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Entre el arte y la investigación. Improvisación, dialogismo y fabulación en Moi, un noir (Jean Rouch, 1958)

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Por Miguel Alfonso Bouhaben

Resumen
El cine de Jean Rouch navega entre la investigación científica y los dispositivos artísticos. El presente artículo tiene la finalidad de mostrar los problemáticos modos de interacción entre ambos dominios del conocimiento a través del estudio de tres aspectos clave de su obra: la improvisación como proceso de creación y búsqueda de lo imprevisible y de lo no regulado; el diálogo como forma de enunciación del encuentro intercultural; y la fabulación como modo expresivo que se localiza entre lo real y lo imaginario. Esta síntesis entre ciencia y cine será estudiada en el film Moi un noir (Rouch, 1958) y se pondrá en relación con algunos aspectos éticos y morales fundamentales en su obra.
Palabras clave:  Jean Rouch, Antropología, Improvisación, Diálogo, Fabulación.

Abstract
The Cinema of Jean Rouch navigates between scientific research and artistic devices. This article aims to show the problematic modes of interaction between the two domains of knowledge through the study of three key aspects of his work: the improvisation process of creating and finding the unexpected and not regulated; dialogue as form of statement of the intercultural encounter, and romancing as an expressive mode that lies between the real and the imaginary. This synthesis between science and cinema will be studied in a Moi un noir (Rouch, 1958) and some basic ethical and moral issues will be linked to his work.
Keywords: Jean Rouch, Anthropology, Improvisation, Dialogue, romancing.

Datos del autor

Doctor en Comunicación Audiovisual (Universidad Complutense de Madrid) con la  tesis “Entre la filosofía de Deleuze y el cine de Godard. Introducción a una topología diferencial de las imágenes y los conceptos” que obtuvo la calificación de Sobresaliente Cum Laude. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y en Filosofía (UCM). Profesor de Filosofía y cine en la Facultad de Filosofía (UCM). Profesor Invitado en el Master en Investigación en Arte de la Facultad de Bellas Artes (UCM). Profesor de Arte y cine en el Master en Teoría, Crítica y Valoración del Arte Contemporáneo del Instituto Superior de Arte I|Art. Profesor de cine en la Fundación Shakespeare de España. Autor de los documentales Palabras y La Muerte de la Filosofía. Sus últimos trabajos de investigación han sido publicados por las revistas Cine Documental, Metakinema, Fotocinema y L´Atalante.

Fecha de recepción
30 de marzo de 2014

Fecha de aceptación
29 de abril de 2014

 

Entre el arte y la investigación

En el visionario artículo “¿El cine del futuro?”, escrito por Jean Rouch en 1962, el cineasta y etnólogo francés sienta las bases de su proyecto cinematográfico. En dicho texto aparecen delineados todos aquellos cimientos éticos, estéticos y científicos que configuran su manera de ver y ser en el mundo. Al final del artículo, hace una defensa de ese otro cine que está en los márgenes de la cultura hegemónica, es decir, de esas formas visuales y narrativas que se escapan de los férreos raíles del cine mainstream y, en definitiva, de esos otros modos de ver y sentir que escapan a la lógica del beneficio en la que se inscribe el cine comercial: “Junto al cine industrial y comercial existe un cierto cine que es fundamentalmente arte e investigación.” (Rouch, 1998: 164). Ese “cierto cine” que se esfuerza por defender, indómito y experimental en su esencia, y que a la vez es arte e investigación, es el que Jean Rouch nos muestra y desvela. Y no se trata de una propuesta meramente estética, de una simple subversión de la formas, ni de un desvío de la norma científica. Michael Renov, en su artículo “Hacia una poética del documental”, afirma que “las obras de arte deberían fomentar la investigación” (Renov, 2010) y abandonar su sometimiento a las ideologías dominantes. La ruptura con las formas del cine comercial, que a menudo generan formas de conocimiento ilusorias (Plantinga, 1997: 377) forjadas por la ideología, y con las normas del estudio científico, van de la mano de sus preocupaciones éticas y, más concretamente, de su posición teórica respecto a la colonización y al profundo etnocentrismo enclavado en las raíces de occidente.Catherine Russell apunta a esta cuestión y revela como en el cine de Rouch se da una correlación entre la innovación estética y la experiencia intercultural: “Las innovaciones de Rouch estaban estrechamente ligadas a los avances en la cinematografía de ficción, especialmente el neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague francesa […] Dentro del canon un tanto fragmentado y diverso del cine etnográfico existe una rica historia de experimentación con el lenguaje fílmico. De Flaherty a Trinh, los cineastas han luchado por hallar un medio de representar “cultura” que se ajuste en cierto modo a la experiencia intercultural” (Russell, 2007: 133).

Para clarificar esta encrucijada entre cuestiones estéticas, científicas y éticas en el cine de Jean Rouch, el presente trabajo se plantea dos objetivos fundamentales. En primer lugar, se trata de  analizar el texto fílmico Moi, un noir (Jean Rouch, 1958) con la idea de identificar la problemática relación entre la ciencia y el arte. El trabajo etnográfico de Rouch se inscribe dentro del ámbito del relativismo cultural de Franz Boas, el cual rompió definitivamente con la mirada etnocéntrica y con la antropología clásica en tanto que disciplina de carácter científico que pretende describir de manera objetiva las determinaciones culturales (Boas, 1964: 9). Por tanto, en Rouch los hechos van a ser tratados desde una perspectiva subjetiva. Asimismo, el modo de representación que va a adoptar ha sido definido por Bill Nichols como modo interactivo que suponen no sólo un encuentro cara a cara con los sujetos filmados sino que, además, “la autoridad textual se desplaza hacia los actores sociales reclutados (Nichols, 1997: 79). De este modo, tanto la ciencia antropológica como el arte cinematográfico viran hacia un proceso dialógico. En segundo lugar, se trata de estudiar los efectos de la colonización, en este mismo texto fílmico, de cara a definir la posición ética con la que este cineasta-viajero se compromete. De esta manera, las preguntas que subyacen a este encuentro entre arte, investigación y ética no dejan de multiplicarse: ¿puede la antropología convertirse en una forma de expresión artística? ¿No resulta problemático y equívoco que la antropología en tanto ciencia objetiva se tiña con la subjetividad del arte? ¿Puede el cinematógrafo convertirse en una técnica y un arte imprescindible para la investigación científica? ¿Puede el cine ser un catalizador para el cambio y la crítica social? Nos encontramos, sin duda, con un film que se mueve en un territorio interdisciplinar. Y esta interdisciplinaridad, no conviene olvidarlo, abre un campo de encuentroentre dominios diversos que va a abrir una nueva senda a las prácticas del cine actual más vanguardista: el film-ensayo, el videoarte o el fake van a beber de esta nutritiva fuente rouchiana. Jean Rouch aporta una serie de elementos claves que serán uno de los reconstituyentes básicos del cine contemporáneo. Por ello, cineastas como Jean-Luc Godard o Chris Marker no dudan en situarle como una de sus influencias más rotundas.

El cine como improvisación, diálogo y fabulación

En la obertura de Moi, un noir, la voz en off de Jean Rouch describe el proceso de creación del film. Esta táctica de mostrar, justo antes de comenzar la narración, los hilos de la marioneta, los entresijos y la maquinaria de producción, supone un gesto inequívoco de modernidad que ha ejercido un fuerte impacto en el cine-ensayista por antonomasia: Jean Luc Godard. El autor de Histoire(s) du cinema no ha ocultado nunca que Rouch es uno de sus maestros y que sin él su cine no habría sido posible. Este proceso metafílmico que  Rouch pone en movimiento lo describe así: “Durante seis meses he seguido a un pequeño grupo de jóvenes emigrantes de Níger en Treichville, suburbio de Abidjan. Les propuse rodar un film donde interpretaran sus propios papeles, donde tuvieran el derecho de hacer y decir lo que quisieran. Así fue como improvisamos este film”.

Quedan patentes dos de las ideas nucleares de su estética: la improvisación y el trabajo colectivo. Ambas ideas están claramente conexionadas. Son dos caras de la misma moneda. Jean Rouch logra realizar un film basado en la improvisación: no hay un guion previo, ni método de análisis objetivo. Todo se decide sobre la marcha junto con los personajes-actores protagonistas, en diálogo con el otro. El otro que no es un actor, sino un modelo tomado de la vida. Algo que Robert Bresson también puso en práctica en el ámbito de la ficción, ya que trabajó en muchas ocasiones con actores no profesionales a los que aconsejaba que no había que representar a nadie (Bresson, 2007: 54). De este modo, sin situarse al margen de aquellos a los que filma ni disponer una distancia crítica de lo registrado, su propuesta parte de una comunión con el otro, compartiendo con ellos la vida dentro y fuera del film, haciendo del cine un espacio de experiencias comunes compartidas. El cine de Rouch configura un tipo de enunciación colectiva: se trata de hacer cine con los otros para dejarse atravesar por sus problemas y sus sueños. Todo lo contrario al método de observación utilizando en las ciencias. Pero, aparte de la puesta en escena de la estrategia de creación, el flujo de la voz en off de Jean Rouch continúa con la presentación de los personajes, dando lugar a una nueva clave de lectura: “Uno de ellos, Eddie Constantine, fue tan fiel a su personaje, Lemmy Caution, Agente Federal Americano, que, durante el rodaje, fue condenado a tres meses de prisión. Para el otro, Edward G. Robinson, el film se convirtió en el espejo donde se descubrió a sí mismo, el antiguo combatiente de Indochina, rechazado por su padre porque había perdido la guerra”. Podemos entender, en este punto, que Rouch no sólo busca que los protagonistas del film interpreten su propia vida, sino que pretende además que esta vida aparezca atravesada por unamáscara de ficción. Así, en su cine se da una mezcla entre lo real y lo ficcional, entre el documento y la fabulación.

Tenemos por tanto tres elementos estéticos y artísticos que componen la lógica de su modo de investigación etnográfica: la improvisación como proceso de creación, el diálogo con los jóvenes nigerinos como modo de enunciación colectiva y la fabulación o enmascaramiento ficcional de los documentos registrados como forma expresiva. A partir de estos elementos, se trata de abordar la conexión heterogénea que se da entre la lógica de la investigación científica y la estética de la expresión artística a partir del análisis de cada uno de estos elementos.

La improvisación como proceso de creación

“Nunca he escrito nada antes de comenzar un film” (Rouch, 1998: 155). Esta afirmación apunta al carácter antiteleológico de su proceso creativo. Nada está decidido de antemano. Todo se va a ir organizando en el encuentro con los otros. Sin duda su cine supone todo un spinozista arte de los buenos encuentros donde escuchar es la clave de la práctica de la antropología visual. “Un guion no se escribe, se escucha” (Rouch, 2004: 19). Y ese escucharse refiere a las voces de los otros, voces con las que establecer un diálogo, voces que encarnan un encuentro y que configuran su cartografía personal. Esas voces que habitarán para siempre en Jean Rouch y que son la materia prima que él organiza, no como un demiurgo todopoderoso y omnisciente, sino desde la espontaneidad y al margen de métodos, reglas y recetas. En sin duda unos de los cineastas que mejor ha comprendido la función del azar y de lo aleatorio, “uno de los más notables ejemplos que conocemos del uso del alea como componente estructural”(Burch, 1970: 123).

El modo de producción de Rouch no parte de la representación del otro. Él opta más bien por improvisar junto a los otros. No fija objetivos ni fines a su práctica de filmación, pues considera oportuno permitir que los caminos que le llevan a conocer el paisaje cultural en el que está inmerso le sugieran bifurcaciones y giros imprevistos. El cine será arte y ciencia de las mutaciones y de las variaciones. La producción siempre es abierta y alterable por lo que acontece, por lo aleatorio de la vida que posibilita la aparición de lo nuevo, de aquello que no está codificado. Nada que ver, por tanto, con la lógica de la ciencia antropológica clásica que parte siempre de una metodología y unos objetivos bien definidos y preconfigurados. Y lo mismo puede decirse del cine clásico que también parte del esquema preestablecido dibujado en el guion como estructura regulativa que no deja espacio a la irrupción de lo imprevisible. De este modo, podemos afirmar que los métodos de la antropología clásica y del guion cinematográfico niegan todo azar y todo encuentro imprevisto. Como sostiene Serge Daney, el guion siempre está del lado del poder (Liandrat-Guides y Leutrat, 2003: 68). El guion es la cadena que esclaviza al cineasta a poner en escena un espectáculo que ya ha sido decidido a priori: de principio a fin. Y todo ello por necesidades comerciales. Al cine comercial, la mayoría de las veces, no le interesa el lenguaje del arte y, en consecuencia, solo entiende la lógica científico-económica de los beneficios. Podemos preguntarnos, como hace uno de los protagonistas del film cuando parece no encontrar salida a su encrucijada vital: “¿Por qué siempre el dinero?

De este modo, la improvisación será la manera que Jean Rouch tiene para experimentar en el mundo. Improvisación a la hora de elegir los encuadres, los movimientos de cámara, los personajes, las relaciones entre las imágenes. Toda una práctica de la libertad ejercida en sus viajes por el continente africano y en sus encuentros e interacciones con aquellos otros con los que hace cine. Como en una jam session de jazz -él que tanto amo esta música- donde cada cual tiene su rol, su gesto y su movimiento, y lo pone en común con los demás. Sin partitura ni códigos establecidos. Sólo con la fuerza espontanea que permite poner en movimiento un latido común, una vida compartida, un acto de creación colectiva, libre, simultánea y orgánica. Al modo de los cadáveres exquisitos de los surrealistas: producción azarosa y automática. El jazz y el surrealismo, por tanto, aparecen en el cine de Rouch dos referentes incuestionables para entender su pasión por captar lo real de manera improvisada y espontánea.

