From numero 10

Editorial

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Llegamos a los diez números. Creemos que podemos permitirnos celebrarlo y compartir esta alegría con nuestros lectores. Desde la primera edición abrimos la convocatoria a colaboraciones académicas provenientes de diversas disciplinas, espacios de pensamiento y latitudes geográficas. Jamás estuvo en nuestros planes sostener una revista para publicarnos defendiendo determinados puntos de vista. Por eso consolidamos un proceso de referato que no se rige por las apetencias personales, sino por el rigor científico y la original de las propuestas. El copioso material de los artículos siempre estuvo acompañado por entrevistas a cineastas e investigadores, críticas de films y reseñas de libros. Textos que esperamos fueran de interés para un público cautivado por los avatares del cine documental, en una de sus épocas más fructíferas y significantes.
En el camino hemos tenido la suerte de recibir algunos reconocimientos y aportes. La declaración de interés cultural del Consejo de Promoción Cultural del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el año 2011 y el tercer premio en el Concurso Nacional para Promoción de Revistas Culturales Independientes del Fondo Nacional de las Artes, en el mismo año. La revista está indexada en Latindex y es considerada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) como una publicación perteneciente al Grupo 1.
Pero, como nos gusta repetir, todos esto no significaría nada sin nuestros lectores. El incremento en la cantidad de ingresos a Cine Documental no se ha detenido desde su primer día (allá en las postrimerías de diciembre de 2009). No estamos seguros de haber ocupado un lugar de referencia entre las publicaciones especializas, pero si hemos intentado llevar adelante un trabajo que no se había realizado entre las revistas académicas sobre cine en nuestro idioma: evaluar mediante los análisis más diversos los alcances y la productividad de este territorio siempre movedizo y ferozmente provocador que es el cine documental, en los tiempos en que la información mediática desborda los más diversos dispositivos y plataformas, inundando el campo de percepción de una sociedad hipermediatizada.
Dada la ocasión, el número 10 de la revista contará con una nutrida cantidad de artículos, a los que se adicionan los materiales de nuestras secciones habituales. Además, ponemos a disposición de los lectores un índice general histórico de la revista y un repositorio en PDF de las traducciones efectuadas antes del pasaje a nuestro nuevo formato de revista desde el número 7.
Por último, hemos convocado a los responsables de las diferentes secciones María Aimaretti (Reseñas), Lior Zylberman (Críticas), Soledad Pardo (Traducciones) para que ellos expongan, en primera persona, una evaluación retrospectiva de sus labores en la revista. Es imposible no sumar en este racconto al otro miembro del Equipo Editor, Pablo Lanza, quien vela para una correcta articulación de todos los contenidos de la revista y colocarlos online. Asimismo, expresamos nuestro especial agradecimiento a dos personas que acompañaron este proceso desde los inicios: Vanesa Spagnuolo (Producción) y Débora Galun (Diseño).

Traducciones
Desde su primer número nuestra revista se propuso ofrecer a sus lectores la posibilidad de acceder a versiones en español de una serie de textos sobre cine documental publicados originalmente en idioma extranjero. Fue así como surgió la sección Traducciones, que a lo largo de estas diez primeras ediciones se concentró fundamentalmente en dos clases de materiales. Por un lado, en algunos de los aportes más significativos a la teoría del cine documental actual, y por otro, en una serie de textos que revisten un importante valor histórico, cuyo estudio permite pensar en perspectiva la teoría y la práctica del cine documental y conocer las transformaciones que el mismo fue experimentando a lo largo del tiempo. Así, la diversidad ha sido uno de los sellos distintivos de la sección, dado que en la misma se han ido incorporando artículos producidos en diversos momentos históricos (desde el siglo XIX hasta la actualidad) y desde diferentes marcos teóricos (fenomenología, semiótica, entre otros). La variedad también se hizo presente en materia de géneros literarios, en la medida en que hemos seleccionado desde artículos que siguen un riguroso formato académico hasta escritos más cercanos a la crónica o el testimonio. Desde el primer número de Cine Documental hasta hoy hemos tenido el placer de publicar versiones en castellano de textos de Michael Renov, Paul Rotha, Carl Plantinga, Vivian Sobchack, Boleslaw Matuszewski, Felix Mesguich, Louis Lumière, John Corner, Guy Gauthier, Ritwik Gathak, Elizabeth Cowie y, en la presente edición, Laura Rascaroli.   
Como responsable de la sección quiero agradecer especialmente la confianza ciega que han tenido en mi trabajo los directores de la revista, Pablo Piedras y Javier Campo. Su gestión de los permisos de traducción y publicación con cada uno de los autores y sus intervenciones como correctores de los textos traducidos, por otra parte, han sido cruciales para el funcionamiento de la sección.

Críticas
Los diez números de la revista son una ocasión para celebrar y también para agradecer, más precisamente para agradecer a todos los autores que colaboraron con sus críticas, haciendo posible que la sección haya comentado casi cuarenta títulos de realizadores de diversas latitudes.
Desde el comienzo, la sección de críticas se ha caracterizado por ser un espacio de ideas sin las ataduras formales de un artículo o del texto académico, pero que, al mismo tiempo, garantizara cierta calidad reflexiva. Los que participaron en esta sección presentaron discusiones, temas y enfoques de lectura diversos, siempre abiertos a ensayar ideas. Podríamos decir así que los escritos fueron hechos con sólidas argumentaciones pero sin perder la pasión del espectador que se enfrenta ante una obra documental.
Las críticas no se asemejan a las características de la prensa diaria u otras revistas especializadas ni tampoco persiguen la novedad. Intentado buscar una voz propia, tanto para la sección en particular como para la revista en general, que marque sus propios tiempos y necesidades, se ha dado espacio no sólo a títulos novedosos sino que también se ha examinado la amplia y vasta producción reciente. Para tal tarea, los colaboradores nos han enviado sus textos a partir de una sola premisa básica: reseñar documentales proyectados en nuestro país en alguna ocasión en el lapso de los últimos dos años.
Las críticas se han escrito a partir de visualizaciones en diversas instancias: estrenos comerciales, festivales, retrospectivas, ciclos especiales, etcétera. En ese sentido, es que también podemos observar el espacio que ha adquirido el cine documental en nuestro país; en los márgenes quizá, pero con presencia constante.
En paralelo a la convocatoria particular de cada número, la sección se encuentra siempre abierta a la recepción de colaboraciones. Todos los lectores, interesados en reflexionar sobre algún título reciente en particular, se encuentran invitados a participar. Bienvenidas, entonces, las nuevas críticas.

Reseñas
Hacer memoria del itinerario de la sección en estos diez números significa, fundamentalmente, agradecer.
Agradecer a cada reseñista que, con esmero e inteligencia, supo entablar un diálogo fecundo con autores y films y generar un espacio de pensamiento, de estímulo crítico y reflexión creativa “probando” una escritura personal. Agradecer su receptividad frente a los comentarios, observaciones y sugerencias que fueron hechos con respeto y dedicación bajo una lógica de trabajo en colaboración. Las lecturas y devoluciones periódicas de cada reseña me permitieron ver el crecimiento no sólo del texto sino de su autor, a la vez que funcionaron como usina de ideas y práctica crítica para con mis propios textos: ser testigo del cincelado de sus trabajos, me ayudó a aprender a cincelar los míos. El rigor académico de unos, la lucidez de otros, la capacidad de síntesis o la audacia ensayística que se percibe en sus estilos fue inspiradora y desafiante, obligándome a seguir creciendo como responsable de la sección y su “primera interlocutora-lectora”.
Hacer memoria de estos números es también agradecer a las editoriales y entidades cuya disponibilidad permitió obsequiar a cada reseñista el ejemplar que comentaba, confiando en nuestro criterio y rigor científico, apostando al crecimiento de la sección y la revista Cine Documental.
Por último, implica agradecer a los directores de esta publicación que con alegría me invitaron generosamente a ser parte de este proyecto y siguen colaborando de muchas maneras a mi formación profesional y humana, priorizando la libertad y la autogestión en la sección, acercando propuestas y comentarios siempre oportunos.

*    *    *

Para finalizar, queremos agradecer especialmente a los miembros del Comité Asesor por haber apoyado y colaborado con este proyecto desde sus comienzos. A los autores que confiaron sus trabajos. Y a los lectores que con su interés otorgan la razón de ser de este emprendimiento. ¡Por muchas más ediciones de Cine Documental!  

María Aimaretti, Javier Campo, Pablo Lanza, Soledad Pardo, Pablo Piedras y Lior Zylberman

Índice 10

—-/ Editorial

Índice General Revista Cine Documental (números 1 al 10)

—-/ Historial de Traducciones

Hacia una poética del cine documental, Michael Renov. Nº1,

Algunos principios del documental, Paul Rotha. Nº2.

Documental, Carl Plantinga. Nº3.

Hacia una fenomenología de la experiencia «no ficcional», Vivian Sobchack. Nº4.

Félix Mesguich y Boleslaw Matuszewski. Reflexiones de pioneros sobre cine documental. Nº5.

Estudios sobre documental. Dimensiones de transición y continuidad, John Corner. Nº6.

El documental narrativo. Documental/ Ficción, Guy Gauthier. Nº 7.

—-/ Artículos

Entre el arte y la investigación. Improvisación, dialogismo y fabulación en Moi, un noir (Jean Rouch, 1958).
Por Miguel Alfonso Bouhaben Págs. 6-26

Pensar el documental en Latinoamérica: el singular método fílmico de Marta Rodríguez y Jorge Silva
Por Marina Cavalcanti Tedesco y Fabián Núñez Págs. 27-44

El testimonio en el cortometraje documental argentino de los años sesenta y setenta. Identidades marginadas y nuevas voces
Por Javier Cossalter Págs. 45-70

Poéticas (políticas) del ambiente en el cine documental. Acerca de los documentales en festivales de cine ambiental en Buenos Aires
Por Soledad Fernández Bouzo Págs. 71-96

Rosa Patria, de Santiago Loza. Efectos teatrales del archivo
Por Irina Garbatzky Págs. 97-118

El documental de retaguardia: James Benning y Peter Hutton
Por Horacio Muñoz Fernández Págs. 119-144

—-/ Traducciones

El cine subjetivo y el ojo de la cámara
Por Laura Rascaroli Págs. 145-179
Traducción de Soledad Pardo

—-/ Críticas

20,000 Days On Earth (Ian Forsyth y Jane Pollard, 2014)
Por Andrés Brandariz Págs. 180-182

El Mercado (Néstor Frenkel, 2014)
Por Diego Ezequiel Litvinoff Págs. 183-188

Elsa y su ballet (Darío Doria, 2011)
Por Elina Adduci Spina Págs. 189-192

Lenny Cooke (Ben Safdie y Joshua Safdie, 2013)
Por Nicolás Aponte A. Gutter Págs. 193-196

—-/ Reseñas

Cine comunitario en América Latina y el Caribe
Alfonso Gumucio Dagrón, 2012
Por María Aimaretti Págs. 197-211

Masas, pueblo, multitud en cine y televisión
Mariano Mestman y Mirta Varela, 2013
Por Javier Campo Págs. 212-217

El nuevo cine latinoamericano y su dimensión continental. Regionalismo e integración cinematográfica
Silvana Flores, 2013
Por Héctor Kohen Págs. 218-224

La escena y la pantalla. Cine contemporáneo y el retorno de lo real
Jens Andermann y Álvaro Fernández Bravo, 2013
Por Malena Verardi Págs. 225-239

Reseñas

Cine comunitario en América Latina y el Caribe
(
Alfonso Gumucio Dagrón).

por María Aimaretti

Masas, pueblo, multitud en cine y televisión
(Mariano Mestman y Mirta Varela).

por Javier Campo

El nuevo cine latinoamericano y su dimensión continental. Regionalismo e integración cinematográfica
(Silvana Flores).

por Héctor Kohen

La escena y la pantalla. Cine contemporáneo y el retorno de lo real
(Jens Andermann y Álvaro Fernández Bravo).

por Malena Verardi

Artículos

Entre el arte y la investigación.  Improvisación, dialogismo y fabulación en Moi, un noir (Jean Rouch, 1958).

por Miguel Alfonso Bouhaben

Pensar el documental en Latinoamérica: el singular método fílmico de Marta Rodríguez y Jorge Silva.

por Marina Cavalcanti Tedesco y Fabián Núñez

El testimonio en el cortometraje documental argentino de los años sesenta y setenta. Identidades marginadas y nuevas voces.

por Javier Cossalter

Poéticas (políticas) del ambiente en el cine documental. Acerca de los documentales en festivales de cine ambiental en Buenos Aires.

por Soledad Fernández Bouzo

Rosa Patria, de Santiago Loza. Efectos teatrales del archivo.

por Irina Garbatzky

El documental de retaguardia: James Benning y Peter Hutton.

por Horacio Muñoz Fernández

El cine subjetivo y el ojo de la cámara

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Por Laura Rascaroli

 

Más información sobre el libro:

http://cup.columbia.edu/book/978-1-906660-13-0/the-personal-camera

 

Traducción de Soledad Pardo

 

El objeto de estudio de este libro se sitúa en la intersección del documental, el cine arte y las prácticas de vanguardia, y se define como cine subjetivo, en primera persona y ensayístico.  Esta definición ostensiblemente simple está sin embargo cargada de problemas, dado que implica un rango de cuestiones teóricas y terminológicas. “Cine ensayo” es sin duda una expresión cada vez más pertinente, que habitualmente se encuentra tanto en reseñas de películas como en escritos académicos sobre cine de no-ficción. A pesar de su uso generalizado hay mucha confusión con respecto al significado del término, que se aplica a una imprecisa variedad de películas y formas cinematográficas: se ha utilizado para cualquier cosa, desde, por ejemplo, Le Mystére Koumiko, de Chris Marker (1965), hasta Farenheit 9/11, de Michael Moore (2004); desde Cheloveks kino-apparatom (El hombre de la cámara), de Dziga Vertov (1929), hasta The Thin Blue Line, de Errol Morris (1988); desde Las Hurdes, de Luis Buñuel (1933), hasta Les glaneurs et la glaneuse, de fforfake 18Agnés Varda (2000); desde F for Fake (F de Falso), de Orson Welles (1974), hasta Supersize me, de Morgan Spurlock (2004). De este uso expandido uno llega a tener la impresión de que “ensayo” está casi transformándose en sinónimo de “documental”. Esta costumbre, que puede estar provocada por la dificultad de lidiar con un paisaje de no-ficción cada vez más complejo, en el cual tanto el documental como los impulsos ficcionales llegan a mezclarse de maneras desafiantes, y en la cual la fuente de la comunicación es siempre más visible, tal vez no sea completamente errónea, ya que apunta al hecho de que todos los documentales, incluso aquellos que logran con mayor éxito parecer imparciales y objetivos, están basados en un punto de vista específico y afirman una determinada interpretación del mundo; sugiere, en otras palabras, que todas las películas de no-ficción son films “con una tesis”. Por otra parte, la costumbre no es particularmente productiva si uno busca definir la experiencia de lo ensayístico en el cine –una experiencia que es tan irrefutable como difusa y difícil de localizar.  

En el polo opuesto de esa práctica, este artículo adoptará un uso del término mucho más restrictivo, e interrogará por qué tal cuestión aparece cuando, al ver ciertos films como Nuit et brouillard (Noche y niebla), de Alain Resnais (1955); Lettre de Sibérie (Carta de Siberia), de Chris Marker (1957); Ici et ailleurs, del Grupo Dziga Vertov (1976); Arbeiter verlassen die Fabrik, de Harun Farocki (1955); Hubert Robert. Schastlivanya zhizn, de Aleksandr Sokurov (1996); Histoire(s) du cinéma (Historia(s) del cine), de Jean-Luc godard (1997-98); Los Angeles plays itself, de Thom Andersen (2003), solo por recordar algunos títulos relevantes desde mediados de la década cincuenta a la actualidad, los espectadores sentimos que estamos viendo un ensayo, casi como la versión cinematográfica de un ensayo literario, como opuesto al documental,  al film-poema, a una autoficción, a una carta audiovisual o a una película experimental.

Otro modo en el cual la expresión “cine ensayo” se usa habitualmente hoy en día es como sinónimo directo de cine comprometido, abiertamente político; tanto en referencia a una práctica documental crítica masiva, como lo ejemplifica el trabajo de Michael Moore, como a formas alternativas de realización de cine y video que se identifican con la producción de temas minoritarios y dispersos. Esto tal vez no sorprenda, dado que tradicionalmente las películas con un punto de vista personal eran limitadas a la categoría de “cine político” –decir “yo” es, después de todo, en primer lugar un acto político de auto-conciencia y auto-afirmación. Esta tradición continúa hoy, y es un componente fundamental del cine-ensayo contemporáneo. Creo, sin embargo, que una consideración apropiada del documental de ensayo involucra más que lo estrictamente político; por consiguiente, con el debido respeto a esta práctica actual, mi uso del término será más amplio. En este artículo, además, no solo me dedicaré al film ensayo sino también a otras formas de realización subjetiva, similares aunque distintas: diarios, travelogues, notebooks y autorretratos.

Realizadas en diferentes países en diversos momentos, aproximadamente entre la década del cincuenta y la actualidad, tanto como textos efímeros u ocasionales como, por el contrario, producidos para su exhibición en cine o en TV, las películas aquí agrupadas son, por ende, profundamente idiosincráticas y forman un cuerpo de trabajo diverso, paradójico, herético. El solo hecho de categorizar estos films y videos –uno piensa en directores como Jean-Luc Godard, Chris Marker, Harun Farocki, Pier Paolo Pasolini, Aleksandr Sokurov, Michelangelo Antonioni, Derek Jarman, Federico Fellini, Win Wenders, Jonas Mekas, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet, Yvonne Rainer, Chantal Akerman, Ed Pincus, Patrick Keiller, Agnès Varda, Werner Herzog, Michelle Citron y Ross McElwee- es tan desafiante como problemático. Se podría sugerir que la heterodoxia (de los formatos técnicos, de los temas, de los valores estéticos, de las estructuras narrativas y de las prácticas de producción y distribución) es la única característica común a todos los films discutidos en este libro, y a otras obras comparables. Sin embargo, si por un lado voy a sostener que deberíamos resistirnos al ansia de sobreteorizar el cine ensayo y cristalizarlo en un género, por otro lado el simple acto de agrupar estos films es un ejercicio clasificador, uno que sugiere la existencia de un campo, un dominio, si no un género coherente como tal.

Mientras que estos films, de hecho, no pertenecen a un género tal como lo pensamos habitualmente, comparten sin embargo una cantidad de rasgos distinguibles. Metalingüísticos, autobiográficos y reflexivos, todos ellos plantean una figura autoral bien definida y extra-textual como su punto de origen y de referencia constante, y articulan fuertemente un punto de vista subjetivo y personal, basado en gran medida en la referencia al espectador o la interpelación.[1] Los modos en los cuales generan tal referencia y articulan cuestiones de autoría, enunciación[2], narración y comunicación varían significativamente; no obstante estoy convencida de que la identificación de las estructuras retóricas generales por medio de las cuales los films-ensayo expresan un punto de vista subjetivo y construyen su espectacularidad no solo es posible sino esencial para alcanzar la comprensión de su dinámica interna y los diversos modos a través de los cuales involucran al espectador.

 

Documental y subjetividad comunicativa

Todos los grandes films de ficción tienden al documental, así como todos los grandes documentales tienden a la ficción (Jean-Luc Godard, 1985: 181-2)

 

Aunque pertenecen a una zona liminal (pero siempre más relevante) del cine, en las cuales las prácticas ficcionales y no-ficcionales, experimentales y masivas, se mezclan y fusionan; todas estas películas son documentales o tienden hacia el documental -al menos en el sentido más amplio y menos restrictivo del término. Durante la década pasada, motivados por la evolución de nuestra concepción de cuestiones de realismo y representación, así como por la emergencia y el exitoso establecimiento, en términos de distribución y respuesta del público, de una práctica no-ficcional cada vez más ambigua y desafiante, los investigadores han empezado a desafiar la aceptada concepción del documental como el campo de la total objetividad[3]. Como ha afirmado Bill Nichols, “Tradicionalmente, la palabra ´documental´ ha sugerido completitud y acabado, conocimiento y datos, explicaciones del mundo social y de sus mecanismos de motivación. Últimamente, sin embargo, el documental ha empezado a sugerir lo incompleto y la ausencia de certeza, recolección e impresión, imágenes de mundos personales y sus respectivas construcciones subjetivas” (1994: 1). Esta tendencia hacia la subjetividad y la ausencia de certeza, que por cierto es válida al menos en el caso del cine personal y ensayístico (si no para toda la producción no ficcional actual, mucha de la cual es aún más bien tradicional), puede enmarcarse histórica y teóricamente en al menos dos modos, que no son necesariamente contradictorios: por un lado, como el resultado del proceso de postmodernización del campo social y el campo artístico; por otro, como una continuación y evolución de las prácticas fílmicas que emergieron dentro del modernismo europeo.

Es evidente que la puesta en primer plano de la subjetividad y la autobiografía son actualmente una tendencia extendida: solamente es necesario considerar la proliferación de    relatos personales, memorias y diarios, tanto en la literatura como en otras artes: “Editores y críticos concuerdan en que, para bien o para mal, la producción y el consumo popular de autobiografías y el interés en los detalles biográficos de autores contemporáneos están experimentando un notable boom” (Douglas, 2001: 806). La subjetividad y la autobiografía están, por ejemplo, en la raíz de la aclamación popular mundial y el éxito comercial de libros como Angela’s ashes, de Frank McCourt; The color of water, de James McBride; o Bridget Jones’ diary, de Helen Fielding (todos de 1996).

La subjetividad y la autobiografía también son un aspecto prominente de los medios masivos contemporáneos: me refiero en primer lugar a Internet, con la extendida práctica de mantener blogs en primera persona y diarios online, así como a la producción de “videos confesionales, ensayos electrónicos y páginas web personales” (Renov, 2004a: xi); pero también a la creciente “personalización” de la televisión, con reality shows que, comenzando por el formato Big Brother [Gran Hermano], ofrecen al público la impresión de estar viendo la vida real de alguien en tiempo real. Stella Bruzzi, quien nos recuerda que los reality shows de la televisión británica se categorizan actualmente no como de entretenimiento sino como “de realidad”, los explica en el marco de la evolución del documental observacional: “La emergencia de estos aspectos señala el creciente descontento con la transparencia y la pasividad observacionales clásicas, la ausencia de una voz autoral y la abstención de cualquier medio manifiesto para demostrar la presencia del realizador” (2006: 121).

Este fenómeno también abarca al cine. Las últimas cuatro décadas han sido testigos de un notable incremento en la producción de no-ficción subjetiva en el cine internacional, un fenómeno que incluye lo que Michael Renov llamó “el brote autobiográfico de los años ochenta y noventa” (2004a: xxii). Tal brote puede explicarse en parte por la propagación de nuevas tecnologías, y en particular por el amplio acceso al video digital y a Internet. Otras causas más abstractas también contribuyeron. En un nivel tanto temático como filosófico, la subjetividad en formas de no-ficción en el cine contemporáneo es un reflejo y una consecuencia de la creciente fragmentación de la experiencia humana en el mundo postmoderno y globalizado, y de nuestra necesidad y deseo de encontrar modos de representar tal fragmentación y lidiar con ella. Me refiero por supuesto a ese cuerpo de teorías que afirman que la inseguridad y la fluidez son las experiencias prevalentes en la condición postmoderna. De acuerdo con varios pensadores contemporáneos, en la postmodernidad es imposible encontrar algo sólido, y estamos todos condenados al descentramiento, la fragmentación y la “liquidez”[4]. Los relatos autobiográficos alimentan la esperanza de encontrar o de crear unidad en una vida que es crecientemente experimentada como desarticulada, desplazada y dispersa. No es accidental que un profundo interés crítico en las narrativas en primera persona se haya desarrollado en la teoría literaria, la narratología y la semiótica en los años asociados a la primera aparición de la condición postmoderna. A comienzos de los años setenta los estudios literarios fueron testigos del florecimiento de publicaciones sobre biografía y estructuras narrativas auto-reflexivas, basta con mencionar las obras de teóricos como Maurice Blanchot, Gérard Genette, Seymour Chatman y Philippe Lejeune.

Un factor importante en la emergencia de formas cinematográficas no-ficcionales subjetivas puede identificarse con el fin de las metanarrativas anunciado por Jean-François Lyotard en 1979 (véase 1984) y con el consecuente fenómeno de la disminución de autoridad encontrado en, y promovido por, el discurso postmoderno –así como “la disminución de la objetividad como una narrativa social convincente” (Renov 2004a: xvii). La disminución de la capacidad de persuasión social de la objetividad y la autoridad ha tenido consecuencias visibles para el cine documental. En esta era escéptica, en la cual se desconfía de las grandes narrativas y se problematiza la existencia de una perspectiva externa e inmutable desde la cual construir una visión objetiva del mundo, los márgenes se vuelven más atractivos que el centro y la contingencia reemplaza a la necesidad y la inmutabilidad. En consecuencia, también se debilita la autoridad del documental tradicional, su aura de objetividad ya no se sostiene, su aparente imparcialidad y su habilidad para producir un discurso verdadero se exponen como figuras lingüísticas y retóricas, y son parodiadas (como en el mockumentary) o reemplazadas por una abierta exhibición de la fuente del acto de comunicación. En el segundo fenómeno, que pretendo analizar con mayor profundidad, el realizador sale al frente, utiliza el pronombre “Yo”, admite su parcialidad y debilita a propósito su autoridad adoptando un punto de vista contingente y personal. Obviamente esto es solo una estrategia retórica más, que pretende construir un discurso que es considerado honesto y verdadero, al menos consigo mismo.

También es, sin embargo, una forma tangible de compromiso personal por parte del realizador. De hecho es importante aclarar que no utilizaré expresiones como “estrategia retórica” ni utilizaré herramientas analíticas postestructuralistas con el objeto de debilitar la afirmación del documental en primera persona de su status de no-ficción, sino todo lo contrario. No es a pesar de haber abrazado la contingencia, sino precisamente por haberlo hecho, que el documental continúa actualmente, en su era post-grandes narrativas, ganando acceso a lo real, no obstante sobre una base radicalmente diferente; y al ser parciales, así como abiertamente personales, los films-ensayo expresan opiniones parciales sobre la realidad al tiempo que son capaces de conectar significativamente con esa realidad, pero de modos impredecibles y difíciles de codificar. Como Carl Plantinga, no veo una contradicción, a pesar de que uno parece estar implícito en un abordaje postestructuralista del documental, entre “la función de registro del cine de no-ficción y su retórica” (1996: 319). Al involucrarse con estas cuestiones, este estudio pretende contribuir tanto al problema general del realismo y de la construcción del efecto de realidad en el cine, como a nuestro conocimiento de los mecanismos del documental en particular y su habilidad para acceder a lo real.

