El documental antropológico. Una introducción teórico-práctica. Carlos Y. Flores (2020)

 

Portada del libro.
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El documental antropológico. Una introducción teórico-práctica (CIMSUR, UNAM, 2020) es mucho más que una introducción. Su autor, Carlos Flores, nos sumerge en la caracterización de este tipo de documental entre los ámbitos de la antropología visual y el cine etnográfico, nos amplía sobre sus estilos narrativos y métodos, y puntualiza algunos aspectos de su carácter sonoro.

Su publicación constituye no solo una deuda con la literatura en español con énfasis latinoamericano sobre el tema, sino que además se convierte en una herramienta de gran utilidad para introducir, en efecto, a todas las nuevas generaciones que se vienen interesando en este campo, ante el evidente auge de los medios audiovisuales personales y la proliferación de los materiales audiovisuales en redes y en el ámbito digital en general.

A través de sus cuatro partes, el libro de Carlos Flores problematiza este documental particular a partir de sus diálogos y relaciones con la antropología, pero también con el cine etnográfico que se fue produciendo tan pronto empezó la posibilidad de expresarse por este medio hace más de un siglo. En la primera parte, se hace un importante esfuerzo por ubicarlo entre estas dos coordenadas que enmarcan su práctica, la antropológica misma, pero también la comunicativa al tratarse de un medio que rápidamente se volvió masivo. Esto implicó una revisión historiográfica para ubicar al documental antropológico en aquellos incipientes orígenes que lo emparentan con los inicios del cine etnográfico, como también vincularlo al colonialismo y las representaciones del las otredades, a las reinvenciones del espacio-tiempo gracias al lenguaje audiovisual, a la fotografía antropométrica y la construcción de representaciones visuales, a revoluciones sociales y nuevas prácticas colaborativas. Todo ello con el propósito de poner en contexto, un tipo de documental muy particular, con trayectorias y formas de hacer propias, que atraviesan las transformaciones del conocimiento antropológico, a la vez que implican retos peculiares para el quehacer investigativo y narrativo audiovisual.

En la segunda parte del texto, el autor entra de lleno en la revisión de los estilos narrativos que lo han caracterizado, con aportes claros al campo, distinguiendo las formas expositivas, directas, observacionales, las reflexivas, las archivísticas y colaborativas. Empujando incluso la reflexión hacia producciones contemporáneas hasta contemplar al reality TV y el docudrama; y poniendo con ello, sobre la mesa, la emergencia de repensar desde el ámbito antropológico también este tipo de expresiones audiovisuales.

Esto implica, ineludiblemente, que pase en la tercera parte a los métodos que utiliza el documental antropológico, para así poder desentrañar más finamente, los insumos con que se elabora y las hechuras que ha posibilitado con el tiempo. Las etapas de producción, el planteamiento de temas y personajes, la investigación y el trabajo de campo, así como las entrevistas, tienen su espacio de abordaje para ir colocando numerosos ejemplos de diversos tiempos y latitudes que ayuden al lector y la lectora a familiarizarse con las especificidades del quehacer documental antropológico.

Y empujando aun más estas particularidades, concluye con una cuarta parte dedicada a los aspectos que para fines del pensamiento y conocimiento antropológicos, colocan importantes preguntas acerca de cómo se representa socioculturalmente a partir del audio, y las implicaciones técnicas y metodológicas que tiene en concreto el afán por registrar en un texto antropológico audiovisual, aquello que se mira, se aprecia e interpreta acerca de diferentes culturas y sus poblaciones.

De conjunto, el libro de Carlos Flores constituye una atinada y pertinente invitación a repensar el documental antropológico en la coyuntura de sus cien años a partir de los primeros registros etnográficos que forman parte de los inicios del cine, pero también a revisar la antropología misma con relación a la investigación audiovisual, a la que debe tanto. ¿Cómo explicar procesos con la palabra escrita acerca de poblaciones donde lo que prima es la palabra hablada, o los cuerpos danzantes, o el despliegue de rituales y manifestaciones comunitarias donde tantos aspectos confluyen al mismo tiempo? La cámara se volvió una aliada temprana de esta disciplina, al grado que el perfil de antropóloga/o-cineasta se acabó fundiendo en muchos casos, o desplegándose en valiosas duplas de trabajo que colaboraron por décadas.