Ahora bien, hay que apuntar que la improvisación se ejerce sobre el flujo de los acontecimientos de la vida. Y es esa vida, en su proceso de autoorganización, la que permite ejercer a Rouch una observación no dirigida sobre ella. Se trata de conservar el carácter bruto de la vida. Terry Eagleton determina en su obra La estética como ideología, en un tono decididamente nietzscheano, como la voluntad de poder del creador tiene que imitar el carácter salvaje de la vida en la medida en que ella “sólo exige que tú hagas lo que ella hace, a saber, vivir en un estilo cambiante, experimental, proclive a la improvisación dando forma a una multiplicidad de valores (Eagleton, 2006: 324). Esta idea aparece cristalizada en Moi, un noir ya que Jean Rouch asume en su cine ese “estilo cambiante y experimental” que consiste en improvisar con/sobre/desde la vida, poniendo en escena una radicalidad que rompe los cimientos de aquel cine que sólo se basa en dividendos.Así, él prefiere estar abierto al encuentro con lo que acontece, con la vida. Describe la vida en el mercado, el trabajo, los juegos, los bailes, los deportes y las creencias de los habitantes de Treichville. Sin duda esto es algo que aprendió Dziga Vertov, uno de sus referentes junto a Flaherty. Para el cineasta ruso, el objetivo del cine se fundaba en dirigir la mirada hacia la vida, escenificar lo móvil y fugitivo de los acontecimientos: “El escenario es demasiado pequeño. Entren, pues en la vida” (Vertov, 2011: 166). Rouch, para captar ese vaivén fugitivo de la vida, admitió como suyas algunas de las prácticas vertovianas del cine-ojo: la eliminación del trípode en la filmación y la fluidez y libertad en los movimientos de cámara, ambas indudablemente ligadas a la improvisación en tanto captura de lo visible-imprevisible. Estas técnicas de improvisación producen imágenes imperfectas, inestables y maravillosas que “son bellas porque tiemblan” (Morin, 2004: 11). De este modo, la improvisación como método de creación etnográfica elude todos los mecanismos objetivistas que definen la antropología como “el estudio científico de la cultura” (Malinowski, 1970: 11) y abre un espacio a la subjetividad, al temblor del yo. Por ello, para Jean Rouch el cine será no sólo una herramienta de análisis científico, sino también un dispositivo de creación estética no esclavizado por la objetividad de los hechos. El cine como medio de captura de la aventura, de lo que no se sabe, de lo impensable. El cine como acto de libertad que tergiversa la lógica de la ciencia y la hace devenir viaje discontinuo y metamorfosis del sentido.

El diálogo como forma de enunciación

Si el proceso de creación de Jean Rouch está al margen de las coerciones que impone “cierto cine comercial” por medio de las prescripciones del guion y, por otra parte, se posiciona de manera crítica a las propuestas objetivistas de “cierta antropología” que pretende realizar una descripción de los hechos de la cultura evitando la observación participativa, respecto al modo de enunciación también esquiva todo orden cultural dominante. La norma enunciativa tanto en el cine comercial como en la ciencia es el monólogo. Tanto los cineastas como los científicos obvian cualquier forma de dialogo con su objeto de estudio, pues establecen una distancia crítica con lo otro. Podemos afirmar, siguiendo la terminología marxista, que el cine comercial sólo perpetua el orden dominante (la estructura social hegemónica) y convierte la obras en espectáculos (superestructuras que justifican la estructura social dominante) para ser digeridos de manera acrítica. Como asegura Guy Debord: “El espectáculo es lo opuesto al dialogo” (Debord, 2000: 17). De este modo, el cine-espectáculo y la antropología no participativa elaboran dispositivos discursivos que establecen un monólogo consigo mismo: puro ensimismamiento narcisista y etnocéntrico.

Ahora bien, ¿cómo construir un diálogo con lo otro? ¿Cómo salir de la enunciación subjetiva de lo científico y lo artístico? Rouch propone una técnica de apertura y de relación con el otro muy sencilla: la proyección del material filmado de las personas con las que ha trabajado con la intención de buscar reacciones, críticas y comentarios que le permitan reelaborar el material audiovisual. Y esta táctica, sin lugar a dudas, es fundamental para el arte y la investigación: “El cine era una instrumento de investigación insustituible, no solo por su facultad de reproducir indefinidamente lo que ha sido observado, sino por la posibilidad de proyectar el documento extraído ante las personas observadas y estudiar con ellas a partir de las imágenes su comportamiento” (Rouch, 1998: 161) De este modo, el film no se termina después de la proyección, pues su propia temática consiste en el dialogo y la colaboración que se da entre el cineasta y los actores al visionar el material registrado. El cine deviene participación colectiva, en la medida en que de este diálogo surgen dudas preguntas y comentarios, que luego se incluirán en el montaje definitivo. Es una forma de que los sujetos hablen por sí mismos evitando así el recurso a la narración clásica omnisciente (Lutkehaus y Cool, 1999: 437).

Asimismo, esta práctica de producción supone una crítica del monolingüismo de la ciencia antropológica clásica y del cine comercial, y abre las puertas a un modelo de enunciación colectivo y plural. Sabemos que la antropología clásica no tiene en cuenta la opinión que los sujetos investigados tienen sobre el trabajo etnográfico. Lo mismo ocurre con el cine  documental de observación o con el cine comercial. Esta es, a juicio de Rouch, la gran diferencia entre la antropología clásica y la antropología visual que él defiende:

Hagamos una comparación entre la antropología clásica y la antropología visual. En la primera usted toma un profesional de una prestigiosa universidad y lo envía a un lugar remoto, donde la gente no usa el lenguaje escrito. Por el solo hecho de tratarse de una investigación, los pobladores se sienten incómodos y su rutina se trastorna. Cuando el informe está completo, los antropólogos vuelven a su Universidad, escriben sus informes y posiblemente obtienen distinciones. ¿Cuál es el resultado para aquellos que fueron investigados? Ninguno; la irrupción del antropólogo no les arroja beneficios. La gente no lee el informe. Con una cámara se puede obtener un resultado más fructífero. La película puede mostrarse a la gente, que puede así discutirla y tener acceso a lo que les ha sucedido. Por malo que el filme sea les permitirá reflexionar sobre sí, y les dará una oportunidad de verse desde cierta distancia. Tal distorsión cambia todo. En el primer ejemplo dado, sólo puede haber alguna recompensa para el investigador y para la ciencia en abstracto. En el segundo, se puede obtener todo aquello y también beneficios para la gente (Rouch, 2005:101).

Jean Rouch, trascendiendo este aparato normativo de la ciencia antropológica clásica, propone un modelo discursivo dialógico para alcanzar otra verdad diferente de aquella que pretenden conquistar aquellos que piensan que por medio de la observación no participativa los hechos no son distorsionados. Se trata de considerar al otro como un sujeto -y no como un objeto- con la firme intencionalidad de que sea posible un encuentro. El cine será para Rouch un medio para establecer lo que denomina unas veces “etnodiálogo” y otras “cine-contacto” y que consiste en el mutuo intercambio de reflexiones sobre los hechos registrados, lo cual aporta beneficios no sólo al antropólogo sino también a la comunidad estudiada. De este modo, el visionado del material filmado posibilita que la sociedad estudiada y el antropólogo puedan pensarse a sí mismos y, por tanto, genera un espacio de mutuo autoconocimiento. Pero ahí no termina el proceso. Con los comentarios a las imágenes proyectadas, como hemos apuntado, Jean Rouch va a reescribir el film junto con Amadou Demba, Karidyo Faoudou, Gambi, Oumarou Ganda, Seydou Guede, Alassane Maiga y Petit Touré, que se convierten en auténticos coautores. El cineasta trabaja la banda de imagen y la alteridad cultural elabora el sonido. Así, la versión definitiva va a tener las características y cualidades de un palimpsesto, de una reescritura coral y múltiple. Sobre esta cuestión, Diane Scheiman ha introducido la noción de “imaginación dialógica” para estudiar el coro de voces que se inscriben en otro film de Rouch, Les maîtres fous (Rouch, 1955), recurriendo a la crítica literaria de Mijail Bajtin, y en concreto, a sus estudios sobre la polifonía de voces en la obra de Dostoievski (Scheiman, 1998: 188).

Hay que apuntar, por tanto, que las implicaciones socio-políticas de esta técnica dialógica pone en solfa el etnocentrismo que ha caracterizado a gran parte del cine antropológico en tanto que Jean Rouch no trata a los sujetos filmados desde una posición jerarquizada, desde una atalaya de poder, sino como sujetos autónomos con un papel sustancialmente activo y participativo. En el juego de interacción no hay niveles de poder sino libre intercambio de opiniones, lo que implica que el par conceptual identidad/diferencia pierda su sentido. Se trata de ir más allá de esa dicotomía. Sin duda su cine no busca una verdad exterior, sino una verdad que es la síntesis del juego de la  interculturalidad. Una verdad que también va más allá de la diferencial verdad/ficción y que emerge de la relación entre la mirada del cineasta y la alteridad cultural que quiere conocer, entender y pensar para no caer en la falacia de la superioridad raciológica.

Por otro lado, tenemos que tener presente que este modelo del diálogo es un elemento clave para la configuración de lo social. Desde Platón, el diálogo ha sido la práctica fundadora de la democracia occidental. Ahora bien, parece como si los occidentales lo hubiésemos olvidado y, por ello, deberíamos volver a aprender, en una suerte de proceso reminiscente, de las sociedades africanas. En occidente, progresivamente, se ha producido una amnesia de los aspectos comunes y hemos ido recorriendo un camino de profunda individualización. De este modo, podemos establecer tres ejes conceptuales de cara a mostrar la profunda diferencia entre Occidente y África. Serían los siguientes: sujeto/colectivo, monologo/diálogo, razón/mito. Estos ejes conceptuales o significantes los podemos ver expresados en las prácticas terapéuticas de Occidente y de África. Si para los occidentales la práctica terapéutica es privada, monológica y científica, como en el caso del psicoanálisis; en África es pública, dialógica y basado en el mito, como ocurre en las prácticas rituales. Así lo explica Rouch en una entrevista sobre su anterior film Les maîtres fous:

Quería explicar que el ritual era un método que les permitía funcionar en la sociedad normal con menos conflicto. Quería aclarar que no eran locos. Un punto importante que perdimos era que la terapia para los africanos no es una consulta privada como la del psicoanálisis y la mayoría de las terapias occidentales. La terapia que filmamos era un rito público, hecho a la luz del sol. Este es uno de los puntos más importantes que los occidentales deben aprender (Rouch, 2005: 99).

En definitiva, esta posición ética repercute y se refleja en su discurso estético. A medida que va puliendo su método etnográfico, al no tratar de describir a los sujetos estudiados desde la frialdad objetiva, y preferir una relación que derribe los muros de la cultura a través del diálogo, Jean Rouch va elaborando sus estilemas y sus códigos artísticos. Por consiguiente, Rouch va desarrollando lo que Deleuze-Guattari denominan un agenciamiento colectivo de enunciación (Deleuze y Guattari, 1998: 38) en el que se disuelvan las fronteras entre sujeto observador que se localiza tras la cámara y el sujeto observado que se muestra delante de ella. Un proceso de enunciación que no pone de manifiesto una estructura social sino que manifiesta un modo de estructuración a través de la interacción discursiva que se ejerce entre la mirada del cineasta y los modelos-actores.

La fabulación del documento como modo expresivo

Hemos argumentado como la improvisación es el proceso de producción mediante el cual se ejerce una síntesis libre e indefinida del sujeto con la realidad, y como el diálogo es la forma de enunciación que sintetiza, sin determinaciones ni estructuras de poder, al sujeto observador con sujeto observado. Ahora toca evaluar el modo expresivo que sintetiza las formas del documento con las formas de la ficción. En Moi, un noir, cada uno de los dos jóvenes inmigrantes nigerinos que llegan a Costa de Marfil en busca de una vida mejor interpretan su propio papel desde la adopción del nombre de dos estrellas del cine: Eddie Constantine y Edward G. Robinson.

imagen 1. jean rouch¿Es gratuito este enmascaramiento? ¿Es un juego de sustituciones carente de sentido? Si comprobamos las biografías de ambos actores descubriremos dos datos que concuerdan con el de los protagonistas de Moi, un noir. El primer dato común que nos encontramos es que ambos son inmigrantes. Eddie Constantine, cuyo verdadero nombre es Edward Constantinowsk, nació en Los Ángeles, pero es hijo de padres inmigrantes. Su madre es de origen ruso y su padre de origen polaco. Por su parte, Edward G. Robinson, llamando con anterioridad Emanuel Goldenberg, nació en Bucarest (Rumanía) y en 1903 emigró a Estados Unidos. El segundo dato es que ambos actores han representado siempre el papel de tipo duro. Por consiguiente, el enmascaramiento de los protaimagen 1. jean rouchgonistas y el acto de fabulación que ponen en marcha supone la asunción, por parte de los modelos-actores, de estas dos cualidades distintivas. Quizá no le falta razón a Walter Benjamin cuando afirma que “el hombre se orienta según las máscarasque le son presentadas” (Benjamin, 1989: 148). Moi un noir  desarrolla un modelo de narración donde lo real y lo ficcional se vuelven codependientes y se reflejan mutuamente. Cuando los personajes protagonistas del film adoptan una máscara ficcional, esta les sirve para orientarse en un territorio donde no se produce una quiebra o un cortocircuito entre el documento y la escenificación, sino un nuevo modo de relato que se instala en la frontera. En el cine de Rouch se da lo que Jorge Grau llama refracción: el film es como un prisma que se deja penetrar por elementos documentales y de ficcionalización que alteran su naturaleza esencial (Grau, 2005: 25). Moi un noir no hace otra cosa que deconstruir los géneros, refractarlos y hacerlos delirar, lo que provoca que a la hora de categorizar el film podamos localizarlo dentro de la tipología del cine-ensayo.

imagen 2. jean rouchEsta idea de enmascarar la realidad filmada con vetas de ficción, que va ligada a la técnica de descomponer el territorio puro de los géneros cinematográficos por medio de su entrelazamiento y su síntesis, le sitúa en la órbita de las rupturas del surrealismo. Los ejercicios de ficcionalización que desarrolla parten en muchos casos de la imaginación y los sueños de sus modelos-actores, que provocan que emerja de su inconsciente aquello que había sido reprimido. En la secuencia donde Robinson muestra su deseo de ser estrella del boxeo asistimos a la escenificación de un sueño de una forma cercana al surrealismo. Ahora bien, a diferencia de los sueños escenificados por los surrealistas que tenían un carácter subversivo de la moral y la política dominante, en el caso de Rouch parece latir una claudicación, una imposibilidad que hace inviable el cumplimiento de su deseo: “Eso es lo que sueño ser” -dice Robinson- “campeón delimagen 2. jean rouch mundo de peso pluma, Ray Sugar Robinson. Oh, desgraciado. No soy boxeador, no es más que un sueño”. Esta desesperación por no cumplir el sueño de ser boxeador pone de relieve la huella y los efectos etnocidas del colonialismo. Son muchos los estudiosos que han indicado la influencia del surrealismo en la cinematografía de Rouch. Daniela Dumaresq hace hincapié en como “él utilizó ampliamente la ficción para comunicar sus registros antropológicos, sin dejar de utilizar las técnicas del surrealismo y de la interpretación de los sueños y tal vez, más brillantemente, desvaneciendo la separación entre los documentales y las películas de acción en favor de una integración imaginativa de ambos conceptos” (Dumaresq, 2007: 77). Esta influencia del surrealismo también la han señalado Paul Stoller, que asegura que “como Artaud, él está muy influenciado por el surrealismo” (Stoller, 1992: 53), y Paul Henley, que en The adventure of the real. Jean Rouch and the craft of ethnographic cinema evalúa las relaciones entre etnología y surrealismo (Henley, 2009: XXI). Por tanto, Rouch muestra una verdad que no se ciñe al registro y que contempla también la subjetividad y los sueños.