A pesar de que la posmodernidad es, por lo motivos mencionados anteriormente, un momento propicio para la diseminación de prácticas cinematográficas de no-ficción subjetivas, estas formas tienen sus raíces en una era anterior. La idea de la posibilidad de expresar la subjetividad a través del cine se remonta a los orígenes mismos de la teoría del cine; en particular, algunos de los pioneros influidos por el impresionismo poético, como Ricciotto Canudo, Louis Delluc o Jean Epstein, directores urgidos por expresar su yo interior y sus sueños personales en sus películas. Sin embargo, es en la década del cuarenta cuando emergen las reflexiones sobre la subjetividad cinematográfica en la teoría del cine europea, preparando el terreno para la formulación de la teoría de los autores de la Nouvelle Vague en la segunda mitad de la década del cincuenta, y el establecimiento del cine personal de las vanguardias de los cincuenta y sesenta. Algunos de los momentos clave de estas reflexiones, que se discutirán en detalle en los siguientes capítulos, son el artículo de Hans Richter de 1940 sobre el film-ensayo (véase Richter, 1992), la contribución de Alexandre Astruc de 1948 sobre la cámera-stylo [cámara-estilográfica] (véase Astruc, 1999), los escritos de Cesare Zavattini de los años cincuenta y sesenta sobre el cine personal (véase Zavattini, 1979) y la conferencia de Pier Paolo Pasolini de 1965 acerca del “cine de poesía” (véase Pasolini, 1988)[5] .

Estas contribuciones anticiparon u ocurrieron en paralelo a la emergencia de una práctica cinematográfica en primera persona modernista y, en algunos casos, realmente vanguardista, que incluyó el cine personal, casi privado, de la Nouvelle Vague; los experimentos del cinéma vérité, como Chronique d’un été (Crónica de un verano), de Jean Rouch y Edgar Morin, en el cual los autores se filmaron como la fuente del acto de comunicación y simultáneamente debilitaron su propia autoridad; los Free Newreels de 1968 de Zavattini, auto-producidos y realizados por gente común; los documentales de Pasolini; y el New American Cinema y el cine underground, con artistas como Jonas Mekas, Stan Brackhage y Andy Warhol.[6]  Escribiendo acerca del cine autobiográfico y en formato de diario de Mekas, Maureen Turim sostuvo acertadamente: “Es importante recordar que el desarrollo del cine autobiográfico llega a un punto específico en la historia del cine. Involucra un proceso de ruptura… el autobiógrafo cinematográfico no solo dice “Quiero contar mi vida a través del cine”, sino también “Suficiente de cine como medio masivo y como una actividad industrial y colectiva” (1992: 193).  La subjetividad en el cine de no-ficción contemporáneo puede verse, consecuentemente –tal vez en contradicción con su aparente intención de ser modesto y anti-autoritario- como una herencia del cine de las nuevas olas, decididamente autoral, anti-mainstream y anti-establishment; y de las vanguardias europeas y norteamericanas.

Es precisamente porque pertenecen a esta tradición que los films citados en este libro pueden ser tan decididamente personales y subjetivos, y apuntar hacia sus autores extra-textuales como la fuente verdadera del acto de comunicación. De hecho, todos ellos son la obra de autores fuertes, quienes asumen una libertad expresiva y artística mayor que lo normal, o cuya efectiva autonomía  es garantizada por la marginalidad económica y artística de sus films. Y sin embargo la misma posibilidad de expresar la subjetividad y la perspectiva autobiográfica en el cine no es algo dado, de hecho ha sido frecuentemente cuestionada o incluso negada. Así, el primer problema que requiere ser abordado aquí es si la subjetividad y la autobiografía son posibles en el cine. Voy a referirme a esta cuestión considerando en primer lugar el caso de la autobiografía, porque ese asunto implica directamente el de la autoría, y por ende el de la subjetividad.

 

La performance del yo: la autobiografía en el cine

A pesar de que muchas películas son etiquetadas como autobiográficas, y muchos directores son descritos por los críticos como eminentemente involucrados en la creación de cine autobiográfico, tanto ficcional (por ejemplo, Ingmar Bergman, Federico Fellini, Woody Allen) como no-ficcional (Jonas Mekas, Ross McElwee, Ed Pincus), la posibilidad concreta de realizar un film autobiográfico es un asunto discutible. En un estudio breve pero influyente dedicado precisamente a esta cuestión, la teórica literaria Elizabeth W. Bruss afirmó que “no hay equivalente cinematográfico real para la autobiografía” (1980: 296). Bruss sostuvo que “el cine carece de la capacidad de auto-observación y auto-análisis que asociamos al lenguaje y la literatura” (1980: 298); de hecho es incapaz de producir la unidad del observador y el observado crucial para la autobiografía. Mientras que Bruss reconoció que las películas son prácticas significantes que producen sentidos, postuló una clara diferencia entre el sujeto que escribe y el sujeto que filma; mientras que el primero puede alcanzar “la capacidad de conocer y simultáneamente ser aquel que uno conoce (1980: 301); el segundo está privado de esta posibilidad debido a las “fallas” del lenguaje cinematográfico. En efecto, para Bruss el decir la verdad no pertenece al cine; “¿bajo qué condiciones llamaríamos “sincero” a un film o diríamos que expresa una creencia en, o un compromiso con, las imágenes que presenta? –la misma expresión suena extraña”, afirma (1980: 303).

Aunque es correcto el análisis de la imposibilidad de la cineasta de filmarse a sí misma directamente[7], y por ende reproducir la unidad del observador y el observado, Bruss no consigue ver cómo puede una película ser sincera o personal porque basa su teoría en una concepción del lenguaje cinematográfico fuertemente deudora de la semiótica del cine de Christian Metz (1974) –que sostiene que el cine no es una langue [lengua] porque no existe un diccionario de imágenes, dado que éstas no tienen significados fijos. Desde este modo, afirma Bruss, “no hay manera de marcar un apego personal a una imagen más que a otra, no hay un modo de discriminar una toma de un director de una toma de cualquier otro individuo” (1980: 305). Así, la expresión de la subjetividad en el cine parece imposible. Lo mismo ocurre con la autobiografía: para Bruss, ni siquiera las películas en las cuales el guionista, el director y el protagonista son la misma persona (notablemente, el prerrequisito de Philippe Lejeune para el “pacto autobiográfico”) consiguen ser autobiográficas.[8]  

Es verdad que una sola imagen fílmica no puede cargar con la marca de individualidad tan fácilmente como lo puede hacer la primera persona en el lenguaje (salvo que una voz over o un subtítulo introduzca el “yo” verbalmente). Maureen Turim nos advierte que la equiparación del “yo” con el “ojo”, con la percepción visual, “oculta la brecha entre lo que el sujeto ve y lo que el sujeto es” (1992: 195), pero reconoce que la imagen puede tener rastros del sujeto que la filmó o la seleccionó, porque el cineasta puede elegir señalar su presencia en el acto de filmación a través de su ausencia, una estrategia que equipara la cámara subjetiva con la conciencia del realizador:  “esta marca de la presencia a través de la ausencia implica las siguientes enunciaciones implícitas: ‘Yo estuve allí, detrás de la cámara. Elegí esta imagen. Yo elegí este proceso transformador de registro de la imagen para marcar mi presencia como realizador. Me inscribí a través de los modos en los cuales manipulé la cámara’” (1992: 194). Desde ya, este es un proceso de auto-representación figurativo o metafórico: “El yo se crea en el film a través de la mediación de los procesos de representación narrativa y simbólica, aún si esos procesos descansan en una fenomenología de la visión” (1992: 196). Sin embargo, aún cuando estas distinciones entre el cine y la literatura se toman en cuenta, uno debe cuestionar la opinión de que la sinceridad, la subjetividad y la autobiografía son inalcanzables en el cine, de un modo diferente a como pueden ser posibles, o no, en la literatura. De hecho, si problematizamos las afirmaciones de Bruss vemos que el cine y la literatura convergen en un yo a la vez empírico y performativo.

En efecto, también en la literatura el uso del pronombre “yo” es  finalmente problemático, porque plantea el espinoso problema de la identidad: “Es difícil permanecer en un nivel de estricta descripción gramatical: cualquier análisis sostenido de la interacción entre pronombres y personas en la enunciación se enfrenta eventualmente a la vertiginosa necesidad de construir una teoría del sujeto” (Lejeune 1977: 30). Dentro de esa perspectiva uno debe notar que no solamente el bagaje romántico de introspección de un yo unificado, tal como es evocado por la idea de autobiografía, ha sido problematizado; sino que también ha sido problematizada la idea de que la autobiografía tout court es posible.  Si la autobiografía es esa práctica que plantea la pregunta “¿quién soy yo?”, varios filósofos, como Gabriel Marcel y más recientemente Paul Ricoeur, han descartado la transparencia cartesiana del yo, desafiando por ende la viabilidad de esta actividad. Para Ricoeur “¿quién soy yo?” corresponde a la noción de “cómo el yo puede ser al mismo tiempo una persona de la cual hablamos y un sujeto que se designa a sí mismo en primera persona mientras se dirige a una segunda persona” (1992: 34). “¿Quién soy yo?” para el filósofo no es un hecho objetivo, una verdad para ser descubierta, sino algo que debe alcanzarse o crearse, así como autenticarse. Este logro nos exige lidiar con un complejo conjunto de elementos y modos de entender, que involucra discursos materiales, temporales, lingüísticos y sociales. El auto-entendimiento está mediado por  signos, símbolos y textos, y es siempre un acto de interpretación. En términos de lenguaje, el signo “yo” para Ricoeur está vacío, no crea el sujeto, solamente lo muestra. El sujeto se presupone en el lenguaje, que lo indica sin describirlo.

¿De qué manera crea su sujeto la autobiografía literaria? No solamente el signo “yo” está vacío; aquel que lo pronuncia se ha transformado en una figura, una ficción. La “muerte del autor” postestructuralista (para utilizar el lema de Roland Barthes, aunque las referencias a otros deconstruccionistas y postestructuralistas, como Jacques Derrida y Michel Foucault, continúan siendo de rigueur) afecta cualquier afirmación de la posibilidad de producir expresiones en primera persona en la literatura o en cualquier otro arte. ¿Cómo puede ser el autor una ficción y al mismo tiempo ofrecer un retrato autobiográfico fiel o una afirmación subjetiva convincente? Entre los argumentos que se repiten en escritos sobre autobiografía literaria se encuentra, por ejemplo, aquel de la imposibilidad de obtener una absoluta coincidencia de identidad entre el autor y el narrador. El “yo” no solamente tiende a ser un personaje para el autor de una autobiografía, sino que el pasado “yo” para un autor  siempre se transforma en otro, como en el título de uno de los volúmenes de Philippe Lejeune sobre la autobiografía, que reproduce la fórmula de Rimbaud “Je est un autre” [“Yo es otro”]. Otro argumento crítico frecuente acerca de la falta de fiabilidad de la memoria se da a entender en la siguiente cita: 

El hecho mismo de la memoria y su peculiar operación, que trae a la conciencia algunas cosas desatendiendo por completo otras cosas y otros tiempos, parece demostrar que el yo no es continuo; dado que trae un yo aquí y otro yo allá, y no son el mismo uno y otro, tampoco adquieren el mismo nivel de yo (Olney, 1972: 24). 

Por último, una tercera observación recurrente es que solamente la muerte es el límite último que nos permite alcanzar la completitud y claridad que requiere cualquier autobiografía. Como sostuvo Pier Paolo Pasolini: 

Es, por lo tanto, absolutamente necesario morir, porque mientras vivimos no tenemos significado, y el lenguaje de nuestras vidas… es intraducible, un caos de posibilidades, una búsqueda de relaciones y significados sin resolución. La muerte ejecuta un montaje instantáneo de nuestras vidas; es decir, escoge los momentos realmente significativos (que ya no pueden modificarse por otros posibles momentos contrarios o incoherentes) [y] los sitúa en una secuencia, cambiante e infinita, inestable e incierta –y, por ende, no descriptible lingüísticamente- presente en un pasado claro, estable, certero y, por lo tanto, fácilmente descriptible (1988: 236-7). 

No obstante, obviamente es imposible para un escritor incluir su propia muerte en su autobiografía, que por ende continúa siendo una descripción tentativa de un pasado indescriptible.

La (im)posibilidad de la autobiografía se extiende mucho más allá de la esfera del arte. Para muchos pensadores postmodernos no solamente el yo del autor sino el yo en general es una construcción absoluta. El teórico cultural Stuart Hall, por ejemplo, recurriendo a Louis Althusser y Jacques Lacan, afirma: 

Más que hablar de identidad como algo completo, deberíamos hablar de identificación y verla como un proceso en curso. La identidad brota no tanto de la completitud de la identidad, que está dentro nuestro en tanto individuos, sino de una carencia de completitud que se llena desde afuera de nosotros por los modos en que nos imaginamos que los otros nos ven (1992: 287-8, en cursiva en el original). 

En los tiempos postmodernos, el yo (occidental) se ha vuelto descentrado, quebrado, líquido, cambiante, desplazado, múltiple, esquizofrénico y socialmente construido. Como en la consigna de Zygmunt Bauman: “Si el ‘problema de la identidad’ moderno era cómo construir una identidad y mantenerla sólida y estable, el ‘problema de la identidad’ postmoderno es cómo evitar la fijación y mantener las opciones abiertas” (1996: 18, en cursiva en el original). Walter Truett Anderson sintetiza estos argumentos: “En el mundo postmoderno simplemente no puedes ser un alguien único y consistente” (1997: 26).

Y sin embargo este libro lidia con expresiones cinematográficas subjetivas y a veces autobiográficas,  por ende aparecerá, aceptando la precondición de la existencia, en algún lugar, de un autor que habla, y que habla de y por él/ella. ¿Qué tan reales son los autores de los films analizados en los capítulos siguientes? ¿Qué tan confiables son sus enunciadores? ¿Qué tan sinceros son sus narradores?

Al describir la categoría de cine acentuado[9], que casi invariablemente pone en primer plano a los directores y sus experiencias personales y autobiográficas, Hamid Naficy se enfrentó a los mismos problemas y postuló que: 

El discurso sobre el exilio requiere oponerse al movimiento de algunos críticos postmodernos para separar al autor del film del sujeto enunciador del mismo, dado que exilio y autoría están intrínsecamente entrelazados con los movimientos históricos de sujetos empíricos a través de los límites de las naciones (2001: 34). 

La existencia histórico/empírica del autor exiliado, como sugiere Naficy, no excluye, sin embargo, la construcción de yoes ficcionales, y tampoco evita los problemas conectados a la actividad de la autobiografía en general. Los autores siguen siendo figuras discursivas que “Habitan y están construidos no solamente por la historia sino también por sus propios textos fílmicos… Cómo habitan sus films, o, en términos de [David] Bordwell, cómo son “personificados”, varía: pueden habitarlos como personas empíricas reales, sujetos enunciadores, ausencias estructuradas, estructuras imaginarias o una combinación de esas opciones” (2001: 35).

La misma afirmación aplica para el cine en primera persona, ensayístico. En todos los casos, sostendré que los enunciadores de estas películas postulan la existencia de autores que son sujetos empíricos, explícitamente involucrados en la producción de un relato de sí mismos y de su punto de vista en el mundo.[10]   Esto es posible porque estamos tratando con realizadores que –aunque jamás sin problemas o de un modo no reflexivo- se relacionan con la tradición del Artista Occidental y el director-autor, una figura que ejerce una fuerte influencia y control sobre el proceso creativo y su producto final. Esto no significa que el objeto de estudio de este libro sea la verdad del yo; dado que, como sostiene Turim: 

En los films los artistas encontraron metáforas visuales que expresaban sus verdades subjetivas; ya no privilegiamos necesariamente esa visión como la profunda verdad del universo per se, o incluso como la verdad de un individuo singular y único. Ahora podemos ver las subjetividades y las verdades como plurales no solamente entre los sujetos sino también al interior de un sujeto dado, el yo que es dividido, incluso en parte desconocido para sí mismo (1992: 202). 

El objeto de este estudio, en consecuencia, no es el autor extra-textual, visto como un sujeto coherente directamente reflejado en su producto textual, mi interés estará puesto en los textos, sus estrategias comunicativas y, finalmente, sus enunciadores como figuras que se ofrecen a sí mismas como una (verdadera) representación y performance de sus autores.

Lo que justifica este acercamiento es el hecho de que todos los films considerados en este volumen emplean estrategias textuales y extra-textuales para promover una cierta forma de recepción, un cierto punto de vista. En otras palabras, fomentan una lectura subjetiva y en ocasiones autobiográfica –y este efecto es crucial, dada la afirmación de Paul de Man (1984) de que la autobiografía no puede experimentarse como un género o modo, sino solamente como una modalidad de lectura. De forma similar para H. Porter Abbott, en el extremo opuesto de la nueva crítica, cuya aproximación “aspira a la pureza de la respuesta imaginaria, borrando completamente al autor … leer autobiográficamente no es borrar al autor sino mantenerlo a la vista” (1988: 608). El lector, en otras palabras, le pide al texto que le revele a su autor. “La diferencia … entre una autobiografía y una novela no yace en la realidad de una y lo imaginario de la otra, sino en las diversas orientaciones frente al texto que suscitan en el lector” (1988: 603).

El cambio afecta decisivamente al problema del film-ensayo como objeto, al cual me referí en el comienzo. Noël Carroll no está lejos de la visión recientemente apuntada cuando afirma persuasivamente que “La distinción entre no-ficción y ficción es una distinción entre los compromisos de los textos, no entre sus estructuras superficiales” (1996: 287). Exactamente lo mismo puede decirse de varios tipos de no-ficción: la distinción es una cuestión de compromiso textual o, para decirlo de otro modo, una modalidad de la visión. Así, citando a Dai Vaughan: “Lo que hace de un film un “documental” es el modo en el que lo vemos” (1999: 84). Este artículo planteará preguntas acerca de los modos en los cuales miramos las no-ficciones en primera persona, ensayísticas, y sobre el modo de ver que producen; y afirmará que esos films demandan a sus espectadores que siempre mantengan en vista a sus autores.

 

Autores implícitos fuertes, enunciadores encarnados

Mi actitud aquí, entonces, será concebir la autobiografía fílmica como un efecto y una modalidad del ver. He sostenido que la autobiografía no es una cuestión de contenidos (de realidad), o incluso de una estricta adopción de un conjunto de precondiciones, tales como las del pacto autobiográfico en la literatura de Lejeune, que se relacionan con el lenguaje (la prosa), el sujeto (la vida de un individuo), la situación del autor (coincidencia entre el autor y el narrador) y la posición del narrador (coincidencia entre el narrador y el protagonista, véase Lejeune, 1996). En consecuencia consideraré a la subjetividad como el producto de la adopción, por parte del texto, de ciertas estrategias. Dichas estrategias, que estarán en el corazón de mi análisis, habitualmente implican enunciadores fuertes, que producen un discurso audiovisual que solicita al espectador ser experimentado como eminentemente personal. Esto no excluye la posibilidad de que estos enunciadores cinematográficos sean, en muchos casos, autores empíricos –todo lo contrario. Sin embargo, mi interés no recaerá tanto en sus biografías o en la veracidad de sus relatos sino en su performance de la subjetividad en el texto. Tomo prestada la definición de los documentales de Stella Bruzzi como “actos performativos, inherentemente fluidos e inestables, e inspirados por cuestiones de performance y performatividad” (2006: 1). De hecho, varios de los documentales que voy a estudiar ofrecen la performance del realizador en el texto, lo cual es altamente significativo si aceptamos que “la performance para la cámara [es] el documento final  … la verdad alrededor de la cual se construye un documental” (Bruzzi, 2006: 154). Es más, también son performativos, porque el film-ensayo siempre y enfáticamente hace lo que todas las no-ficciones hacen tal vez de modos menos evidentes –esto es, en palabras de Bruzzi, “representar el proceso de descubrimiento factual e intelectual que completa el documental” (2006: 196)[11] .

Los teóricos del cine han visto a la subjetividad en el film de diversos modos, de acuerdo con la perspectiva que adoptaron, sea lingüística, semiótica, psicoanalítica, representacional o política/ideológica (por ejemplo: marxista, feminista, postcolonial).  Tradicionalmente, elementos tales como las tomas de punto de vista y la narración en voz over llamaron particularmente la atención por su habilidad para expresar las percepciones de la narradora, o sus perspectivas y respuestas psicológicas y emocional. En su análisis del cine clásico de ficción Edward Branigan definió concisamente a la subjetividad en relación a la narración como “una instancia o nivel de narración específica donde el decir es atribuido a un personaje en la narración y recibido por nosotros como si estuviéramos en la situación de un personaje” (1984: 73, en cursiva en el original) –por ende resaltó que la subjetividad en el film es una forma de narración y subrayó el rol del espectador en su definición. Voy a hacer referencia inevitablemente al punto de vista de los personajes; sin embargo, los films incluidos en este libro no solamente presentan narradores, como lo hacen todos los films, sino también enunciadores fuertes.

Por cierto, la presencia de enunciadores encarnados contrasta con muchos tipos de cine standard y mainstream y, en particular, obviamente, con varias formas históricas de realismo, incluyendo el cine clásico de Hollywood; pero también contrasta con lo que podríamos llamar el documental tradicional. En las formas tradicionales del realismo cinematográfico, de hecho, el enunciador tiende a esconderse; la mayor parte del tiempo está disfrazado, y si emerge forzadamente lo hace de una forma desencarnada, a través del comentario musical, o los ángulos y movimientos de la cámara, o instancias de voz over. Es extraño que su presencia se vea de un modo más abierto que este en los films de ficción. Algunos ejemplos vienen a la mente, como las apariciones distintivas de Alfred Hitchcock en sus películas; o imágenes de, o relacionadas con,espejo el autor real, como el poster de Andrey Rublyob (Andrei Rublev, 1969) pegado en una pared del departamento de Moscú del protagonista en la película autobiográfica de Andrei Tarkovsky Zerkalo (El espejo, 1975). En el documental es, por supuesto, mucho menos inusual ver a los realizadores en la pantalla o estar en presencia de un enunciador fuerte y declarado. Esto sucede, por ejemplo, en lo que Bill Nichols (1991) denomina modo “expositivo” del documental, en el que encontramos un comentario al estilo “voz de Dios” dirigido hacia el espectador; o en el modo “interactivo”, en el que la presencia del realizador en el film es aparente y sincrónica al rodaje, más que superpuesta en la post-producción. Sin embargo, incluso en estos modos no hay que tomar al enunciador necesariamente como una fuerte expresión de subjetividad autoral; de hecho, en el modo expositivo, tal como reconoce el propio Nichols, el mismo representa habitualmente una autoridad amplia, institucional, mientras que en el modo interactivo a veces se estructura como una ausencia.

Me parece a mí que los enunciadores explícitos de los films ensayísticos son especiales, en el sentido de que se ofrecen para presentar sus puntos de vista personales y propios. En ocasiones lo hacen cuando hablan de sí mismos o de temas que los preocupan directamente; otras veces ofrecen un comentario sobre cuestiones conceptuales o asuntos públicos que los afectan no solamente a ellos sino también a la cultura y la sociedad. Pueden ser pura voz over o presencia lingüística escrita (a través de leyendas o subtítulos); en otras ocasiones son encarnados en la pantalla. En todos los casos crean una impresión más fuerte de presencia autoral que aquella que se experimenta en la mayoría de las películas clásicas y narrativas.

Pero es crucial reconocer que, si se le prestará mucha atención a los autores, uno no puede olvidarse de que todo “yo” implica un “tú”. El estructuralismo y la teoría de la enunciación fueron correctamente criticados por presentar una imagen abstracta del lector/espectador, que solía ser considerado como un punto de vista, una figura estandarizada y pasiva producida y controlada por el texto. Los enunciadores subjetivos de los films en primera persona habitualmente se dirigen a los espectadores de modo directo, a veces mirando a la lente de la cámara, o hablando con ellos, o simplemente presentando su discurso como una confesión, una reflexión compartida, o  un argumento persuasivo. Mi posición es que los espectadores (reales) de estos films son llamados en un incesable efecto de interpelación. En el caso del film-ensayo propiamente dicho se les pide que consideren el film como la reflexión subjetiva de su autora y que conecten con ella, para compartir o rechazar su línea de razonamiento. En el caso de formas ensayísticas tales como el diario, los notebooks y los autorretratos son invitados a involucrarse con la verdad que el autor está contando sobre sí mismo y sus experiencias. Por ende, los espectadores de films en primera persona pueden sentirse más cerca del texto y de su autor –y pueden tener ellos mismos una experiencia espectatorial más personal y subjetiva que con otros tipos de cine.

Estoy, sin embargo, lejos de sugerir que esta estructura es exclusiva del cine ensayístico. Pero sostengo, de modo más simple, que es un rasgo característico de esta forma. Existe, así, una importante tradición de interpelación en el cine de ficción: en términos de miradas, un conjunto de ejemplos vienen a la mente, desde la mirada a la lente del ladrón que le dispara a la audiencia en The great train robbery [Asalto y robo a un tren], de Edwin S. Porter (1903)[12], vlcsnap-2014-06-14-19h21m40s31hasta los apartes de Jean-Paul Belmondo en À bout du souffle [Sin aliento]de Jean-Luc Godard (1960); desde los monólogos de Alma y Elizabeth en Persona, de Bergman (1966), hasta las numerosas miradas intensas que los diferentes personajes intercambian con el espectador en Espejo, de Tarkovsky; desde el aparte de los musicales hasta el de las comedias. La alusión directa al espectador en el cine de ficción puede funcionar como un mecanismo de distanciamiento brechtiano, basado en su habilidad para interrumpir el fluir de la narración y resaltar la permeabilidad de la “cuarta pared” (Godard); como una manera de shockear al público y obtener una participación emocional (The great train robbery); o como una ruta hacia la complicidad y el humor (musical y comedia). Los ejemplos de la alusión al espectador a través de la voz over o los subtítulos tampoco son infrecuentes; en estos casos la interpelación es una forma de narración que crea participación. En los documentales tradicionales, sin embargo, la alusión directa al espectador a través de la mirada es infrecuente[13]. La voz over, por contraste, es habitual en la no-ficción; sin embargo, la voz no siempre pertenece al director, y tampoco es automáticamente conectada por el espectador con el realizador, más bien representa habitualmente una autoridad generalizada. En el cine en primera persona, en su lugar, la alusión es inequívocamente caracterizada como personal, como proveniente de un enunciador que se identifica abiertamente con el autor empírico.

