta. En este sentido, resulta necesario recuperar el abordaje propuesto por Jean-Louis Comolli en Corps et cadre (2009). En los artículos allí reunidos, Comolli reflexiona en torno a la obligatoriedad actual de hacer “todo” visible. Esta configuración del mundo como espectáculo se organiza en torno a tres ilusiones: la ilusión de totalidad, la ilusión de continuidad y la ilusión de plenitud. En el marco de esa tendencia a lo visible de alcance ilimitado, se introduce la exigencia de la visibilización de la otredad. Al respecto, Comolli se pregunta si esta exigencia, en apariencia gestada como una reacción ante las políticas de invisibilización y desaparición operadas desde el poder, no puede funcionar como una herramienta de control y destrucción. Atento a este riesgo, interroga la posibilidad de pensar nuevas estrategias de visibilidad, recursos innovadores de participación en el espacio público, en la circulación de imágenes y en la proliferación de discursos que evadan el funcionamiento reticular de las instituciones. En esta dirección, Bonanza puede constituir un territorio idóneo para analizar ciertos procedimientos que permiten desarticular la observación y generar políticas figurativas de la otredad alejadas de la mencionada obligación de la visibilidad absoluta.

Veliz Bonanza (Ulises Rosell, 2001)Esta exigencia de hacer completamente visible a la otredad suele justificarse en función de un derecho a la imagen. En Pueblos expuestos, pueblos figurantes (2014), Georges Didi-Huberman despliega un análisis de este derecho a partir de la recuperación de la estética benjaminiana. Si en su célebre “La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica” (1936) Walter Benjamin plantea la oscilación entre el valor cultual y el valor de exposición como eje para estudiar la historia del arte, Didi-Huberman se apropia de esta tensión para pensar el arte y la política contemporáneos. En consonancia con lo planteado por Benjamin, el valor de exposición, en este sentido, puede constituir un criterio válido para evaluar el funcionamiento de las democracias modernas. Si estas ejercitan una práctica distributiva de lo visible y lo invisible, lo audible y lo inaudible, lo perceptible y lo imperceptible, son las responsables de dejar ensombrecidos, ocultos o no representados, a numerosos sectores sociales. Pero, a su vez, si cada uno puede reclamar legítimamente su derecho a la imagen, eso no regula el uso que puede hacerse de esta. Por este motivo, Didi-Huberman precisa que esa reivindicación “puede llevar tanto a lo mejor como a lo peor, según que los pueblos sean simples juguetes puestos en escena por un jefe (pensemos en el ejército de trabajadores de El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl) o los auténticos actores de su exposición (pensemos en las muchedumbres de Octubre o La huelga)” (2014: 28). Ante esta disyuntiva, Didi-Huberman interroga las formas posibles de hacer visibles a quienes carecen de exhibición o son víctimas de las representaciones institucionales impuestas sobre ellos. Si bien asiente que el cine puede apropiarse del deber de dar visibilidad a la otredad, postula que en ese intento corre una serie de riesgos difíciles de sortear, como la sumisión de los actores sociales a los estereotipos circulantes, su criminalización o su opuesto complementario, su victimización.

En este sentido, en Bonanza se lleva a cabo una estrategia que entra en sintonía con las implementadas en otros documentales argentinos recientes: la valoración de la extrema singularidad de los actores sociales. Al respecto, en un análisis de Estrellas (Federico León, Marcos Martínez, 2007) y Copacabana (Martín Rejtman, 2006), Ana Amado puntualiza una diferencia entre los abordajes actuales y los recurrentes en el Nuevo Cine Latinoamericano de los años sesenta: en tanto en este se propendía a la síntesis y cada personaje se concebía como una condensación de un grupo, una clase o una época, en el cine contemporáneo “importa más pensar en personajes singulares que plantean una interrogación particular al mundo (Estrellas), o permiten interrogar al mundo y sus formas a través de sus experiencias (Copacabana)” (2009: 182)[7].

En este caso, “Bonanza” no solo está individualizado, sino que el documental se concibe como su retrato. El registro detenido de su rostro desmantela cualquier resabio estereotípico. Así, se privilegia una estrategia potente para resistir desde la imagen a su propia capacidad, o tendencia, a la construcción de tipos: el retrato como género permite asignar, desde el título, un nombre al sin nombre y una imagen al no representado o exhibido. A su vez, no se trata de un retrato que particularice solo su rostro, sino que concibe al cuerpo entero como rostridad. En esta dirección, resulta conveniente recuperar el estudio de la serie fotográfica “Faces”, de Philippe Bazin, tramado por Didi-Huberman (2014). El autor, allí, discrimina dos estrategias de encuadre que descomponen los esgrimidos desde el poder institucional: un encuadre de detalle, focalizado en la conformación del rostro como residuo y resistencia, y un encuadre ampliado, dedicado a relevar la imbricación de los cuerpos y los espacios. En Bonanza, el retrato bascula entre ambas modalidades, aunque se privilegia el encuadre ampliado que logra convertir al cuerpo entero en objeto del retrato y, al mismo tiempo, incluye al entorno como parte de este. El plano general, aun en su alternancia con los primeros planos, permite así inscribir la exclusión en los rostros y los cuerpos, así como en los espacios y los objetos.

En la repartición de lo visible llevada adelante en Bonanza, la atribución de visibilidad a los actores sociales se contrapone a una configuración notoria del fuera de campo. De este modo, el documental no solo quiebra el régimen escópico de la visibilidad absoluta, sino que adquiere sentido a través de su intervención sobre la distribución instaurada de lo perceptible. Así, aquello que se presenta como ausencia en el documental es lo que está omnipresente en los paisajes urbanos y en las imágenes del consumo. Rosell construye la potencia del fuera de campo a través de la emergencia en el cuadro de los descartes del capitalismo. Esos objetos derruidos figuran lo ausente: la sociedad de consumo de donde provienen esos materiales, el centro urbano del que proceden las mercancías cuyos restos pueblan el asentamiento precario donde vive la familia Muchinsci. El afuera invisibilizado (los incluidos, el consumo, la ciudad), sin embargo, no deja de actualizarse por la irrupción permanente de sus resabios. El mapa social de los márgenes, al igual que sus habitantes, se conciben como los remanentes no buscados del capitalismo circundante.[8]

En relación con los riesgos derivados de las políticas figurativas basadas en la visibilización, es posible recuperar un interrogante que asedia los artículos de Comolli: ¿cómo evitar que hacer visibles a los actores sociales suponga su puesta en peligro? Al igual que Didi-Huberman, Comolli prioriza la vulnerabilidad derivada de la exhibición. La visibilización puede propiciar la clasificación y el control, así como la persecución y el exterminio. En concordancia con esta preocupación, en Bonanza se asiste a la instauración de otro procedimiento tendiente a diluir el efecto disciplinario del régimen escópico de la visibilidad absoluta: la negativa a ubicar espacialmente el asentamiento de los actores sociales. La supresión de las coordenadas espaciales promueve el resguardo de la otredad, su evasión en relación con el dispositivo visual policial-informativo.

Los procesos de repartición de lo visible encuentran su complemento en los que regulan el acceso y la circulación de la palabra. En esta dimensión, se acentúa la solidaridad con los actores sociales. Esta empatía se manifiesta en distintas dimensiones, como los elementos gráficos que reproducen la oralidad (“La Vero” al presentar a la hija), la cumbia como música extradiegética[9] y la recurrencia al subtitulado cuando la calidad del sonido no permite la correcta comprensión de lo dicho.

A su vez, la política de lo audible se concentra en la puesta en circulación de la palabra de estos actores sociales. Bonanza se apoya en la movilización de la palabra, en la asignación de un rol discursivo activo a estos actores habitualmente silenciados y que no disponen de la posibilidad de hacer oír su voz. Y no se trata solo de la voz de “Bonanza”, sino también de las de sus hijos y otros integrantes de la comunidad donde viven. Esas voces, presentadas como falsos monólogos o como diálogos a los que asiste el cineasta, inscriben en el cuerpo del documental las hablas populares y las inflexiones locales.

Sin embargo, esas palabras evaden tanto la tentación de la victimización como la justicia de la denuncia. No se trata de discursos que expliciten un reclamo por sus condiciones materiales de existencia, ni se incluyen referencias al universo exterior recluido en el fuera de campo. De este modo, en Bonanza se problematiza la relación conflictiva entre lo dicho y lo no dicho. Alejado de la declamación y la declaración, “Bonanza” solo esgrime, sobre el desenlace, un diagnóstico relativo al proceso agravado de degradación social. En esa conclusión, huye de la posibilidad de ser percibido como representante auto-erigido de los sin nombre; aunque exhibe, en la ausencia de la denuncia verbal, las fotos de su infancia y de la niñez de sus hijos. En esas imágenes del pasado se materializa el gesto de caída, la decadencia de los cuerpos, los rostros y los espacios.

En este relevo entre la palabra y la imagen, entre lo visto y lo no dicho, se manifiesta una política figurativa de la otredad enfocada en problematizar el régimen escópico policial-informativo de la visibilidad absoluta y dedicada a intervenir en la reconfiguración de lo audible. Ante el diagnóstico sumario introducido por el subtítulo del documental (en vías de extinción), se manifiesta la capacidad del arte para propiciar una exposición de los pueblos atenta a desmontar la distribución de lo visible y lo audible instaurada desde el poder. En esa apropiación se cifra, finalmente, la posibilidad de modificar el territorio mismo de lo pensable y lo actuable.

 

El etnógrafo: la mediación (maquínica y subjetiva) hacia la otredad

El ejercicio de carácter pseudo-etnográfico emprendido en Bonanza resulta un auto-referente de confrontación para El etnógrafo. El diálogo entre ambos documentales gira en torno a una pregunta que explicita Comolli en Corps et cadre: ¿es posible pensar estrategias que no impongan la desaparición de la voz propia para hacer oír la voz del otro? ¿Es posible posicionar la propia voz como mediadora de la voz del otro? En este sentido, todo acercamiento a las políticas figurativas de la otredad se sostiene sobre una reflexión acerca del funcionamiento del dispositivo cinematográfico y del discurso documental. La concepción de Comolli del cine como una máquina de visión y, por lo tanto, de carácter ideológico, conduce a la necesidad de precisar y marcar la mediación maquínica. Si “ver” en el cine implica siempre “ver a través de”, entonces se impone el deber de pensar de qué maneras el cine interroga sus propias formas de ver. Este requerimiento inscribe un dilema estético y político relevante: cualquier texto fílmico que invisibilice tanto sus condiciones de existencia como el funcionamiento del dispositivo cinematográfico, se entronca, tal vez a su pesar, con las tecnologías informativas, los regímenes escópicos de la visibilidad absoluta y las diversas modalidades de espectacularización y mercantilización de la imagen.[10]

En vinculación con esta necesidad de problematizar la construcción documental y la posición (no solo) enunciativa del cineasta, en El etnógrafo se ensaya una estrategia centrada en el establecimiento de una estructura triangular. Así, el film se articula en torno a las múltiples relaciones conflictivas que se traman entre la comunidad wichi Lapacho Mocho, el antropólogo inglés John Palmer y el documentalista. A diferencia de la búsqueda de una aproximación directa, aquí se postula la imposibilidad de un acceso irrestricto a la otredad radical.[11] La recurrencia a la triangulación no solo conduce al quiebre de la tradicional estructura binaria que regula la relación Mismo-Otro, conservada lateralmente en Bonanza, sino que señala los procesos de mediación (maquínica y subjetiva) inevitables en estos enlaces. La recurrencia a Palmer como figura material del entre-medio permite evadir el peligro de convertir a Rosell en un etnógrafo y promueve la multiplicación de los vínculos de alteridad. Cada uno de los integrantes de la mencionada tríada funciona como Otro para los demás. En esa proliferación, se subraya el carácter relativo y mudable de las figuras de lo Mismo y lo Otro. Sin embargo, en todos los casos, John Palmer se ubica en un territorio lindero y resulta concebido como un confín que marca tanto la cercanía como la distancia entre los actores.

Veliz El etnógrafo (Ulises Rosell, 2012) (2)El antropólogo no solo constituye un nexo, sino que la propia visibilidad de los wichis depende de su percepción. El antropólogo funciona como un filtro visual que permite acceder a la comunidad Lapacho Mocho. En una escena clave, se recurre al procedimiento del plano-contraplano para configurar el punto de vista perceptivo de Palmer. A un primer plano de su rostro, mientras viaja en un vehículo, le sigue un plano subjetivo del paisaje visto desde el interior del transporte. De esta manera, el film experimenta con la posibilidad de conformar una subjetividad también en términos visuales. Esta emergencia de una percepción subjetivada pone de manifiesto el interés por compartir la mirada del antropólogo. Así, el acceso siempre parcial a los wichis señala con precisión el límite de lo visible. La visión tendida sobre los integrantes de la comunidad resulta ineludiblemente fragmentaria y lateral. La mirada de Palmer anticipa, duplica y distorsiona la mirada documental. Este primer filtro que obstaculiza el acceso a los wichis instaura una crítica al imperio contemporáneo de lo visible. De este modo, el documental dirigido por Rosell se pliega a la denuncia propuesta por Comolli acerca de la ingenuidad de creer en la potencia irrecusable de hacer visibles a los Otros.

En este sentido, en El etnógrafo no sólo se plantean diferentes estrategias para evadir ese riesgo, sino que se asiste a las consecuencias de los regímenes de la visibilidad absoluta. La comunidad Lapacho Mocho se encuentra atravesada por una paradoja: no ser vistos parece condenarlos a desaparecer, pero, a su vez, cuando las instituciones los hacen visibles, se incrementa aún más este peligro. Hacer perceptible a la comunidad implica dar comienzo al ejercicio del poder reticular institucional y su potencia exterminadora. La fijación espacial y las taxonomías policiales son habilitadas gracias a la visibilización. La llegada de la justicia argentina supone el inicio de la regulación burocrática y fotográfica de sus identidades.[12]

Ante la inminencia de esta amenaza, al igual que en Bonanza, la estrategia del documental consiste en desmantelar la hegemonía de la visibilidad absoluta a partir de un empleo sistemático del fuera de campo. Así, se recupera la concepción del cine como un arte sustractivo. En contraposición con la lógica aditiva de los regímenes escópicos de carácter informativo y policial, el cine compone los procesos de atribución de sentido mediante distintos recursos de sustracción. En el repertorio de sus procedimientos sustractivos, el fuera de campo detenta un espacio privilegiado. La alternancia de lo presente y lo ausente, lo visible y lo no visible, lo actualizado y lo no actualizado, resulta nodal en la configuración documental. Al respecto, Comolli señala que esta “disyunción conjuntiva” es la articuladora del discurso cinematográfico, en oposición al funcionamiento del discurso televisivo (passim 2012).

En El etnógrafo, tres dimensiones espaciales, pero también culturales, sociales, ideológicas y estéticas, se configuran a través del recurso al fuera de campo. En primer lugar, el país de origen del antropólogo, Inglaterra. Este fuera de campo resulta conformado por una llamada telefónica a su madre y por la llegada de unos regalos que ella envía desde allí. La importancia del diálogo es notable porque señala el relato épico que se construye, a la distancia, sobre el trabajo de Palmer. Este carácter épico se distingue de la percepción construida por el documental desde la cotidianeidad. En el relato elaborado por su madre, John es el héroe que consigue derechos para los wichis, concebidos como una entidad pasiva e indefensa. Esta primera articulación del fuera de campo colabora con la definición inicial del antropólogo como Otro en el marco de la comunidad wichi.

En segundo lugar, también el espacio del poder económico que se apropia de las tierras se configura como fuera de campo. En el documental no se muestra a las empresas de origen chino, aunque radicadas en la capital, dedicadas a la expoliación del suelo, pero sí a los subordinados encargados de llevar a cabo sus tareas en ese territorio. En su aparición corporal se manifiesta el abismo que se abre entre John, los wichis y los dominios desde los que se opera el poder del capital. Así, se asiste a la marcación topográfica de esa relación de otredad estallada, multiplicada. De esta manera, se precisa la existencia de una batalla identitaria centrada en definir quién es el Otro en esa tierra: los wichis, John (definido como su aliado y vocero) o los representantes del poder económico.

En tercer lugar, al igual que en Bonanza, el espacio de la enunciación cinematográfica permanece en un fuera de campo conformado por las miradas y los testimonios de Palmer y los wichis. Sin embargo, su importancia es capital dado que establece la mencionada tríada que desregula el funcionamiento del vínculo Otro-Mismo. A su vez, una reflexión sobre la repartición de lo visible en El etnógrafo debe subrayar el pudor de los wichis y su estrategia de no sostener la frontalidad de la mirada. En este gesto recurrente se asiste a una nueva distribución de lo visible, dado que los sujetos visibilizados son renuentes a mirar a sus interlocutores (tanto a John Palmer como a los entrevistadores, a pesar de que las entrevistas son presentadas como falsos monólogos). En la interacción de estas tres manifestaciones del fuera de campo se asienta un régimen de lo visible atento a subrayar sus propias limitaciones. De este modo, en la práctica sustractiva emprendida en El etnógrafo se señala la necesidad de puntualizar lo ausente, lo no representado, y se postula a lo invisible como condición de posibilidad de lo visible.

Veliz El etnógrafo (Ulises Rosell, 2012) (3)En concordancia con esta estética sustractiva, la política de lo audible puesta en juego también indica la conformación de un acceso parcial, fragmentario e incompleto a la otredad. En su inicio, la voice over en inglés de John Palmer anticipa el abismo idiomático que se presentará, a lo largo del documental, como trazo lingüístico de la alteridad. El idioma inglés lo posiciona en un espacio otro tanto en relación con la comunidad Lapacho Mocho como en relación con su inclusión en un documental argentino. La otredad se piensa, en esta instancia inaugural, en términos discursivos. A partir de allí, dado que el antropólogo es trilingüe, se concibe no solo como un enlace, sino como un traductor. La voz de los wichis se introduce en el documental a través de la mediación de Palmer. Su carácter lindero se manifiesta también en esta vinculación con el lenguaje. Al mismo tiempo, los tres idiomas articulados en El etnógrafo se enlazan, mayoritariamente, con alguna dimensión experiencial diversa: el español está orientado a reponer la biografía del antropólogo; el inglés resulta básicamente empleado como lenguaje filial, dado que es el usado con su madre y con sus hijos; el wichi aparece en el diálogo con su pareja y con los miembros, y entre los miembros, de la comunidad.

Esta disgregación lingüística se complejiza por su imbricación con los diferentes planos de procedencia de las voces. Si la entrada al documental se realiza a través de una voice over, luego se apela a falsos monólogos en español, a la voz en off en inglés de la madre en una conversación telefónica, a los diálogos registrados en wichi, a las declaraciones de Qa’tu en español, a los relatos en wichi que Palmer traduce. Tres de estas dimensiones de lo audible merecen destacarse. Por una parte, si se mencionó que la observancia de la cultura del pudor wichi conduce a la no correspondencia de la mirada del cineasta, una situación semejante se produce en el dominio sonoro: la voz apenas susurrante, esquiva a los volúmenes altos, se desliza en el documental y plantea una política de lo audible centrada en lo esbozado y sugerido. Por otra parte, las leyendas de la tradición wichi están ineludiblemente referidas por los contemporáneos o por el antropólogo. De esta manera, se precisa la relación de superposición y/o relevo que se establece entre la voz de Palmer y la de los wichis. Finalmente, se incluye un relato en primera persona de Qa’tu, el wichi acusado de haber violado a una menor[13]. Si bien en esta escena, clave en la economía argumentativa de El etnógrafo, se acepta la política de ceder la palabra a la otredad, ese riesgo es conjurado por la vinculación crítica que se postula entre su testimonio y lo visible. La no correspondencia entre la palabra y la imagen (conformada por imágenes de carácter casi abstracto) introduce un quiebre en la transparencia del testimonio y dificultad la mera asignación de las vías materiales del cine a estos actores sociales alterizados. En todos los casos, se conforma una política de lo audible dedicada a cartografiar los quiebres de las voces, la no transparencia de los discursos, los conflictos lingüísticos que emergen en toda relación con la otredad.Veliz El etnógrafo (Ulises Rosell, 2012)

Las políticas figurativas de la otredad pueden variar entre la grieta sutil que desarma la cesión de la imagen y la palabra practicada en Bonanza y la inclusión de mediaciones (maquínicas y subjetivas) elaborada en El etnógrafo. Al respecto, debe tenerse en cuenta que en los diez años que median entre los dos documentales dirigidos por Rosell se llevó a cabo en Argentina no solo un desmontaje de las políticas neoliberales radicalizadas durante los años noventa, sino una intervención continua sobre las tradiciones del cine documental. A diferencia de las respuestas iniciales propuestas ante la irrupción de la crisis del 2001 (oscilantes entre la actualización del cine político latinoamericano y el cine observacional, del que Bonanza es en parte deudor), en El etnógrafo se evidencia ya una notoria desconfianza en torno al alcance estético y político del simple registro.

Más allá de las diferencias existentes, en ambos films se exploran las potencialidades de las estéticas sustractivas y se reflexiona en torno a los regímenes de lo visible y las políticas de lo audible que regulan la figuración de la alteridad. Así, se retoma el valor de indagar la distribución de lo sensible en su proximidad con los límites de lo pensable y lo actuable. En este sentido, el cine documental puede constituir un territorio apropiado para desmantelar las estrategias informativas centradas en la visibilidad absoluta y para desorganizar la circulación cristalizada de los discursos. En la puesta en valor de la tensión entre lo dicho y lo no dicho, lo visto y lo no visto, lo percibido y lo no percibido, se vislumbra la potencia de las políticas figurativas fragmentarias y laterales, implementadas por cierto documentalismo argentino contemporáneo, para dar cuenta de la complejidad del vínculo entre la mismidad y la otredad.

 

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Notas

[1] La categoría “régimen escópico”, propuesta por Christian Metz en El significante imaginario: psicoanálisis y cine, se propone explorar la especificidad de la forma de mirar del cine y su imbricación con determinados condicionamientos sociales. Martin Jay recupera y complejiza la categoría metziana en Campos de fuerza y Ojos abatidos. Allí, Jay sugiere la necesidad de desarrollar un estudio de la visualidad que incluya, y exceda, los términos fisiológicos y fenomenológicos. En su argumentación, la visión debe analizarse en su confluencia con diversas  dimensiones sociales y culturales, así como tecnológicas e ideológicas.

[2] Jacques Rancière plantea, en los distintos ensayos comprendidos en El destino de las imágenes (2011), Las distancias del cine (2012) y El espectador emancipado (2013), su concepción del arte como una práctica distributiva de lo sensible. En este sentido, el arte y la política coincidirían en su capacidad para intervenir en la circulación de la palabra y la imagen. En ambos casos, su eficacia depende de la posibilidad de articular procedimientos que desafíen las reparticiones de las voces y los cuerpos, los espacios y los discursos, implementadas desde el poder.

[3] Una referencia ineludible al respecto lo constituye “Criminalización y culturización de la pobreza” de João Camillo Penna (2009). También pueden consultarse los ensayos reunidos en Más allá del pueblo de Gonzalo Aguilar.

[4] En la célebre taxonomía propuesta por Bill Nichols en La representación de la realidad, se trata de documentales que participarían de la modalidad de observación, definida como aquella que “hace hincapié en la no intervención del realizador. Este tipo de películas ceden el ‘control’, más que cualquier otra modalidad, a los sucesos que se desarrollan delante de la cámara” (1997: 72).

[5] En un breve repaso podrían mencionarse Yatasto (Hermes Paralluelo, 2011), Parador Retiro (Jorge Leandro Colás, 2008), Unidad 25 (Alejo Hoijman, 2008), Caja cerrada (Martín Sola, 2008), Puentes (Julián Giulianelli, 2009) y Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (Alejandro Fernández Mouján, 2007). En “El arte de la observación”, Javier Campo propone un lúcido análisis del cine de observación latinoamericano contemporáneo. En “La observación y el acontecimiento”, Emilio Bernini, Tomás Binder y Silvia Schwarzböck realizan una entrevista a tres realizadores de documentales de observación: Alejo Hoijman, Gastón Solnicki y Jorge Leandro Colás.

[6] Los documentales dirigidos por Fernando Solanas en este período, Memorias del saqueo (2004), La dignidad de los nadies (2005), Argentina latente (2007) y La próxima estación (2008), entre otros, funcionan como representantes privilegiados de esta tendencia. Se trata de documentales que participan de la modalidad expositiva definida por Bill Nichols (1997).

[7] Gustavo Aprea, en “Dos momentos en el uso de los testimonios en autores de documentales latinoamericanos”, lleva adelante un ejercicio comparativo entre documentales realizados por un mismo conjunto de cineastas latinoamericanos (Mario Handler, Fernando Solanas y Octavio Getino, Patricio Guzmán y Eduardo Coutinho) en dos períodos diferentes: la fase de auge del cine político, básicamente comprendido entre las décadas del sesenta y el setenta, y el cine contemporáneo realizado en la clausura del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI. En su análisis de Chile, la memoria obstinada (Patricio Guzmán, 1996), Aprea condensa un aspecto clave derivado de esta confrontación: “Los que cuentan su historia ya no son solo la expresión de un grupo social. Son individuos reconocibles cuya experiencia personal  se conecta con la de otros para darle forma a una memoria colectiva, que lejos de aparecer como homogénea se presenta como un espacio de contradicciones y conflictos” (2010).

[8] Si el fuera de campo constituye un recurso clave para pensar el funcionamiento del dispositivo de lo visible, también resulta nodal para evaluar la no introducción en el cuadro de los integrantes del equipo técnico y del realizador. Si bien “Bonanza” mira esporádicamente a un interlocutor invisible, el cineasta se constituye también como una ausencia. En este sentido, Bonanza parece coincidir con un diagnóstico extendido en el cine argentino de la clausura del siglo XX: la cesión de la imagen y la palabra requiere la (parcial y tentativa) supresión del cineasta.

[9] Aunque se trata de música compuesta por Kevin Johansen, y no música perteneciente a una banda dedicada específicamente a la cumbia.

[10] La exploración de las condiciones de producción y de la configuración del discurso documental puede relacionarse con la expansión de la modalidad reflexiva en la taxonomía propuesta por Bill Nichols. Entre los documentales reflexivos del período pueden destacarse: Los rubios (Albertina Carri, 2003), Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Lorena Muñoz y Sergio Wolf, 2003), Cándido López, los campos de batalla (José Luis García, 2005), Fotografías (Andrés Di Tella, 2007).

[11] Debe tenerse en cuenta que entre los wichis y el realizador y su equipo se establece una distancia social, lingüística, cultural, religiosa y étnica.

[12] En el documental se privilegia el caso de Qa’tu, preso por haber formado pareja y mantenido relaciones sexuales con una menor de edad indeterminada. El caso ilustra las dificultades, o imposibilidades, de evaluar las costumbres de la comunidad wichi a partir de las regulaciones impuestas por la justicia argentina. En su caso se condensa tanto la concepción de una otredad radical como el mencionado peligro de ser visibles ante los representantes del poder institucional.

[13] Mónica Tarducci explora, en “Abusos, mentiras y videos. A propósito de la niña wichi”, la complejidad de esta acusación. Allí, la autora despliega un análisis notable de las tensiones existentes entre los abordajes relativistas y universalistas en relación con la violación de derechos.

Artículos

Imágenes de la derrota y canciones de lucha: la nueva canción chilena en el cine cubano de solidaridad
por Carolina Amaral de Aguiar. Págs.: 1-23

 

Cortometraje independiente y documentatl estatal durante el gobierno de Onganía
por Fernando Ramírez Llorens. Págs.: 24-53

 

Cine-Testimonio: Saturnino Huillca, estrella del documental revolucionario peruano
por Isabel Seguí. Págs.: 54-87

 

El héroe en el documental histórico cubano: El llamado de la hora
por Ignacio Del Valle Dávila. Págs.: 88-112

 

Políticas figurativas de la otredad en el documental argentino contemporáneo: Bonanza (en vías de extinción) (2001) y El etnógrafo (2012) de Ulises Rosell
por Mariano Véliz. Págs.: 113-131

 

Índice 13

—-/  Artículos

Imágenes de la derrota y canciones de lucha: la nueva canción chilena en el cine cubano de solidaridad.
por Carolina Amaral de Aguiar. Págs. 1-23

Cortometraje independiente y documental estatal durante el gobierno de Onganía.
por Fernando Ramírez Llorens. Págs. 24-53

Cine-Testimonio: Saturnino Huillca, estrella del documental revolucionario peruano.
por Isabel Seguí. Págs. 54-87

El héroe en el documental histórico cubano: El llamado de la hora.
por Ignacio Del Valle Dávila. Págs. 88-112

Políticas figurativas de la otredad en el documental argentino contemporáneo: Bonanza (en vías de extinción) (2001) y El etnógrafo (2012) de Ulises Rosell.
por Mariano Véliz. Págs. 113-131

 

—-/  Notas

Historias (extra)ordinarias. Entrevista a Néstor Frenkel.
por Pablo Piedras y Lior Zylberman. Págs. 132-150

Mirada documental: identidad, objeto y esencia en la investigacion antropológica. Entrevista a Alejandro Fernández Mouján (Damiana Kryygy, 2015).
por Tomás Crowder-Taraborrelli y Javier Campo. Págs. 151-159

 

—-/  Traducciones

El productor de cine documental.
por John Grierson. Págs. 160-163
Traducción de Soledad Pardo

 

—-/  Críticas

The Salt of the Earth
(Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, 2014)
por Lucila Cataife. Págs. 164-167

Mundo Salamone
(Ezequiel Hilbert, 2015).
por Magalí Mariano. Págs. 168-171.

Victoria
(Juan Villegas, 2015).
por Carolina Soria. Págs. 172-174.

 

—-/  Reseñas

Tránsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine.
Paulina Bettendorff & Agustina Pérez Rial (editoras). Buenos Aires, Libraria. 2014.
por Elina Adduci Spina. Págs. 175-180.

Cine y región. Ensayos, proyectos y películas.
Raúl Beceyro. Paraná y Santa Fe, EDUNER – Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos y EDICIONES UNL – Universidad Nacional del Litoral. 2014.
por Emiliano Jelicié. Págs. 181-192.

El héroe en el documental histórico cubano: El llamado de la hora

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Ignacio Del Valle Dávila

Resumen

A finales de los años sesenta, el ICAIC produjo un ciclo de films sobre las guerras de independencia cubanas llamado los Cien años de lucha. En esos documentales y ficciones se relacionaba el proceso de independencia del país con la Revolución Cubana. Este artículo estudia ese ciclo a partir de uno de sus documentales menos conocidos, El llamado de la hora (Manuel Herrera, 1969), que establece una relación especular entre dos héroes nacionales: Antonio Maceo y Ernesto Guevara. A partir del film se analizan las estrategias de hibridación entre documental y ficción del cine cubano de la época y el discurso del “sacrificio revolucionario” promovido por las autoridades.

Palabras clave

Cien años de lucha, microcosmos, recreación, archivo, sacrificio

Summary

At the end of the sixties, the ICAIC produced a cycle of movies about Independence Cuban wars, known as the ‘One hundred years of struggle’. These documentaries and fictions films associated the independence process to the Cuban Revolution. This paper study this cycle based on one of his lesser known documentaries, El llamado de la hora (Manuel Herrera, 1969). The film found a mirrored symmetry between two national heroes: Antonio Maceo and Ernesto Guevara. Based on the film, I analyze the hybridization strategies between documentary and fiction, as well as the discourse of ‘revolutionary sacrifice’ promoted by the authorities.

Keywords

‘One hundred years of struggle’, microcosm, reconstruction, archive, sacrifice.

Resumo

No final dos anos 1960, o ICAIC produziu um ciclo de filmes sobre as guerras da independência cubana chamado os Cem Anos de Luta. Esses documentários e ficções relacionavam o processo de independência do país com a Revolução Cubana. Este artigo visa estudar esse ciclo a partir de um dos seus documentários menos conhecidos, El llamado de la hora (Manuel Herrera, 1969), que estabelece uma relação especular entre dois heróis nacionais: Antonio Maceo e Ernesto Guevara. A partir do filme, são analisados tanto as estrategias de hibridação entre documentário e ficção do cinema cubano da época quanto o discurso do “sacrifício revolucionário” promovido pelas autoridades.

Palavras-chave

Cem Anos de Luta, microcosmos, recriação, arquivo, sacrifício.

 

Datos del autor

Doctor en cine por la Universidad Toulouse II y ha realizado un posdoctorado en historia en la Universidad de São Paulo. Actualmente es profesor colaborador en la Universidad de Campinas, donde desarrolla un segundo posdoctorado sobre cine cubano (becario CAPES). Es autor de los libros Cámaras en trance: el Nuevo Cine Latinoamericano, un proyecto cinematográfico subcontinental (2014) y Le Nouveau Cinéma latino-américain (1960-1974) (2015), entre otras publicaciones.

Fecha de recepción: 29 de septiembre de 2015
Fecha de aprobación: 12 de noviembre de 2015

Un film al pie de página

Entre 1968 y 1971, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) produjo un ciclo de documentales y de films de ficción conocido como los Cien años de lucha. Esas realizaciones se enmarcan en las celebraciones del centenario del inicio de la primera guerra de independencia cubana, la Guerra de los Diez Años (1868 – 1878). Con motivo de la efeméride, las autoridades culturales fomentaron el desarrollo de producciones artísticas, artículos de prensa y debates intelectuales que mostraban aquel conflicto bélico como el comienzo de la lucha de liberación cubana. Lucha que había alcanzado con la revolución de 1959 una de sus fases superiores, pero que continuaba presente en los desafíos diarios que enfrentaba la comunidad nacional. Los trabajos voluntarios en las zafras de café y azúcar y las nacionalizaciones de pequeños comercios y empresas durante la llamada Ofensiva Revolucionaria (iniciada en 1968) fueron revestidos oficialmente de la épica de los rebeldes “mambises” que se alzaron contra el colonialismo español. A ese imaginario prontamente se unió la figura de Ernesto Guevara, muerto en Bolivia poco antes, y en cuyo honor 1968 fue bautizado como “el año del guerrillero heroico”. El relato fundacional de la nación y la imagen del Hombre Nuevo confluían en un mismo discurso, que conminaba a la comunidad a emular los sacrificios revolucionarios de los héroes de la nación.

Esta etapa coincide con un periodo de dificultades para el régimen cubano en los ámbitos interno y externo. La muerte de Guevara había significado un serio revés a su política de solidaridad tricontinental, las dificultades económicas hacían a Cuba cada vez más dependiente de la URSS y el apoyo de Castro a la ocupación soviética de Checoslovaquia (1968) había suscitado un primer distanciamiento con la intelectualidad de izquierdas europea. En el campo cultural, el periodo coincidió con un mayor control de los intelectuales y artistas que se agudizaría en el decenio siguiente. Los límites de este texto imposibilitan ahondar en estas cuestiones; sin embargo, me parece necesario mencionarlas a fin de mostrar que el auge de una producción artística que celebraba las narrativas fundacionales y los héroes de la nación estuvo asociado a un momento de crisis, en que la dirección revolucionaria miró al pasado en busca de sustento.

Los films de los Cien años de lucha se hallan en lo que María Luisa Ortega llama el “corazón político revolucionario” (2008: 88), puesto que tienen una fuerte sintonía con el discurso oficial de la revolución, en lugar de situarse en sus márgenes. Entre ellos, están los largometrajes de ficción Lucía (Humberto Solás, 1968),La odisea del general José (Jorge Fraga, 1968) La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969), Páginas del diario de José Martí (José Massip, 1971)y algunos mediometrajes documentales como Hombres de mal tiempo (Alejandro Saderman, 1968), Médicos mambises (Santiago Villafuerte, 1969), 1868-1968 (Bernabé Hernández, 1970) y El llamado de la hora (Manuel Herrera, 1969).

En este artículo, me aproximaré a ese ciclo de cine histórico a partir de este último film. Se trata de un mediometraje que no se encuentra entre las grandes producciones de la época y que ha sido poco estudiado por la investigación universitaria, cuando no totalmente olvidado o relegado a notas a pie de página. Con ello no pretendo en absoluto “descubrir” una obra maestra injustamente olvidada, ni tampoco encumbrar un nuevo “autor” en el canon latinoamericano –cayendo en la trampa de una política de los autores que aún profiere prolongados estertores. Entiéndase bien, no es ni el virtuosismo formal, ni la excepcionalidad creativa de El llamado de la hora (Manuel Herrera, 1969, 35 min), lo que hacen del film un objeto de estudio pertinente. Su interés radica, más bien, en la posibilidad que brinda para analizar cómo el discurso de promoción oficial de los Cien años de lucha permeó los distintos niveles de la producción cubana de la época, llegando hasta productos fílmicos considerados tradicionalmente como “menores”. En definitiva, cómo se convirtió en una de las principales líneas programáticas del ICAIC entre 1968 y 1971.[1] El afán que orienta estas páginas se inspira en la idea ginzburguiana de que un pequeño fragmento desapercibido, obliterado o simplemente ignorado, puede “plantear implícitamente una serie de indagaciones” sobre su época. El estudio de una obra quizás “destituida de interés por sí misma”, “puede ser investigado como un microcosmos” que ayuda a entender la cultura de su tiempo (Ginzburg, 2006: 10, 20).[2]

No se trata solo de analizar el “microcosmos” del ciclo de los Cien años de lucha –que por su escasa duración y número de producciones ya es en sí un microcosmos–, sino que, de manera más amplia, utilizarlo para estudiar algunas cuestiones que cruzan la producción cubana del periodo. Como analizaré más adelante, este mediometraje permite aseverar que el trabajo de hibridación de los códigos ficcionales y documentales, característico del cine cubano de la época, encontró un espacio privilegiado no solo en sus grandes producciones, sino también en sus films menos destacados. Lo que planteo aquí no es que los discursos y recursos de los largometrajes y documentales más premiados del momento, o más celebrados por la crítica, hayan influido unidireccionalmente en esos productos obliterados, sino que existió una lógica de transferencias entre ellos, una circularidad entre estas obras o, más exactamente, una circularidad de los conceptos y principios de los Cien años de lucha y de las problemáticas y soluciones estéticas en torno a los límites entre documental y ficción.[3]

La noción de microcosmos aplicada al cine es cercana al término, extremadamente sugestivo, de microhistoria en movimiento, acuñado por Sylvie Lindeperg, si bien en su caso el microcosmos al que circunscribe su trabajo no es una obra secundaria sino la célebre Noche y neblina (1955) de Resnais: “Es entonces bajo el signo de una historia de miradas que operan variaciones de escalas y cambios de focal que he retomado mi trabajo sobre el film de Resnais. Más que una monografía lo que propongo aquí es una microhistoria en movimiento observando largamente el objeto para moverlo, a continuación, en el espacio y en el tiempo” (2007: 8). Evidentemente, en estas breves páginas no podré desarrollar un ejercicio de observación de esa amplitud, ni tampoco un análisis indicial aplicado a El llamado de la hora, pero me contentaré, al menos, con tratar de delinear su boceto.

Un paso más

En 1969, cuando realizó El llamado de la hora, Manuel Herrera llevaba prácticamente una década trabajando en el ICAIC, al que había llegado con 18 años. A pesar de que su incorporación en las filas del instituto cinematográfico se remontaba a los inicios de este, a Herrera no le habían sido confiados grandes proyectos fílmicos antes de la realización de El llamado de la hora, lo que probablemente se explique por su juventud. Antes de acceder a la realización, había sido asistente de dirección de tres largos de ficción: Las doce sillas (Tomás Gutiérrez Alea, 1962), la coproducción cubano-checoslovaca Para quién baila La Habana (Vladimir Cech, 1963),[4] Cumbite (Tomás Gutiérrez Alea, 1964) y del documental Guantánamo (José Massip, 1967) (Díaz, Del Río, 2010: 161). Durante la segunda mitad de los años sesenta, adscrito al Departamento Científico Popular, dirigió seis cortometrajes, cada uno con alrededor de 15 minutos de duración, dentro del formato conocido en Cuba como “didáctico” (documentales destinados a la educación masiva). Al igual que Herrera, en este género fílmico debutaron una parte considerable de los cineastas que se integraban al ICAIC, por lo que podría decirse que el epíteto “didáctico” no estaba únicamente orientado al público, pues eran también un ejercicio “didáctico” para los directores. El ganado porcino (Cría Porcina, 1965), la reutilización de algunos materiales básicos (Papel… vidrio… metal…, 1966), las nuevas técnicas de ganadería (Ganado, 1967), el traslado de azúcar(Granel, 1968), las actividades de la Agrupación Básica Agropecuaria Cauto (Valle del Cauto, 1968) y la gimnasia (Y…, 1968) constituyen los variados temas que Herrera había abordado en su breve filmografía.[5] El estreno de tres de sus seis primeros films en 1968 permite deducir que las autoridades del ICAIC comenzaban a confiarle cada vez más responsabilidades, presumiblemente satisfechas con su desempeño, lo que es corroborado con la realización de El llamado de la hora, una producción de mayor tamaño, presupuesto y duración que las anteriores. Probablemente consciente de que El llamado de la hora significaba un avance en esa carrera por etapas, Herrera se refirió al nuevo filme, en las páginas de la revista Cine Cubano como “indudablemente mi película más importante” (Guevara, 1969: 98).

La de Herrera, es más o menos la misma trayectoria que seguía la mayoría de los realizadores que se formaron en el ICAIC: inicios en la asistencia de dirección; paso obligado por los departamentos de documental o de films didácticos; paulatina atribución de proyectos de mayor envergadura, a la espera de la anhelada –y muchas veces tardía– autorización para dirigir largometrajes de ficción –en el caso de Herrera la comedia No hay sábado sin sol, estrenada en 1979… casi veinte años después de que el cineasta ingresase al ICAIC.