Esta es la característica esencial de la ethnographie verité: ir más allá de la verdad en tanto que registro objetivo de los hechos para producir una verdad en la que la presencia activa de la alteridad cobra protagonismo. El cineasta participa, se hace visible, produce la realidad. Este modo de expresión de lo real lo adoptó de Flaherthy que solicitaba a los sujetos filmados la recreación de escenas, lo que provocaba una suerte de fabulación y ficcionalización en la medida en que los sujetos actuaban ante la cámara. El modo de expresión de Jean Rouch se establece como un desvío, como una versión, como un simulacro de lo real en busca de una verdad esencialmente cinematográfica. Cuando el antropólogo, en tanto científico, es también artista, entonces dice la verdad aunque mienta.

De este modo, Rouch desarrolla en Moi un noir un modo de documental contaminado por elementos ficcionales, y donde los hechos filmados son deformados por los comentarios y las recreaciones. O por los sonidos que se incluyen en el montaje, como ocurre al inicio del film donde escuchamos una serie de disparos mientras en la banda de imagen aparece un cartel de una película del Far West. Tanto los hechos como los personajes devienen otro y se enmascaran ya que se muestra su realidad por medio de los roles que adoptan en el proceso de fabulación. Hay, por tanto, una mezcla entre narración ficcional y etnografía, es decir, una etnoficción que muestra que toda filmación documental ha de ser reinterpretada como acto de creación, ensayo, experimento. Gilles Deleuze muestra como este juego de la verdad es también un juego de la identidad:

Para Rouch, se trata de salir de su civilización dominante y de alcanzar las premisas de     otra identidad (…) deben hacerse otros, con sus personajes, al mismo tiempo que sus personajes deben hacerse otros también. La célebre fórmula: «lo cómodo del documental es que uno sabe quién es y a quién filma», pierde validez. La forma de identidad Yo = Yo (o su forma degenerada, ellos = ellos) cesa de valer para los personajes y para el cineasta, en lo real tanto como en la ficción. Lo que se deja adivinar es más bien, en grados profundos, el «Yo es otro» de Rimbaud. Godard lo decía a propósito de Rouch: no sólo para los propios personajes sino también para el cineasta, quien «blanco igual que Rimbaud, declara también él que Yo es otro», es decir, yo un negro.»«Yo es otro» es la formación de un relato simulante, de una simulación de relato o de un relato de simulación que destituye a la forma del relato veraz. El personaje no cesa de pasar la frontera entre lo real y lo ficticio (la potencia de lo falso, la función de fabulación) (Deleuze, 1987: 205).

Se trata, en definitiva, de situarse en el intersticio entre lo real y lo imaginario, entre el yo y el otro, para mostrar la verdad, para conocer el mundo al margen de los cánones formales e ideológicos del positivismo cientificista y de las representaciones hegemónicas. Su cine supone un juego de las diferencias entre el documento de la realidad y la ficción de la imaginación: una fabulación real  entre el Moi y el noir:

Conclusiones: una mirada intercultural

Las conclusiones que se pueden extraer de los modos de producción audiovisual de Jean Rouch han tenido un gran impacto en el cine moderno y contemporáneo. Estos modos de producción, como hemos argumentado, tienen implicaciones decisivas a la hora de proponer nuevos modelos de producción de la realidad. En primer lugar, hemos mostrado como el cine de Rouch y su propuesta de una antropología visual abre un espacio a un modelo de investigación que hace de la antropología una disciplina artística donde la captura de lo fugitivo, azaroso y aleatorio de la vida es una premisa fundamental. En segundo lugar, hemos explicado como la construcción dialógica de Moi, un noir establece un espacio fílmico plural donde la comprensión intercultural rompe con la mirada etnocéntrica. Y en tercer lugar, hemos visto como la ligazón entre la realidad y la ficción supone una nueva forma de verdad sustancialmente cinematográfica.

imagen 3. jean rouchEstas novedades no son meramente formales ya que suponen una posición ética y crítica respecto a la barbarie de la colonización. El esfuerzo de Rouch consiste en imagen 3. jean rouchponerse en el lugar del otro. Su cine es un reflejo de las transformaciones sociales africanas tras el proceso colonizador y expresa tanto la explotación económico material como la explotación cultural. En Moi un noir filma los efectos de esta explotación: tiendas con rótulos en inglés y francés, asunción del idioma colonizador y asimilación de elementos de la cultura opresora como el rock o el boxeo. Ante la barbarie acometida por los pueblos colonizadores, Jean Rouch produce una mirada intercultural, una mirada másallá de las fronteras, una mirada que trata de entender mediante imágenes los procesos de colonización. En definitiva, una mirada que trata de subvertir el orden dominante para terminar de una vez por todas con el servilismo impuesto a los hombres y mujeres de África.

 

Bibliografía

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Tropicália (Marcelo Machado, 2012)

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tropicalia

El documental comienza con un prólogo en el que Caetano Veloso y Gilberto Gil están tocando en la TV de Lisboa, corre el año 1969 y ellos ya llevan algunos meses de exilio, a fines del año anterior se fueron de Brasil, previo paso por la cárcel y obligados por las circunstancias dictatoriales. Este prólogo adelanta que uno de los intereses será rastrear o reconstruir una definición de tropicalismo, su génesis, contradicciones y alcances, más allá de la efímera duración que tuvo el movimiento, según las declaraciones de los dos músicos.

La estructura documental es bastante organizada, se divide en capítulos titulados por los años en que oficialmente se desarrolló el tropicalismo: 1967 y 1968, para luego, en el apartado 1969, retornar al prólogo, al exilio y al regreso a Brasil, con momentos musicales, testimonios actuales e imágenes del mismo carácter en las que Veloso y Gil observan un pre-montaje de la película Tropicália, situación que funciona también como un epílogo y traza un arco directo con los archivos pretéritos, hay una puesta en abismo que se repetirá con otros recursos.

Tal como en Chronique d´un été, de Edgar Morin y Jean Rouch, Marcelo Machado expone el trabajo de investigación a los que a la vez, años atrás, fueron protagonistas del tropicalismo (y de los archivos), se hace eco de las contradicciones que el material ofrece y realiza un montaje que oscila, justamente, entre la exposición de la contradicción, por un lado, y la acumulación semejanzas o puntos de contacto, por el otro. Que el director evite plantear una tesis didáctica, que no ataque ni solucione la contradicción, lo ubica en una posición que en los años tropicalistas parecía fundamental: ser permeable a lo desemejante para que las (nuevas) formas del arte surjan de la mezcla, del corrimiento de límites y no de la exclusión, en algún punto, falsamente nacionalista. Es que la contradicción no sólo emerge del contacto entre testimonios e imágenes, sino que está imbricada en el proceso histórico de Brasil y, como muestran los archivos con recurrencia, en una década cargada de controversia entre lo intelectual y lo popular, lo extranjero y lo nacional, los mass media y su correlato apocalíptico.

Entre el prólogo y el capítulo final, un sinnúmero de vertiginosos archivos que recorren el movimiento en su gestación, desarrollo y presunta culminación. El engranaje está puesto en la música, sin embargo el contacto con otras artes, medios y manifestaciones sociales y políticas expone un contagio de época que no se puede reducir a algo que únicamente pasaba con la música popular brasileña. Es un documental sobre la música y muy musical, pero eso es sólo una parte. Se presentan varias conexiones que bosquejan un viaje en el tiempo hasta la década del ´20 y el modernismo brasileño.

Imágenes y testimonios se cruzan y acoplan, se cuestionan y convalidan, el discurso se construye con múltiples capas, en una textura que es connatural al tropicalismo. Esta última característica hace que la estética elegida (de intervención, experimentación y mucho ritmo) sea la más adecuada y orgánica para embarcarse en un movimiento semejante, sin abandonar nunca la cuota testimonial e histórica.

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El Tropicalismo, según se puede concluir de todos los testimonios (directos y huidizos) que presenta el film, excede los títulos y el movimiento de la música popular brasileña y se erige como una postura que sintetiza lo desemejante. Esto traza un viaje hasta los años veinte, época en donde emergió el modernismo brasileño. En la Semana de Arte Moderno, realizada en San Pablo en 1922, se había postulado la necesidad de una lengua brasileña o nacional, que abandonara la lengua elitista heredada del yugo colonial.Oswald de Andrade escribió en 1924 Pau-Brasil, manifiesto para la poesía en el que expresaba la necesidad de consolidar una lengua propia, “a língua sem arcaísmos, sem erudição. Natural e neológica. A contribuiçao miliónaria de todos os erros. Como falamos. Como somos”, que pusiese en cuestión lo europeizante (Correio da Manhã, 18 de marzo de 1924). Luego, dos obras bastante emblemáticas para el pensamiento del ser brasileño, en las que se centra la conexión planteada: el Manifiesto Antropófago del mismo autor y la novela Macunaíma de Mário de Andrade (influenciada por el manifiesto), ambas de 1928. Estas obras aluden al multiculturalismo en la historia de Brasil, al acto de devorar lo europeo para asimilarlo por modificación, al lenguaje y a las lenguas como manifestación de poder. Es en el programa antropofágico en donde el tropicalismo pareciera resonar y viceversa.

Estas tendencias de comienzos de siglo abrevaban de las múltiples fuentes con un objetivo, por lo menos, intrincado: respetar las raíces sin proclamar un origen, nutrirse de lo extranjero (o, más precisamente, europeo) sin sumirse a formas y contenidos que no les son propios como brasileños, criticar sin excluirlo, ser irónicos y forjar un imaginario nacional basado en el montaje de la diferencia, en el intercambio y no, como proponía el movimiento de derecha Verde-Amarelo (o Escola da Anta), en una identidad nacional o un ideal racial que buscara una pureza de raíces.

Esta efervescencia modernista resuena en la década del ´60 con varias figuras que reivindicaron que lo nacional en definitiva no versaba sobre el rechazo o la imitación de la cultura extranjera, sino sobre la reflexión acerca de los contactos que se producían al interior de Brasil y entre éste y el extranjero, sobre las contradicciones y contagios que dieron como resultado diferentes expresiones culturales, y fundamentalmente sobre una experimentación constante que corría los límites en las artes y en el pensamiento.

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El prólogo que adelantamos es también una frustración que motiva la búsqueda e indagación archivística. En 1969, Caetano Veloso y Gilberto Gil, principales impulsores y representantes del Tropicalismo, dicen desde el exilio que el movimiento ya no existe, que ellos no están en Brasil y que lo que están tocando no tiene nada que ver con el Tropicalismo. Los presentadores de TV los indagan, quieren saber cómo definen al movimiento, le preguntan a Caetano cómo lo explicaría para un público inglés y el músico dice, entre risas, “Well” (bien/pues), pero la explicación se trunca con un corte a negro y un crescendo musical que le da ritmo a un montaje vertiginoso de muchas imágenes emblemáticas para el Tropicalismo, el arte y la convulsión social latinoamericana (revolución, muerte del Che, etc.).

Este inicio concentra dos claves, si bien la definición de Tropicalismo parece huidiza, el contraste entre los archivos pone de relieve que no puede ser sólo un breve momento en la música brasileña; al mismo tiempo, más allá de la incorporación de testimonios y archivos ligados al teatro, la plástica y el cine, todo el engranaje de la película versa sobre lo musical, sobre Caetano Veloso y Gilberto Gil en particular, no para reafirmar lo que los músicos contestaron en Lisboa, sino para reforzar que no todas las capas del discurso se asemejan y que, más allá de la producción artística de los dos años que duró el movimiento de manera “oficial”, hay algo del Tropicalismo que emerge lateralmente.

El cuestionamiento que realiza Machado es de índole positiva: no pretende refutar una idea o testimonio, sino que de una manera simple y compleja (al parecer todos los discursos que surgen de lo tropical están destinados a transitar la contradicción) expone y exacerba lo que necesariamente surge de la convulsión y de la mezcla. No construye un discurso didáctico, pero expone muchas ideas con el montaje.

Pese a la intelectualización o categorización que se puede hacer mientras las cosas suceden, existen aspectos que no pueden ser recortados u observados por la propia cercanía, por lo que no es fortuito ni negativo que los archivos muestren contradicciones y es interesante que el director aproveche tanto esa contradicción, porque los archivos en su combinación terminan diciendo mucho más que lo dicho a nivel individual e inevitablemente hay claridades que surgen más de la confrontación que de la tolerancia (en el sentido más negativo que pueda leerse el término).

En el documental, el Tropicalismo es definido con mayor literalidad por dos artistas: por un lado, el multitask Rogério Duarte, que lo describe como la única estética que reflejaba sus propias contradicciones —y si se quiere de Brasil— entre el vago y el erudito, entre el bahiano y el carioca, entre el europeo y el africano, que buscaba una síntesis entre ideas contradictorias y no era sólo un movimiento de la música popular de Brasil; por otro lado, el artista plástico Hélio Oiticica, quien en 1967 realizó una obra titulada Tropicália, era una instalación-ambiente transitable, con elementos propios de lo tropical, palmeras y vegetación típica, arena, pájaros, y otros como un televisor, poemas y unos paneles que técnicamente son penetráveis y parangolés (dentro de sí tienen una apariencia-estructura cambiante y requieren la penetración del espectador, que se involucre de cuerpo entero en la experiencia). Oiticica dice que Tropicália no era sólo un título, sino una postura estética, una posición frente a las cosas. Ambos testimonios coinciden en lo que se presume al investigar el proceso histórico de Brasil, una génesis con influencias múltiples que necesariamente no puede reducirse a lo igual, sino que, muy por el contrario, punza en la desemejanza para vitalizar la forma y el contenido del imaginario brasileño. Es importante pensar en este trabajo con la contradicción como una intención subversiva, ya que anularla daría algunos resultados: la prolongación de la sujeción cultural mediante la homologación identitaria o la búsqueda de raíces místicas, con la negación rasa de lo extranjero, un nacionalismo extremo, tal como el fascismo y el nazismo en Europa.

El carácter mestizo de lo brasileño no era pensado entonces desde un discurso tolerante, aunque también había de éste, sino desde la búsqueda genuina/crítica de un imaginario propio, proceso que no postulaba una definición cerrada o excluyente del país, sino que se hacía cargo de todo lo abierto que implicaba la mezcla y la incertidumbre.

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Con el uso de sobre-enmarcación y puesta en abismo, fotos y fotogramas que se intervienen con collage, muchos colores, elementos psicodélicos y en algunos casos pop, sobreimpresión con texturas experimentales que bullen, el documental adquiere una estética muy sesentista, propia de lo que podía verse en los festivales de música, en el cine, en las artes plásticas, etc. A la vez hay un recurso bastante expresionista mediante el cual las imágenes originales se intervienen con animaciones que parecen trazadas con crayones, un gesto manual que cambia la sustancia del blanco y negro (la menor parte de los archivos son originalmente en color) y le devuelve una vibración propia de la época.