Estas consideraciones sugieren que los films ensayísticos revelan y encarnan dos aspiraciones del cine, tanto el ficcional como el documental,  fundamentales y entrelazadas, aunque claramente paradójicas. La primera es el deseo de la realizadora de utilizar la cámara como un medio flexible, lúcido e incisivo para la expresión personal, individual. La segunda es su deseo de comunicarse con el espectador directamente, de establecer un contacto con la audiencia encarnada, basada en una afinidad electiva. Tales ambiciones caracterizan al cine ensayístico como utópico, pero también testifican la urgencia de su proyecto en el panorama de la realización cinematográfica.

 

Cine en primera persona: las bases de una investigación

La afirmación que hice en relación a la diferencia entre cine de ficción y cine de no-ficción puede repetirse con respecto a diferentes tipos de no-ficción: la distinción es una cuestión de compromisos textuales o, para decirlo de otro modo, de modalidades del ver movilizadas por estos diversos tipos. Por ende, plantearé una distinción entre formas de cine subjetivo. Por esta razón The personal camera se divide en dos secciones: la primera está dedicada al film-ensayo propiamente dicho; la segunda a algunas formas similares, aunque independientes, de la realización en primera persona, a saber, el diario cinematográfico, el film notebook y la película de autorretrato.[14]

Todas estas formas comparten algunas características fundamentales, de las cuales la más evidente es que derivan de géneros artísticos pre-existentes, en su mayoría literarios –con la excepción del autorretrato, que aparece primero (y predominantemente, a pesar de la existencia de ejemplos literarios) de las bellas artes. Este es un factor importante, por supuesto, que conecta estos films con una tradición de obras que es reflexiva, introspectiva y autoral. En segundo lugar, todas estas formas presentan, como ya he afirmado, enunciadores fuertes y encarnados.

Sin embargo, también hay unas diferencias claves: los compromisos textuales de cada tipo difieren, y lo mismo hace el pacto espectatorial que proponen. El compromiso y el pacto del film-ensayo puede sintetizarse de la siguiente manera: “Yo, el autor, estoy reflexionando sobre un problema y compartiendo mis pensamientos contigo, el espectador”. En el diario, el notebook y el autorretrato, en lugar de ello los compromisos textuales pueden expresarse del siguiente modo: “Estoy registrando eventos que he visto e impresiones y emociones que he experimentado” (el diario); “Estoy tomando nota de ideas y sucesos para su uso futuro” (el notebook); “Estoy haciendo una representación de mí mismo” (el autorretrato). En cada uno de estos tres casos el espectador no está tan urgido por compartir la experiencia del director o su línea de razonamiento como un igual en la comunicación, pero es admitido como un tercero, que “escucha por casualidad” un discurso privado y dirigido a sí mismo. Además, el ensayo siempre es subjetivo, pero no es necesariamente autobiográfico; diarios, notebooks y autorretratos siempre son tanto personales como autobiográficos. Existe un corpus de textos fílmicos convincente que ilustra estas tendencias, y aplicaré en ellos un conjunto de discursos teóricos que son en sí mismos el sitio de importantes debates contemporáneos.

Mientras que el estudio del funcionamiento de estructuras textuales como esas es indispensable para la comprensión del cine ensayístico, en primera persona, no creo que ninguna simple fórmula pueda resolver todas las cuestiones interpretativas y formales. Estos textos no ofrecen respuestas finales sino, más bien, abren problemas; son originales y diversos por naturaleza. A través de su carácter idiosincrático, su experimentalismo y su hibridismo, confunden y desafían las definiciones. Solamente respetando su fluidez podemos comprender el modo en el que funcionan. Por ende, al proponer posibles categorizaciones no deseo ofrecer una solución fácil, una receta que pueda aplicarse rígidamente a esa materia finalmente volátil. De hecho, creo que una de las características compartidas por estos films es una suerte de fragilidad –tal vez debida a su naturaleza indefinida y a su singularidad, a su existencia en un vacío contextual, así como a su carácter general de intermedio. Este estudio, sin embargo, pretende hacer algo más que descubrir las estructuras comunicativas de estas formas; aspira a investigar cómo estas estructuras pueden ser en sí mismas problemáticas.

La primera sección del libro, dedicada al film-ensayo propiamente dicho, abre con un capítulo que explora la historia de esta forma en la teoría y la práctica del cine, evalúa las definiciones existentes y ofrece una discusión de sus estructuras retóricas particulares. Los tres capítulos siguientes se ocupan de una cantidad de áreas que son, en mi opinión, de gran importancia hoy en día; lo hacen a través de un enlace con la academia y con películas específicas. Los estudios de caso que ocupan la primera sección del libro son, intencionalmente, las obras de tres directores que están ampliamente asociados al cine ensayístico, tres de los más reconocidos representantes de esta forma.

El primer área que voy a abordar es la cuestión de la voz over como un sitio privilegiado de la construcción textual del enunciador, y como un instrumento de expresión de la subjetividad y el pensamiento del autor. Temas que voy a debatir a través del enlace con las teorizaciones existentes sobre la voz over en el cine y en el documental en particular; y por medio del análisis de dos películas de Harun Farocki. En este capítulo también discutiré la cuestión del found footage [metraje encontrado] y el uso de las imágenes de archivo.

El segundo área de interés es el ensayo como musealización de la experiencia y del yo. Mientras que el cine en general puede ser correctamente descrito como una tecnología de la memoria, el film-ensayo, que despliega una preocupación constitutiva con la articulación de la visión subjetiva de sí misma y del mundo de la autora, es un sitio privilegiado para la memorialización. En el contexto del fenómeno contemporáneo de la diseminación de las prácticas de musealización audiovisual también reflexionaré sobre la evolución del ensayo cinematográfico en la era de las nuevas tecnologías de la memoria computarizadas y digitales. Me dedicaré a este tema por medio de la discusión de la obra de Chris Marker.

El tercer capítulo explora los temas relacionados de la performance y la negociación.  Ambos son de suma importancia para el film-ensayo. Sostendré, así, que el ensayo establece una comunicación con un espectador encarnado, y que cada acto de comunicación es una forma de negociación. Además, el film-ensayo expone su performatividad de un modo especialmente enfático, porque tiende a incluir en el entramado textual el proceso de su propio llegar a ser. Como concepto, como campo de estudio y como práctica, la performance no ha recibido aún mucha atención en escritos sobre documental. Propongo considerar a la performance como uno de los principales sitios de negociación entre autor y film, film y tema, espectador y film. Mi estudio de caso es la obra de Jean-Luc Godard en la que el cineasta hace de sí mismo.

La segunda sección del libro focaliza en el cine ensayístico en primera persona, y explícitamente en el film-diario, el film notebook y el film-autorretrato. Un capítulo introductorio ofrecerá un resumen de estas formas, de sus conexiones con ideas teóricas sobre el cine de autor, y su relación con el cine personal de las vanguardias, el cine arte y el documental en primera persona. Luego, la historia y los principios específicos de cada categoría, su relación con sus modelos en otras artes (y especialmente la literatura y la pintura), y las principales cuestiones teóricas que plantean, serán investigados en tres capítulos separados. Cada capítulo discutirá también algunos de los ejemplos textuales de films-diario, notebooks y autorretratos mejor conocidos y luego focalizará en tres estudios de caso –tres no-ficciones de Aleksandr Sokurov, Pier Paolo Pasolini y Michelangelo Antonioni. Ideas acerca de la auto-representación, la autobiografía, la voz over, la mirada, la performance y la alusión al espectador, que son igualmente relevantes para la primera parte del trabajo, también se explorarán en la segunda sección. Así que el interés específico que tengo sobre la fluidez formal de estas obras se extiende desde la primera parte hasta la segunda; y la segunda amplía el rango de abordajes interpretativos que pueden tomarse para relacionarse con los materiales considerados en el libro como un todo.

De modo general, entonces, en The personal camera apunto a alcanzar un fino balance entre, por un lado, la descripción de la historia del cine subjetivo, el trazado de sus raíces teóricas, la definición de sus obras y la exploración de algunas de sus cuestiones y problemas principales; y, por otro lado, el respeto de su naturaleza herética –un objetivo que conseguirá evitando una sobreteorización de la forma y analizando textos reales y su articulación idiosincrática de lo ensayístico en el cine. Además, considero el cine ensayístico como una forma trasnacional, hecho por realizadores internacionales que dialogan entre sí; pero que también tiene sus propias formas locales y encarnaciones individuales.[15] Y finalmente, lo veo como una práctica que obtiene una parte de su prestigio actual de su afinidad con los discursos contemporáneos sobre el yo, la identidad, el ocaso del mito de la objetividad; pero que también brota del cine de autor y anti-establishment del modernismo y de las vanguardias.

Por último, me propongo ofrecer una exploración y elucidación de un campo que aún carece de claridad, pero que es de creciente relevancia no solamente para los Film Studies sino también para las múltiples formas de expresión subjetiva y autobiográfica que dominan los paisajes massmediáticos,  literarios, audiovisuales, electrónicos y artísticos actuales.  

 

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Notas


[1] Tomo el concepto de “interpelación” de Francesco Casetti, quien lo define como “el reconocimiento de alguien de quien se espera, a su vez, que se reconozca a sí mismo como el interlocutor inmediato”. (1998: 16). Al sugerir que la interpelación puede obtenerse en el cine a través de una voz o una mirada dirigida a la cámara, así como por medio de “un intertítulo u otro anuncio metanarrativo, para dirigirse al sujeto siguiendo a la narración más que a un personaje que vive en ella”, Casetti también reconoce varios grados de intensidad en los diversos recursos: “Por ejemplo, una mirada directa a cámara conlleva una demanda de atención mayor a la de un intertítulo o una voz fuera de la pantalla, los cuales también pretender informar, solicitar o exhortar” (1998: 17). Otras expresiones encontradas en la literatura relevante incluyen “mirada directa” y “aparte”, Paul Willemen utiliza “cuarta mirada”, a la que describe como “mirada al espectador” –las otras tres son las que identificó Laura Mulvey en su influyente artículo “Visual Pleasure and Narrative Cinema” (1975): “Primero, la mirada de la cámara, en tanto registra el evento profílmico; segundo, la mirada del público a la imagen; y tercero, las miradas que intercambian los personajes en la diégesis” (Willemen, 1994: 101). No obstante la connotación de Althusser de la construcción de un sujeto/espectador, prefiero la noción de “interpelación” de Casetti, que no solo da cuenta de la mirada sino de todas las formas de alusión enunciativa al público, presupone la idea de plantear una pregunta del espectador –y la interrogación, sostendré yo, es la estrategia central del cien ensayístico.

[2] A lo largo del libro utilizaré el término “enunciación” de modo general para referirme al “modo de habla” (énunciation), en ocasiones, al modo de habla en sí mismo, que en términos cinematográficos puede significar el film entero, o una secuencia, o un plano; cuando sea necesario, para evitar la ambigüedad, en este segundo sentido utilizaré el término francés énoncé.

[3] Los ejemplos incluyen a Winston (1995), Corner (1996), Plantinga (1996), Bruzzi (2000 y 2006) y Renov (2004).

[4] Véase, por ejemplo, Giddens (1990), Hall (1992) y Bauman (2000).

[5] Las contribuciones de Richter y Astruc son ampliamente reconocidas como fundamentales para el establecimiento de la forma, Pasolini en menor medida, aunque el realizador es frecuentemente señalado como un ensayista. El rol de Zavattini en la emergencia del cine en primera persona, por otro lado, fue extensamente pasado por alto. Su nombre se vincula con el neorrealismo italiano y, por lo tanto, con la teoría del realismo; en sus varios artículos sobre cine, sin embargo,  Zavattini introdujo sus reflexiones sobre un acercamiento personal y autobiográfico al cine tempranamente, en 1940, y continuó desarrollándolas en las décadas siguientes.

[6] A través de la combinación de abordajes europeos y norteamericanos al cine en primera persona estoy abogando por una perspectiva transnacional que es, tal vez, confiable solamente hasta un punto; como nos ha recordado Maureen Turim, por ejemplo, Jonas Mekas (principal representante del cine personal estadounidense), consideró la popularidad del nuevo cine europeo como una amenaza. Por otra parte, esto “no carece de ironía, dado que la teoría del autor y la libertad estilística del trabajo de la cámara y la edición de la nueva ola estaban cerca de algunos aspectos del cine personal” (Turim, 1992: 199). Es por esta cercanía y afinidad que es posible hablar del cine ensayístico como un fenómeno trasnacional.

[7] Esto obviamente solo puede conseguirse a través de recursos tales como los espejos.

[8] Por ejemplo, según Bruss, Fireworks, de Kenneth Anger (1947), no es autobiográfica porque, “aunque la historia está situada en su propia casa y se centra en su confesa homosexualidad… los sucesos específicos que describe el film son completamente ficticios” (1980: 312).  Este punto de vista claramente equipara la autobiografía con lo fáctico. Sin embargo parece obvio que, como es habitual en la literatura, las distinciones deben hacerse entre los diferentes niveles de autobiografía que las diversas películas pretenden alcanzar –por ejemplo, desde relatos autobiográficos completamente fácticos hasta la autoficción.

[9] Para Hamid Naficy el cine acentuado, aunque incluye películas muy diversas, se caracteriza sobre todo por “lo que los cineastas tienen en común: una subjetividad liminal y una localización intersticial en la sociedad y en la industria cinematográfica” (2001: 10).

[10] En todas las formas cinematográficas, por supuesto, se hace referencia al sujeto de la enunciación a través de, al menos, un aspecto del film como énoncé; y este aspecto es “el punto de vista desde el cual se observan las cosas, el punto que provee el pivote alrededor del cual se organizan las imágenes (y sonidos), y que determina sus coordenadas y forma” (Casetti, 1998: 19). Sin embargo, en el caso del cine ensayístico el sujeto de la enunciación literalmente habita el film, y se encarna en un narrador que se identifica con el autor extra-textual. Esto es a lo que me refiero con “enunciador fuerte”.

[11] Como discutiré en el próximo capítulo, una característica clave del ensayo es el integrar al texto el proceso de pensamiento.

[12] De hecho, como ha sugerido David Bordwell al debatir la teoría de Tom Gunning sobre el cine de atracciones, “los performers de las películas de los inicios llevaban la mirada a la cámara, dirigiéndose al espectador para registrar una reacción o imitar a otro actor. Esta técnica se adaptaba al lado “exhibicionista” del cine de los comienzos (1997: 127).

[13] Erroll Morris tuvo que inventar una nueva tecnología de cámara, el Interrotron, para crear contacto visual directo entre el actor social y el director durante las entrevistas y, como resultado de ello, entre el actor social y el espectador. Utilizó este sistema en su serie televisiva, significativamente titulada First Person [Primera Persona] (2000). El efecto es el de una fuerte interpelación –la mayor parte del tiempo el espectador se siente aludido directamente por el actor social, quien parece estar hablando a, y con, la audiencia. Este efecto en ocasiones se altera por el surgimiento de la presencia mediadora del director, al cual, por ejemplo, podemos escuchar planteando alguna pregunta ocasional al entrevistado.

[14] Otras formas que podrían haber sido incluidas en la segunda parte de este estudio, pero que no lo fueron (solamente por una cuestión de espacio), son los travelogues (que de todos modos son mencionados en el capítulo sobre el film-diario y en el siguiente, sobre el notebook), la carta y el poema filmado, así como el documental personal, entendido como un documental en el cual el director explora su propia vida o la de su familia.

[15] Mientras que los ejemplos en todos los capítulos serán tomados equitativamente del cine europeo y el cine norteamericano, todos los estudios de caso profundos serán europeos, únicamente como resultado de las preferencias y afinidades personales de la autora. 

Lenny Cooke (Ben Safdie y Joshua Safdie, 2013)

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leeny cooke

 

Uno en un millón

Leonard ‘Lenny’ Cooke, la joven promesa negra del básquetbol universitario del incipiente siglo veintiuno, escucha inadvertidamente las palabras de sus entrenadores.

Para Leonard, los consejos no son más que sermones. Él es el mejor, él tiene talento natural para el deporte y no necesita escuchar regaños de nadie. Mejor prestarle oído a los murmullos que se dicen en el ambiente mediante el boca en boca y los medios de comunicación quienes presagian para él un promisorio futuro en las grandes ligas. Y es así como Leonard, embriagado de palabras alentadoras y con tan solo diecinueve años comienza a soñar.

Y sueña con ser la nueva leyenda del básquetbol y con construir un gimnasio, y un cine en su viejo barrio de Brooklyn para sus vecinos, y sueña también con fama y dinero, y compartirlo con su familia y amigos. Un sueño que parece estar allí nomás al alcance de sus manos, tan sólo es cuestión  de seguir los pasos correctos por el camino amarillo e ingresar finalmente en el maravilloso mundo de Oz. Jugar en la NBA, entrar en la gloria, ganar millones y salir de la pobreza. Todo parecía fácil en el sueño, pero para la promisoria estrella, el despertar del sueño lo trajo estrellado. Y el golpe fue duro para Leonard.

Uno del millón.

Sobre este héroe nonato se centran los hermanos Safdie en su primer abordaje documental. Justamente ellos, quienes venían de realizar juntos apenas dos películas ficcionales retratando con extraña simpatía a personajes inestables, incómodos, lejos, muy lejos de los hábitos socialmente aceptados. Con el pulso vacilante de la cámara en mano, el registro espontaneo de lo cotidiano (tan emparentado al cine de John Cassavetes, Jonas Mekas y de otra dupla de hermanos como Albert Y David Maysles) nos adentramos en la intimidad de Leonard para compartir junto a él y su familia y amigos los pequeños momentos de su fallido ascenso y su estrepitosa caída. En este transcurrir desde sus comienzos, su sobreexposición mediática, su fracaso y su presente replegado junto a su familia, se despliega (a lo largo de diez años de documentación audiovisual) la historia de un adolescente talentoso que va siendo derrotado por su propia arrogancia. Desde sus comienzos, Leonard se confía más en sus naturales aptitudes que en el trabajo y el estudio. Leonard jamás logró dar el salto al profesionalismo. Y es entonces que, con el sueño perdido, reniega contra los demás. Contra quienes lo mal aconsejaron, quienes lo olvidaron y no volvieron a llamarlo y, más secretamente, puertas adentro, contra sí mismo. “Ellos me llamarón Lenny, yo soy Leonard”.

En una escena tan patética como conmovedora, los Safdie comparten junto a Leonard y su familia su cumpleaños número treinta en su humilde hogar junto a su mujer, sus hijos y sus escasos amigos. Un Leonard notoriamente excedido de peso le canta su amor a su mujer mientras toma una cerveza tras otra hasta culminar su festejo arrumbado en el sillón, ensimismado en sus pensamientos mientras derrama lágrimas de una sorda angustia movilizada por la irrefutable evidencia de que el tiempo pasó, que el presente está muy lejos de aquel sueño que alguna vez tuvo que aún hoy, a pesar de todo, insiste en no dejar ir. Con nostalgia de un futuro irrealizado, Leonard expurga sus frustraciones frente a cámara, lame sus heridas buscando cicatrizarlas.

Home-movie

Esta voluntad de los Safdie de trabajar con videos caseros, con material de archivo amateur, tiñe a la película de una fuerte impronta de realidad, de la tragedia de lo real. El devenir de Leonard está inscripto desde sus primeros pasos ¡está en las imágenes! Leonard llega tarde a los entrenamientos, no hace los ejercicios, envidia y compite con sus rivales, se asocia con agentes desinteresados. La inescrutable fuerza del documento audiovisual cobra toda su potencia al contrastar las imágenes del joven ‘Lenny’ con toda su vitalidad adolescente, sus esperanzas aún intactas junto a las imágenes de un Leonard ya treinteañero, opacado y cabizbajo quien comparte su experiencia con jóvenes aspirantes quienes, cual burla del destino, espejo tragicómico del paso del tiempo, parecen no prestarle atención. Finalmente es la imagen del cuerpo de Leonard la que ‘dice’ más que mil palabras. Es esa imagen la que habla más que cualquier análisis deportivo, que cualquier explicación psicológica que quiera explicar o dar razones al fracaso de este proyecto trunco de héroe del básquetbol.

Nicolás Aponte A. Gutter

 

Ficha técnica:

Dirección: Ben Safdie y Joshua Safdie. Producción: Joakim Noah y Adam Shopkorn. Dirección de fotografía: Joshua Safdie. Edición: Ben Safdie. Sonido: Jeremy Siegel. Origen: Estados Unidos. Duración: 88´. Año: 2013.

Elsa y su ballet (Dario Doria, 2011)

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elsa y su ballet

 

En términos socio-culturales el trabajo aficionado encuentra su contrapartida en el trabajo profesional. Si el primero de estos conceptos es fácilmente asociado a un hobbie o al desempeño de una actividad que, ocupando un segundo plano en la vida de la persona, busca el mero disfrute; la caracterización de la idea de trabajo profesional se complejiza porque en ella se ponen en juego diversos factores. Por un lado está la cuestión de la idoneidad y de la capacidad específica sobre un tema, adquirida por medio de algún tipo de formación; pero por otro lado, aparece la inherencia del ejercicio de la profesión como un medio de vida, es decir, la condición estaría en la obtención de dinero. Esto puede resultar confuso porque ambas consideraciones sobre el ser profesional no poseen un vínculo necesario. Entonces ¿es profesional aquel que es competente, aquel que gana plata o aquel que conjuga ambas cosas? De lo que sí podemos estar seguros es de que en las definiciones de trabajo profesional no hay referencias al placer o al goce, ya que, en el marco de la dicotomía que hemos planteado en el inicio, éstos parecerían ser propiedad exclusiva del trabajo aficionado. Se produce así una suerte de escisión entre el disfrute y la idea de algún tipo de capacidad, sea técnica o económica. Pero acaso ¿no es posible pensar el profesionalismo desde otro lugar más relacionado a cierta actitud por medio de la cual la persona pone a esa actividad en un lugar de importancia dentro de su vida?

Muchas de estas reflexiones son susceptibles de aparecer con Elsa y su ballet, un documental que narra un proceso creativo que combina danza, enseñanza y espectáculo.

Si bien ya en la secuencia inicial se evidencia la gestación de un espectáculo, lo cierto es que desde el vamos no está claro cuáles son los objetivos y la pertenencia del mismo. El rompecabezas se va armando con los datos que el film va suministrando y, por qué no también, con el despojo de ciertos prejuicios que a veces hay en relación al mundo de la danza. Si al principio el registro de una serie de clases (que recorren un arco que va desde el cha cha chá hasta el tap) dictadas para mujeres maduras nos hace pensar que se está preparando la muestra anual de un centro cultural barrial, a medida que avanza el film el espectro se amplía con la mostración de las distintas etapas de un proyecto más amplio que supone un espectáculo de otro tenor. Recién llegando al final de la película descubrimos que todo este proceso es producto del trabajo del Ballet 40/90, una compañía de danza dirigida por Elsa Agras, una octogenaria con mucha dedicación, vitalidad y pasión.

Considerando que aún hoy en el siglo XXI no deja de resultar llamativa la existencia de un ballet compuesto por bailarinas maduras sin experiencia ni entrenamiento previo y por una directora que necesita de la ayuda de un bastón para caminar; lejos de adoptar una mirada condescendiente que sólo rescata el valor ejemplar de estas mujeres, Darío Doria se mete dentro del proceso de producción artístico haciendo hincapié en una acción creativa rigurosa y responsable que está ligada a experiencias vitales. De esta manera nos muestra las distintas etapas por medio de las cuales este espectáculo denominado Sandunga! va evolucionando. Tanto en la creación de las coreografías, en las audiciones, en los ensayos, en las reuniones de dirección y en la confección del vestuario el común denominador es la severidad y la pasión del trabajo de Elsa Agras. De este modo, Elsa se convierte en la protagonista indiscutida del film. La cámara la sigue con insistencia a todos lados y, con el afán de registrar su trabajo, adopta una actitud casi vouyerista. Así es como también comienza una exploración de su cotidianeidad que evidencia una fusión entre su vida y el arte, porque la danza representa para ella su proyecto, su trabajo, su medio de vida y su pasión. Tomando esta idea se destacan dos planos muy pregnantes; uno es de un bastón y el otro de una soga con ropa tendida, en ambos casos los objetos se mueven, se mecen: bailan. Casi como una metáfora visual de esta fusión y de que no existen limitaciones ni restricciones para bailar.

A lo largo del film son pocas las ocasiones en las que tenemos oportunidad de ver a Elsa de frente ya que, en consonancia a esta idea de una cámara que sigue y espía, la mayoría de los planos la toman de espalda. En este sentido no resultaría extraño que este emplazamiento de la cámara guarde algún tipo de relación con la dinámica espacial que se juega tradicionalmente en las clases de danza, en las cuales el maestro se pone de espalda a sus alumnos para que éstos puedan seguirlo. Así es como en determinado momento este recurso cinematográfico del seguimiento muta ya que, de alguna manera, se trasciende el voyerismo para tomar a Elsa como referente y aprender algo de ella.

Elsa señala con cierta desilusión que la recepción solamente suele hacer hincapié en la valentía que tienen esas mujeres al subirse a un escenario, sin hacer referencia al hecho artístico y a la ejecución coreográfica. Por el contrario, la narración toma la inquietud de Elsa mostrando casi obsesivamente planos detalles de aquellos pies entrenando, ensayando y bailando. Sugerentemente, estos planos se yuxtaponen con los planos medios que retratan a Elsa, formando la idea de un nuevo cuerpo polimorfo y fragmentario: aquél que conjuga a Elsa con un centenar de pies, aquél que combina las aptitudes de unas con las incapacidades de otras y viceversa.

Antes del estreno Elsa se reúne con sus bailarinas para hacerles algunas recomendaciones que prácticamente se transforman en un manifiesto. Básicamente la premisa es mantener un equilibrio entre el goce y la correcta ejecución coreográfica. Si a lo largo del film vimos la severidad con la cual Elsa corregía al cuerpo de baile, en este caso ella hace especial hincapié en un merecido disfrute que es fruto de un largo proceso de trabajo.