En El llamado de la hora, Herrera estuvo acompañado por Pablo Martínez, a cargo de la fotografía, Ricardo Istueta, responsable del sonido y Edelmira Lores, que se encargó del montaje –aspecto del film sobre el que volveré ampliamente. Para la banda sonora contó con el trabajo del Grupo de Experimentación Sonora, fundado por el ICAIC ese mismo año de 1969 y entre cuyos miembros se encontraban los célebres cantautores Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola.[6] No es la única colaboración del grupo con el ciclo de los Cien años de lucha, bastante más conocida es la participación de Pablo Milanés como el personaje del trovador de La primera carga al machete.

Intervalos entre la ficción y el documental

El llamado de la hora propone un paralelo explícito entre las trayectorias de Antonio Maceo, héroe de la independencia cubana[7] y de Ernesto Che Guevara. De acuerdo con el discurso del film, ambos compartirían no solo un mismo espíritu de sacrificio revolucionario, sino que muchas de sus acciones guardarían una cierta simetría. Para resaltar esta relación especular, en el mediometraje se entremezclan espacios y tiempos históricos diferentes, por medio de un montaje alternado, que pone en escena las principales acciones de Maceo en la Guerra de los Diez Años (1868-1878) y en la Guerra de la Independencia (1895-1898), por un lado; y las de Guevara en las luchas contra el régimen de Batista (1956-1959) y la fallida expedición en Bolivia (1966-1967), por otro. El hecho de que ambos líderes hayan dirigido, en dos momentos históricos diferentes, una incursión militar desde el Oriente de Cuba hasta el Occidente de la isla es uno de los puntos de partida de esa comparación. El paralelo entre ambas campañas es evocado, aunque no explicado explícitamente. El film asume que los espectadores cubanos conocían ambos procesos y que ya estaban familiarizados con esa comparación, pues ella había sido tradicionalmente promovida por la prensa y las instituciones educativas y culturales cubanas.

Para recrear eltiempo histórico de la independencia cubana, el film explora los límites entre documental y ficción, por medio de la recreación, con actores, de algunos episodios de las campañas militares de Maceo y de una “entrevista” al capitán general español, Valeriano Weyler. Hay también numerosas recreaciones de las luchas de los barbudos en la Sierra Maestra. Se trata de un procedimiento similar al que desarrolló ese mismo año Manuel Octavio Gómez en el largometraje La primera carga al machete. En ese sentido, en las recreaciones de ambos films se incorporaron algunos principios del cine directo y del cinéma vérité, como la entrevista, la cámara al hombro y el plano secuencia. A ello se añade, en algunas escenas, una voice over periodística que recuerda las primeras ediciones delNoticiero ICAIC Latinoamericano.Esos procedimientos permitían “actualizar” la temática de las guerras de independencia, al abordarlas con técnicas del documental de los años sesenta, al tiempo que servían para destacar sus similitudes con la Revolución Cubana. Con todo, la utilización de los procedimientos del cine directo para recrear un episodio histórico cuenta, al menos, con un antecedente fuera de Cuba, el docudrama Culloden (Peter Watkins, 1964), una recreación de la batalla homónima que enfrentó a las tropas jacobitas y al ejército británico en 1746 (Chanan, 2004: 304, Juan-Navarro, 2006: 108).

Pero a diferencia de Culloden, los dos films cubanos, al recrear las guerras de independencia utilizan una fotografía sobreexpuesta en blanco y negro que intenta reproducir la estética de los primeros noticieros del cine silente (particularmente los noticieros norteamericanos de la guerra de Cuba) y las fotografías de época de los mambises.[8] Se pretende con ello imitar los aparatos de los albores del cine, pero no así sus técnicas. Con todo, como ha señalado agudamente Alicia Aisemberg, este recurso tiene un valor expresionista que se distancia drásticamente del naturalismo (2012: 12). De lo dicho hasta aquí podría concluirse que El llamado de la hora –film menor– se limita a recorrer el camino emprendido, casi en paralelo, por La primera carga al machete –film mayor–, sin embargo, otros elementos del mediometraje de Herrera nos muestran que tanto su estructura, como su concepción del tiempo histórico son aún más complejas que las del célebre largometraje.

La primera diferencia a tener en cuenta es que El llamado de la hora incorpora distintos tiempos históricos de manera explícita, mientras que La primera carga al machete se centra apenas en el inicio de la primera guerra de independencia cubana y establece implícitamente paralelos con el presente en el que fue producida. La segunda, es la presencia de abundante material de archivo en el film de Manuel Herrera. Esos dos aspectos están relacionados entre sí. En El llamado de la hora el material de archivo es utilizado, por lo general, paramostrar el pasado inmediato: la incursión de Guevara y Cienfuegos en el occidente de Cuba; el discurso de Ernesto Guevara en el memorial de Antonio Maceo el 7 de diciembre de 1962 (aniversario de la muerte del líder afro-cubano); algunas imágenes del General René Barrientos, el gobernante boliviano durante la tentativa revolucionaria del Che en ese país, etc. También hay, aunque en menor medida, algunas fotografías y grabados de las guerras de independencia de Cuba. Los archivos a los que acude el film son extremadamente heterogéneos y están formados por fragmentos del Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por Santiago Álvarez; otros noticiarios no identificados; recortes de prensa de los siglo XIX y XX; fotografías y registros sonoros de las comunicaciones entre Guevara y Cienfuegos durante la invasión del occidente cubano, etc.

Pueden percibirse en el material utilizado, algunas de las grandes cuestiones que Sánchez-Biosca ha atribuido al archivo visual: “su función de huella de un instante, su persistencia hasta la conversión en ícono, su migración por canales distintos del circuito mediático, su posible reversibilidad para usos alternativos, su inscripción en la memoria colectiva” (2014: 82). Utilizaré un ejemplo para explicar cómo se da esto en el film: el archivo del discurso pronunciado por Ernesto Guevara, el 7 de diciembre de 1962, reúne las condiciones para ser considerado la huella de un instante, es decir, un punto específico en la biografía de Guevara y en la situación política cubana. La primera vez que lo muestra, el film refuerza la historicidad de este material de archivo, conservando la voice over original y los créditos finales de la edición del Noticiero ICAIC Latinoamericano, del que provienen las imágenes. Sin embargo, la muerte de Guevara en 1967 y su mitificación oficial –a la que contribuyeron El llamado de la hora y otros films de archivo como Hasta la victoria siempre (Santiago Álvarez, 1967)– permiten que ese mismo material de archivo adopte una fuerte carga icónica, pase a ser la imagen fosilizada del héroe desaparecido –y sobre todo su palabra, en caso particular– y que el film reutilice el material con el objetivo de fomentar una determinada interpretación de este en la memoria colectiva.

El registro del discurso, pronunciado por el Che en honor a Maceo es uno de los principales elementos estructurales de El llamado de la hora.Es utilizado reiteradamente para enlazar a los dos héroes cubanos, sirviendo como punto de anclaje de la narración. El film vuelve a esa ceremonia –particularmente al audio del discurso– en diversos momentos, con el objetivo de explorar, a partir de las palabras del Che, nuevos matices del paralelo entre los dos héroes y entre los dos momentos históricos. En su discurso, el comandante argentino-cubano comparó los sacrificios de Maceo durante las guerras de independencia, con la actitud que debía asumir la sociedad cubana ante las amenazas estadounidenses. Aunque la denuncia del “imperialismo” es una constante en los discursos de los dirigentes revolucionarios, en este caso específico los conceptos de unión, decisión y sacrificio que enfatizó Guevara tenían una resonancia particular, puesto que eran pronunciados pocas semanas después de la crisis de los misiles[9]. Sin embargo, El llamado de la hora disloca el discurso de su contexto original, haciendo que en algunas escenas las palabras de Guevara sirvan como comentario en voice over de las campañas militares del propio Guevara y no de las de Maceo o de la crisis de 1962. De esta manera, el Che se convierte en la principal voice over del mismo film del que es uno de los objetos.

Siguiendo a Sánchez-Biosca (2014: 88), se puede afirmar que la manera de utilizar los archivos que emprende Herrera, lleva a que estos pierdan su singularidad. No hay un examen minucioso de esos materiales, no se ahonda en sus tensiones internas, sus lagunas, sus espacios ambiguos. Su ritmo original queda, en definitiva, ahogado por el “montaje todopoderoso”. Ahora bien, es necesario tener presente que el film nunca buscó indagar en el universo interior de los archivos, sino más bien utilizarlos como elementos de un collage. Las imágenes de archivo, las recreaciones, la música compuesta por el Grupo de Experimentación Sonora, son retazos de materia bruta que solo son incorporados al montaje en la medida en que sirven para construir un nuevo discurso fílmico. El montaje es, pues, la piedra angular de esa construcción heteróclita. En este sentido, Herrera se mantiene en una línea que va de Santiago Álvarez a Coffea Arabiga de Guillén Landrián y que incluye buena parte del documental cubano de la segunda mitad de los años sesenta –y parte del latinoamericano (Ortega, 2009). En el caso específico de la carrera de Herrera, El llamado de la hora es un antecedente directo de Girón, su film más conocido, donde el director incorporó recreaciones, entrevistas, material de archivo y escenas de films bélicos norteamericanos, para recrear la Invasión de Bahía Cochinos (1961). Aunque el film fue realizado entre 1968 y 1969, es decir, más o menos en la misma época que El llamado de la hora solo fue estrenado en 1973, porque su propuesta fue considerada como demasiado arriesgada para el momento (Díaz, Del Río, 2010: 161).

La noción de intervalo de Vertov y, más concretamente, su afán por construir un film con imágenes de diferentes procedencias –la famosa metáfora del cuarto de doce muros de diversas partes del mundo (Vertov, 1972: 29-30)– puede servir para explicar la forma en que se estructuran esos materiales heterogéneos en el caso de los films cubanos puesto que lo que importa en ellos es la correlación visual entre diferentes imágenes, sin importar su origen.[10] Ahora bien, al hablar de orígenes heterogéneos no me refiero exclusivamente a la procedencia de los archivos, sino también al carácter ficcional o documental de todo el material que converge en la construcción del film. Lo que interesa aquí no es la vieja querella sobre los límites del documental o sus diferencias con la ficción, sino colocar el film, como diría Català Domènech, “bajo la luz del imaginario del objeto”, mediante lo cual tanto los elementos ficcionales como los documentales “desvelan su condición primera, la de productores de objetivaciones, es decir de imágenes” (2006: 118). Esa “condición primera” permite que se relacionen en el film todo tipo de imágenes en busca de crear nuevos significados y reflexiones. Con ello no se abandona en absoluto un anhelo por reponer lo real a través del cine, pero el camino emprendido para ello se encuentra en las antípodas de la concepción bazaniana del cine como continuidad del mundo físico (Campo, 2012: 8-11).

Veamos cómo se construye esa correlación visual en algunas de las secuencias que comparan los dos tiempos históricos que aborda El llamado de la hora. La narración parece decirle constantemente al espectador: “así como el Che hizo esto, Maceo hizo aquello”, o bien “así como los militares bolivianos han hecho esto, los españoles hicieron eso”. Buena parte de las escenas del siglo XX encuentran un correlato en escenas situadas en el siglo XIX. Así por ejemplo, el noticiero con el discurso del Che, encuentra su equivalente en un “noticiero” ambientado en 1896 y la invasión de Camilo Cienfuegos y Guevara, su equivalente en la invasión de Maceo. Pero lo que resulta más interesante es que la recreación de la Guerra de Independencia cubana es realizada tomando como modelo el material de archivo de procesos revolucionarios de los años cincuenta y sesenta. En otras palabras, la puesta en escena tanto de los mambises como de los líderes españoles tiene como referente visual inmediato material de archivo de carácter documental filmado pocos años antes de la película. Herrera inserta escenas ficticias de La Habana de 1896 donde la cámara copia los movimientos y los ángulos de las tomas de un noticiario filmado en Bolivia en la época de la muerte de Ernesto Guevara. Los actores emulan de forma casi coreográfica los movimientos y los gestos de los individuos que aparecen en esos noticiarios y se establecen paralelos entre los espacios arquitectónicos. Ambos, noticiario y copia, son montados en paralelo. Primero vemos un plano de conjunto de un grupo de soldados frente al Palacio de los Capitanes Generales de La Habana que forman en posición de firmes. Al fondo del plano, Weyler y sus ayudantes se apean de un carruaje. Un letrero superpuesto a la imagen identifica al militar español: “Valeriano Weyler. Marqués de Tenerife. Capitán General de la Isla de Cuba”. La cámara se pone en movimiento y sigue Weyler y su comitiva hacia el interior del palacio. A continuación, se muestra una toma prácticamente idéntica, pero esta vez del palacio Quemado. Los soldados también se cuadran, un hombre desciende de un Mercedes e ingresa a palacio seguido de sus hombres y del cámara. Un segundo letrero nos informa la identidad del personaje: “René Barrientos, General de Aviación, Presidente de la República de Bolivia” (Fig. 1 y 2). En los siguientes planos se alternan tomas de la cámara siguiendo a ambas comitivas. Los hombres avanzan por los corredores de palacio, se saludan con golpes en la espalda, suben una escalera e ingresan en un despacho. Esta idea del “doble” es reforzada por la música de la escena, una marcha militar que repite insistentemente el mismo leitmotiv, con un tono ligeramente burlesco.

 

DelValle el llamado fig 1DelValleel llamado fig 2

(Figuras 1 y 2)

Aunque en la secuencia veamos primero a Weyler y después a Barrientos, puede decirse que el pasado inmediato (la época de Barrientos, del Che) es la llave para interpretar y reconstruir el pasado distante de la independencia. El siglo XIX no anticipa la actualidad, sino que es reconstruido a partir de ella, con tono irónico. Todo lo que precede a la revolución es explicado por la revolución, los héroes revolucionarios y los “agentes del imperialismo” de hoy no repiten los actos de los de ayer, sino que más bien lo contrario. Aquella vieja y manida frase de Marx de que en la historia todo aparece dos veces, “una vez como tragedia y la otra como farsa” (2003: 10), es escrupulosamente seguida por Herrera, solo que en orden inverso: la farsa es el pasado.

Velar al héroe

El título El llamado de la hora procede de una reflexión de Ernesto Guevara sobre la necesidad de comprometerse con la revolución tricontinental, como es mostrado explícitamente al comienzo del film. La cita de Guevara es exhibida en un intertítulo sobre fondo negro. Las palabras “el llamado de la hora” son primero destacadas y después separadas del texto. Al igual que en La hora de los hornos (Fernando Solanas, Octavio Getino, 1968), el título del film es una cita que destaca que ha llegado la hora de la lucha. Pero, a diferencia del film argentino, en el cubano esa hora no es un momento histórico específico en el que las condiciones materiales objetivas hacen de la lucha armada el camino indicado para la liberación, sino un tiempo constante o, mejor dicho, un ahora ampliado, un presente dilatado. Un ahora que sofoca las diferencias entre el pasado distante (la guerra de la independencia), el pasado inmediato (la lucha contra Batista, la campaña del Che en Bolivia) y el presente del momento de la producción. La lucha por la liberación es una batalla constante que exige un compromiso constante.

DelVallela hora de los hornos fig 3

(Figura 3).

Por otro lado, el título también alude a la noción de sacrificio, puesto que el “llamado de la hora” hace referencia a la hora de la muerte –algo que ya había sido apuntado por Solanas y Getino en la última secuencia de la primera parte de La hora de los hornos, con el célebre plano fijo de cuatro minutos del rostro del cadáver del Che (Fig. 3). El film de Herrera monumentaliza la muerte en combate de Antonio Maceo, en 1896 y hace lo mismo, indirectamente, con la muerte de Guevara, en 1967. Es, por encima de todo, esa muerte por la causa “revolucionaria” lo que hermana a Maceo y Guevara y los convierte en héroes-mártires de la revolución. En tanto mártires, son también un ejemplo para las generaciones futuras, como se encarga de poner de relieve la canción Su grito de guerra de Noel Nicola, que acompaña a los créditos iniciales y finales del film:

Al siglo llega una nueva luz desde su fusil

que pone al hombre en otra escala.

El continente vuelve los ojos al ver pasar

su muerte, su salto al futuro del mundo.

Su gesto como ametralladora que canta al sol

esboza la imagen de un héroe.

Su fibra humana salta los dogmas, se hace un lugar

para graduarse de hombre de plomo, de acero.

Los hombres hechos del mismo acero van a parar

a un mismo sitio de la historia,

proyectan una misma silueta en el porvenir

y en una voz se funde su grito de guerra.

La representación de la muerte de Maceo es particularmente interesante. En el momento en que el héroe es alcanzado por una bala, en pleno combate, se lo separa visualmente del resto de la batalla. Es encuadrado en contrapicado, a caballo, y la cámara se concentra en algunos detalles de la imagen, como el brazo extendido del jinete, sus botas, la espada empuñada que cae, las patas y la cabeza del caballo (Fig. 4 y 5). Esa manera de representar la muerte de Maceo tiene ciertos puntos en común con la forma en que anteriormente se filmó la estatua ecuestre de Máximo Gómez, mediante cortos planos detalle del machete que esgrime Gómez, el hocico de su caballo y las patas alzadas del animal (Fig. 6 y 7). El ritmo de la secuencia es otro, la lentitud de la muerte de Maceo es substituida, en el caso de la estatua, por una sucesión vertiginosa de planos que le dan movimiento al monumento. Sin embargo, es difícil no percibir las similitudes visuales entre ambas escenas. Es como si en el momento mismo de su muerte Maceo se convirtiese en monumento. Su sacrificio en nombre de la causa cubana, lo hace pasar a la posteridad, “su muerte, su salto al futuro”, como dice la canción del inicio. Se vuelve hombre de “plomo, de acero”… y de bronce.

DelValleel llamado fig 4DelValleel llamado fig 5

(Figuras 4 y 5).

 

DelValleel llamado fig 6DelValleel llamado fig 7

(Figuras 6 y 7).

Hay otro elemento que llama aún más la atención, y es que en esa escena no vemos nunca el rostro de Maceo con claridad. Siempre algo se interpone entre nuestra mirada y ese rostro, velándolo: o queda fuera del encuadre, o está fuera de foco, o el sombrero lo tapa, o está de espaldas o permanece a contraluz (Fig. 8 y 9). Tampoco lo vemos caer del caballo, el film elude ese momento mediante una breve elipsis que nos muestra primero al héroe tratando de aferrarse a las riendas y después al caballo galopando sin jinete (Fig. 10). Todos esos elementos que se interponen entre nuestra mirada y el rostro agonizante, funcionan como un dispositivo que media entre el deseo de acceder al absoluto –el rostro sacralizado del héroe y su muerte– y la imposibilidad de mostrar un absoluto que excedería la figuración. Percibimos sin ver totalmente, las formas se insinúan sin mostrarse, como si un velo se interpusiese entre ellas y nosotros.[11] Estamos ante lo que Stéphane Lojkine ha llamado el “dispositivo de la pantalla”:

“Cubrir con una pantalla implica un doble movimiento: es ocultar lo innombrable, pero aún así designarlo, indirectamente, sugiriendo a través de la imagen lo que hay detrás de ella […]. Es el gesto de Agamenón cubriendo su dolor entre sus manos ante el sacrificio de Ifigenia, es el gesto del hombre resguardando sus ojos para contemplar la luz prohibida de Dios. Lo que deseamos ver está siempre tachado, pero tiene significado precisamente porque está tachado. La pantalla permite captar la articulación esencial entre deseo y mímesis. Esta articulación es doble y encontramos aquí el doble umbral de la representación, umbral íntimo del dolor y umbral abierto hacia la exterioridad de lo sagrado” (2001: 51).

DelValleel llamado fig 8DelValleel llamado fig 9

(Figuras 8 y 9).

DelValleel llamado fig 10

(Figura 10).

Esta estrategia de representación es la opuesta a la emprendida en La hora de los hornos, donde el cadáver y el rostro muerto del Che son mostrados en toda su crudeza. Se trata de imágenes violentas destinada a agredir al espectador, a suscitar en él una revuelta que lo lleve a asumir el compromiso armado. No hay en ese film, más pantalla, que aquella sobre la que se proyectan las imágenes del cadáver.

Curiosamente, la muerte del Che prácticamente no es mencionada, ni desde luego tampoco mostrada en El llamado de la hora. Solo se alude a ella a través de recortes de prensa. En ese sentido, el deceso de Maceo es uno de los pocos elementos del film que no encuentra un doble explícito en Guevara. Tal vez, la proximidad temporal de la desaparición del argentino tornase esa alusión innecesaria. Sin embargo, considero más probable que las famosas imágenes del cuerpo del guerrillero no hayan sido utilizadas porque aún eran un objeto bastante sensible para las autoridades cubanas. En el film, el Che está vivo y en acción, a pesar de que ya en la época el espectador tuviese absoluta consciencia de su deceso. Con todo, forzando un poco la noción del “dispositivo de la pantalla” de Lojkine, y teniendo en cuenta la lógica especular del film, podría plantearse que la escena del deceso de Maceo funciona como la pantalla que nos permite entrever aquello que el film no nos puede mostrar: la muerte de Ernesto Guevara.

La comunidad

Por detrás de las operaciones de puesta en escena, por detrás del montaje, de las tensiones entre archivo y recreación, del ahora ampliado, hay una visión no solo de lo que significa ser un héroe revolucionario, sino que también de una comunidad cuyo reflejo idealizado se sintetiza en la figura del Hombre Nuevo. El sacrificio del héroe tiene algo de mito fundacional, pues carga de sentido a la comunidad, le otorga un origen, un destino común y, en última instancia, una forma de redención. Como afirma Ossa, el arte juega un papel fundamental en la constitución de ese “espíritu” de la comunidad: “El arte proyecta el volkgeist (el espíritu del pueblo) a través de alegorías que eliminan el desacuerdo entre pasado y presente, convirtiendo a la historia en un repertorio de acciones redentoras y juicios revolucionarios” (2013: 23).

El llamado de la hora sintetiza una concepción de la revolución como una lucha perenne, un proceso continuo donde cada acontecimiento busca un espejo en acontecimientos anteriores. Cada nuevo desafío exige de la comunidad un compromiso equivalente al de los héroes del pasado –“seremos como el Che”, reza desde 1968 el lema de los Pioneros cubanos. De esa manera, las dificultades de la Ofensiva Revolucionaria, las extenuantes jornadas de trabajos voluntarios en las zafras –particularmente en la “zafra de los 10 millones”, que comenzó poco después de la realización del film– quedaban oficialmente integrados a la lucha revolucionaria, con un estatuto no muy alejado al de las batallas de Maceo o de Guevara.

Sin embargo, en su afán por presentar un ahora continuo, El llamado de la hora termina por traicionarse, por abrir una fisura que deja entrever lo contrario de lo que se propone. La obsesiva búsqueda por que todo encuentre su equivalente, por que las recreaciones reproduzcan en su más mínimo detalle los gestos, los espacios, los movimientos del material de archivo, hace emerger irremediablemente la artificialidad del dispositivo pedagógico. Su lógica mecánica queda en evidencia, levantando sospechas sobre la propia artificialidad de esa interpretación oficial de la historia. Los juegos de repetición terminan por suscitar el escepticismo y llevan a desconfiar de las imágenes y de los intervalos, a reparar en las resistencias que esas mismas imágenes ofrecen a la idea de que Weyler y Barrientos, por un lado, y Maceo y Guevara, por el otro, “proyecten la misma sombra en el porvenir”.

 

Bibliografía

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Villaça, Mariana (2010), Cinema cubano: revolução e política cultural, Alameda, São Paulo 2010.

 

Notas

[1] Con todo, esa línea programática no impidió el desarrollo de otros trabajos distantes de ella, como muestra Ortega en su análisis de documentales situados en los márgenes del corazón político: Por primera vez (Octavio Cortázar, 1967), Acerca de un personaje que unos llaman San Lázaro y otros llaman Babalú (Octavio Cortázar, 1968), En la otra isla (Sara Gómez, 1968), Una isla para Miguel (Sara Gómez, 1968), Coffea Arábiga (Nicolás Guillén Landrián, 1968), entre otros. (Ortega, 2008).

[2] Esta aproximación metodológica, inspirada en los trabajos de Ginzburg, es deudora de los planteamientos de Fernando Seliprandy, que ha llamado la atención sobre las posibilidades que ofrece el “análisis indicial” ginzburguiano llevado al estudio de films (Seliprandy, 2015: 16).

[3] El concepto de circularidad –que Ginzburg atribuye a Bakhtin– está referido, en el caso del autor italiano al “influjo recíproco entre la cultura subalterna y la cultura hegemónica” o entre “cultura popular” y “cultura de las clases dominantes” (2006: 15). Al aplicarlo al caso cubano, no pretendo establecer una dicotomía entre dos “culturas” cinematográficas, sino que lo entiendo en forma más amplia, como una manera de poner de relieve la relación multidireccional que se estableció entre los principales films y cineastas del periodo y las obras y realizadores secundarios. Se trata, a fin de cuentas, de relativizar la noción de influencia.

[4] La producción de este film se enmarca en la larga serie de visitas a Cuba de cineastas y técnicos de Europa occidental y oriental a comienzos de los sesenta. El ICAIC invitó a numerosos realizadores a conocer sus instalaciones, dar cursos prácticos y realizar films, como una manera de dar a conocer el instituto internacionalmente y, a la vez, como una forma de que sus integrantes adquirieran los conocimientos necesarios para la realización cinematográfica. Al respecto ver los trabajos de García Borrero (2009), Villaça (2010) y Aguiar (2013).

[5] Sigo las escuetas indicaciones argumentales que entrega Juan Antonio García Borrero(2007: 159-347). No me ha sido posible acceder a esos films por lo que no estoy en condiciones de realizar el deseable ejercicio de establecer sus características formales y sus posibles vínculos con El llamado de la hora.

[6] Como explica Villaça, a finales de los años sesenta y comienzo de los años setenta el ICAIC acogió a técnicos y artistas de otras áreas, muchos de los cuales habían sufrido presiones políticas. En el caso de la música, el espacio de creación que supuso el Grupo de Experimentación Sonora, dirigido por Leo Brouwer, contribuyó al desarrollo de la nueva trova cubana (Villaça, 2010: 72).

[7] Antonio Maceo (1845-1896), fue uno de los jefes del Ejército Libertador cubano, apodado el Titán de Bronce por su origen afrocubano. Tomó parte de la Guerra de los Diez años (1868-1878) y al finalizar ese conflicto con la corona española se opuso al tratado de paz conocido como Pacto del Zanjón. En 1879 participó de la organización de la infructuosa Guerra Chiquita y posteriormente de la guerra de independencia iniciada en 1895. Murió en combate, en 1896, mientras intentaba juntarse con las tropas del general Máximo Gómez.

[8] La sobreexposición de la imagen y la cámara al hombro había sido utilizada, con anterioridad, en el primer capítulo del tríptico Lucía (Humberto Solás, 1968). Tanto este film como el de Manuel Octavio Gómez compartieron el mismo director de fotografía, Jorge Herrera.

[9]Crisis que enfrentó a los Estados Unidos con la Unión Soviética y Cuba. Tuvo lugar en octubre de 1962, tras el descubrimiento, por parte de los servicios de inteligencia estadounidenses, de la instalación de misiles nucleares soviéticos en la isla. Habitualmente se lo considera el episodio de la Guerra Fría en que se estuvo más cerca de un conflicto nuclear.

[10] Retomo aquí brevemente algunos aspectos de la relación entre el documental latinoamericano y la noción de intervalo que he abordado en un trabajo previo. (Del Valle Dávila, 2013)

[11] El mismo dispositivo se encuentra presente en la forma de representar a Máximo Gómez en La primera carga al machete: sus hombres describen las características físicas y la personalidad del líder pero nunca lo vemos con claridad, siempre aparece entre brumas, desenfocado o a contraluz.

Victoria (Juan Villegas, 2015)

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Victoria

Es cada vez más frecuente la incursión en el documental de los realizadores que formaron parte del denominado Nuevo Cine Argentino a fines de los noventa y principios del dos mil ‌—en el que Juan Villegas tuvo su participación tanto en calidad de cineasta como de crítico de cine en la revista El amante—. En esta oportunidad, su debut en este formato nos ofrece un retrato íntegro de la historia de vida y la prometedora carrera artística de Victoria Morán, una talentosa y apasionada cantante que trasmite su entusiasmo e ímpetu en cada uno de los planos que la retratan y que se traduce en su arte.

El primer documental de Villegas narra el mundo laboral y familiar de Victoria Morán, cantante y compositora de tangos que abre las puertas de su casa en Berazategui y nos invita a conocer su cotidianeidad. Con una cámara que sigue de cerca y destaca con el mismo énfasis cada uno de los momentos de la vida de la protagonista —desde tomar el tren, ir hacer las compras al mercado con su hija y cocinar, hasta ensayar y reflexionar sobre la vocación musical y el trabajo independiente— nos adentramos progresivamente en el universo de Victoria, su pasado, su presente y sus planes para el futuro inmediato.

Adoptando una modalidad observacional, la cámara permanece muy cerca pero invisible a lo largo de todo el documental y desde esa imperceptibilidad vamos conociendo la personalidad de Victoria, sus sentimientos y opiniones respecto de su profesión y las dificultades que debe ir sorteando para abrirse un camino. A partir de los diálogos con el guitarrista que acompaña su cálida voz, sabemos que la cantante está preparando su segundo disco de manera independiente. Victoria manifiesta el cansancio que le produce programar y coordinar fechas, el desconcierto que le genera el desfasaje (imprevisible) entre la difusión y la concurrencia de público y las dificultades económicas para afrontar la contratación de un representante. También en ellos conocemos los sueños truncos de la protagonista, como poner una tanguería para la cual incluso contaba con el diseño de la carta de comidas. Más allá de las dificultades y el cansancio, Victoria es perseverante y se entrega con pasión a aquello que ama: la música. Con el propósito de retratar dicho afán, el documental muestra los llamados telefónicos que la cantante efectúa para concertar fechas para la presentación oficial de su disco, la sigue hasta SADAIC cuando registra composiciones de su autoría y también presencia las lecciones magistrales de interpretación y composición que brinda a alumnos ocasionales, a partir de las cuales podemos conocer cómo encara su arte. Por otro lado, el documental retrata tanto el lado solidario de la protagonista —quien canta en un geriátrico todas las semanas— como las reuniones familiares, especialmente la relación con su padre con quien comparte la misma pasión por la música.

La entrevista, recurso típico del documental, en Victoria tiene lugar al final del film y queda delegada a manos de un periodista que la graba en un bar y le hace preguntas sobre su profesión. Este procedimiento, inusual en la actitud observacional del documental, queda justificado aquí en tanto constituye una instancia coherente con las diferentes actividades que realiza la cantante previas al lanzamiento de su segundo disco: ensayar, concertar fechas, grabar y brindar entrevistas. En la conversación que mantiene con el periodista, accedemos a la historia de vida de Victoria: sus comienzos como cantante, su evolución y crecimiento tanto personal como profesional (comenzó a los 18 años y ahora tiene 37); sus problemas físicos al nacer, y su relación e influencia de Nelly Omar, a quien considera, además de una mentora y maestra, una madre. Aquí Victoria se define más como poeta que como música (porque no es instrumentista) y manifiesta un cambio “en los aires que se respiran” que hizo que la música se convierta en una actividad más digna.

De igual forma que en el inicio del film, el final nos regala nuevamente la interpretación de Victoria en un estudio de grabación, en el que se registra a la cantante de espalda en función de otorgarle a su cálida voz un protagonismo absoluto mientras entona:

“Adiós felicidad, casi no te conocí, pasaste indiferente, sin pensar en mi sufrir. Todo mi empeño fue en vano, no quisiste estar conmigo y ahora me queda más onda esta sensación de vacío. Adiós felicidad, casi no te conocí, pasaste indiferente, sin querer nada de mi…pero tal vez llegue el día en que pueda retenerte. Mientras, con la esperanza de ese día viviré”

Carolina Soria

Ficha técnica

Dirección: Juan Villegas. Producción: Juan Villegas. Guión: Juan Villegas. Montaje: Manuel Ferrari. Fotografía: Felipe Sánchez García. Sonido: Francisco Pedemonte. Origen: Argentina. Duración: 70’. 2015.

Mundo Salamone (Ezequiel Hilbert, 2015)

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Mundo Salamone

Mundo Salamone. La reinvención de la pampa, es el segundo documental de Ezequiel Hilbert. Se trata de un film inquieto que investiga la historia de uno de los tantos personajes enigmáticos de nuestro país que han sido arrojados por el tiempo al olvido.

Presentemos brevemente al protagónico ser que da —desde su permanente evocación— cuerpo a este film: entre 1936 y 1940 Francisco Salamone —un ingeniero-arquitecto un poco argentino, un poco italiano— levantó, a lo largo y a lo ancho de la extensa llanura pampeana, más de setenta edificaciones monumentales. Digamos bien, más de setenta edificaciones monumentales que prácticamente sólo conocieron tres formas: cementerios, mataderos y palacios municipales. Del allanado sudoeste bonaerense brotaron, en menos de un lustro, monumentales edificios; casi fantasmagóricamente, la región más detenidamente aplanada de nuestro país se vio, de pronto, poblada de construcciones estilísticamente híbridas, en líneas generales inmensas y casi siempre suscitadoras de controversias.

Un detalle ensombrece la cuestión: los años en los que Salamone se aboca a ‘despegar’ la pampa del suelo coinciden con el período en el que Manuel Fresco —acérrimo defensor de Uriburu y expresamente fascista— gobierna la Provincia de Buenos Aires. Con especial interés en el desarrollo de construcciones y caminos, y bajo el lema “Dios, Patria y Hogar”, Fresco pone en marcha uno de sus proyectos destinados a “dignificar el perfil oficial y paisajista de la región” en cuyo seno aparentemente emerge la desdibujada figura del arquitecto en cuestión. Numerosas paredes de ‘piedra líquida’ resguardan los secretos que protegen una verdad inasequible: ¿Quién fue realmente Francisco Salamone?

Desde el negro de la pantalla se abre un camino nebuloso: a la derecha del cuadro, una colosal fachada en perspectiva; a la izquierda, un hombre que camina hacia nosotros con un andar constante y calmoso. Desde el fondo, una luz difusa pero poderosa nos encandila. Corte. Se suceden planos fijos —algunos más cortos, otros más generales— de construcciones salamónicas. En todos, la cámara está contrapicada y encuadra desde puntos estratégicos, esquivando la central frontalidad, desafiando la simetría, dando cuenta de la voluminosa complejidad. Aparecen, así, los edificios de este mundo desconocido, desaturados y ligeramente contrastados, como velados por una imperceptible y minúscula capa de ruido, de una bruma extraña, por momentos onírica, por momentos sórdida. Y nosotros los vislumbramos a través de esa zona de indiscernibilidad, como algo que no terminamos de comprender; como algo que, tal vez, aún no sabemos ver.

Sin duda, Mundo Salamone. La reinvención de la pampa, es un documental ‘de perspectiva’ en muchas de sus dimensiones. Y cobra considerable sentido si partimos del conocimiento que su joven director estudió durante una década Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, al tiempo en que incursionó, informalmente, en la filosofía y la literatura.

Siguiendo la clasificación de Bill Nichols en relación a la estructura formal, el documental de Ezequiel Hilbert se ubica en la modalidad interactiva. Deja oír las voces de diferentes personas y personalidades más o menos próximas a la persona o a la obra de Salamone, dando tiempo y espacio a la contradicción y al desencuentro, dejando ver todo ese halo incierto alrededor de su figura, que esconde al personaje, enmascara su obra y envuelve al mito. Cineastas, arquitectos, historiadores, fotógrafos, escritores, vecinos e hijas construyen desde el análisis, las interpretaciones y los recuerdos, un relato inconcluso, necesariamente inconcluso. Es ese carácter fragmentario e inacabado de lo que se dice, lo que hace justicia, discursivamente (y también desde lo formal) a lo enigmático de la figura de Salamone. Algunos describen su obra como ‘bochinche’ en medio de la llanura, como un disparate; otros destacan lo único de su monumentalidad y del signo que impone sobre el paisaje; otros lo vinculan con el fascismo; otros con la locura. Si bien todos ofrecen versiones disímiles, nadie logra comprender cómo hizo para consumar ese proyecto tan extraordinario como insólito.

Formalmente, las entrevistas se desarrollan en lugares que le son propios a los entrevistados. Los mismos, por lo general, se ubican en los márgenes del cuadro. Cada entrevistado ofrece un tono distinto y propone una escena distinta: en algunos casos prevalece la reflexión; en otros la nostalgia; en otros la desconfianza. Pero en todos los casos, las entrevistas se construyen con cierta informalidad (incluso en los parámetros técnicos: si bien los encuadres son precisos, no se observa una pretensión de solemnidad fotográfica), con una suerte de proximidad, de complicidad, que contribuye a acentuar la imposible objetividad, la inalcanzable comprensión total de la vida y obra de Francisco Salamone. Por su parte, la observación de los edificios se construye a través de planos cortos, descriptivos, con cámaras fijas y sutiles paneos que representan desde la fragmentación, cimentando sinécdoques visuales que funcionan en el mismo sentido: dar cuenta de la multiplicidad de formas en que puede mirarse esta historia.

Dos definiciones de ‘perspectiva’ resultan aquí productivas: “punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto” o “visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente de cualquier hecho o fenómeno”. Ezequiel Hilbert construye este documental como buscando el punto exacto desde el cual pararse, pero de ninguna manera lo hace con ingenuidad, sino más bien todo lo contrario: discurre incesante y con astucia, debatiéndose entre proximidades y distancias, para observar un pasado presentizado, lo suficientemente lejano y lo necesariamente tangible.

Dice Rilke en una de sus cartas al joven poeta Franz Xaver Kappus: “las cosas no son tan tangibles ni tan susceptibles de ser descriptas como suele hacérsenos creer. La mayor parte de lo que ocurre es inexpresable, se consuma en un espacio en el cual jamás ha penetrado palabra alguna, y más inexpresables aún son las obras de arte, existencias grávidas de secretos y con vida perdurable, al contrario de la nuestra, que es efímera.” (Rilke, 2011: 39) Algo de esto atraviesa tanto el mundo de hormigón salamónico como el film de Ezequiel Hilbert, que encuentra la forma exacta de construir su documental, apropiándose de ese aire denso y nubloso que cubre la silenciosa figura y obra de Salamone y poniéndolo al servicio de sus necesidades estéticas y expresivas, persiguiendo imágenes justas, musicalizando con exquisitez, concretando un film tan obnubilante, enigmático e hipnótico como suscitador de nuevas preguntas, conjeturas e interpretaciones, en última instancia: nuevas infinitas perspectivas.

Magalí Mariano

Ficha técnica

Guión y Dirección: Ezequiel Hilbert. Fotografía: Federico Sande, Ezequiel Hilbert. Montaje: Ezequiel Hilbert. Dirección de Arte: Hernan Borches. Sonido: Rodrigo González Castillo. Música: Pablo Borghi. Producción: Ezequiel Hilbert. Producción Ejecutiva: Valeria Bistagnino. Origen: Argentina. Duración: 80’. 2015.

The Salt of the Earth (Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, 2014)

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La Sal de la Tierra

Seguramente no estemos afirmado nada novedoso al reconocer la habilidad de Wim Wenders para elegir personajes atractivos como protagonistas de sus documentales. Así lo hizo en el caso de Pina (2011) y recientemente de nuevo en La sal de la tierra. Este documental se centra en el fotógrafo brasilero Sebastião Salgado, reconocido por haber retratado en largos viajes por el mundo grandes éxodos, pueblos originarios, paisajes y eventos sociales. Wenders trabaja en conjunto con Juliano Ribeiro Salgado, hijo del fotógrafo, quien había comenzado con el proyecto por su cuenta pero decide invitar al director alemán a viajar con ellos para obtener un punto de vista diferente. El interés personal de Wenders por la fotografía lo llevó a adentrarse en el mundo de Sebastião Salgado, su historia personal y sus aventuras fotográficas. La sal de la tierra es un film sobre la vida de un fotógrafo… o tal vez sobre la vida de tres.

La película realiza un recorrido mayormente cronológico, a excepción de algunos breves pasajes como el prólogo que muestra la serie de fotografías tomadas por Salgado en la mina de oro de Sierra Pelada, Brasil en 1986. Estas fotos en blanco y negro retratan el trabajo de miles de hombres que día a día extraían rocas para conseguir oro. Las escaleras colgantes utilizadas para descender a la mina a cielo abierto los muestran subiendo y bajando como si fueran simples hormigas trabajadoras. Para poder obtener estas fotografías Salgado descendió personalmente y observó en detalle el peligro que implicaba. Comprendió desde allí abajo que ese deseo fervoroso por conseguir el oro no hacía distinciones: la mina atraía a obreros e intelectuales universitarios por igual. A lo largo del documental, Salgado –interpelado por Wenders mientras en la pantalla se muestran las fotografías– relata las experiencias “detrás de cámara”. Muchas veces podemos observar sus reacciones al volver a ver las fotos ya que Wenders lo expone a sus propios recuerdos. Ante la serie de Sierra Pelada el fotógrafo asegura haber sentido condensada la totalidad de la historia de la humanidad, de la construcción de grandes obras de la arquitectura mundial. Los hombres que descienden exponiendo sus vidas por el oro no son esclavos más que del deseo de tener una oportunidad.

