Elsa y su ballet (Dario Doria, 2011)

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elsa y su ballet

 

En términos socio-culturales el trabajo aficionado encuentra su contrapartida en el trabajo profesional. Si el primero de estos conceptos es fácilmente asociado a un hobbie o al desempeño de una actividad que, ocupando un segundo plano en la vida de la persona, busca el mero disfrute; la caracterización de la idea de trabajo profesional se complejiza porque en ella se ponen en juego diversos factores. Por un lado está la cuestión de la idoneidad y de la capacidad específica sobre un tema, adquirida por medio de algún tipo de formación; pero por otro lado, aparece la inherencia del ejercicio de la profesión como un medio de vida, es decir, la condición estaría en la obtención de dinero. Esto puede resultar confuso porque ambas consideraciones sobre el ser profesional no poseen un vínculo necesario. Entonces ¿es profesional aquel que es competente, aquel que gana plata o aquel que conjuga ambas cosas? De lo que sí podemos estar seguros es de que en las definiciones de trabajo profesional no hay referencias al placer o al goce, ya que, en el marco de la dicotomía que hemos planteado en el inicio, éstos parecerían ser propiedad exclusiva del trabajo aficionado. Se produce así una suerte de escisión entre el disfrute y la idea de algún tipo de capacidad, sea técnica o económica. Pero acaso ¿no es posible pensar el profesionalismo desde otro lugar más relacionado a cierta actitud por medio de la cual la persona pone a esa actividad en un lugar de importancia dentro de su vida?

Muchas de estas reflexiones son susceptibles de aparecer con Elsa y su ballet, un documental que narra un proceso creativo que combina danza, enseñanza y espectáculo.

Si bien ya en la secuencia inicial se evidencia la gestación de un espectáculo, lo cierto es que desde el vamos no está claro cuáles son los objetivos y la pertenencia del mismo. El rompecabezas se va armando con los datos que el film va suministrando y, por qué no también, con el despojo de ciertos prejuicios que a veces hay en relación al mundo de la danza. Si al principio el registro de una serie de clases (que recorren un arco que va desde el cha cha chá hasta el tap) dictadas para mujeres maduras nos hace pensar que se está preparando la muestra anual de un centro cultural barrial, a medida que avanza el film el espectro se amplía con la mostración de las distintas etapas de un proyecto más amplio que supone un espectáculo de otro tenor. Recién llegando al final de la película descubrimos que todo este proceso es producto del trabajo del Ballet 40/90, una compañía de danza dirigida por Elsa Agras, una octogenaria con mucha dedicación, vitalidad y pasión.

Considerando que aún hoy en el siglo XXI no deja de resultar llamativa la existencia de un ballet compuesto por bailarinas maduras sin experiencia ni entrenamiento previo y por una directora que necesita de la ayuda de un bastón para caminar; lejos de adoptar una mirada condescendiente que sólo rescata el valor ejemplar de estas mujeres, Darío Doria se mete dentro del proceso de producción artístico haciendo hincapié en una acción creativa rigurosa y responsable que está ligada a experiencias vitales. De esta manera nos muestra las distintas etapas por medio de las cuales este espectáculo denominado Sandunga! va evolucionando. Tanto en la creación de las coreografías, en las audiciones, en los ensayos, en las reuniones de dirección y en la confección del vestuario el común denominador es la severidad y la pasión del trabajo de Elsa Agras. De este modo, Elsa se convierte en la protagonista indiscutida del film. La cámara la sigue con insistencia a todos lados y, con el afán de registrar su trabajo, adopta una actitud casi vouyerista. Así es como también comienza una exploración de su cotidianeidad que evidencia una fusión entre su vida y el arte, porque la danza representa para ella su proyecto, su trabajo, su medio de vida y su pasión. Tomando esta idea se destacan dos planos muy pregnantes; uno es de un bastón y el otro de una soga con ropa tendida, en ambos casos los objetos se mueven, se mecen: bailan. Casi como una metáfora visual de esta fusión y de que no existen limitaciones ni restricciones para bailar.

A lo largo del film son pocas las ocasiones en las que tenemos oportunidad de ver a Elsa de frente ya que, en consonancia a esta idea de una cámara que sigue y espía, la mayoría de los planos la toman de espalda. En este sentido no resultaría extraño que este emplazamiento de la cámara guarde algún tipo de relación con la dinámica espacial que se juega tradicionalmente en las clases de danza, en las cuales el maestro se pone de espalda a sus alumnos para que éstos puedan seguirlo. Así es como en determinado momento este recurso cinematográfico del seguimiento muta ya que, de alguna manera, se trasciende el voyerismo para tomar a Elsa como referente y aprender algo de ella.

Elsa señala con cierta desilusión que la recepción solamente suele hacer hincapié en la valentía que tienen esas mujeres al subirse a un escenario, sin hacer referencia al hecho artístico y a la ejecución coreográfica. Por el contrario, la narración toma la inquietud de Elsa mostrando casi obsesivamente planos detalles de aquellos pies entrenando, ensayando y bailando. Sugerentemente, estos planos se yuxtaponen con los planos medios que retratan a Elsa, formando la idea de un nuevo cuerpo polimorfo y fragmentario: aquél que conjuga a Elsa con un centenar de pies, aquél que combina las aptitudes de unas con las incapacidades de otras y viceversa.

Antes del estreno Elsa se reúne con sus bailarinas para hacerles algunas recomendaciones que prácticamente se transforman en un manifiesto. Básicamente la premisa es mantener un equilibrio entre el goce y la correcta ejecución coreográfica. Si a lo largo del film vimos la severidad con la cual Elsa corregía al cuerpo de baile, en este caso ella hace especial hincapié en un merecido disfrute que es fruto de un largo proceso de trabajo.

Entonces ¿no podríamos decir que en el Ballet 40/90 se conjugan todos aquellos rasgos pertinentes propios del trabajo profesional y aficionado? Si bien el sentido común podría sostener que en realidad se trata de una compañía de aficionadas porque sus integrantes no poseen ni experiencia previa ni un gran dominio técnico, la película muestra cómo la participación dentro de este proyecto implica un ingreso al mundo profesional. Porque de alguna manera el film redefine el concepto de profesionalismo de manera tal que, lejos de tener que ver con un resultado técnico o económico, se caracteriza por la ética de un proceso de trabajo responsable y pasional que funciona como prioridad en la vida de sus agentes. En consonancia Elsa y su ballet es eso: el registro de ese proceso más allá de cualquier tipo de resultado; no por nada finaliza cuando en el mundo diegético se abre el telón de la función.

 

Elina Adduci Spina

 

Ficha técnica:

Guión: Luis Camardella. Fotografía y Montaje: Darío Doria. Duración: 99 min. Origen: Argentina. Año: 2011