Entonces ¿no podríamos decir que en el Ballet 40/90 se conjugan todos aquellos rasgos pertinentes propios del trabajo profesional y aficionado? Si bien el sentido común podría sostener que en realidad se trata de una compañía de aficionadas porque sus integrantes no poseen ni experiencia previa ni un gran dominio técnico, la película muestra cómo la participación dentro de este proyecto implica un ingreso al mundo profesional. Porque de alguna manera el film redefine el concepto de profesionalismo de manera tal que, lejos de tener que ver con un resultado técnico o económico, se caracteriza por la ética de un proceso de trabajo responsable y pasional que funciona como prioridad en la vida de sus agentes. En consonancia Elsa y su ballet es eso: el registro de ese proceso más allá de cualquier tipo de resultado; no por nada finaliza cuando en el mundo diegético se abre el telón de la función.

 

Elina Adduci Spina

 

Ficha técnica:

Guión: Luis Camardella. Fotografía y Montaje: Darío Doria. Duración: 99 min. Origen: Argentina. Año: 2011

 

El Mercado (Néstor Frenkel, 2014)

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el mercado

 

El mercado es un documental que tiene como objeto de indagación un espacio concreto. Como en Construcción de una ciudad (2007), no se trata de un espacio cualquiera, sino que Néstor Frenkel elige uno en el que se expresan con claridad las transformaciones sociales de una determinada época. Si en aquel documental, la ciudad de Federación expresaba las consecuencias en la identidad que produjo la política autoritaria de la dictadura militar –al llevar a cabo la destrucción y el consiguiente traslado de la ciudad a pocos kilómetros de distancia–, en su último documental lo que aparece como susceptible de ser indagado a partir del shopping del Abasto es aquello que gira en torno a la emergencia de los nuevos espacios, propios de la época actual.

El shopping se erige en el horizonte del entramado urbano como un espacio privilegiado en el que se plasman las características propias de nuestra contemporaneidad. Su aparición es resultado de las transformaciones sociales de los últimos treinta años, en las que la redefinición de las prácticas de consumo sólo puede ser comprendida en el marco del despliegue de nuevos vínculos que modifican el modo de experimentar tanto el tiempo como el espacio. Junto con otros sitios que también han tenido un importante desarrollo durante los últimos años –autopistas, supermercados, aeropuertos–, el shopping suele ser definido como uno de los no-lugares. Según Marc Augé, lo que caracteriza a este tipo de espacio es justamente que no se logran plasmar allí los fundamentos propios del lugar, tal como éste era entendido en la modernidad, es decir “que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico” (Augé, 2000: 83).

Un abordaje crítico de los tiempos que corren hace casi ineludible un posicionamiento que muestre las contradicciones que aparecen expresadas en estos espacios. Emir Sader se manifiesta de manera rotunda contra la proliferación de los shoppings, denunciando que son el resultado del triunfo de la esfera mercantil por sobre la pública, por lo que los individuos allí pierden su carácter de ciudadanos para convertirse en meros consumidores. Siguiendo a Beatriz Sarlo, que los define como cápsulas espaciales que se encuentran condicionadas por la estética del mercado, el pensador brasilero señala que existe un proceso de homogenización que hace que en todo el mundo sean iguales. Los shopping, como ejemplos de no-lugares, son espacios que buscan que desparezca todo lo específico –no tienen reloj ni ventanas–, donde desaparece la ciudad en que está inserto, junto con el pueblo, el país” (Sader, 2014: 2).

No es éste, sin embargo, el único enfoque desde el que se puede abordar estos espacios. En la medida en que, como asegura Augé, “los lugares y los no lugares se entrelazan, se interpenetran” (Augé, 2000: 110), aun reconociendo la fuerte tendencia homogeneizadora que los azota, encontrar allí núcleos en los que se manifieste una historia específica, la configuración de discursos singulares, vivencias alternativas y tensiones no resueltas, implica dar cuenta de la posibilidad de resistencia que, aun en esos espacios, es posible, y necesario, llevar a cabo.

No es otra la propuesta de Néstor Frenkel en su documental El mercado. Lejos de caer en la tentación de una crítica despiadada del shopping como espacio universal que no expresaría las relaciones sociales del lugar en el que se emplaza, sale en la búsqueda de las singularidades propias del Abasto.

Si el primer rasgo distintivo que encuentra es su arquitectura, ésta no resulta reducida a sus determinaciones meramente visuales, sino que funciona como metáfora de las condiciones sociales que lo atraviesan. El estilo art decó es descrito en el documental por un arquitecto especializado, pero lo que resulta verdaderamente significativo es cómo la sucesión de pliegues de sus techos expresa los distintos niveles que se entrecruzan en torno a ese espacio. De allí que el documental inicie con una sucesión de planos que muestran ese techo característico, que es navegado, como si fuera un mar de cemento, por el personal de limpieza cada mañana. También, buscando un punto de vista arquitectónico que vaya más allá de lo objetivo, cada vez que el shopping es mostrado desde el exterior, se privilegia el ángulo que destaca el sector del edificio que quedó inconcluso, dando cuenta del carácter abierto de todo lo que ese espacio involucra.

Del mismo modo que la arquitectura, la historia de este shopping posee rasgos distintivos que Frenkel se propone destacar. Recurre, entonces, tanto a imágenes de archivo –documentales y ficcionales– como a diversos testimonios que dan cuenta de sus distintas épocas, desde que era un mercado y su posterior abandono, hasta las alternativas que se evaluaron antes de su reinauguración como shopping. Su devenir, así, no se expresa inevitable, sino que responde a la contingencia de la historia que podría, como bien lo recuerda un militante, haberlo dejado en el completo abandono o llevado a ser un centro cultural obrero.

Cada una de las etapas mencionadas es relacionada con las características que en ese entonces asumía el propio barrio del Abasto. Porque, así como tiene una historia, el shopping se emplaza en un espacio singular sobre el que, si bien ejerce su influencia, no lo absorbe del todo, generándose de manera constante luchas culturales que no le son ajenas. Por eso Frenkel sale a la calle y entrevista a empleados, comerciantes, artistas, militantes y vendedores callejeros que pueblan el barrio y el documental con sus relatos, a través de los que manifiestan sus miedos, fantasías y convicciones. El shopping se eleva sobre ellos y los amenaza, pero, al mismo tiempo, la película da cuenta de cómo ellos resisten a su universalidad con sus discursos y prácticas específicas, realizando fiestas y actividades culturales, logrando así que ese barrio no se reduzca al espacio vacío sobre el que se concreta sólo un acto de consumo.

Lo mismo sucede con las diversas formas de habitar, ya no el barrio, sino el propio espacio del shopping. Así como todo parece dirigido al negocio y la diversión, tanto para los adultos como para los niños, en el documental se muestran también otros caminos posibles que pueden trazarse en ese espacio, que no sólo es un lugar de tránsito. Aparecen, entonces, sus entrañas, esos pasillos internos a los que únicamente los trabajadores pueden acceder. El jefe de personal, a su vez, guía en su camino, que da cuenta de la velocidad con la que recorre el amplio patio de comidas, con una mirada dirigida no al consumo sino a la limpieza. Otras perspectivas aparecen cuando se observa el recorrido vertical que, día a día, realizan los que limpian las innumerables ventanas, o cuando se muestra a un actor cubano que vive en la calle, seguido por la cámara en su deambular por los interiores de un espacio que le permite asearse, mantenerse al resguardo del frío y la lluvia y obtener comida a cambio de colaborar con quienes ordenan sillas y mesas cada día.

Dando cuenta de la historia, del contexto espacial y de las diversas formas de habitar ese espacio, la película de Frenkel evidencia que, aun en un caso paradigmático como un shopping, resulta erróneo reducir las diversas tensiones que lo constituyen a la plasmación de un determinado principio universal. Del mismo modo, configurándose ya como un estilo propio del director, la supuesta unidad de los sujetos entrevistados es también puesta en cuestión. En sus discursos, por medio del montaje, se enfatizan los pasajes en los que se contradicen, se incluyen los comentarios fuera de campo realizados al director y se destacan sus afirmaciones más disparatadas. Lo que hace de este documental una comedia, sin embargo, no es que el espectador se ría de ellos, sino que ambos, al dar cuenta de la multiplicidad de fuerzas que componen el espacio vivido y la propia subjetividad, se rían de los reduccionistas que, con un aparente espíritu crítico, no hacen otra cosa que darle forma a aquello que pretenden conjurar.

 

Diego Ezequiel Litvinoff

 

Ficha técnica:

Dirección, Guión y Montaje: Néstor Frenkel. Fotografía: Diego Poleri. Sonido: Fernando Vega, Hernán Gerard. Música: Alina Gandini. Producción: Jorge Mandachain, Sebastián Schindel y Fernando Molnar. Duración: 72 minutos. Año 2014.

 

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20,000 Days On Earth (Ian Forsyth y Jane Pollard, 2014)

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20 000 days on earth

 

Nick Cave, cantautor y escritor australiano nacido en 1957, es uno de los personajes más enigmáticos y pintorescos del mundo musical de habla inglesa. Su universo se construye en base a violentas yuxtaposiciones: la más honda dulzura y la más cruda violencia, los más sutiles y variados intertextos con las más vulgares insinuaciones. Un universo que se hace canción a través de su lírica barroca y la densa, expresiva, instrumentación que consigue en sus diferentes bandas, siendo The Bad Seeds la más reconocida. Actualmente muy vinculado al mundo del cine de ficción por su trabajo como compositor de música incidental (junto a su compañero Warren Ellis), guionista (es el autor de The Proposition y Lawless, ambas de John Hillcoat) y ocasional actor, es el personaje perfecto para dedicarle un documental. 20,000 Days On Earth es el primer largometraje que lo tiene como protagonista. Y no hace falta buscarle un personaje, porque Cave es uno en sí mismo.

Esto es lo que Ian Forsyth y Jane Pollard buscan y (sin dudas) consiguen a lo largo de una hora y media: el retrato de un artista efervescente, de un hombre inquieto y apasionado que a poco de cumplir seis décadas de vida se halla en plenitud creativa. El relato de una búsqueda constante por llegar hasta el cielo y apartarlo, empujarlo para ver qué hay detrás: “Push The Sky Away”[1], tal el nombre de su último disco de estudio, el decimoquinto registrado junto a The Bad Seeds. Disco cuya grabación, ensayos e interpretación en vivo registra el rockumental de manera íntima, cálida, sumamente detallista a lo largo de un día imposible, el número 20.000 del músico sobre nuestro planeta. Durante una hora y media nos reímos con el extraño humor delirante de Cave, buscamos ese acorde que falta en una canción a medio terminar e intentamos dar nuestra mejor interpretación a una de esas canciones oscuras y melancólicas, que pierden sentido cuanto más pensamos en ellas y lo recobran cuando pensamos un poco más. Durante una hora y media nos sentimos un poco músicos y creemos estar cómodos en ese mundo, pero Cave se encarga de recordarnos que, por más que intentemos acercarnos, él sigue siendo un enigma. Para un hombre que ha elegido la creación como su modo de vida, siempre habrá una cara que no conoceremos, una anécdota que no sepamos, un secreto por descubrir. Razón de más para que 20,000 Days On Earth nos siga cautivando con esas piezas sueltas, esos fragmentos que nos animan a reconstruir un rompecabezas siempre incompleto.  

De eso está construido este relato, de fragmentos. La película inicia con una seguidilla de imágenes televisivas entre las cuales podemos distinguir a Elvis y a Marilyn Monroe, entre otros, hasta que de manera intermitente comienza a aparecer la imagen de un joven desgarbado, un muchacho extraño de pelo largo que se mueve con soltura envidiable sobre el escenario y se hace hombre ante nuestros ojos. Es en ese momento en el que Forsyth y Pollard nos toman de la mano y nos dejan en el cuarto de Cave, justo para verlo despertarse al lado de su esposa y musa, Susie Bick. De ahí, los cineastas nos guían a través los recovecos del mundo de Cave en un juego intrigante que manipula los límites entre realidad y ficción, entre pasado y presente, y lo mezcla todo como si de una de las canciones de Cave se tratara. Brighton, localidad costera del sur de Inglaterra, es el escenario del presente: una ciudad fría y neblinosa, de rutas agrestes que el músico recorre en auto. Como si de fantasmas dickensianos se tratara, tres personajes lo acompañan brevemente en distintos momentos de la película: el guitarrista Blixa Bargeld (ex miembro de The Bad Seeds), la cantante pop Kylie Minogue y el actor Ray Winstone. Los tres representan distintas facetas de la vida del músico, un pasado siempre presente del cual el músico no reniega y con gusto revive si se lo piden. De esta manera, podemos escuchar de su boca anécdotas sorprendentes de su niñez y su juventud, asistiendo a sus sesiones de psicoanálisis o mientras vemos viejas fotos en un proyector. Anécdotas que logran, como su cariñosa evocación de su juventud en Berlín, encontrar la belleza en el humilde departamento de un vecino solitario, decorado con luces de Navidad y revistas pornográficas.

Una hora y media parece poco para poder abarcar los secretos de un artista tan apasionante, creativo e impredecible. Y lo es. Pero es parte del misterio, de ese personaje enigmático que Nick Cave construye y  que halla su máxima expresión en las interpretaciones en vivo que la cámara de Forsyth y Pollard nos regala. Todo lo que tenemos que saber sobre Cave, está sobre el escenario: cinco minutos de canción en los que se condensa la mirada de un hombre, cinco minutos en los cuales se deja llevar y trepa alto, hasta empujar el cielo.

 

Andrés Brandariz

 

Ficha técnica:

Dirección: Ian Forsyth y Jane Pollard. Producción: Thomas Benski, Jason Bick, Dan Bowen, Marisa Clifford. Dirección de fotografía: Erik Wilson. Edición: Jonathan Amos. Sonido: Joalim Sundström. Origen: Reino Unido. Duración: 97´. Año: 2014.



[1] “Trascender el cielo”, como fue traducido para su proyección en el marco de este 16° BAFICI.

La escena y la pantalla. Cine contemporáneo y el retorno de lo real

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Jens Andermann y Álvaro Fernández Bravo (comps.). Buenos Aires: Colihue, 2013.

 

la escena 

 

La escena y la pantalla. Cine contemporáneo y el retorno de lo real constituye la más reciente publicación de la colección “A oscuras” (Colihue Imagen), dedicada al análisis del campo cinematográfico nacional e internacional. En este caso, se trata de una compilación organizada por Jens Andermann y Álvaro Fernández Bravo, que reúne los trabajos presentados en el marco de una serie de encuentros llevados a cabo por críticos y realizadores brasileños, argentinos y del mundo anglosajón entre 2008 y 2010, destinados a analizar el cine argentino y brasileño contemporáneo a la luz de las proyecciones de lo real y sus retornos, en línea con lo postulado por Hal Foster en su ya célebre obra. La hipótesis de partida planteada en dichos encuentros sostenía que el surgimiento –prácticamente simultáneo– tanto en Argentina como en Brasil de cinematografías “post-crisis” (Nuevo Cine Argentino y Cinema da Retomada), en contextos de emergencia social, produciría nuevas inquietudes –temáticas y formales–, atravesadas por el “peso de lo real”. Un real imposible de abordar ya desde los lineamientos de la modernidad cinematográfica (desde Kracauer y Bazin hasta Deleuze y Comolli, señalan Andermann y Fernández Bravo) y que “remitiría a vivencias resistentes a ser inscriptas en tramas coherentes sin dejar resto, lo que a su vez colocaría a ambas cinematografías en un plano de contemporaneidad con un ‘cine global’ alternativo que se erigiría en contra-imagen a la globalidad audiovisual promovida por las grandes corporaciones massmediáticas” (8-9). En este sentido, las observaciones en torno a las nuevas formas de inscripción de lo real posibilitaron, a su vez, reflexiones sobre los vínculos entre lo local y lo global, en la medida en que, si bien el retorno de lo real se plantea como un problema de alcance global en el campo del arte contemporáneo, lo local mantiene su vigencia a través de la presencia de rasgos propios irreductibles a una mirada transnacional.

A lo largo de la sucesión de encuentros, los interrogantes iniciales conllevaron la aparición de nuevas preguntas, en torno a la entidad de la imagen fílmica en la era digital, la relación del cine actual con las imágenes de archivo, la reescenificación, entre otras, sobre las que se articulan los trabajos que integran la compilación. La misma se estructura a partir de cuatro secciones, de las cuales la primera: Balances y relecturas: lo real en el cine argentino y brasileño contemporáneo, se inicia con “La cámara lúcida”, de José Carlos Avellar. El autor analiza dos filmes: Juizo (Ramos, 2008) y Jogo de cena (Coutinho, 2007), cuyos relatos comparten un mismo procedimiento eje: el montaje de escenas de ficción (o escenas escenificadas en términos del autor) con escenas reales (o escenas no escenificadas), a través del cual se evidencia cuánto de puesta en escena interviene en el documental y cuánto de documental (en el sentido de la realidad que la cámara capta sin haber sido previamente escenificada) forma parte de la ficción. Juizo transcurre en la sala de audiencias de un juzgado de Río de Janeiro en el cual se dirime la responsabilidad de un grupo de jóvenes marginales ante diversos delitos. Siguiendo el procedimiento antes mencionado, los jóvenes infractores son sustituidos por otros que repiten lo que los acusados respondieron ante los jueces. Se trata de intérpretes que “reconstituyen el instante del interrogatorio, no porque tengan una formación o una natural habilidad para interpretar, sino a partir de sus directas experiencias de vida” (24). Por su parte, Jogo de cena se organiza en torno a la filmación de un grupo de mujeres, reunidas a partir de un anuncio publicitario en el que se convocaba a mujeres mayores de diez y ocho años, residentes en Río de Janeiro y que tuvieran “historias para contar”. El director del film incluyó a su vez a actrices invitadas con el fin de repetir las historias contadas por las entrevistadas. El resultado de ambas películas es una reconstitución que “introduce en la imagen un fragmento de realidad y su otro-yo o, si preferimos, un fragmento de ficción y su otro yo. Se trata de la radicalización de un comportamiento esencialmente cinematográfico” (25). Finalmente, Avellar analiza Mutum (Kogut, 2007), basada en un texto de Guimarães Rosa. La película aborda la vida cotidiana en una hacienda desde el punto de vista de un niño, interpretado –como el resto de los personajes– por actores no profesionales y de modo tal que adquiere la apariencia de un documental. Sin embargo, y como señala Avellar citando a la directora del filme: “El cine es siempre una cuestión de mise-en-scène. La única realidad que existe en una película es la realidad interna de una película” (38).

En “Las huellas del pie: riesgos y desafíos del cine argentino contemporáneo”, David Oubiña se propone reflexionar sobre las relaciones entre el cine, el registro, la representación y la realidad a través del análisis de cuatro filmes documentales argentinos: Oscar (Morkin, 2003), Bonanza (Rosell, 2001), Estrellas (León y Martínez, 2007) y Copacabana (Rejtman, 2007). Oubiña analiza el vínculo que se establece en cada uno de los films entre registro y relato: de mayor distancia (en el caso de Oscar y Copacabana), de mayor apego hacia el objeto del film –por ende de menor distancia entre el evento y la mirada del realizador– (en el caso de Bonanza y Estrellas). El autor concluye que en los filmes que escogen alejarse de su objeto emerge una mirada que revela un espacio diferente y que son estos filmes los que logran “construir una dimensión política, no porque sustenten una ideología en particular sino porque fundan una nueva relación crítica de las imágenes con la realidad” (49).

“¿Más allá del realismo del shock?”, el trabajo de Karl Eric Schollhammer, aborda los vínculos entre lo real y el realismo (los realismos) a través de las perspectivas de Alain Badiou, Fredric Jameson y Hal Foster. Siguiendo a Badiou, considera a lo real como “resultado de una relación contra fáctica entre la realidad y la representación, que tuerce o rompe con los lazos de similitud y sólo puede ser reconocida indirectamente en un acto de pasión reflexiva” (51), del cual el teatro de Bertolt Brecht funciona como ejemplo paradigmático. Schollhammer parte luego de la periodización propuesta por Jameson (los paralelismos entre fotografía y realismo, cine y modernismo y medios digitales y postmodernismo), para establecer un recorrido por las formas del realismo a lo largo de los siglos XIX y XX (el realismo representativo, el realismo subjetivo, el realismo mágico, el realismo crítico) y concluir con el análisis del vínculo entre realismo y realidad. Finalmente, el autor hace referencia a la concepción de realismo postulada por Hal Foster en El retorno de lo real, en la cual se plantea un pasaje del realismo como efecto de representación a un realismo como evento del trauma. Foster se propone poner en juego los dos modelos de representación (el modelo referencial y el modelo de simulacro) y es esta coexistencia la que para Schollhammer deviene en el “realismo traumático”. Un realismo extremo –el realismo del shock– más allá del cual se extiende un campo sobre el que el autor instala un interrogante: “Se trata entonces de preguntar dónde y cómo puede emerger un ‘nuevo realismo’ que sea capaz de demarcar su terreno y enfrentar de modo diferente los desafíos éticos y estéticos presentados por la extrema violencia” (63).

En “Elogio de la dificultad: notas sobre realismo y narración en el cine argentino contemporáneo”, Domin Choi se propone problematizar la cuestión del realismo a través del análisis de determinados films argentinos contemporáneos: El secreto de sus ojos (Campanella, 2009), Ocio (Villegas y Lingenti, 2011) y la filmografía de Lisandro Alonso (La libertad, Los muertos, Liverpool). Choi involucra en su argumentación los principios a través de los cuales se construyen los realismos literario y pictórico para vincularlos luego con el realismo en el cine. Así, señala que si en la literatura el problema fundamental del realismo tiene que ver con la traducción de la experiencia individual al campo de la palabra, en pintura se trata de cómo trasponer la observación de la realidad al plano de las imágenes. En el cine, la cuestión del realismo se relaciona estrechamente con el registro, a su vez directamente vinculado con el dispositivo ya que, como indica Choi citando a Rancière, es éste el que “resuelve la cuestión de la mimesis en su raíz: la denuncia platónica de las imágenes, la oposición entre la copia sensible y el modelo inteligible” (70). En este sentido, el autor del trabajo concluye que la creatividad del cine no debería ya anclar en las potencialidades del registro, sino en una serie de operaciones cinematográficas tendientes a superarla.

“Personajes comunes en películas contemporáneas brasileras y argentinas”, de Denilson Lopes, es el trabajo que cierra la primera sección del libro. En el mismo, Lopes se propone pensar las características que adquiere lo “común” hoy partiendo del análisis de los personajes comunes en el cine de Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Martín Rejtman, Walter Salles, Karim Aïnouz y Eduardo Valente. Para el autor, la noción de “personaje común” se constituye a través del diálogo con la literatura. Así, hace referencia a las posibles relaciones del hombre común con el flaneur de Baudelaire (el cual se sumergía en la multitud invisibilizándose en ella), como así también con Bartleby y Bernardo Soares (que encarnan al pequeño empleado que actúa como espectador del mundo), para concluir que el hombre común no es hoy el hombre pobre del naturalismo ni aquel estigmatizado por la exclusión social. Por el contrario, “Lo común es una construcción transversal que atraviesa identidades pero no las elimina y tal vez, en este contexto global de hoy, atraviese también culturas” (78-79). Lopes toma luego como punto de partida de su análisis al personaje de “Un corazón sencillo”, Felicité, al cual vincula con Biela, protagonista de Uma vida emsegredo, de Autran Dourado y con los personajes de los filmes de Alonso, Rejtman, Martel, Salles, Aïnouz y Valente. Hacia el final del trabajo, Lopes señala que: “En el periplo realizado (…) se reafirma la importancia de colocar no sólo al cotidiano sino a toda la experiencia del hombre común en un cuadro trasnacional” (87), como vía para continuar reflexionando sobre las características de la “vida ordinaria” en el cine, la literatura y el teatro contemporáneos.

La segunda sección de la compilación, titulada Real y repetición, se inicia con el trabajo de Angela Prysthon: “La sensibilidad de lo banal en el cine contemporáneo”, en el cual la autora indaga en torno al “paradigma estético de la banalidad” (93) en el cine argentino y brasileño contemporáneo. Para ello, considera, por un lado, los filmes de Martín Rejtman (Rapado, Silvia Prieto y Los guantes mágicos) y, por otro, los filmes del Cinema da Retomada, fundamentalmente los de Marcelo Pedroso, Gabriel Mascaro, Daniel Bandeira, Marcelo Lordello y Leonardo Lacca. La obra de Rejtman se configura, señala Prysthon, a partir del planteamiento de un verosímil absoluto que, al otorgarle aval de realidad a todo tipo de situaciones, establece “un sistema de paradojas en el cual lo banal y el nonsense se confunden” (96). Las características que la autora indica como propias del cine de Rejtman (la movilidad estática, la generación de anticlímax, el despojamiento) le permiten pensar en una continuidad entre este universo y el de las películas realizadas en Recife a fines de la década de 2000. Se trata de filmes predominantemente documentales que reaccionan contra el localismo folclórico característico del cine de las generaciones anteriores, apartándose del sertón como escenario privilegiado, del manguebeat (movimiento musical de la década del noventa), de las road-movies como procedimiento narrativo central, para centrarse en historias cotidianas, ordinarias, “mínimas”. Es en este punto, en la sensibilidad que genera lo banal, en el cual la autora encuentra “una suerte de resistencia, de choque” que posibilita “atravesar de modo crítico y original los estereotipos de la humanidad” (108).