A medida que la película avanza comprendemos el nivel de compromiso que Salgado mantuvo en cada uno de sus proyectos. Habiéndose exiliado de Brasil con motivo de la dictadura militar en el año 1969, se instaló en París con su mujer Lélia para continuar trabajando en su primer área de estudio que fue la economía. En París descubrió su pasión por la fotografía y comenzó a trabajar formalmente. Junto a su mujer proyectaron grandes recorridos mundiales por los cinco continentes; las primeras fotografías que tomó en Nigeria en 1973 de unas mujeres con sus bebés a cuestas esperando para recibir comida ya anunciaban sus intereses netamente sociales. En sus viajes de trabajo Salgado se comprometía políticamente con las comunidades que retrataba. De hecho, hasta estos días no trabaja como un fotógrafo improvisado sino que genera las condiciones para poder dar un punto de vista profundo de los rostros o paisajes que su cámara captura. La primera serie proyectada con Lélia, “Otras Américas” (1977-1984), lo trajo de vuelta al continente americano. La distancia del exilio se acortó y pudo recorrer Sudamérica buscando retratar culturas ancestrales. Como consecuencia, vio poco a su mujer y a su primogénito Juliano, quien treinta años después, decidió acompañar a su padre en una aventura fotográfica por el Ártico y realizar esta película.

Otro de los grandes proyectos que la pareja brasilera realizó, “El final del camino” (1984-1986), llevó a Salgado por África para retratar las miserias de los éxodos masivos, los campos de refugiados, el hambre y las enfermedades. Una vez más se demuestra el total compromiso político y social del fotógrafo, quien encontró en esta disciplina la posibilidad de realizar una síntesis de todo lo aprendido en sus estudios económicos. Durante estos años Salgado mantuvo una mirada crítica de la geopolítica que lo incentivó a abandonar por grandes períodos a su familia para ser testigo directo de las injusticias. Esta serie africana es la más escalofriante de la película y recuerda rápidamente al trabajo de Alain Resnais en Noche y niebla (Nuit et bruillard, 1955): Sebastião retrata cuerpos enfermos y sin vida y relata los detalles de los rituales de la muerte en cada comunidad.

El fotógrafo fue testigo cercano de la degradación máxima de la condición humana y esto fue lo que lo condujo a un proyecto que repararía la tradición de su familia y sintetizaría una narrativa del retorno. La familia de Salgado poseía campos en el Amazonas brasilero pero estos quedaron devastados por las sequías. La reconstrucción de este valle verde con la plantación de millones de árboles es el proyecto reparador de la familia. Al darle vida nuevamente a toda esa flora y fauna, de alguna manera pudo transformar positivamente todos los rostros sufrientes que retrató. Quizás en el último tramo la película muestre su costado de propaganda al promocionar al Instituto Terra creado por Sebastião y Lélia para el cuidado del medio ambiente ubicado en el mismo valle. Sin embargo, nada de esto opaca la belleza de la narración de la película, del montaje y de la contundencia de las fotos de Salgado. Wenders y Juliano Salgado son en este caso fotógrafos de un fotógrafo cuando con su cámara filman las expresiones y el trabajo que Sebastião realiza para llegar a la foto que desea. En este sentido la película se asume como performativa y como un vehículo de reflexión que rápidamente excede los límites de lo familiar. Lo que desde el comienzo parece un documental biográfico de un fotógrafo, luego se muestra comprometido a nivel global con lo social, lo ambiental y con los grandes movimientos territoriales.

La sal de la tierra es en sí una película generadora de grandes movimientos territoriales que recopila todos los viajes realizados por Sebastião Salgado para fotografiar y los de Juliano Salgado y Wenders para filmar el documental. Como sucede con los documentales, poco importa qué de lo que se dice es “verdad”: el documental es siempre una construcción y en este caso convergen las subjetividades de tres grandes miradas. ¿Quién es entonces el verdadero documentalista? ¿Wenders, Salgado hijo o Salgado padre? En el viaje por el Ártico, padre e hijo se esconden para tomar fotos de un oso polar. Sebastião, descontento con el lugar en el que están ubicados, afirma que cuando el oso está cerca pueden hacer una foto pero a esa distancia solo tienen un documento y, agrega, no hay nada detrás que embellezca la presencia del oso: afirma que no tienen acción. La sal de la tierra pone en escena detalladamente las acciones que transcurren al momento de la captura de lo real, a la vez que retrata la experiencia comprometida de tres grandes autores a través de un largo diario de viaje.

Lucila Cataife

Ficha técnica

Dirección: Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado. Guión: Wim Wenders, Juliano Ribeiro Salgado, David Rosier. Producción: David Rosier. Fotografía: Hugo Barbier, Juliano Ribeiro Salgado. Montaje: Maxine Goedicke, Rob Myers. Música: Laurent Petitgand. Origen: Francia/ Brasil/ Italia. Duración: 110’. 2014.

Cine y región. Ensayos, proyectos y películas

Raúl Beceyro. Paraná y Santa Fe, EDUNER – Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos y EDICIONES UNL – Universidad Nacional del Litoral, 2014.

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Emiliano Jelicié

Reseña - Cine y regiónCompleja tarea la de dar cuenta en una reseña sobre la nueva publicación del cineasta santafesino Raúl Beceyro. En Cine y región confluye una serie heterogénea de escritos concebidos entre 1964 y 2013 que declaradamente no fueron pensados para un mismo destino editorial. Una simple y repetida característica de numerosas compilaciones, si no fuera porque además esa heterogeneidad se traslada al tipo de materiales que en esta ocasión el artefacto-libro reúne: ensayos, críticas, capítulos de libros, diarios de filmación, apuntes, monografías, fragmentos de guiones –algunos finalizados, otros inconclusos–, planes de trabajo, memorias, desgrabaciones. En la selección de estos materiales –una nota lo explica– han sido privilegiados aquellos “que se ocupan más explícitamente de la región del Litoral”. El libro los distribuye con un esquema tripartito: “Ensayos”, “Proyectos”, “Guiones” (más un “Anexo” al final). Y mientras en la primera sección el ordenamiento de los textos obedece a un criterio conceptual, donde se destacan dos textos que condensan el universo teórico del autor como son “El documental hoy” (2008) y el hasta esta publicación inédito “Para terminar de una vez por todas con esta cuestión del documental” (2013), en la segunda y tercera el criterio que se adopta es el de la línea cronológica que, así como la “Filmografía”, “Bibliografía” y “Cronología”, están así dispuestos con el fin de “permitir seguir el desarrollo de una obra”. Pero sin dudas la peculiaridad de esta heterogeneidad no se despliega en su totalidad hasta que vemos anexada a la serie textual el box de tres DVDs con films documentales, de duraciones y formatos diversos, realizados por Beceyro entre los años 1985 y 2012. Aquí ya no sólo se trata del problema del orden ni del criterio de selección o de relevancia impuestos, sino de un factor que le plantea un desafío inusual a la actividad del lector-espectador: indagar acerca del cruce entre la teoría y la práctica cinematográficas. Se trata de un cruce a priori habilitado por el autor desde sus propias reflexiones escriturarias, que extensivamente se ofrece al juego más libre e incontrolado de buscar los puntos de contacto (o de fricción) entre lo que se dijo y lo que se filmó o, dicho de otro modo, de establecer las relaciones entre lo que un autor piensa del cine y lo que luego (¿o será antes?) su propio cine muestra (o no) en relación con ese pensamiento. O, mejor aun, la diferencia entre lo que el realizador piensa del cine y piensa en el cine. En efecto, las cosas se tornan más opacas (y más interesantes) cuando al querer convocarlas a un mismo fin revelan esa cualidad propia que las especifica y las diferencia.

Lo primero que se destaca de los textos reunidos en la sección “Ensayos” es su carácter sintético, en un sentido preciso: la concepción del cine de Beceyro no nace en ellos sino que aparece como producto –como destilación– de reflexiones de más de cinco décadas. Una nota al pie de “El documental hoy” convoca a Beatriz Sarlo para autorizar esta idea: “Es como una especie de resumen e inventario de tus bienes en un número testamentario”. El texto se le había solicitado a Beceyro para publicarse en el que sería el último número de Punto de Vista, la recordada revista en la que fue conspicuo colaborador hasta su cierre. Aquí Beceyro vuelve sobre la cuestión del documental para conducirnos, desde esa vía, a su idea del cine como arte. En apenas dos páginas, la apretada definición del documental como una “confluencia entre el mundo […] y una mirada” consigue bosquejar el mapa del “cine de hoy” en dos grandes continentes, en uno de los cuales están aquellos films que se identifican cabalmente con la premisa planteada, mientras que en el otro están aquellos que carecen por completo de esa mirada (que desde luego se trata de una mirada cinematográfica), lo que conduce a que los materiales del mundo permanezcan en el film en su condición de “caóticos, insignificantes, tal como son cuando uno mira por una ventana y ve lo que pasa en la calle” (5). Este atajo le permite a Beceyro delimitar el terreno rápidamente para dejar en claro quiénes van a jugar de su lado (Raymond Depardon, Frederick Wiseman, Iotar Iosseliani, Abbas Kiarostami) y quiénes no (Michael Moore, Pino Solanas, Al Gore, tildándolos de documentalistas “analfabetos”). Y también le sirve para insertar el problema del documental contemporáneo como un asunto propio del “cine a secas”, como le gusta decir a Beceyro, en el que a la necesariedad de la confluencia antes apuntada se le añade otra que complejiza aun más las cosas: la confluencia –cada vez más “complicada”– entre el estilo del documental y el estilo de la ficción.[1]

Para explicar esto, el “hoy” anunciado en el título le va a ceder el lugar al pasado. Beceyro va a elaborar una historia del documental para constatar estas primeras definiciones. Los cortes son nuevamente incisivos: en un primer momento, el documental se constituye como lenguaje en virtud de que, como cualquier ficción, aprende a narrar (años 20: Flaherty, Vertov, Ruttmann); en un segundo momento, este lenguaje adopta nuevos procedimientos de la narrativa ficcional como propios (1936: Correo Nocturno y la “Escuela inglesa”); el tercer y “decisivo” momento es el nacimiento del documental moderno, en el que la integración de los usos formales y temáticos de la ficción amplían el campo de “lo decible” al punto de que el documental se libera definitivamente de sus obligaciones y ataduras estilísticas (1959: Días previos a Navidad; 1960: Primarias; 1961: La lucha; 1963: Crisis). El enfoque de Beceyro comienza a tomar forma precisamente aquí, cuando los elementos a tomar en cuenta proceden de la práctica fílmica y de sus aspectos procedimentales. En efecto, las nuevas libertades (y dificultades) del documental consisten en tomar de la ficción dos procedimientos privilegiados: el “empalme en movimiento” y el “montaje paralelo”.[2] Son libertades justamente porque estos procedimientos hacen lo contrario de lo que se espera del documental, cuya primera naturaleza es operar con la discontinuidad del montaje (descansando, por ejemplo, en el amalgama artificioso de la banda de sonido) y constreñirse a la homogénea e irreversible linealidad del tiempo; son dificultades porque el documental madura como obra de arte cuando logra domesticar las “bestias salvajes” de la realidad mediante el tour de force de lo ficticio: los “verdaderos documentales –citando a Chris Hegedus– borran las huellas del estilo documental y tratan de conseguir el ‘estilo del film de ficción’” (10).

El arte del cine documental para Beceyro es eminentemente narrativo, al igual que el del “cine a secas”, y aquí resuena un texto temprano suyo titulado “Cine y narración” (Punto de Vista, no. 6), que asevera que en “el cine la descripción no existe; sólo hay narración”. Si bien este punto de vista puede resultar cruento puesto que implica un recorte que deja afuera toda una vertiente contemporánea del documental que precisamente trabaja sobre los restos prenarrativos de la imagen (véase, si no, la extensa saga contemplativa de James Benning, el Thomas Arslan “fotográfico” de Desde lejos o el observacionismo poético de Cao Guimarães en Accidente, por nombrar unos pocos ejemplos), pone palmariamente al descubierto cuáles son las preferencias cinéfilas de Beceyro y, sobre todo, cómo éstas han gravitado en su forma de encarar la dirección de cine. En efecto, la perspectiva desde la cual habla Beceyro es la de un cineasta inclinado a llevar al papel los problemas recolectados en el terreno de su propia labor fílmica. Por eso, en esta suerte de practología que se desprende de la interconexión entre sus escritos y sus películas, las crónicas de rodaje son elevadas al estatuto de ensayo (“Filmar a Alfonsín”, “Palo y hueso. Diario de filmación”), los proyectos, sinopsis y guiones –conclusos o inconclusos, filmados o no filmados– sugieren contener in nuce sus formulaciones sobre el cine (en este punto se destacan las adaptaciones de Responso y de Nadie nada nunca, en colaboración con Juan José Saer), y hasta un trabajo práctico presentado en una cátedra en los años de estudio (“Teoría del documental”) “testamenta” lo que en definitiva el libro persigue al reunir todo ese material disperso: ilustrar la coherencia con que Beceyro se ha manejado, en sus diferentes facetas de cineasta, a lo largo de más de cinco décadas. Por eso también –volviendo a “El documental hoy”– el canon contemporáneo propuesto por Beceyro se cierra con un puñado de directores que representan la estela tardomodernista de una ruptura experimentada a fines de los años cincuenta, cuando se “produce entonces la misma transformación que […] se produjo en los cuarenta (Welles, La regla del juego, el neorrealismo): se despliegan los problemas, los enfoques, las posibilidades de ‘decir’ las cosas, tal como siguen desplegadas aún hoy. No ha habido mutación posterior” (9). En este punto, a Beceyro no le interesa el presente más que para volver a habitar ese pasado en el que, como buen modernista, se siente más cómodo, y con el que consigue hacer dialogar a su cine con el cine que admira. Pero escaparle al presente también produce sus riesgos. Viéndolo de este modo, entonces, el título del texto debería corregir, ahora sí, lo que escamotea. “El documental hoy” debería llamarse “El documental (según lo entiendo) hoy”.

Ocurre algo parecido en “Para terminar de una vez por todas con esta cuestión del documental”, que cierra la sección “Ensayos” [Nótese que este último texto, dispuesto a una distancia de 58 páginas de “El documental hoy”, comparte con éste los mismos preceptos, y esto se evidencia por el uso de la paráfrasis o la glosa, a veces incluso por el recurso de la repetición casi perfecta de las frases. Revisando otros textos de diferentes épocas que tratan el tema del documental, vemos que esta es una práctica consecuente en al menos cinco artículos: “Sobre cine documental” (1993), “El estilo documental” (2007), “El documental. Algunas cuestiones sobre el género cinematográfico” (2007), y los dos ya mencionados]. Decíamos que en “Para terminar…” está el mismo tipo de reflexión que en “El documental hoy”, donde se plantean las mismas diferencias entre ficción y documental, se realiza la misma reseña histórica y se ejemplifica con las mismas películas. Pero el texto tiene su excedente hacia el final, en un apartado titulado “Cuestión de principios”, donde Beceyro reflexiona de modo autocrítico sobre su experiencia como realizador de Rafaela, su último film. Como ya vimos, la concepción del documental (o del cine) de Beceyro opera con restricciones. En este caso se aportan tres: 1) el film no debe ser más largo de lo que debe; 2) el film no debe hablar en primera persona; 3) el film no debe contener entrevistas. La paradoja aquí consiste en que estas características que Beceyro “detesta” para el cine forman parte sin embargo de las elecciones estéticas que hizo para Rafaela. Al avanzar en la lectura vemos, no obstante, que son excepciones que no hacen más que reforzar la regla, y que, como ocurre en toda paradoja, sólo se trata de una contradicción en apariencia: si Rafaela es un film “largo”, lo es únicamente en función de la comparación con sus otras películas; si el film utiliza la primera persona (en este caso, Beceyro mismo) es por que “no sólo aporta imágenes, sino que es capaz de plantear problemas dramáticos […], haciendo así funcionar el relato”; si recurre a entrevistas, es porque esa es “la única manera de saber” qué es lo que vivieron y piensan sus protagonistas. En efecto, esta menuda defensa de sus entrevistas luego, hacia los párrafos finales, arranca las mejores reflexiones del texto. Dice Beceyro:

Finalmente, la entrevista plantea en el documental una situación enigmática. Si lo que definía al material de ficción era que sólo existía para ser filmado, que sólo existía en el film, para el film, entonces la entrevista es un material de ficción. Una entrevista sólo existe porque se filma (84).

Lo enigmático de la entrevista –según Beceyro– es que siendo “síntoma de documental”, de “prueba de lo real”, sea también un material asimilable a la ficción. El enredo teórico (pero también su sinceramiento) es evidente, y en parte se debe a aquella definición restrictiva y tajante mediante la cual el documental y la ficción son discriminados por el índice de realidad de los materiales con los que trabaja uno y otro, así como por la preexistencia o no de éstos a la realización del film. Si tomásemos tan en serio esta definición, entonces descartaríamos por ficcional todo lo que históricamente el documental ha creado por y para sí mismo, todo lo que en su puesta en escena se constituye como una realidad nueva, todo lo que no estaba ahí antes de su propia existencia. La inteligencia de Beceyro admite ese reconocimiento cuando confiesa que las entrevistas en Rafaela provocaron situaciones nuevas que no habían sido previstas antes –ni afuera– del film: “Nunca tuve con mis compañeros de escuela conversaciones tan completas, tan íntimas como las que aparecen en el film” (84); sin embargo, se vuelve mezquina a la hora de aportar ejemplos de colegas cuyo trabajo con la entrevista ha sido tan virtuoso como generativo (pienso especialmente en el Carlos Echeverría de Pacto de silencio, aunque la diversidad de inflexiones de la entrevista en los directores actuales, desde Néstor Frenkel hasta Ignacio Masllorens, señala que allí sigue habiendo un terreno por explorar): simplemente, no menciona a ninguno. Los nombres de directores argentinos sí son solicitados, en cambio, para marcar errores (Andrés Di Tella y su “inocente” y “digresiva” Fotografías; Iván Fund y sus “hechos insignificantes” [3] en AB; Enrique Piñeyro y su “analfabeta” Fuerza Aérea Sociedad Anónima). No es el lugar aquí para hacer justicia nombrando todos aquellos documentales –argentinos o extranjeros– que han sacado provecho estético tanto del recurso de la entrevista como del de la narración en primera persona (recurso éste último sobre el que, por otra parte, existen estudios recientes, como el de Pablo Piedras en El cine documental en primera persona, que plantean la emergencia de un “giro subjetivo” en el ámbito documental argentino de los años noventa). Pero sí vale recordar que los recursos no son los procedimientos, así como los procedimientos no son la forma: el arte del cine se beneficiaría si evitáramos, respecto de ellos, todo tipo de apriorismos o preconceptos. En otro orden de cosas, ¿cómo juzgar el film Shoah, ese fundamental encadenamiento de entrevistas de más de nueve horas que, si bien Beceyro elogia, contradice toda su elaborada preceptiva? Dilemas de un temperamento sentencioso: ¿cómo hacer encajar lo dicho (crítico) con lo visto (espectador), o lo visto (espectador) con lo hecho (realizador)? Resulta también curioso que los mejores documentales de Beceyro –entre los diez que han sido seleccionados en esta publicación– sean los que incorporan entrevistas y/o la primera persona en sus narraciones: La casa de al lado, Reverendo, Domingo 24 de octubre, Rafaela; mientras que en documentos más estrictamente observacionales como Guadalupe o Jazz, nos resulta difícil identificar esa confluencia entre estilos o esa construcción de la mirada antes apuntada.

Párrafo aparte merece el texto “Filmar a Alfonsín”, nuevamente incluido en una compilación de Ediciones UNL (la otra vez había sido en el libro anterior de Beceyro, 5 Ensayos). O al menos lo que de él nos interesa: la definición de lo político. En este punto Beceyro retoma una idea que está muy presente en su libro Cine y política y se plasma en varios de sus films (Candidato, 2007, Raúl Alfonsín en Santa Fe o La Convención, este último no incluido en el box), que consiste en pensar la política a contrapelo de la opinión dominante que se observa en los estudios de cine argentino contemporáneos. Básicamente, consiste en advertir que lo importante de lo político en el cine nada tiene que ver con una elección temática (“no hay temas mejores que otros” ni “que aseguren nada”), y mucho menos con la intención de que “se haga evidente lo que piensa el cineasta” a través del film. Por el contrario, se trata de disponer y seleccionar los materiales específicos para hacer entrar en la escena cinematográfica la propia escena de la política. En esto radica la “revolución” que le adjudica a Primarias, el film de Robert Drew, que por un lado tiene un aspecto procedimental novedoso (capturar en forma directa y simultánea las elecciones que llevaron a Kennedy a la presidencia), pero por el otro –o en virtud de esto mismo– incorpora un nuevo objeto hasta entonces ausente en el cine documental, que impone nuevos problemas y configuraciones a la representación fílmica. Esto demuestra que introducir acontecimientos políticos, cuyos personajes son políticos y muestran el mundo de la política, es una operación que va mucho más allá y mucho más acá de la simple constricción “tematicista”. En efecto, representar la escena de la política en buena medida es ir más allá porque implica tratar con las imágenes del poder (por eso el poder sabe elegir bien cuándo exponerse a las cámaras, así como el cine sabe bien de qué manera elidirlo, sobre todo aquél que depende del fomento del poder estatal). Pero también la representación de la escena política puede devolver una imagen invertida de sí misma, como ocurre en 2007 del propio Beceyro: en el periplo proselitista de la candidata a vicegobernadora por Santa Fe, la política –como tema, como discusión, como asunto– casi siempre brilla por su ausencia. La imagen de la política, lo sabemos de sobra, puede estar a años luz de la política.

Por lo demás, insistir en la crítica palmo a palmo de cada planteo teórico sería algo tan sencillo como errado; sería no aceptar que cuando Beceyro emprende la tarea del teórico, el que emerge a la superficie es en verdad el realizador o el esteta. El rodeo teórico, con su ademán universalista, funciona en Beceyro como un catalizador de gustos y preferencias particulares. Y como el frac en la función de gala, a veces la teoría pareciera ser el traje más adecuado para ocupar ciertos espacios. Esto quizá explique mejor por qué Beceyro se enoja tanto con Bill Nichols, o más bien con el éxito que éste ha tenido en las instituciones académicas centrales. El enfoque de Nichols exige un vasto trabajo de campo en el que se teoriza con más de 250 films de diversas épocas y latitudes; el de Beceyro, por su parte, implica una colección selecta de “grandes cineastas” (“no son muchos, unos veinte o treinta”, 9) para que quepan en su pequeña y fortificada región. Típica diferencia entre el estudioso y el esteta: uno incorpora y analiza; el otro valoriza y desecha.

Por último, el libroabre con una introducción a cargo de su curador, David Oubiña, que apunta a ciertas coordenadas de lectura para brindar un mejor acceso a la “región‑Beceyro”, concepto derivado de la noción saeriana de “zona” que explica aspectos de la obra de Beceyro que, por razones de espacio, no son tratados aquí. Sin embargo –y a diferencia de la visión de Oubiña–, todo lo antedicho nos permite pensar que hay una dimensión material, tangible, “real”, en la regionalidad[4]de Beceyro que cobra un peso decisivo en sus producciones y nada tiene que ver en lo fundamental con la que ha construido Saer a través de sus ficciones. No nos referimos en este punto a los “materiales” que el cineasta (con sus documentos reales) y el escritor (con sus imaginaciones ficcionales) priorizan en sus respectivos trabajos. Tampoco al consecuente hecho de que la región en Beceyro adquiere, por la indicialidad propia de la imagen cinematográfica (máxime si se trata de cine documental), mayores rasgos de “fidelidad” con los referentes locales[5] que en la literatura de Saer, cuya imaginación, tal vez desde el hecho mismo de ser literaria, parte de la cuestión local para expandirse y proyectarse casi infinitamente. Se trata más bien de invertir los roles y pensar la región ya no como un efecto de la representación sino como su causa. ¿Qué resortes de lo regional se ponen en juego para que una obra sea lanzada? ¿Qué espacios institucionales condicionan su existencia? ¿Cuál es la relación de pertenencia de Beceyro a dichos espacios? Hay en efecto una región real que es más fácil de circunscribir y reconocer que la región figurada y que habilita a preguntarnos acerca de las bases materiales de los objetos culturales que a Beceyro –como a cualquier autor– le permiten producir lo que produce y publicar lo que publica. Poco importa para el caso si la manera de trabajar es periférica o central, si es pobre o rica, si es convencional o atípica: se trata de saber en qué medida se adecua esa estética a una base productiva, y extensivamente de qué manera una obra incorpora (o no) en su seno una reflexión sobre los mecanismos que le dan existencia y legitimidad. De hecho, la forma de delimitar el espacio de pertenencia también configura ese “cómo es aquí”. Entre esos objetos culturales legitimados por la región está indudablemente este libro, editado conjuntamente por las editoriales de la Universidad Nacional de Entre Ríos y de la Universidad Nacional del Litoral, organismo este último donde además Beceyro dirige desde 1985 el Taller de Cine, y desde el cual financia y produce sus películas. Para que un conservador conserve su visión de las cosas, nada mejor que la fidelidad en el tiempo de las mismas instituciones, por definición conservadoras, y la de aquellos que pertenecen a esas instituciones y que en definitiva son los que las sostienen. Se puede describir la conservación de un sistema de producción y de una concepción del arte sostenida a través de los años como una manifestación de coherencia, como señala Oubiña; o se puede también pensar esa conservación como una forma de persistencia (que en todo caso logra ser coherente sólo consigo misma). “Coherencia” y “persistencia” entonces no deberían confundirse. ¿O acaso exhibe coherencia la conservación a través del tiempo de los mismos gustos y preceptos, en un campo por definición variable como el del cine? Y tomando el eje de la integración en una misma obra de la reflexión ensayística con la realización fílmica, ¿acaso es coherente esa integración con el carácter redundante, repetido, fragmentario, inconcluso o insignificante de los textos publicados? ¿Resiste la obra a los severos criterios por ella misma impuestos? Puede concluirse, entonces, que el modo en que Beceyro selecciona y opera en Cine y región no difiere demasiado del modo en que sus agentes e instituciones culturales seleccionan y operan con el presente, promoviendo así la misma especie de olvido sobre sus transformaciones y necesidades.

Se puede entender ahora por qué esta reseña, aunque involuntariamente, fue escrita a contrapelo de la introducción del libro. Nada extraño ni sorprendente: se trata –o debería tratarse– de dos géneros distintos, con obligaciones distintas, escritos en contextos distintos. Sabrá el lector apreciar las diferencias una vez que termine de leer estas páginas y se dirija a buscar un volumen, con sus respectivos DVDs, de Cine y región.

Notas

[1] A pesar de esta “complejización moderna”, por decirlo así, del objeto documental, Beceyro evita en todo momento plantear, a la manera posmoderna, un estadio de indeferenciación absoluto entre documental y ficción, ya que si bien es reconocible la tendencia a una fusión de ambos en tanto estilos, no obstante subsiste en uno y otro una especificidad verificable a través del tiempo que permite reconducirlos siempre al lugar del que partieron, esto es, el tipo de materiales con los que trabajan respectivamente: “El otro tipo de material es inventado, imaginado por el cineasta y sólo existe para ser filmado, sólo existe en el film, para el film. En este caso, la película se llama ficción”. Más allá de la claridad expositiva, el materialismo ingenuo de esta definición revela insuficiencias a la hora de abordar el problema del documental en su dimensión institucional (una comunidad de practicantes moldea y transforma el documental bajo el auspicio de diferentes formaciones sociales) y espectatorial (una serie de supuestos y expectativas regulan el carácter documental de los textos fílmicos). Tomamos estas definiciones del teórico norteamericano Bill Nichols, La representación de la realidad, Paidós, 1997, pp.42‑63, a quien Beceyro discute encendidamente en un artículo que puede leerse aquí: http://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/ojs/index.php/CuadernosDeCine/article/view/3332/4963.

[2] De larga trayectoria docente, Beceyro procede aquí, como en otros pasajes del libro, en calidad de pedagogo: “El montaje (en movimiento) es así: en la toma 1 el personaje realiza una acción, como sentarse, por ejemplo, y en el momento en que está sentándose, se pasa a la toma 2, en la que termina de sentarse” (11). La voluntad de dirigirse al lego es una constante que se traslada a otros tipos discursivos, como los comentarios que anteceden a la proyección de los films (“La casa de al lado” y “Guadalupe”, a cargo de Beceyro; “La Convención”, a cargo de Rafael Filippelli) o la elaboración de proyectos para ser leídos por organismos de financiamiento (entre los que sobresale la sumaria propuesta de “Jazz en Santa Fe”).

[3] En oposición a los films que muestran “hechos insignificantes”, la mirada de los grandes documentales para Beceyro es “precisa, intensa, concentrada [porque]; no se distraen” (82).

[4] En reemplazo del término “regionalismo” que, como bien señala Oubiña, se vincula más con la idea de “pintoresquismo” o “color local”.

[5] Pienso que esta insistente voluntad de referencialidad en la representación beceyrana está vinculada con la idea del “cómo es aquí” que propone Oubiña en su introducción: “La palabra clave es aquí. Me atrevería a sostener –aunque suene a provocación– que todo el cine de Beceyro se despliega a partir de esa simple consigna inaugural. Si los otros no entienden es porque no saben; todo consiste, entonces, en traerlos y mostrarles para que vean cómo es aquí. Eso es el cine” (xiv).

Tránsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine

Paulina Bettendorff & Agustina Pérez Rial (editoras). Buenos Aires, Libraria, 2014.

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Elina Adduci Spina

Reseña - Tránsitos de la miradaTránsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine plantea desde el mismo título una tensión que va a vertebrar toda la publicación: la oscilación entre la particularidad y la generalidad o, más bien, la multiplicidad que brota de una unicidad relativa a la cuestión y pertenencia de género. Si los tránsitos de la mirada podrían remitir a la perspectiva de un sujeto colectivo, rápidamente el concepto de “mujeres” en plural fragmenta la idea de una entidad femenina cristalizada. Al respecto, Paulina Bettendorff y Agustina Pérez Rial expresan su interés no por la búsqueda de un “cine femenino”, sino por “explorar los discursos, las experiencias y los modos de percepción de y sobre el cine de mujeres”. En esa empresa se sirven como fundamento teórico de las consideraciones de Teresa de Lauretis cuando en Alicia ya no. Feminismo, semiótica, cine define a la “mujer” como una construcción ficticia, y a las “mujeres” como sujetos reales determinados tanto por aquellas formaciones discursivas como por su existencia material evidente. Pero si la pertenencia genérica actúa como un factor más (junto a la condición histórica, política o de clase, por ejemplo) en la configuración de las mujeres reales como sujetos sociales, ¿cómo se explica un recorte cuyo denominador común sea la mujer y, en este caso, su vínculo con la praxis cinematográfica? Lejos de significar una decisión arbitraria o sectaria, las editoras explican que, hasta la década de 1990, en el ámbito cinematográfico local hubo una ausencia y escasez de mujeres en los rubros de dirección, producción y técnica, así como también una invisibilización de las mismas en los textos canónicos sobre la historia del cine argentino. En este sentido, el libro rescata a una serie de realizadoras argentinas con el objetivo de trazar una cartografía que explore las distintas zonas construidas y transitadas por las mujeres en su práctica cinematográfica. Para ello la obra se divide en dos partes: la primera compila artículos de reconocidos investigadores y críticos académicos que analizan la estética de una directora en particular o la inserción de las mujeres en el cine, y la segunda presenta entrevistas a realizadoras contemporáneas que cuentan en primera persona cómo es su experiencia creativa y laboral en el ámbito cinematográfico.

En las “Palabras preliminares”, Moira Soto celebra el abordaje de una temática poco trabajada en la Argentina y observa que, aunque en los últimos años se ha multiplicado la cantidad de mujeres directoras y críticas de cine, son muy pocas las que se asumen como feministas y construyen desde su condición de género. En este sentido, casi de modo preceptivo, cierra sus líneas citando a la cineasta Inés de Oliveira Cézar en su ideal de un “cine de mujer” concebido a contrapelo del sistema machista y mediante la “mirada femenina en una feminista con mirada” reivindicada por Agnès Varda.

En “Cartografiando miradas. Mujeres que hacen cine en Argentina”, Paulina Bettendorff y Agustina Pérez Rial explican que –más allá de la indiscutida presencia de las actrices frente a las cámaras y del rol central que éstas ocuparon en la construcción del star system local– a lo largo de la historia del cine argentino las mujeres han tenido poca participación en los rubros técnicos, autorales y de producción. Haciendo una “cartografía” de los primeros cien años del cine nacional, descubren que sólo quince mujeres ocuparon el cargo de dirección (entre las cuales sólo María Luisa Bemberg logró desarrollar una filmografía extensa) y que recién en la década de 1990 se produjo un fenómeno de proliferación de mujeres en puestos técnicos y de dirección, que terminó consolidándose hacia los primeros años del siglo XXI. En este recorrido histórico se mencionan cuatro directoras del período mudo: María B. de Celestini, Renée Oro, Elena Sansinea y Emilia Saleny, quién además fundó una escuela de actuación denominada Academia Cinematográfica Argentina. A esta lista también se suma la actriz Camila Quiroga, quién junto a su marido Héctor E. Quiroga creó la productora Platense Film y Quiroga Benoît Films. En el cine de estudios no figuran registros de directoras pero sí de guionistas como la actriz Niní Marshall o Beatriz Guido, cuyo ingreso en el cine se dio de la mano de Leopoldo Torre Nilsson hacia finales de la década de 1950. Recién en los años ´60 aparece Vlasta Lah para incursionar en la dirección de Las furias (1960) y Las modelos (1962), dos films de pronunciada temática femenina. Además, durante esos años y hasta la década de 1970 se produjo una emergencia de cortometrajes realizados por mujeres que funcionaron como una puerta de entrada al mundo del cine ficcional, documental y experimental. La fundación en 1988 de la asociación La Mujer y el Cine (conformada por Susana López Merino, Sara Facio, María Luisa Bemberg, Lita Stantic, Gabriela Massuh, Beatriz Villalba y Marta Bianchi, entre otras) fue un hecho bisagra que estimuló a las mujeres a ejercer un rol de liderazgo y alentó la producción mediante la creación del concurso Ópera Prima Mujer financiado por el INCAA. De este movimiento, María Luisa Bemberg resulta una de las figuras más emblemáticas por haber desarrollado una carrera en continuidad. Finalizando este itinerario histórico, el Nuevo Cine Argentino aparece como un espacio que propició el ingreso de nuevas realizadoras al otorgarles legitimación como actores relevantes de la producción cinematográfica argentina. En este sentido ambas autoras coinciden en que, en un contexto en el cual el lugar de la mujer parecería ya no necesitar ser problematizado, ahora la apuesta consiste en indagar cuáles son las múltiples formas que pueden adoptar las miradas femeninas.

En “Óyeme con los ojos. Miradas y voces en el cine de María Luisa Bemberg”, Ana Forcinito señala que a partir de una propuesta que desarticula la mirada y el registro acústico de la lógica masculina, la directora construye a la mujer como un sujeto de la mirada que subvierte la tradicional imagen femenina como objeto patriarcal. Además, Forcinito estudia el pasaje de un “feminismo monolítico y militante” a un “feminismo de las diferencias” que explora el resquebrajamiento de la mirada patriarcal y feminista, y considera a Bemberg como una precursora en la búsqueda de nuevas estrategias de representación de un cine femenino que tiene continuidad hasta nuestros días.

En “Un realismo negligente”, David Oubiña argumenta que Lucrecia Martel construye un “realismo negligente” en el que la cámara funciona como un falso testigo cuya tenacidad por la observación paradójicamente consigue que nada se revele. Entonces, esta reformulación del realismo –productor de una realidad desnaturalizada que bascula entre la ausencia de acontecimientos y la irrupción de una catástrofe– en vez de producir un reflejo del mundo produce una captura fiel del modo en el que sus personajes lo experimentan dando lugar a reacciones que revelan algo del entorno que rodea y acecha. De esta manera, Oubiña sostiene que el carácter político de la obra de Martel radica en la representación de lo siniestro de una clase media provinciana que se auto-convence de que no desvía la mirada porque en realidad no hay nada para ver.

En “’No son como nosotros’. Lenguas aborígenes, género y memoria en el cine argentino”, Ana Amado analiza Nueva Argirópolis de Lucrecia Martel y Nosilatiaj. La belleza de Daniela Seggiaro haciendo foco en una especie de “disposición femenina” autoral que rescata los modos de resistencia de una memoria cultural aborigen sostenida en una lengua que se halla al margen de la omnipresencia del lenguaje. De esta manera, la apuesta formal política de estas directoras estaría en la escenificación de un mundo construido sobre la base de cosas banales y de palabras sin importancia que revelan la lógica cifrada de una memoria y un funcionamiento social.

En “Mujeres en el espacio documental. Una apuesta por un camino en vías de conformación”, Paola Margulis establece las intersecciones entre el desarrollo de dos líneas: la del crecimiento del documental en la Argentina y la de la inserción de la mujer en ese espacio. Luego hace un recorrido histórico (en el que se menciona el cine social de Dolly Pussi, el “Cine Testimonio Mujer” de Silvia Chanvillard y Laura Bua, el “documental de creación” de Carmen Guarini y el giro subjetivo de Albertina Carri y Marías Inés Roqué), Margulis asegura que, en la mayoría de los casos, la incorporación de la mujer en el cine documental no se dio a partir de un activismo de género.

En “Ana Poliak: un cine desde los márgenes”, Gustavo Aprea analiza la singular estética de la realizadora (evidenciada en relatos no convencionales que trabajan la problemática de la memoria, la subjetividad y los límites entre la ficción y no-ficción) y considera que sus films se constituyen como una “experiencia de la búsqueda” que pone en evidencia sus logros y dificultades.

En “Espacio biográfico y memoria en la cultura contemporánea. Intervenciones sobre el ‘documental subjetivo’”, Leonor Arfuch reflexiona sobre la vocación del documental por lo subjetivo teniendo en cuenta las formas globalizadas de tensión entre lo público y lo privado, y la ficción y lo biográfico. Además estudia los modos en el que, en la era del “auge del testimonio”, el relato emerge como una estrategia para representar a la memoria y al “yo”.

En la segunda parte del libro denominada “Zona de entrevistas”, las editoras dialogan con Anahí Berneri, Albertina Carri, Carmen Guarini, Lucrecia Martel, Celina Murga, Vanessa Ragone, María Inés Roqué y Lita Stantic para preguntarles, entre otras cuestiones, su opinión acerca de la relación entre la mujer y el cine argentino. Salvo Anahí Berneri –quién asegura construir desde una mirada de género cuyas marcas poéticas femeninas tienen que ver con algo del orden de lo sensorial– las realizadoras admiten no tener una inclinación hacia un “cine femenino”. De todos modos, todas reconocen que –más allá de seguir siendo minoría– la igualdad conquistada por la mujer en la actualidad es producto de la tarea de María Luisa Bemberg y de todas aquellas mujeres que fueron parte de la asociación La Mujer y el Cine.

De esta manera, debido a su recorte “femenino”, Tránsitos de la mirada. Mujeres que hacen cine se configura como un intersticio en el que conviven los análisis de los múltiples recorridos que puede adoptar la mirada femenina junto con el abordaje de la problemática del ingreso de la mujer en el cine. Si el nervio inicial de esta publicación fue producto de ausencias e invisibilizaciones, los testimonios de las realizadoras parecerían dar cuenta de un ámbito cinematográfico en el que la igualdad de género es cada vez menos una utopía y cada vez más una realidad. Más allá de que en el futuro tal vez ya no sean necesarios estos tipos de recortes, lo cierto es que todavía quedan pendientes publicaciones que tomen en cuenta a las tantas realizadoras que fueron descartadas por los textos canónicos, e investigaciones que estudien de manera interdisciplinaria qué pasó laboralmente con las mujeres durante los primeros cien años del cine argentino.

Imágenes de la derrota y canciones de lucha: la nueva canción chilena en el cine cubano de solidaridad

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Carolina Amaral de Aguiar

 

Resumen

Este artículo analiza dos documentales musicales realizados en Cuba en los años setenta: El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… (Santiago Álvarez, 1973) y Un silbido en la niebla (Víctor Casaus, 1978). En ambos, los realizadores optan por abordar la trayectoria de algunos de los músicos centrales en el movimiento de la nueva canción chilena que fueron víctimas del golpe de Estado en Chile: Víctor Jara, asesinado en 1973, fue tema de la película de Álvarez; mientras que Ángel Parra, detenido en campos de prisioneros, es el personaje principal del documental de Casaus. Los dos filmes son fruto de las estrechas relaciones cinematográficas y musicales establecidas entre Cuba y Chile desde la Unidad Popular, y ambos atribuyen un papel narrativo a las canciones, contraponiendo sus mensajes de lucha a las imágenes de la represión.

Palabras claves

Documental musical; Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC); Nueva canción chilena; Nuevo Cine Latinoamericano; Golpe de Estado en Chile; Cine de solidaridad

Summary

This article analysis two music documentaries that have been made in Cuba during the sixties: El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá (Santiago Álvarez, 1973) and Un silbido en la niebla (Víctor Casaus, 1978). Both of them have addressed the trajectory of some of the mainly musicians of the nueva canción chilena movement that have been affected by the coup d’état in Chili: Víctor Jara, murdered in 1973, is the subject of Álvarez’s film; while Ángel Parra, arrested in prisoner camps, is the main character of the Casaus’s documentary. Both films can be considered as a consequence of the close relationships in cinema and music that have been established between Cuba and Chili since the Popular Unity government. Furthermore, both documentaries have attached a narrative role to the songs, contrasting their political messages with images of the repression.

Keywords

Music documentary; Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC); Nueva canción chilena; New Latin American Cinema; Coup d’ état in Chili; Solidarity cinema.