Las alianzas caracterizan esta práctica. ¿Cómo concebir al documental antropológico sin la participación de las comunidades, sin el compromiso que impulsa el trabajo de años, sin los compadrazgos, las complicidades, y sobre todo el trabajo colectivo que hay detrás? No exento de ejercicio de poder, el documental antropológico es aquí también escudriñado por el autor, como un espacio donde la credibilidad, la autoridad y las representaciones son permanentemente cuestionadas y resignificadas. Hoy día, por ejemplo, nos puede molestar el hecho de ver imágenes de mujeres de numerosos grupos étnicos puestas al servicio de un mercado de comercio erótico y sexual que vislumbró nuevos alcances con el uso de la cámara fotográfica. Antes nadie se cuestionaba sobre este tipo de registros. Hoy también nos preguntamos sobre lo antropológico de todo aquello etnográfico, y de cómo numerosos documentales dan mayor cuenta de las miradas y mentes que capturaban las imágenes, que de las propias poblaciones retratadas.

Foto: Arthur Radclyffe Dugmore, 1910, tomada de Expansión colonial e imagen (Ryan 1997:134) e incluida en la pág. 44 del libro.

Los orígenes de la terminología misma nos hablan de asociaciones primigenias: disparar, capturar, apuntar, toma, disparo, resultan demasiado alusivas a lógicas impositivas y opresivas para obviar los vínculos coloniales que hermanan a estas prácticas en sus orígenes, y que Carlos Flores escudriña desde el primer capítulo de este libro. Esta fotografía que integra al texto no puede ser más elocuente, reforzada con la vestimenta y doble artilugio de “caza” que sostiene el explorador.

¿Cómo remontar este pesado legado? ¿Cómo impulsar estudios que lo evidencien y nos ayuden a historiar aun mejor las prácticas antropológicas y sus transformaciones? A medio camino del siglo hubo quiebres que lo fueron evidenciando: el reconocimiento a cines, latitudes y autores concretos (el autor destaca desde Grierson hasta MacDougall, pasando por Rouch, Marker, Rodríguez, Solanas y Prelorán, entre otros), que impulsaron otras formas de mirar, nuevos modos de acercarse e interactuar, pero sobre todo con el reconocimiento a las limitaciones de hablar sobre sociedades que hasta entonces no podían expresarse por sí mismas vía el lenguaje audiovisual; ambos giros son articulados aquí para lograr una visión crítica de estos vínculos y fronteras que acuñaron la práctica antropológica vuelta documental.

En un amplio recorrido por documentalistas de muchas latitudes para concretar hacia las prácticas en América Latina, el autor recapitula los modos y aportes, pero también los deslices y las claras transgresiones del pensamiento moderno, cientificista y colonial. Los matices del indigenismo son también aquí colocados en su justa dimensión, por las implicaciones que tuvo en este lado intercontinental del planeta.

El parteaguas que representó la revolución cubana y su cine para los nuevos cines latinoamericanos, y los legados audiovisuales sobre las diversas dictaduras en el continente, se revisan como pasajes clave para entender los nuevos modos, los nuevos problemas por abordar y las nuevas posturas y puntos de vista que derivarán en otras modalidades de narración y por tanto otros discursos donde la alteridad y la subalternidad aflorarán claramente. Las transferencias tecnológicas incluso, ya avanzado el siglo, serán señaladas como otras posibles rutas con sus propios retos y futuro todavía en construcción ante el nuevo panorama digital y en redes imperante.

Aquellos dilemas sobre la apropiación y reproducción, autenticidad y complicidad, todavía vigentes, serán opacados por otros dilemas más apremiantes que van de la no interferencia a la catalización que se potencia con la cámara, de las pretendidas neutralidades a claros posicionamientos, del enfoque observacional al etnobiográfico, de las representaciones estereotipadas al cuestionamiento permanente sobre las formas de representar.