En “La imposibilidad contemporánea de no retornar de lo real: sobre la presencia de lo misterioso en el cine argentino reciente”, Silvia Schwarzböck aborda la noción de misterio como clave de lectura de cuatro películas argentinas: La mujer sin cabeza (Martel, 2008), Las vidas posibles (Gugliotta, 2008), Los paranoicos (Medina, 2008) y El artista (Cohn y Duprat, 2008). Una lectura que le permite a la autora, a su vez, releer el Nuevo Cine Argentino de los noventa. Los personajes centrales de los cuatro filmes exhiben una voluntad de no saber (vinculada con las circunstancias que atraviesan en cada caso) que la autora relaciona con “cierto estado de la subjetividad durante la última dictadura: la de aquellas personas que no tenían militancia política” (120) y que actuaron como testigos del terrorismo de Estado ubicándose por fuera de una situación en la que en realidad estaban inmersas. Esta problemática, la complicidad civil con la dictadura, que el Nuevo Cine Argentino no abordó específicamente por considerarla tema central del cine de los ochenta, del cual buscaba diferenciarse, reaparece en el cine contemporáneo bajo la forma del misterio. Un misterio que se alinea con la decisión de no saber de los personajes y con la comodidad que esta situación (no enfrentar la verdad) les depara en cada caso. Si el retorno de lo real en el cine argentino contemporáneo se inició en la oralidad de las películas de los noventa (en cuanto al empleo del lenguaje coloquial por oposición al tono declamatorio de los filmes de la postdictadura), en el cine de comienzos del siglo XXI, el retorno de lo real devino en ese efecto de lectura que, en términos de Schwarzböck, constituye el misterio.

“El cine documental y el retorno de lo que fue”, de Andrea Franca, se propone analizar la reescenificación como un procedimiento que posibilita poner en tensión las imágenes del presente y del pasado. Así, recorre las diversas formas que adoptó la reescenificación a lo largo de la historia del cine, desde sus orígenes en Nanook (Flaherty, 1922) o L’assassinal du duc de Guise (Pathé, 1908), pasando por el Neorrealismo italiano, el cine de Jean Rouch y el documental contemporáneo (Coutinho, Kiarostami, Huyghe), para detenerse en el análisis de dos filmes en particular: Wilsinho Galileia (de Andrade, 1978) y Serrasda desordem (Tonacci, 2006). Partiendo de las ideas postuladas por Didi-Huberman en Imágenes pese a todo y Cuando las imágenes toman posesión, Franca problematiza el lugar que adquieren las imágenes del pasado en el discurso audiovisual, en particular en el cine documental. En este sentido, revaloriza el empleo de la reescenificación como un recurso que posibilita dislocar el lugar del espectador, entendiéndolo no como “ilustración de un real preexistente, sino como un campo a ser trabajado, a ser comprendido, a ser asociado a otros tiempos, otras historias y otras memorias” (136).

En “El actor (de lo) real: reescenificación y transmisión en S21 y Serras Da Desordem”, Ivone Margulies aborda asimismo la noción de reescenificación y el análisis de Serras Da Desordem (Tonacci, 2006), pero considerándolos, en este caso, desde la perspectiva de los actores que intervienen en este tipo de filmes. La autora describe diversas situaciones fílmicas en las cuales se propone el retorno de personas a lugares en los cuales las mismas experimentaron hechos traumáticos, centrándose en especial en S21, la máquina de matar del Khmer Rojo (Panh, 2003) y Serrasda desordem. “¿Cuál función, referencial o retórica está en juego cuando la persona real actúa los eventos de su propia vida?” (140-141) se interroga Margulies en el inicio del trabajo. El desarrollo del análisis le permite sostener que la utilización de este procedimiento genera una fuerte inquietud crítica y propicia reflexiones en torno a la eticidad de los relatos. A la vez, sostiene que la reescenificación posibilita renovar la pregunta sobre el por qué del retorno del actor (de lo) real y sobre su rol al funcionar como “agente de la incomodidad crítica” (156).

“Imágenes de la otredad, pulsión documental y la postergación del habla: un diálogo entre el cine de Lisandro Alonso y Andrea Tonacci”, el trabajo de Edgardo Dieleke se propone indagar en la construcción de los sujetos (del Otro) en los filmes de Alonso (La libertad, Los muertos y Liverpool) y en Serras da desordem, de Tonacci. En su análisis articula, en cada caso, el uso del habla (la lengua en la cual se comunican los protagonistas, sus modalidades de contacto con otros sujetos) con la copresencia de rasgos documentales y ficcionales que exhiben los relatos. De esta manera, el trabajo aporta una nueva perspectiva sobre estos filmes, que problematiza los discursos históricos, la representación de la naturaleza pero, además, la relación entre el director del filme y el protagonista del mismo, así como el propio rol del cine en cuanto a la configuración del Otro como sujeto.

“Más allá de la reflexividad: actuación y experiencia en León, Rejtman y Coutinho”, de Joanna Page, cierra la segunda sección de la compilación. La autora aborda la noción de “performance” a partir de la relación entre actuación, experiencia y verdad en cuatro películas: Estrellas (León y Martínez, 2007), Entrenamiento elemental para actores (León y Rejtman, 2009), Jogo de cena (Coutinho, 2007) y Moscou (Coutinho, 2009). Page analiza los procedimientos a través de los cuales se plantea la imposibilidad de separar la actuación teatral de la performance de la vida cotidiana (Estrellas y Entrenamiento elemental para actores), así como los modos en que la actuación “produce una forma de experiencia” (179) en los filmes de Coutinho. Se trata de filmes que “logran desautorizar cualquier noción esencialista de la realidad o la autenticidad mediante la recuperación del proceso de la representación” (182). De esta manera, la autora concluye que la actuación se posiciona como un recurso capaz de generar nuevos conocimientos y capaz de proponer una “salida” ante la oposición entre reflexividad y referencialismo.

La última sección del libro, Archivos del presente, se inicia con “La escena y la inscripción de lo real”, en el cual César Guimarães se propone analizar las relaciones entre documental y ficción desde una perspectiva que combine la dimensión semiológica con la pragmática y buscando superar la idea, extendida en la actualidad según plantea el autor, de la indistinción entre el modo “documentalizante” y el modo “ficcionalizante” o, dicho de otro modo, la disolución de las fronteras entre ambos. Guimarães defiende “el carácter inestable de la distinción entre documental y ficción –tomado como un constructor histórico y epistemológico–” (192), justificando su posición a través del análisis de la relación entre dos momentos del cine brasileño, representados por Iracema, uma transa amazónica (Bodanzky, 1974), por un lado, y Jogo da cena (Coutinho, 2007) y Moscou, (Coutinho, 2009), por otro. El desarrollo del análisis le permite sostener que antes que “eliminar el problema de la referencia e instalar cómodamente al espectador en la indistinción de los géneros documental y ficcional, (…) ciertas películas responden con una desorientadora encadenación de mises en abyme y de pasajes oblicuos entre los regímenes de la ficción y del documental” (195), que explicitan la vigencia de la necesidad de continuar problematizando los vínculos entre ambas variables.

En “José Padilha y el secuestro de los medios”, Tom Cohen aborda el cine en la era de la modernidad hiperindustrial a partir de una figura que le permite metaforizar la época en cuestión: se trata del ómnibus como un espacio que posee ventanas-pantallas a través de las cuales mirar hacia el exterior o desde las cuales observar el interior. Así, esta figura es puesta en relación con el film de José Padilha (Ônibus 174), de 2002, a la vez que relacionada con los ómnibus (y los trenes) como figuras de la experiencia cinemática en las películas de Alfred Hitchcock. Padilha caracteriza a su película como un “documental teórico”, lo cual, señala Cohen, “equivale a sugerir que (éste) no puede ser digerido como film, que renuncia a las ficciones ostensibles del cine y que sólo puede ser mirado (…) como abriendo un hueco en la confabulación de un ‘real’, en las propias redes mediáticas, a las que llamamos ‘Brasil’” (…) (208). De esta manera, el “documental teórico” se propone como un género híbrido, característico del siglo XXI y del cual Ônibus 174 es, plantea Cohen, el único ejemplo.

“Fuera de escena: el nuevo cine argentino y la crisis de 2001”, el trabajo de Jens Andermann, reflexiona sobre los vínculos entre estética y política a partir de la relación entre el Nuevo Cine Argentino y el momento histórico en que éste se desarrolló. Andermann considera al modo de instalarse en tiempo y espacio del Nuevo Cine Argentino no como paralelo sino como adverso al acontecer político-social de la época (atravesado por los efectos de la crisis de 2001): “Hay en el Nuevo Cine Argentino una política de la imagen que apunta no hacia la comunalidad sino hacia lo singular, no hacia la transparencia de una voluntad política compartida sino hacia la opacidad y las contradicciones de ‘mundos originarios’ (Deleuze, 1983: 173) de los que esta voluntad surge y en los que se abisma” (226). El autor ejemplifica su postura en función del análisis que realiza sobre Memoria del saqueo (Solanas, 2003), Espejo para cuando me pruebe el smoking (Fernández Mouján, 2005) y Habitación disponible (Poncet, Burd y Gachassin, 2004). Así, señala que si en la primera prima una “política del reconocimiento”, en las dos últimas se hace presente “la otra escena política”, que al devenir en una “política de la desfamiliarización”, cuestiona desde un exterior crítico la posibilidad de construcción de un “lugar común” a partir del cual urdir una política colectiva.

En “Imágenes de archivo / Memorias del trabajo: en torno a la crisis argentina del 2001”, Mariano Mestman se propone analizar los modos en que los documentales realizados en torno a la crisis de 2001 incorporan materiales de archivo, relativos al mundo del trabajo (extraídos de films anteriores) y las características que dichos materiales adquieren en el marco de los nuevos relatos de los que forman parte. En este sentido, Mestman sostiene que “una suerte de sensibilidad nostálgica parece atravesar el remontaje de los materiales de archivo utilizados, que pasan a funcionar como contrapunto crítico del proceso de desindustrialización y precarización del empleo, desocupación y pobreza propios del momento de realización o el inmediatamente anterior” (245). Así, Mestman analiza las modalidades de incorporación de material de archivo en La televisión y yo (Di Tella, 2003), Rastrojero, utopías de la Argentina potencia (Pastor y Colombo, 2005) y Rerumnovarum (Battle, Molnar y Schindel, 2001), observando los procedimientos a través de los cuales se despliega la sensibilidad nostálgica mencionada. En este sentido, Mestman señala como recurso principal el establecimiento de un contrapunto, apoyado por la banda sonora, entre las imágenes de archivo y las imágenes que revelan la actualidad (en ocasiones se trata del mismo espacio en el pasado y en el presente –la misma fábrica, por ejemplo–, en otras la actualidad se presenta de modo genérico). A modo de observación final, el autor expresa que los filmes analizados no parecen interesarse en la desnaturalización del material de archivo que incorporan, una práctica habitual en cierta fracción del cine de montaje contemporáneo. Como si en estas películas, realizadas en el marco de la crisis, “hubiese algo del presente de la crueldad de la desigualdad, desocupación o pobreza, que impide al director jugar con los archivos de lo real (…)” (258) Así, las imágenes de archivo incluidas en los documentales actuales “remiten a una narrativa perdida que puede ser rememorada, incluso para la acción presente, pero que ya no es más posible de (re)construir ante la profundidad de la crisis nacional en torno al 2001 (…) Una narrativa (una experiencia) en la que el mundo del trabajo asumía una centralidad en relación con un proyecto de nación que de algún modo se confronta con la ausencia o dificultad de alcanzar narrativas análogas en el presente de la realización” (260).

“El yo como otro: lo real, el archivo y el testigo en tres films latinoamericanos contemporáneos”, de Alvaro Fernández Bravo, aborda asimismo el uso de material de archivo, en este caso como vía para producir una imagen del sujeto. Fernández Bravo analiza La televisión y yo (Di Tella, 2003), Um passaporte húngaro (Kogut, 2002) y Santiago: uma reflexão sobre o material bruto (Moreira Salles, 2007) a partir de la relación entre imagen, sujeto y archivo. El autor postula que los tres films acuden a la figura de un tercero para configurar la imagen del yo, un tercero que adquiere un lugar central en la medida en que ese otro convocado, en principio, como testigo acaba invadiendo la imagen y adueñándose de ella por completo. Fernández Bravo señala que “La tercera persona (…) cumple una función clave en tanto superficie donde proyectar las imágenes capaces de hablar sobre el yo por intermedio de otro. Esas imágenes, a su vez, ya no pueden distinguirse de un ‘real’ exterior a ellas mismas; la distinción entre realidad y apariencia ha desaparecido (…)” (277), lo cual revela la “naturaleza precaria, artificial (…) e indiscernible de la vida real como materia de la fábula cinematográfica” (277).

Finalmente, Laura Mulvey analiza el uso de materiales de archivo en “14 dislocaciones: reflexiones sobre el cine de compilación colonial”. La autora señala que el film de compilación se construye sobre una grieta o dislocación entre, por un lado, el material original y, por otro, la nueva lectura que surge de su reensamblaje. Dicha grieta opera en tres niveles: el tiempo transcurrido entre la filmación del material original y su compilación, el carácter de “cita” que adquiere el fragmento de film escogido para integrar la compilación y el valor que se le otorga al material de archivo en el film que lo incorpora. Mulvey analiza la vinculación entre el footage y la compilación en el cine de compilación colonial a la luz de las ideas de Derrida sobre el film de archivo. Para ello, analiza dos films: Morder Dao, de schildpadgelijkende (Monnikendam, 1995), que registra la colonización de las Indias Orientales Holandesas y Black Balance (César, 2011), que aborda la colonización en África. Mulvey introduce en su lectura la perspectiva psicoanalítica destacando posibles puntos de encuentro entre el film de compilación y el psicoanálisis (el interés por interrogar el pasado, las dislocaciones que en ambos se hacen visibles) y una posible analogía entre éstos y la estructura del trauma. Hacia el final del trabajo, la autora vuelve sobre las ideas de Derrida al señalar que “el film de compilación puede realizar un gesto que tiende hacia una respuesta ética al material original crudo, desafiando implícitamente su naturaleza autoritaria así como la del propio imperio. Y (quizás) su promesa, el mensaje de los fantasmas suspendidos a través del tiempo (en su mesianidad) puede comenzar a articularse en la historia y el psicoanálisis y, últimamente, en la esfera pública de los propios poderes imperiales” (293).

Recorrer los trabajos reunidos en La escena y la pantalla. Cine contemporáneo y el retorno de lo real, permite acceder al estado de los estudios sobre el cine documental contemporáneo argentino y brasileño (y sus vinculaciones con el cine ficcional) a partir de perspectivas diversas y, en algunos casos, contrapuestas. La decisión de incluir en el volumen estudios sobre un mismo film desde diferentes perspectivas de análisis (es el caso por ejemplo de Jogo de Cena, y Serras da Desordem —en relación con el cine brasileño–, y de Estrellas y los filmes de Rejtman y de Alonso —en cuanto al cine argentino), complejiza el abordaje y da cuenta de la presencia de una multiplicidad de miradas, imprescindible ante la conformación de todo objeto de estudio. A la vez, direccionar la perspectiva analítica hacia un mismo grupo de películas puede llevar a circunscribir en demasía el campo de análisis y en este sentido, en una lectura del Nuevo Cine Argentino como la que propone La escena y la pantalla, se percibe la ausencia de películas y autores centrales en el desarrollo de dicho movimiento (Pablo Trapero e Israel Adrián Caetano por nombrar sólo dos de los más representativos). De esta manera, y a pocos años del Nuevo Cine Argentino y del Cinema da Retomada, la compilación realizada por Andermann y Fernández Bravo contribuye a la historización de dichos movimientos surgidos durante la década del noventa y a la comprensión de su vinculación con el cine argentino y brasileño en la actualidad, como así también con la escena social en la que éstos se inscriben. Lo hace desde el marco de los estudios comparados, una disciplina en auge para la cual la presente obra constituye un sólido y significativo aporte.

 

Por Malena Verardi

El nuevo cine latinoamericano y su dimensión continental. Regionalismo e integración cinematográfica

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Silvana Flores. Buenos Aires: Imago Mundi, 2013.

 

tapa flores

 

Las más de trescientas páginas del exhaustivo y documentado libro de Silvana Flores, El nuevo cine latinoamericano y su dimensión continental. Regionalismo e integración están atravesadas por la constante presencia del conflicto, una tensión que —más allá de la forma en que se manifieste— resulta, la más de las veces, irresoluble. Por cierto, es mérito del texto dar cuenta de estas contradicciones al interior de ese dispositivo denominado Nuevo Cine Latinoamericano (NCL): temas tales como la distancia entre la abundante literatura programática producida por los cineastas de la región y la efectiva concreción de los mismos en una praxis cinematográfica de alcance continental; [1] así como la decisión de elegir entre el documental o la ficción a la hora de la intervención o la denuncia política.

La Introducción traza el mapa del recorrido y los problemas que aborda el libro: el primero es el estudio —hasta ahora elidido—, a partir de la producción teórico crítica tanto de los realizadores como de otros actores del movimiento, de los alcances de este cine en la práctica política de la época. Luego, polemiza con la concepción tradicional acerca de la emergencia súbita del NCL, esto es, construye una genealogía, un rastreo de antecedentes, tanto temáticos como estéticos, que confluyen hacia la década de 1950 en el NCL. Finalmente, los vínculos —apropiaciones, influencias, etc.— entre la producción teórica y cinematográfica de los realizadores latinoamericanos y las corrientes estéticas de renovación europeas y estadounidenses. La selección de los films y —agregamos— del corpus de textos teóricos responden a un criterio claramente enunciado: “(…) Fueron seleccionados como ejemplos paradigmáticos de una voluntad de integrar narrativa y espectacularmente al Nuevo Cine Latinoamericano” (XXII). [2]

El capítulo 1: “Bases socioculturales de la integración cinematográfica en América Latina” establece las condiciones de posibilidad para la emergencia de estas nuevas prácticas cinematográficas situadas en el marco de un proyecto de integración regional, que se propone vincularse con realizadores de las naciones del Tercer Mundo. Por una parte la dimensión sociopolítica, que encuentra su punto de partida en la Conferencia de Bandung, en 1955, prolongada por la guerra de descolonización argelina, la Revolución Cubana y la guerra antiimperialista en Vietnam. Por la otra, el enfrentamiento con los patrones estéticos y temáticos de las cinematografías dominantes, espacio que los cineastas del NCL comparten con otros realizadores que no asumen una posición de militancia política. Aquí, como se ha indicado más arriba, la búsqueda de una estrategia de integración entre realizadores que inquieren sobre la función del cine en la sociedad, encuentra antecedentes en otras áreas artísticas y culturales: plástica, literatura, música.

El capítulo 2 “Antecedentes y precursores fílmicos del regionalismo cinematográfico latinoamericano”, concentra en cuatro rasgos característicos una serie de precedentes vinculando algunas producciones del período silente y del clásico-industrial durante el sonoro, con las películas del NCL: “La vinculación de las temáticas con la serie social y política, la centralidad de un nuevo tipo de personaje compuesto por figuras como el campesino, el trabajador urbano y el indígena, el rechazo a las influencias foráneas a favor de un mayor anclaje en las problemáticas de índole nacional, y el uso de escenificaciones naturales en detrimento de las escenificaciones realizadas en grandes estudios, junto a la presencia de actores no profesionales (…)” (84). Los films estudiados en el capítulo son: ¡Vuelve Sebastiana! (Jorge Ruíz y Arturo Roca, 1953), El mégano (Julio García Espinosa, 1955), Rio, 40 graus (Nelson Pereira dos Santos, 1956), Tire die (Fernando Birri, 1958) y Aruanda (Linduarte Noronha, 1959). Sin desconocer la centralidad de Tire dié en la conformación de la genealogía del NCL, lo cierto es que se trata de la elección expuesta en los manifiestos del Grupo Cine Liberación, análoga a la que realiza el Cinema Novo en relación a la figura de Humberto Mauro. En la misma época, las producciones de José Martínez Suárez, Rubén W. Cavallotti y René Mugica formulan en sus films una poética no precisamente complaciente con el estado de las cosas, tanto en la dimensión de la crítica social como en el específicamente cinematográfico.[3]

Los tópicos que desarrolla el cine de la década previa al NCL se presentan en pares de opuestos, más como estructuras sociales reificadas que como momentos de una instancia dialéctica: hambre y miseria, explotación y abuso, civilización y progreso. Las estrategias discursivas o, de acuerdo con las categorías propuestas por la autora, los recursos estilísticos que emparentan a este cine con sus sucesores son: el empleo de la voz over o la voz off como ancla del sentido del film o recurso que interpela a los protagonistas, y la combinación de documental y ficción (124).

En el capítulo 3 “Experiencia y teoría del regionalismo en el Nuevo Cine Latinoamericano” la autora advierte: “La mayoría de los directores del NCL plasmaron en las pantallas problemáticas sociales, buscando revolucionar la realidad nacional a través de su arte, y encararon, con su difusión alternativa en estos eventos,[4] lazos de unidad entre ellos que les permitieron generar nuevas estrategias en pos de la liberación económica y cultural de las naciones de la región” (127). No obstante, el texto subraya una cuestión de gran importancia para el estudio del cine del período: si bien los manifiestos apuntan hacia una intervención política del cine en la realidad social de los países de América Latina, lo cierto es que sus “destinatarios mayoritarios resultaron ser grupos ajenos a las problemáticas sociales expresadas en los textos fílmicos” (142). Además, si bien se señala que las reuniones contribuyeron a establecer acuerdos entre los realizadores, se omiten los conflictos, como el que enfrentó a Raúl Ruiz con Fernando Solanas en Viña del Mar, por ejemplo.

Flores recalca el impacto de la participación de los cineastas del NCL en los festivales europeos no sólo como vehículo de difusión de films prohibidos en sus países de origen, sino también como un lugar de encuentro de los cineastas latinoamericanos y los intelectuales europeos interesados en los problemas del Tercer Mundo. Queda como una cuestión a explorar, productiva para avanzar en la comprensión del período —y no sólo del NCL–, el tipo de relación que se estableció entre latinoamericanos y europeos. El texto reproduce, sin someterlo a crítica, un comentario de Regis Debray, citado por Fernando Solanas “Los latinoamericanos se conocen a través de Europa” (144) al que es difícil desconectar de su matriz etnocéntrica.[5]

Si bien el capítulo, coherentemente con lo anticipado en la “Introducción”, pone el acento en las prácticas que resultan funcionales para el proyecto de integración cinematográfica latinoamericana —sin obviar la existencia de paradojas y contradicciones—, entendemos que el apartado más productivo, en función de las cuestiones que expone es “El Nuevo Cine Latinoamericano y sus divergencias”. La noción misma de NCL fue y es objeto de revisión en tanto son más las divergencias estratégicas —sujetas a las transformaciones históricas en cada país[6]— que los acuerdos efectivamente alcanzados, la común voluntad de integración continental y la definición de un enemigo común responsable del subdesarrollo en todas sus dimensiones.

Dos ejes aparecen destacados. El primero es el rol del cine en la contienda política, criterio que establece dos categorías: las realizaciones de “intervención política”, incitando al espectador a tomar partido, a participar activamente; y las películas que denuncian la miseria, el sometimiento y la aculturación de los pueblos de América Latina. El segundo eje es la irresuelta cuestión del registro más eficaz para la acción política: el documental o la ficción. Como señala Flores, en la práctica ambos fueron utilizados alternativamente o bien mixturados en un mismo film.

Precisamente, el último capítulo del libro “El Nuevo Cine Latinoamericano y su práctica fílmica”, se ocupa de la praxis cinematográfica mediante el análisis estilístico, temático e ideológico de las películas más representativas de cada uno de los grupos o directores. Esto es: ¿qué relación hay entre las propuestas teóricas, manifiestos, relatos históricos, debates, críticas y la realización de las películas? ¿Cuáles son las causas de la distancia entre el programa y el film que llega, si es que llega, al espectador? ¿Qué incidencia tuvo la experiencia de realización y exhibición de estas producciones sobre la elaboración teórica considerando, como se indica en el final del capítulo anterior, que en esta etapa se producen la mayor parte de los textos que interpelan el rol del cine en la construcción de una sociedad? ¿Qué prevaleció en cada una de estas instancias: la voluntad regionalista, o la urgencia y las determinaciones de la política de cada nación? ¿Podemos entender las variables estilísticas y el uso de la alegoría y la metáfora sólo como respuesta a la censura o se trata de una elección estética?

Finalmente, el interrogante más urticante que nos deja el libro de Silvana Flores —del que es necesario destacar, además, el muy completo apéndice bibliográfico— es la cuestión de la concreta función política de estos films, pensados para denunciar o proponer una acción inmediata. Si bien conocemos, y el texto responde a ello, las condiciones de su exhibición en América Latina, El Nuevo Cine Latinoamericano y su dimensión continental expone una pregunta irresuelta: ¿cuál fue la respuesta de los espectadores ante estos films? ¿Cambiaron su comprensión de la realidad? ¿O fue la certeza de los miles que entendieron que vivían (vivimos) un mundo injusto la que convenció a los realizadores del NCL? Nos referimos a los destinatarios primeros, a ese público latinoamericano de las fábricas, las villas, las favelas, las minas, los campesinos en tierra ajena, etc. Probablemente no hay respuesta para esto. En todo caso el libro nos deja una pregunta que, probablemente, no tenga respuesta.

Para finalizar apuntemos una cuestión que atraviesa, como un texto segundo, este libro dedicado al estudio del cine como instrumento, arma, discurso político: las políticas cinematográficas. Ellas son algo más que la anulación de un régimen de censura o el incentivo estatal para la producción cinematográfica. Aun en los momentos —por cierto breves— en que se impuso una voluntad democrática, no existió una política de integración cinematográfica latinoamericana. Desde esta perspectiva, el libro de Silvana Flores nos recuerda que aún hoy, cuando las naciones de gran parte de América Latina procuran construir —y de hecho funcionan— estrategias de integración continental, es más fácil, por ejemplo, conseguir un repuesto para automóvil que una película o un libro realizado en el Mercosur.

La integración cinematográfica es, todavía, un horizonte lejano.

 

Por Héctor Kohen

Notas


[1] El tiempo del Nuevo Cine Latinoamericano es también el del intento de construcción una geografía cuyos límites no dependen de la matematizable horizontalidad de meridanos y paralelos sino de una verticalidad cuyo eje es la dependencia política de las naciones que la integran. La denominación hace parte de una geopolítica que, tal como se señala en la introducción, incluye, al menos en su programática, a las naciones del Tercer Mundo

[2] Esta delimitación del campo de estudio deja afuera el temprano distanciamiento de Raúl Ruiz. También, desde el campo de la crítica, a la revista Cine al día, editada en Caracas , exponente de un aggionarnado realismo socialista, probablemente la publicación más influyente en el campo de los estudios contemporáneos sobre el cine latinoamericano

[3] Salvo que se considere que cuestiones como la privatización de la educación, la corrupción, la injusticia o la marginalidad no son problemas nacionales y latinoamericanos

[4] Encuentros, congresos y especialmente festivales tanto en América Latina —Viña del Mar, Mérida, Caracas— como en Europa (Santa Margherita Ligure, Berlín, San Sebastián, Pésaro por ejemplo).