Resumo

Este artigo analisa dois documentários musicais realizados em Cuba nos anos 1970: El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… (Santiago Álvarez, 1973) e Un silbido en la niebla (Víctor Casaus, 1978). Em ambos, os realizadores optam por tratar da trajetória de alguns dos músicos centrais no movimento da nueva canción chilena que foram vítimas do golpe de Estado no Chile: Víctor Jara, assassinado em 1973, foi tema da película de Álvarez; enquanto Ángel Parra, detido em campos de prisioneiros, é o personagem principal do documentário de Casaus. Frutos das estreitas relações cinematográficas e musicais estabelecidas entre Cuba e o Chile desde a Unidade Popular, os filmes atribuem um papel narrativo às canções, contrapondo suas mensagens de luta às imagens da repressão.

Palavras-chave

Documentário musical; Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC); Nueva canción chilena; Nuevo Cine Latinoamericano; Golpe de Estado no Chile; Cinema de solidariedade

 

Datos de la autora

Posdoctoranda en Cine de la Universidad de São Paulo, becaria de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP). Doctora en Historia Social, Máster en Estética e Historia del Arte y Licenciada en Historia también por la Universidad de São Paulo (USP).

Una versión previa y resumida de este texto fue presentada en portugués en el III Cocaal – Colóquio de Cinema e Arte da América Latina, realizado en agosto de 2015 en la Universidad Federal Fluminense (UFF), con el título de “O cinema cubano da solidariedade ao Chile e a Nueva Canción Chilena”.

Fecha de recepción: 9 de septiembre de 2015
Fecha de aprobación: 4 de noviembre de 2015

Introducción

El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), desde su inicio en 1959, estuvo marcado por el intenso intercambio entre realizadores, técnicos y artistas cubanos y extranjeros.[1]Una de las consecuencias de esa apertura del ICAIC a otros contextos nacionales, especialmente en los años sesenta y setenta, fue una vasta producción de filmes dedicados a procesos políticos ocurridos fuera de Cuba, en países donde se disputaban el poder proyectos revolucionarios y fuerzas conservadoras. En este sentido, Chile se destacó, junto a Vietnam, como una de las naciones extranjeras más presentes en la filmografía cubana de la época. Por un lado, ese hecho fue fruto de la amplia cantidad de títulos realizados por chilenos exilados en la isla después del golpe de Estado de 1973;[2] por otro, es posible percibir que los cineastas cubanos también se interesaron en registrar tanto el auge de la Unidad Popular (UP) como su caída. En este sentido, es necesario diferenciar el “cine del exilio”, hecho por los exiliados del país sudamericano, del “cine de solidaridad”[3], llevado a cabo por extranjeros que se movilizaron para apoyar a las víctimas de la represión en Chile. Sin embargo, los dos fenómenos se desarrollaron, en general, de modo paralelo desde los primeros años de la dictadura chilena.

Amaral El tigre - Fig 1En este artículo, pretendo estudiar ese interés de los realizadores cubanos por Chile mediante el análisis de dos documentales musicales producidos por el ICAIC tras el golpe de Estado de 1973: El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… (Santiago Álvarez, 1973) y Un silbido en la niebla (Víctor Casaus, 1978). Es necesario destacar que si bien el primero ya ha sido analizado en algunos trabajos, el segundo es una producción muy poco conocida.[4] Para su comprensión es preciso situarlos como prolongaciones del amplio intercambio cultural establecido entre el país del Cono Sur y Cuba durante el gobierno de la Unidad Popular, entre 1970 y 1973. Ese intercambio fue fértil en el campo de la canción comprometida, en el contexto de lo que se conoció como la nueva canción latinoamericana, y también del cine, a través del proyecto de integración subcontinental llamado Nuevo Cine Latinoamericano (NCL). En estos documentales confluyen ambos fenómenos, cuyas conexiones han sido poco analizadas hasta el momento[5]. Mi hipótesis es que la canción política chilena fue uno de los temas de los que se sirvió el ICAIC para abordar la represión chilena y sensibilizar al espectador con la causa de la resistencia a la dictadura de Pinochet, tras el trágico 11 de septiembre de 1973.

A pesar de ello, hay que destacar que la aproximación entre los proyectos políticos y culturales de ambos países durante la Unidad Popular presentó tensiones, que se derivaron especialmente del hecho de que Cuba y Chile fueran ejemplo de dos vías diferentes para implementar el socialismo. Mientras Cuba llamó la atención mundial por el éxito de la lucha armada en la Revolución de 1959, la UP se volvió referencia de un socialismo que podría ser implementado por medio de la victoria electoral de una amplia alianza de partidos de izquierda. El ICAIC, por su parte, no permaneció ajeno a esa tensión, como apunta Mariana Villaça:

Amaral El tigre - Fig 2La vía pacífica y la postura antiguerrillera defendidas por varios sectores de izquierda en Chile, así como las tensiones internas en relación con la definición de la política cultural a ser asumida por la Unidad Popular (y que oscilaba entre una línea ligada al partido Comunista y otra menos ortodoxa) eran puntos delicados de esa aproximación con Cuba. Hay, incluso, muchas divergencias entre músicos y cineastas cubanos y chilenos, que acabaron haciéndose públicos por medio de la prensa, y que ocurrían no solo en función de diferencias políticas, sino que también debido a diferentes concepciones estéticas e ideológicas en relación al uso del folclore o al diálogo con las vanguardias europeas (Villaça, 2010: 185, nuestra traducción).

En relación con la música, muchos fueron los viajes y los intercambios de compositores e intérpretes que tuvieron lugar durante la UP entre Chile y Cuba. Caio de Souza Gomes (2013) cita visitas de delegaciones culturales, lanzamientos de LPs y la promoción de encuentros y festivales como las principales acciones llevadas a cabo en ese período en los dos países. Un ejemplo de esos intercambios al que Gomes hace referencia fue la creación del grupo Manguaré, a partir de una presentación de los chilenos de Quilapayún ante el propio Fidel Castro, en Cuba, en 1971. Tras el evento se seleccionaron seis músicos cubanos para una estadía en Chile de seis meses, en la cual pudieron conocer mejor el medio musical del país sudamericano y formar un conjunto con el mismo estilo (Gomes, 2013).

En el campo cinematográfico, Chile films, institución estatal responsable de la promoción del cine en Chile, firmó un convenio formal con el ICAIC, en marzo de 1971. Según Ignacio Del Valle Dávila, el acuerdo implicaba el “intercambio de films de ficción, documentales y noticieros, su difusión, exhibición y promoción a través de los medios de comunicación” (Del Valle Ávila, 2014: 381). También estaban previstas coproducciones, intercambio de copias entre cinematecas, formación de técnicos (especialmente por parte del ICAIC) y la puesta a disposición de los archivos sonoros del Instituto para los realizadores chilenos.[6]

La referencia al archivo sonoro del ICAIC es significativa, pues el director del Instituto, Alfredo Guevara, había creado, en 1969, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (GESI). De acuerdo con Mariana Villaça (2001), la visita de Guevara a Brasil un año antes, cuando conoció el éxito de público de la Música Popular Brasileña (la llamada MPB), fue fundamental para esa iniciativa. El éxito de la incorporación de la música brasileña al cine, como por ejemplo la banda sonora de Sérgio Ricardo para Dios y el Diablo en la Tierra del Sol (1964) de Glauber Rocha, también incentivó la decisión de desarrollar una acción similar en Cuba. Dirigido por el maestro Leo Brouwer, el GESI fue un proyecto colectivo de estudio y composición de bandas sonoras de películas. A pesar de que no ha sido posible comprobar la participación de ese grupo en los dos filmes que serán analizados en este artículo, el papel que desempeña la música en esos documentales se relaciona con la tentativa de integrar canción y cine llevada a cabo en el ICAIC por el GESI, que duró hasta 1976.[7] Este es un punto común entre ambas películas que permite también establecer una comparación entre ellas, aun cuando aparentemente los dos proyectos no tuvieron conexiones directas en el contexto de producción.

Amaral El tigre - fig 3El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… y Un silbido en la niebla no fueron los únicos filmes sobre Chile realizados por cubanos en el ICAIC tras el golpe de Estado de 1973, tampoco son los únicos títulos de sus realizadores sobre esa nación sudamericana. El interés previo por el intercambio cinematográfico entre los dos países y la llegada de un gran número de exilados chilenos a Cuba (entre los que se encontraban cineastas y músicos) son dos de las razones que motivaron el desarrollo de producciones sobre Chile. En el caso de Álvarez, se destaca la realización en el posgolpe, además del título aquí analizado, de una edición del Noticiero ICAIC Latinoamericano transformada en documental: La hora de los cerdos (Álvarez, 1973). Es necesario destacar que el documentalista había realizado, anteriormente, ¿Cómo, por qué y para qué se asesina a un general? (Álvarez, 1971) y De América soy hijo… y a ella me debo (Álvarez, 1972) sobre el Chile de la Unidad Popular, además de haber visitado el país en 1970 y, posteriormente, acompañando a Fidel Castro en 1971. En el caso de Víctor Casaus se dedicó especialmente a los documentales musicales, dirigiendo también Gracias a la vida (1976), que registró el paso de Isabel Parra por la Casa de las Américas con ocasión de la inauguración de una exposición con obras de su madre, Violeta Parra, en 1971.[8] Esta última producción cinematográfica, a pesar de haber sido montada después del 11 de septiembre de 1973, no abordó directamente el tema de la dictadura y debe ser vista como producto de la colaboración entre los dos países llevada a cabo en el contexto de la UP.[9]

En este artículo, mi objetivo no es, por lo tanto, dar cuenta de todos los intercambios cinematográficos entre Cuba y Chile en los años 1970, ni agotar las relaciones entre la nueva canción latinoamericana y proyectos cinematográficos llevados a cabo en el subcontinente en los años sesenta y setenta –un tema, dicho sea de paso, de gran importancia y muy poco investigado hasta el momento. Pretendo, por medio del análisis de El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… y Un silbido en la niebla, reflexionar sobre la apropiación de la música como estrategia narrativa llevada a cabo por el cine de solidaridad, y que es perceptible en esos dos documentales musicales.

Esta breve contextualización de las relaciones cinematográficas y musicales entre Cuba y Chile en los años de la Unidad Popular, así como la constatación del amplio interés del ICAIC por el contexto chileno tras el golpe de Estado, ayuda a percibir que El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… y Un silbido en la niebla forman parte de una red de relaciones previas que se transformó, después de 1973, en una red de solidaridad internacional. Por ello, ambos deben ser vistos como ejemplos de “transferencias culturales” entre las dos naciones latinoamericanas, conforme la noción de Michel Espagne (2013). Para este autor, el concepto de “transferencias culturales” es más complejo que el de “intercambios culturales”, pues engloba una dinámica de resemantización que resulta del paso de un bien cultural, un concepto o práctica de una cultura a otra. Esas transferencias deben comprenderse mediante un análisis histórico-sociológico de los vectores entre dos países (como ha sido realizado en la introducción de este artículo) y por un análisis hermenéutico que muestre la determinación de nuevos sentidos producidos por la reinterpretación que una cultura hace de otra a partir de las conexiones entre ambas. De ahí la necesidad de estudiar algunas de las estrategias desarrolladas en los documentales de Álvarez y de Casaus, así como los discursos narrativos que construyen.

Amaral El tigre - fig. 4El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… y Un silbido en la niebla se destacan en ese corpus de producciones cubanas sobre Chile por ser documentales musicales que escogieron dos figuras importantes de la nueva canción chilena[10]para denunciar la represión en el país sudamericano: Víctor Jara y Ángel Parra.[11] Mariana Duccini Junqueira da Silva (2012) destaca que este tipo de películas en que la música representa la temática principal no debe ser confundido con los filmes de “divulgación/promoción comercial de determinados artistas”. Se trata, más bien, de “representaciones sobre los sujetos sociales que construyen y sobre los aspectos histórico-culturales de las épocas retratadas” (Silva, 2012: 7, nuestra traducción). Así, según la autora, los documentales musicales intentan constantemente asociar la dimensión biográfica de los músicos y cantantes y los acontecimientos emblemáticos de la historia. La tentativa de unir las trayectorias de Jara y Parra y la denuncia de la represión chilena hace que las producciones aquí analizadas articulen lo individual y lo colectivo, en la línea que apunta Silva.

Álvarez optó por hacer un filme en formato de videoclip[12], como veremos más adelante, centrado en la figura de Víctor Jara, asesinado brutalmente por la Junta Militar en 1973. Por su parte, Casaus aprovechó la presencia de Ángel Parra —exiliado en Cuba,[13]tras pasar por los campos de prisioneros del Estadio Nacional y de Chacabuco–, para montar una mezcla de recital y testimonio, intercalados entre imágenes documentales. De esta forma, ambos utilizan la popularidad que esos músicos habían alcanzado en Cuba en los años anteriores, y su condición actual de víctimas de la dictadura para denunciarla represión y, al mismo tempo homenajear la lucha y la resistencia que representaban esos personajes. Así, se trata de películas que, a pesar de centrarse en trayectorias individuales, observan un contexto histórico que es colectivo.

Víctor Jara y collage sonoro

El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá…, editado poco después del golpe de Estado, construye una denuncia de las acciones de la Junta Militar por medio de un relato con cuatro canciones; tres de Víctor Jara (Te recuerdo Amanda, 1969, El alma llena cubierta de banderas, 1971, y Plegaria de un labrador, 1969) y una de Violeta Parra (¿Qué dirá el santo padre?, 1965). Esas canciones desempeñan un rol narrativo central y se puede decir que las imágenes que las acompañan están subordinadas a sus ritmos y a sus letras. Álvarez hace una especie de videoclip con ellas, compuesto a partir de material documental (extractos audiovisuales y fotos), grabaciones de estudio de Jara, recortes de periódicos, grabados y textos gráficos (indicados en forma de intertítulos). En ese sentido, el filme incorpora algunas de las características presentes en obras anteriores de ese cineasta, como la paridad entre “la palabra escrita, la imagen y el sonido”, fundamental en documentales como Now (Álvarez, 1965) (Ortega, 2008: 81).

Amaral Silbido - fig. 1Los materiales de archivo usados para componer ese filme-collage –o “collage sonoro”, en la terminología de María Luisa Ortega (2009)– consisten en registros previos y posteriores al golpe de Estado, así como imágenes tomadas en Chile y en otros países.[14] Para articular esas fuentes heterogéneas de diferentes procedencias y períodos, Álvarez hace un primoroso trabajo de montaje guiado por la música. Las fotos ganan movimiento con aproximaciones, alejamientos y desplazamientos laterales, lo que ocurre también con otras imágenes estáticas, como las reproducciones de cuadros. Los trechos audiovisuales son sometidos a cortes rápidos, pequeños congelamientos de la imagen, que después vuelven a ponerse en movimiento, logrando que los soldados “marchen” al son de Violeta Parra. Las letras, muchas veces, comentan lo que se ve. Eso ocurre, al comienzo del filme, en las escenas del asesinato del periodista Leonardo Henrichsen durante la tentativa de golpe frustrada (el tancazo), de junio de 1973, que fue controlada por las fuerzas militares leales a Allende. Las imágenes son acompañadas de los siguientes versos de Parra: “Miren como nos hablan de libertad, / cuando de ella nos privan en realidad. / Miren como pregonan tranquilidad, / cuando nos atormenta la autoridad.” Otro procedimiento frecuente en el documental es la repetición y la reiteración de imágenes, como destaca Carolina Larraín Pulido: “Santiago Álvarez usa la repetición extensivamente como estrategia retórica para generar un mayor impacto emocional en el espectador, crear analogías y acentuar similitudes entre sus materiales.” (Larraín Pulido, 2009, s/p).

La canción de Violeta Parra es una especie de prólogo y antecede a los créditos en los que se anuncia el título. Predominan, en esa introducción, fotos y vídeos de soldados, así como imágenes de Pinochet y de otros generales de la Junta Militar. El paso de esas escenas de represión en Chile al tema “Víctor Jara” se da por medio de una imagen que permanece fija en la pantalla por algunos segundos: un cuerpo desnudo colgado de una esvástica. Álvarez asocia, así, la dictadura chilena al nazi-fascismo y la muerte de Jara a las de otros mártires, en una clara referencia a la idea de crucifixión. El documental, como indica esa imagen sintética, crea una conexión entre los procesos de represión y resistencia del Chile pos-1973 y aquellos ocurridos en otros países y períodos históricos.

El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… denuncia la represión de la Junta Militar chilena, colocándola como una más de las acciones del imperialismo. La primera imagen del documental es una secuencia de una gran mina a cielo abierto explotando, acompañada de intertítulos compuestos por pasajes del libro Nuestra América (1891), de José Martí, obra de la cual es tomado también el título del filme. Álvarez explora gráficamente las palabras del autor cubano y acompaña la explosión con la descripción de los movimientos del “tigre”, metáfora del imperialismo estadounidense, a través de las palabras de Martí: “El tigre espera, detrás de cada árbol, acurrucado en cada esquina. Morirá, con las zarpas al aire, echando llamas por los ojos”.

Amaral Silbido - fig. 2El documental no utiliza voz over —rasgo prácticamente constante en la filmografía de Álvarez en la segunda mitad de los años sesenta (Del Valle Dávila, 2013: 46)– y los sonidos usados son los de las canciones, además del ruido de esa explosión inicial. Las informaciones sobre el contexto histórico son dadas mediante los intertítulos, que reciben un tratamiento especial que les imprime movimiento. Además de informar sobre Chile, también entregan datos biográficos sobre Víctor Jara: “[…] hijo de campesinos, poeta, músico, revolucionario… murió, como vivió, revolucionario… murió, como vivió, como cantó… combatiendo…”. Esos intertítulos también le indican al público el destino trágico del mayor exponente de la nueva canción chilena, a quien le “quebraron las manos para acallar su guitarra” y “le rompieron el cráneo para apagar su pensamiento”. Hay que destacar que la mayor parte de las apariciones de Jara en esa producción cinematográfica son grabaciones de estudio, aunque también haya una secuencia en que él toca en las calles, cercado de un público popular. No por casualidad, en ese trecho, en que es aplaudido por el pueblo, él toca la canción que lleva al filme a su clímax: Plegaria de un labrador.

El trabajo de articulación de las imágenes con las letras de la canción busca rescatar el legado de Jara para las luchas revolucionarias después de su muerte. Por lo tanto, este documental ve en el cine una herramienta para impedir tanto el silenciamiento de la guitarra del músico chileno como de sus ideas, enfatizando la actualidad de su obra incluso tras el golpe de Estado. Los versos de Plegaria de un labrador acompañan un popurrí de escenas de represión militar y policial en todo el mundo, cuya localización es indicada por medio de intertítulos: Chile, Puerto Rico, Brasil, Colombia, Estados Unidos, Santo Domingo, Vietnam, Indonesia, Aden… La voz off de Jara, en la grabación de la canción, sirve como un contrapunto a la violencia del opresor, estimulando a reaccionar contra ella: “Levántate y mira la montaña/ de donde viene el viento, el sol y el agua. / Tú que manejas el curso de los ríos, / tú que sembraste el vuelo de tu alma”. De esa forma, se evoca la figura de un mártir, cuya muerte no fue en vano, sino que sirvió de ejemplo para futuros procesos revolucionarios.

Además de relacionar a Chile con otros contextos represivos, Álvarez rescata las luchas antiimperialistas del pasado en la continuación de la secuencia descrita anteriormente, por medio de obras artísticas sobre las luchas por la independencia, en América Latina, contra España. Están representadas las batallas de Boyacá, Chacabuco, Araure, Maipú e Ingavi. Hay, por lo tanto, un ejercicio teleológico, frecuente en la filmografía cubana, que une las luchas del pasado y del presente, apuntando un camino para la liberación que será alcanzada en el futuro. Dentro de esa lógica, las canciones de Víctor Jara son rescatadas por su compromiso político, vistas como contribuciones que incentivan la causa revolucionaria que no puede acabar, a pesar del asesinato del compositor.

Amaral Silbido - fig. 3En ese sentido, en El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… las canciones desempeñan un papel central, narrativo, incluso si algunas veces actúan como contrapunto de las imágenes, como observó María Luisa Ortega: “El cine de Santiago Álvarez es un ejemplar modelo del uso de la apropiación musical y del contrapunto en el montaje de la imagen y el sonido” (Ortega, 2009, p. 131). Son ellas lo que permite ver las escenas de represión como parte de una lucha que no debe perder su motivación, a pesar de las “bajas” sufridas. Se podría decir que Álvarez mantuvo, incluso tras la muerte de Jara, la voluntad del músico chileno de desarrollar una canción volcada a la lucha revolucionaria de implementación del socialismo. Además, el realizador buscó denunciar las acciones de la Junta Militar chilena y de la trágica muerte de Jara sin desmotivar, con ello, la movilización contra el imperialismo estadounidense y las fuerzas de represión chilenas.

Canciones y testimonio de Ángel Parra

De forma similar, Víctor Casaus utiliza la figura de uno de los músicos más importantes de la nueva canción chilena para denunciar la represión en Chile. Un silbido en la niebla tiene un título homónimo al de la canción que Ángel Parra compuso en Chacabuco, en 1973, cuando estaba detenido en ese campo de prisioneros.[15] Es necesario destacar que se trata de una referencia explícita al cuento Un silbido en la niebla de la aurora, del escritor comunista chileno, Volodia Teitelboim. Esa no es la única canción de Parra presente en el documental, que comienza con un homenaje a Allende por medio de una presentación del músico en un recital en el que toca Compañero presidente, de su autoría. El mandatario fallecido aparece, en esa secuencia, en una foto histórica en que está con la ametralladora que le regaló Fidel Castro, que se volvió un símbolo de la resistencia emprendida por el mandatario el día del golpe.[16]La otra canción escogida, Levántese, compañero, es ejecutada de forma colectiva al final, y acompaña las dos últimas imágenes, que son fotografías de Allende con el puño erguido.

Las tres canciones –que aparecen distribuidas aproximadamente al comienzo, medio y fin del documental —tienen un rol narrativo, pues funcionan como una especie de voz over que comenta las imágenes. Inicialmente, son tocadas en un concierto que Ángel Parra dio en Cuba tras el golpe de Estado, junto al grupo cubano Moncada, con la participación especial de Isabel Parra, Patricio Castillo y Arturo Cipriano.[17]El realizador prolonga el audio en relación a la imagen de los músicos, lo que hace que la música permanezca en off mientras el material fotográfico y filmográfico documental denuncia la represión llevada a cabo por la Junta Militar. Al igual que en el documental de Álvarez, las canciones permiten mantener un cierto optimismo en el poder de la resistencia, a pesar de las escenas de represión, gracias a sus letras que hacen referencia a un compromiso político. Así, ellas pueden ser vistas como contrapuntos a las imágenes, como ocurría en el filme anterior.

Sin embargo, no es posible decir que las canciones tienen la misma centralidad narrativa en Un silbido en la niebla que en El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… El filme de Casaus atribuye una importancia similar a ellas y a los testimonios de Ángel Parra, grabados en un espacio distinto al del concierto, con tomas realizadas en exteriores. El músico le cuenta al equipo de realización lo que le sucedió después del golpe de Estado: la prisión en el Estadio Nacional, la detención en Chacabuco y el proceso de composición colectivo, mientras estaba en la prisión, de la canción que le da nombre al filme. La articulación entre sonido e imagen que Álvarez consiguió en el montaje tampoco tiene la misma fuerza en este otro documental. Sin embargo, los dos filmes tienen en común que no usan el recurso de la voz over. Casaus opta por dar espacio a la voz de su personaje, con sus canciones y testimonios.

Las imágenes, en su mayoría son fotos, extractos audiovisuales, dibujos hechos por los prisioneros de los campos de concentración y otras pruebas materiales de la represión, como escenas de La Moneda bombardeada o de cadáveres en el río Mapocho, son utilizadas para ilustrarlas palabras de Parra, y conceden una especie de estatuto de verdad a su testimonio. Por ejemplo, cuando el músico habla del miedo que sentía estando en la cárcel, la película muestra fotos sacadas desde lejos de un prisionero siendo reprimido por soldados en el Estadio Nacional. En ese sentido, el filme corrobora el testimonio por medio de material de archivo. En lo que se refiere al contexto extrafílmico, esas imágenes hechas en Chile son también una evidencia de la red que el ICAIC había establecido con realizadores e instituciones de varias nacionalidades, puesto que entre esos documentos se encuentran tomas grabadas para el documental francés Septiembre chileno (Bruno Muel y TheoRobichet, 1974); otras hechas en Chacabuco por el equipo de los alemanes Walter Heynowski y Gerhard Scheumann para el filme Yo he sido, yo soy, yo seré (1974); así como grabaciones transmitidas por televisiones internacionales.[18]

Amaral Silbido - fig. 4Se hacen necesarios, aún, algunos comentarios sobre las tomas grabadas en Cuba para ese filme, que corresponden al concierto de Parra y a sus declaraciones. La disposición de los músicos en el palco muestra al chileno al centro, rodeado por los cubanos del grupo Moncada dispuestos en forma de “U”. Por su parte, las escenas en que Parra entrega su testimonio fueron filmadas en un espacio informal, una especie de patio, donde se ve, en algunos momentos, que Parra está rodeado por otras personas del equipo que lo escuchan. En esos dos contextos, se observa un intento por mostrar la acogida cubana al músico, que estaba en el país en condición de exiliado. Esa estrategia de mostrar una amistad y hasta cierta informalidad en el momento de las grabaciones enfatiza la solidaridad de Cuba con los chilenos perseguidos por la dictadura. Por lo tanto, la película intenta proyectar la imagen de la isla como un país acogedor y solidario con los compañeros latinoamericanos que llevaron a cabo la lucha por el socialismo en otras partes del subcontinente.

Es necesario destacar que el documental de Casaus utiliza las canciones para generar empatía en el espectador, pues la emoción que causa escuchar esas canciones comprometidas en un contexto de derrota para las izquierdas latinoamericanas, tras el golpe de Estado en Chile, llevaba a identificarse y solidarizarse con la figura de Ángel Parra. Lo mismo sucede en el caso del filme de Álvarez, donde escuchar composiciones emblemáticas de Víctor Jara en un momento de luto por su pérdida también causa una conmoción acentuada por la música. Este punto es importante para entender la elección recurrente en Cuba de abordar el golpe chileno por medio de una intertextualidad entre cine y música, en la cual el segundo lenguaje da un tono dramático a los acontecimientos tratados por los filmes.

 

Conclusión

La decisión de mostrar el destino de dos de los músicos más emblemáticos de la nueva canción chilena se relaciona, como ya ha sido dicho, con los intercambios previos que ese proyecto musical estableció con Cuba durante los años de la Unidad Popular. De esta manera, para denunciar el golpe de Estado, los cineastas cubanos llevaron al celuloide trayectorias dramáticas de personajes conocidos por el público, como Jara y Parra. Esa decisión implicó una forma de abordar la música que le concede un papel central en la narración de documentales como El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… y Un silbido en la niebla. Especialmente en el caso del primer filme, se puede decir que las imágenes fueron elegidas y dispuestas con el objetivo de dar vida a las cuatro canciones escogidas por Álvarez, lo que llevó a manipular el material fotográfico y filmográfico en el proceso montaje, haciendo que se guiase por el ritmo y la letra de las composiciones de Jara. En el caso del filme de Casaus, la banda sonora musical en forma de recital comparte espacio con el testimonio de Ángel Parra sobre la represión sufrida en Chile. Las imágenes, en esa segunda producción, tienen como objetivo comprobar visualmente las palabras del compositor.

Es interesante observar como los dos documentales proponen diálogos que articulan diferentes formas de creación artísticas. En ambos, además de la música y del cine, hay referencias explícitas a las tradiciones filosóficas y literarias latinoamericanas (Martí, en el caso de Álvarez, Teitelboim, en el deCasaus). Los directores optaron también por usar, entre el material documental integrado en los filmes, pinturas (sobre las guerras de independencia, en El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá…) o grabados hechos por los prisioneros de Chacabuco (en Un silbido en la niebla). Por ello puede decirse que se trata de documentales que proponen relaciones intermediáticas, que piensan el golpe de Estado en Chile a partir de un repertorio de referencias culturales latinoamericanas, de modo más general.

A pesar de la presencia de otras formas de creación artística, es necesario dejar en claro que en los dos documentales la música desempeña un papel fundamental, que es el de movilizar y mantener viva la lucha revolucionaria, incluso ante la derrota sufrida por las izquierdas con el golpe militar en Chile. Las letras comprometidas de Jara y Parra sirven de motivación y refuerzan, en el espectador, la necesidad de resistir. Por lo tanto, las canciones crean una especie de contrapunto con las imágenes, un estímulo positivo para el compromiso político, a pesar de las acciones de la Junta Militar. Hay una doble llave interpretativa en estos documentales, pues lo que se ve son las escenas de violencia, mientras lo que se escucha en la banda sonora son palabras de incentivo a la lucha revolucionaria. En el caso de Un silbido en la niebla, por ejemplo, la referencia al título de la canción compuesta colectivamente por los prisioneros de la Junta Militar, en Chacabuco, muestra que es posible seguir adelante, incluso en los contextos más represivos. Lo mismo sucede con los versos de Jara, como en Plegaria de un labrador, donde el llamado a “levantarse” apela a la superación de la derrota y la continuación de la lucha.

Otro aspecto de las películas es el discurso latinoamericanista que asumen. La idea del golpe como un evento que sacudió a los proyectos revolucionarios en el subcontinente es más clara en El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá…, donde la alusión a José Martí ya en el título es un modo de caracterizar la represión en Chile como una acción más del imperialismo estadounidense. En ese sentido, el asesinato de Jara es un episodio en una batalla que escapa a los límites del contexto nacional chileno. En el filme de Casaus, el esfuerzo de acercar a Ángel Parra de los cubanos es también una manera de asumir que la tragedia chilena es también una tragedia para el socialismo latinoamericano –incluso si, como ya fue dicho, habían tensiones entre la defensa de Cuba de la insurrección armada como modo de implementación de la revolución y la estrategia electoral adoptada por las izquierdas chilenas.

De esta forma, se puede afirmar que el cine documental cubano sobre el golpe de Estado en Chile sintetizó un interés cinematográfico y musical más amplio, iniciado durante la Unidad Popular y mantenido en el contexto del exilio y de la solidaridad internacional. Más que bandas sonoras, las canciones y las trayectorias de sus compositores perseguidos por la dictadura fueron vistas, por los realizadores de la isla, como elementos importantes de sensibilización, forma de compromiso político y afectivo con la causa chilena y, principalmente, forma de resistencia. Por lo tanto, las canciones, en esos filmes, reafirman la lucha política de las izquierdas, a pesar de que las imágenes muestren una realidad sombría para los defensores del socialismo.

Por medio de estos documentales musicales, espectadores solidarios (cubanos) y víctimas (chilenos en el exilio) mantenían viva la perspectiva de una diseminación del socialismo más allá de las fronteras de Cuba, reactivando la esperanza de una América Latina revolucionaria que, en los años setenta, aparecía cada vez más como una utopía distante.

 

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Villarroel, Mónica; Mardones, Isabel (2012), Señales contra el olvido. Cine chileno recobrado, Cuarto Propio, Santiago.

 

Notas

[1] El ICAIC fue la primera institución cultural fundada por el gobierno tras la Revolución Cubana de 1959. Con ella se buscó la creación de un sistema de producción cinematográfica de filmes revolucionarios en el país. Para ello, fueron invitados cineastas, actores y técnicos de izquierda de renombre, venidos principalmente de los países del este o de Europa Occidental. Algunos de los nombres que pasaron por el Instituto son Gérard Philipe, Chris Marker, AgnèsVarda, Joris Ivens, RomanKarmen, Cesare Zavattini, entre otros. Sobre la presencia de extranjeros en el ICAIC, ver García Borrero (2009).

[2] Cuba fue uno de los países que se destacaron por la recepción de exiliados chilenos tras la caída de la Unidad Popular. En el caso de los cineastas refugiados, el ICAIC abrió espacio para que produjesen filmes en sus instalaciones, lo que generó una predominancia de títulos que denunciaban al golpe de Estado yla represión de la dictadura de Augusto Pinochet. Entre otros filmes de exiliados chilenos, el Instituto cinematográfico cubano fue responsable de la producción de las tres partes da trilogía La batalla de Chile (Patricio Guzmán, 1975, 1976, 1979); dos filmes de Patricio Castilla, Nombre de guerra: Miguel Enríquez (Patricio Castilla, 1975) y La piedra crece donde cae la gota (Patricio Castilla, 1977); Prisioneros desaparecidos (Sergio Castilla, 1977); cinco documentales de Pedro Chaskel, Los ojos como mi papá (Chaskel, 1979), ¿Qué es? (Chaskel, 1980), Una foto recorre el mundo (Chaskel, 1981), Constructor cada día compañero (Chaskel, 1982) y Che hoy y siempre (Chaskel, 1983); además de coproducciones con otros países, como El recurso del método (Miguel Littin, 1978) y La viuda de Montiel (Miguel Littin, 1979). Esta lista fue realizada a partirde Guía… (1983) y Chignoli; Donoso Pinto (2013).

[3] El cine de solidaridad es una temática todavía poco estudiada. Entre las publicaciones que se dedican a ello, se puede destacar: Villarroel; Mardones (2012) y Aguiar (2015).

[4] El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… fue analizado por Carolina Teresa Larraín Pulido en el artículo “11 de septiembre de 1973: trauma, testimonio y liberación a través del cine documental” (Larraín Pulido, 2009). Sin embargo, el análisis empleado no está focalizado en el rol de la canción, sino en la idea del “trauma histórico”. A nuestro parecer, con todo, la película de Álvarez, hecha poco después del golpe (sin una distanciamiento histórico del evento), está concebida como una denuncia de la violencia de la represión, más que como un filme sobre sus efectos en las víctimas. Por otra parte, en relación a Un silbido en la niebla, un documental muy poco conocido, no fueron localizados trabajos académicos publicados. Es necesario decir que la copia de la película aquí analizada fue hallada en los archivos del ICAIC, en noviembre de 2014, gracias al director de la Cinemateca Cubana, Luciano Castillo.

[5] A excepción del trabajo de Mariana Villaça (2001) sobre el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, no se han encontrado investigaciones que analicen de forma integrada los proyectos del nuevo cine y de la nueva canción en América Latina. Se trata de un área de estudios que todavía necesita ser desarrollada.

[6] De acuerdo con Ignacio Del Valle Dávila, el ICAIC envió al cineasta Miguel Torres como una especie de representante, con la misión de ayudar a la consolidación del convenio. El cineasta cubano habría permanecido durante casi todo el año de 1971, momento en que filmó el documental Introducción a Chile (Miguel Torres, 1972) con colaboración de Chile films (Del Valle Dávila, 2014: 383-384).

[7] Hay que destacar que parte de la filmografía de Santiago Álvarez fue musicalizada por el GESI. Por su parte, Víctor Casaus ya había sido guionista de un programa musical televisivo, en 1967, titulado Mientras tanto, presentado por Silvio Rodríguez, uno de los participantes del grupo de experimentación (Villaça, 2001). De esta forma, ambos tuvieron una relación directa con los integrantes de ese proyecto.

[8] Es probable que la entrevista y los trechos del recital usados por Casaus en ese filme hayan sido grabados en octubre de 1971, ocasión en que, según Gomes (2013), la cantante estuvo en Cuba para promover esa exposición con obras de su madre. De acuerdo con el autor, esa visita habría dado origen a una colaboración directa entre Isabel Parra y el GESI, que tuvo como resultado el LP Isabel Parra y parte del GESI (1972). Algunas canciones de ese disco habrían sido grabadas en los estudios del propio ICAIC. El LP fue lanzado también en Chile y contaba con canciones de Silvio Rodríguez por un lado, y de Parra por otro.

[9] Además de los títulos citados, hay otros filmes hechos por realizadores cubanos sobre Chile tras el golpe: Cantata de Chile (Humberto Solás, 1975) y Libertad para Luis Corvalán (Daniel Díaz Torres, 1975).

[10] Maria Lígia Coelho Prado y Gabriela Pellegrino resaltan la importancia de Violeta Parra para el movimiento de la Nueva Canción en Chile. Desde los años cincuenta, la cantante realizó investigaciones que incorporaron elementos folclóricos en sus composiciones musicales. En la década siguiente, al lado de sus hijos Isabel y Ángel, los Parra tuvieran un rol importante en la renovación de la música chilena por medio de los encuentros de la Peña de los Parras (Prado; Pellegrino, 2014: 190).

[11] La ficción Cantata de Chile (Solás, 1975) también puede ser vista como un producto de los intercambios cinematográficos y musicales entre Chile y Cuba. Su guión lleva la firma de Solás y del músico chileno Patricio Manns. Manns también escribió la letra de la cantata que da título al filme, cuya melodía fue compuesta por el cubano Leo Brouwer. Cantata de Chile trata de la masacre de más de dos mil mineros a manos del ejército, ocurrida en el norte de ese país en 1907, en la Escuela Santa María de Iquique. Sin embargo, el filme utiliza ese contexto histórico anterior para analizar las causas del golpe de Estado de 1973 (apunta a la opción por la vía democrática como uno de los factores de la derrota de las clases populares y muestra la lucha armada como el camino para resistir a la dictadura). La decisión de no analizar ese filme en este artículo se debe al hecho de que no se trata de un documental, como los de Álvarez y Casaus.

[12] El termino “videoclip” es utilizado aquí para caracterizar la relación de subordinación de las imágenes a la banda sonora en ese documental, así como el ritmo que las canciones imponen en el montaje. El procedimiento puede ser visto como algo frecuente en la filmografía de Álvarez. El filme Now (Álvarez, 1965) fue constantemente considerado como el supuesto primer clip del mundo. Jorge Luis Sánchez González (2010) relativiza esa afirmación por considerar que acercar el filme de Álvarez a un clip reduce la complejidad del trabajo de Álvarez.. Sin embargo, no se pretende minimizar la riqueza de los procedimientos del documentalista cubano con el uso de ese término, sino resaltar su dimensión creativa e innovadora.

[13] Después del golpe de Estado, Ángel Parra se radicó en México y, posteriormente, en Francia. Sin embargo, el músico circuló por varios países convirtiéndose, junto a su hermanaIsabel Parra, en una de las voces musicales más activas de los movimientos internacionales de solidaridad con Chile.

[14] Del Valle Dávila (2013: 46) destaca el collage como una característica constante en la cinematografía de Álvarez, fruto de una solución creativa que procede, en alguna medida, de la escasez de ciertos materiales en los archivos del ICAIC, especialmente de aquellos provenientes de países capitalistas. En el caso de El tigre saltó y mató, pero morirá… morirá… esa hipótesis se torna plausible, pues el golpe de Estado de 1973 significó el corte abrupto de las relaciones entre Cuba y Chile, haciendo que el envío directo de materiales audiovisuales o fotográficos de un país al otro fuese imposible. De esta manera, las imágenes de la represión, filmadas por chilenos o por cineastas de otras nacionalidades, llegó a Cuba por intermedio de otras naciones, como Francia y Alemania. Para ese documental, montado poco después de la caída de Salvador Allende, es probable que Álvarez tuviese poco acceso a materiales hechos en Chile bajo la dictadura, lo que contribuyó a la realización de un trabajo basado sobre todo en imágenes de antes del golpe y en unas pocas fuentes producidas después del 11 de septiembre.

[15] La canción Un silbido en la niebla integra el álbum Pisagua, lanzado por Parra en 1973 por el sello Discoteca del Cantar Popular (DICAP), que continuó funcionando después del golpe en oficinas en París y, posteriormente, en Madrid. El LP se inspiró en el libro La semilla en la arena (1957), de Volodia Teitelboim, ambientado en el norte del territorio chileno, en la misma región en que los militares instalaron un campo de prisioneros.

[16]La famosa fotografía de Salvador Allende con un casco y empuñando una ametralladora el día del golpe, poco antes del bombardeo de La Moneda, habría sido sacada por Leopoldo Vargas, fotógrafo de la Fuerza Aérea de Chile que estaba en el palacio presidencial (Benítez, 2012). Ese registro recorrió el mundo, tornándose un símbolo del último gesto de resistencia armada emprendida por Allende, que durante la Unidad Popular había sido un símbolo de la vía democrática al socialismo.

[17] En 1976, fue realizada una nueva versión del LP Pisagua, lanzada en Francia por la grabadora Le chant du monde, esta vez conla presencia de los cubanos del Grupo Moncada acompañando a Parra. Es bastante probable que las imágenes del recital presentes en el documental de Casaus hayan sido realizadas durante la grabación de ese disco.

[18] Entre las grabaciones de televisión están, por ejemplo, una escena de militares quemando libros en las calles de Santiago y otra de la Junta Militar asumiendo el poder. Esos eventos fueron transmitidos, entre otras emisoras, por la televisión francesa en el contexto del posgolpe. Para saber más sobre la cobertura de la emisora ORTF sobre el golpe de Chile, ver: Aguiar (2015).

El productor de cine documental

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John Grierson[1]

Traducción de Soledad Pardo

 

John-Grierson-007La función del productor es coordinar las intenciones más o menos materiales de los patrocinadores con las intenciones no tan materiales de los artistas. Él es quien encuentra o bien el dinero para los artistas, o bien los artistas para el dinero; variando su honor de acuerdo a la dirección que tome. A veces, si es ingenioso, entre los artistas llega a tener la reputación de ser él mismo uno de ellos, y entre los patrocinadores consigue la reputación de ser más duro que ellos. A veces –esto es más frecuente– degenera en un matón o en un adulador, enviado por quienes administran mezquinamente el dinero para arruinar y destruir cualquier clase de esfuerzo creativo decente. Otras veces, más radicalmente, crea una organización de defensa contra estafas y actividades ilegales para los artistas, en contra de quienes manejan el dinero. En su mejor versión es simplemente un sinvergüenza sirviendo al arte de la mejor manera posible dentro de los límites impuestos por la alta política de su organización. Eso es casi invariablemente una política baja.