La puesta en abismo impacta directamente en el contenido, así como se observa a Veloso y Gil mirar el pre-montaje de la película que nosotros a la vez vemos, también se repite el recurso de sobre-encuadradar la proyección de los archivos por un tiempo determinado hasta ingresar a ellos (pantalla completa) mediante una modificación en el zoom de la cámara o en el montaje. En este último hay una decisión que implica una (auto) reflexión, para los participantes del movimiento tropicalista, para el espectador y para quien busque la reconstrucción de un momento histórico.

No se dejan dudas sobre Veloso y Gil como representantes y protagonistas del tropicalismo (por algo son ellos quienes ven el pre-montaje del documental y no todos los que éste recupera), pero también Maria Bethânhia (Veloso), Gal Costa, Os Mutantes y Tom Zé (entre mucha gente, los archivos son innumerables) son destacados por Machado por sus aportes artísticos.

Según los archivos, es difícil determinar si el tropicalismo comienza oficialmente en un arte u otra, es un momento de pleno contagio y la pregunta si bien resulta curiosa es improductiva. Glauber Rocha en cine y José Celso Martinez Corrêa en teatro (promotores de la construcción de un arte tercermundista), ambos con una postura tan cara a los de Andrade y, en general, al programa antropofágico, son citados como grandes inspiraciones para el tropicalismo, para que los propios artistas comprendieran qué era eso que estaban queriendo hacer.

Las similitudes entre lo contradictorio parecen evidentes, algunas posturas: ya no hay movimiento (Veloso), que sea un “ismo” decreta su fin (Gil), Rocha no queriendo hablar de Terra em Transe o hartándose de hablar del tropicalismo, Oiticica diciendo que Veloso eligió el nombre “Tropicália” por su obra y Veloso diciendo lo mismo pero al revés. Pero estas ideas parecen hablar más de un gesto anti-intelectualizante que de una negación per se. Si bien se expresaban por fuera de la forma artística el objetivo estaba en ésta última, el gesto vanguardista era nutrir lo creativo y el pensamiento sin subtítulos o traducciones. Y como correlato de toda esa vanguardia estaba la televisión, con sus programas musicales y sus productores deseosos de llegar a mucha gente y crear productos de consumo masivo, los tropicalistas, aún con críticas o sentimientos de extrañeza participaban de esa fiebre de TV y festivales.

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Como dice muy efusivamente Tom Zé (testimonio actual en la película), todo ese material tropicalista daba herramientas a la juventud para pensar su tiempo en una época en la que pensar —de manera contra-hegemónica— era criminal. Cuando los músicos exiliados pudieron regresar a Brasil siguieron haciendo música e incluso agrupaciones juntos, el final del documental muestra de esos años tanto alegría como nostalgia y emoción. Si bien la coyuntura cambió significativamente, la revolución sobre lo dado (con su cuota de falso natural) es algo clave para entender y repensar la historia del arte, la historia del lenguaje y la historia de la historia misma. Una posibilidad perenne que alimenta el acto de pensar cómo las cosas son o fueron, cierta cosa nueva que surge de la fricción y la lucha entre elementos aislados. Por estos lugares transita el Tropicalismo y Tropicália.

Por María Gabriela Ragonese

 

Ficha técnica
Dirección: Marcelo Machado. Producción:Paula Cosenza, Denise Gomes. Dirección de fotografía:Eduardo Piagge. Edición:Oswaldo Santana. Origen: Brasil, Estados Unidos, Reino Unido. Duración: 87´. Año: 2012

La Paz en Buenos Aires (Marcelo Charras, 2013)

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La Paz en Buenos Aires

Una casa antigua nos abre la puerta y nos invita a conocer un lugar en el mundo: La Paz en Buenos Aires. Amplias habitaciones con grandes ventanas, largos pasillos y altos techos albergan una diversidad de objetos que se destacan por conjugar lo austero y lo grandioso, lo utilitario y lo decorativo, lo real y lo fantástico, lo material y lo trascendente. El pasado y el presente se ensamblan con la misma armonía y naturalidad, sin confrontarse, ni superponerse. Anima esta casa una familia numerosa de inmigrantes bolivianos, en la que también, sin conflictividad alguna, conviven intensamente tres generaciones (y hasta cuatro, circunstancialmente).

Si bien el título de la película alude a La Paz (Bolivia) en términos geográficos, no es descabellado significar el concepto de paz como un estado de bienestar. Una paz familiar que no parece ser vulnerada por nada ni por nadie: en los suburbios de Buenos Aires, para todos atravesada por las más diversas formas de tensión, de conflictividad y de violencia, esta familia vive y disfruta de la paz, naturalmente.

Al mismo tiempo, es la “lucha” la que pareciera dar sentido a la vida de esta familia que se sustenta a través de la costura. Erasmo Chambi, El Ciclón, es el jefe de esta familia y el protagonista del documental. Se trata de un sastre meticuloso y responsable que pasa sus días hilvanando un sueño: hacer de su hijo un gran titán. Sucede que en su país fue un legendario luchador de catch, de quien hasta existieron álbumes de figuritas, pósters y muñecos y si bien en Argentina nunca fue ni siquiera conocido, no puede olvidar su pasado glorioso ni resignar el deseo irreductible de ver a su hijo sucediéndolo en el ring. Con la misma meticulosidad con la que diariamente corta, cose y confecciona, prepara a su hijo para una importantísima lucha, producida y promocionada por él, muy esperada por la familia, amigos y por nosotros como espectadores. Este evento motoriza la trama del documental, así como también permite ese contrapunto delicado pero sostenido entre el pasado y el presente. El Ciclón resignifica la nostalgia en la búsqueda de una consagración definitiva como titán, como el mejor de los luchadores. Sin embargo este anhelo de victoria no lo hace ególatra ni exitista. Todo lo contrario: es paciente, modesto, tenaz, generoso, empático, amable y sabio. Esto se refleja en todas las relaciones que lo vemos entablar, tanto al interior de la familia como en su vida pública. Pero donde mejor desplegados se observan sus atributos es en las secuencias en donde enseña a su hijo cómo defenderse, cómo atacar, cómo responder a inesperados golpes, los últimos recursos. En fin, todo su saber.

Marcelo Charras logra entrar en esta casa y en el corazón mismo de esta familia, ocultándose detrás de una cámara atenta que observa detenidamente todo lo que sucede, y demostrando además (a través de los encuadres cuidados) el respeto con el que filma. Se vuelve inadvertido, construyendo planos de una sencillez abrumadora y de una belleza sublime, logrando una fotografía que le hace justicia a lo fotografiado: imágenes justas -ética y estéticamente- representan con fidedigna hermosura la forma en la que vive esta familia.

Siguiendo a Nichols, podemos pensar La Paz en Buenos Aires como un documental de observación, en el cual los hechos delante de la cámara se nos presentan como con cierta autonomía e independencia. La cámara (en manos del director del film), nos acerca a los personajes: los planos son mayoritariamente cortos, con poca profundidad de campo, delatadores de diversas texturas, y cálidos colores que nos permiten adentrarnos en esa casa, y casi tocar esas manos que cosen trajes, remeras y máscaras. Y además son planos pacientes que respetan el tiempo de los personajes y de las situaciones dadas. En este sentido, el montaje, también en manos del director, contribuye a potenciar la impresión de realidad y de autenticidad temporal invisibilizándose y borrando las marcas de enunciación. Se adapta a los requerimientos estéticos y narrativos: acompaña el tiempo de los personajes (pausado, poco apabullado) y de las situaciones (algunas aparentemente aquietadas, sedentarias; otras más vertiginosas, sobretodo arriba del ring).

El documental de observación nos ubica, a nosotros los espectadores, en una butaca bastante similar a aquella en la que nos sentamos cuando vemos una ficción. Suspendemos la duda. Hacemos un pacto narrativo en el cual nos comprometemos tácitamente a confiar en la veracidad de esos hechos que están sucediéndose en la pantalla y a creer en esas personas-personajes. A medida que transcurren los minutos empezamos a identificarnos y aquerenciarnos con esta familia, de una manera similar a como lo hacemos con personajes ficticios. Creemos. Aquí, como en la ficción la cuarta pared nos ilusiona por un rato, nos sentimos espías con acceso sin mediaciones a la historia, portadores de una suerte de omnisciencia y de control sobre lo que estamos viendo. Marcelo Charras logra registrar momentos especialmente significativos para los personajes y para la película, y dotar a los tiempos muertos propios de la cotidianeidad de una vitalidad total y de una belleza magnetizante. El ring en el patio de esta casa, mixtura de tendedero de ropa y escenario de lucha de titanes, sintetiza la perfecta amalgama de cómo se conjugan al interior de esta familia lo real y lo fantástico. A través de la observación de Marcelo Charras conocemos todo un mundo de costumbres, quehaceres, valores, reflexiones y hasta una cosmovisión de la existencia que se manifiesta en los silencios, en las palabras, en la quietud y en los movimientos de esta familia que brilla en la austeridad de La Paz en Buenos Aires.


Por Magalí Mariano

Ficha técnica
Guión, Dirección y Montaje: Marcelo Charras. Director de Fotografía: Guido Lublinsky. Director de Arte: Fernando Charras. Sonido: Javier Farina. Productores: Daniel Werner-Marcelo Charras. Productor Ejecutivo: Daniel Werner. Origen: Argentina. Duración: 70’. 2013.

Ramón Ayala (Marcos López, 2013)

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Ramón Ayala

“Andar descalzo en el piso de tierra no es lo mismo que estar acá” dice un changarín misionero que reside en el conurbano bonaerense. Esa frase sintetiza la significación de la poética de Ramón Ayala: la nostalgia de un monte que se hizo cuerpo, la rememoración sensitiva del grito sapucai y su reverberar en el monte, los pies en la tierra arcillosa, las pinceladas de zigzagueantes caminos carmesí, el follaje multicolor de la selva, los gritos de los guainos, los horizontes de atardeceres en el yerbal, una joven lavando ropa de la familia siempre numerosa, el remanso de la siesta en el corredor, olor a reviro. No hay palabras que permitan traducir el estar aquí del monte misionero, son esos espacios, esos colores, esas imágenes que la contundente pluma de Ayala y su singular estética dan cuenta de manera metafórica, llevándonos a un estar aquí originario de espíritu sapucai.

 

Ramón Ayala es un documental polifónico, estridente y colorido sobre la figura del músico, poeta y pintor Ramón Ayala; uno de los grandes folcloristas del Alto Paraná, compositor de temas como El cosechero, El mensú, El jangadero, Zambita de la oración, El Moncho, entre otros. Ópera prima del consagrado fotógrafo santafecino Marcos López, el film intenta dar rostro al autor de obras incorporadas a la memoria popular, a pesar de que su figura sea poco conocida dentro del panorama cultural argentino. Con testimonios de folcloristas como Juan Falú, Tata Cedrón, Charo Bogarín y Liliana Herrero, un publicista de Buenos Aires y un changarín vendedor de cds; rápidamente se percibe que las palabras escasean para describir a Ayala. Es así, que el principal relato del film está hilvanado por imágenes que contrastan el campo y la ciudad; la Misiones turística y la Misiones profunda de las colonias; y la peculiar figura de Ayala que está presente constantemente a la manera de un ícono como el Martín Fierro: morocho de ojos intensos, labios gruesos, cabellera negra espesa, vestido con trajes típicos, voz profunda y potente, erguido hasta cuando duerme, poeta cotidiano.

 

El relato nos conduce rítmicamente por el devenir de Ayala entre la ciudad y el campo; desde una distancia que lo retrata como la cristalización de un ethos, un sentir, una apertura del ser en el mundo. Film que conecta retrato con obra, escatima en una música que como argentinos ya tenemos incorporada y derrocha en la belleza de imágenes de un ir y venir tan característico del litoral y encarnado en Ayala como mito viviente: el gualambao de la selva, el rancho y su corredor, los atardeceres de la calma de un infinito horizonte; y el contraste con la caótica Buenos Aires a la que se remite como posibilidad y futuro: la terminal de Retiro y la Villa 31, el trabajo en la construcción, el descanso en la costanera, el horizonte de la autopista y la lejanía de un monte siempre anhelado. Y así, desde la belleza de la imagen de Ayala, López nos transmite una sensibilidad propia de subjetividades inmersas, tan alejada de la Misiones exotizada por el turismo. Un viaje hacia el interior del ser y el latir del monte.

Por María Luz Roa

 

Ficha técnica:
Dirección: Marcos López. Producción: Lena Esquenazi. Dirección de fotografía: Marcos López. Edición: Andrea Kleinman. Sonido: Lena Esquenazi. Origen: Argentina. Duración: 63´. Año: 2013

Jorge Prelorán:

nativo/extranjero, cineasta/investigador,
conservador/revolucionario, desconocido/vastamente conocido

[Exploraciones en el archivo de un cineasta y sus contradicciones]

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Christopher Moore1

En diciembre de 1970, acababa de terminar la primera retrospectiva del cineasta argentino Jorge Prelorán en el Centro Cultural San Martín. Le escribió entonces a un amigo en los Estados Unidos: “Socialmente, esto es un caos absoluto. Gente desfilando en mi departamento, por negocio o por placer, pero sobre todo para ver películas. Voy a enviar mi proyector para arreglarlo dentro de un par de días, y tal vez por lo tanto tendré un poco de descanso.”2 Si bien su carta evoca una sensación de emoción ante la perspectiva de que, como él mismo dice, su nombre “empezara a sonar bastante,” el cineasta aludió a que estaba cada vez más cansado del deber de explicar su obra, algo que los artistas deben hacer con frecuencia. Aludiendo a las numerosas entrevistas a las que se había sometido antes y después de las proyecciones del San Martín, escribe: “Es toda una postura ficticia, y prefiero ir a trabajar en vez de mentir sobre lo que hice.”

Moore_Preloran1Jorge Prelorán, filmando en Valle Fértil, Provincia de San Juan.3

Prelorán falleció en la primavera de 2009. Poco antes de su muerte, el cineasta depositó su archivo personal, incluida la carta mencionada, en el Human Studies Film Archives (H.S.F.A.) del Smithsonian Institution, en Washington. Mientras que la literatura sobre Prelorán, como la de muchos cineastas, ha tendido a centrarse en su obra, la Colección Jorge Prelorán revela sobre todo el proceso de hacer cine, ofreciendo una visión muy valiosa sobre las experiencias de un cineasta.