[5]La presentación de Los traidores (Raymundo Gleyzer, 1973) fue atacada por la crítica europea en Pesaro. “La crítica europea impugna que esta película haya utilizado una metodología tradicional (…), los que ellos definen como los modelos clásicos del cine burgués. (…) Hablan de paternalismo técnico, o sea que los molestaba que la película fuera en color (…). Si la puedes hacer más o menos bien técnicamente, resulta que no tiene que ser prolija: sucia, mal pegada y entonces pasa.” La traición de la burocracia sindical”, entrevista con el Grupo Cine de la Base en Cine al día Nº 19, marzo de 1975, Caracas.

[6] Véase, en diversos pasajes del libro, las distintas posiciones que asume el colectivo Cine Liberación en función de los cambios al interior del peronismo en la Argentina desde la realización de La hora de los hornos

Masas, pueblo, multitud en cine y televisión

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Mariano Mestman y Mirta Varela (coordinadores). Buenos Aires: Eudeba, 2013.

  

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No es frecuente que se publiquen libros de investigación sobre cine y televisión en nuestro medio. No es frecuente que se publiquen aquí libros que presenten textos inéditos de investigadores no latinoamericanos. No es frecuente que se publiquen libros en los que los investigadores locales discutan nociones teóricas, atribuidas con inadvertida naturalidad y frecuencia a los trabajos en otros idiomas. Mariano Mestman y Mirta Varela se han propuesto con este volumen romper con esas constantes. Masas, pueblo, multitud en cine y televisión se ubica entre aquellos estudios de las culturas populares y masivas que entrevén una gran cantidad de conflictos y problemas en las imágenes que las masas se dan y reciben.

El libro parte desde su presentación, de una hipótesis fuerte: las imágenes “cuentan con una relativa autonomía respecto de los conceptos y no son su mera traducción” (9). Estas palabras, según mi interpretación, pretenden colocarse como límite o advertencia ante el peligro, siempre latente, de que un estudio de films y programas de televisión se convierta en un rastreo de “fuentes” en donde la sociedad queda manifestada. Los análisis encarados desde las ciencias sociales y las humanidades que estudian las representaciones audiovisuales caen con relativa facilidad en hacer estudios de la política, la cultura o el arte “a través” de las imágenes, que estarían transparentando o “reflejando” aquello que sí merece ser estudiado. Los trabajos presentes en este libro pretenden distanciarse de ese acercamiento reduccionista de las imágenes.

Como afirman los coordinadores, el volumen presenta una perspectiva comparatista en relación a la representación de las masas en cine y televisión, como así también en diferentes países y períodos históricos. Una perspectiva prácticamente ausente en los estudios producidos en América Latina, tan dedicados a lo local, nacional.[1] Surgidos del Seminario Internacional “Representaciones audiovisuales de las masas. Perspectivas comparadas” realizado en la Biblioteca Nacional en octubre de 2010, los textos están divididos en cuatro secciones: “Los conceptos en la historia”, “Los trabajadores: figuraciones de la celebración y la protesta”, “El pueblo como mito, sujeto o testigo” y “Las masas y la nación”.

Abre la primera sección el texto de Lynn Spigel, que se dedica a desbrozar el concepto de muchedumbre, masa, público en la TV estadounidense de los inicios. A través de publicidades gráficas, programas de televisión y films –de las masas como “ornamento” en, por ejemplo, El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) a los espectadores como “ornamento de masas”, siguiendo a Sigfried Kracauer (30)– repone los trabajos que aportan el condimento teórico para dar cuenta de las maneras en que la TV hizo presente al público en las imágenes.[2] Posteriormente Antonio Medici se dedica a analizar las representaciones de masas y multitudes en films políticos italianos realizados entre las postrimerías de la primera mitad del siglo XX y los albores del siglo XXI. En torno de la figura de Palmiro Togliatti, el líder-mártir del Partido Comunista Italiano, Medici se dedica a rastrear tanto en un film realizado en 1969 por obreros como en un trabajo colectivo sobre las reprimidas manifestaciones contra la Cumbre del G8 en Génova de 2001, los matices y coloraciones que asumen las imágenes en diferentes contextos políticos y tecnológicos (advirtiendo que un film de 1948 y el video de 2001 son en ese aspecto incomparables para un estudio estético). Del autor a la ausencia de este, del sujeto filmado a la ausencia de este. Por último, Mario Carlón traza un recorrido de las representaciones de las masas en la televisión a su “mediatización”, en que los sujetos se representan a sí mismos y configuran su identidad “a través de” los medios. Se reflexiona y problematiza la “convergencia” entre TV y medios digitales, así como la espinosa cuestión del directo y de su relación con el registro de las masas. “En el complejo escenario de cambio mediático actual” se deben –propone Carlón– “desarrollar nuevos dispositivos analíticos” (83).

La segunda sección se inicia con un interesante artículo de Clara Kriger que contiene una definición tajante: “ni el documental político nació con Fernando Birri, ni los documentales del peronismo clásico fueron los primeros en apelar […] a una retórica destinada a la propaganda partidaria” (89). El interés de Kriger es hacer un recorrido por algunos films institucionales producidos por Max Glücksmann y Federico Valle, para afirmar que el documental “de intervención política nace muy tempranamente en la cinematografía local” (89), expandiendo el concepto de “cine documental”. A continuación Marcela Gené nutre el carácter comparatista de la obra con un estudio que fusiona el análisis de la gráfica política y las representaciones de noticiarios cinematográficos durante el primer peronismo. Irene Marrone se dedica a las Actualidades de las primeras décadas y a algunos noticiarios de mediados del siglo XX en los que se registraron actos políticos y manifestaciones masivas. En este caso se denomina a los films como “cine informativo” en diálogo con el artículo de Kriger (quien, a su vez, cita los trabajos de Marrone). Por último, Fabiola Orquera basa su análisis de la representación del pueblo del noroeste argentino en dos films argumentales, Horizontes de piedra (Román Viñoly Barreto, 1956) y Zafra (Lucas Demare, 1959), en los que tuvo participación Atahualpa Yupanqui como figura que podía condensar lo popular, lo culto y lo militante.

Ana Amado inicia con su artículo sobre las representaciones del pueblo en el cine de Leonardo Favio la tercera parte del libro. Allí presta una atención especial a las imágenes de la infancia que el recientemente fallecido director construyó. No solo se analizan Crónica de un niño solo (1965) y Nazareno Cruz y el lobo (1975), sino también el montaje de las imágenes de archivo presentes en Perón, sinfonía del sentimiento (1999). El uso dramático de esas imágenes que formuló Favio permite a la autora reflexionar sobre éstas de acuerdo a la perspectiva de Georges Didi-Huberman. En la misma línea de trabajo, pero ahondando en el estudio de lo mítico, Gonzalo Aguilar dedica su artículo a las representaciones del pueblo y de lo popular que hizo Glauber Rocha, sobre todo en Antônio das Mortes (1969). Lo irracional, lo inconsciente en lo popular tratan de ser entendidos como característico del “caos” representacional del pueblo en el cine de Glauber. Cierra la sección el ensayo de Mariano Mestman sobre la presencia del testimonio de los sujetos populares en films políticos a lo largo de América Latina. Realizados en un período de alta conflictividad social son analizados Hombres de mal tiempo (Alejandro Saderman, Cuba, 1968), El grito (Leobardo López Arretche, México, 1970), El coraje del pueblo (Jorge Sanjinés, Bolivia, 1971) y Operación Masacre (Jorge Cedrón, Argentina, 1972). Luego de realizar un estudio sobre la presencia del testimonio en obras canónicas de la literatura latinoamericana, Mestman acomete en cada caso su estudio vinculando lo extracinematográfico con los discursos fílmicos: las “voces subalternas” presentes en los films pertenecen en todos los casos a sus verdaderos dueños. Asimismo su artículo esboza algunos conceptos para la pesquisa en tiempos más extensos sobre el devenir del testimonio “entre la Revolución y la denuncia de violaciones de derechos sociales, humanos” (212), pregnante aún en las décadas siguientes.

“Las masas y la nación”, la última parte del libro, contiene cuatro artículos que indagan exhaustivamente las representaciones televisivas de las manifestaciones populares en diferentes latitudes. Vito Zagarrio analiza la presencia del fascismo en programas televisivos contemporáneos y de los medios (radio, televisión, cine) “dentro” de los films producidos en la época de Benito Mussolini. Con gran profusión de citas y estudio histórico del cine italiano, el autor brinda un panorama completo de la temática. Quedándose en el mismo continente el siguiente trabajo, de Manuel Palacio y Concepción Cascajosa, estudia las representaciones del espacio público, en momentos de manifestaciones masivas, en la televisión española. De los funerales de Francisco Franco a las manifestaciones antiterrorismo, pasando por los festejos por la consecución del Mundial de Fútbol 2010, hasta las concentraciones del movimiento 15-M contra las medidas políticas recesivas. Por su parte, Claudia Feld se dedica en general a evidenciar el carácter de la ocupación del espacio público por los reclamantes a favor del respeto de los Derechos Humanos en la Argentina desde fines de la década del setenta. Pero particularmente se ocupa de dos producciones televisivas sobre las desapariciones de diverso signo: el programa producido por la dictadura en 1983 y el de la CONADEP realizado un año después. La visibilización o invisibilización de los desaparecidos y el lugar ocupado por las masas en las imágenes utilizadas (y la utilización de las masas para los fines de los programas) son los polos productivos para el texto de Feld. Cierra la obra el artículo de Mirta Varela, una aproximación de carácter original: el análisis del tratamiento de las movilizaciones a favor de la Guerra de Malvinas (entendidas frecuentemente como “a favor del gobierno”) en la televisión y en films posteriores, atendiendo al tratamiento del color. La autora trabaja un gran número de producciones audiovisuales buscando “interpretar el modo en que se construyó esa escena desde el registro televisivo aparentemente efímero de esos días” y su utilización posterior, que las convirtió “en un símbolo” (279). El tratamiento de las imágenes no resulta homogéneo, la variante blanco y negro / color fue utilizada como la bisagra de la historia política (y audiovisual) argentina.

En suma, Masas, pueblo, multitud en cine y televisión hace de la infrecuencia, virtud.

 

Por Javier Campo

 

Notas



[1] Se sumó recientemente a este campo incipiente de los estudios comparativos,Cine y revolución en América Latina, Ana Laura Lusnich, Pablo Piedras y Silvana Flores (editores), Buenos Aires, Imago Mundi, 2014. Volumen que está siendo reseñado para ser publicado en el próximo número de Cine Documental.

[2]En el recorrido conceptual sobre los textos se ha privilegiado aquellos aspectos en que los textos hablan de films documentales debido al carácter de esta revista.

Cine comunitario en América Latina y el Caribe.

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Alfonso Gumucio Dagrón (coord. regional). Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y Centro Nacional Autónomo de Cinematografía: República Bolivariana de Venezuela, 2012. [1]

 

cinecomunitario

 

 

 

A Octavio Getino, impulsor entusiasta de este proyecto de investigación.

A Alberto Elena, quien se apasionó por ‘imágenes periféricas’

como las que reseña este libro.

 

¿Cómo aproximarse a un territorio vasto y apenas conocido como es el “cine comunitario” en América Latina? ¿De qué manera esbozar una definición sobre él lo suficientemente flexible y a la vez contundente como para entretejer intereses, experiencias, búsquedas y proyectos diversos a lo largo y ancho de un continente? ¿Con quiénes establecer diálogos, debates, intercambios ya sea en el plano de la investigación historiográfica, relativo a las prácticas comunitarias o incluso en relación al plano creativo? Un excelente primer paso es acercarse al libro “Cine comunitario en América Latina y el Caribe” editado en 2012 por la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía de Venezuela (CNAC), cuya coordinación regional estuvo a cargo del historiador boliviano Alfonso Gumucio Dagrón. Reuniendo a ocho investigadores de cine y audiovisual —latinoamericanos todos–, y abarcando prácticamente cada país desde el Río Bravo hacia el sur, este copioso volumen de más de quinientas páginas ofrece, justamente, lo necesario para recorrer una extensa geografía escasamente visitada: un mapa. Y es que, coherente con las prácticas de creación grupal de las que busca dar cuenta, el libro es una cartografía colectiva sumamente útil a la hora de detectar, ubicar y estudiar experiencias de trabajo en cine, video y TV de singular complejidad y atractivo, aunque de preocupante invisibilidad. Asumiéndose como primer mapa, el volumen sienta un precedente insoslayable para futuras investigaciones ya sea que abonen a un panorama general, subregional o nacional en torno de los procesos de producción cultural y comunicativa de tipo comunitario; sea que establezcan relaciones de tipo comparado entre experiencias o profundicen el estudio de alguna puntual.

En la introducción, Alquimia Peña —directora general de la Fundación de Nuevo Cine Latinoamericano– recuerda que la publicación es resultado del proyecto “Estudio de experiencias del cine y el audiovisual comunitario en América Latina y el Caribe. Posibilidades de desarrollo” que la Fundación impulsó entre 2011 y 2012 por medio del programa Observatorio del Cine y el Audiovisual Latinoamericano (OCAL-FNCL) y que contó con el apoyo, entre otros organismos de la UNESCO, de el Fondo Internacional para la Diversidad Cultural (FIDC). Peña destaca cómo el proyecto de investigación inicial fue enriqueciéndose en número de investigadores y complejidad de enfoques, y la importancia de su realización no sólo para el campo de la historiografía sino también para las políticas y prácticas de fomento de la diversidad cultural, promoción de los DDHH. y fortalecimiento del diálogo intercultural, objetivos todos de la Fundación que preside. Las dos primeras ediciones, realizadas en Venezuela, tuvieron muy poca circulación, aunque afortunadamente algunos ejemplares llegaron a varias Cinematecas e importantes bibliotecas de la región, como la de la Escuela Nacional de Experimentación y Cinematografía en Buenos Aires, Argentina. Felizmente, gracias a Omar Rincón y con el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert, en Colombia se realizará la tercera edición del libro que además estará disponible gratuitamente on-line el próximo mes en http://www.fesmedia-latin-america.org/.

El lector que se acerque a este trabajo encontrará reseñadas 55 experiencias de producción y difusión alternativa posteriores a 2000 y actualmente activas; una selección de reflexiones de los mismos actores sobre su práctica; la mención al papel del Estado y la empresa privada en las iniciativas comunitarias; los marcos legales vigentes a nivel nacional; los tipos de financiamiento; las formas de distribución; los marcos y dinámicas de capacitación/formación; el estilo de trabajo por redes de cooperación; los tipos de festivales y espacios de conservación, preservación y archivo de materiales; además de una serie de referencias bibliográficas que le serán útiles para continuar y complejizar el análisis de este fenómeno que, sin experiencias “modélicas” y aún con momentos de retracción, tiene más de treinta años de desarrollo.

Para establecer un conjunto de coordenadas “en común” que permitan leer el “mapa” (el libro) y así recorrer el territorio (el continente temático), el primer capítulo —bajo la pluma de Alfonso Gumucio Dagrón– resulta una introducción necesaria y clarificadora. Dagrón —referente crítico, historiográfico y creativo en lo que respecta a procesos de producción comunicativos de tipo alternativo y popular (radios mineras, video minero, video comunitario, etc.)– enmarca, ordena y puntualiza una serie de términos especificando el sentido y uso que a lo largo de todo el libro irán desarrollándose; expone un grupo de preguntas-problema que funcionaron como guías de trabajo general e historiza de un modo abarcativo los precedentes y las formas orgánicas de aparición del cine comunitario propiamente dicho. “Aproximación al cine comunitario” funciona casi como una presentación preliminar de lo que el lector encontrará expandido más adelante: un pequeño mapa dentro del gran mapa.

Tal como señala el autor, la principal seña de identidad del cine comunitario es la “comunicación como reivindicación”, el involucramiento horizontal de los ciudadanos en los procesos de relación comunicacional, y la construcción y difusión de referencias sociales e información: “El cine y el audiovisual comunitarios son expresión de comunicación, expresión artística y expresión política. Nace en la mayoría de los casos de la necesidad de comunicar sin intermediarios, de hacerlo en un lenguaje propio que no ha sido predeterminado por otros ya existentes, y pretende cumplir en la sociedad la función de representar políticamente a colectividades marginadas, poco representadas o ignoradas” (18). Frente a la tergiversación, invisibilización o escamoteo de información, incluso frente a la sordina impuesta a las voces populares; las comunidades y organizaciones reivindican y ejercitan su derecho a la comunicación, priorizando más que el “acabado” de los productos, los procesos de producción y las formas de difusión. Cabe destacar que la noción de “comunidad” que se toma como referencia es amplia: en tanto “comunidad de interés” en ella caben grupos indígenas, rurales-campesinos, urbanos, de género, trabajadores, niños y jóvenes, etc. Con todo, el libro también incluye el estudio de experiencias nacidas de la iniciativa de profesionales del audiovisual: según Dagrón esto se debió a que los investigadores se encontraron con que en algunos países no existen o no pudieron ser identificadas experiencias auténticamente comunitarias y autogestivas.

En lo que respecta a los referentes “pioneros” o antecedentes del cine comunitario latinoamericano Dagrón apunta fundamentalmente dos corrientes que actuaron en tanto vehículos de visibilización de realidades y sujetos populares: por una parte el cine documental de corte social (regional y europeo), y por otra, el cine político latinoamericano de los sesenta y setenta. Así el cine etnográfico y antropológico son valorados en tanto permitieron una aproximación no exótica a culturas y realidades simbólicas periféricas además de plantear ‘otra’ forma de producir imágenes con los mismos sujetos de la representación. Por su parte, la vena reivindicatoria, de lucha activa y contrainformación que hoy detenta el cine comunitario, tiene en el cine político una obvia referencia: lejos del espectáculo y buscando que la imagen contribuya a cambios en la vida social, los films políticos de los sesenta y setenta implicaban otros modos de producción y exhibición –clandestina y/o alternativa- ofreciendo un repertorio de formas de organización y consumo absolutamente distintas a las convencionales. Con todo, en estricto sentido, el antecedente que más se acerca a lo que posteriormente se conocerá como cine y audiovisual comunitario es el video alternativo que tuvo su período de mayor productividad en la década del ochenta. Más allá de este encuadre general, el autor pasa revista de una serie de referencias concretas por países que permite esbozar someramente la relación entre los antecedentes locales y globales.

Una problemática insoslayable para introducirse en el estudio del cine y audiovisual comunitario es el cambio tecnológico que se produjera desde la década del ochenta a la actualidad, con el abaratamiento de costos en términos de producción y posproducción de materiales. Sin duda, y como bien lo nota Dagrón, este cambio se desarrolló en una oportuna coyuntura histórica: “Las nuevas tecnologías pusieron al día la discusión sobre la democratización del audiovisual y su papel en el fortalecimiento de la libertad de expresión y en el ejercicio del derecho a la comunicación y a la información, gestándose de este modo un movimiento continental preocupado por utilizar el medio audiovisual como un instrumento de recuperación histórica, reforzamiento de la identidad, promoción cultural, denuncia, educación y democratización” (26).

Justamente el gran salto entre los videastas de los ochenta y los grupos de cine comunitario es la apropiación de los medios de producción, el protagonismo absoluto en los procesos creativos (toma de decisiones de tipo horizontal, discusiones colectivas, financiamiento comunitario) y la responsabilidad completa por los sistemas, formas y dispositivos de difusión de los materiales generados: una comunidad que hace por sí misma para interpelar/interpretar su realidad experiencial. Dagrón no omite mencionar respecto de la eclosión de nuevas tecnologías y facilidades de producción, que es el tipo de uso que se le dé al instrumento aquello que lo vuelve o no transformador. Tampoco se soslaya el hecho de que muchos grupos se han apoyado económica y operativamente en ONGs, ni que en algunos países se han detectado políticas públicas de fomento y sostén de iniciativas de comunicación comunitaria (escasas por supuesto).

En este primer capítulo, el coordinador regional comenta además la guía metodológica común desde la cual cada investigador desarrolló su informe, cuya estructura también se definió de forma colectiva: así en cada capítulo el lector se encontrará no sólo con el desarrollo de las experiencias seleccionadas, sino también con los antecedentes del país de referencia, el “marco conceptual” que incluye las ideas y criterios de trabajo “en palabras de” los mismos hacedores, y una sección de conclusiones preliminares y observaciones/recomendaciones elaboradas por los autores. Justamente, aquí Dagrón reseña algunos de los casos relevados y fragmentos de las reflexiones críticas y autocríticas que los propios realizadores y grupos han hecho sobre sus prácticas, motivaciones y dificultades. De las mismas se desprenden una serie de ejes temáticos que el coordinador puntualiza y resultan centrales para abordar y estudiar el cine comunitario de la región, tales como: la relación entre memoria e identidad; ciudadanía y esfera pública; y acción colectiva.

Gumucio Dagrón apunta finalmente un conjunto de observaciones preliminares que emergen de la globalidad de la investigación. De la capacitación por ejemplo advierte que aunque es precaria, los comunicadores buscan sostenerla a lo largo del tiempo articulando no sólo aspectos técnicos y formales, sino también políticos y socio-culturales. De carácter horizontal y fundamentalmente práctica, basada en la experiencia vivida y a veces con el apoyo/soporte de realizadores/cineastas comprometidos, se despliega en los mismos espacios de convivencia y trabajo. Por su parte la producción suele ajustarse a una dinámica colaborativa y de roles móviles: todos deben saber hacer todo, más allá de la organización que exija cada proyecto con sus responsables por área. El sistema de toma de decisiones es democrático. El autor señala que es necesario profundizar aun más en las formas de producción específicas en cada grupo haciendo un trabajo de campo extensivo y exhaustivo que para el presente libro no fue posible debido a cuestiones de tiempo y presupuesto. Si bien los adelantos tecnológicos han catapultado las prácticas de producción y exhibición alternativas (las cuales no dependen del circuito comercial, puesto que cuentan con un público “propio”), según lo arrojan las conclusiones preliminares de este estudio aún queda mucho por desarrollar en relación al lenguaje y concepciones estéticas. Recuperando las palabras de Maritza Chimarro del Festival del Rio de la Raya (Ecuador): “(…) se trata de una deficiencia común, preocupante, porque el cine comunitario parecería ser un campo que justifica y tolera la ausencia de búsqueda y de rigor artístico (…)” (Chimarro en Dagrón: 59). Hay también nuevas y más variadas formas por descubrir relativo a la difusión de los materiales por fuera de las comunidades de interés que los generan: justamente estos espacios –muestras, ciclos, proyecciones ambulantes, difusión por internet y redes sociales, venta de DVD- permitirían un intercambio y una retroalimentación muy potente para los realizadores, incluso en términos formativos. La dimensión de sostén económico no es desdeñable ni se puede soslayar: con un esfuerzo considerable y una creatividad a toda prueba, en las últimas décadas diferentes proyectos comunitarios han demostrado que es posible un proceso de apropiación del medio si éste se enmarca en un proyecto social más amplio pues: “La sostenibilidad económica está íntimamente vinculada a la sostenibilidad social, en aquellas experiencias donde son las propias organizaciones comunitarias las que financian los procesos de cine comunitario” (65). Más allá de la enorme variedad de soluciones prácticas que hasta aquí han tenido y tienen lugar (cada experiencia es peculiar), es necesario incluso seguir ahondando en formas distintas de financiamiento, entre las que se incluya la articulación con las numéricamente escasas políticas públicas, aún internándose en las paradojas que ello conlleve. De hecho, dentro de las observaciones preliminares que a manera de preámbulo al volumen desarrolla Gumucio Dagrón, hay un apartado dedicado a los marcos legales-institucionales en materia de democratización de medios de información y difusión, subrayando una generalizada falta de atención al respecto.

Seguidamente y por orden alfabético el libro presenta 13 informes (en español o portugués según el caso) donde se dan cuenta, por país o micro-zona, de un número acotado de experiencias (cine, video, audiovisual y TV comunitaria) que, vale la pena destacarlo, no sólo se desarrollan en las capitales sino en diferentes puntos de cada país. Mirado en conjunto, es un mosaico donde se destaca la diversidad, un entramado abigarrado de experiencias: unas muy vinculadas a organizaciones sociales y políticas, movimientos sociales o de DD.HH.; otras que responden a iniciativas urbanas de contrainformación o ligadas a motivaciones artísticas; las hay también de corte educativo, de promoción de la salud, la infancia y la juventud; etc. El libro cuenta también con un breve corpus fotográfico de las experiencias en curso y un útil directorio a partir del cual es posible trabar relación y contacto con cada uno de los proyectos estudiados.

En general cada investigador tuvo a su cargo además de su país de residencia uno o dos cercanos correspondientes a la misma zona territorial cultural. El argentino Horacio Campodónico trabajó la zona rioplatense (Argentina y Uruguay) y el Paraguay; la boliviana Cecilia Quiroga San Martín parte de la zona andina (Bolivia, Perú y Chile); el ecuatoriano Pocho Álvarez el Caribe Continental (Colombia, Venezuela) y Ecuador; y los cubanos Jesús Guanche Pérez e Idania Licea Jiménez el Caribe insular (Cuba e islas del Caribe). Por su extensión territorial, diversidad y cantidad de experiencias, los brasileros Vincet Robert Carelli y Janaina Rocha, y la mexicana Irma Ávila Pietrasanta hicieron lo propio con Brasil y Mesoamérica (México, Guatemala y Nicaragua) respectivamente. En todos se nota un compromiso por aportar al mapeo cartográfico del fenómeno de cine comunitario, aunque en ciertos capítulos es más densa la comprensión y compenetración cultural y política con las realidades reseñadas lo que brinda un encuadre integral no sólo a nivel histórico-social sino simbólico, denotando una mayor capacidad crítica, como en el caso de Cecilia Quiroga y Pocho Álvarez. Un rasgo a destacar del volumen es que incluso dentro de cada capítulo se observa un “trabajo colectivo”: puesto que no siempre —por razones de tiempo y presupuesto– el autor responsable podía viajar al país o comunidad que debía investigar, se apeló a colaboradores locales que elaboraron informes preparatorios que sirvieron de base para la redacción final. Cabe advertir además, como indica Dagrón, que a veces aún tendiendo a establecer lazos comunicativos fluidos con los grupos y organizaciones: “Los investigadores sufrieron la falta de respuesta de los interlocutores comunitarios, y ello impidió reseñar con mayor detalle y propiedad las experiencias seleccionadas” (34).

