Campo, Javier. Buenos Aires, CICCUS, 2017.
Por Tomás Crowder-Taraborrelli
Es indudable que el cine político argentino es uno de los más reconocidos en el mundo no solo por la valentía de sus realizadores, que arriesgaron sus vidas frente al aparato represor de las dictaduras, sino también por sus innovaciones formales y estrategias de producción. Javier Campo analiza en Revolución y Democracia: El cine documental argentino del exilio (1976-1984) un grupo destacado de películas para entender esta época marcada por el terrorismo de Estado y los años de transición hacia un sistema democrático. Algunos de los films analizados en este nuevo libro de Campo son: Olla popular (Gerardo Vallejo, 1968), Informes y testimonios: La tortura política en la Argentina 1966-1972 (AA.VV., 1972), Montoneros, Crónica de una guerra de liberación (Cristina Benítez, Hernán Castillo 1976), Las vacas sagradas (Jorge Giannoni, 1977), Las AAA son las tres armas (Grupo Cine de la Base, 1977), Reflexiones de un salvaje (Gerardo Vallejo, 1978), y Cuarentena, exilio y regreso (Carlos Echeverría, 1983).
El autor conoce estos documentales como pocos investigadores y en su pesquisa establece, con claridad y profundidad, la resistencias y rupturas formales articuladas por estas películas. Cabe destacar que en este nuevo libro el autor se ocupa de un grupo de documentales poco estudiados, aquellos realizados por cineastas argentinos en el exilio. Revolución y Democracia se resiste a una lectura simplista de la historia argentina. Campo quiere mostrarle al lector que hay continuidades entre procesos políticos y sociales, y que la producción documental argentina nos permite profundizar sobre la riesgos estéticos y personales que estos cineastas asumieron para representar su contexto político y social.
En los dos primeros capítulos del libro, se recobran las conclusiones principales de su análisis del cine documental político desde 1968 a 1989, para luego examinar con pericia aquellos documentales precursores en la denuncia de prácticas genocidas. En el tercer capítulo, Campo desarrolla su estudio sobre los films rodados en el exilio, enfocándose en directores que formaron parte de organizaciones armadas. En el cuarto y último capítulo, despliega con mayor amplitud los hallazgos de su investigación, que obligan al lector a reconsiderar las continuidades y rupturas no solo en las propiedades formales de los films, sino en las modos de contar y pensar nuestra historia.
El cine documental político es una expresión artística fundamental para entender la reciente historia Argentina. El autor estima que entre 300.000 y 500.000 argentinos se exiliaron durante la última dictadura[1]. Muchos de ellos pertenecían a los círculos intelectuales y concebían al cine como una herramienta de difusión y reflexión. Campo señala que, lamentablemente, los documentales que analiza tuvieron poca difusión en su época. Emilio Crenzel, citado en el texto del autor, registra un cambio importante en las estrategias de intervención histórica que los exiliados concebían: “De la acción por la lucha revolucionaria, hacia la defensa de los derechos humanos, las narrativas viraron de manera brusca en el exilio, dando cuenta de una rotunda derrota política de las organizaciones armadas” (30). A diferencia de otros investigadores, Campo le da especial valor a los testimonios de los protagonistas en los films, y acude a ellos para ilustrar los debates entre militantes sobre la capacidad revolucionaria de la lucha armada. Al igual que en su publicación anterior, Cine Documental argentino: Entre el arte, la cultura y la política (2012), Campo desarrolla –en Revolución y Democracia– una eficaz taxonomía del testimonio para definir tres vertientes: la erudita, la personal y la denuncialista. Esta clasificación del testimonio invita al lector a reflexionar sobre el peso fenomenológico de una declaración frente a cámara.
Asimismo, Campo invita al lector a revisar aquellos documentales que incluyen testimonios claves para entender la articulación de un discurso en favor de la democracia y de los derechos humanos. Según el autor, en su forma más elemental, el testimonio “informa sobre las circunstancias particulares de una vida” (92) y le confiere a las vivencias una carga de verosimilitud: “Valor de la verdad que adquiere” (22). Por ejemplo, el testimonio de Hebe de Bonafini en No al punto final (Jorge Denti, 1986), documental en el que la fundadora de Madres de Plaza de Mayo afirma que los desaparecidos lucharon por la democracia, a lo que Campo agrega: “un concepto ajeno a las narrativas revolucionarias a las que adscribían buena parte de las víctimas del terrorismo de Estado” (62). En Todo es ausencia (Rodolfo Kuhn, 1984), otro importante documental de la década del 80, se entrevista a Bonafini, donde la dirigente asume su postura de no aceptar la devolución de restos humanos. De esta forma, Campo rescata testimonios vitales para acompañar una política de derechos humanos desde las organizaciones de derechos humanos y un Estado democrático. Revolución y Democracia interpela al lector a considerar el posible impacto emocional del testimonio que obligaba al espectador a tomar una posición ética y política frente a los horrendos crímenes denunciados. Como bien dice el investigador, en ciertas instancias, la cámara funcionaba a la manera de un juez: “Sin dudas los testimonios más detallados, y particularmente inquietantes, son aquellos que repasan la forma en que se realizaban las torturas. Inclusive son contadas cuestiones íntimas” (61).