El archivo de Prelorán es una colección larga y completa. Incluye cartas, diarios, recortes de prensa, fotografías, cintas de audio, películas terminadas y tomas descartadas. Los fondos contienen cincuenta de las películas de Prelorán, veintinueve de las cuales se pueden solicitar en DVD a través de la página web del H.S.F.A. (www.anthropology.si.edu/naa). Entre su correspondencia conservada se encuentran cartas enviadas y recibidas por cineastas argentinos como Raymundo Gleyzer, Humberto Ríos y Simón Feldman; instituciones como el Fondo Nacional de las Artes, el Ministerio de Educación, varias oficinas provinciales y municipales de cultura y turismo, y las universidades nacionales de Tucumán y Córdoba; conocidos cineastas etnográficos como Jean Rouch, Robert Gardner y Timothy Asch; y los propios personajes tratados por las películas de Prelorán, incluyendo a Hermógenes Cayo, Cochengo Miranda y Zulay Saravino. Sus archivos de trabajo son menores en volumen, pero incluyen transcripciones de entrevistas y diarios de producción. Los recortes de prensa agregados datan desde 1958 hasta 2005, cuando Prelorán recibió un premio de legado por el Festival de Cine de Mar del Plata, y el rango de la procedencia de los recortes varían entre diarios nacionales como Clarín y La Nacióny los diarios provinciales de Neuquén, La Rioja, Jujuy y otros lugares.

He tenido la fortuna de pasar un tiempo considerable trabajando con estos materiales e intentando dar sentido a lo que nos pueden enseñar respecto de Prelorán, la historia del cine documental argentino y, en términos más generales, sobre la política de la cultura argentina durante los años 1960, 70 y 80. Mi intención es que al destacar ciertas porciones de la Colección Prelorán, al ofrecer mi análisis, y al publicarlo en esta revista argentina, pueda así estimular el interés sobre esta valiosísima colección. También espero facilitar el contacto entre investigadores argentinos y colecciones relevantes en el extranjero.

En este artículo examino ciertas partes de la Colección Prelorán que permanecen como las más documentadas. Entre ellas están sus películas de la serie Gaucho de 1960-1962; sus producciones junto a Raymundo Gleyzer y Ana Montes de González, que datan desde 1965 hasta 1972; su trabajo en Valle Fértil (Provincia de San Juan) entre 1965 y 1973; y su film junto a Cochengo Miranda en La Pampa, de 1973 a 1974. Los papeles y el archivo de Prelorán demuestran de modo concluyente que él no era un hombre solitario, por mucho que él aspirara a tal condición. Su archivo confirma el hecho de que la experiencia de hacer cine es una experiencia colectiva, no importa cuán pequeño sea el equipo. Prelorán dependía de otros para hacer y compartir sus películas y, a través de esta dependencia, las películas asumieron ciertos valores que desafiaron las propias intenciones de él. Esto produjo en su caso toda clase de contradicciones en cuanto a su trayectoria personal. Si las diversas biografías de Prelorán tienden a unir las ideas y metodologías del cineasta en un perfil unívoco, uniforme, su archivo sugiere que podía ser simultáneamente tanto un nativo como un extranjero, un cineasta y un investigador, un conservador y un revolucionario, un desconocido y alguien vastamente conocido. La curiosa trayectoria de Jorge Prelorán nos lleva a revisitar la forma en que consideramos su carrera como también las de otros cineastas.

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Nativo/Extranjero

Dr. Edward Larocque Tinker y las películas de la serie “Gaucho” (1960-1962)

 

“Jorge Prelorán es una mezcla del Apolo 11 y los tallarines.”
Análisis, 19694

Prelorán nació en 1933, de padre ítalo-argentino y madre estadounidense. Fue criado para ser bilingüe y, a pesar de que comenzó su carrera universitaria en la Universidad de Buenos Aires, finalmente se trasladó a la Universidad de California en Los Ángeles (U.C.L.A.), donde estudió cine. Los lazos entre Prelorán y los Estados Unidos, más su pronunciación acentuada en ambos idiomas, lo ha marcado como un constante extranjero en cualquier situación. (El hecho de que su correspondencia archivada incluye cartas en español y en inglés puede provocar un efecto similar para los investigadores). El hecho de que comenzara su carrera como cineasta profesional contratado por la Fundación Tinker, con sede en Nueva York, y que dirigiera estas películas Tinker sobre la Argentina rural desde su casa en la ciudad, Buenos Aires, lo consolidó aún más como un outsider.

Prelorán fue contratado por el Dr. Edward Larocque Tinker y su fundación para producir un documental de distribución en Estados Unidos, sobre el gaucho argentino. Prelorán había hecho, en ese momento, sólo un par de cortometrajes. De todos modos, tampoco era completamente desconocido en los círculos argentinos. Había participado en las “Jornadas de nuevo cine argentino” de 1961, junto a Fernando Birri, Humberto Ríos, Simón Feldman y otros.5 Ese mismo año, su cortometraje Muerte, no seas orgullosa, fue incluido por la Universidad de Buenos Aires en su “Muestra de cortometraje nacional”, junto al trabajo de Ríos, Feldman, Enrique Dawi, Martín Schor y otros.6 Poco tiempo después, autoridades de la Universidad del Litoral le escribieron para pedirle que ayudara a encontrar un reemplazo para Fernando Birri en la Escuela Documental de Santa Fe.7 Sin embargo, a pesar de haber sido reconocido como cineasta argentino, cuando se difundió la noticia de la expedición de la Fundación Tinker, Prelorán fue identificado como miembro del equipo extranjero. Clarín informó que “Tinker… enviará en agosto un director nuevo a la Argentina, Prelorán”8; La jornada, de Chubut, que dos “graduados de California” estarán filmando en la provincia.9 Un solo periódico identificó a Prelorán como argentino.

Teniendo en cuenta que Prelorán, él mismo un poco extranjero, estaba haciendo una película para un público extranjero, financiada por intereses extranjeros, uno puede preguntarse: ¿Cómo fue que el contexto de producción dio forma al producto final? Las materiales de la Colección Prelorán relacionados con las películas Tinker ciertamente confirman el peso que los grupos patrocinadores ejercen, y sin embargo sugieren que el tono conservador de las películas se debía más a los grupos locales con quienes Prelorán colaboró que con los grupos que financiaron la película. De hecho, los apuntes de Prelorán revelan que Tinker controlaba la producción más decisivamente a través de los contactos argentinos que proveyó a Prelorán. Los asociados de Tinker, en sí mismos con algo de insider/outsider, proporcionaron a Prelorán de conocimientos locales, si bien de un carácter político conservador.

Poco antes del rodaje, el Dr. Tinker manda una carta a Prelorán. En ella, reconoce que “el formato final de esta película será determinado por usted.”10 Sin embargo, a pesar de que Prelorán mantendría el control sobre la película, y aunque Tinker nunca acompañó al joven cineasta en sus viajes, el productor consiguió para Prelorán y su asistente una carta de recomendación de la poderosa Sociedad Rural Argentina. En la carta, dirigida a “los propietarios de establecimientos ganaderos de la Republica Argentina”, el presidente de la Sociedad, Faustino Alberto Fano, caracteriza a Tinker como “universalmente conocido, y un viejo amigo de Argentina.”11 Asegura a sus asociados que la película “será de verdadero beneficio para nuestras más importantes fuentes de riqueza constituidas por la ganadería y la agricultura.” A través de estas cartas, Tinker pudo asegurar que Prelorán y Cerni fueran bien atendidos mientras estuvieran de viaje. Además de la Sociedad Rural, ellos dos se entrevistaron con representantes de la “Argentine Southern Land Company”, la “Tennessee Oil Company”, la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora, la “Southeastern Drillling Company”, la “Pan American Oil Company”, más otros propietarios de ingenios y de organizaciones como los “Gauchos de Güemes”. Los dos se quedaron en las estancias, y otras empresas y puestos militares les proporcionaron refugio de forma gratuita; viajaron en aviones del gobierno y se les permitió filmar las colecciones de museos locales. Muchas veces se les ofreció comida, y muchos propusieron escenas y/o entrevistas para ser filmadas. A veces incluso “organizaron un programa para nosotros”.12

Esto no quiere decir que Prelorán no participara en la configuración del tono de sus películas “Gaucho”. El diario de producción de Prelorán, conservado en el Smithsonian, detalla varias cuentas del rodaje.13 A lo largo de sus páginas, el diario demuestra el impacto que los anfitriones locales tuvieron sobre el rodaje y también alude a muchas realidades locales que no pudieron entrar en las películas. Así, el diario alude a los silencios del cine –a las muchas escenas que aparecieron ante los ojos de los realizadores, pero que nunca fueron registradas por la película y, por lo tanto, para la historia–. Ellos lograron tener “un buen día, de todos modos” a pesar de no poder filmar cuando un grupo tocaba música autóctona.14 Del mismo modo, dejaron a la cámara en su estuche durante una carrera de autos en la Patagonia: “Aunque sea interesante como evento local, no estábamos muy entusiasmados.”15 Cuando comienza un partido de fútbol el 17 de agosto, “que, por supuesto no nos interesó” fueron “a ver la iglesia histórica del pueblo vecino” y luego grabaron “algún cantar folklórico”.16 Prelorán reconoce que esos “gauchos” con quienes filmaba habían ya abrazado las nuevas tecnologías, como la radio, para poder comunicarse entre sí.17 Incluso reconoce los altos costos sociales de la modernización que se veía en el campo argentino. Durante una visita a Comodoro Rivadavia, Prelorán informa que, “desde que los estadounidenses trajeron sus ingresos dolarizados, probablemente Comodoro se ha convertido en la ciudad más cara de la Argentina, y que con esto han crecido también las villas.”18 Nada de esto aparece en el documental. En cambio, por lo que llamaron su “búsqueda artística”, prefieren filmar un pueblo como Chos Malal, de Neuquén, donde “La civilización se detuvo alrededor de 1905”: “Este tipo de atraso ha hecho que la región sea de mucho interés nuestro, ya que aquí el folclore queda bastante intacto, y que tuvimos la oportunidad de filmar y grabar algunas cosas muy emocionantes.”19

Si su diario “Viaje a la Patagonia” alude a las muchas escenas que Prelorán decidió no registrar, hay otros momentos en los que Prelorán fue incapaz de filmar – a causa de la luz, o por la falta de cinta, o porque no se les permitió filmar. Un día, cuando un guía intentó lograr que Prelorán pudiera filmar a un cacique local y su tribu mientras cabalgaban, se les dijo que no tenían permiso de los lugareños. “Nos frustró mucho ver estas emocionantes exhibiciones … y no poder filmar, así que decidimos irnos”.20 Hubo resistencia y limitaciones en cuanto a lo que los insiders/outsiders podían conseguir. Esto vendría a establecer algunos precedentes para los años siguientes.

Cuando Prelorán estaba solicitando el trabajo para la expedición Tinker, un ex profesor suyo de la U.C.L.A., el cineasta y antropólogo Colin Young, escribe al Dr. Tinker. Caracteriza a Prelorán como “con fluidez en dos idiomas y estrechamente familiarizado con al menos dos culturas, [y] quien desea encontrar formas de aproximar estas culturas”.21 Prelorán era a la vez un extranjero y un nativo, un insider y un outsider, y el cine le permitiría acercar estas culturas divergentes. “El cine es un medio particularmente apropiado para comunicar a un mundo dividido espacial e idiomáticamente”, continuó Young. “El Sr. Prelorán es conciente de esto, y muestra deseos por explorarlo”. El diario “Viaje a la Patagonia,” demuestra que mientras que el cine podría ser un medio apropiado para establecer puentes de diálogo, no podía garantizar este tipo de conexión. A pesar de las cualidades que Young notó en el joven cineasta, Prelorán dependía en gran medida de otros y su ayuda para poder hacer sus películas. Aquí, como más tarde en su carrera, esta dependencia de información privilegiada afectó la política de las películas de Prelorán. Sí aquí le dio a sus películas un tono conservador, más tarde haría lo inverso.

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Cineasta / Investigador

Entre el arte y la ciencia en Tucumán y Córdoba, 1963-1969

 

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“¿Cineasta o investigador?”
Clarín, 26 de julio de 1986.22

 

En el otoño de 1962, mientras estaba terminando su trabajo para la Fundación Tinker, Prelorán le escribe a Eugenio Virla, rector de la Universidad Nacional de Tucumán (U.N.T.).23 Evidentemente, los dos se habían conocido antes, y habían discutido la posibilidad de que Prelorán pudiera hacer películas para la universidad. En la carta Prelorán propone una serie de películas, los temas de los viajes que Prelorán realizó para la expedición Tinker. La idea era apoyar a la universidad, proveer materiales de marca U.N.T. para escuelas primarias y secundarias, y resaltar la historia y la cultura de las provincias del noroeste – lo que él llamó la “zona de influencia de la U.N.T.” La idea, en fin, era convertir a la U.N.T. [y, con ella, a Prelorán] en expertos residentes a través de las películas, desplegando su experiencia colectiva. Sin embargo, proponían conseguir este objetivo alcanzando una audiencia de público mayor. Esto, entonces, requería presentar la información de un modo atractivo y entretenido.

En esta carta, Prelorán reconoce que sólo un “conocimiento más profundo de la región” revelaría los temas apropiados para ser filmados. Si en las películas de Tinker Prelorán dependió de la ayuda de los empresarios locales y los líderes cívicos, ahora quería aprovechar la experiencia de las universidades provinciales. Él propuso que la U.N.T. se asociara con el Fondo Nacional de las Artes (F.N.A.), que iba a poder proporcionar financiación. Como él reconoció más tarde, el F.N.A., con el Dr. Augusto Raúl Cortazar como presidente, “tiene los mejores recursos disponibles”.24 El contrato que Prelorán firmó con la U.N.T. y el F.N.A. estipuló que “armonice labor de los técnicos cinematográficos con los especialistas que el FNA designare para asesorar en cuanto a los aspectos artísticos y folklóricos”.25 De 1963 a 1969, Prelorán trabajó bajo este contrato. Durante estos siete años, hizo veintinueve películas documentales, entre ellas Casabindo, Salta y su fiesta grande, Un tejedor de Tilcara, Ocurrido en Hualfín (co-dirigida con Raymundo Gleyzer) y Quilino (también co-dirigida con Gleyzer, y que ha sido recientemente restaurada por el H.S.F.A.). Si bajo la Fundación Tinker, Prelorán se había aliado con la élite empresarial del país, entonces con su contrato con la Universidad Nacional de Tucumán se conectaría de manera irrevocable con las incipientes ciencias sociales del país. En la brecha entre el arte y la ciencia, Prelorán formalizó ciertas alianzas que habrían sido inexplicables de otra manera.