En Argentina se reseñan las experiencias de: Asociación Civil Amanecer (conurbano bonaerense, 1999-actualidad), Noticiero Popular (San José, Mendoza, 2005-actualidad), Mascaró Cine Americano (CABA, 2002-actualidad), Barricada TV (CABA, 2009-actualidad), Centro Cultural Asustando al Cuco (Almafuerte, Córdoba), Red Cultural para la Recuperación, valoración y difusión del Patrimonio Audiovisual de no Ficción de Córdoba (Córdoba, 2009-actualidad), Festival de Cine Indígena (2008-actualidad) y Festival Internacional de Cine de DD. HH (1997-actualidad). En Bolivia se da cuenta del trabajo de: Sistema Plurinacional de Comunicación de Pueblos Indígenas Originarios Campesinos e Interculturales (1996-actualidad), el Centro de Formación Cinematográfico (CEFREC, 1989-actualidad), la Coordinadora Audiovisual Indígena Originaria de Bolivia (CAIB, 1996-actualidad), y Comunicación Audiovisual con Jóvenes Indígenas y la TV Comunitaria de Copacabana (2011-actualidad). En Brasil las experiencias seleccionadas son: Asociación Imagen Comunitaria (Belo Horizonte, 1997-actualidad), Colectivo de Video Popular (San Pablo, 2005-actualidad), Central Única de Favelas (1999-actualidad), Fuera de eje (Fora do Eixo, 2005-actualidad), y Video en las Aldeas (1986-actualidad). De Centroamérica –Nicaragua y Guatemala-, se estudiaron los casos de: Asociación para la Comunicación, el Arte y la Cultura- Comunicarte (Guatemala, 1988-actualidad), Fundación Luciérnaga (Nicaragua, 1993-actualidad), Centro de Mujeres Comunicadoras Mayas Nutzij (Guatemala, 1998-actualidad), La Banqueta (Guatemala, 2003 actualidad), y Comunicación y Justicia (México y Guatemala, 2004-actualidad). Para el caso de Chile se relevaron las experiencias: Señal de TV 3 de La Victoria (S3LV, Santiago de Chile, 1997-actualidad), Parinacota TV Quilicura (Santiago de Chile, 2008-actualidad) y Adkimvn Comunicaciones (sur de Chile, 2003-actualidad). En Colombia se investigaron los casos de: Tejido de Comunicación (sur occidental de Colombia, 2005-actualidad), Colectivo de Comunicación Montes de María, Archivo Audiovisual Comunitario, y Festival Internacional de Cine y Video Alternativo y Comunitario Ojo al Sancocho (2008-actualidad). En lo que respecta a Cuba y el Caribe insular se recabaron las experiencias: Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. (Cuba, fines de la década del noventa), Televisión Serrana (Buey Arriba, Granma, Cuba), Visión Común (El Cobre, Santiago de Cuba, 2008-actualidad), Festival Internacional del Cine Pobre (Cuba, 2003-2010), Muestra Nacional de Nuevos Realizadores (Cuba, 2001-actualidad), Grupo CREART del Ministerio de Cultura (2007-actualidad), el Centro de la MEPLA (Memoria Popular Latinoamericana), y la Muestra Itinerante de Cine del Caribe (2006-actualidad). En lo que hace a Ecuador se registraron los siguientes casos: Festival Río de la Raya, Corporación de Productores Audiovisuales de las Nacionalidades y Pueblos (CORPANP), y Sarayacu (década del ochenta-actualidad). Para México las experiencias seleccionadas fueron: Programa de Transferencia de Medios Audiovisuales (TMA, 1989-2008), TV Tamix Televisión Comunitaria en Oxaca (1992-2010), Ojo de Agua Comunicación (Oxaca, 1994-actualidad), Promedios en Comunicación Comunitaria (Chiapas, 2000), y Colectivo Turix (Yucatán, 2000-actualidad). Por su parte en Paraguay se rastrearon los casos de: Coordinadora por la Autodeterminación de los Pueblos Indígenas (CAPI, 2006-actualidad), Colectivo de Liberación de Información y Producción (CLIP, 2007-actualidad), Plataforma Nacional de Grupos de Teatros del Interior del Paraguay (2009-actualidad), Festival de Cine Under Paraguay (2006-actualidad), y el Festival Internacional de Cine-Arte y Cultura-Paraguay, FESTIDOC (2005-actualidad). Relativo al caso peruano los grupos seleccionados fueron: Asociación La Restinga (Iquitos, 2009-actualidad), Grupo Chaski, red de microcines y cine participativo (década del noventa-actualidad), y Nómadas (2007-actualidad). Para Uruguay, los casos desarrollados fueron: Cine con Vecinos (CCV, 2009-actualidad), Cine Insurgente (Argentina-Uruguay, 1997-actualidad), Colectivo Cine VerAz (2008-actualidad), Árbol, televisión PARTICIPATIVA (2003-actualidad), y Efecto Cine (2008-actualidad). Por último, para el caso venezolano se estudiaron las siguientes experiencias: Wayuunaiki periódico electrónico digital (2011-actualidad), Plataforma del Cine y Medios Audiovisuales (2006-actualidad), Cine móvil Huayra (1978-actualidad), Catia TV y Teletambores (Caracas, 200-actualidad).

Siguiendo con la metáfora del mapa y el territorio digamos que “Cine comunitario en América Latina y el Caribe” es un libro “para viajar”: la mejor manera de leerlo es por frecuentes y repetidas “visitas”, más que la linealidad alfabética. Aunque a veces hay cierta repetición o redundancia informativa en torno a las experiencias y reflexiones autocríticas, el caudal de datos, contenidos y la estructura de los capítulos (con distintas secciones internas) ofrece al lector la posibilidad de generar sus propios recorridos comparatistas: por ejemplo leer el libro en función de áreas geográficas o si lo prefiere por autor; por tipo de actividad (producción, difusión, festivales, espacios de conservación) o clase de organización comunitaria (barrial, étnica, campesina, fabril, política, etc.). Incluso destáquese que hubiera sido muy productivo que los investigadores que se dedicaron a una área de influencia elaborasen un mapa que incluyera relaciones internas entre los países y algunas conclusiones (coincidencias, divergencias, problemas en común, desafíos planteados, formas de articulación). Hubiese sido muy interesante además, dedicarse a investigar puntualmente las instancias de encuentro y organización supraregional y sus formas de trabajo y gestión de recursos, filosofía interna y financiamiento. En todos estos elementos justamente radica la potencia de la perspectiva comparada o comparatista a la que adscribe el proyecto, uno de cuyos temas pendientes es la elaboración sistémica y detallada de una periodización.

Si bien es comprensible que por momentos el volumen sea muy laudatorio con las experiencias seleccionadas ello puede terminar limando la perspicacia crítica de los analistas que deben también ofrecer al lector el “lado B” de los proyectos de cine y audiovisual comunitario: señalar las disonancias, contradicciones, contrastes y, por qué no, disputas dentro de los mismos grupos y con otros grupos. Preguntarse por ejemplo: ¿cuán conocidas son las experiencias reseñadas a nivel interno en cada país, tanto sea por la mayoría de la población, como por otros comunicadores? ¿Con qué ambigüedades y paradojas se encuentran quienes llevan adelante las experiencias, a la hora de subvertir los regímenes de poder y formas de relación social “habituales”, propias del sistema que los oprime y subyuga? Repensar incluso las implicancias ético-económicas en las formas de financiamiento; profundizar y complejizar la mirada sobre los alcances, beneficios y contradicciones inherentes al uso de nuevas y más accesibles tecnologías; y observar con detenimiento los tipos de legislación y políticas públicas en torno al fomento, sostén y protección de la producción de cine y audiovisual comunitario. Como bien dice el investigador y cineasta Pocho Álvarez: “Si bien lo comunitario en el cine aparece como un instrumento de denuncia y defensa, el tema no se agota en la comunidad. Sus aristas son múltiples, van hacia otros horizontes e involucran a las estructuras de poder, a los estados nacionales, sus gobiernos y sus socios estratégicos, las empresas transnacionales (…) Hacer del desarrollo comunitario una política de empresa, “apadrinar su crecimiento” significa en muchos casos cooptación de espacios, copra de iniciativas de gestión y decisión para crear bajo el término comunitario un escenario de manejo político ajeno a la esencia histórica de la comunidad (346).

Con todo, útil a investigadores, docentes, estudiantes, cineastas, gestores culturales, funcionarios y, por supuesto, los mismos colectivos; en primera y última instancia el libro es un valioso ejercicio colectivo por reponer y ex-poner la historia y la contribución que el cine y audiovisual comunitario han tenido para el campo social desde el que emergen y hacia el que retornan una y otra vez. Mapa de grupos, producciones y circulaciones, memoria dispersa ahora reunida, esta publicación no sólo facilita el acceso a una considerable cantidad de información, sino que rompe tanto con cierto “aislamiento endogámico” que se percibe a veces en las prácticas comunitarias, como con el posible desconocimiento que los propios “pares latinoamericanos” pudieran tener respecto unos de otros. Es también una invitación a pensar los desafíos pendientes, o como advierte Irma Ávila Pietrasanta: “El reto hoy es la creación de proyectos comunitarios sólidos, representativos, democráticos y sustentables, aún con las desventajas legales, políticas y económicas que enfrentan los grupos (…) y como señala Gabriela Zamorano: ‘Entender este proyecto de representación alternativa no solo como una exitosa experiencia de resistencia cultural y de autorepresentación a favor de grupos marginados históricamente, sino como una práctica política inmersa en complejas relaciones de poder’ ” (423).

Entre la insistencia, la resistencia y la resiliencia; la creación, la recreación y la invención; el esfuerzo, los aprendizajes y las búsquedas; el cine y audiovisual comunitario latinoamericano vive y se multiplica. Este libro es un mapa ecuménico: sirve a viajeros atentos y curiosos, y a ‘nativos’ que forman parte y hacen a la geografía de este extenso territorio.

 

Por María Aimaretti

 

Notas



[1] Nuestro profundo agradecimiento a Alquimia Peña, Alfonso Gumucio Dagrón y Humberto Ríos por hacer lo posible para que el ejemplar que reseñamos llegue a destino. Nuestra memoria a Cecilia Quiroga San Martín fallecida en abril de este año.

Rosa Patria, de Santiago Loza.

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Por Irina Garbatzky

Resumen[1]

El artículo aborda en el film Rosa Patria (2009) de Santiago Loza –documental sobre la historia del Frente de Liberación Homosexual y la vida del poeta y militante Néstor Perlongher–, la resolución de dos problemáticas ligadas a la presentación de los archivos de dicho movimiento político. El tratamiento de los documentos como pruebas “físicas” de la historia narrada da paso a una escenificación teatral, tanto de los archivos como de los testimonios, los cuales son asumidos bajo la metáfora del “busto parlante”. La perspectiva teatral se refuerza, a su vez, con la intromisión de escenas actuadas, estampas de una memoria imaginada por el director. La coalescencia de estas imágenes del pasado en el presente narrado se lee a partir de los aportes teóricos de Georges Didi-Huberman relativos a la supervivencia de las imágenes como modo de transmitir una memoria de la resistencia política sin heroicidades ni museificaciones.

Palabras clave: Néstor Perlongher – Frente de Liberación Homosexual – Santiago Loza – Militancia – Archivos

 

Abstract

The article discusses in the film Rosa Patria (2009) by Santiago Loza two issues related to the presentation of the Gay Liberation Front’s files and the Nestor Perlongher’s militancy. The processing of documents as «physical» evidence _ narrated history leads to a theatrical staging of both files as testimonials, undertaken under the metaphor of «talking bust». The theatrical perspective is reinforced, in turn, with the intrusion of acted scenes, pictures of a memory imagined by the director. The coalescence of these images of the past in the present narrative is read from the theoretical contributions of Georges Didi-Huberman concerning the survival of the images as a way to convey a political resistance memory without heroics or museification.

 

Keywords: Néstor Perlongher – Frente de Liberación Homosexual – Santiago Loza – Militancy – Archive

 

Datos de la autora

Doctora en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Autora de Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata (Beatriz Viterbo, 2013). Es investigadora asistente de CONICET. Este trabajo se enmarca en un proyecto referido a los archivos de las vanguardias y acciones artístico-políticas en Argentina desde la década del sesenta. Correo electrónico: irina.garbatzky@conicet.gov.ar

 

Fecha de recepción

23 de septiembre de 2013

 

Fecha de aceptación

11 de noviembre de 2013

 

Introducción

“Una vez fui al teatro y vi eso, que por momentos, en el escenario, todo se apagaba y una sola luz, muy puntual, iluminaba una persona y uno entendía: se detuvo todo, esa persona está y no está. Presente y ausente al mismo tiempo”. La imagen pertenece al monólogo de una costurera, es la protagonista que inventó Santiago Loza para su obra Nada del amor me produce envidia (2012: 11), y uno podría desarrollar, a partir de ella, las resoluciones de algunas problemáticas que atraviesan un momento anterior del autor; me refiero al documental Rosa patria (Loza, 2009) sobre la biografía de Néstor Perlongher y el Frente de Liberación Homosexual.

Rosa Patria aborda, en tanto que documental, la historia de la primera experiencia política de organización de disidencia sexual sudamericana.[2] El Frente de Liberación Homosexual fue armado en el año 1971 y duró hasta el año 1976. Néstor Perlongher, poeta neobarroco, militante trotskista, antropólogo, fue un actor central en dicho movimiento. Su biografía resulta el hilo narrativo elegido por Loza para contar la historia de la agrupación. A través de la vida de Perlongher, Loza indaga en la genealogía y la historia del movimiento, para abrir su figura hacia una vertiente doble, entre la escritura y la militancia.

El núcleo del film, entonces, trata de un momento histórico anterior al de la transición democrática argentina: los años que se inician durante la dictadura de Onganía y los años previos al Proceso de Reorganización Nacional. Su foco es la militancia clandestina y sobre todo marginal, de las agrupaciones ligadas a las minorías sexuales. A pesar de dicha pertinencia a un contexto anterior a la democracia, fechada, oficialmente, en 1983,  la experiencia articulada por los movimientos ligados a la producción de nuevos cuerpos y sexualidades resultará un elemento clave para comprender los modos de producción de subjetividades en el paisaje postdictatorial.La figura de Perlongher, crucial durante los años ochenta en Argentina, funcionará como pieza articuladora y pivotante en la construcción de un proceso social que comienza en torno a la clandestinidad y que se vuelve visible durante la democracia, apoyándose en un particular sentido de lo teatral y lo espectacular, del contacto de los cuerpos y el restablecimiento de lazos sociales. Al focalizar la experiencia de la militancia de los setenta, Rosa Patria recupera los dispositivos contrahegemónicos de visibilización de los cuerpos, que eclosionarían durante la transición. [3]  

De este modo, el primer apartado del presente artículo abordará la emergencia de una sensibilidad teatral durante el período de la transición democrática argentina. Interesa ubicar las intervenciones públicas de Perlongher como metáfora de un acontecimiento singularizado por la relación política-corporalidad para dar cuenta de la complejidad temporal propia de la apertura democrática, en donde el período de la represión dictatorial no forma en absoluto parte de un pasado clausurado.

Desde allí, entonces, comenzaré, en el segundo apartado, el análisis del film de Loza, con el fin de ver de qué modo el director presenta dicho valor de teatralidad. Mi objetivo es mostrar cuáles son las formas con que Rosa patria resuelve una problemática doble: por un lado, la transmisión de la impronta teatral que, proveniente de la evlcsnap-2014-06-11-15h59m27s200xpresividad de las acciones colectivas ligadas a las minorías de género, se despliega durante la democracia sobre la visibilización de los cuerpos y la producción de subjetividades micropolíticas. Por otro, el problema de la reconstrucción, por medio de los relatos y la espectacularidad de los testimonios, de la memoria de dichos activismos. Rosa patria podría insertarse en una serie profusa, observable durante la primera década del 2000, de numerosas muestras retrospectivas y documentales, sobre la vanguardia del sesenta y sobre experiencias artísticas y poéticas de comienzos de la democracia en Argentina. [4] Estas retrospectivas se preguntan cómo narrar, cómo historiar, cómo documentar acciones y movimientos que transitaron formas de vida y formas de hacer inmateriales; formas de resistencia política que originalmente rechazaban cualquier tipo de aparición centralizada, ya fuera bajo las luces de un escenario a gran escala como de los reflectores de una vitrina museística.[5] De modo que en estos apartados abordaré cuáles son los tratamientos de Loza respecto de los documentos y el archivo del FLH, cuáles son sus riesgos y cómo los sortea el director, en virtud de la fidelidad al principio teatral del que hablábamos al comienzo.

La hipótesis que guía todo el trabajo es la idea de una resolución teatral para la transmisión de la memoria sobre la militancia sexual. Lo teatral permite una forma singular de presentación de los testimonios y los documentos, volviendo complejo el riesgo que se trama en toda retrospectiva de heroificar o totalizar una historia. Reponer la potencia de su resistencia política supone hacer pervivir la dinámica de luces y sombras, de oscuridad y brillo, de incandescencia y vida efímera que transcurrieron en medio de la noche de la dictadura.

 

Teatralidades en transición

En “Perlongher en primera”, la semblanza que escribió María Moreno sobre el poeta, la autora marcaba otra cronología respecto de la dictadura y la democracia, desligada de las fechas históricas oficiales. La apertura democrática se asociaba a la emergencia del cuerpo en la escena pública.

Para algunos el fin de la dictadura fue cuando se llamó a elecciones democráticas, para otros cuando Alfonsín recibió la banda presidencial. Pero para ‘nosotros’ fue cuando Néstor Perlongher leyó en el hall del teatro General San Martín su poema Cadáveres. Éramos un grupo de civiles que aún en los años de plomo pensábamos que las fuerzas históricas no eran las únicas responsables de nuestras percepciones, que era necesario crear relaciones alternativas con el propio cuerpo y el de los otros, conectar política y subjetividad, para que el socialismo fuera –lo decíamos sin ironía– vida interior (2002: 234). 

En efecto, en algunos de los artículos publicados durante los años ochenta, como “El sexo de las locas” (1983) o “Matan a un marica” (1985), Perlongherenfatizaba una relación ominosa entre la represión militar y el centro de la disciplina corporal de los argentinos. Su insistencia en estos deslizamientos venía a señalar las posibilidades que brindaba la idea de una subjetividad configurada a través de procesos de singularización que se confrontaban con la producción serializada de subjetividades capitalísticas. El fin del período militar implicaría entonces una reformulación política del cuerpo.

La intervención en el Teatro San Martín, en el centro de Buenos Aires, alrededor de 1984,[6] marca un acontecimiento, en tanto manifestaba un enunciado indecidible respecto del mundo de la apertura democrática, aquél que sobre la articulación poesía/política sobreimprimía el binomio política/sexualidad, pero tal vez algo más: la articulación política/poesía/teatralidad. Lo que señala Moreno es el hallazgo del poeta (como rasgo de una época, como corte histórico) no tanto para expresar un vínculo teórico entre poesía, sexualidad y política sino para ponerlo en acto, a través de una intervención visible en la escena pública.  Poner el cuerpo, captar la mirada, reconstruir un régimen de visibilidad y de tactilidad fueron los rasgos de una serie de formas de la teatralidad que atravesaron diversas disciplinas artísticas del período, y que implicaban la construcción de un tipo de subjetivación política alternativo al existente. Hacer visibles los cuerpos fue un reclamo de las acciones ligadas a los Derechos Humanos, como las rondas de las Madres de Plaza de Mayo o las pintadas públicas de siluetas (El siluetazo), pero también se configuró en los gestos disruptivos y exacerbados de las Bay Biscuits, –el grupo que dirigía Viviana Tellas como teloneras/actrices de rock–, en las performances de Liliana Maresca, en los museos bailables organizados por Coco Bedoya, en las fiestas y los desfiles del Club Eros gestionadas por Roberto Jacoby, en las reuniones entre plásticos en las performances de títeres de Marcia y Claudia Schwarz, entre muchos otros. Lo teatral aparecía en las prácticas más impensadas, como en las fiestas de los Redondos de Ricota o en los recitales de Virus que reunían a artistas plásticos con músicos. Muchos años después, Jacoby denominaría “estrategias de la alegría” a dichos encuentros, cruces festivos que restablecían lazos a partir de formas inéditas de afectación de los cuerpos entre sí. [7]

La multiplicación de acciones artísticas que implicaban la presencia de los cuerpos en convivio, la intensificación de sus signos, el llamado a ser mirado y tocado, permitiría pensar en una teatralidad extendida. Un proceso basado en una activación de la mirada que singularizaba el espacio cotidiano y lo convertía en otro. Alterar el espacio mediante la producción de imágenes desde los cuerpos y restituir con ello una sensibilidad reprimida durante el período dictatorial se diseñaba en un circuito cultural preciso, off, o subterráneo, que funcionaba a través de prácticas de producción artística autogestiva.

Sin embargo, aunque la fuerza de su irrupción lo mostrase como inédito, algunas de las formas de vida de este circuito no emergieron únicamente como un “destape” posdictatorial, sino que su prehistoria podía proyectarse hacia desplazamientos contraculturales anteriores, como los viajes a Brasil de algunas figuras centrales de la cultura underground, las redes de arte correo, los happenings, las parties clandestinas y varias experiencias que atravesaron el arte de vanguardia de fines de los sesenta. Si lo paracultural —para usar uno de los nombres del circuito, el Centro Parakultural, que permitiría metaforizar una posición descentralizada, aquella que los artistas del underground adoptaron para su vida y su obra— durante la transición democrática se concibió como un espacio refundador, (por la cualidad autogestionaria de poetas, actores y artistas en la producción, localización y promoción de sus obras), la serie de procesos de visibilización de corporalidades, minorías y acciones públicas vinculadas de distintos modos con la teatralidad suponía un aprendizaje que había sido heredado de las prácticas de acción colectiva de determinados grupos, de las fiestas homosexuales clandestinas, de las derivas urbanas vinculadas a la construcción de “paraísos artificiales” y las recuperaciones bohemias que hizo la posmodernidad.[8]

El dispositivo de construcción del cuerpo mediante estrategias de artificialización teatral, poseía una tradición que se remontaba al dandismo del siglo XIX, tanto en Europa como en Hispanoamérica. El cuerpo simulado, la pose, se convertían en lo esencial para la construcción política de la homosexualidad (Molloy, 1994). Más cercanas en el tiempo, sin embargo, se encontraban las parties de las locas, en las cuales los recursos al teatro del cuerpo travestido funcionaban al mismo tiempo como una forma de sortear las redadas policiales y como dispositivos de elaboración de identidades alternativas. Según lo reconstruyen Favio Rapisardi y Alejandro Modarelli, en estas fiestas, frecuentemente intervenidas por la policía, las “locas” esgrimían la excusa del arte: “Si nos paraba la cana, íbamos a presentarnos como una troupe de artistas. Porque, como sabrán, primero fuimos artistas y después subversivos”, testimonia una de las voces que los autores entrevistaron (2001: 73). La teatralidad se esgrimía como la manera de evadir la censura y como ridiculización de la sociedad estigmatizante: “en la Argentina, para gozar, tenías que hacer de Quijote” (100).

No es el objetivo de este artículo dar cuenta de las recuperaciones que la transición realizó de la contracultura de los años sesenta y setenta, ni tampoco de mostrar los alcances que provocaron las formas de vinculación colectiva de las minorías homosexuales, sino tan sólo señalar de qué manera el documental de Loza, mediante el seguimiento de la biografía de Perlongher, permite recuperar esos lazos entre un período y otro: conexiones subterráneas que desmontan los datos históricos oficiales y proponen otras cronologías.

 

El documento en escena

Tela entre los dedos: áspera suavidad poco habitual para las manos, avezadas ya, al frío del archivo. Tela blanca y sólida, deslizada entre dos hojas, cubierta por una bella escritura firme: es una carta. Comprendemos que se trata de un prisionero de la Bastilla,    encarcelado desde hace tiempo. Escribe a su mujer una misiva, implorante y afectuosa.   Aprovecha el envío de sus harapos a la lavandería para deslizar entre ellos este mensaje. Ansioso por el resultado, pide a la lavandera que tenga a bien, cuando las devuelva, bordar una minúscula cruz azul sobre sus medias limpias; para él será la señal de que su esposa ha recibido el billete de la tela. Un informe ligeramente abultado: abrirlo suavemente; sujeto   sobre una página, un minúsculo saco de tela grosera, lleno de una materia indiscernible a      primera vista. Una carta lo acompaña, la de un médico rural que escribe a la Sociedad Real de Medicina que conoce a una joven, sincera y virtuosa, de cuyos senos manan, cada    mes, granos a borbotones. El saquito es la prueba (Farge 1991: 12-13).

Una de las estrategias de Loza que permite recuperar las formas de vida y de sensibilidad sostenidas por los dispositivos de teatralidad e intensificación de los cuerpos es el tratamiento “táctil” de los archivos y los documentos.

En primera instancia, ello presenta un problema. De acuerdo al desarrollo de Arlette Farge, la trampa mayor del archivo reside en la fascinación que produce la tactilidad de las piezas que lo componen, en el efecto de verdad y de saber que provocan y en el hecho de que, al mismo tiempo, sean índices de su fragmentariedad y dispersión. Farge entendía que para sortear estos riesgos el historiador debía insertar la vitalidad de esas piezas “en una escritura que haga perceptibles las condiciones de su irrupción” (1991: 61) y eso suponía encontrar una tensión entre la datación histórica formal y el despliego de cierta sensibilidad narrativa, que permitiera transmitir a partir de esos objetos la dimensión vital y cotidiana que condensaban.

Dicha tensión entre la prueba y la reliquia configura, en Rosa Patria, un punto de inicio. Loza se aleja de algunas convenciones del género, si nos atenemos a las modalidades que expuso Bill Nichols. En tanto que práctica institucional, ligada a la necesidad de los Estados de relatar su pasado, la modalidad histórica del documental fue la expositiva, esto es, aquella cuya economía respondía a una organización argumentativa de la historia, en términos de causas y efectos, con el fin de dar cuenta de una determinada información. En este tipo de documentales una voz omnisciente articula la totalidad narrativa y se vuelca persuasivamente sobre los hechos; su lógica es la de las subordinaciones y las ilustraciones de lo que acontece.