De las pretensiones de objetividad tecno-científica, de las imágenes como referencia, como verdad, como discurso, las diatribas se fueron enfocando hacia el punto de vista y las posturas detrás de él, así como las intenciones de quienes registraban, pero también en las puestas en circulación, los usos y reutilizaciones de tantos materiales registrados que tan fácilmente podían volver a usarse con otros fines tan distantes a sus contextos de producción, al grado incluso de traicionar o contradecir lo que de origen buscaron.

Un importante esfuerzo historiográfico conforma también la publicación de El documental antropológico. La pormenorizada revisión que hace Carlos Flores de numerosas etapas de este largo periodo de producciones documentales da cabal idea de la complejidad de los diversos procesos enredados en las posibilidades y limitaciones de su producción, en los resultados y en las formas de circulación y en su recepción también. De lo costumbrista y lo exótico prevaleciente, a las preguntas y evidencias que fueron haciendo una práctica antropológica más crítica y respetuosa de las comunidades de estudio, cercanas y ajenas, afines y lejanas.

De postulados positivistas a claras posturas materialistas y dialécticas, para nuevos giros posmodernistas y de vuelta a la reflexión dialógica sin la cual no se explicaría este texto ya entrado el siglo XXI. Los retos siguen siendo grandes, en materia de sistematización, organización, documentación, puesta en acceso e investigación de este legado hay todavía un largo camino por recorrer enfrente. Numerosas filmografías esperan ver la luz, ser ampliamente conocidas y estudiadas, para potenciar mucho más las necesidades, nuevas y no tan nuevas, de la antropología, como también del mundo audiovisual.

Caracterizándolo como un texto visual de la modernidad, el documental antropológico se revisa aquí desde la reinvención que hace del tiempo y el espacio, desde la construcción nacional legitimada en esta textualidad, desde las revoluciones sociales y las crisis de representación que lo cuestionaron, desde las nuevas prácticas colaborativas y la toma de los medios por grupos subalternizados, así como también desde la autorepresentación popular.

Se repasan los estilos diversos para profundizar en el expositivo, el directo, el observacional, el reflexivo, el archivístico, el colaborativo, el etnoficticio, el impresionista, e incluso el docudramatizado. Todo ello con el afán de exponer y entender con mayor cabalidad los insumos y recursos con que se ha venido construyendo este tipo de documental a lo largo de un siglo y de qué maneras. Esto implica, escudriñar en los pormenores de sus diversas etapas de producción, detenerse en las tomas de decisión que implica en función del trabajo investigativo, pero también comunicativo audiovisual, y los numerosos detalles que desde las metodologías cualitativas se han impulsado con el uso de las cámaras y la gran variedad de producciones audiovisuales que han proliferado con el paso del tiempo y las transformaciones tecnológicas, pero también discursivas y analíticas.

Punto y aparte amerita la revisión final del papel del audio en un documental que se vio ampliamente potenciado por las posibilidades del registro sincrónico, a la vez que debe tanto a los registros fonográficos previos que la cámara no permitió por décadas. Las dificultades de estas limitaciones técnicas fueron remontadas con el tiempo, de muchas y diversas maneras, apelando y reivindicando el afán por conocer otras culturas, otros modos sociales y entender sus conformaciones socioeconómicas y culturales para comprender mejor también las propias. Aquí, no solo el sonido sincrónico, sino también la gama de posibilidades que potenció la miniaturización de los micrófonos, así como de las propias cámaras, representan una verdadera revolución del ámbito comunicativo audiovisual, al que la propia antropología todavía le debe tanto.

Alteración, interpretación, veracidad y representación, seguirán siendo conceptos revisados de forma permanente, aunados a los retos que coloca la performatividad cotidiana y el lenguaje corporal, más allá de curiosidades, empatías y motivaciones. La revisión es exhaustiva y se despliega como abanico, dejando muchas vetas abiertas para futuras investigaciones, principal acicate de toda publicación. De conjunto, constituye una inmersión garantizada en esta mancuerna tan prolífica que ha sido el cine y la antropología ya por más de una centuria.

 

Lourdes Roca

Instituto Mora, México