Hasta la fecha, la asociación de Prelorán con las ciencias universitarias también ha complicado a muchos de sus biógrafos y críticos. Algunos titulares periodísticos han calificado a Prelorán como “un amante del cine que se volvió antropólogo”.26 Otros artículos destacaron su “visión antropológica”,27 su “ojo antropológico”.28 Otros se preguntaron, “¿Cineasta o investigador?”29 Los estudiosos señalaron sus vínculos con Colin Young y con el “funcionalista” Augusto Raúl Cortazar. Jorge Wyngaard, quien trabajaba con Prelorán en Tucumán, reconoció que “como camarógrafo, era talentosísimo,” pero que “él adoptó una postura demasiado… ‘folclorista’, antropológica”.30 Hasta sus biógrafos han sugerido que Prelorán sólo creció como un “autor” después de haber tomado la decisión de abandonar sus películas folclóricas.31

El archivo de Prelorán sugiere que necesitaba la ayuda de la antropología en sus películas, si bien él también se resistió a la forma en que esto afectó su lenguaje cinematográfico. Sus papeles están llenos de correspondencia con asesores académicos. Prelorán apeló a ellos en busca de ideas sobre lugares, temas, y cada vez más sujetos para capturar en sus películas, como en sus llamadas películas etnobiográficas. (Un ejemplo notable es la carta enviada a Prelorán de parte de Martha Borruat de Bun, una antropóloga de la U.B.A. Junto a la carta, en la que ella advierte que Prelorán debe tener «prudencia» al acercarse a las comunidades, la investigadora también suministra una lista de «Temas aptos para ser ilustrados.»32). Pero sus archivos revelan que, como escribe en sus diarios Tinker, la suya fue en definitiva una búsqueda “artística”. Si bien debemos comprender el contexto de su serie «folclórica», el archivo personal de Prelorán sugiere que, dentro de las contingencias diarias de producción, Prelorán a menudo afirmó su preferencia del arte sobre la ciencia, de un modo que desafiaba el campo de la antropología que informaba y de hecho financiaba su trabajo.

El archivo de Prelorán está lleno de correspondencias con varios asesores académicos, pero sus discusiones más animadas sobre arte y ciencia fueron con la antropóloga Ana Montes de González. La relación entre Prelorán y Montes era muy complicada: eran productivos en conjunto, aunque su cooperación a menudo se vio obstaculizada por las impugnaciones y el antagonismo de los dos lados. Prelorán, en sus cartas, demuestra admiración y respeto hacia Montes, aun cuando muestra fuertes diferencias de opinión. Sus debates comenzaban por cuestiones en torno a la antropología, y, dado el contexto histórico, a menudo se trasladaron al terreno de la política. Sin embargo, lo más interesante es la manera en que esas discusiones volvían a su cauce original, los debates sobre arte y ciencia. La brecha, al final del día, era entre el cine y la antropología.

 

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“Lo vi y te recuerdo”:
Una tarjeta postal enviada a Prelorán por la antropóloga Ana Montes33

Las discusiones de Prelorán con Montes comenzaron en 1966, cuando los dos estaban terminando el trabajo sobre Ocurrido en Hualfín y Quilino, ambos filmados con Raymundo Gleyzer. El problema comenzó cuando, después de una entrevista mal grabada, Prelorán y Gleyzer decidieron grabar una segunda versión, dentro de un estudio, y con una actriz, no la persona originalmente entrevistada. Esto enfureció a Montes. En una carta a Prelorán argumenta,

Yo quería un documento vivo fuera o no técnicamente perfecto. Al contrario, la imperfección hubiera acentuado la veracidad, que era lo que me interesaba. Raimundo (sic) piensa en hacer películas y tiene una serie de prejuicios cinematográficos en la cabeza. Resultado; les di un tema y material maravilloso para hacer un poema trágico y lo que salió es prosa melodramática… En la medida en que se introducen triquiñuelas técnicas para conseguir la impecabilidad, se va hacia el film-ficción, ficción aunque se combinen elementos extraídos de la realidad. Y soy de las que cree que no hay ficción que pueda superar el valor y la grandeza de la realidad.34

Aunque evidentemente hay mucho aquí de animosidad personal y desacuerdos políticos, los problemas que tenía Prelorán con los asesores giraban a menudo en torno a diferentes ideas acerca del valor de la presentación específica del material. Muchos de los asesores del campo de la antropología tenían razón al afirmar que lo real contenía un poder muy propio, y que el proyecto debía mantener una lealtad hacia ello. Prelorán, como cineasta, se preocupó más por garantizar una comunicación efectiva. Por lo tanto, él hacía cosas como el doblaje de una voz, si pensaba que podía añadir características dramáticas a la historia, o repetiría una producción, si eso hubiera significado la captura de una grabación en mejor calidad. En muchos sentidos, Prelorán estaba así traicionando la distinción documental bajo la cual presentó sus películas. Al mismo tiempo, también podemos entender su decisión, motivado por la esperanza de una mejor comunicación de su mensaje, y de poder alcanzar más público. A pesar de que Prelorán y Gleyzer no compartieron ideas políticas, en la opinión de Montes los dos se habían acercado al proyecto con un prejuicio cinematográfico común. Ella les había dado el material a ellos y ellos, en conjunto, lo habían alterado. Fue ella la única de los tres que, aparentemente, entendía el verdadero valor de lo real, lo científicamente verdadero.

Algunos meses después, Montes le escribió a Prelorán de nuevo para reiterar su posición, repitiendo la idea de que Prelorán y Gleyzer sólo querían hacer «lindas películas».35 Tratando de justificar su posición, Montes basó su argumento en las experiencias que había tenido al exhibir la película para estudiantes norteamericanos. Ella había mostrado Quilino a un grupo de estudiantes de Harvard, donde estuvo de residencia durante un semestre. Como relató, «por las preguntas que siguieron haciéndome, se notaba que querían más detalles». Lo real asegura la acción, y la dirige. Lo que parecía frustrarla a Montes fue que, aunque la audiencia parecía, como escribió, «sinceramente emocionada», sintió que no habían captado los detalles específicos de la situación. «Se notaba», escribió, «que querían mas detalles». Los estudiantes estaban involucrados, seguro; pero a Montes le preocupó que no estaban aprendiendo nada. La película había facilitado una experiencia emocional, pero lo hizo a expensas de cualquier dirección particular para esas emociones.

Prelorán le respondió defendiendo su campo tal como ella hacía con el suyo, apelando a los nombres de las luminarias del campo de ella, quienes se pusieron del lado de él. Fue en esta época que Prelorán asistió al primer coloquio mundial de gran importancia sobre el cine etnográfico, que se realizó en la U.C.L.A. en 1968. A su vuelta de Los Ángeles, Prelorán escribió a Montes: “Durante el coloquio se discutió mucho de los valores etnográficos en cine, y el peso de lo favorable cayó hacia los cinematografistas [sic], y entre ellos desde luego a Rouch, que consideran más importante la síntesis que sabe dar el cinematografista a la documentación fría y científica del antropólogo. De modo que sus objeciones con QUILINO no son del todo válidas.”36

En otras cartas de este período, podemos observar que Prelorán estuvo luchando para desarrollar un estilo de cine que pudiera educar a sus compatriotas. Según escribió a Colin Young, uno de los organizadores del coloquio de la U.C.L.A.: «no estoy siempre interesado en la estricta documentación científica, porque no es este el propósito de estas películas. Siendo yo el primero en filmar estos acontecimientos remotos, me parece mucho más importante que nosotros eduquemos a nuestros propios pueblos, y por lo tanto hagamos las películas más agradables».37 Aquí y en otras cartas, vemos la totalidad de la situación expresada por Prelorán. Él estaba intentando atraer a las masas. En parte, lo hacía a través de la ciencia; la antropología, en su forma institucionalizada por la U.N.T. y el F.N.A., ofreció un respaldo vital para los documentalistas. En su carta a Young, añadió que, «[L]a documentación es muy estricta, sin intromisiones, y la música es absolutamente pura, la mayor parte registrada en el acto. En la mayoría de los casos un etnógrafo ha estado presente como asesor». Al mismo tiempo, si la ciencia ayudó a legitimar su trabajo, él reconoció un cierto riesgo en prestar demasiada ciencia, demasiado detalle. Su meta, y su misión, recordó, era llevar la U.N.T. al mundo. Esto no lo podría hacer a través de las ciencias especializadas. Tuvo que llegar a la gente. En muchos sentidos, la Universidad y el Fondo, lo ayudaron; de otras maneras, dificultaron su camino.

Por supuesto, Prelorán sí había aprendido de Montes, y su estilo de hacer cine iba evolucionando en respuesta a este tipo de experiencias. Él se había beneficiado de sus conocimientos sobre las comunidades. En una carta, escrita a principios de su trabajo junto a Montes, Prelorán dice sobre ella: «Tiene gran sensibilidad, y capta los problemas de la gente indefensa».38 Si ella se comportó como si estuviera a cargo de la producción, se debía a que esto era en gran parte cierto, «puesto que nos llevó allí a filmarlo». Prelorán decía cosas similares sobre Gleyzer. En esta misma carta, él escribió de Gleyzer que «es un hombre realmente absorbente, cuando filmé con él fue una experiencia estupenda, pero me sentí el peón». En cuanto a su actitud, se sintió frustrado por el panorama general, el destino partidista, que parecían otorgar a las producciones suyas. Prelorán consideró que: «Solamente cuenta el fin. No le importaba el problema individual de la familia que filmamos en Hualfín, sino en la idea de que con la película ayudaríamos a esa gente y mucha más». Prelorán sintió cada vez más todo lo contrario, y empezó a enfocarse mucho en el bienestar individual de los sujetos de sus películas. Las que dirigió junto a Gleyzer se habían estrenado en festivales internacionales, incluso había ganado un premio en el Festival de Viña del Mar de 1967, un evento importantísimo para el desarrollo del inminente Nuevo Cine Latinoamericano.39 Sin embargo, él insistió, «no me interesa lo que pase fuera del país».

 

Además de sentirse incómodo con el estilo de Montes, sin duda a Prelorán también le molestó la política en juego. Le preocupaba que, si seguía haciendo películas con Montes y Gleyzer, iba a perder su puesto en la universidad, “cosa que no sé si es conveniente.” Así continuó: “mi lugar es aquí, haciendo algo que es necesario para el país ¿dónde mejor que en la Universidad? En ningún otro lado tendría estas posibilidades; fíjate el desaliento de los cortometrajistas argentinos”.40 También se preocupó porque no había encontrado una mejor manera de llegar al público. Y este era el problema; quería llevar su cine a más gente, pero hacerlo, sobre todo en aquella época –en Tucumán y Córdoba, a finales de la década de los sesenta– era cada vez más un acto político en sí mismo.

 

La relación conflictiva entre Prelorán y Montes siguió hasta la década de los setenta. A pesar de sus diferencias, los dos entraron en un acuerdo para filmar Los Onas junto a la antropóloga estadounidense Anne Chapman. En 1971 la producción entró en un punto muerto, con los codirectores atacándose unos a otros. Prelorán escribe una carta desesperada, y en inglés, a Chapman: ”Hay una tendencia a pensar que uno tiene toda la verdad, y que al igual que Ana, ella tiene que decirle al mundo entero que su verdad es la única. En el cine, esto es llevado a un público que está completamente fuera del contacto personal, así que cada persona va a llenar los vacíos de una película con su propia experiencia y puntos de vista”.41 Termina la carta diciendo que, “a menos que consiga una mano más libre, y que sea tomado como un director de cine etnográfico que sabe lo que hace, en lugar de un camarógrafo y editor que hace lo que quiere Ana, entonces la palabra es no”.42

Otro elemento interesante de la carta para Chapman es que Prelorán propone que Gleyzer termine la película. A pesar de las diferencias políticas que Prelorán tenía con Gleyzer, parece que los dos habían mantenido un cierto vínculo –uno entre artistas– que no mantenían con Montes, y que ha escapado a las pocas personas que han escrito sobre su relación. Gleyzer, como Montes, enseñó muchísimo a Prelorán, y Prelorán se refiere a Gleyzer como «un amigo» bien entrada la década de 1970.43 Gleyzer siguió escribiendo a Prelorán mucho tiempo después de su trabajo en Córdoba, ya cuando Gleyzer se había trasladado al extranjero y comienza a filmar en México con Humberto Ríos. En una de estas cartas Gleyzer menciona que ha conocido a Chapman en Nueva York. Según relata a Prelorán, «vio Ocurrido y dice que no hay nada positivo en el film… En fin…. INSOPORTABLE.»44 Asimismo, añade que en Nueva York había visto otra película de Ana Montes, sobre los Zinancantecos, que era «una peliculita bien filmada, pero que no pasa naranja». Todo esto muestra un cierto vínculo entre los cineastas. Mientras que el principal problema de Prelorán con Gleyzer y Montes sí tuvo que ver con la política, falta reconocer que hubo también otras divisiones en juego entre el arte y la ciencia, y que ellas tenían el poder de aliar a cineastas de diferentes ideas políticas, «que saben lo que están haciendo», en contra de una comunidad científica que, temían los realizadores, parecen haber simplemente querido «un camarógrafo y editor».

En medio de sus debates sobre Quilino, Prelorán sugirió a un amigo que «lo que he aprendido es que nunca más debo asociarme para hacer películas con persona alguna. Y tener el control absoluto de la película mediante asesores que son designados para asesorar solamente, no que sean dueños del tema».45 Esto, entendemos, era nada más que una quimera. Mientras Prelorán haría todo lo posible para eliminar su dependencia de los demás, durante su «período Tucumán» tanto como durante su “período Tinker», nunca logró liberarse de una cierta dependencia de los demás. Estos vínculos lo convirtieron a la vez en un nativo y un extranjero. También lo convirtieron en un científico y un artista. Y, al cambiar la política del país, lo convirtieron a la vez en un conservador y un revolucionario.

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Conservador / Revolucionario

Valle Fértil y la política del lugar, 1965-1973

 

¿Qué significa definir la política de un director de cine o de una película? Esta pregunta ha incitado debates explícitos por lo menos desde el advenimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, el cual nació durante el Festival de Viña del Mar de 1967 (donde, cabe notar, Prelorán y Gleyzer ganaron un premio). Lo que la Colección Prelorán sugiere es que la política del cine no se define en la ideología individual del autor. La política, tal vez especialmente en el caso del cine, se forja a través de las muchas relaciones establecidas durante el hacer cine y el mostrar cine. Prelorán, porque era y no era un director de cine, porque era y no era un nativo, un insider, vivió una vida política que por momentos podía ser revolucionaria y en otros aspectos conservadora.