En el documental hay una diferencia. El productor no siempre sirve a intereses puramente comerciales; a menos que uno adopte el punto de vista marxista, desde el cual todo aquello que esté al servicio del status quo es puramente comercial. Puede darse a sí mismo la satisfacción liberal de servir a intereses tales como la educación y la propaganda nacional, la cual, desde una definición sensible, es en sí misma una especie de educación. O puede actuar en beneficio de un interés empresarial lo suficientemente amplio en sus operaciones y punto de vista como para transformar la publicidad en educación, y la propaganda en un trabajo de desarrollo.

TradGriersonEmpire-Marketing-Board-emblemEn estas áreas especiales la función del productor es la de cualquier director de escuela. Si no da clases, procura que los padres estén satisfechos. La única diferencia en la analogía es que en este caso los padres a veces le tienen demasiado miedo a los films, o están demasiado encantados con todos y cada uno de ellos, o están convencidos de que saben todo acerca de ellos. La élite de los estudios, como otros criminales, tiene un criterio simple. Mira la hoja del balance comercial y de acuerdo a ella embolsa el dinero. La élite de la educación y la propaganda enfrenta una hoja de balance que no puede definirse exactamente en términos de columnas rojas y negras. Ellos tienen que decidir no solamente acerca de los efectos inmediatos sobre un aula, sino acerca de los efectos a largo plazo sobre una generación. Se dan por satisfechos, como por regla (a excepción de los expertos), con alguna clase de instrucción como “dar vida a esto, aquello o la otra cosa”. Esa es una fórmula ideal para un productor, y lo transforma en la esposa sumisa que debe ser. Su principal problema es ver que el director le da vida a cierto tema y no a otro. Porque los directores tienden a divagar.

Pero tal vez sus funciones sean, en realidad, más complicadas. El documental, o el tratamiento creativo de la realidad, es un arte nuevo sin el trasfondo que poseen los productos de estudio, con una facilidad sospechosa, para el desarrollo de la historia y la puesta en escena. La teoría es importante, la experimentación también; y cada desarrollo técnico o nuevo dominio de un tema debe ser sometido rápidamente a la crítica. En ese sentido es bueno que el productor sea un teórico: enseñando y creando un estilo; dejando su impronta, en mayor o menor grado, en todo el trabajo del cual es responsable.

TradGriersonGPO_100Una vez más, porque el documental es nuevo, los sponsors del cine de propaganda y educativo tienen que ser conducidos cuidadosamente al conocimiento de lo que está involucrado. Nos instruirán, probablemente, para tomar una foto de esto, agregarla a una foto de aquello, y terminar triunfalmente con una foto de alguna otra cosa; luego se preguntarán porqué la simple secuencia que resulta no es la obra de arte impresionante   que ellos pretendían. En ese sentido es bueno que el productor sepa hablarles dulcemente a los niños y a los idiotas.

Y un tercer punto. El contenido del cine de propaganda y educativo rara vez es fácil. No se nos pide que busquemos los relatos y los temas más emocionantes y los filmemos. Generalmente se nos pide que indaguemos en algún tema aparentemente aburrido y encontremos la manera de llevarlo a la pantalla. El trabajo del productor es llevar a su director al nudo de la cuestión, a través de referencias educativas, sociológicas o de alguna otra clase. Esta es la parte más fructífera de su trabajo, y es la más alta justificación de aquellos sponsors del cine de propaganda y educativo que pueden ser considerados, en las teorías menos rigurosas, una plaga para los artistas honestos. Son ellos los que potencian el ritmo del cine documental y extienden su radio de acción a través de los problemas que plantean. Cualquier tonto puede hacer films apasionantes sobre temas apasionantes. Son ellos los que, finalmente, crean documentalistas. Un productor puede reconocer esto.

Pero una sola cosa le da importancia al productor: el hecho de que él crea directores, y a través de ellos crea obras de arte. Es lo único que vale la fabricación de un artista, sin exceptuar el dinero. Los directores no pueden ser mejores de lo que los productores les permiten ser, y sus films no pueden ser más grandes (salvo por accidente) que lo permitido por su imaginación. Al lidiar con hombres con diversos puntos de vista y diversos temperamentos muchas veces debe partir en todas las direcciones, como el caballero de Chesterton. La hazaña es difícil, pero en ocasiones espectacular. Involucra la fe, la esperanza y la benevolencia para con cada uno de sus directores, en diversos grados; y todos al mismo tiempo. La virtud más importantradGriersonimg032te de éstas es la fe, es decir, el metraje. El único secreto para obtener buenos resultados en el documental es que al director se le permita la paciencia y la persistencia con su tema. Si no funciona una vez, podemos darle al director una oportunidad más. Podemos darle incluso una tercera oportunidad. Pero no llevamos la experimentación a proporciones bíblicas. Alrededor de la tercera vez debemos decidir si hemos sido malos productores al elegir tan mal al director. O decidir que es un genio que va más allá del alcance de nuestra imaginación. Lo despedimos a él o nos despedimos a nosotros mismos, según lo que nos dicte nuestra conciencia.

 

[1] Texto publicado en Cinema Quarterly, Vol. 2, nª 1, 1933 (otoño).

Mirada documental: identidad, objeto y esencia en la investigacion antropológica. Entrevista a Alejandro Fernández Mouján (Damiana Kryygy, 2015)

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 Tomás Crowder-Taraborrelli y Javier Campo

Desgrabación: Hernán Farías Dopazo

 “Lo primero que me impactó de la historia de Damiana fue la foto vertical de una niña parada desnuda de cuerpo entero contra una pared. Si bien quedé muy impresionado, no fue hasta 2010 cuando tuvimos la noticia de que después de más de cien años, sus restos habían sido hallados en el Museo de la Plata e iban a ser restituidos a su pueblo, los Aché de Paraguay y sentí la necesidad de contar esta historia. Esa foto, tomada por el antropólogo Robert Lehmann Nitsche en 1907, como parte de sus estudios raciales es impactante; particularmente si uno piensa que en ese momento esa niña de apenas 14 años está siendo obligada por hombres adultos a posar completamente desnuda en el patio de una institución psiquiátrica.

damiana“Apenas iniciada mi investigación y la formulación del proyecto me pregunté si yo mismo tenía derecho a reproducir esa foto en un film, si no corría el riesgo de reproducir el mismo gesto de aquellos hombres que bajo pretexto de servir a la ciencia la estaban obligando a esa exposición. Acepté entonces el desafío de contar el revés de la foto. La mirada de Damiana capturada en esa placa es el principio de la reflexión en el film y la intención es restituirle su historia a esa niña cautiva.” (Alejandro Fernández Mouján – www.damianakryygy.com.ar)

¿Cómo descubriste la historia de Damiana?

Por mi esposa, que es antropóloga y docente en la UBA. En el marco de una materia que trabajaba sobre racismo, en el 2002, uno de los casos tomados era el de Damiana, en base a los escritos de Robert Lehmann-Nitsche En ese momento no pensé en hacer una película, pero cuando me enteré de la proximidad de la restitución entre 2009 y 2010 empecé a contemplar la posibilidad de hacerla.

Con respecto a la investigación para el documental, ¿cómo la organizaste?

Primero fui el 10 de junio del 2010 al acto de restitución (de los restos de Damiana a representantes del pueblo Aché) en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Sin tener muy claro cómo iba a ser la película, me pareció que debía tener ese material. Ahí conocí a los Aché, que habían venido en representación de su comunidad para llevarse el cuerpo. Ese mismo día a la noche hicimos el viaje a Paraguay. Este comienzo contó con el apoyo del Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social (GUIAS) de La Plata, compuesto por estudiantes, quienes me facilitaron información. Luego, con un asistente buscamos todas las pistas posibles en lo que aparecía escrito. En paralelo hice varios viajes a algunas de las comunidades en Paraguay, para conocer mejor su vida cotidiana, entablar una relación más fluida y que supieran qué iba a hacer. Estos viajes también sirvieron para elegir con quienes trabajar, en qué comunidades y lugares. Así me acerqué a un mundo prácticamente desconocido para mí hasta ese momento.

En ese proceso de trabajo, ¿recordás algún momento en particular donde hayas logrado la confianza necesaria para encarar el resto del proyecto?

Damiana-Kryygi-2En verdad, de entrada ellos fueron muy generosos. La primera vez que viajé a una comunidad (no donde filmé) me quedé varios días. Ahí pude ver sus actividades, trabajos, tuvimos varias charlas sobre cosas que me interesaba conocer de ellos, pero también ellos a mí y al proyecto. La confianza generada ahí fue fortalecida con otros viajes más, uno a otra comunidad, donde filmamos. Ahí empezamos a hablar de lo que iba a significar para ellos contarme algunas historias parecidas a la de Damiana, como la de Juan, que aparece en la película (que fue entregado a Menonitas, después que mataron a su madre). Quince días antes de filmar hicimos un viaje con el fotógrafo de la película (Diego Mendizábal). Estuvimos varios días para ajustar las cuestiones más prácticas: cómo íbamos a filmar, dónde íbamos a vivir, y una suerte de intercambio que tendríamos con ellos. Esto último consistía en nuestro compromiso para llevarles cosas que nos pidieron, o que usamos durante nuestra estadía pero dejaríamos una vez finalizada, como faroles, por ejemplo, y ellos nos facilitaban lugar para dormir en una construcción no terminada aún, pero que nos sirvió para pasar los veinte días que estuvimos. Eso nos posibilitó compartir la vida diaria con ellos, fue una linda experiencia. La mala suerte estuvo por el lado del clima, que fue muy malo, pero igual pudimos trabajar bien.

Relacionando el vínculo con los protagonistas, y tu organización del film, nosotros creímos advertir –si bien hay un avance cronológico– una suerte de circularidad en algunas cuestiones de guión que se plantean en la introducción del film y se retoman en varios pasajes. Los espectadores de la Universidad SOKA en California (donde proyectamos el film) también lo advirtieron. ¿Vos lo estructuraste en un primer momento de esta manera, te fuiste convenciendo de que esta debía ser la organización final del montaje del film, o ninguna de las anteriores?

En un principio la historia se me presentó muy difícil de contar, porque había que ir permanentemente del presente al pasado, y por distintos puntos geográficos. Es decir, debía ubicarse en el Museo de La Plata, en el momento de la restitución, pero también en el pasado de la comunidad, el de Damiana y sus restos hoy, hasta Alemania, donde estaba la cabeza, no encontrada al momento de empezar la película. Lo mismo sucedió con las fotos -fundamentales para el trabajo-, que aparecieron en el 2013, cuando estábamos filmando en el Museo. Por otro lado, de entrada trabajé mucho con dibujos, esquemas ya que me gusta mucho usar el papel. Así armé una especie de muro en el lugar donde trabajo, pegué papelitos con nombres, situaciones, de modo de estructurar el relato que, si bien estaba esbozado, terminó de organizarse en el montaje. Muchas veces imaginás cosas que después no funcionan, y otras surgen en el momento del armado. Podría decirles que el guión definitivo se consigue en el montaje. Ahí aparecen soluciones a cosas que tal vez al comienzo no sabés cómo resolveDamiana-Kryygi-8r. También desde el principio tuve claro que quería estructurarla a partir del relato de la voz. Por un lado, las citas de los antropólogos de esa época, y por otro mi relato. Me pareció la mejor forma de hilar todos los tiempos y lugares para que resulte comprensible. Busqué la situación de cuento, de relato oral contando la historia. Me pareció una forma atractiva de hacerlo. De hecho, tuve que trabajar bastante la voz, me entrené durante un año para que el texto no fuera difícil de entender o escuchar. Creo que resultó digno.

Podés explicar desde tu posición como director, ¿cómo es el proceso de repatriación de un cuerpo?

Por un lado, desde el punto de vista científico hay una despatrimonialización, porque el Museo se desprende de un objeto que considera valioso, pero por otro es muy impresionante y conmovedor, porque pasa de ser un objeto de estudio a ser miembro de un pueblo, querido y recuperado por ese pueblo.

Aparte de todo lo que decís del cuerpo, para mí es fundamental la imagen. De hecho, en un momento la película empieza a trabajar a partir de la foto, a girar alrededor de esa mirada, y de cómo reconstruirla, qué mostrar, qué no mostrar, cómo hacerlo, en qué contexto… A todo eso le dimos mucha importancia en la película, sobre todo a no repetir la situación de humillación a la que Damiana había sido sometida al tomarle esa foto. Por eso nos interesaba mostrarla de otra manera, y tratar de trabajar sobre lo que sería el contraplano de esa foto.

Sí, vos mencionás este tema en la narración de tu película. Es larga la historia de polémicas con respecto a la ética en el documental, porque se trata de personas, no de personajes, y cómo repercute eso en la vida de quienes continúan vivos. Algo nos dijiste pero, ¿qué más podrías agregar respecto a los debates internos que tuviste?

Damiana-Kryygi-11Es un tema muy delicado, que me llevó mucho tiempo de reflexión. Ver las fotos de ella así, desnuda, contra esa pared, shockea mucho, pero también existe aquello de “cuanto más crudo es, la denuncia es mayor”. Está el riesgo de estar haciendo lo mismo, tratándola como un objeto para obtener algo, en este caso, impresionar a alguien, para que le interese producir la película. Yo siempre tuve problemas con eso, y no quería usar su imagen de esa manera, convertirla en un objeto nuevamente y volver, de algún modo, a esa situación de humillación cuando es fotografiada en esas condiciones de total inferioridad. De hecho, las pocas veces que apenas se vislumbra la foto completa fueron una panorámica, un travelling de laboratorio, y cuando los ancianos la tienen en sus manos un momento. Ahí está la referencia de la foto entera en la mano de alguno de ellos, pero tampoco se ve. Nunca está expuesta directamente como para “golpear” con eso. Sí me interesa más mostrar de alguna manera la imagen, su mirada, pero para descubrir qué significaba esa situación para ella, convertirla en una expresión de Damiana, de su sentimiento, y romper con la idea de “objeto de estudio”. Eso estuvo prácticamente en toda la película, y creo que tal vez se pueda reflexionar más sobre esto, o ser un punto de partida para otras cosas. Hay bastante escrito alrededor de la fotografía antropológica, por ejemplo de Elizabeth Edwards. Para trabajar la imagen leí uno de esos textos.

A propósito de lo que decís sobre las exigencias de producción, ¿eso tuvo relación con la decisión de producirla vos mismo, y no con alguna compañía?

La decisión de producirla yo fue a partir de experiencias que tuve con otras películas. A veces, cuando tenés un productor, conservás los derechos artísticos, pero perdés los derechos sobre el material. Así, corrés el riesgo sobre el uso que el productor pueda darle. En este caso, yo quería tener los derechos de la película. Contraté una productora ejecutiva –que se asoció al proyecto–, y funcionó todo perfectamente. De todos modos, ante el INCAA yo soy el productor, y el crédito tomado allí está a mi nombre.

¿Cómo ha sido la recepción del documental en la comunidad Aché?

Damiana-Kryygi-32Lo presentamos una vez en el mes de septiembre, y estuvo muy bien. Fue bastante trabajoso llegar a concretarlo, pero tenía el compromiso de hacerlo. Uno de los acuerdos fue que en Paraguay se estrenaría con los Aché, en algunas de las comunidades. Ellos decidieron que fuera en una comunidad llamada Chupa Pou que está en el departamento de Canindeyú, cerca de otras comunidades. Con ayuda de la embajada argentina llegamos hasta ahí. Fue muy complicado porque había llovido, el camino estaba embarrado, llegamos tardísimo, pero pudimos hacer la proyección, y fue muy bien recibida. Al presentar la película, te das cuenta de las diferencias culturales con ellos, además del idioma. Ahora estamos con el proyecto de doblarla al guaraní, para hacerla más accesible, sobre todo a los más ancianos. Al margen de eso, fue muy bien recibida. Ellos rescatan que se recupere esta historia y que se los vea, se los muestre, se los conozca. Les llevé una copia para cada una de las siete comunidades, y estimo que se proyectará en noviembre, en la semana cultural Aché, pero ahí no podré estar.

Vos has trabajado los últimos veinticinco años en films que han quedado en la historia del cine documental: Cazadores de Utopías, Memoria del Saqueo y algunos de los más emblemáticos de Cine Ojo. Haciendo un balance en el que no sólo se sume tu experiencia como director, sino también como camarógrafo, o director de fotografía, ¿cómo evaluarías el trabajo sobre la imagen en films documentales de nuevos realizadores?

MoujanEs complicado… Siempre hice la imagen de todos mis documentales, hasta este, que me exigía más trabajo de elaboración y dirección. Además, prefería que alguien en particular trabaje la fotografía. Cuando hacés dirección y cámara, siempre una de las dos se descuida. Entonces, cuando alguien lo puede hacer y está comprometido con el proyecto, es de gran ayuda. Para mí fue fundamental el trabajo de Diego Mendizábal, que hizo la fotografía de Damiana. En cuanto a los realizadores, algunos tienen más oficio con la cámara, y otros menos. Es difícil para mí. Tal vez, cuando empecé a hacer documentales era más esquemático, y creía que la cámara la tenía que hacer yo mismo, pero ahora no pienso tan así. Sí tal vez en un determinado tipo de documental. Por ejemplo, no podría haber hecho Pulqui. Un instante en la patria de la felicidad (2007) de otra manera que no fuera con la cámara al hombro, porque las situaciones eran muy improvisadas. El mismo proyecto te exige determinado cuidado de la imagen, o determinada forma de hacerlo. Por ejemplo, usar carro de travelling, o cosas con steady cam, que hasta este momento no había usado. No es lo mismo una película de observación que una como esta. Hay documentales más estructurados como ficciones, en cuanto a la cámara, los ángulos, y la continuidad. Incluso, a veces filman con varias cámaras para que tenga el armado de plano, contraplano, la continuidad de ciertas acciones. Y otros, en los que estás a la caza de las imágenes y las situaciones. Eso te pide otra cosa.

Teniendo en cuenta tu experiencia en el área de cine de la TV Pública, ¿qué falta hacer para establecer un vínculo más estable, armonioso, entre el cine y la televisión en la Argentina?

Por fuera de los canales públicos (TV Pública, INCAA TV y Encuentro), salvo casos esporádicos en algún otro canal de cable, casi no hay relación con el cine argentino. De todas formas, creo que en los últimos años se logró más de lo que había antes. En la TV Pública en particular –un canal generalista de aire, donde el entretenimiento es muy importante-, nosotros le damos bastante importancia al cine. De hecho, Filmoteca va de lunes a jueves a la medianoche, con semanas temáticas, como una cinemateca. Además tenemos un programa donde pasamos cine iberoamericano los sábados, también pasamos películas extranjeras, y bastante documental de estilo BBC o científico –no de autor–, para el gran público. Cuando llegamos al canal, como se estaba reestructurando, había espacio para que pasemos mucho más documental de autor. Hoy es más difícil. Podemos proyectarlos, pero deben tener alguna trascendencia por otro lado: que haya funcionado bien en una sala y la gente lo quiera ver. El canal cambió desde cuando entramos, pero igual le da bastante espacio. Los canales privados casi no pasan cine por fuera de las grandes producciones de Hollywood, o películas de mucha taquilla, o con actores importantes. Hay otra relación con el cine. Cine argentino, casi no pasan, a menos que lo hayan producido, como TELEFE, pero si no, es difícil que lo hagan.

¿Has visto algunos documentales argentinos recientes que te hayan gustado?

Últimamente vi algunos. Uno de Franca González –Al fin del mundo, 2014–, que hizo en Tierra del Fuego. Ví el de Andrés Di Tella, 327 cuadernos (2015), que me pareció interesante. Me gustó el uso del material, cómo está utilizada esa especie de found footage, principalmente con el texto de Ricardo Piglia. Eso me gustó. Después, estoy en deuda con los últimos documentales.

Cortometraje independiente y documental estatal durante el gobierno de Onganía

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Fernando Ramírez Llorens

Resumen

La crisis política inaugurada por el Cordobazo coincidió con la decadencia del noticiero cinematográfico, hasta entonces principal vehículo de la comunicación política de los gobiernos argentinos. Como respuesta a esta doble crisis política y comunicacional, el gobierno de Onganía ensayó una importante producción estatal de cortometrajes. El trabajo aborda las condiciones de posibilidad de esta experiencia y analiza la participación de algunos realizadores identificados con estos grupos renovadores que filmaron para el Estado. Se discute la idea canónica de que en la segunda mitad de la década de 1960 habría existido un “bloqueo tradicionalista” a las aspiraciones de renovación cultural, para proponer en su lugar que el gobierno de Onganía utilizó estrategias de cooptación de grupos renovadores, imbricando los intereses del aparato estatal con los de los cineastas independientes e intentando hacer un cine oficial de intervención política, que compitiera con el cine político y militante de la época.

Palabras clave

Cine – Comunicación política – Autoritarismo – Modernización – Argentina

Summary

The political crisis started by the Cordobazo coincided with the decline of newsreel, hitherto the main vehicle of political communication of the Argentine government. In response to this politic and communicational crisis, Onganía’s government experimented the production of state documentary films. The paper addresses the conditions of possibility of this experience and analyzes the participation of some filmmakers identified with renewal groups who filmed for the state. The paper debates the canonical idea that in the second half of the 1960s there would have been a «traditionalist block» to the cultural renewal aspirations and proposes instead that the government used cooptation strategies of renewal groups by intertwining the interests of the state apparatus with independent filmmakers and to try to make a official films oriented to political intervention, to compete with the political and militant cinema of the time.

Keywords

Cinema – Political communication – Authoritarianism – Modernization – Argentine

Resumo

A crise política aberta pelo Cordobazo coincide com o declínio do noticiário cinematográfico, até então o principal veículo da política comunicacionaldo governo argentino. Em resposta a esta dupla crise, política e comunicações, o governo de Ongania testou uma importante produção de curtas-metragens estatais. O artigo aborda as condições de possibilidade dessa experiência e analisa a participação de alguns cineastas identificados com esses grupos renovadores que filmaram para o Estado. O trabalho discute a idéia canónica de que a segunda mitade da década terá sido um «bloqueio tradicionalista» as aspirações de renovação cultural, propondo que o governo utilizou estratégias de cooptação dos grupos renovadores, imbricando os interesses do aparato estatal com cineastas independentes e tentando fazer um cinema oficial de intervenção política, para competir com o cinema político e militante do tempo.

Palavras chave

Cinema – Comunicação política – Autoritarismo – Modernização – Argentina

Datos del autor

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires

Universidad de Buenos Aires

Este trabajo no ha sido presentado en eventos académicos.

 

Fecha de recepción: 29 de septiembre de 2015
Fecha de aprobación: 14 de noviembre de 2015

 

RllorensBienvenidos a Salta (Luis Vesco, 1970)Durante la dictadura autodenominada Revolución Argentina (1966-1973) se desarrolló una breve pero intensa experiencia de producción estatal de cortometrajes, inédita desde la época del peronismo, que ha sido omitida casi por completo en las historias del cine argentino escritas hasta hoy. Más allá de ser un hecho acotado en el tiempo -se concentró principalmente en el último año de gobierno del general Juan Carlos Onganía- implicó la producción cinematográfica estatal de mayor volumen desde la época del peronismo. La experiencia presenta un gran interés porque implicó un reacomodamiento en la política comunicacional del gobierno posterior al Cordobazo, producida en el contexto de una importante transformación del cine provocada por la expansión de la televisión. En ella confluyen la decadencia del noticiero cinematográfico, la extensa lucha del cortometrajismo independiente y el auge de las agencias de publicidad para cine y televisión. El gobierno de Onganía intentó sacar provecho de los impulsos renovadores de grupos de jóvenes realizadores que desde hacía más de una década luchaban por el apoyo oficial a expresiones vinculadas a las ideas de independencia y autor en un marco de libertad de expresión. Esto lleva a formular la hipótesis de que los impulsos culturales modernizadores no fueron vistos –al menos no todos- como amenazas por esta dictadura, la que tuvo capacidad para, en un mismo movimiento, apoyarlos, acotarlos e incluso cooptarlos. Esta interpretación pone en evidencia las dificultades que presenta la idea, a esta altura canónica, de que en la época habría habido un enfrentamiento entre agentes modernizadores y tradicionalistas, quienes habrían ejercido un bloqueo a las aspiraciones de los primeros (Terán, 2013).[1] Este bloqueo habría tomado formas más complejas que convendría problematizar. Desde esta perspectiva, tradicionalismo y modernismo presentan una simplificación de posiciones que se presentan en la práctica de modos mucho más complejos.

Este artículo desarrolla la trayectoria que llevó a imbricar intereses entre gobiernos y empresarios del noticiero cinematográfico y las tensiones que atravesaban a este género a fines de la década de 1960. A continuación se aborda la pelea que dieron los grupos de realizadores independientes por la institucionalización del corto. La confluencia de estas dos cuestiones permite entender el marco institucional en el que se dio el viraje de una producción privada pero oficialista a una realización directa de cortometrajes por parte del Estado. Se describe la producción estatal de la época y se analizan las trayectorias y producciones de dos realizadores destacados del período: Luis Vesco y Ricardo Alventosa, para comprender las características de esta producción y puntualmente la influencia de las nuevas prácticas publicitarias en las transformaciones de la publicidad oficial.

El trabajo ha sido realizado principalmente a través del relevamiento exhaustivo de los ejemplares de Heraldo del Cinematografista/Heraldo del Cine que van desde la edición 1817 correspondiente al 29 de junio de 1966 hasta el número 2173 del 21 de mayo de 1973, a lo que se suman el informe realizado por el Instituto Nacional de Cinematografía al finalizar la gestión Ridruejo (Instituto Nacional de Cinematografía, 1973), revistas de actualidad política, entrevistas a protagonistas de la época y el análisis de los cortometrajes dirigidos por Vesco y Alventosa desarrollados en el trabajo.

La decadencia del noticiero cinematográfico

Históricamente, el noticiero cinematográfico fue el principal vehículo de comunicación política audiovisual en Argentina. En términos de Florencia Luchetti, el noticiario se presentó a sí mismo como un registro objetivo del mundo real que apelaba a una dimensión mimética para provocar la naturalización de un punto de vista oficial. Presentaba la realidad de manera fragmentaria, breve y simplista, eliminando sus elementos contextuales y explicativos. Así, funcionaba como productor de argumentaciones dominantes sobre los sucesos del mundo real (Luchetti, 2014).

RllorensEl principio del fin (Ricardo Alventosa, 1970)Salvo excepciones, los noticieros pertenecieron a empresarios privados, pero los gobiernos supieron superponer los intereses de estos con los propios. En 1943 el gobierno del general Ramírez estableció un sistema de exhibición obligatoria y un precio de contratación fijo que funcionó como un subsidio encubierto y significó un impresionante incremento de la rentabilidad para los empresarios encargados de su producción. En 1950 un acuerdo entre empresarios cinematográficos de la exhibición, la distribución y la producción promovido por el gobierno de Perón estableció un subsidio de “apoyo al cortometraje” que se destinó exclusivamente a brindar una ganancia adicional a los productores de noticieros. Estos apoyos económicos colaboraron con el fortalecimiento de la relación entre productores y gobernantes que, en rigor, no nació en esta época. Desde la década de 1910 el cine informativo ya se identificaba con el discurso del orden y reproducía un punto de vista oficial (Marrone, 2003) y el vínculo con los distintos gobiernos era una característica distintiva del noticiero cinematográfico como género patriótico (Allegretti, Marrone, & Moyano Walker, 2006). La expresión más evidente de esto se manifestó con motivo de la caída del gobierno de Perón. Los noticieros viraron inmediatamente de criterio, pasando del apoyo acrítico al peronismo, tematizado a través de la presentación de las actividades de las oficinas y jerarquías oficiales, a presentar el golpe de Estado como si se tratase de una liberación luego de una dictadura, adoptando una postura iconoclasta respecto a la simbología peronista que habían colaborado en construir (Marrone & Moyano Walker, 2006).

Hacia mediados de la década de 1960, sin embargo, los signos de la decadencia del noticiero cinematográfico eran cada vez más evidentes. A Buenos Aires llegaba información sobre la cancelación de importantes noticieros europeos y norteamericanos que sucumbían ante la expansión de la televisión.[2] En 1968 el gobierno de Onganía reguló la distribución de los noticieros: la norma estableció que no podrían explotarse ediciones de más de veintitrés semanas de antigüedad.[3] ¡En el interior del país se exhibían noticieros con más de cinco meses de retraso! Esta disposición ponía en evidencia tanto el interés como las dificultades para hacer del noticiero cinematográfico un medio efectivo de difusión de información política. Finalmente, en ese mismo 1968 el gobierno de Onganía decidiría también la reducción de los montos de los subsidios estatales y liberaría el precio de contratación. Comenzaba el ocaso.

En mayo de 1969 se produjo el alzamiento popular conocido como Cordobazo, que conmovió al gobierno del general Onganía. Las imágenes televisivas que mostraban a la policía a caballo retrocediendo impotente ante la virulencia de los manifestantes en Córdoba se conjugaban con la desorientación que mostraban en Buenos Aires los funcionarios del gobierno, que admitían estar enterándose de los hechos por los medios de comunicación (Varela, 2005). La televisión demostró definitivamente su capacidad para difundir masivamente hechos a las pocas horas de sucedidos, a la vez que el propio vértigo al que estaba sometida la producción y transmisión de información hacía mucho más difícil su control por las autoridades políticas. Según Mirta Varela, el Cordobazo marcó la consolidación de la televisión como la principal fuente informativa en Argentina, lo que implicó el inicio de un nuevo reinado en el espectáculo informativo audiovisual a la vez que el golpe definitivo al noticiero cinematográfico como vehículo de propaganda y comunicación.

La lucha por el cortometraje independiente

El golpe de Estado de 1955, hecho en nombre de la libertad, generó un nuevo clima que impulsó una reconfiguración cultural signada por un “espíritu modernizador” (Terán, 2008).Este nuevo ambiente cultural se conjugó con un proceso de expansión de grupos renovadores dentro del cine, que ya estaba en marcha, nucleados alrededor de cineclubes, revistas de cine y seminarios y cursos (Félix Didier, 2003). Rápidamente estos grupos se organizaron en agrupaciones, entre las que se destacó la Asociación de Realizadores de Cortometraje (ARCM) creada ese mismo año. Los “chicos del corto” –en los términos en que retrospectivamente recordó la experiencia de estos grupos uno de sus protagonistas, Simón Feldman (1990)- bregaron por el desarrollo de una política cinematográfica que impulsara una renovación temática, estética e institucional del cine. En ese marco el cortometraje fue considerado un ámbito estratégico dada su autonomía respecto a las reglas del mercado cinematográfico (Mahieu, 1961). En este espacio se desarrolló una ruptura violenta respecto al documental, al punto que existen interpretaciones que identifican este momento como fundacional.[4] Inauguración o transformación, en cualquier caso la explicitación de la politicidad del discurso documental por parte de sus propios realizadores fue un cambio radical respecto a la pretendida objetividad de los registros de lo real tradicionales: el documental institucional y el noticiero cinematográfico. En palabras de Fernando Birri: “Lo que me interesa es que el cine sirva para algo y que ese algo sea ayudar a construir nuestra realidad” (Mogni, 1960).

RllorensEl principio del fin 2Como resultado de la presión de estos grupos, en 1957 comenzó un proceso de consolidación de una política cinematográfica estatal que establecería el otorgamiento de créditos para la realización de cortos, premios anuales para las mejores producciones y cuotas de pantalla para su exhibición. La exhibición obligatoria de cortos en salas comerciales en programas junto a largometrajes fue resistida velada pero eficazmente por los empresarios de la exhibición y la distribución. Por su parte, los cortometrajistas continuaron insistiendo por el cumplimiento de la medida en los años siguientes. En 1965 la gestión de Alfredo Julio Grassi al frente del Instituto Nacional de Cinematografía (INC) transformó los créditos al corto en subsidios, lo que representó una fuerte medida de promoción, a la vez que un sinceramiento respecto al fracaso en la lucha por asignarles un espacio en las salas de cine: el crédito pasaba a ser no reembolsable dado que los cortos no tenían posibilidad de generar ingresos por su explotación y por lo tanto no había modo de recuperar los costos de producción.

La gestión de Adolfo Ridruejo, el coronel que estuvo al frente del INC durante los siete años que abarcó la dictadura, se mostró inicialmente hostil a los impulsos renovadores, a través de medidas que los afectaban directa o indirectamente tales como la suspensión de créditos, la eliminación de premios económicos a las mejores producciones, la cancelación del apoyo oficial al Festival de cine de Mar del Plata, entre otras. Sin embargo, a partir de 1967 se produce un viraje importante en la relación con los grupos renovadores: el gobierno tomó nota de que la producción comercial de largometrajes, la única en pie, carecía de competitividad en festivales internacionales. Al mismo tiempo, resultaba día a día más evidente que existía un grupo de realizadores, asociados a las pujantes empresas productoras de publicidad audiovisual –denominadas en la época “cine publicitario”-, que tenían la capacidad y la voluntad de producir cortos y largometrajes sin apoyo estatal (Ramírez Llorens, 2015). En ese marco, el apoyo a la producción independiente podía colaborar con la imagen en el exterior de una dictadura que se veía a sí misma como un agente modernizador (Rouquie, 1986) a la vez que dar cauce a realizadores que de otro modo se autonomizarían por completo del Estado.

La ley de cinematografía 17.741 sancionada en 1968 restableció la vieja novedad de la exhibición obligatoria de cortometrajes en cines comerciales. Esta vez parecía que la medida iba en serio, dado que Ridruejo recuperó una idea que Grassi había propuesto pero no había logrado concretar: ofrecer a los exhibidores un verdadero “canje de rehenes”, consistente en eliminar el número vivo a cambio de la exhibición de cortometrajes. La obligatoriedad del número vivo, un pequeño espectáculo de variedades presentado en uno de los intervalos entre funciones, había sido establecida en el año 1953. Generaba grandes resistencias en los empresarios, a quienes les resultaba antieconómico por su elevado costo y por el tiempo que ocupaba en la programación. Los exhibidores se quejaban además de que por lo general eran espectáculos de baja calidad y de mal gusto, que desagradaban al público, y que debían destinar tiempo a seleccionar programas teatrales, un tema ajeno a su negocio cinematográfico. Sin embargo, eliminarlo no era gratuito para el gobierno, porque provocaba la oposición de la Unión de Artistas de Variedades, sindicato que agrupaba a los trabajadores del número vivo y que mostraba una importante capacidad de movilización. Por su parte, los empresarios de la exhibición tampoco podían incumplirlo, por la fiscalización que realizaba el sindicato, y habían fracasado en su intento por quitárselo de encima por vía judicial: el cine Callao había recurrido a la justicia con el argumento de que la imposición del número vivo vulneraba el derecho de propiedad y el derecho de comerciar, pero en 1960 la Corte Suprema confirmó su validez. Los exhibidores estaban atados de pies y manos, dependían de la buena voluntad del gobierno para terminar con la obligatoriedad. Grassi y Ridruejo coincidían en que los exhibidores admitirían la proyección obligatoria de cortometrajes como un mal menor, dado que al menos resultaba más económico que el número vivo.

Sin embargo, en cuanto la ley fue sancionada, la Cámara Argentina Norteamericana de Distribuidores de Films, que desde 1966 agrupaba formalmente a las filiales locales de las distribuidoras norteamericanas, expresó en un comunicado que la exhibición obligatoria de cortometrajes “podría alterar el ritmo de vueltas en las salas” («Film Board,» 1968).[5] Más allá del argumento, estaba claro que así como el número vivo era un problema de los exhibidores, la exhibición obligatoria de cortos involucraba a los distribuidores, que debían hacer el trabajo de comercializar los cortometrajes. Para colmo, no estaba claro quién pagaría la exhibición de las películas. Entre octubre y diciembre de 1968 se debatió fuertemente por la forma que tomaría el régimen de obligatoriedad.

En febrero de 1969 se estableció el régimen de exhibición: el costo de la contratación del cortometraje recaería sobre los distribuidores, que serían responsables de la explotación, y de pagar a los realizadores el uno por ciento de sus ganancias. La ARCM protestó por considerar que la retribución económica era demasiado baja teniendo en cuenta que la reglamentación exigía la realización de ocho copias a cargo del productor. Los distribuidores hacían silencio mientras los exhibidores aprovechaban para exigir también la eliminación de la obligatoriedad de exhibir noticiarios. Para poner en marcha la medida, el INC publicó un listado de cortometrajes disponibles para exhibir. En octubre de 1969 los cortometrajistas demandaron a Ridruejo que haga cumplir la ley, mientras Robert Corkery, presidente de la Motion Pictures Export Association (MPEA) -el organismo que defendía los intereses de las majors en el exterior- y Harry Stone, representante para América Latina de la Motion Pictures Association of America –el organismo que nuclea a las majors en Estados Unidos- viajaron a Buenos Aires para negociar con Ridruejo a favor de los intereses de las distribuidoras de origen norteamericano.[6] En ese contexto la ARCM hizo un último esfuerzo por comercializar directamente los cortometrajes para evitar el sabotaje de los distribuidores, enviando telegramas a los exhibidores, que no se dieron por aludidos.

Los cortos estatales

RllorensFotograma de Placa de apertura de los cortometrajes del INCEn enero de 1970 la ARCM volvió a dirigirse a Ridruejo. El tono y el contenido del reclamo habían variado violentamente. Esta vez, además de solicitarle que sumarie a varias salas y cumpla con la exhibición obligatoria, exigió que el INC se abstenga de producir cortometrajes y de distribuirlos gratuitamente. A los cortometrajistas les había surgido una oposición en el lugar menos pensado. Con dinero del propio INC, el subdirector del Instituto, Luis Vesco, había realizado un cortometraje titulado Marcha al límite austral de la patria (1969) el cual, denunciaban los cortometrajistas, era distribuido por Paramount, quien disponía de las ocho copias que estipulaba la ley. Vesco era él mismo un cortometrajista de trayectoria reconocida, egresado de la primera cohorte de la Escuela de Cine de la Universidad de La Plata –inaugurada en 1957 al calor del clima modernizador-, que junto a otros egresados había fundado el Grupo de Cine Experimental de esa ciudad. Vesco tenía además una importante trayectoria en oficinas estatales vinculadas a medios de comunicación. Durante el gobierno de Oscar Alende en la Provincia de Buenos Aires –durante la presidencia de Frondizi–, Vesco participó de la creación de la Dirección de Radio y Televisión Educativa del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, que se encargaba de la producción de programas radiales. En el mismo ministerio dirigió también el Instituto de Medios Audiovisuales, encargado de la producción de cortometrajes educativos y de la realización de un Festival Internacional de la Imagen Educativa, orientado a la difusión de documentales y noticiarios cinematográficos. Vesco conjugaba de modos particulares el haber sido parte de los grupos renovadores con una trayectoria como funcionario estatal.

Ese mismo mes de enero el INC sinceraría la situación, anunciando públicamente un plan de producción directa de 20 cortometrajes, de los cuales se realizaron finalmente 14: Cuando el progreso invade la tierra (Luis Vesco, 1970), Bienvenidos a Salta (Luis Vesco, 1970), Trabajando para usted (s/d), Tren a las nubes (José Raggi, ca. 1970), ¿Qué sabe usted de Atucha? (s/d), Comunicación vía satélite (s/d), Riquezas en peligro (Juan Berend, 1972), Pesca costera (s/d), Lo que nadie ve porque está tapado (s/d), El muro de agua (s/d), Accesos a la capital (s/d), Alguien trabaja silenciosamente (s/d), Por siempre agua (s/d) además del ya mencionado Marcha al límite austral de la patria. Además, el Instituto financió otros 15 cortometrajes: Mar blanco (Alvaro Melián, 1970), Nuestro tiempo (Mauricio Berú, ca. 1970), Donde empieza el camino (s/d)[7], Subordinación y valor (s/d), Arqueloguitos [sic] (s/d), Estancia (Juan Berend, 1969), Pro (Rodolfo Corral, ca. 1971), Lago Argentino (Alberto Larrán, 1970), Mis impresiones del Iberá (s/d), Evocación (s/d), Un simple ramo de flores (s/d), Diamantes sin brillo (Daniel Pires Mateus, 1970), Pelajes criollos (Máximo Berrondo, 1969), Un día en la prehistoria (Adolfo Valerga, ca. 1971).

En rigor, el INC era sólo una de las oficinas gubernamentales que estaba realizando cortometrajes de manera asidua. Al mismo tiempo Ricardo Alventosa estaba filmando para la Secretaría de Salud Pública El mal de los rastrojos (1969), Salud rural (1969) y Mal de chagas (1970). El Ministerio de Bienestar Social también le había encargado cortometrajes: El principio del fin (1970), Operativo agua (1970) y Cuando llega la enfermedad (1970).

Alventosa había sido uno de los nuevos realizadores de largometraje de la llamada Generación del 60, que tuvo su apogeo entre los últimos años de la década de 1950 y los primeros de la siguiente. También se había desempeñado en sus inicios en el corto, e incluso había sido presidente de ARCM. Con el tiempo fundaría la agencia publicitaria que llevaba su nombre y tendría una trayectoria importante dentro del denominado cine publicitario.