¿Cuáles son, entonces, las características esenciales del cine documental político según el autor? Basándose en su lectura de investigadores argentinos como Octavio Getino, Susana Velleggia, Mariano Mestman, Fernando Martín Peña, e investigadores de habla inglesa, como Bill Nichols, Patricia Zimmermann, Jonathan Kahana y Jane Gaines, entre otros, Campo establece que el cine documental político es contrahegemónico y aspira a representar a la sociedad desde un punto de vista ideológico de modo tal que el espectador pueda reflexionar sobre su realidad y contribuya a su transformación. El cine documental político, profundiza Campo, es muchas veces militante y apoya movimientos políticos y revolucionarios. A pesar que se dedica gran parte del libro a describir la crítica social que articulan los documentales, el autor nos recuerda que las estrategias formales utilizadas por sus realizadores “introducen lo no controlado en campo, [e] indican que la transmisión de mensajes políticos no ha sido lineal” (165). Por tanto, Campo considera que estas fisuras en la estructura formal de un documental, pueden ser instrumentales a la hora de animar el pensamiento crítico del espectador y porqué no, de los realizadores que forjaron una tradición cinematográfica nacional.
Como hemos señalado con anterioridad, el análisis de las estrategias formales es primordial en la pesquisa. Dentro de los conceptos clave que el autor considera están: la voz over, el testimonio, la animación, la imagen de archivo y el uso de intertítulos. Cuando discute la voz over, Campo cuestiona el rol dominante que se le adjudica al narrador, sosteniendo que muchas veces puede insinuar un tono irónico y socarrón. Este tipo de análisis le permite distinguir tres perspectivas: 1) formal, 2) abierta y 3) poética. En líneas generales, la “perspectiva formal” tiene una estructura simétrica y articula un mensaje; la “perspectiva abierta” secunda un proceso de observación y esquiva explicaciones monológicas de la realidad, y la “perspectiva poética” es más accesible e imaginativa (siguiendo la conceptualización de Carl Plantinga).
En los últimos años, diversos investigadores de cine documental han concentrado su análisis en el manejo de ciertas imágenes de archivo a las que asiduamente recurren los documentalistas. Campo menciona las notables secuencias del bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 que aparece en documentales como La memoria de nuestro pueblo (Grupo de Cine 17 de Octubre, 1955). Dentro de la narrativa de este documental, argumenta el autor, el bombardeo es “una prueba de la agresión de la burguesía” (54). Otro ejemplo del uso de ciertas secuencias relevantes es la del remate bovino en Las vacas sagradas, de Jorge Giannoni (1977), que según Campo es uno de los documentales argentinos hechos en el exilio que analiza la historia argentina desde una perspectiva marxista.
Otra importante contribución de Revolución y Democracia son los apuntes críticos sobre las bandas sonoras de los films. Campo se suma de esta forma a otros investigadores argentinos destacados, como Pablo Piedras y Mariano Mestman, que a través de sus artículos interpelan al campo de estudios de cine documental a considerar el importante rol que ocupa el sonido y la música en el montaje: “la música señala la lectura particular de las imágenes que los realizadores pretenden orientar” (55). Se podría agregar, que algunos directores destacados, como Fernando “Pino” Solanas, pensaban que la música era una forma de interpelar a los jóvenes espectadores a sumarse al movimiento revolucionario. Canciones patrias, como el Himno Nacional Argentino o Aurora, acompañan imágenes de denuncia –hambre en las familias obreras, prostitución– para articular una crítica al Estado y al sistema económico capitalista. Campo rescata del olvido cortos como Olla popular (1968), dirigido por Gerardo Vallejo, miembro del Grupo Cine Liberación. En la última secuencia del film, Vallejo realiza un contrapunto de la imagen de una madre amamantando con el simulacro del salto de la púa sobre un vinilo, rayando la estrofa “o juremos con gloria a morir” del Himno Nacional.
Revolución y Democracia es una nueva demostración de la dedicación y consistencia en los trabajos de investigación de Javier Campo. El investigador de cine documental puede encontrar en sus textos estudios sistemáticos y apasionados. A su vez, su escritura revela simpatía por un lector no tan acostumbrado a textos académicos. Sin duda, la intención de Campo es convocar a un público interesado en la política e historia argentina y exponerlo al registro fílmico de sus protagonistas. Al finalizar la lectura de Revolución y Democracia, no cabe duda que Campo siente admiración por la capacidad del cine documental de poder conjurar lo acaecido de una manera artística. En esta relación dialéctica entre lo plástico e histórico, el lector/espectador encontrará un espacio para el ejercicio de una conciencia crítica.
[1] La última dictadura militar argentina tuvo lugar entre 1976 y 1983. Durante el período 1976-1978 se produjo la mayor cantidad de exilios.