En muchas de las notas de producción, recortes de prensa y correspondencia relacionados con sus películas, vemos que la política está siempre presente durante el curso de la carrera de Prelorán. Mientras estuvo con Raymundo Gleyzer, Ocurrido en Hualfín fue censurado por el Ente de Calificación y Prelorán fue obligado a eliminar ciertas escenas que honraban a Evita.46 Más tarde, películas suyas como Valle Fértil y Cochengo Miranda fueron censuradas en las provincias donde habían sido filmadas. La investigación sobre el archivo de Prelorán sugiere que las películas fueron censuradas menos por el contenido que por la política que se desarrolló fuera de la pantalla durante toda la producción y la distribución. El caso de Valle Fértil (1972) es particularmente ilustrativo.

Prelorán planteó el rodaje de Valle Fértil como lo había hecho en sus películas anteriores. Nuevamente volvió a trabajar con asesores locales. De hecho, cuando el Diario de Cuyo publica una nota sobre la primera visita de Prelorán en 1965, acreditan incluso a un tal Dr. Olivares, investigador local y guía de Prelorán, como “director” de los tres documentales47 (¡en este caso, Prelorán no era ya ni antropólogo ni cineasta!). Una vez llegado al pueblo, Prelorán hizo las presentaciones necesarias, se ofreció a tomar retratos de los locales, y les proporcionó productos necesarios, como anteojos y libros de texto. Estos eran «métodos», como los describió Prelorán, que había aprendido a lo largo de su carrera, y que se habían utilizado en muchos casos cuando «la ayuda de los lugareños es de suma importancia».48 (Y aquí debemos recordar que la ayuda de los lugareños fue de suma importancia en cada película de Prelorán). Más tarde, él lucharía por las pensiones de los lugareños de Valle Fértil, reclamando al intendente del pueblo, al gobierno provincial, y hasta a la Casa Rosada.

Como fue el caso durante toda su carrera, la visita de Prelorán al pueblo generó una considerable atención local. En las notas que aparecieron, lo que capturó mayor atención de los periodistas fue la llegada del porteño Prelorán con su cámara y su equipo. Sin embargo, mientras que los artículos relacionados refirieron la visita del outsider, cada artículo también transmitió muchas de las realidades difíciles delineadas por los lugareños. Es por eso que, incluso si Prelorán permaneció como un extranjero, la cobertura sobre su producción transmitió perspectivas internas sobre el valle. Artículos relatando la filmación informaron también los desafíos que los propios vallistas enfrentaban y que aún no habían sido resueltos por los líderes locales. En el caso de Valle Fértil, los pobladores no tenían acceso a gasolina, y les faltaba electricidad para iluminar la ciudad. Algunos titulares anunciaban la llegada del outsider y las condiciones encontradas:

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“Filman Películas de la Zona / Valle Fértil: Calles sin luz,” artículo no atribuido.49

Sin embargo, artículos como estos rara vez hacían más que aumentar la consternación, al menos en lo inmediato. Y, según sugieren documentos relacionados con la producción en Valle Fértil, parece que el aumento de la preocupación no calificó la acción como suficiente o satisfactoria para algunos de los asociados a Prelorán en el pueblo. Un par de años después de que Prelorán hubiera visitado por primera vez la zona, recibió noticias de un amigo porteño quien había visitado Valle Fértil, y que se había encontrado por casualidad con Máximo Rojas, el personaje principal de la película de 1966, sobre talabartería. Según Prelorán relató en una carta a Santos Villafañe, personaje en Valle Fértil y su anfitrión principal, “Don Máximo, sin saber quien era este señor, se le quejó de que habían venido unos señores de una entidad del gobierno para hacer una película hacía unos años, y que seguramente se habían llenado de dinero, y a él no le dieron nada”.50

Prelorán quedó muy consternado por la noticia. Escribió a sus amigos y sus colegas del valle, pidiendo que le aclararan la situación a Máximo y otros. «Santos», Prelorán argumentó, «si ésta es en general la actitud de la gente a quien hemos filmado, le ruego encarecidamente que les haga saber todo esto, porque me mortifica mucho que crean que estamos ‘usándolos’».51 Al asumir esta posición, Prelorán demostraba que, a pesar de sus esfuerzos para ayudar a los vallistas, él se mantenía al margen en cuanto a ciertas realidades fundamentales de su relación con los pobladores del valle. A fin de cuentas, era en muchos aspectos un extranjero privilegiado: era un cineasta financiado por el estado, contractualmente ligado a departamentos universitarios. Sí, se había vuelto famoso en base a las películas anteriores (entre ellas, el cortometraje al que Don Máximo había contribuido). Sí, había llevado las películas a Buenos Aires y, desde allí, a Los Ángeles, a Harvard y a todo el mundo.

Dejando las contradicciones aparte, Prelorán insistió en que la película sobre Rojas, al igual que las otras películas que hizo para la U.N.T., fueron hechas para ser proyectadas gratis en todo el país y como una forma de impulsar el turismo en zonas como el valle. Crecientemente Prelorán definió el éxito en estos términos. Así escribió en una de sus apelaciones a Máximo: «Si cuando se ve la película que yo hice de usted, y la gente que va a Valle Fértil lo va a ver para que le haga una montura, por lo menos habrá cumplido con su fin».52 Un año después, en una segunda carta, Prelorán alude a la dificultad de equilibrar la cobertura positiva y negativa, al tiempo que reiteró su esperanza de que la película fuera a impulsar el turismo: «No sé si la película los va a ayudar en algo, pero espero que si la ve gente del gobierno, quizás entiendan algunas cosas que no se han planteado tan fuertemente como aquí, y que ayuden en algo. Por otro lado, creo que el turismo va a venir más, y que seguramente lo querrán conocer en su casa. Así espero. Por lo menos va a tener más visitas, si no más trabajo”.53 Comunicar los objetivos de la película de esta manera agregó una presión constante sobre Prelorán. Ya tenía el deber de llevar la U.N.T. [y la situación de Valle Fértil] a las masas. Esto, recordemos, requería abstraer la historia, utilizar un tratamiento creativo, y algo no menor, cautivar al público. Para que los documentales también cumplieran la intención de ayudar a los sujetos filmados, Prelorán tendría que proporcionar alguna prueba de que las películas realmente los habían ayudado. Por un lado, entender el éxito de esta manera, en forma de rendimientos futuros, le proporcionó a Prelorán una cierta libertad. Él fue capaz de escribir a colaboradores: «usted me sabrá decir más adelante si realmente viene gente a verlo, porque lo vio en la película».54 La evidencia de la efectividad de las películas necesariamente llegaría sólo después de la realización cinematográfica en sí. Así, aunque sólo en teoría, Prelorán podría haber decidido desvincularse del pueblo en este momento, sin intención de volver a enfrentarse con la crítica. Pero en la medida en que el cine de Prelorán (como en otros documentales) se fundaba cada vez más en el contacto permanente con una población local, entonces cualquier colaboración futura iba a ser mitigada por el grado en que las promesas de éxito se cumplieran o no.

De cierta manera, era comprensible, a raíz de este tipo de experiencias, que Prelorán privilegiara su preocupación por los personajes individuales de su cine más que por algún impacto que podría tener en otros lugares –sea en festivales de cine o, como era el caso del trabajo de sus contemporáneos, en círculos políticos nacionales–. Con los lugareños tenía contacto más directo y era a quienes Prelorán debía responder más inmediatamente. Cuando criticó a Montes, Gleyzer, u otros por haberse enfocado tanto en “el fin”, su punto de vista se basaba en una cantidad de experiencias como las que tuvo con Máximo. Con los años, Prelorán vivió conflictos con un número importante de personajes de sus películas y la correspondencia del archivo Prelorán en relación a los documentales Valle Fértil, Hermógenes Cayo, Los hijos de Zerda y Cochengo Miranda puede confirmarlo. Al terminar la última película de las mencionadas, Prelorán escribió que con esa película debía satisfacer solamente a cuatro personas: el personaje principal (Cochengo), la antropóloga asesora Ercilia Moreno Chá, su jefe del F.N.A., el Dr. Cortazar, y a Angel Aimetta, un político local que tuvo un rol fundamental dentro de la producción.55 Si esto alude a las muchas presiones ejercidas sobre el cineasta, ello apunta sobre todo a las formas en que su cine se batió con luchas extra fílmicas y, por lo tanto, a la política de sus personajes.

Mientras Prelorán se preparaba para estrenar Valle Fértil en el pueblo y en San Juan capital, se le informó que el estreno había sido boicoteado a último minuto por el intendente de Valle Fértil, un tal Luis Martínez, funcionario con quien Prelorán había mantenido correspondencia sobre las pensiones de sus personajes. Martínez, quien se encontraba entonces en los últimos días de su gobierno (sería reemplazado en su cargo por quien fue electo en las elecciones de marzo de 1973), había declarado a Prelorán como una «persona non grata» en el pueblo. Más allá de los motivos de la cancelación (y en su correspondencia Prelorán reflexiona mucho para descifrarlos), mantenía la esperanza de que, una vez que Martínez saliera de su cargo, la película finalmente conseguiría su estreno local. Prelorán no era precisamente peronista, pero si los resultados peronistas de 1973 permitieran una distribución más exhaustiva de sus documentales, entonces acordaba con el cambio de poder. En una carta enviada a Santos, Prelorán alude a diferencias partidarias entre los dos: «Supongo que usted estará chocho del resultado de las elecciones».56 Al mismo tiempo, unas líneas más adelante, agrega «Quizás [a]l gobierno peronista le convenga mostrar la película, y de pronto la vamos a mostrar por todos lados”.

De diversas maneras, el proyecto de recuperación cultural de Perón benefició ampliamente a Prelorán, y uno de los elementos más interesantes de la colección Prelorán es que expone con intrincado detalle la cada-vez-mas-serpenteante ruta de la política del cineasta –o, al menos, de la política de las películas de Prelorán–. Apenas cuatro años antes de que la elección de Cámpora le diera la esperanza de un futuro estreno en Valle Fértil, Prelorán había escrito al general Juan Carlos Onganía, peticionando que sus películas se declararan «de interés nacional» y que fueran exhibidas en todas las aulas del país (y, podríamos sospechar, según la propuesta de Prelorán, reconocidas como una iniciativa de Onganía).57 En 1972, él comenzó a mostrar sus películas en la televisión pública de Canal 758 y a trabajar con Ernesto Lanusse, Ministro de Agricultura bajo la presidencia de su primo.59 (En otra vuelta de tuerca a la historia de Valle Fértil, Lanusse se había acercado a Prelorán porque le había impresionado, sobre todo, el documental –¡El mismo que había sido censurado en San Juan!–)

Prelorán no era peronista, pero tampoco era un furioso anti-peronista. Sin dudas percibió que después de las victorias peronistas en todo el país, más gente iba a poder ver sus películas. A través de sus cartas, él muestra cierto escepticismo hacia Cámpora y, más tarde, respecto del regreso de Perón. Expresa un optimismo cauteloso frente al paquete económico de Perón de 1973, reflexionando en una carta que «el viejo es… increíblemente lúcido dada su edad».60 A pesar de sus preocupaciones, él invitó a algunos representantes del Ministerio de Educación de Perón a su casa con el fin de discutir posibles iniciativas en el cine educativo, pero, como le contó después a un amigo, «los chicos que vinieron estaban muy en una borrachera intelectual-ideológica, y yo simplemente no estoy de acuerdo con eso».

A pesar de la frustración que Prelorán vivió con el nuevo gobierno, ya pesar del hecho de que él había mostrado sus películas en el Canal 7 bajo Lanusse, en 1974 comenzó a difundir su obra en el Canal 8 de Mar del Plata y la iniciativa recibió estridentes aprobaciones de los peronistas de la ciudad. Varios espectadores respondieron con cartas, agradeciendo al canal por sus esfuerzos. Uno escribió que el Canal 8 finalmente llegó a merecer el sello «el del pueblo».61 Otra ofreció que «por fin la Argentina ha dado con la forma de poner tan enorme medio de comunicación al servicio del hombre».62 Nueva Era, de Tandil, anunció: «La autenticidad triunfa en la T.V.»,63 y La Capital, de Mar del Plata, escribió que, «Se trata, en definitiva, de asumir la lucha contra la colonización de la cultura, profundizando la orientación que ha impuesto la conducción oficial sobre los lineamientos expuestos con claridad por la doctrina y las enseñanzas del general Perón».64

Para fines de 1975, Jorge Prelorán llegó a ser identificado plenamente con el proyecto peronista de recuperación cultural. El escritor Aníbal Ford describió el estreno de Cochengo Miranda en La Pampa como tal:

Pensábamos que era importante el apoyo dado por el gobierno de La Pampa a este proyecto de rescate de la propia cultura de la provincia. Que era importante que Cochengo Miranda se diera ahí, en El Boitano, como algo que no era de Prelorán sino de todos los hombres y mujeres del oeste. Que era importante esa fiesta en una zona sin fiestas. Y que todo esto era un aporte para ese proyecto político cultural que con tantos inconvenientes se viene articulando desde abajo en la Argentina.65

Como Ford reconoce tan acertadamente, la película no era de Prelorán; más bien, perteneció a todos los del oeste. El punto de vista, entonces, no era de Prelorán, si bien surgió del cine de Prelorán, y en ello se reflejaban sus experiencias en Valle Fértil y en los otros lugares donde había rodado. Los numerosos recortes de prensa preservados de las pequeñas ciudades y pueblos del norte, del sur, y del oeste argentinos apuntan al hecho de que las películas de Prelorán se volvieron importantes, se las leyó como cine político por muchas de las personas involucradas. Después de sus experiencias difíciles con Montes y Gleyzer, Prelorán prometió que iba a buscar un cine más solitario, para el cual tendría control total. Pero como los casos de Valle Fértil y Cochengo Miranda demuestran, Prelorán nunca llegó a conseguirlo.