En 1962 Alventosa filmó su primer largometraje, La herencia. El film sufrió importantes problemas debido a la intervención de Coordinación Federal, la oficina de inteligencia de la Policía Federal Argentina, que secuestró los negativos y una copia de la película. Según el propio Alventosa, desde los organismos de censura le cuestionaban la “mala leche” con la que había realizado el film, señalando las menciones políticas que en clave humorística el director había insertado en la obra, que podían entenderse como una puesta en ridículo de los discursos anticomunistas (Peña, 2003).[8] El film había sido rodado en el contexto del conflicto interno del ejército de los años 1962 y 1963 conocido como “azules y colorados”, que provocó dos enfrentamientos armados de las facciones del ejército en las calles de Buenos Aires y que finalizaría afianzando el liderazgo castrense del “azul” Onganía, un militar identificado con la Doctrina de Seguridad Nacional promovida desde Estados Unidos, al punto que era caracterizado por algunos de sus críticos como un “hombre del Pentágono” en Argentina (Rouquie, 1986). La película da cuenta en todo momento de la presencia de los militares en la vida pública, a través de escenas rodadas en las calles donde la permanente presencia de desfiles y vehículos militares forman parte de una suerte de decorado que a los personajes les resulta indiferente por cotidiano. El director da cuenta también de la progresión temporal del conflicto intramilitar, poniéndolo en relación con la trama de la película, al insertar menciones de tapas de periódicos que pueden interpretarse como comentarios en un sentido y otro. Para los grupos de inteligencia, Alventosa debió ser necesariamente sospechado de criptocomunista -un izquierdista infiltrado en el campo cultural o social para difundir ideologías revolucionarias de modo encubierto (Funes, 2006)-. No obstante, no parecía haber conflicto en el hecho de que el gobierno de Onganía recurriera a sus servicios.[9]

Además de los cortos de Alventosa, la Secretaría de Salud Pública también había producido Saneamiento ambiental (Luis J. Galindo, 1969), Capacitación (Luis J. Galindo, 1969) y Sus hijos y usted (Carlos Parera, 1970). La Subsecretaría de Agricultura produjo La vaca de madera (s/d). La Secretaría de Turismo hizo lo propio con Jujuy a vuelo de pájaro (s/d). El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria produjo Electrificación rural (Carlos Devito, ca. 1970). El estatal Centro de Rehabilitación ACIR hizo El triunfo de la voluntad [sic] (s/d), mientras que la empresa estatal Hidronor presentó El Chocón, Cerro Colorado (s/d), El Chocón, la obra del siglo (s/d, ca. 1969) y El Chocón, un milagro argentino (s/d, ca. 1969).

Una dictadura moderna

RllorensFotograma de placa de apertura de Sucesos Argentinos de principios de la década del 70, evidencia el esfuerzo por modernizarse estéticamenteResulta notable que la producción de cortometrajes por parte del Estado se active en la segunda mitad del año 1969, en el epicentro de la crisis política provocada por el Cordobazo. Esto alimenta la hipótesis sobre la inutilidad del noticiario cinematográfico como vehículo de propaganda oficial. El cortometraje institucional –producido por el INC o por otras dependencias estatales– se mostraba viable porque la legislación sobre la obligatoriedad de su exhibición ya estaba definida de antemano.

Marcha al límite austral de la patria es un corto que reconstruye la expedición al Polo sur comandada por el coronel Jorge Leal en el año 1965.[10] El cortometraje es una crónica ordenada de la travesía, que desarrolla sus distintas etapas a través de imágenes que se concentran en registrar el paisaje y la maquinaria utilizada, haciendo énfasis en las dificultades que debió superar el grupo de exploradores. El único recurso lingüístico que rompe este prolijo orden expositivo es el comienzo, que presenta al coronel en su despacho recibiendo una nota de reconocimiento con motivo de la conmemoración de los cinco años de la travesía, unas palabras de Leal dedicadas “al pueblo” y unas imágenes de la recepción triunfal en ocasión del retorno a Buenos Aires del grupo de militares que participaron de la expedición. A partir de esta presentación, todo el relato de la expedición está presentado como un flashback. La película termina con la imagen de Leal izando la bandera argentina en el Polo sur, ante el saludo del resto de los expedicionarios, mientras el relato over alega en un tono lindante con el mesianismo: “Y la luz, que sucederá a las sombras, traerá la imagen de diez voluntades argentinas [se refiere a los militares que participaron de la expedición] unidas por una misma vocación, la de superar lo imposible por la fe puesta en Dios y en su propio esfuerzo”. La película puede leerse como una comparación con el cruce de los Andes realizado por San Martín en el siglo XIX, o como una anticipación a una gesta épica similar en las islas Malvinas. En cualquier caso, propone una reivindicación del ejército, poniendo de relieve su profesionalidad –un rasgo de su modernismo- con su heroísmo en la defensa de la soberanía –un motivo asociado a la tradición del ejército-. La locución final subraya el fundamento católico de las Fuerzas Armadas y la mención a las luces y las sombras, que refieren directamente a la presencia del sol en el polo, parece estar tematizando la crisis de legitimidad que atravesaba la dictadura: el gobierno del general Onganía superará el trance porque está apoyado en la religión y en su propia voluntad.

Cuando el progreso invade la tierra presenta desafíos formales mayores.[11] La película, un documental sobre la construcción del Dique Cabral Corral, no presenta una voz que oriente la interpretación de las imágenes, apenas breves informaciones al principio y al final, a partir del diálogo entre dos funcionarios o políticos que pasan revista a los aspectos técnicos de la obra. Comienza con un conjunto de imágenes de la Iglesia de San Francisco en Salta. Un fraile hace sonar la campana y tras el fondo sonoro del repique se presentan tomas de las calles, una panorámica de la ciudad e imágenes de trabajadores en el campo. A continuación se presenta a los funcionarios evaluando el proyecto del dique sobre un mapa de la zona. El resto del documental aborda la construcción de la obra, en imágenes que se concentran casi exclusivamente en el trabajo de las maquinarias. Así, la película conjuga tradición y progreso, mediadas por la acción modernizadora de un gobierno racional y tecnocrático. Bienvenidos a Salta parece ser una película hermana de la anterior –probablemente se haya aprovechado la realización de uno de los documentales para hacer el otro–.[12] En comparación a las dos obras descritas resulta temáticamente más compleja. A partir del seguimiento de una turista, presenta los distintos atractivos de Salta: tejidos, gastronomía, paisajes, arquitectura, etc. Integrado a esto, se presentan las comodidades que la provincia ofrece: hotelería y transporte –aquí aparece tematizado brevemente el gobierno, a partir de las menciones al buen servicio de la empresa estatal Aerolíneas Argentinas y al buen estado de los caminos–. La nación, la tradición y el catolicismo se integran en una escena muy elaborada: en la catedral de Salta un hombre con poncho salteño pronuncia un encendido discurso patriótico frente a la urna con los restos de Martín Miguel de Güemes.

Las tres películas de Vesco presentan un tríptico –no necesariamente planificado– que aborda fuerzas armadas, gobierno y sociedad: modernidad y tradición conviven en las obras sin conflicto. En ellas se presenta un gobierno y un ejército profesionales que basan su legitimidad en la religión. Las películas presentan un ejército en acción, un gobierno en pleno funcionamiento y una sociedad ordenada.

Las películas que Alventosa filmó para el gobierno parecen mucho más innovadoras. En principio, en estas películas se brinda un lugar destacado a los destinatarios de la política: la gente humilde, empobrecida, del montón. Las autoridades de gobierno, en cambio, están completamente fuera de cámara. Cuando se quiere mostrar la presencia del Estado se lo hace a través del trabajo de médicos, soldados o trabajadores sociales. Comentaba la revista especializada Heraldo del cine, refiriéndose a El principio del fin:

El tema propuesto se prestaba fácilmente a la demagogia barata, al sentimentalismo cursi; el guion de Horacio Eichelbaum, en cambio, ahonda momentos aparentemente triviales, pero que en un contexto más amplio se agrandan en sus connotaciones: algunas imágenes recogen expresiones imposibles de transmitir en palabras, como la inexplicable cara de sorpresa y alegría que sienten los habitantes de la villa cuando, al llegar a la nueva casa, encuentran agua corriente y luz eléctrica. El que nunca careció de esos elementos no puede siquiera sospechar el tremendo valor que les puede dar aquel que jamás los tuvo, y es mérito grande de Alventosa haber sabido transmitir esos momentos en su justa dimensión, sin abaratarlos (López, 1970).

Por otra parte, y rompiendo con una extensa tradición del cine de propaganda oficial, estas películas no presentan el conflicto ubicado en el pasado y ya superado por la gestión oficial, sino como un problema actual en el que el gobierno está interviniendo activamente. Existe un desplazamiento desde la acción del gobierno hacia el gobierno en acción. El énfasis en los destinatarios de la política y en la acción estatal le da a las obras una estética de testimonio que acentúa el realismo de las películas. Estos elementos están destacados en la crítica que Heraldo del cine hizo de Salud rural:

El acento no está puesto en la “ardua y sacrificada labor” sino en el verdadero problema: en este caso, la salud rural. Efectivamente, como lo hemos remarcado, lo primero que se señala son los “veinte kilómetros que esta señora ha debido recorrer”, con lo cual el problema está en el tapete. Lo segundo es la solución a que se ha recurrido, es decir el plan de la secretaría de Salud Pública. Pero este plan no está presentado como solución definitiva ni terminante ni nada así; al contrario: prudentemente, enuncia sus objetivos y sus limitaciones, las dificultades que encuentra una puesta al día en el orden sanitario de los pobladores de esos lugares olvidados.

Suscintamente, se lleva la inquietud al espectador: he aquí el problema; he aquí lo que estamos haciendo (J.P., 1969).

De El principio del fin la crítica de Heraldo del cine destaca que, según el propio Alventosa, fue realizada sin ningún tipo de condicionamientos por parte del gobierno. Las virtudes de este tipo de realizaciones se resumen en el cierre de la crítica de esta película: “Dentro de la tónica o del rótulo ‘film oficialista’, El principio del fin logra evadirse, por méritos propios, de la monotonía que caracteriza a la mayoría de sus pares. Hay que reconocerlo y aplaudirlo” (López, 1970).

El principio del fin trata sobre la política de vivienda de Onganía, orientada a la erradicación de villas de emergencia mediante el traslado de sus habitantes hacia los denominados Núcleos Habitacionales Transitorios. El film plantea con claridad que las nuevas viviendas que el gobierno está construyendo son pequeñas y sin comodidades, que su objetivo es “adaptar” a sus moradores a nuevas formas de vida y “promover” su deseo de irse de allí, evitando que se conformen con la nueva vivienda. El principal objetivo de la política sería, según se plantea explícitamente, romper la lógica de aislamiento que hace de la villa un mundo aparte, obligando a sus habitantes a relacionarse con otros grupos sociales. La obra justifica así la ausencia de escuelas y hospitales en los nuevos barrios: la intención es impulsar a sus habitantes a salir hacia otras zonas para procurarse estos servicios. La voz over lo formula de esta manera: “El barrio transitorio permitirá mejorar la comunicación entre todos, los hábitos de convivencia, el nivel general de salud, en suma facilitará la integración social. Pero no solucionará el problema de la vivienda”. Es un discurso de readaptación social, tan racionalista como autoritario, que tiende a sugerir que en el fondo el problema de la vivienda es cultural, que existe gente que no sabe vivir de otra manera. Y la manera legítima de vivir se asocia con lógicas propias del mundo urbano, con hábitos asociados a la vida moderna en las ciudades

RllorensHeraldo del cine, enero de 1970, recupera la denuncia de la ARCMEn la obra se superponen testimonios directos –un recurso formal asociado a la modernidad cinematográfica- de los habitantes de las villas que plantean sus impresiones sobre los nuevos barrios junto a ficcionalizaciones que presentan a un villero idealizado, ajustado a los valores que se pretenden imponer. En este registro se presenta a familias abordando un tren y saludando alegremente al partir para regresar a sus provincias de origen, omitiendo que el retorno solo se explica porque han sido expulsados por la fuerza. Más contundente aún es el incendio intencional de las villas de emergencia –una de las estrategias que se practicaban para provocar el desalojo (Marrone y Fariña, 2010)– que presenta el final del film, en el que se presenta como responsable del hecho al propio habitante de la casilla, que en el discurso del film prende fuego a su propia vivienda como un signo de su voluntad de progreso. Por supuesto, la película omite por completo el accionar de las organizaciones internas de los barrios, la Federación de villas o el Movimiento de Sacerdotes del III Mundo y su compromiso con las villas, todos grupos importantes en ese momento (Blaustein, 2006). Se produce así una contradicción entre dar la palabra a los pobres, a la vez que falsificarlos, resignificando las prácticas autoritarias de hostigamiento hacia ellos como situaciones ideales de vínculo directo entre el Estado y los villeros.

Vesco busca registrar en sus cortos la invulnerabilidad del poder, la perfección del orden y el equilibrio entre modernidad y tradición. Alventosa se arriesga al desequilibrio, a lo inconcluso y a lo vulnerable como elementos que le permiten tematizar el orden con un discurso novedoso, argumentando a favor de la idea de un gobierno moderno que viene a transformar una sociedad que vive en el atraso. Parte de ese desequilibrio está dado por la tematización del autoritarismo gubernamental, que está presente pero no puede presentarse abiertamente.

La búsqueda de la consagración

La gran expansión que el cine publicitario había experimentado en los años anteriores había sido un terreno de estudio y ensayo de técnicas de comunicación orientadas a la persuasión, que podían aplicarse a la propaganda política. En su época, los cortometrajes de Alventosa no fueron entendidos como vulgar propaganda oficial sin valor, como cabe generalizar que era visto el contenido político del noticiero cinematográfico, sino como obras de sumo interés desde el punto de vista publicitario, al punto que publicaciones especializadas le dieron espacio en sus críticas, tal cual hemos visto, y las abordaron en tono elogioso.

Este lugar simbólico fue puesto a prueba con ocasión del IV Festival Internacional de Cine Documental y Experimental (FICED) organizado por la Universidad Católica de Córdoba (UCC) en 1970. Desde su primera edición en 1964, el festival era dirigido por una cineclubista rosarina y un ex seminarista discípulo del jesuita Rafael Sánchez (Ana María Sinópoli y Laerte Martínez). Se trataba de un grupo de laicos católicos abiertos a los procesos de modernización cinematográfica, que hacían énfasis en la promoción de lo que consideraban buen cine y eran críticos de la orientación moral del público que realizaban otros sectores del catolicismo, dirigidos a limitar y prohibir la exhibición de películas (Ramírez Llorens, 2014). De hecho, en su III edición (1968) la UCC fue multada por la oficina de calificación moral estatal –que estaba comandada por laicos católicos-, por no enviar a calificar previamente las obras proyectadas. Por las ediciones anteriores del FICED habían pasado el propio Luis Vesco, Jorge Prelorán, Humberto Ríos, Raymundo Gleyzer y Gerardo Vallejo, por mencionar apenas algunos de quienes habían sido y seguirían siendo importantes realizadores independientes de la época. Los organizadores se preocuparon también por prestigiar al festival con presencias internacionales: Norman McLaren y Jan Lenica visitaron Córdoba para participar del encuentro, también se hicieron intentos para traer a John Grierson y Agnès Varda.[13] No tiene sustento suponer que la orientación del festival era conservadora por el simple hecho de estar organizado por una institución católica. El FICED era un ámbito plural o, si se prefiere, ecléctico.

La Secretaría de Salud Pública inscribió en la competencia del IV FICED a los cortos de Alventosa El principio del fin, El mal de los rastrojos, Operativo agua y Salud rural. En un contexto de radicalización política del campo cultural que tenía como una de sus expresiones destacadas al cine, y en el marco de la ciudad de Córdoba que un año antes había protagonizado el alzamiento popular que había desestabilizado a Onganía, la dictadura se atrevía a competir a la par de películas de denuncia social realizadas por directores independientes. En el festival iban a disputar el mismo espacio obras que sostenían un discurso decididamente radical como Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) o Lavra Dor (Paulo Rufino, 1968) con los cortos oficiales de Alventosa. Al cine de la revolución, la dictadura le respondía con un cine reformista autoritario. La homologación de los dos tipos de obra en el mismo espacio era un gran triunfo simbólico de la dictadura. Embanderada en la defensa del cine artístico e independiente, convocaba a prestigiosos realizadores de la renovación para que filmen los logros de la propia dictadura.[14]

Finalmente la coexistencia de estas obras no tuvo lugar. El Ente de Calificación Cinematográfica intervino nuevamente en la IV edición del festival, reteniendo las copias del corto argentino Muerte y pueblo (Nemesio Juárez, 1969) y los chilenos Desnutrición infantil (Alvaro Ramírez, 1969) y Herminda de la Victoria. El cronista de la revista Panorama destacaba el malestar que había provocado la censura, lamentaba que Herminda de la Victoria y El principio del fin, tratando ambos el tema de la vivienda, no hubieran podido verse en diálogo y expresaba el fracaso de la participación oficial en el contexto del malestar por la censura, al mencionar respecto a El principio del fin que “el tono oficialista suscitó el rechazo general” («Los pequeños cordobazos,» 1970). En cambio, en Criterio, la revista confesional católica, también se condenó la censura y se abordó explícitamente la comparación entre películas de denuncia social y películas oficialistas, concluyendo en un balance positivo. Me permito la cita extensa de la crítica de Silvia Matharan de Potenze:[15]

No queremos dejar de señalar el interés ilustrativo del aporte argentino que estaba formado por un film independiente Muerte y pueblo de Nemesio Juárez[16] y tres producidos por el Ministerio de Bienestar Social de la Nación, El principio del fin, Operación agua y El mal de los rastrojos además de otros más modestos. Es interesante la confrontación de estos films según su procedencia. El primero, una producción privada, es obra de un hombre muy joven e impresiona por encima de sus debilidades de guión y realización, por el intento de expresión personal que supone y la voluntad de penetrar en el alma popular de una paupérrima comunidad del interior con una actitud que oscila entre la curiosidad antropológica, la indignación y el amor. Los tres films oficiales, debidos al depurado oficio de Ricardo Alventosa –un realizador que estaba en camino de ser uno de nuestros buenos largo metrajistas cuando la censura obstaculizó su labor- encaran con técnica segura y por momentos brillante otros tantos problemas de urgencia social ya ampliamente reconocida, y al mostrar lo que el gobierno hace por resolverlos, trata de crear una conciencia optimista y constructiva alrededor de aquellos. Propaganda oficial, sin dudas, pero propaganda útil para la comunidad aunque aquí y allá se acentúen las tonalidades un poco más rosadas de lo que la discreción exigiría. Pensamos que ambos tipos de film, la caótica e indignada información sobre el subdesarrollo de Juárez y la metódica exposición de los problemas y las soluciones que sugiere el gobierno por intermedio de sus organismos específicos, son válidos y útiles para el desarrollo (Matharan de Potenze, 1970).

El hecho de que se promoviera la inclusión de los filmes oficiales en el Festival mientras se prohibía la participación de películas de denuncia social puede ser entendido sencillamente como producto de una superposición del accionar de dos oficinas estatales. Al fin y al cabo no hay razones para suponer que al interior del aparato estatal exista una lógica tan monolítica que no habilite a ninguna contradicción. Pero también puede ser entendido como una coherente “apertura autoritaria” a los procesos de modernización que termina provocando efectos contradictorios. Apertura, porque creo que es posible discutir, al menos respecto al cine, la idea de Terán respecto a que desde el poder no hubo capacidad de distinguir modernización cultural de radicalización política. Al contratar a realizadores renovadores y hacer participar sus producciones en festivales independientes, el gobierno estaba reconociendo la influencia de los modernizadores a la vez que demostraba que no los consideraba una amenaza, o alternativamente, que podía conjurar esas amenazas latentes mediante la cooptación. Esta interpretación se refuerza al observar el impulso que la gestión de Ridruejo dio al largometraje independiente en la misma época (Ramírez Llorens, 2015). Autoritaria, porque la experiencia se despliega en el contexto de una gran expansión del espacio audiovisual, que entre otras cosas habilitó la representación de sectores subalternos que hasta entonces habían tenido poco o ningún espacio en los medios de comunicación. El gobierno de Onganía también apostaba a abordarlos desde su discurso, pero su actitud de censura explicitaba la imposibilidad de entrar en debate con representaciones enfrentadas. Es una apertura autoritaria porque intenta adaptarse a las transformaciones de la industria cultural que desbordan la iniciativa estatal, a la vez que rechaza competir en igualdad de condiciones con otros actores, esforzándose por recuperar la capacidad de control del Estado por medio de la contención y la represión.

Conclusión

En las obras de Vesco es posible advertir la capacidad de conjugar modernidad y tradición. Para ser precisos, es necesario advertir que lo que se conjuga con el discurso de la modernidad no es la tradición como bloque monolítico, indivisible, sino una tradición específica, dominante, vinculada a los valores de los nacionalistas católicos, que ofrece capacidad para dialogar con la vida urbana, con la industrialización, con el consumo. Desde esta perspectiva, la idea de que existió una tensión en estos años entre grupos modernizadores de la sociedad opuestos a sectores tradicionalistas vinculados al gobierno presenta una dificultad en su formulación. Donde se ha visto un bloqueo de sectores tradicionalistas incapaces de dialogar con los modernizadores debe leerse un discurso de la modernidad que habilita lo que se debe preservar como tradición oficial y lo que debe descartarse por considerarse un arcaísmo ilegítimo. En este sentido, la hibridación entre la tradición que reivindican los nacionalistas católicos -basada en la condena del laicismo y en la reivindicación de un fundamento católico de la nacionalidad- y el discurso de modernidad que propone el gobierno y que presenta al Estado como principal agente modernizador no parece presentar demasiadas contradicciones. Las obras muestran dificultades insalvables, en cambio, al representar la cultura de los sectores subalternos, que en rigor también deberíamos considerar alimentadas por una tradición. La tradición es en este caso un déficit que debe ser erradicado a través de la evolución hacia nuevos estilos de vida, hacia nuevos modos de sociabilidad, de ser necesario mediante la represión estatal. En este punto el discurso modernizador se vuelve imposición autoritaria. Y es que, en rigor, si existen múltiples tradiciones, también existen discursos modernizadores diversos. Justamente a esto apunta el término “modernización autoritaria”: se pueden hibridar modernidad y reacción. Se puede ser moderno sin ser progresista.

RllorensLa herencia (Ricardo Alventosa, 1962)Este discurso modernizador habilitó tanto la imposición de cambios culturales en sectores dominados como la asunción de un rol político paternalista de promotor de estos cambios. En este sentido, los cortos de Alventosa son políticos en el mismo sentido en que denominamos político al cine que se enfrenta críticamente al orden. Pretendieron disputar los mismos espacios de circulación del cine político y militante, interpelando a los mismos espectadores con la intención de promover-profundizar un cambio. El hecho de que fueran oficialistas no invalidaba su aspiración de intervención sobre la realidad.

La Revolución Argentina es caracterizada en este trabajo como una dictadura moderna, en la medida en que antes que entender los procesos de renovación cultural como una amenaza que había que bloquear, poseía códigos para interpretarla, intentando sacar provecho de ella. Esto pone en discusión la idea de dos grandes bloques estáticos, uno caracterizado como modernizador y otro tradicionalista, a favor de la idea de la existencia de posiciones complejas, híbridos coherentes, donde conviven militares tan autoritarios como modernos, realizadores renovadores que filman problemáticas sociales para la dictadura, cinéfilos católicos modernos, reeditando nuevas formas de imbricación de intereses particulares con los del Estado.

La gestión de Ridruejo impulsó la realización cinematográfica estatal, ocupando el espacio por el que los cortometrajistas habían estado luchando durante una década y media. Fue un proyecto inconcluso, debido a las inestables condiciones políticas y a las rápidas innovaciones del espacio audiovisual. El final de la experiencia hay que buscarlo tanto en la caída de Onganía y la intensificación del proceso de radicalización política -que tendrá un gran impacto en la transformación de las aspiraciones de los modernizadores-, como en el pasaje que parece experimentarse en esta misma época, del documental institucional cinematográfico al corto publicitario televisivo.[17] De todos modos, las tensiones por el corto y las apuestas estatales continuarían. En agosto de 1972 la ARCM solicitó públicamente una vez más la renuncia de Ridruejo, acusándolo nuevamente por el incumplimiento de la ley y por la distribución gratuita de cortos estatales. Todavía en febrero de 1973 el gobierno saliente del general Lanusse aprobó reformas a la ley de cine que establecían explícitamente el retiro de los fondos asignados al noticiero cinematográfico para destinarlos a la producción estatal de cortometrajes.

 

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Notas

[1] El gobierno de Onganía presenta aún hoy dificultades para su caracterización. La alianza de poder que lo hizo posible estaba integrada de modo complejo por militares, religiosos y civiles de tres vertientes distintas y antagónicas: nacionalistas antiliberales estatistas, paternalistas que bregaban por una organización comunitaria con un estado subsidiario, y liberales que bregaban por promover la iniciativa privada apoyando el ingreso de capitales transnacionales (O’Donnell, 2009). En el transcurso de su gobierno tuvieron lugar medidas que se presentan a la intuición como contradictorias en cuanto a su orientación. Por caso, la intervención de las universidades públicas y la expulsión de los docentes sospechados de izquierdistas –conocida como “La noche de los bastones largos”- coexistió junto a la importante expansión de los derechos civiles de las mujeres, que implicó el primer avance en la materia en cuarenta años –el único intento de reforma previo, de 1936, había sido en el sentido contrario de limitar aún más los derechos de las mujeres (Giordano, 2015)- .

[2] Por ejemplo, en 1968 Heraldo del cine informaba que: «No se pasan más noticiosos en los cines norteamericanos. A los cierres de News of the Day, Warner-Pathé, Noticias Paramount, Fox Movietone, se sumó este fin de año el de la United Press International, que durante 25 años proveyó de ‘actualidades’ a las salas de EEUU” («La tevé vencio a los noticieros en cines,» 1968)

[3]En rigor, Frondizi ya había sancionado una medida similar en 1958, vinculada al restablecimiento de los subsidios directos. Agradezco a Florencia Luchetti, quien me facilitó este dato.

[4] Pablo Piedras sostiene, a partir de los aportes de España y Wolf, que existiría consenso respecto a que la creación del Instituto de cine del litoral (1956) es “el acta de nacimiento” del documental argentino (Piedras, 2009). Desde un punto de vista más comprensivo, que no se reduce al documental, Paranaguá critica las posturas que privilegian “la ruptura y la expectativa de la revolución, en lugar de la evolución, la transición y la transformación” (Paranaguá, 2003: 170). Irene Marrone subraya las continuidades entre la experiencia del documental tradicional y el independiente, a partir de la politicidad que atraviesa a ambos. Lo específico del documental de la década de 1960 no sería su contenido político, sino la expresión a través de este de un nuevo sujeto político (Marrone, 2011).

[5] En ese momento operaban en Argentina Fox, Warner-Seven arts, Paramount, Metro Goldwyn Mayer, Universal, United Artists y Columbia.

[6]En esta época existió un conflicto importante respecto a las tasas de aduana. Es evidente que los representantes de la MPEA viajaron para presionar principalmente por este tema. Pero resulta razonable suponer que en pleno conflicto por el cortometraje hayan incluido este punto en sus gestiones.

[7] Podría tratarse de la misma película que Por donde empieza el camino (Máximo Berrondo, 1968).

[8] Por ejemplo, en una escena la película intercala una discusión entre los personajes sobre la actualidad política con imágenes de señales de tránsito que dicen “Conserve su derecha” y “Prohibido girar a la izquierda”. En otra escena, unos empleados colocan aceite en el tintero de un compañero de trabajo para gastarle una broma, haciéndole creer que los comunistas adulteran las tintas como parte de un sabotaje altamente planificado.

[9] Y ni siquiera ha sido un caso aislado. Pueden encontrarse experiencias comparables en la dictadura brasilera, Igor Sacramento desarrolla el vínculo que el gobierno militar de ese país estableció con intelectuales y artistas de izquierda para la renovación de contenidos de la televisión durante la década de 1970 y rescata la hipótesis de Roberto Schwarz de la coexistencia en esa época de una hegemonía política de la dictadura con una hegemonía cultural de la izquierda (Sacramento, 2012).

[10] Puede verse en http://youtu.be/f2feI4kyTLY. Agradezco la amabilidad de Luis Vesco, quien me facilitó los cortometrajes.

[11] Puede verse en http://youtu.be/B7LjuLo5txY

[12] Puede verse en http://youtu.be/i6BVxq1vF-8

[13] Agradezco la generosidad de Laerte Martínez y Ana María Sinópoli, quienes en entrevistas personales me brindaron abundante información sobre el festival.

[14] El de Alventosa no fue el único caso. Enrique Juárez, que para ese entonces ya había realizado Ya es tiempo de violencia (1969) haría posteriormente el montaje de Mar blanco, dirigida por Alvaro Melián, quien sería poco tiempo más tarde uno de los guionistas de Los traidores (Raymundo Gleyzer, 1973).

[15]Cabe contextualizar esta crítica al provenir de un medio católico. Jaime Potenze, director de la columna de cine de Criterio estaba en este momento involucrado personalmente en una campaña en contra de la censura y de hecho era el abogado de la Universidad Católica de Córdoba en contra del Ente de Calificación Cinematográfica por las prohibiciones y multas realizadas en los FICED. Por caso, en este mismo momento Potenze se manifestaba en contra de la censura de Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968), prohibición en la que habían estado involucrados, aquí y en otros países, clérigos y laicos católicos. Potenze fue un entusiasta de lo que denominaba “cine social”. Fue crítico, pero de ninguna manera condenatorio, del cine militante. De hecho, a pesar de ser un severo antiperonista, aplaudió fervorosamente desde su columna la asunción de Octavio Getino, realizador del Grupo Cine Liberación como titular del Ente de Calificación Cinematográfica en 1973 (Potenze, 1973).

[16]Muerte y pueblo fue proyectada de todos modos, desafiando la censura. Las películas chilenas no pudieron proyectarse porque los realizadores habían facilitado una sola copia que el Ente de Calificación retuvo como método para asegurarse el cumplimiento de la prohibición. En cambio, Nemesio Juárez poseía una segunda copia de su film.

[17] Por caso, a la par de Sus hijos y usted Carlos Parera también filmaría para la Secretaría de Salud Pública Inmunización (1970), una publicidad de promoción de la vacunación de sólo 40 segundos.

Cine-Testimonio: Saturnino Huillca, estrella del documental revolucionario peruano

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Isabel Seguí

Resumen

Este artículo busca recuperar y dar coherencia a la dispersa información disponible sobre cuatro testimonios fílmicos protagonizados por el líder campesino indígena peruano Saturnino Huillca, entre 1973 y 1977: Runan Caycu (Nora de Izcue, 1973); Jatun Auk’a (Jorge Sanjinés, 1974); Si esas puertas no se abren (Mario Arrieta y Marita Barea, 1975) y Kuntur Wachana (Federico García, 1977). Estas cuatro películas —de variados metrajes y un espectro entre el documental y la docuficción— utilizan diversos modos de representación testimonial, que se analizan aquí con el fin contribuir a la inclusión en la historia del cine latinoamericano de aquellas producciones cinematográficas, en el contexto andino, resultantes del alineamiento político de intelectuales orgánicos de clase media con distintos grupos subalternos. En este caso el campesinado quechua del Perú.

Palabras clave

Testimonio, Transmedialidad, Cine Andino, Saturnino Huillca, Documental Peruano.

Summary

The aim of this article is to recover and provide consistency to the scattered information available about four cinematic testimonios that starred the Peruvian indigenous peasant leader Saturnino Huillca, between 1973 and 1977: Runan Caycu (Nora de Izcue, 1973); Jatun Auk’a (Jorge Sanjinés, 1974); Si esas puertas no se abren (Mario Arrieta y Marita Barea, 1975) and Kuntur Wachana (Federico García, 1977). This four films —of different lengths and a stylistic range between documentary and docufiction— use diverse testimonial forms of representation, that I analyze here, in order to contribute to the inclusion in Latin American Film History of those Andean film productions resulting from the political alignment of middle class organic intellectuals with different subaltern groups. The Peruvian Quechua peasantry, in this case.

Keywords

Testimony, Transmediality, Andino Cinema, Saturnino Huillca, Peruvian Documentary.

Resumo

Este artigo busca recuperar e dar coerência à informação dispersa disponível em quatro testemunhos-filme estrelados por o líder camponês indígena peruano Saturnino Huillca, entre 1973 e 1977: Runan Caycu (Nora de Izcue, 1973); Jatun Auk’a (Jorge Sanjinés, 1974); Si esas puertas no se abren (Mario Arrieta e Marita Barea, 1975) e Kuntur Wachana (Federico García, 1977). Estes quatro filmes —de duração variável e um espectro entre documentário e docuficçao— usam diferentes modos de representação do testemunho, que são discutidas aqui, a fim de contribuir para a inclusão na história do cinema latino-americana daquelas produções no contexto Andina resultante do alinhamento político de intelectuais orgânicos de classe média com diferentes grupos subalternos. Neste caso, os camponeses Quechua do Peru.

Datos de la autora

Becaria Doctoral. Department of Film Studies. University of St Andrews. Scotland (UK).

 

Fecha de recepción: 20 de septiembre de 2015

Fecha de aprobación: 16 de noviembre de 2015

 

Lima, año 1972. El líder indígena cusqueño Saturnino Huillca se encuentra narrando su vida, inextricablemente unida a su pensamiento, frente a una grabadora Nagra profesional proporcionada por el aparato de propaganda del régimen velasquista.[1] Junto a él una intelectual orgánica (Nora de Izcue, o tal vez Hugo Neira) conduce la entrevista. A su lado, un traductor de quechua. Llevan meses grabando la historia de vida de Huillca. En la sesión de hoy, este ha decidido hablar de la muerte, y afirma así: “Yo, tú, todos también son mortales. Solo hasta la muerte quedan en vigencia los conocimientos que poseemos, nuestros comentarios solo hasta ese día han sido. Cuando todo eso termina es la muerte […] Solo la voz grabada, solo la fotografía queda para que contemplen nuestros nietos” (Neira, 1974: 129-130).

ContrariamSegui 1ente a lo que Huillca cree en ese momento, de su propio recuerdo va a quedar un rastro mayor que esa voz grabada de su testimonio y unas cuantas fotografías. Saturnino Huillca se va a convertir por un tiempo breve en una superstar de la esfera pública proletaria andina, cuya imagen y discurso trascenderá los lindes de su territorio y las fronteras de la transmisión oral. Este hombre, que poco o nada sabe de cine, protagonizará cuatro películas entre 1973 y 1977. De la mano de Nora de Izcue realizará el mediometraje Runan Caycu (1973), un testimonio canónico del género. Jorge Sanjinés lo convertirá en un testimoniante sublimado en el largometraje El enemigo principal (1974). Marita Barea y Mario Arrieta recogerán el testimonio de su histórica entrada al Congreso de la República en el cortometraje documental Si esas puertas no se abren (1975), mientras que, Federico García Hurtado logrará que Huillca se auto-represente en el testimonio ficcionado Kuntur Wachana (1977).

Este artículo busca recuperar y dar coherencia a la dispersa información disponible sobre estos cuatro testimonios fílmicos —de variados metrajes y un espectro entre el documental y la docuficción— y re-situar la figura del líder campesino en la historia del cine peruano, andino y latinoamericano. Huillca ya murió, pero la mayoría de los protagonistas del relato siguen vivos. Por ello se han tenido en cuenta, como fuente primaria, entrevistas realizadas a los autores de las películas y a Hugo Neira, editor de Huillca: Habla un campesino peruano (1974), que recoge el testimonio del sindicalista indígena.

 

El testimonio como marco para el análisis del cine latinoamericano

El libro de Hugo Neira resultó ganador del premio Casa de las Américas, en su modalidad testimonio en 1974. Según Mabel Moraña: “El testimonio es institucionalizado en 1970, cuando Casa de las Américas inaugura la categoría testimonio como parte de sus concursos internacionales, para dar cabida al aluvión de textos que iban consolidando, año tras año, una modalidad narrativa diferenciada de la novela burguesa, y que algunos críticos no dudaron en considerar el primer paso hacia una narrativa proletaria” (Moraña, 1997: 123).

A mediados de los ochenta, cuando ya se contaba con un notable corpus de obras, se produjo el intento por parte del mundo académico occidental, de canonización de este género literario. El marco teórico propuesto por los testimonial studies suele utilizarse como una de las primeras referencias a la hora de investigar sobre las relaciones e influencias mutuas de los testimonios fílmicos y literarios.[2] Este marco provee de importantes herramientas para el análisis, especialmente para aquellos formatos que encajan en la definición intentada por John Beverley, pero también para los cinematográficos.[3] Es por ello que este artículo utiliza algunos elementos provenientes de los estudios del testimonio, pero admitiendo la necesidad de descolonizar una propuesta forjada en un contexto académico —y crítico— bastante alejado del lugar de creación de las fuentes mismas.

Los estudios testimoniales han desarrollado un marco teórico útil para el análisis de los productos culturales testimoniales latinoamericanos, pero inapropiado en ocasiones ya que suele partir un esquema comunicacional eurocéntrico, en el que los emisores son los grupos subalternos del sur global y los receptores los públicos occidentales u occidentalizados, y en general, ignora la transmedialidad como característica fundamental del hecho testimonial, centrándose en el análisis los productos literarios o pseudoliterarios exclusivamente.[4] Afortunadamente los propios textos testimoniales (en todos sus formatos, incluidos los audiovisuales) siguen estando disponibles y, lejos de ser juguete roto de la academia occidental, permanecen llenos de energía, emoción, belleza y abiertos a nuevas interpretaciones.[5]

Descolonizar el modelo comunicacional eurocéntrico implica insistir en que en los primeros momentos de desarrollo del género testimonial, líderes sociales como Saturnino Huillca o Domitila Chungara estaban dirigiendo su mensaje, principalmente, a sus propios compañeros y compañeras de lucha, las masas de obreros, campesinos y amas de casa de sus países.[6] El objetivo principal de su estrategia comunicativa, por tanto, era la creación de una esfera pública contradiscursiva a nivel local o regional. Lo que Oskar Negt y Alexander Kluge definen como ‘esfera pública proletaria’ (Negt y Kluge, 1993). En este contexto libros y películas no nacieron como objetos de consumo para un público letrado. Eran primariamente materiales de educación popular en el sentido más freiriano, pues habían sido creados para promover la concientización de los oprimidos y la transformación radical de las estructuras sociales de dominación.

No ignoramos, no obstante, que a mediados de los años ochenta —sobre todo a partir del éxito editorial global del testimonio de Rigoberta Menchú—[7] se empezó a elaborar un tipo de testimonio que sí estaba dirigido básicamente a audiencias internacionales de clase media. Algunos de ellos fueron incluso publicados en inglés exclusivamente. Estos serían los testimonios destinados al lobbying o a la incidencia política en arenas internacionales. Y por tanto, este es un modelo no parangonable con el anterior en ambición emancipatoria popular.

Otra de las características fundamentales del testimonio como producto cultural, no suficientemente tenida en cuenta por los estudios testimoniales, es su enorme transmedialidad. Este hecho viene dado por sus características liminales. No es un producto estrictamente oral, ni estrictamente letrado. Es fácilmente convertible en audiovisual, pero no solo. Aparece en cualquier forma o lugar (libro, película, obra de teatro, programa de radio, canción, misa, marcha, huelga de hambre, cuadernillo de alfabetización, cómic…).

El testimonio latinoamericano es un registro expresivo y creativo mucho mayor que un género literario asociado a un canon de obras. Es un impulso comunicativo popular que funciona como una tendencia estructural y transversal, propagándose de abajo hacia abajo, en cualquier lugar y situación. Y si algo no lo define, como hemos dicho, es el hecho de haber sido convertido en el objeto de consumo de ciertos sectores progresistas en las ciudades del norte —como la novela del boom o aquellos testimonios hechos a medida tras el éxito editorial global del de Rigoberta Menchú.

Segui  2Para finalizar este apartado, es necesario hacer autocrítica sobre la escasa atención que se ha prestado desde los estudios fílmicos a la relación, y fuerte impacto mutuo, entre el género literario del testimonio y el cine latinoamericano en sus formas de ficción, documental, recreación histórica, o híbridas de las anteriores. Michael Chanan escribió brevemente al respecto en un capítulo del seminal libro de Julianne Burton The Social Documentary en Latin America titulado “Rediscovering Documentary: Cultural Context and Intentionality. Chanan se basa principalmente en las reflexiones de Víctor Casaus en su artículo “El género testimonio en el cine cubano” para trazar los vínculos entre el fuerte arraigo del género literario testimonial en Cuba y su desarrollo en el cine de la isla (Burton, 1990: 41).[8]

Años después, Gustavo Aprea aborda exhaustivamente el uso del testimonio en el cine documental argentino, en el artículo aparecido en 2010 —en el primer número de esta misma revista— titulado “Dos momentos en el uso de los testimonios en autores de documentales latinoamericanos”, aunque sin poner los testimonios fílmicos en relación directa con los literarios. Mariano Mestman ya había tocado el tema en un capítulo del volumen Cine directo. Reflexiones en torno a un concepto —editado en 2008 por María Luisa Ortega y Noemí García—, titulado “Testimonios obreros, imágenes de protesta. El directo en la encrucijada del cine militante argentino”. Pero el lugar donde Mestman pondrá a dialogar directamente a los textos fílmicos y literarios será en “Las masas en la era del testimonio. Notas sobre el cine del 68 en América Latina”, que aparecerá como capítulo de su libro Masas, pueblo y multitud en cine y televisión, coordinado junto a Mirta Varela en 2013. Considero este aporte de Mariano Mestman el más ambicioso hasta la fecha a la hora de analizar varios destacados casos de transmedialidad testimonial en el ámbito latinoamericano, no solo el argentino. También sobresale la contribución de María Aimaretti en su artículo de 2012 “Revivir la experiencia, narrar la masacre, impugnar la Historia. Sobre el uso del testimonio en ‘El coraje del pueblo’ (Grupo Ukamau-Jorge Sanjinés, 1971)”. Aimaretti realiza una contextualización teórica desde el campo de la memoria cultural, que proyecta hasta alcanzar el ámbito de la justicia transicional, lo que hace que esta aportación resulte especialmente sugerente y también necesaria para futuros desarrollos del tema.

 

Cuzco, tierra o muerte. Los testimonios fílmicos de Saturnino Huillca

Durante el régimen del General Juan Velasco Alvarado (ver nota 1) se llevó a cabo la reforma agraria más radical de América Latina. La primera reforma agraria se inició durante el gobierno anterior, el de Fernando Belaúnde Terry —presidente al que derrocó el golpe de estado de Velasco en 1968— y sin duda, fue provocada por los movimientos campesinos que habían iniciado un reclamo unilateral de las tierras que les pertenecían por derecho propio.

El sindicalismo campesino cusqueño, fue un exitoso modo de organización nuevo y viejo al mismo tiempo, pues se nutría por un lado de las tradición sindical propagada en la región por diferentes corrientes de pensamiento marxista; y por otro, de la tradición comunitaria, anterior a la conquista, que había sido preservada en el Ande (García Hurtado, 1965; Neira, 1968; Blanco, 1972; García-Sayán, 1982). Saturnino Huillca, era uno de los dirigentes campesinos más experimentados de la sierra peruana. Su caminar como sindicalista se inició alrededor de 1948 (Mayer, 2009: 45), y tuvo un gran protagonismo en esta oleada de invasiones campesinas iniciada en el valle de la Convención en 1962 y continuada en las comarcas cercanas al Cusco en 1963.

A ese primer intento de ‘recuperación de tierras’ le siguió una fuerte represión estatal que llevó a prisión a muchos de sus líderes, entre ellos a Huillca. Pero en algunos lugares de la sierra, donde el movimiento sindical había sido más fuerte, la tierra fue tomada de facto, y no devuelta a los hacendados. Posteriormente, en el gobierno de Velasco se llevó a cabo una segunda reforma agraria —esta vez sí en todo el país— y las tierras fueron legalmente devueltas a las comunidades. Con el fin de no caer en el minifundismo, las antiguas haciendas fueron convertidas en cooperativas agrícolas integradas por los comuneros y por los antiguos sirvientes. Este modelo fue criticado y revertido en reformas posteriores.

 

Runan Caycu (Soy un hombre, Nora de Izcue, 1973). Testimonio canónico

En el contexto ‘recuperación de tierras’ de 1963, había conocido a Huillca el entonces joven periodista Hugo Neira Samanez. Este último había sido enviado al Cusco como corresponsal del diario Expreso de Lima, para cubrir la oleada de invasiones. Sus crónicas fueron publicadas en un libro llamado Cuzco, tierra y muerte en 1964.[9]

Neira vivió a través de esa temprana experiencia como testigo de este movimiento social autónomo, lo que podríamos llamar un ‘proceso de descolonización interior’ que le llevó a cuestionar el racismo criollo en el que había sido educado (su propia madre provenía de una familia de hacendados), descubriéndole los saberes andinos como una forma posible de conocimiento valiosa para los peruanos como él. Según sus propias palabras: “Sin la lección de libertad de las masas cusqueñas no habría asimilado la libertad de las heterodoxias filosóficas y de las ciencias sociales de nuestros días. No podría pensar como razono y pienso, inconforme y libre. Huillca fue mi maestro, tanto como Morin y Sartre.” (Neira, 2008: 21).

Neira había recibido formación en el Perú como historiador, pues fue discípulo de Raúl Porras Barrenechea, quien le inició en el estudio de los cronistas del SXVI. Posteriormente en París estudió ciencias políticas y aprendió técnicas de historia social y sociología. Con este bagaje sumado a su experiencia directa como corresponsal en la época de las invasiones, le pareció casi una obligación recoger el testimonio de Huillca cuando tuvo oportunidad —casi diez años después de su primer encuentro con el líder cusqueño (Neira, 2015).

La cineasta Nora de Izcue, había leído Cuzco, Tierra y Muerte, y también estaba fascinada por la historia relatada por Neira y en especial por el personaje de Huillca. En 1972 Neira propuso a Izcue realizar una película sobre su vida, su lucha sindical y la de su pueblo por la recuperación de la tierra. El resultado de esta propuesta es el mediometraje documental Runan Caycu, que en castellano quiere decir ‘Soy un hombre’ (Izcue, 2015; Neira, 2015).

Hugo Neira trabajaba en 1972 para el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS) como Director de Difusión. La dirigencia intermedia del SINAMOS estaba formada por jóvenes intelectuales provenientes de diferentes campos y afines al régimen, conocidos popularmente como la ‘aplanadora’, por el modo en que ejercían el poder (García y Roca, 2015). El SINAMOS fue una institución controvertida, aunque inicialmente diseñada para la realización de campañas de concienciación, era un instrumento de propaganda en manos del régimen revolucionario militar. Además funcionó como herramienta de control de las organizaciones de base integradas en el proyecto velasquista. Detrás de su puesta en marcha estaba el antropólogo, formado en Estados Unidos, Carlos Delgado, quien era a su vez el encargado de escribir los discursos de Velasco (Mayer, 2009: 35). Hugo Neira, desde su cargo en el SINAMOS proporcionó a Izcue los medios para la producción de la película (Izcue 2015, Neira 2015).

Posteriormente, el Estado peruano restableció relaciones diplomáticas con el régimen de Fidel Castro. El primer embajador enviado por Cuba al Perú fue Antonio Núñez Jiménez. En ese nuevo contexto diplomático, Nora de Izcue fue invitada por Carlos Delgado a un encuentro con el embajador cubano donde acordaron que el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) coproduciría su película. Izcue viajó entonces a La Habana para realizar la postproducción. La cineasta destaca la absoluta libertad que a partir de ese momento disfrutó para editar la película, una vez liberada de la vigilancia velasquista (Izcue, 2015).

El mediometraje está compuesto de diferentes tipos de material: 1) el testimonio de Huillca directamente en cámara con sonido sincronizado y subtitulado al castellano; 2) el audio del testimonio de Huillca y su doblaje superpuesto, junto con imágenes en movimiento grabadas en Paucartambo, Ninamarca y Cusco; 3) la foto fija compuesta por recortes de prensa e imágenes de archivo; y 4) material de archivo televisivo.

Segui  3El trabajo de documentación llevado a cabo por Nora de Izcue y su ayudante Liliana Zunic en la Biblioteca Nacional de Lima, era uno de los componentes más importantes de la narración y por tanto su puesta en serie era crucial. Erik Barnouw, en su libro Documentary. A History of the Non-Fiction Film, considera que a partir de los años cincuenta —en una tendencia iniciada por el National Film Board de Canadá— la foto fija deja de ser considerada material acinemático y a través de diferentes técnicas de animación comienza a cobrar vida en las películas documentales, como fuente de primer nivel para la crónica. Desde ese momento documentalistas de todo el mundo se abalanzan sobre los archivos fotográficos y de otro tipo (grabado, dibujo,…), incorporando la imagen fija animada a sus creaciones (Barnouw, 1983: 201-202). En el caso latinoamericano serán Santiago Álvarez y su departamento del ICAIC los que más desarrollen esta línea expresiva (Burton, 1990: 25).

Nora de Izcue destaca la participación en la postproducción de los profesionales de ICAIC: la editora Mirita Lores y el especialista en fotomontaje Pepín Rodríguez, quien pertenecía al equipo de Santiago Álvarez. En las instalaciones de Cubanacán, Rodríguez contaba con un estudio propio donde sobre una gran mesa, estaba situado un andamiaje que permitía a la cámara moverse sobre las fotografías con gran flexibilidad y precisión. La foto fija era así animada dramáticamente a través de variados planos (paneos, zooms, travellings), con un resultado vibrante, que se multiplicaba una vez añadida la música (Izcue, 2015).

El material de archivo fotográfico y procedente de la hemeroteca en Runan Caycu documenta los años de lucha por la toma de la tierra y el proceso político seguido tanto en la región andina, como en los círculos del poder de la capital del Estado. El tratamiento a través de la música y el montaje fotográfico, siguiendo códigos estéticos y formales característicos del cine de intervención política latinoamericano, realiza una contundente denuncia y señalamiento de responsabilidades, incluyendo en este caso cierta nota humorística a través de la caricaturización de la clase política limeña.

Tras terminar la película, el ICAIC ayudó a Izcue a inscribirla en dos de los más importantes festivales europeos de cine documental: el Festival de los Pueblos, en Florencia (Italia), y el Festival de Leipzig (Alemania del Este). Las inscripciones se realizaron desde Cuba, sin que el SINAMOS hubiera visto la película terminada. Cuando la versión final fue proyectada en Lima para Carlos Delgado y un selecto grupo de militares, se produjo una gran indignación entre los asistentes. No era la película que ellos estaban esperando. Hasta el momento el SINAMOS tenía conocimiento de los copiones obtenidos durante el rodaje, pero estos consistían básicamente en bucólicas imágenes de paisajes andinos, trabajos del campo y asambleas campesinas. Desconocían el trabajo de archivo que Nora de Izcue y su ayudante habían llevado a cabo en la Biblioteca Nacional durante meses (Izcue, 2015), y que, gracias a la magia del montaje cubano, se había convertido en una exquisitamente efectiva denuncia audiovisual a la represión llevada a cabo por el ejército en la región durante las luchas por la tierra. Aunque el régimen militar de Velasco se había aliado con el campesinado, no se había producido —ni se esperaba— un proceso de esclarecimiento y reparación de los crímenes cometidos por el ejército en el pasado reciente.

Runan Caycu fue censurada por la Oficina Central de Información (Bedoya, 1992: 202). Nunca se pudo estrenar oficialmente en el Perú, y solo fue exhibida en el circuito alternativo semi-clandestino de sindicatos y cine-clubs. Tras un intento vano por parte del SINAMOS de que la película fuera retirada de los festivales europeos, el film ganó la Paloma de Plata del Festival de Leipzig en su XVI edición (Izcue, 2015).

 

Sobre la autoría y la mediación

De todas las obras cinematográficas que analizamos en este artículo, Runan Caycu es el testimonio más ‘puro’ en el sentido beverleyano del término. Un individuo cuenta su vida en primera persona, pero ésta representa al mismo tiempo la de todo el colectivo al que pertenece. La película se inicia con Huillca en primerísimo plano mirando a cámara y elaborando un breve discurso que empieza con el pronombre personal ‘yo’: “Yo soy Saturnino Huillca Quispe, dirigente campesino legítimo”. Estos dos minutos escasos nos muestran la extraordinaria habilidad oratoria de Huillca, a diferencia del testimonio escrito donde se pierde el despliegue de recursos dramáticos de este intelectual orgánico, iletrado, pero experimentado orador. En su presentación testimonial entrelaza las lecciones extraídas de su experiencia política y vital (pasado) con una serie de consignas dirigidas a la audiencia campesina (presente-futuro), a la que alude en varias ocasiones con el vocativo ‘hermanos’.

En todo testimonio hay diferentes niveles de autoría, y la autoría siempre es colectiva (excepto en casos de autobiografías no mediadas de sujetos letrados, las cuales no son comunes en este contexto). El primer nivel de autoría pertenece al o la testimoniante. El segundo pertenece al grupo social más amplio al que este individuo representa, pues el testimonio latinoamericano tiene un componente de expresión de una realidad colectiva inalienable y que es la que le dota de su principal utilidad política. El tercer nivel, es la autoría de la persona letrada que realiza la edición del testimonio. Indagar en los detalles del proceso de compilación de cualquier testimonio esclarece hasta cierto punto el juego de poder entre las distintas instancias autorales.

Al intentar reconstruir la historia de la compilación del testimonio de Saturnino Huillca las versiones de los protagonistas se contradicen. Neira afirma que su libro Huillca: Habla un campesino peruano fue escrito en base a las entrevistas que él mismo realizó a Huillca y que Izcue se basó en su libro para escribir el guion. En cambio, según Izcue, fue ella la que grabó las entrevistas en su casa, con los medios que le proporcionó Neira, a la sazón Director de Difusión del SINAMOS. La versión de Neira atribuye a la película de Izcue una temporalidad bastante posterior a la publicación de su libro. Izcue en cambio afirma que ambos procesos: producción del testimonio fílmico y compilación del testimonio escrito, se produjeron simultánea y paralelamente.

En cuanto a hechos demostrables documentalmente, existe la dificultad de conocer la fecha exacta del estreno de la película Runan Caycu porque al sufrir censura no fue oficialmente estrenada en el Perú. Sin embargo, un comunicado emitido por el Comité de Trabajadores de la Producción Cinematográfica del Perú y publicado en el diario Expreso de Lima el primero de junio de 1974, se habla de la proyección de la película en la presentación del Comité el 30 de mayo de 1974. Y la primera edición del libro de Neira está fechada en Cuba el mes de junio de 1974. Por tanto, si como dice Neira, Izcue se basó en su libro para escribir el guion, debió de ser en un borrador del mismo, porque la realizadora terminó la película antes de que el libro fuera publicado. En todo caso ambos textos (libro y guion) provienen de una misma fuente pues son casi idénticos, si bien podemos encontrar pequeñas diferencias atribuibles a errores de transcripción o preferencias en la traducción.

A pesar de las diferencias en el relato sobre el cómo se compiló el testimonio, en lo que Neira e Izcue coinciden es en el enfoque programático que recuerdan haber dado a su actividad y en su voluntad de ‘desaparecer’ del texto, con el fin de permitir la autorrepresentación del sujeto subalterno al que pretendieron dar voz en su proyecto. Afirma Neira al respecto:

Actué como un cronista. Era ya lo que se llama un intelectual, un hombre de ideas. Pero en este caso, por respeto al pueblo que amo y por el cual he luchado, el pueblo indio, me inhibí, y saqué toda huella de mi presencia. El libro de Huillca discurre como un monólogo. Y eso fue un gesto mío. Dejarle el uso completo de la palabra. Ocurre que Nora hizo lo mismo. También en ella hay un gesto estupendo de camaradería. No aparece en las entrevistas. ¿Le sorprende mucho? Eramos así. Otra ética. No nos interesaba el mercado, la ganancia, la fama. Sino la humanidad (Neira, 2015. Énfasis mío).

Neira considera que apenas hubo mediación, que su idea era dejar hablar a Huillca porque era un gran orador y también representaba a “millones de indios que nunca fueron tomados en cuenta” (Neira, 2015). Pero además de representar a su pueblo Huillca era para Neira “un indio excepcional. Supo decir ‘no’ […] El fin político era para mí muy claro. Este es un maldito país que ha explotado a los indios por siglos, y por una vez tenía a gente extraordinaria con Huillca. Lo entrevisté como hubiera entrevistado al Che, a San Martín, o a Mandela […] Un indígena quechua hablante y pensante que ha hablado, el único en cuatro siglos” (Neira, 2015). Es destacable la magnanimidad con la que Neira se observa a si mismo cuando afirma ‘fue un gesto mío’, dejarle el uso completo de la palabra’. También lo es el hecho de que considere a Huillca el único indio que habría hablado en cuatro siglos. Ambas declaraciones nos informan de que el proceso de descolonización interior de un intelectual desclasado rara vez se completa. En cuanto a Nora de Izcue así es como se expresa sobre sus intenciones como mediadora:

Runan Caycu es una película testimonial; para mi siempre ha sido más interesante dejar hablar a los personajes que ser yo la protagonista del discurso. Creo que con Runan Caycu se inició esa tendencia. Allí me interesaba ser solo el medio a través del cual hablaran otros grupos humanos y otras personas que no tenían acceso a estos medios masivos de comunicación. Esta es la línea que he seguido y va unida con el deseo de descubrir al ser humano y de hacer que los demás también lo descubran (Carbone, 2007: 52. Énfasis mío).

Tan solo con una superficial lectura de género (gender) podemos percibir la diferencia de tono y de autoimagen de ambos intelectuales. Izcue se ve a sí misma como un medio, Neira se ve a sí mismo renunciando a ser la instancia enunciadora privilegiada. Las posturas anteriores con variaciones fueron comúnmente desplegadas por los editores de testimonios de la época: la agenda política del intelectual mediador, la huella de su propia autoría o cualquier vestigio de autorrepresentación se borraba a mediante diversos recursos estilísticos, en aras de un mejor servicio al pueblo y una mayor apariencia de ‘autenticidad’.

En el caso de Runan Caycu, no hay una voz en off proveniente de una instancia mediadora, la única voz es la del testimoniante. Tampoco aparecen las preguntas de la entrevista a través de la cual se consiguió este material sonoro. Solo escuchamos el monólogo de Huillca, combinado con imágenes de su vida cotidiana, fiestas populares de la comarca y otras localizaciones en Cuzco, Paucartambo y Ninamarca. No obstante, al percibir la realizadora de la necesidad de un vínculo indéxico entre la voz de Huillca y su imagen, organiza un viaje ex profeso a Ninamarca, para grabar el monólogo inicial con sonido sincronizado. El resultado es una puesta en escena testimonialmente canónica, dónde un busto en primer plano mira cámara y se presenta a partir de un ‘yo soy’, procediendo después a contar su vida.

Todos estos recursos empleados, a pesar de su efectividad, no pueden hacernos olvidar que hubo mediación. Gracias a la perspectiva histórica y a la ausencia de urgencias políticas podemos ver que el proceso de legitimación entre el narrador/a y el editor/a es siempre complejo, mutuo y no unidireccional. En el caso de Nora de Izcue, con la ingente labor de documentación realizada, el rodaje en locación y la sofisticada edición en el ICAIC, su mera existencia como ‘solo un medio’ es implanteable. Su liderazgo e intencionalidad artística y política están presentes en un proceso creativo que ocupó varios años de su vida, y en las decisiones tomadas a la hora de crear un producto cultural definido según su criterio autoral.

 

Jatun Auk’a (El enemigo principal, Jorge Sanjinés, 1974). Testimonio sublimado

La siguiente película en la que aparece Saturnino Huillca es El enemigo principal. El cineasta boliviano Jorge Sanjinés era ya un especialista en la recuperación fílmica de la memoria popular cuando viajó a Perú para producirla.[10] También era un director consagrado, por sus primeros tres largometrajes Ukamau (1965), Yawar Mallku (1969) y El coraje del pueblo (1971), había sido premiado en los festivales de Cannes, Venecia y Pésaro, respectivamente. Pese a ello se enfrentaba al nuevo proyecto sin apenas financiación.

Segui  4Sanjinés conoció a Huillca en Paucartambo, durante las fiestas de la Virgen del Carmen, en julio de 1972. Se lo presentó Nora de Izcue que se hallaba rodando Runan Caycu. El boliviano por su parte se encontraba en la zona realizando tareas de pre-producción junto a Fausto Espinosa quien había trabajado como cámara para la televisión boliviana. Espinosa participó también posteriormente como actor en el film, así como otro destacado miembro de la Escuela del Cusco, el arquitecto y cineasta Manuel Chambi (hijo del célebre fotógrafo Martín Chambi). En Lima, a través de Espinosa y Luis Figueroa conoció Sanjinés a Marita Barea —en ese momento pareja de Figueroa—[11] y le ofreció trabajar en la película como ayudante de producción. Marita a su vez introdujo en el equipo al también cusqueño Jorge Vignati quien empezó como sonidista pero se incorporó a labores de cámara, ya que la complejidad del trabajo de sonido previsto condujo a la incorporación al equipo del ingeniero de sonido francés Marcel Milan.

La permeabilidad de una frontera artificial como la que separa Bolivia y Perú en la cordillera de los Andes, se destaca en la conformación de este equipo de rodaje transandino, integrado por una buena parte de los miembros de la llamada Escuela del Cusco, más varios bolivianos exiliados del régimen de Banzer que llegaron desde Chile, destacando entre ellos el guionista Oscar Zambrano, el director de producción Mario Arrieta y la chilena Consuelo Saavedra, primera mujer de Jorge Sanjinés, quien en este rodaje trabajó como ayudante de dirección.[12] Por su parte Sanjinés confió la dirección de fotografía al también chileno Héctor Ríos.

Había tomado Sanjinés la idea de El enemigo principal de otro famoso testimonio, el del guerrillero peruano Héctor Béjar.[13] El argumento consiste en el encuentro entre un grupo de guerrilleros y una comunidad campesina de las tierras altas. Esta comunidad forma parte de una hacienda y es víctima de toda clase de abusos por parte del hacendado y su capataz. Los guerrilleros son recibidos con recelo, pero poco a poco se ganan la confianza de los campesinos y les ayudan a confrontar al gamonal. Finalmente, tras capturar al gamonal y su subordinado, llevan a cabo un juicio popular y los condenan a muerte. Los guerrilleros se marchan de la comunidad integrando en sus filas a unos pocos comuneros. Consecuentemente, el ejército peruano, asesorado por la CIA, entra en la comunidad causando una masacre. Los guerrilleros por su parte continúan los combates con el ejército en las tierras bajas.

Ana María López considera que los films de Jorge Sanjinés —más que ningunos en la producción del Nuevo Cine Latinoamericano— han puesto en jaque las fronteras entre el documental y la ficción, llevando al límite la insubordinación frente a esas etiquetas teóricas, en la búsqueda práctica de un cine popular altamente efectivo (Burton, 1990: 421), y El enemigo principal es un claro ejemplo de ello: un testimonio ficcionado, categoría casi oximorónica, interpretado por una comunidad andina que había experimentado en el pasado una situación similar a la expuesta en el argumento.

Sanjinés —quien afirma que Saturnino conocía la experiencia de la guerrilla de Béjar— sitúa a Huillca como el narrador de esta historia (Sanjinés, 2015). Es un personaje estratégico con una doble función, por un lado el director busca crear un efecto de distanciamiento o extrañamiento brechtiano (el narrador anticipa antes de cada escena lo que va a suceder, con el fin de evitar que la emoción inhiba de su capacidad analítica al espectador/a). Por otro lado, coloca a Huillca ejerciendo el rol de storyteller, reservado a los sabios en la tradición oral andina.

Huillca —que en estos momentos era ya un personaje legendario— queda ubicado espacio-temporalmente afuera y por encima del relato principal, reforzando así su aura como representante sublimado de su pueblo. El registro testimonial que Sanjinés recoge de Huillca es el puramente colectivo apoyándose sobre su figura mesiánica para abrir y cerrar la película a través de un prólogo y epílogo que dotan al film de circularidad estructural. Este es uno de los recursos preferidos por Sanjinés para referir al sentido no-lineal del tiempo en la cosmovisión andina. El argumento basado en la experiencia de la guerrilla de Béjar pertenece a un horizonte temporal corto, sin embargo es encapsulado en el film dentro de otro horizonte temporal largo. Huillca ejercerá de amauta (maestro o sabio) encargado de mantener unidos los dos momentos temporales, con la intención de dar un sentido político a la experiencia del tiempo de los pueblos andinos, para quienes el horizonte temporal corto y el largo conviven simultáneamente.[14]

El ciclo largo está representado en el film por las ruinas de la ciudad inca de Machu Picchu. La película abre con una combinación de tomas generales del sitio arqueológico, seguidos por otros planos cámara en mano. La voz en off de Huillca se introduce en un plano detalle del Intiwatana, la piedra ritual que constituye al lugar más sagrado del conjunto. Huillca habla entonces de la civilización inca, de su episteme proto-socialista y de sus principios morales, y apela a la responsabilidad de sus herederos: “nosotros sus descendientes debemos recordar su trabajo, admirar sus grandes obras (…) Fueron un gran pueblo (…) Por eso debemos aprender su historia”. Acto seguido el líder campesino señala a los culpables en una línea retórica muy característica del cine militante de la época, que rima con la retórica propia del propio Huillca:

Miren esta ciudad, no se cayó sola ¿quienes destruyeron la vida de nuestros antepasados, fueron los explotadores, los hombres de cuello colorado que llegaron el pasado trayendo la ambición ¡Fueron los hombres sedientos de oro! Robaron e hicieron trabajar hasta la muerte a nuestros abuelos antiguos. Sabemos que ese mismo espíritu, ese mismo ánimo de conquista, de despojo y de crueldad, se mantiene hoy día en los hombres del presente que explotan a nuestro pueblo ¡Hermanos nosotros los expulsaremos! ¡Los barreremos como se barre con una escoba!

Huillca ha empezado su alocución recordando el pasado y la termina anticipando el futuro. El recorrido es un testimonio colectivo de tono profético acompañado de tomas sobre Machu Picchu. Entonces, tras un corte a un primer plano de Huillca, este nos devuelve al horizonte temporal corto, la historia narrada en la película, con estas palabras: “Ya conté de las piedras inmensas y de los tiempos antiguos. Hablemos de nuestro tiempo. En la comarca de Tinkuy ocurrió una desgracia. Julián Huamantica fue asesinado por un gamonal. ¡Esta historia es verdadera, conózcanla, hermanos!.”

Llamamos a este tipo de testimonio sublimado porque Huillca no se expresa desde una instancia enunciadora unipersonal que recuenta un proceso vital concreto y singular del que se inferirá una experiencia colectiva —como es habitual en los testimonios canónicos. Huillca aparece en cambio representado como la voz de la conciencia histórica colectiva. En este testimonio no casuístico la instancia enunciadora es suprapersonal. La voz indudablemente le pertenece, está derivada de su liderazgo sindical y fundamentada en su imagen como referente moral de las luchas campesinas indígenas. Si bien este discurso no ha sido puesto en escena de un modo forzado por el director, Sanjinés halló en Huillca al perfecto narrador de su particular punto de vista, porque el propio realizador compartía con el viejo amauta esta misma visión mesiánica de la histórica resistencia de los pueblos andinos y de su futura liberación. Así, se puede decir que las sensibilidades de ambos sintonizaron a la hora de contribuir conjuntamente a la producción de este testimonio fílmico sublimado, complementándose.

El narrador aparecerá posteriormente a lo largo del film en una serie de cortes breves antes de cada escena, anunciando brechtianamente los acontecimientos antes de que sucedan. La película termina con Saturnino Huillca recordando “el ejemplo de los que murieron luchando” y exhortando a caminar “hasta la victoria”. En ese momento se gira, se aleja caminando hacia el horizonte, se congela su imagen de cuerpo entero y aparecen los títulos de crédito, no jerarquizados y sin roles asociados.

Los títulos de crédito de Runan Caycu tienen la misma estructura horizontal. Es destacable que ambas películas fueron editadas en el ICAIC con muy pocos meses de diferencia, y aunque la práctica de hacer títulos de crédito colectivos es común en el cine de intervención política de los sesenta y setenta (también del europeo), ese es uno de los rasgos en los que se puede percibir la hechura común de la postproducción. Pero curiosamente el nombre de Saturnino Huillca no aparece en los créditos, donde sí aparece el reconocimiento a la “participación creativa de los compañeros de la comunidad de Rajchi”, la comunidad de Chincheros donde se llevó a cabo gran parte del rodaje de El enemigo principal.

 

Si esas puertas no se abren (Mario Arrieta y María Barea, 1975). Testimonio histórico puntual

La tercera aparición cinematográfica de Huillca es un documental de doce minutos de duración, en 35mm, blanco y negro, titulado Si esas puertas no se abren. Tristemente este cortometraje no se encuentra disponible, así que lo poco que sabemos de él es a través de su co-realizadora Marita Barea, quien en estos momentos está intentando su recuperación. Los directores fueron Mario Arrieta y Marita Barea. Ambos se habían conocido en el rodaje de El enemigo principal, donde conformaban el equipo de producción. Según Barea la idea original fue de Arrieta, quien por cuestiones legales —para beneficiarse de la ley 19327, que garantizaba la exhibición obligatoria de películas peruanas—[15] ofreció a Marita la codirección. El equipo era muy pequeño: en la cámara Jorge Vignati y en el sonido Fausto Espinosa, quienes habían participado también en El enemigo principal. La edición la hizo Victoria Chicón y el laboratorio usado fue Industria Andina del cine (García Miranda, 2013: 89). Sobre las motivaciones de este film cuenta Barea:

Segui  5Cuando se celebra el Primer Congreso Campesino auspiciado por el estado, Saturnino Huillca ingresa al recinto del Congreso de la República donde se celebra este evento, cosa inimaginable por esos tiempos. Conscientes de que era un acontecimiento de gran trascendencia acordamos filmarlo, luego pensamos que podríamos hacer una edición con este material, aprovechando la coyuntura política y la flamante Ley de Cine que facilitaba la difusión (Barea, 2015).

En esta película se recoge un momento histórico puntual, lleno de simbolismo, con la intención de dejar un testimonio visual, aunque la ausencia física del material nos impide analizar con mayor detalle qué forma se dio a la representación documental de este hecho.

 

Kuntur Wachana (Donde nacen los cóndores, Federico García Hurtado, 1977). Testimonio ficcionado

Kuntur Wachana es el primer largometraje de Federico García Hurtado. Su experiencia cinematográfica se había iniciado en el SINAMOS —organismo del cual era funcionario— e incluía dos cortos, Tierra sin patrones (1971) y Huando (1972).[16] García Hurtado era comunista y también militante velasquista, además de cusqueño y quechuahablante, lo que le distinguía del resto de cineastas que habían recogido el testimonio de Huillca hasta la fecha. Otro hecho que le diferenciaba es que tenía conocimiento directo del proceso de toma de tierras que condujo finalmente a la reforma agraria, incluso había publicado en Cuba en 1965 un libro titulado Tierra o Muerte. La revolución agraria del Perú, que había sido prologado por la economista peruana Hilda Gadea, primera mujer de Ernesto ‘Che’ Guevara.

Este docudrama, es una reconstrucción histórica de la expropiación de la hacienda Huarán propiedad del gamonal Oscar Fernández. Los propios campesinos protagonistas del proceso —en ese momento ya constituidos como cooperativa agraria “José Zúñiga Letona”— interpretan su epopeya en la pantalla. Huillca es uno de los protagonistas principales de la primera parte del film, ambientada a finales de los años cincuenta, cuando el gamonalismo aún era un sistema en funcionamiento, pero empezaba a ser cuestionado por ciertas vanguardias campesinas.

Los y las cooperativistas reconstruyen testimonialmente la historia de su liberación a través de una serie de escenas ficcionadas por García Hurtado, en base a los hechos relatados por ellos mismos, en un proceso testimonial cinematográfico colectivo. Huillca es uno de los personajes de la historia y se representa a sí mismo como líder campesino que camina de comunidad en comunidad, como enlace entre la Federación Agraria Revolucionaria Tupac Amaru de Cuzco y las poblaciones campesinas. Es la puesta en escena del testimonio de un intelectual orgánico. Este es un registro testimonial diferente de los anteriores, y podemos decir que el más cercano a la realidad laboral y la práctica política de Huillca. Una práctica con un alto componente de liderazgo moral-espiritual.

Toda la película se desarrolla en un tono narrativo de ficción y el trabajo de actores es complejo. Por un lado están los actores no profesionales que recuentan hechos vividos por ellos mismos. Aparece además un importante componente ‘etnográfico’ (como trabajos comunitarios y fiestas populares), que se mezcla indisolublemente con el argumento de la película borrando la fronteras entre la ficción y el documental. Pero, por otro lado, los hacendados son interpretados por actores profesionales que, en un registro muy distinto, protagonizan unas escenas convencionalmente dramatizadas que contrastan vívidamente con las protagonizadas por los campesinos, encajando con dificultad y generando irregularidad en el ritmo y entramado general del film.

A Saturnino Huillca se le exige también actuar junto al grupo de los campesinos. Hasta el momento habíamos visto al anciano sindicalista testimoniando canónicamente en Runan Caycu, poniendo en escena su lado más amáutico en El enemigo principal, y siendo inmortalizado en un momento histórico para él y su país en Si esas puertas no se abren —todo dentro de su zona de confort—, pero Federico García Hurtado le va a pedir que actúe en una serie de escenas con situaciones y diálogos previamente definidos, aunque abiertos a cierta improvisación. Esto exige de él una mayor implicación creativa que Huillca lleva a cabo con total convencimiento.[17]

García afirma que Huillca era uno de los hombres más sabios que ha conocido en su vida. Poseedor de una intuición fabulosa, capacidad que guiaba su vida y le servía muy bien para hacer política (García y Roca, 2015). Federico García llegó a confesar a Enrique Mayer que Huillca más que un líder sindical, era un misayoq, una especie de sacerdote de una hermandad andina clandestina (Mayer, 2009: 254) y que esa faceta no había sido recogida en el testimonio de Hugo Neira, centrado únicamente en sus capacidades como animal político. Neira también afirmaba por su parte la absoluta excepcionalidad de Huillca como ser humano, al que se refería como “uno de los hombres más inteligentes que he conocido en mi vida” —a Sanjinés le había llamado la atención su enorme politización. Todas estas manifestaciones de admiración ante el indio extraordinario, antes que caracterizar a Huillca, reflejan la jerarquía de valores de sus mediadores. Neira, un intelectual ecléctico pero productor de un pensamiento de corte materialista; García, comunista, pero por encima de todo poeta y serrano. Con una sensibilidad artística y espiritual muy unidas al paisaje y la cultura andina, y una fantasía desbordante.

Segui  6Probablemente la especialidad de García como creador sea lo que él llama ‘testimonio de parte’ (García, 2015), o sea una creación narrativa basada en hechos reales, pero abordada libremente desde la libertad ficcional (su novela pseudo-autobiográfica El paraíso del diablo es el ejemplo más logrado de este tipo de trabajo creativo). A pesar de que en su experiencia con la cooperativa de Huarán García intentaba ceñirse a un tipo de expresión cinematográfica que podemos reconocer influida por el ‘cine junto al pueblo’ de Jorge Sanjinés,[18] hay elementos que extreman la ficcionalidad convencional del relato y lo alejan de una supuesta sensibilidad popular indígena, destacando entre ellos —además de la participación de actores profesionales en un registro propio del cine de ficción— la banda sonora compuesta por Celso Garrido Lecca, uno de los músicos ‘cultos’ más importantes del Peru, y que fue duramente criticada por considerarse un recurso de excesivo peso en el film, que solo contribuía a la irregularidad del conjunto (Bedoya 1992: 211).

 

Conclusiones

Al principio del artículo hemos visto como Neira recoge en su libro la opinión de Huillca sobre la muerte de un modo materialista, después de la muerte no queda nada, solo unas cuantas fotografías o una voz grabada. En cambio en la última de las obras analizadas, Kuntur Wachana, aparece Satuco Huillca dando una visión bien diferente sobre el mismo tema: “Mariano Quispe: -‘Compañero Satuco, tú que eres sabio, puedes responder a mi pregunta ¿qué cosa es la muerte?’. Saturnino Huillca: -‘Nada en verdad nace o muere, todo transcurre como un río. Lo verdaderamente importante no es el nacimiento o la muerte sino la calidad de los días que vivimos (…) la verdadera vida es la lucha, la búsqueda del día verdadero’”.

Al estudiar un testimonio como artefacto cultural, una vez arrancada la primera capa —aquella que pretende ser la auténtica voz del subalterno— nos encontramos con la presencia del mediador intelectual y su deliberada o inconscientemente escondida agenda política. Y ahí es donde reside uno de los principales objetos de estudio. Las preguntas pertinentes son entonces: ¿quién es el mediador? ¿Es hombre o mujer? ¿Cuál es su procedencia social? ¿Por qué está haciendo esta tarea? ¿En que momento de su propio proceso de descolonización se encuentra? ¿Cuál es su pertenencia partidaria o su afinidad ideológica? Dar cumplida respuesta a estas y otras preguntas nos va a acercar a la comprensión del producto testimonial.

Pero, aún comprendiendo el producto, el libro o la película y a su editor/a, no llegamos a comprender del todo a la persona testimoniante. Podemos ver todas películas protagonizadas por Huillca y leer su libro, podemos escuchar a todos sus mediadores contar anécdotas sin fin, unas más paternalistas que otras, todas ellas devotamente admirativas. Pero, al final de este recorrido, estamos aun lejos de haber conectado con el ser humano llamado Saturnino Huillca.

Este artículo es una primera aproximación al tema. Haría falta más investigación para determinar quién fue Huillca y qué uso público hizo el aparato de propaganda del régimen de Velasco de su icónica imagen de indio sabio y rebelde, y hasta qué punto los beneficios obtenidos por el uso de su imagen beneficiaron a los grupos sociales que encarnó. Perú sigue siendo hoy un país racista en el que los indígenas prefieren ser identificados como campesinos, porque no le ven una utilidad estratégica clara a una reivindicación identitaria de tipo étnico-cultural.

Como conclusión más general, en el cine latinoamericano muchas historias siguen sin contarse. El patrimonio cinematográfico andino de los años cincuenta a los ochenta se caracteriza por tener un alto valor histórico, etnográfico y político, además de una altísima calidad artística, desarrollada en un contexto adverso, en medio de dictaduras, exilios, censura y represión física e ideológica. No obstante su estudio se encuentra bastante abandonado y en estos momentos hay una cierta urgencia por recoger los testimonios de sus protagonistas, de edad avanzada, y en restaurar y digitalizar unas películas que de no ser rescatadas, pronto habrán desaparecido para siempre.

En este artículo hemos recuperado solo una de tantas historias de estas alianzas entre intelectuales y grupos subalternos a través del uso del testimonio como arma. El testimonio de Saturnino Huillca es paradigmático de una tendencia continental, sirve para fracturar esa barrera inexistente entre el testimonio como género literario y el testimonio como una forma de expresión o representación —incluso una energía— que impregna muchas manifestaciones artísticas y vitales en Latinoamérica.

Es necesario descolonizar el estudio sobre el testimonio y darle alas. También investigar en detalle los procesos de creación de una esfera pública proletaria, alternativa a la burguesa, en el continente. Asimismo, recuperar el protagonismo de las mujeres en estos movimientos cinematográficos, y volver a mirar a la historia del cine latinoamericano para desvelar aquello que enfoques inconscientemente patriarcales y colonialistas han ocultado hasta la fecha. Para ello necesitamos más etnografías de las clases medias — de sus parciales procesos de descolonización— y un uso regular de un tipo de enfoque de género que tendremos que inventar.

 

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Entrevistas realizadas por la autora

Izcue, Nora (2015). Lima, 20 de junio.

Sanjinés, Jorge (2015). La Paz, 29 de junio.

Barea, Marita (2015). Lima, 24 de agosto.

García, Federico y Pilar Roca (2015). Lima, 26 de agosto.

Neira, Hugo (2015). Vía email, respuestas recibidas el 14 de octubre.

 

Notas

[1] Juan Velasco Alvarado alcanzó el poder tras un golpe de Estado el tres de octubre de 1968 y estuvo en la presidencia de gobierno del Perú hasta agosto de 1975. Su régimen se puede definir como revolucionario para su tiempo y coyuntura, aunque la alianza del ejército con las clases subalternas del Perú no fue nunca horizontal. Pese a ello, las medidas tomadas por el régimen velasquista fueron progresistas y supusieron una clara mejoría para las clases populares del Perú. Las reformas van en la línea de las emprendidas por la Revolución Boliviana de 1952: reforma agraria, nacionalización de sectores estratégicos para el país como la minería, la banca, la pesca y las telecomunicaciones y a nivel industrial intento de poner en práctica una política de substitución de importaciones. Todas estas medidas derivaron en una confrontación directa con las grandes corporaciones extranjeras que, privadas de los privilegios neo-imperialistas de los que gozaban en régimenes anteriores, vieron perjudicados sus intereses.

[2]El primer paso de los testimonial studies fue la publicación en 1986 del Testimonio y Literatura editado por René Jara y Hernán Vidal. En 1991, la revista Latin American Perspectives dedicó al tema dos números especiales, que llamó Voices of the Voiceless in Testimonial Literature. En 1992, la Revista de crítica literaria latinoamericana publicó su número La voz del otro: Testimonio, subalternidad y verdad narrativa editado por John Beverley y Hugo Achúgar. En 1996 apareció, a modo de coda, el volumen crepuscular editado por Georg Gugelberger The Real Thing. Testimonial Discourse and Latin America. La primera generación de testimonio scholars (formada por Beverley, Gugelberger, Zimmerman, Rodríguez y otros) generó una expectativa programática más basada en las propias motivaciones políticas y deseos de los profesores implicados, que de la realidad de un género que no había surgido del pueblo esperando ser codificado por nadie. El fenómeno literario del testimonio fue en principio abrazado con entusiasmo por los círculos progresistas de la universidad norteamericana —utilizado incluso como arma arrojadiza en las Culture Wars—, pero conforme los años noventa avanzaban y se percibía que el reaganismo había ganado la guerra, la sensación de fracaso personal y colectivo que los teóricos del testimonio fue en aumento. En ese momento empezaron a hablar de ‘agotamiento disciplinario’, llegando incluso a cuestionar la legitimidad de las fuentes mismas.

[3] En su artículo seminal “The Margin at the Center: On Testimonio” John Beverley define así el término: “Por testimonio entiendo una novela o narrativa con longitud de novela, en forma de libro o panfleto (que está impreso, como opuesto a lo acústico), contada en primera persona por un narrador que es a su vez el protagonista real o testigo de los eventos que él o ella cuenta, y cuya unidad narrativa es usualmente una ‘vida’ o una experiencia de vida significativa. El testimonio puede incluir, pero no se encuentra subsumido, a las siguientes categorías textuales, algunas convencionalmente consideradas literatura, otras no: autobiografía, novela autobiográfica, historia oral, memorias, confesiones, diario, entrevista, informe de testigo ocular, historia de vida, novela testimonio, novela de no ficción o literatura factográfica” (Beverley, 1989: 12-13. La traducción es mía).