Si bien la política personal de Prelorán no se alineó con la de sus colegas cineastas, en ciertas coyunturas la política de sus películas y la de las comunidades que su cine reunía lo colocaron en situaciones difíciles. Poco después de su estreno en 1975 en La Pampa, el documental Cochengo Miranda fue prohibido,66 y se mantuvo bajo llave hasta que volvió la democracia 1983. Valle Fértil se proyectó una sola vez en el pueblo, ante una decena de personas, y las complicaciones relacionadas con su mensaje hicieron que Prelorán nunca regresara para mostrarla. Finalmente, en 1976 Prelorán se sintió suficientemente identificado con la izquierda peronista, o con su antiguo codirector, Raymundo Gleyzer, o con la política de Valle Fértil, de La Pampa, o de alguna otra región en que había trabajado, que el cineasta dejó Buenos Aires y salió en un avión para Los Ángeles. El mismo hombre que una vez escribió que el golpe de estado contra Isabel Perón «era necesario, y empezó bien»67 estaba pocos meses después huyendo del país. Como él mismo reconoce en una carta:

En cualquier día puede que agarren a alguno que tiene mi dirección en su agenda, y con esto será suficiente. Luego, cuando empiecen a mirar a mis películas, se van a encontrar con todo tipo de cosas contradictorias: por un lado, películas sobre gente pobre, artículos en revistas izquierdistas o entrevistas en donde digo cosas bastante fuertes sobre las condiciones miserables de algunos argentinos, etc. Y por el otro lado estarán mis actividades en los Estados Unidos, dos veces Guggenheim, et al. No sé qué les va importar más, pero no pienso quedarme aquí para averiguarlo.68

Las cartas de Prelorán fechadas el 24 de julio de 1976 –el archivo incluye diez– captura maravillosamente sus contradicciones. Como el propio cineasta lo reconoce, cualquier funcionario estatal asignado al caso de Prelorán podría haber visto cualquier cantidad de perfiles. Podría haber visto a Prelorán como extranjero, financiado por los estadounidenses para hacer documentales al estilo norteamericano (aburridos, didácticos, sobre «tierras extranjeras exóticas»). O podría haber visto a un argentino, un nativo, que había hecho películas sobre los pobres, que se asociaba y que los defendía. A través de su estética, su trabajo lo ligaba con otros cineastas de la época. Cuando escribe sobre el temor de que fueran a encontrar una libreta de direcciones con su nombre, está seguramente hablando de Gleyzer, a pesar de que compartían poco en cuanto a ideas políticas. El caso de Prelorán estaba plagado de contradicciones, en un momento en que las complejidades fueron dejadas de lado.

* * *

Desconocido / Vastamente Conocido

Jorge Prelorán en Los Ángeles, 1976-2005

Un cine que se basa en interacciones personales es un cine fácil de eliminar. Una vez en Los Angeles, Prelorán ya no podía ser el cineasta, el insider, el defensor. Por primera vez en su vida estaba verdaderamente solo –de cierta manera logró lo que siempre insistía en esperar– y es notable el grado en que quedó en el olvido. A pesar de que estaba encantado de estar en Los Ángeles con un buen trabajo como profesor de cine –escribió a una amiga que «nos toc[ó] la suerte total!»69– también reconoce en esa carta y en otras que él quizás nunca iba a poder volver a hacer cine, dadas las exigencias de la enseñanza. Al no poder hacer más películas y al no poder exhibirlas más en tantos rincones de Argentina, Prelorán se había convertido, de nuevo, en un extranjero. Cuando él fue nominado para un Oscar, por el film Luther Metke at 94, algunos periódicos argentinos titularon «¿Usted conocía a este argentino?»

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“¿Usted conocía a este argentino?” La Semana, 198170

 

Por supuesto, su legado sí tenía su fundamento en otros tiempos y por otros lugares y con otras personas. Tanto era así que cuando la prensa de Buenos Aires siguió en su líneade que el argentino nominado al Oscar era «prácticamente desconocido por sus compatriotas»,71 los periódicos locales de Tucumán, La Rioja, Mendoza y otras partes señalaron con orgullo las vastas historias que Prelorán estableció y mantuvo con sus respectivas provincias. En La Pampa, fue «J. Prelorán, que filmó en La Pampa”, y no un desconocido argentino nominado para el Oscar.72 El Chubut (Trelew) incluso se burló de la prensa porteña por su cobertura del «desconocido Prelorán”.73 Fue en estas ciudades -Tucumán y Jujuy, San Juan y Santa Rosa- que Prelorán fue, como un periodista tucumano reconoció, «vastamente conocido por nuestro público”.74

Cuando la política volvió a ser discutida públicamente en los años 80, la narrativa de Prelorán se volvió espacio de debate. Artículos sobre el nominado al Oscar fueron acompañados por fotografías del cineasta, corpulento, de pie al lado de su automóvil, frente a su casa, totalmente inmerso en el American way of life. Con subtítulos añadieron: «seguridad económica y facilidades para filmar. Por eso Prelorán vive en California”.75 Siempre el revolucionario y el conservador, artículos lo etiquetaron como “el que fue” y otros “el que debió irse.” Tal vez la verdad del caso Prelorán fue que él necesitaba irse y decidió irse también. Pero es difícil saberlo y quizás irresponsable afirmar razones. Lo que sí se puede decir es que, si bien California le dio esa nombrada “seguridad económica”, difícilmente le ofreció facilidades para filmar.

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“Seguridad económica y facilidades para filmar:

Por eso Prelorán vive en California.”76

Hace algunos años La Gacetale preguntó a otro cineasta tucumano, Jorge Wyngaard, quien trabajaba con Prelorán en la U.N.T., sobre la obra de su viejo colega. Wyngaard admitió que el trabajo de Prelorán como director de fotografía fue ejemplar, pero que desgraciadamente nunca utilizó su cámara como “una herramienta para una expresión de mayor amplitud”.77 “Eso, en audiovisualismo”, continuó, “es fundamental: el saber que esos elementos son herramientas, para contarle historias a la gente, para hacer propaganda política, para enseñarle a leer a la gente, para contarle una historia cruel… lo que vos quieras.”

Lo que la Colección Prelorán demuestra es que el cine raramente se trata de hacer lo que vos quieras. En estos proyectos, como en todo el trabajo de Prelorán, se nos recuerda que la política de sus películas no era la política personal de Prelorán. De hecho, gran parte del archivo de Prelorán –aquellas porciones relacionadas con la producción– tiene poco que ver con Prelorán, sus intenciones y sus ideologías. Así, la Colección Jorge Prelorán no va a convencer de que Prelorán tuviera agendas secretas o que su ideología fuera nada distinta a lo que ofrecensus numerosas entrevistas y biografías. En cambio, la colección subraya las múltiples interacciones que constituyen y, se podría argumentar, siguen constituyendo la actividad cinematográfica, incluso hoy, en una era de YouTube. Si Jorge Prelorán era un nativo o un extranjero, un cineasta o un investigador, revolucionario o conservador, completamente desconocido o vastamente conocido, era porque la sociedad argentina lo convirtió en ello. Es por esta razón que el archivo de Prelorán es quizás el más argentino de todos.

 

Notas

1 Quiero agradecer a Edgardo Dieleke por haberme ayudado a traducir este artículo, pero también por haberme ayudado mucho a concebir el proyecto más amplio que será mi disertación. También doy las gracias a Javier Campo por haberme ofrecido la oportunidad de escribir este artículo. Las ideas que he podido desarrollar arriba se deben mucho a las conversaciones que he tenido y mantenido con varias personas, entre ellos Edgardo Dieleke, Mariano Mestman, Fabiola Orquera, Ana Mohaded, Arturo Borio, Daniel James, Jeffrey Gould, y Joshua Malitsky. Como punto final, quiero agradecer al personal del Smithsonian y de los varios archivos argentinos en donde he trabajado durante los últimos años. Mencionaré acá a Pam Wintle, Daisy Njoku, Jake Homiak, Joshua Bell, Mark White y Tomás Deza del Smithsonian; a Adrián Muoyo, del I.N.C.A.A.-E.N.E.R.C.; a Paula-Félix Didier y Fabián Sancho, del Museo del Cine; y a Magdalena Franco, de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional de Tucumán.
2 Carta, de Jorge Prelorán a Richard Hawkins, 19 de diciembre de 1970. Smithsonian Institution, Human Studies Film Archives, Jorge Prelorán Collection [de aquí en adelante, HSFA-PC], Series 4: Correspondence, “1970: H.”
3 Foto, Jorge Prelorán filmando en Valle Fértil, Provincia de San Juan. HSFA-PC, Series 9: Photographs, Box 5, Folder “Valle Fértil.”
4 “El otro país,” Análisis 449 (21 al 27 de octubre de 1969). HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 30/35.
5 “Jornadas de nuevo cine argentino” [panfleta]. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 10/35.
6 “Cortometraje nacional” [panfleta]. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1964-1977,” Folder 1/8.
7 Carta, de “Cortes Pla, Rector” a Prelorán, 1 de julio de 1963. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 7/35.
8 “Hector Blas González,” Clarín, 3 de agosto de 1961. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 10/35.
9 “Patagonia, universidades, cine, y dos graduados de California,” La Jornada[Chubut], 11 de mayo de 1962. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 12/35.
10 Carta, de Edward Larocque Tinker a Prelorán, 4 de agosto de 1961. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
11 Carta, de Faustino Alberto Fano, 7 de diciembre de 1961. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
12 Entrada del 20 de abril de 1962 del diario “Trip to the Patagonia.” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
13 Diario, “Trip to the Patagonia.” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
14 Entrada del 28 de febrero de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
15 Entrada del 25 de marzo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
16 Entrada del 17 de agosto de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
17 Entrada del 1 de mayo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
18 Entrada del 29 de abril de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
19 Entrada del 1 de mayo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
20 Entrada del 19 de febrero de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
21 Carta, de Colin Young a Edward Larocque Tinker, 11 de junio de 1961. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 8/35.
22 Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
23 Carta, de Prelorán a Eugenio Virla, 13 de octubre de 1962. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 1/35.
24 Carta, de Prelorán a Alan Lomax, 7 de septiembre de 1969. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1969 K-L.”
25 Carta, de Prelorán al Fondo Nacional de las Artes, octubre de 1966. HSFA-PC, Series 8: Press, “1961-1974,” Folder 1/35.
26 “Filmmaker as Anthropologist,” Buenos Aires Herald, 10 de mayo de 2003. Archivo, Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica [E.N.E.R.C.], carpeta “Prelorán 2000-2009.”
27 “Una vision antropológica,” La Epoca, 29 de noviembre de 1983. Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
28 Justiciero del far west, con ojo antropológico,” La Prensa, sin fecha [de 1995]. Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
29cArchivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
30  “Para hacer cine hay que ser culto,” La Gaceta, 13 de febrero de 2005. Archivo, La Gaceta[Tucumán], carpeta “Jorge Wyngaard.”
31 Graciela Taquini, Directores argentinos: Jorge Prelorán(Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1994), p. 17.
32 Carta, de Martha Borruat de Bun a Prelorán, 19 de noviembre de 1965. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Damacio Caitrúz.”
33 Tarjeta postal, de Ana Montes a Prelorán. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [G].”
34 Carta, de Ana Montes a Prelorán, 20 de junio de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1966 [G].”
35 Carta, de Ana Montes a Prelorán, “octubre” de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1966 [G].”
36 Carta, de Prelorán a Ana Montes, 4 de mayo de 1968. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1968 [G-H].”
37 Carta, de Prelorán a Colin Young, 5 de abril de 1968. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1968 [Y].”
38 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
39 Carta, del “Centro de Educación Cinematográfica, Santiago, Chile,” 8 de marzo de 1967. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1964-1977,” Folder 3/8.
40 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
41 Carta, de Prelorán a Anne Chapman, 29 de mayo de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [C].”
42 Finalmente esta película se terminó con Montes y Chapman como directoras y Prelorán como director de fotografía, según los créditos.
43 Carta, de Prelorán a Richard Hawkins, 28 de enero de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [H].”
44 Carta, de Raymundo Gleyzer a Prelorán, 6 de junio de 1970. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1970 [H].”
45 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
46 Carta, de Prelorán al Ente de Calificación Cinematográfica, 28 de octubre de 1969. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 31/35.
47 “Causa problemas la falta de combustible en Valle Fértil,” Diario de Cuyo [San Juan], 19 de julio de 1967, HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 23/35.
48 Jorge Prelorán, “Informe No. 2: San Agustín de Valle Fértil,” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 11, “Valle Fértil.”
49 HSFA-PC, Series 8: Press, Box 13, “Miscellaneous 1/2.”
50 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 7 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
51 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 7 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
52 Carta, de Prelorán a Máximo Rojas, 26 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
53 Carta, de Prelorán a Máximo Rojas, 29 de julio de 1972. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
54 Carta, de Prelorán a Alejo Chávez, 21 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
55  Carta, de Prelorán a Angel Aimetta, sin fecha[de 1975]. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1975 [A].”
56 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 1 de abril de 1973. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
57 Carta, de Prelorán al “Excmo. Señor Presidente de la Nación, Tnte. Gral. Juan Carlos Onganía,” 15 de septiembre de 1969. HSFA-PC, Series 4, “1969 [M-P].” En su cartas para Onganía, Prelorán también solicitaba en nombre de la gente de Ruca Choroy. Aunque se necesitará más información sobre el hecho, parece que Onganía, en respuesta, mandó unos cinco millones de pesos al pueblo de Ruca Choroy, “a raíz de [la] carta [de Prelorán].” Carta, de Prelorán a Don Amaranto [Aigo], 8 de noviembre de 1971. HSFA-PC, Series 4, “1971 [A].”
58 Guión para el programa, “Argentinos desconocidos,” de Canal 7, filmado el 6 de octubre de 1972 y estrenado el 7 de octubre de 1972. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 7/8.
59 Carta, de Prelorán a Kune Grimberg, 29 de noviembre de 1972. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1972 [G].”
60 Carta, de Prelorán a Steve Raymen, 2 de enero de 1974. HSFA-PC, Series 4, “1974 [R].”
61 “Televisión popular” [Cartas al Director], La Capital[Mar del Plata], 20 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
62 Carta [no publicada] al “Señor Director de LU86-Canal 8, Mar del Plata,” 6 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
63 “‘Argentina’: La autenticidad triunfa en la T.V.,” Nueva Era [Tandil], 28 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
64  “Con un Ciclo de Cortometrajes Inicia Canal 8 Una Experiencia,” La Capital[Mar del Plata], 3 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
65 Anibal Ford, “El estreno de Cochengo Miranda en el puesto el boitano,” Crisis 3.33 (diciembre de 1975). HSFA-PC, Series 8: Press, Box 3, “1974-1977,” Folder 17/35.
66 “Cochengo Miranda: En Buenos Aires, se exhibe. En La Pampa, sigue bajo llave,” La Arena[Santa Rosa], 7 de marzo de 1982. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
67 Carta, de Prelorán a Julio [Luzardo], 22 de julio de 1976. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1976 [L].”
68 Carta, de Prelorán a Richard Hawkings, 24 de julio de 1976. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1976 [H].”
69 Carta, de Prelorán a Ercilia Moreno Chá, 23 de diciembre de 1976. HSFA-PC, Series 8: Correspondence, “1976 [M].”
70  “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
71 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
72 “J. Prelorán, que filmó en La Pampa, fue nominado para el Oscar 80,” La Arena[Santa Rosa], 5 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
73  “Jorge Prelorán, el lujo cinematográfico de un ‘desconocido,’” El Chubut [Trelew], 7 de julio de 1990. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 11, “1990 [2].”
74 “Se inicia la muestra de cine sobre expresiones folklóricas,” La Gaceta, 24 de junio de 1970. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1970-1973,” Folder 2/21.
75 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
76 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
77 “Para hacer cine hay que ser culto,” La Gaceta, 13 de febrero de 2005. Archivo de La Gaceta, Tucumán, Carpeta Jorge Wyngaard.