[4] Hay excepciones a esta regla por ejemplo el trabajo de Javier Sanjinés “Beyond Testimonial Discourse: New Popular Trends in Bolivia” publicado en la compilación de Gugelberger, G.M. (1996) The Real Thing.

[5] Una nueva generación de investigadoras como Elzbieta Sklodowska y Kimberly Nance, han hecho aproximaciones críticas y nuevas revisiones del género, distanciadas del posicionamiento ideológico internacionalista que caracterizó a los teóricos de la primera generación. Sin embargo, en esta nueva ola de interpretaciones académicas, la práctica comunicativa queda enmarcada en un esquema comunicacional de emisión-recepción no cuestionado: los emisores son los subalternos (y los intelectuales orgánicos alineados con ellos) y los receptores son las audiencias occidentales de clase media, capaces de movilizarse y presionar en nombre de los grupos subalternos.

[6] Domitila Chungara (1936-2012), fue una luchadora social boliviana, que lideró la organización de amas de casa del sindicato minero de Siglo XX. Su testimonio fue compilado por la educadora social brasileña Moema Viezzer y publicado en 1977, con el título de Si me permiten hablar.

[7] Elizabeth Burgos-Debray (1983). Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. La Habana: Casa de las Américas.

[8] Casaus, Víctor. 1982. “El género testimonio en el cine cubano”. Cine cubano 101: 116-25.

[9] Esta obra recibió el Premio Nacional de Periodismo en el Perú en 1965 (Neira, 1968: 7)

[10] Jorge Sanjinés había viajado al Perú desde Chile, donde vivía exiliado con su mujer y sus hijos, debido a la dictadura del General Banzer.

[11] Luis Figueroa es uno de los principales representantes de la llamada ‘Escuela del Cusco’, en su filmografía se encuentra Kukuli (1961), Los perros hambrientos (1977) y Yawar Fiesta (1979), así como numerosos documentales. Muy destacable es su cortometraje testimonial de ocho minutos El cargador (1974), protagonizado por el cargador Gregorio Condori Mamani, cuya ‘autobiografía’ editada por Ricardo Valderrama y Carmen Escalante es uno de los clásicos del género testimonial.

[12] Esta no era la primera experiencia de Consuelo Saavedra en un rodaje. Ya había participado muy activamente en la filmación de Yawar Mallku (1969) en la comunidad de Kaata (Charazani, Bolivia). Su importancia dentro de la primera formación del grupo Ukamau ha sido totalmente soslayada por la historiografía hasta la fecha.

[13] Béjar, Héctor. Perú 1965. Apuntes sobre una experiencia guerrillera. La Habana: Casa de las Américas.

[14] Silvia Rivera definió estos conceptos de horizonte temporal corto y largo en su libro Oprimidos pero no vencidos publicado en 1984, Jorge Sanjinés lo expresó a través del lenguaje cinematográfico diez años antes.

[15] El decreto ley 19327 aprobado por el gobierno de Velasco fue muy positivo para el cine peruano pues garantizaba la exhibición obligatoria del cine nacional, y la cesión a los productores nacionales de los impuestos municipales sobre el mismo. Estos incentivos tuvieron como contrapartida la actitud oportunista que algunas empresas, que viendo garantizado con creces el retorno de la inversión descuidaron la calidad de sus productos (Bedoya, 1992: 206-2017).

[16] Casi todos los cortos producidos por el SINAMOS fueron quemados tras su cierre por esbirros del sucesor de Velasco, el también general, Francisco Morales Bermúdez (Mayer, 2009: 53)

[17]Esta no será la última participación de Huillca en una película, su amistad con García le llevará a actuar al menos una vez más como extra en la película Tupac Amaru (Federico García Hurtado, 1980), donde aparece de forma ostensible, aunque breve, en la escena de apertura del film entre la multitud enfurecida que intenta impedir el ajusticiamiento de José Gabriel Tupac Amaru en la plaza de armas de Cusco el 18 de mayo de 1871.

[18] En 1979 Jorge Sanjinés reunió varios ensayos y otros materiales en un libro titulado Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, en el que explica su metodología de trabajo cinematográfico junto a las masas campesinas y obreras de Bolivia, Perú y Ecuador, que había puesto en práctica desde fines de los años sesenta.

Historias (extra)ordinarias. Entrevista a Néstor Frenkel

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Pablo Piedras y Lior Zylberman

Después de haber publicado reseñas críticas de más de una de sus obras, los redactores de la revista Cine Documental decidimos que ya era hora de realizar una entrevista en profundidad con Néstor Frenkel, a nuestro entender, uno de los directores más creativos y singulares de la escena documental vernácula.

¿Nos querés contar sobre tu formación y cómo llegaste al cine documental? ¿Te formaste en alguna institución?

Mi relación con el cine documental no estaba clara desde el comienzo. Yo empecé haciendo sonido. Era un joven diletante sin rumbo en esta vida, a los 26 años dije “algo tengo que hacer con esto que me toca, que es vivir”. Me interesaba el cine, la música, la escritura, había tenido una pequeña experiencia con radio, y a partir de eso había empezado a trabajar con audio digital. Tenía diversos intereses, me sentía viejo como para ponerme a estudiar y a partir del contacto con un amigo me imaginé que el sonido podía ser una vía de entrada al campo laboral y al mundo del cine. Empecé con lo más básico: sonido directo en publicidades.

En aquel comienzo diletante, ¿tenías alguna pasión cinéfila al estilo Jorge Mario (protagonista de Amateur, 2011)?

Frenkelvlcsnap-2015-12-02-17h11m18s64No, nunca fui fanático de nada. No soy muy fanático de las cosas, más bien, diletante; pero me interesaba el cine, la música. Tenía cierta sensibilidad para las artes, había escrito cosas, pero muy desperdigadas, mi interés estaba en la vida misma. Pero en un momento empecé a asumirme como un adulto y así llegué al sonido. Ahí empecé a trabajar, a ganar unos pesos, y empezar a conocer el cine desde el sonido, que era algo que me interesaba. Nunca terminé de creerme a mí mismo como técnico. Empecé con sonido directo, después con un amigo que era muy capo de computadoras nos empezamos a equipar con los primeros programas de posproducción de sonido. Nadie tenía una computadora en esos momentos, años 90, entonces empezamos a aparecer haciendo muchos cortos de amigos. Ahí entré en la posproducción, que es más creativa y uno se mete más con el lenguaje, se empieza a trabajar plano por plano una película y a pensarla con el director. De ahí mismo, por el simple hecho de tener una computadora, y por tener amigos que hacían cosas, solo quedó cargarle otro programa al equipo y empezar a montar. La publicidad me enseñó a odiar el cine, porque ahí estaba toda la obscenidad, toda la militarización del rodaje, y al mismo tiempo empecé a trabajar en producciones independientes, con gente de mi edad, con intereses afines.

¿En qué largometrajes trabajaste?

En Invierno, mala vida (Gregorio Cramer, 1997), una película hecha en la Patagonia, y en Silvia Prieto (Martín Rejtman, 1998), que se filmó en mi casa: la casa de Silvia Prieto es mi casa. Estaba muy metido en la producción, pero esa película se cocinaba entre amigos.

¿Tu núcleo de amigos con los que trabajabas siguen haciendo cine todavía?

Martín Rejtman ya venía haciendo cine desde antes, ya había hecho Rapado (1992), en la cual lo ayudé. Incluso se me ve en un plano. Me refiero también a gente como Alejandro Hartmann, Albertina Carri, que la ayudé con sus primeros cortos, así que esa fue mi formación, muy a los tumbos, porque en esa época no había tanta gente que hiciera cine. Fui como un espía, porque nunca me sentía sonidista de verdad, era una forma de jugar a hacer películas y en la publicidad espiaba todo lo que no me gustaba, cómo llegar a gastar un montón de plata para filmar treinta segundos de un frasco de mayonesa.

A partir de entonces, con cierta afinidad con amigos, salió por otro lado con Alejandro Hartmann un protodocumental que no se pudo hacer, se avanzó un poco pero no se pudo desarrollar. Con él también nos estimulábamos, él es más chico que yo pero estaba terminando la ENERC, era la esperanza blanca… y él veía en mi… no sé… me estimulaba de alguna manera y escribí algunas cosas, y después en paralelo, por otro lado, con un amigo que venía por fuera del cine, se apareció un día con un rollo super 8 y una cámara, y muñequitos de la selección, y empezamos a jugar, y empezamos a hacer los cortos de animación con los muñequitos. Por ese lado arranqué un camino independiente de lo independiente que en un momento se Frenkelvlcsnap-2015-12-02-16h56m16s247empezó a volver más profesional, porque después aparecíamos en el BAFICI, yo venía escribiendo boludeces y de repente se me armó Vida en Marte (2004), un largometraje que finalmente pude hacer. Durante un año di clases de sonido en el CIEVYC, con algunos profesores y alumnos armamos un equipito un verano, clásico modelo de producción: un verano no nos vamos de vacaciones y hacemos una película. Y ahí salió Vida en Marte. De golpe se me apareció Reynols, que se me configuró como un documental y así empezó todo esto.

¿Cómo se dio esa aparición?

Yo a Reynols lo conocía. Un día un amigo me dice “hoy toca Reynols” y ahí fue toda una experiencia fuerte. Durante varios días hablé de eso y me olvidé. Como seis meses después me cayó la ficha, tenía que hacer algo, podía ser un videoarte, un videoclip, una ópera musical, no sé, quería ver qué pasaba. Quería romper esa barrera, meterme. Eso terminó siendo Buscando a Reynols (2004) y a partir de eso me sentí cómodo con el lenguaje, con la forma de producción, con el resultado, sentí haber encontrado una forma de laburo afín a mí. Me gustó dirigir Vida en Marte, pero yo no me terminé de sentir cómodo. Soy una persona medio fóbica y ya de base proponerme rodearme de cuarenta personas para hacer algo no me resulta cómodo.

¿El documental entonces te interesó porque podés trabajar con un equipo pequeño más que por una fuerte vinculación con ese tipo de cine?

Sí, son cosas que van de la mano. Pero gran parte tiene que ver con eso. No estar cortando una calle y pegando gritos sino acomodándome en un rincón con una cámara y mirando. Me siento Frenkelvlcsnap-2015-12-02-16h52m47s198más yo haciendo eso, espiando, mirando, que dando órdenes. Entiendo el costado feliz y creativo de la ficción pero hay un punto que parece un nene caprichoso teniendo un ejército, ¿pero qué es eso? Un laburo de locos. Está bien, en el momento que voy a un rodaje lo comprendo, lográs cosas que no lográs con un documental, la perfección de un encuadre, la luz, yo quiero que esto se vea así y que el actor diga esto de determinada forma. Y también me pasó algo así con la escritura, si en algún momento me divertía inventar, crear un personaje, después me empezó a gustar más montar, recortar la realidad, mirar a alguien y crear el personaje desde algo que existe.

Lo estás diciendo puede llevar a pensar lo disruptivo que fue en su momento Buscando a Reynols

Puede ser. La verdad es que yo no tengo una formación documental, tampoco soy un gran consumidor de documentales, con los años quizás un poco más, porque se me va despertando el interés pero tampoco es que quiero ver todo, seguir la obra de tal o cual director o lo último que se está produciendo. Hay algo que me llamó la atención en su momento, tenía una forma propia. Y veo lo que se hace ahora y tampoco me siento adscripto a alguna corriente, a alguna moda o al estilo imperante.

¿Cuando empezaste a hacer documental no tenías ningún referente fuerte?

No, para nada. Empecé haciendo un documental sin saber que iba a hacer un documental. Me acerqué al grupo musical Reynols porque me interesaban ellos. Son gente muy difícil, siempre manejaron cierta distancia porque fueron agredidos, aparte su juego es manejar el misterio. Yo me acerqué tímidamente y tuve la suerte de que justo en ese momento les estaban pidiendo de Australia, para un especial de la música del milenio, no sé qué, para que ellos manden diez minutos de algo. Bueno, yo los ayudé y con eso armé diez minutos de algo más institucional si se quiere. En seguida supe que eso no era mi película, pero bueno el primer paso fue ese; y después, en un momento, fue claro, que fue lo que hice. Pero no venía con un modelo, quiero que se parezca a, o al documental de música le falta un mirada así. No sabía ni me ubico demasiado en relación a otras obras, sé que siempre me voy a parecer a algo y no me preocupa

En su momento Buscando a Reynols gustó mucho, incluso a personas que no es adepta al cine documental

Sí, tenía varios elementos. Quedó linda, la película estaba lograda, trajo alegrías, se acercó mucha gente. Si algo sé por dónde voy es que quizá hago documentales más entretenidos, para la media, más abiertos, no son para la gente que solo miran cine documental sino para gente que tiene un lenguaje más fácil.

Para Construcción de una ciudad ya fue otro proceso.

Yo pensaba seguir escribiendo ficción, estaba en el BAFICI itinerante de Buscando a Reynols y había unos días que yo me podía volver a Buenos Aires, en esa época yo vivía solo, muy tranquilo sin que nada me requiera, y me dijeron que vaya a Federación, que había unas termas que están buenísimas. Yo no sabía a donde iba, me fui solo con un cuadernito a escribir. Estuve cinco o seis días, los primeros cuatro estaba ahí en el hotel, tomando café, mirando, y ya de aburrido que estaba, un día antes de irme me tomé el barquito y ahí me enteré la historia del lugar donde estaba y dije paren las rotativas esta es la película. Todo lo que escribí lo descarté ahí mismo a la basura, en el último día hice preproducción y después tardé más de dos años en ir a filmar. Primero porque era un proyecto grande, el tema, la historia era grande, era lejos. Cada paso a dar era viajar 600 kilómetros, tenía que tener confianza, no sabía bien, me costó, pero estuvieron buenísimos esos casi dos años y medio que tardé en filmar. Me sirvieron mucho para que decanten las ideas, para escribir también y presentarlo en el Instituto, tener los fondos, y después fueron viajes de ir conociendo gente, entendiendo más la problemática.

¿Cuántas veces viajaste?

Unas cuatro veces…

¿Mientras tanto seguís trabajando en publicidad o dejaste?

Nunca dejé, o sFrenkelvlcsnap-2015-12-02-16h55m03s26ea nunca hubo un día que dije no trabajo más. De a poco se fue dando. Yo seguía laburando, para Buscando a Reynols me había comprado una cámara, la alquilaba, hacía alguna edición. Estaba ahí abriendo el juego a algo más integral, sonido, edición, cámara MiniDV, y en paralelo quería seguir haciendo películas. Había roto el tabú del INCAA, según el cual supuestamente solo los acomodados, los amigos del poder, los que ponen la coima, son los subsidiados. Pero la verdad es que fui con mi proyecto y sabía que este nuevo proyecto tenía una temática potente, que si la escribía bien podía funcionar. Entonces me concentré bien y en el último viaje me terminó un poco de caer la ficha. Lo que me pasaba era que todo era muy grande, muy serio, muy dramático, nostálgico, y me iba medio por ahí. De hecho en el guión que fue presentado en el Instituto el personaje de los árboles iba a ser el gran protagónico, como una gran metáfora, en tono melancólico, no estaba mal pero era una película para Sorín. Y ese último viaje me terminó de caer la ficha, esto es un despelote nacional, es un absurdo, todo una locura lo que les pasó, lo que les hicieron, lo que se ve hoy, la gente en bata por la calle, el hecho de que ellos no quieran recordar, que está todo bien, todo era como un gran nivel de absurdo. Pero si eso si yo lo hubiera hecho un año antes hubiera hecho una película melancólica sobre un tema melancólico. No hubiera estado mal, porque sabía que contando la historia ya tenía algo potente, tenía un piso alto y a la vez una responsabilidad de no desperdiciar la historia. Después de todo ese proceso, llegué mucho mejor parado que en Buscando a Reynols.

Analizando la cuestión en perspectiva, y ahora que mencionás a ese personaje nostálgico, metafórico, también la mirada sobre el evento político iba a quedar enfatizada. Y quizá, no obstante, Construcción de una ciudad es tu película más política. Algunos críticos habían escrito que el director había decidido transitar por la comedia como para no exponer lo político en primerísimo primer plano, por así decirlo. Todo eso marcó las películas que vinieron después.

Puede ser. Yo veo Construcción de una ciudad y es una película política. Lo es fuertemente y está bastante en primer plano. No quise hacer una película sobre el Proceso, tampoco quise usar el recurso clásico de mientras Menem subía… está ahí, no hace falta ponerle mucho para que se note. No me interesa contar las grandes historias, que aparezca lo que puede aparecer. Todo tiene un costado político pero esta no es pornográficamente política.

Justamente por eso, el documental argentino siempre fue en general severo y sobrio y el humor no era una veta lo suficientemente explotada.

Bueno, el documental tiene una larga historia, y ustedes lo saben más que yo. Hay algo de lenguaje y tecnología que limita mucho, menos chance de filmar de más, de jugar, con el fílmico todo estaba muy pensado, muy organizado, eso le quita toda espontaneidad y toda chance… podían aparecer elementos de comedia si estaban escritos. Cualquier cosa que interrumpía el rodaje se paraba, no se tenía plata para tirar rollos. Hace poco vi El Charles Bronson chileno (Carlos Flores del Pino, 1974-1984) y ahí encontré mi influencia desconocida. Y eso es un milagro, alguien que hizo eso en fílmico.

Construcción de una ciudad marca varios cambios en tu carrera, como por ejemplo el rodaje en video y la cuestión del humor, no tanto el humor en sí sino de desatar al documental del cine social y por lo tanto, de un cine con pretensiones de seriedad.

Tenía que ser triste… Sí, quizá sí. Puedo hacer una paralelo con la mirada sobre la discapacidad de Buscando a Reynols, no había la posibilidad de reírse sobre ello. Era fuerte lo que pasaba en las proyecciones, era resbaloso. En Construcción de una ciudad también, siempre hubo alguna crítica, debate, y algunos resbalan para el lado equivocado o creían que yo resbalé para el lado equivocado…

Imagino que la presentaste en Federación, ¿cómo fue la recepción?

Fue intensa… toda una historia. Dije yo creo en esto y allá voy. No hay cine en Federación, así que armamos algo en la biblioteca, antes de ampliarla inclusive, pero con el DVD y el corte final. Fui, casa por casa, a devolver rollos super 8, fotos, cosas que debía, y se hizo la proyección, ciento y pico de personas, a la salida se hizo como un cóctel y estaba todo como frío.

¿Creían que iban a ver algo celebratorio?

Y, lo obvio. Lo que se cree la gente de un pueblo sin cine, donde obviamente esperaban que íbamos a llorar un poco por la vieja ciudad y después a festejar la nueva y todo esto era medio a contrFrenkelvlcsnap-2015-12-02-17h13m47s20apelo. Yo al otro día me iba, después me enteré que durante una semana, todos hablaban con todos, fue muy catártico para ellos verlo. Durante las proyecciones la gente se reía, pero a la salida estaban todos con los cables cruzados. Después me enteré que esa semana había uno que había tomado la posta de ser mi enemigo, casualmente era uno que yo había entrevistado y no quedó en la película, así que…

Esa fue la razón…

Obviamente. Igual, después que se editó en DVD, me fui a Federación casa por casa a ver a todos los que habían aparecido o ayudado, fui a regalar DVD’s, y el film terminó siendo el institucional de Federación. Hoy se pasa en los hoteles para los turistas, se vende en los kioscos. Me terminaron llamando dos años después e hicieron una proyección en el anfiteatro abierta para todo el pueblo. Se institucionalizó, fue fuerte lo que pasó. Lograron verse a través de mi mirada y me parece que ayudé de alguna manera a hacer una catarsis. Como experiencia fue tremenda.

Es interesante pensar qué proceso tiene que hacer un pueblo para que un documental como Construcción de una ciudad se vuelva institucional.

A mí también me llamó la atención, cine social, cine político… ¿o no? De las películas que hice, es la que más se sigue mostrando, moviendo… pero la verdad que todas siguen dando vueltas.

Hay una cuestión en tus películas que reaparece y es la relación entre historia y mito. Porque en Reynols hay algo de mítico en esa banda, y vos la presentás así, lo de Federación no es tan lejano pero hay una construcción mítica, lo que queda hundido, también en el documental sobre el Abasto, existe proyectada una dimensión mítica, y en Amateur también sucede con el western, el super 8. Este pareciese ser como un elemento recursivo en tu cine.

La verdad que uno se va poniendo más grande, tiene que trabajar, hay una antena que está buscando qué contar. Las historias de los documentales que realicé llegaron a mí, no es que las busqué. Son todas cosas que por algún lado me llegan, me tocan. Ahora estoy más perdido que nunca, no sé qué estoy haciendo. Después veré… pero no es algo que lo tengo muy claro o pensado de antemano. Mi forma de ser es tirando a melancólico y me defiendo de la melancolía con el humor. En ese juego está mi impronta, lo que sale de mi más naturalmente.

Porque incluso una película como El mercado, que fue un encargo, también está esa impronta.

Sí, lo de El mercado fue un encargo pero lo hice propio. Estaba la chance de hacer una película propia dentro de ciertos parámetros de tiempo y dinero. No iba a hacer una película contra el shopping pero tampoco iba a realizar un institucional. Si uno se quita ciertos prejuicios la gente no es boba, con el solo hecho de mostrar podés lograr que cada espectador se conecte con la historia desde su lugar.

¿Cómo se te ocurrió empezar Amateur con esa voz over?

Me parecía que de otro modo no iba a alcanzar. Es un personaje gigante pero me parecía que la película tiene una capa más, había que introducirlo. El afiche no es la cara del tipo, es una cámara. La película es sobre la cámara. Él es quien encarna al hombre común que agarró una cámara, pero no es el prototipo del amateur que agarró una cámara sino aquel que agarró todo lo que le pasó cerca. Me parecía que tenía que quedar en esa capa de vamos a ver un personaje increíble, y ahí me pareció una historia increíble que no está en ninguna enciclopedia, qué pasó ahí, hubo un cambio en la historia de la humanidad, el hombre por primera vez se puede registrar asimismo, en la calle. Entonces por eso un amigo que había hecho las animaciones para Amateur al salir de verla me dijo “sos vos”. Mario ya estaba en Construcción de una ciudad y, en el rodaje de esa película, cuando apenas entramos con Sofía [Mora] a su casa, nos dimos cuenta que allí había un universo por narrar.

¿Cómo fue el pacto con él? Porque es una película que está al borde de muchas cosas, y es también como un gran juego ¿Todo eso fue parte de algún pacto?

El pacto era implícito. Yo lo que sabía es que el tipo es un entusiasta total y todo lo que yo le iba a decir, él iba a querer hacerlo, y todo lo que yo le propusiera, él me iba a proponer todavía algo más. Todas las apuestas me las subía, más que pactar era manejar. Yo sentía que él era como Tyson.

Él es una suerte de gran emprendedor serial

El tipo es una máquina, una topadora humana. Es inaguantable estar con él, de tanta energía que le sobra y que te la tira encima y que de todo se agarra. Prefería no contarle demasiado lo que teníamos que hacer porque sabía que de tanta energía que le iba a poner se iba a memorizar todo como para recitar. No le dije que íbamos a filmar en el cine porqueFrenkelvlcsnap-2015-12-02-17h14m57s209 si no se aparecía con cien extras. Me interesaba eso, ver el cine gigante con solo ocho personas. El pacto, el laburo, fue ese, manejar esa energía arrolladora, manejar la información con cuidado y es un gran juego. Es la cámara y él del otro lado. Cosas que en Construcción de una ciudad están muy controladas, en Amateur no, pasa alguien y saluda a cámara y eso lo dejé especialmente. Es eso, la cámara como polo de atracción y él como director de cine indicándome a mí lo que tengo que hacer. Al mismo tiempo dado que él es actor de cine también podía actuar.

Es interesante también que él cuente cómo fue aprendiendo

Sí, por eso él es el paradigma. Filmar su luna de miel hasta cuidar el pulso y logra planos muy cuidados. No es un talentoso, pero pudo meterse en ese lenguaje, editó, musicalizó, le puso títulos.

Lo interesante es que supuestamente lo que diferencia a un amateur de un profesional es el dominio de la técnica, pero en el fondo habría que ver si lo que hace que el cine sea amateur o sea profesional es solo una cuestión de pericia técnica.

Sí, totalmente de acuerdo. El arte es el alma humana expresándose y me parece que él eso lo cumple a fondo, él está expresándose con toda su verdad. Uno puede evaluar su pericia técnica o narrativa, pero él está ahí dándolo todo.

Con El gran simulador sucede casi lo opuesto a Amateur, en el sentido de que se trata de una propuesta mucho más sobria. Incluso dijiste en una oportunidad que El gran simulador era sobre todo una película que alguien tenía que hacer.

Sí, a la vez yo la sentía propia porque tengo el recuerdo de niño de alucinar con René Lavand. Alguien la tenía que hacer. También fue de casualidad, yo estaba en Tandil, me crucé con René Lavand, y me dio cierto escozor. Me fui, al rato lo volví a buscar. Pero no era solamente que había que hacerla sino que la sentía mía. Después sí surgieron todos los problemas de qué hacer con este personaje. Era un poco como con Federación, la situación de encontrarse frente a algo grande. De nuevo se plantea un piso muy alto, ya sé que si pongo una cámara delante de Lavand van a pasar cosas pero a la vez tengo la responsabilidad de estar a la altura, de que valga la pena lo que se ha hecho.

¿Él te puso algún tipo de prerrogativa?

Plata. “Vos querés que hable, el tiempo no es lo importante. Vos querés que saque las barajas…”. Es como una función, un espectáculo. De hecho las primeras veces que él estaba haciendo su truco yo quería charlarle… y no no no, vos no me podés interrumpir. Esto es esto, él está haciendo cuentas, mientras hace que te charla él está pensando. Ahí hay un pacto muy claro, vos no me interrumpís mientras yo hago esto, me pagás por hacer esto, no podés pasar de tal ángulo, trabajó con cámaras, trabajó en la televisión y en el teatro con cámaras. Era muy consciente de la cámara. Básicamente era eso, él es como un artista de los de antes. Con límites muy precisos porque lo que él está haciendo es un engaño, una ilusión. Hay que lograr un efecto. Tuve que respetar eso. Si quería trucos tenía que pensar cómo los iba a filmar. Muchos críticos hubieran festejado que no hubiera filmado los trucos, esas decisiones geniales de grandes directores, pero no es mi caso, no soy genial ni gran director. Ni tomo esas decisiones tajantes que suelen ser muy festejadas. Haciendo eso es lo que lo llevó a ser quien es. Y se filmó en su casa, en su intimidad, en esa especie de laboratorio, como él lo llamaba, con un valor extra porque no es una actuación ante el público, no está en frac ni con música. Después me gané su confianza.

¿Le interesó conocer con anticipación cuáles eran tus planes de rodaje?

La verdad es que no le importaba. Estaba grande, casi retirado, tiempo tenía. Lo que quería era ser tratado con respeto.

¿Estaba interesado en que se hiciera la película?

Era un tipo grande, ya lo habían filmado miles de veces pero lo cierto es que no había una película sobre él.

Lavand dice en un momento que le molesta que la gente cuando lo reconoce le pida autógrafos pero le molesta aún más que cuando lo reconocen no le pidan autógrafos.

Exactamente. Era un obsesivo, un neurótico. Él me decía a mí que era un neurótico. Me llamaba “El alambique”, el que aprieta la fruta para sacarle la última gota. Era una forma de frenar, se exigía mucho a sí mismo. Aunque su edad era muy avanzada tenía mucha chispa, respuestas rápidas y tiraba algún chiste.

¿Se conectaba con los momentos más ficcionalizados?

En la película no hay híbridos. No hay ficción pura. Creo que debe haber un plano híbrido que es cuando fuimos al médico y que necesitaba hacer un contraplano, pero después no es que estaba tomando un café y la cámara lo tomaba sino que le pedí que se siente a tomar un café, que es lo que hace todos los días. Iba a ese café, en el mismo horario, pero no hubo hibrido. Fue a comprar licor y el tipo que vino al auto fue así yo no dije nada. Ahí vio que estaba filmando. Lo único híbrido, más a espaldas de él, son los llamados telefónicos. Los llamados sucedían, algunos los tomaba con la cámara y otros no, entonces yo los empecé a provocar. Tenía la cámara prendida y mandaba a alguien afuera para que llamara a su casa y pidiese por la remisería, pero era un dato de su realidad, algo que le sucedía todos los días. Esto fue una intervención, quizá maléfica, pero no algo híbrido. Era en pos de la película, pero no estaba pasando ningún límite.

Pero vos no te arrepentís

No, para nada.

Estabas molestando a un anciano.

Un anciano que sabe molestar bastante y que, ahora que está muerto, no sé si no estaba un paso más allá que yo y me daba lo que yo quería sin que yo lo supiera. Es el gran simulador. No había híbrido, pero después estaba la ficción.

Los espectáculos de magia siempre fueron refractarios al cine porque en el fondo el cine es un hecho mágico en sí. En un acto de magia es fundamental la copresencia, por lo cual al hacer un documental sobre un ilusionista ponés en cuestión todo esto en diversas capas.

Cuando escribí el proyecto decía que este personaje es el ideal para un documental. Hacer cine es mentir, hacer cine documental es poner en tensión cuánto de verdad y cuánto mentira hay. Cuando tenés adelante un mentiroso profesional que está mintiendo para la cámara se arma algo interesante.

El cine se había dado cuenta desde antes de que era un personaje interesante para una película en Un oso rojo (Adrián Caetano, 2002), en la que está brillante.

Es que él era un actor. En sus presentaciones, en la última época, había un montón de ratos que era él hablando, sin cartas. La ilusión era él parado ahí y llegó al punto de jugar con la ceremonia ante el público y estirar el momento de los aplausos. La gente se iba emocionando más. Él jugaba a cronometrar los aplausos, decía “hoy tengo a la gente quince minutos aplaudiendo”.

Después de trabajar siempre de forma independiente, si bien El Mercado no fue un film industrial, sí se trató de una película por encargo, de una productora con cierta trayectoria en el cine documental. Contanos cómo fue el proceso…

El proceso no sale de Magoya Films sino de un independiente. Un arquitecto que trabajó en la reconversión del mercado en shopping, y que pasados 15 años de ese momento quería hacer algo conmemorativo. Él quería tener una excusa para convocar gente, reunirse, hacer una gran fiesta, pasar la película. Esa fue su idea. Un tipo muy interesante, muy inteligente, muy ávido de toFrenkelvlcsnap-2015-12-02-17h11m59s224das cuestiones culturales y artísticas. Él vio El rascacielos latino (2012), el documental de Schindel, entonces se les acercó y les dijo que quería hacer algo así. En ese momento Schindel y Molnar, los dos socios de Magoya, estaban cada uno con sus películas y empezaron a buscar directores. Varios dijeron que no, que no podían, o sea que yo fui una octava opción. Creo que fue Alejandro Hartmann quien les dijo. Como yo no voy a estrenos, no voy a reuniones, no participo en agrupaciones, nadie me tiene en cuenta. A mí me gustó la idea, tener la chance de no producir.

Además te saca el peso del armado del proyecto, te convertís en un director de cine, trabajás con una estructura.

A mí me encantaba. Yo venía de hacer una película en Federación, otra en Concordia, otra en Tandil, y ahora lo que quería era permanecer a 15 minutos de mi casa. Se me cumplió un deseo. Primero tenía miedo de que hubiese mucha bajada de línea, muy formal, muy institucional, de que en la mitad del proceso me caiga toda el área de marketing de IRSA a decirme cosas, no sabía bien cómo lidiar con eso. Hice dos cosas. En la primera reunión que tuve con este arquitecto le pasé mis otras películas, “miralas porque yo más o menos voy a hacer algo por ese estilo, ni mejor ni peor ni distinto”. Y por otro lado, me cubrí mucho, mi nombre no valdrá mucho pero es lo único que tengo, así que puse una cláusula en el contrato por la firma. Me pagás mi trabajo, yo lo hago, después si lo firmo o no lo decido al final. La verdad es que a este hombre le gustaron los documentales. Me dijo “andá con tu humor, con lo que vos hacés, la ironía, todo me gusta”. Me dio libertad total.

¿El material de archivo te lo dio él?

No. Se armó todo un equipo de laburo y de casualidad mientras estábamos investigando vimos que un ex empleado había filmado las obras y lo subió en YouTube, lo contactamos. Era un pibe que en su momento lo había hecho como laburo, en S-VHS, y había subido unos fragmentos. Lo llamamos y terminamos consiguiendo todo eso. En realidad la propiedad intelectual era de IRSA porque ellos se lo habían encargado, pagado, no había copias. Yo hice un trabajo de campo… fue raro para mi tener una reunión en marzo sabiendo que en diciembre tenía que estar en la pantalla. Eran seis meses, un tiempo prudencial pero justo. Un mes de investigación, un mes de rodaje, dos meses de montaje, dos de sonido. Más allá de que estoy contento con la película, sé que un poco más de tiempo le hubiera venido bien. La veo y le encuentro cosas… algunas cosas de rodaje. No hubo decantación como en las otras

¿No tuvo estreno comercial?

No. En un momento se habló con el Hoyts mismo, algo interno, pero no sé. Tuvo su proyecciones en encuentros, festivales, fue a Cuba, Uruguay, Perú, un poco por el interior.

Fue como un regalo empresarial…

Sí, se hizo una tirada para eso. Fue más que nada eso, un deseo de este señor, con el que mañana me reúno para otro proyecto.

Es interesante cómo se van hilando las películas, salvo El mercado.

Sí, salvo El mercado. Pero qué podría engancharme con otra película. Tal cual. Reynols me llevó a Federación, Jorge Mario a René Lavand y ahora la que estoy haciendo es hija de Jorge Mario.

Frenkelvlcsnap-2015-12-02-17h08m40s25Otra continuidad que aparece también en El Mercado es que hay dos líneas. Una es el registro de lo real, donde puede existir cierta cosa azarosa, espontánea, que permitir este tipo acercamiento. Por otro lado, está el archivo que es más controlado. Son como dos dimensiones del documental, la parte del directo y la parte del archivo. En tus trabajos se van encastrando y acá en esta película me parece bastante interesante la igualación entre los archivos ficcionales y los documentales que finalmente se contaminan, terminan siendo más documentales Mercado de Abasto (Lucas Demare, 1955) y Prisioneros de una noche (Manuel Antín, 1962), que algunos fragmentos de los noticiarios.

La verdad que sí. No lo tengo muy pensado. La verdad que el trabajo de archivo siempre me atrajo, siempre me gustó, desde los VHS de la televisión que tenía de Reynols. El archivo no es solo lo que muestra sino cómo lo muestra, la intención en esa mirada siempre suele ser muy potente. En Reynols era muy claro cómo la televisión los miró a ellos, en Federación era muy claro esos amateurs filmando alucinados la nueva ciudad, en Amateur claramente se trata de eso. En El mercado también aparecieron cosas, como los drops del VHS, también cuenta mucho la época, la textura, me gusta usarlos como distintos niveles de lectura.

Es una película sobre presidentes. Porque en el palco…

En el palco están los tres, De la Rúa, Menem, el presidente de IRSA y ahí atrás Scioli.

El mercado también plantea la posibilidad servida de haber criticada al Shopping en tanto espacio de consumismo que ha perdido su identidad barrial. Pero vos te corrés de ese lugar. Estás más cerca de la mitificación del pasado que de la crítica del presente.

En general trato de no ser muy evidente. No me gusta la bajada de línea, y me acerco en forma sutil con la ironía. A su vez a mí me hubiera gustado que en ese lugar hubieran hecho otra cosa, pero también siempre fue un mercado y hoy los mercados son eso. El mercado de frutas y verduras en el medio de la capital ya no es posible o sea que los lugares son esos. Fuimos al BAFICI… a mí no me gustan los shoppings, yo no los disfruto, no me atraen. Pero a la vez caerle al shopping con eso… pero se le dedica un espacio a los proyectos, a lo que se quiso hacer, lo que se pudo hacer y no se hizo. Ahí está. Ese mega centro cultural, lleno de cines, no sé si hubiera podido sostenerse o en qué se hubiera convertido, es un lindo proyecto… Era una primavera utópica, el Hogar Obrero se nos cayó encima y eso quedó juntando ratas.

En el documental también surgen las transformaciones acaecidas en el barrio.

Traté de correrme de ese lugar. También estaba mi propio prejuicio, que está en todos los proyectos, que son los límites. Que tampoco podía hacer una crítica despiadada del shopping para que la vea la gente de ahí. También había eso. No por una cuestión de censura o chupar medias, pero el documental tenía una función concreta antes de ser una película mía. Un día en un lugar para una gente. Tampoco sentí que me estaba traicionando porque la sentí totalmente mía.

Aunque la película fuese un encargo es coherente con las otras. Por ejemplo aparece la cuestión de la melancolía. En tus películas irrumpe un debate entre duelo y melancolía. Por ejemplo Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Sergio Wolf y Lorena Muñoz, 2002) es un documental melancólico. El pasado fue mejor. Tus películas tienen esta melancolía, vuelven al pasado, pero nunca se quedan en eso. Y en El mercado esto también se confirma.

Frenkelvlcsnap-2015-12-02-17h08m51s135Ahí antes se vendían frutas y ahora celulares y no deja de ser un juntadero de bichos, de locos, un lugar que es como los mercados, los puertos del mundo, un lugar donde la gente se junta a comerciar y todo lo que se genera alrededor de esto. Y la película termina con otro nuevo proyecto, el hostel, algo pensado hacia el futuro.

Con el tiempo desarrollaste tu propia productora, Vamos Viendo Cine, ¿en la actualidad producís para otros?

Es una tarea pendiente. Tampoco es una productora tipo oficina con empleados. Somos nosotros, en nuestra casa, con nuestras computadoras y nuestras ideas. Pero sí tenemos una experiencia, hemos hecho varias cosas, tenemos gente alrededor, conocida, hay un sistema que funciona, que se lo puede hacer funcionar. Todavía no apareció como un proyecto… estamos teniendo hijos, que ese es un proyecto paralelo a las películas… pero está la fantasía de encontrar proyectos afines de otros.

En comparación con otros realizadores en lapso de tiempo relativamente breve vos pudiste llevar adelante una obra extensa.

Sí, cinco documentales en diez años es un buen ritmo.

¿Cómo hiciste para evadirte de la primera persona, del yo?

Porque soy tímido, porque tengo una mujer brava… y a la vez tampoco tengo un prejuicio, tampoco me apareció un proyecto que me lo pida. En un punto siento que tengo una manera personal de contar lo que voy haciendo, pero tampoco es que son reglas como un decálogo, yo trato de que la película aparezca con el tema, cómo me puedo relacionar con ese tema es la película. Trato que el lenguaje tenga que ver con ese tema. Todavía no me apareció un tema o una idea donde yo esté ahí.

Desde un punto de vista historiográfico tus películas se desarrollaron en un período donde este tipo de documentales (en primera persona) florecieron. No hay realizador en todos estos diez años que no haya caído en la tentación del yo.

Lo más cercano fue la voz en off, que ni siquiera la leí yo, en Amateur. Es más una voz en off clásica. A mí lo que me pasa es que noto que muchos lo hacen porque queda bien –entre muchas comillas–, a veces lo siento orgánico, justificado para la película, a veces lo siento como pose, la onda es hacer así y muchas veces siento que el conflicto de hacer la película puede ser interesante. Pero a mí me parece más interesante el resultado que cómo la hicieron. O a dónde llegué más que mi elucubración, todavía no encontré un proyecto que justifique que mi elucubración sea la protagonista. Lo mismo me pasa con los documentales de observación. Me estás mostrando los brutos de cámara. Pero eso son mis problemas, ahí es donde choco con ciertas tendencias. Puede ser que algunas reuniones de preproducción sea interesantes, las mías no la son.

Cuando arreglabas la guita con Lavand podría haber sido interesante.

Sí, pero yo lo veía como un documental elegante. Y por la elegancia de Lavand había cosas que sentía que no iban. Tampoco me voy a emborrachar para filmar a un borracho, pero trato de amoldarme y jugar con eso. Por ahora tiendo más a eso, a armar algo más estricto, adaptarme al tema.

¿Cuál será tu siguiente documental, en qué estás trabajando?

Salió el proyecto que se llama Los ganadores, un título buenísimo. Es sobre premios y premiaciones.

¿Está conectada con Jorge Mario?

Sí, la película es hija de Jorge Mario. Nace hace un par de años, que me llamó. Con Mario nos escribimos mucho, me hace unas tarjetas con imágenes de Word, divinas. En un mail me escribe que el fin de semana va a Buenos Aires a recibir un premio, que lo acompañe, bueno, me da la dirección, fui y bueno, vi un lugar donde Mario recibía un premio y a partir de ahí me pareció que podía hacer algo. Me puse fuerte, lo escribí, lo presenté, y ya. Hace dos años volví a esa misma entrega de premios, la filmé, empecé a hacer un seguimiento con el organizador, que a su vez gana muchos otros premios. Estoy como navegando esas aguas. Tiene mucho que ver con Facebook, el reconocimiento, de exhibirse, mostrar una imagen positiva, que nunca la creemos, pero que creemos la del otro.

Es interesante como Jorge Mario empieza siendo un pequeño personaje en Construcción, en Amateur es el protagonista y en esta última película retorna a escena.

Sí. Mario vuelve a hacer un personaje, pero también podría estar toda la vida filmándolo.