Desde el comienzo, sabemos que esto no es lo que sucederá con Rosa Patria. Por el contrario, lo que vemos es la preparación de un escenario que explicita la idea de artificio y puesta en escena que supone la construcción de la historia. Se graba en una locación que media entre el galpón, el camarín, el depósito de un teatro, el escenario, las bambalinas. En esa locación aparecen los entrevistados con objetos varios: fotografías, volantes, revistas, primeras ediciones, periódicos, afiches, diapositivas, notitas, cartas.

Según Nichols, en el cine documental los documentos “se convierten en pruebas que demuestran la apariencia física de un evento histórico de un modo que ninguna similitud ficticia podría llegar a duplicar por mucho que se aproximase” (161). Podríamos preguntarnos, pues, ¿qué es lo que se prueba entonces en Rosa Patria?

La aparición de los documentos como pruebas materiales de la historia acompaña la presentación de los testimonios a lo largo de toda la película. En varias escenas, los entrevistados van mostrando, sobre una mesa, los papeles y objetos que han traído. Su despliegue configura una secuencia de materiales muy diversos que la cámara toma en primerísimo plano, como si quisiera dar cuenta del potencial táctil que ofrecen (incluso al final de la película se superponen imágenes de las cartas del autor, que muestran las letras tipeadas junto a las anotaciones manuscritas al margen, la firma). Osvaldo Baigorria, escritor y crítico literario, por ejemplo, muestra las revistas, las primeras publicaciones de poesía, los poquísimos retratos que existen, la correspondencia. Aquí sí, siguiendo a Nichols, la escenificación de los documentos va más allá de la veracidad de los hechos y consigue transmitir la sensibilidad histórica generada por algunas prácticas. Cuando Loza decide abordar, en una habitación simple, iluminada con una luz cenital, las manos y la voz de Marcelo, compañero y militante, ofreciendo a la vista, sobre una mesa, los panfletos de cartulina descolorida con forma de frutas y flores que armaba el FLH para comunicar un posicionamiento específico envlcsnap-2014-06-11-16h00m02s236 relación a la sexualidad, no sólo argumenta respecto de la precariedad de un patrimonio (por la escasez de registros y su dificultosa sistematización), sino, a su vez, da cuenta de una dimensión material, artesanal, que suponían las prácticas de comunicación y de investigación para la agrupación. Las apariciones de estos documentos provocan una detención, como si ese dato físico tomado por la cámara, permitiera, mejor que ningún otro, objetivar la militancia. En su mayor parte, los documentos del FLH que muestra Marcelo fueron panfletos y papeles con uso preciso dentro del movimiento, órganos de información o de comunicación. También aparece el archivo como la exposición de un proceso de investigación antropológica; por ejemplo en la larga escena en la que, acompañando el audio de los testimonios de la represión más dura y la disolución del movimiento hacia el comienzo de la dictadura militar, se muestran las fotografías que Perlongher tomaba clandestinamente a los taxi-boys de Buenos Aires como parte de una investigación que después continuaría y concluiría en su tesina de maestría en Brasil.

Con estas exposiciones de la documentación, el film de Loza sugiere la importancia y el valor de uso que dichos archivos tenían dentro de la propia praxis militante; algo que ya aparece señalado por  Rapisardi y Modarelli al mencionar la historia de los archivos de los movimientos de disidencia sexual durante la dictadura argentina. En uno de sus apartados, (“Simone de Beauvoir en lavandina”), los autores narran la desaparición, durante uno de los rastrillajes de Coordinación General, de los documentos reunidos de la Unión Feminista Argentina, entre los que había una carta de apoyo de la escritora francesa. El valor de estos archivos, según lo muestran los investigadores, no sólo respondía a la memoria histórica, sino que funcionaba a su vez como acción de resistencia. Perlongher, amparado por el nombre de militancia “Rosa de Luxemburgo”, también asumió la tarea del archivero como estrategia: 

Pero antes incluso de la migración a San Pablo, la Rosa sigue combativa. En viajes a las provincias, reparte testimonios mimeografiados sobre la represión a gays y lesbianas por parte de la policía de la dictadura. Visto desde hoy, muchos de esos dolorosos relatos, que más tarde serían presentados ante la Comisión de Derechos Homosexuales en Brasil, recuperan aquello que para el investigador de la época aparece a menudo acallado: la voz de las lesbianas corrientes. La tarea memoriosa de Perlongher les devuelve a estas mujeres subterráneas –cuyo mundo social previo a la expansión mediática, militante y comunitaria de los años ochenta y noventa resulta difícil de retratar– la propiedad de un cuerpo (Rapisardi- Modareli 2001: 184). 

En el gesto que traen Rapisardi y Modarelli se impone una valoración del documento en términos radicales. Dicha radicalidad por supuesto responde a su contexto, pero no deja de depositar, en los datos que recababa el poeta y que hacía circular, todo su sentido de futuro. Lo interesante es que la película de Loza permite encontrar, mediante la exposición de los documentos del FLH y de los registros fotográficos que tomaba el autor, un punto de unión entre aquella primera “Rosa” memoriosa y combativa y el Perlongher que entrevistaría travestis y michês en la Boca do lixo de São Paulo en los años ‘80, o aquel que comenzaba a fotografiar y a entrevistar a taxi boys en las calles de Buenos Aires.

Junto a la prueba histórica, mostrar los documentos es hacer colapsar el presente con el recuerdo de procesos de producción, de circuitos, formas de hacer y de aparecer. Sin embargo, no sería del todo exacto decir que el documental viene a iluminar zonas subterráneas de la resistencia política. En verdad, Loza consigue afirmar y trastocar esa fascinación táctil del archivo en objeto insustituible para construir un relato que transmita la memoria de una práctica. Como la costurera frente al escenario, el director encuentra lo político desde su saber teatral.

Pero hay algo más. La pregunta por la capacidad política del archivo no sólo se ve en los gestos amorosos tomados por la cámara de quien ha traído los documentos guardados en su casa para su entrevista, sino en la manera en la cual el archivo irrumpe en la imagen y la absorbe. Por ejemplo, en una de las primeras escenas del film, Sarita Torres, la amiga de Néstor, compañera de militancia e interlocutora de su correspondencia, desarrolla sus intervenciones a medida que va mostrando diapositivas. El proyector está encendido, la cámara la toma a ella y luego, por completo, a la imagen. “Esa foto”, dice, “está tomada desde la ventana de mi casa donde vivíamos en Floresta, fue tomada una noche que habíamos estado charlando, divirtiéndonos. Y él me dijo: ‘todo esto forma parte de ese paisaje’. Yo le dije: ‘no va a salir nada, no hay luz’. Y realmente salió eso. Me acuerdo de esa noche, estábamos muchos del grupo, muchas de las reuniones se hacían en casa”.

No hay luz, no va a salir nada, pero algo de su intermitencia se imprime, no sólo en la foto, sino en el asombro de Sarita, el cual se ha convertido, a esta altura, en su relato definitivo. Sarita cuenta que el lugar en donde se conocieron con Néstor fue en las reuniones semi-clandestinas del Grupo Política Sexual, que se hacían en su casa. Lo que se focaliza en la anécdota es el espíritu de esas reuniones: los cuerpos disfrutando el fresquito de la noche, en una narración histórica que los abarca. La conciencia acerca del presente vertiginoso en el que vivían y la insistencia en registrar ese momento por parte del poeta, aunque fuera con una fotografía en la que “no va a salir nada”, forma parte del paisaje, es decir, forma parte del deseo de testimoniar a futuro ese encuentro en la oscuridad.

Estamos, como diría Georges Didi-Huberman (2012), en la lógica de las luciérnagas, las lucciola que vio Pasolini en las afueras de Roma durante la Segunda Guerra mundial, la confianza en la imagen relampagueante para pensar una política de las supervivencias. No para narrar heroicamente las vidas de la militancia sino para saber que allí donde no parece haber posibilidad de registro ni de reconstrucción, igual había experiencia.

 

El busto parlante

Algunos momentos del documental de Loza, entonces, colocarían en primer plano un pensamiento sobre el archivo y su escenificación. Por sí mismos, los documentos no reconstruyen ni atestiguan, sino que deben asociarse a una voz, una especie de narrador benjaminiano que extrema la figura del “busto parlante”. Entrevistado por Pablo Piedras y Javier Campo, frente a la pregunta acerca de cómo eligió el formato, Loza responde: 

Me pareció que no iba a ser fiel. Para hacer la reconstrucción de época era imposible, además que pensé ¿para qué? También tenía dudas de cómo hacer un documental: cuando avanzamos en la investigación, descubrimos que no había archivos, no había material; la otra opción era recurrir a los archivos que andan dando vueltas de los setenta y no me entusiasmaba: lo que quedaba era el registro oral, pero yo tenía el prejuicio del busto parlante (…) Me parece que hay películas que son respuestas de lo que uno viene haciendo: yo había hecho Cuatro mujeres descalzas (2005) a la que se le criticó mucho la teatralidad, me puse a negarlo, a refutarlo, y después digo: “por qué no”, extremo eso y hago un documental teatral (…) Yo sentía que ese aspecto juguetón -lo teatral, los números vivos-, tenía que ver con el tema. (…) La vuelta al testimonio lo encontramos cuando lo pensamos como performance, no era argumento como verdad. En la puesta de cámara, en la iluminación, trabajamos como si fuese una ficción. No se trata de la verdad, la memoria no es verdadera, es otra cosa, es construcción. La memoria construye; cuando vos los escuchás, desde el idilio o desde el desprecio, es una construcción (Campo-Piedras 2010, el subrayado es mío). 

En este punto, y volviendo a las modalidades descritas por Nichols, el documental asumiría como problema propio la situación de visionado y de la narración. Dejar visible, por ejemplo, la claqueta de “acción” como recurso para presentar a cada vlcsnap-2014-06-11-16h06m41s199entrevistado, y construirlo, en cierta medida, como un personaje: “¿Qué ponemos en la claqueta, cómo querés que te presentemos?”, le preguntan a Fogwill. Desde la claqueta se lee: “Sarita Torres, viuda” o “Mónica la inefable”. Narrar el acontecimiento es ocasión para una nueva performance, de ningún modo supone una constatación. Y en esa performance los entrevistados son tomados, con más ternura que cinismo, en un estatuto ambiguo entre el muñeco y el actor: nunca en el mismo sitio, ni con el mismo plano, algunos de frente, otros de perfil, otros de espaldas. Algunos en las bambalinas del escenario, otros, como Fogwill, en el tiempo off the record de la toma sin la edición del comienzo.

Los entrevistados, convertidos en “bustos parlantes” reponen a su vez, en lo narrado, la serie de estrategias de Perlongher y del colectivo, ligadas a la visibilidad. Néstor disfrazado de princesa Soraya, Néstor más feo que una nutria, Néstor vestido de oficina o montado en coturnos, en escenarios íntimos en donde recitará por primera vez Cadáveres. Podría decirse que, en la selección de estas anécdotas, Loza escucha aquella pregunta de época: qué posibilidades de vlcsnap-2014-06-11-16h05m39s18transformación social podían ser motorizadas por el armado, de forma casera, cotidiana, espontánea, de situaciones escénicas que cuestionasen la sexualidad. Volverse visible y volverse deseable, “experimentar” (“Se hablaba de experimentar”, dice Osvaldo Baigorria, “entonces nos reuníamos a hablar de marxismo y nos quedábamos desnudos”) o simplemente ocupar la atención durante algunos momentos de la vida pública, como cuenta Marcelo en la escena en que narra la intervención del grupo en una clase de psicología con abanicos, como forma de valorar el histrionismo de la marica y cuestionar los dispositivos de disciplinamiento. Dice Marcelo, en el film:

Estaba la frase permanente que se decía entre los mismos miembros del FLH de que por ser homosexual no hay que dejar de ser hombre y que la marica traía represión. Porque era la razón por la cual nos reprimían. Si los homosexuales fuéramos masculinos y no hiriéramos la sensibilidad de la gente con el afeminamiento no habría tanta represión ni tanta discriminación. Y Perlongher decía que no, que justamente la marica era la que cuestionaba la sociedad machista y fálica, porque era el hombre afeminado. En una ocasión fuimos a la facultad de psicología, uno de los profesores estaba dando una charla sobre Freud y la evolución de la libido y empezó a hablar de la etapa anal, y éramos varios      militantes del frente desperdigados, infiltrados, entre la gente. Y empezamos a darnos cuenta que los varones no resistían el tema de  la homosexualidad y      empezaron a hacer chistes y chistes y chistes, hasta el profesor no podía seguir hablando. Entonces nosotros sacamos abanicos, porque hacía calor, y empezamos a abanicarnos. Nada más, y se armó una impresionante, nada más que porque      habíamos sacado abanicos.

Aquella marca de época que Loza encuentra (“ese aspecto juguetón, los números vivos”) sin dudas resulta clave para leer la teatralidad que atravesó las disciplinas artísticas (las artes visuales, la poesía, la música) de manera previa a la democracia.

¿Cómo sostener la corrosión que poseían estas acciones en un documental que confluye hacia la memoria histórica y biográfica? El problema, será, para el director, lograr que esos “bustos parlantes” no solemnicen la figura de Néstor. Para ello, la teatralidad también vendrá, en el film, a desbaratar, paródicamente, la narración, mediante una intromisión plástica de la imaginación propia. Allí donde el documento se enlaza con el testimonio de quien relata, comienza la imaginación de Loza: la escenificación viva, con actores casi inmóviles, del momento biográfico que se está relatando. Esto sucede, por ejemplo, cuando la imagen proyectada por las diapositivas de Sarita se ve reemplazada por una caracterización, sostenida en el cuerpo de los actores, de lo que se seguirá contando, como una suerte de flashback que se distingue, además de por los actores, por una saturación de los colores.

Si lo que se acentúa del presente es la voz y la materialidad de los documentos, lo que aparece del pasado imaginado por el director es una especie de retrato vivísimo, con cierto cariz escolar y kitsch, con algunas imágenes mediatizadas. Los actores interpretan pasajes posibles de la historia que se está narrando y también posan, mientras las cámara los toma en su quietud, como imágenes o fotografías de una época, algunas de ellas paradigmáticas, como la imagen del jugador de fútbol que parodia el ícono del mundial de fútbol del ’78, sus asociaciones a la masculinidad y la patria.

Estas interrupciones colocan una nota humorística en las rememoraciones, a veces también siniestra. Así sucede casi al final, cuando la actriz Maruja Bustamante aparece como la enfermera del poeta en la imagen de un hospital. Perlongher está en silla de ruedas, con un médico a su costado y ella, a través del marco de un cuadro, en lugar de pedir silencio chupa un chupetín. Son estampas, producen verdaderos intermezzos, formulando un espacio absolutamente complementario a la diégesis narrativa; una alteridad que se refuerza con otras apariciones, como la de músicos y bailarines.

Y algo más: dichas intervenciones también escancian los poquísimos momentos en los que aparece la voz en off, destinada apenas como una nota al pie, que no se ocupa más que de anotar un año y un acontecimiento biográficamente relevante. Desde esta perspectiva, es como si los actores, ahora, fueran los que componen el archivo puesto a rodar, para dar cuenta de la supervivencia del mito que supone la vida de Néstor.

Por último, sería posible mencionar otra puesta en escena que también interrumpe el hilo narrativo. Se trata de la actuación de María Inés Aldaburu en el mismo espacio donde se la entrevista. Recita “Evita vive”, “Canción de los nazis en Baviera” y “La vlcsnap-2014-06-11-16h06m26s90murga, los polacos”. Los fragmentos de Aldaburu recuperan sonoridades de la época (la marcha peronista, el himno a Frondizi, el himno a Evita). Si bien existía una relación entre la poética del neobarroso y una erótica de la lengua, como señala el testimonio de Fogwill (“Perlongher descubrió la bisexualidad del lenguaje”) —una relación destacada por el director en las tomas del bailarín danzando al compás de la lectura de Alambres—, la teatralidad de las voces de Perlongher residía en la incorporación (y parodia) de tonos históricos y sociales, como bien lo analiza Ana Porrúa (2006).

De este modo, en los segmentos de Aldaburu es posible pensar que lo específicamente teatral se oye, ante todo, en la superposición sonora que se monta entre la narración de Marcelo recordando la versión que cantaba Perlongher del Himno Nacional (“Oíd maricas el grito sagrado”, hablen de “los chongos que supimos conseguir”) y la voz de Aldaburu, cantando patriótica y solemnemente.

 

 

Reflexiones finales

 

Rosa patria da cuenta de la dificultad de la transmisión de la experiencia política, artística y social que supuso la militancia del FLH y la vida de Perlongher; no sólo debido a que toda experiencia es irreductible e inenarrable, sino, a su vez, en virtud de la expansión que tanto la praxis del FLH y la vida de Perlongher conllevaban entre marginalidad, contracultura, políticas del cuerpo, formas de la teatralidad o de la vocalidad.

 

A pesar de que el trasvaso de dichas acciones hacia la dimensión del documental y el archivo posee como riesgo la estabilización y la mitificación de su potencial crítico, la escenificación de los archivos y los testimonios consigue dar cuenta del entramado de dichos conceptos y afectos, que comenzaron mucho antes del período democrático y que articulaban, junto a la militancia, modos de construcción de subjetividades a través de la mirada y el tacto, del intercambio y la teatralidad. La presencia de los documentos en el film, de esta manera, acentúa la incompletud y la precariedad, abriendo una brecha singular entre la biografía triunfalista y la derrota o la desilusión. A través de reminiscencias teatrales Loza se ubica en ese intersticio efímero y desmaterializado para proponer imágenes para esas formas singulares de vida.

 

 

 

Bibliografía

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Porrúa, Ana (2006), “La puesta en voz de la poesía” Punto de Vista nº 86: 7-11.

Rapisardi, Favio – Modarelli, Alejandro (2001), Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura, Sudamericana, Buenos Aires.

 

Notas


[1]Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en las VI Jornadas Internacionales de Investigación en Filología y Lingüística y I Jornadas  Internacionales de Investigación en Crítica Genética, IDIHCS (CONICET/UNLP), en La Plata, Argentina, 7 al 9 de agosto de 2013.

[2] El FLH, fundado en 1971, tuvo un antecedente que fue, en 1969, el Grupo Nuestro Mundo, liderado por un militante comunista, Héctor Anabitarte. El vínculo de Nuestro Mundo con un grupo de intelectuales gays, inspirados en la experiencia norteamericana y europea (el Gay Liberation Front), da lugar al FLH. El sentido emancipatorio del movimiento se resignificaba a la luz de la radicalización política que atravesaba la cultura argentina de los años sesenta y setenta.

[3] Es necesario explicitar que el concepto de “transición democrática” como período histórico es complejo y ha sido utilizado por diferentes autores con distintos sentidos. Idelber Avelar (2000) distingue “transición” de “posdictadura”, ya que éste último surge de lineamiento de una «topología de la derrota», su incorporación reflexiva: “el momento en el que la derrota se acepta como la determinación irreductible de la escritura literaria en el subcontinente» (29). La transición, en cambio, ha sido pensada en los distintos países del Cono Sur como el retorno gradual al sistema parlamentario y el pasaje del Estado al mercado económico transnacional. Francine Masiello (2001) utiliza el término para las artes y la literatura en Chile y Argentina como “una transición en las prácticas culturales centradas en la cuestión de la clase social y desplazadas ahora hacia los asuntos de la sexualidad y el género; una transición en los estilos de representación que oscilan entre un deseo por una totalidad modernizante y la celebración del pastiche posmoderno” (16).

[4]Por nombrar sólo algunos ejemplos argentinos, entre el año 2000 y 2012 se podrían tener en cuenta los documentales biográficos de Oscar Bony, Liliana Maresca, Alejandro Kuropatwa, Néstor Perlongher, Batato Barea; las muestras retrospectivas de León Ferrari, Marta Minujín; Inventario 1965-1975, la exposición del archivo de Tucumán Arde; la muestra y el libro El deseo nace del derrumbe, con los fragmentos y proyectos de obra de Roberto Jacoby, la exposición Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los ochenta en América Latina, con documentos de las acciones artístico-políticas de los finales de las dictaduras mássangrientas del continente; Mataderos, la compilación de los textos editados e inéditos de Ricardo Carreira.Aún sin ser exhaustivo, consideramos que el conjunto resulta sumamente representativo de un importante retorno museístico de experiencias limítrofes entre el arte, la corporalidad, la política, la sexualidad, hacia dentro del Archivo, entendiendo por ello, en sentido amplio, las exhibiciones de museos, sus catálogos, tanto como los relevamientos y las investigaciones así como los filmes documentales sobre estos períodos y biografías. Los documentales a los que nos referimos son: Alejandro Kuropatwa. Biografía documental. Dir.: Miguel Rodriguez Arias. Año: 2009. Video; Rosa patria. Dir: Santiago Loza. Año: 2008. Documental sobre Néstor Perlongher. Video; Frenesí, Dir:  Adriana Miranda, video catálogo de la exposición retrospectiva sobre Liliana Maresca, presentada en el Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, del 4 al 27 de Noviembre de 1994; La peli de Batato. Directores: Peter Pank y Goyo Anchou. Documental. 150 minutos. 2010. Cerca de Bony, Director: Andrés Denegri, 30 minutos, 2006.  Las exposiciones: León Ferrari. Antológica, Museo de Bellas Artes J.B. Castagnino, 2008;  Marta Minujin. Obras 1959-1989, MALBA, 2010; Inventario 1965-1975. Archivo Graciela Carnevale, CCPE, 2008, El deseo nace del derrumbe. Acciones, conceptos y escritos, Museo Nacional de Arte Reina Sofía, 2011, Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los ochenta en América Latina, Museo Nacional de Arte Reina Sofía, 2012.

[5] La puesta en peso del archivo que señalamos no parecería tener que ver estrictamente con un giro hacia la memoria, tal como lo argumentaba Andreas Huyssen a mediados de la década del noventa, ni tampoco solamente con una expansión de los archivos en el mercado, sino sobre todo, con la emergencia de una serie de discursos acerca de cuáles serían los valores de uso de los archivos, qué consecuencias traerían sobre la memoria colectiva, sobre los objetos de estudio, sobre los programas de investigaciones. El archivo como lugar de uso, como espacio de producción, dejaría aparecer, desde la óptica de estas premisas, una idea en torno a la socialización del conocimiento como contracara del mercado académico o artístico, y en ese punto, sería posible leer las series de retrospectivas, documentales e investigaciones desde vías alternativas a las contradicciones que indudablemente establecen sus temáticas, en tanto experiencias que rechazaban radicalmente su documentación o su museificación. La pregunta volvería a ser, de este modo, qué capacidad poseen los archivos y los documentales para transmitir las pulsiones críticas de sus objetos de estudio.

[6]En las crónicas que relatan este recital no aparece datado el año, ni tampoco aparece mención alguna por Perlongher en sus cartas a Osvaldo Baigorria en 1983. Posiblemente dicha performance haya tenido lugar en el ’84, ya que en abril de ese mismo año se publica el poema “Cadáveres” en Argentina, en Revista de (poesía). Tal vez porque no se trataba de la puesta en escena de un margen, ni tampoco de la postulación de un inverosímil, sino nada más y nada menos que la aparición de una verdad imposible de ser asumida para el mundo que la rodeaba, de esta “performance” faltan mucho más que los registros. ¿Ocurrió? La mención insiste en las semblanzas retrospectivas, pero los datos se oponen. ¿Se trataba de una participación en el marco de un ciclo institucional o independiente? A medida que transcurre el tiempo, y mientras la imaginación se nos tiñe con la sonoridad de la voz que escuchamos hoy, –en el casette editado por Último Reino–, y con su desestabilización absoluta sobre cualquier predisposición al recogimiento (“Cadáveres. Ese himno que los chicos que deambulan por Corrientes conocen de memoria”, decía Tamara Kamenszain [1997:25]), las preguntas se multiplican. Pero aún faltando datos, o justamente en esa sustracción, la performance de Perlongher se trastoca en acontecimiento y abre una brecha de posibilidades de relación, entre acción y poesía, entre performance y escritura, entre prácticas poéticas y prácticas vitales, entre políticas del cuerpo y políticas poéticas, entre lo no audible de las voces, o los desenterramientos de los residuos de la vanguardia.

[7] Ver Jacoby (2000)

[8] Trabajé en mi tesis de doctorado Los ochenta recienvivos. Poesía y performance en el Río de la Plata las formas en que esta teatralidad se proyectaba sobre la poesía como modos de irrupción del cuerpo en la vida pública postdictatorial. La hipótesis acerca de que las prácticas culturales articuladas en torno al underground durante los años ochenta no se originaron como efecto de la democracia sino que mantenían lazos con las formas de producción de subjetividades desde los años setenta surgió en una entrevista que le hice a Fernando Noy a propósito de mi investigación. La entrevista se encuentra disponible online (Ver Garbatzky, 2012).

El documental de retaguardia: James Benning y Peter Hutton

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Por Horacio Muñoz Fernández

 

Resumen

James Benning y Peter Hutton son los dos documentalistas paisajísticos más conocidos y valorados de cuantos hay. Los dos llevan en activo desde los años setenta y comparten una pedagogía estética similar. Sus películas muestran el paisaje en una fuerte dimensión temporal con la que buscan captar y descifrar sus sutiles cambios y fluctuaciones. Utilizan principios estéticos y formales que los vinculan con el cine de los orígenes. A pesar de la aparente radicalidad de sus propuestas han conseguido un buen respaldo crítico en España. Nuestra intención es intentar ‘romper’ este consenso demostrando que: 1) el apreciado primitivismo estético de estos documentalistas vanguardistas norteamericanos parte de una dudosa concepción edénica de los inicios del cine; 2) sus propuestas son tópicamente antimodernas y teóricamente anacrónicas; 3) sus obras son estéticamente románticas.

 

Palabras clave: James Benning, Peter Hutton, Vanguardia, Documental, Primitivismo, Romanticismo, Paisaje

 

Abstract

James Benning and Peter Hutton are the two best-known landscapist-experimental filmmakers. Both have been active since the 70’s and they share a similar aesthetic pedagogy. Their films show landscape through a strong temporal dimension trying to capture and decipher subtle changes and fluctuations. They use formal and aesthetic principles that link them to early cinema. In spite of the apparent radicalism of their proposals they have achieved good critical support in our country. Our intention is try to break this unanimous critical support demonstrating that: 1) their appreciated aesthetic primitivism of these avant-garde filmmakers is based on a dubious Edenic conception; 2) their proposals are topically antimodern and theoretically anachronistic; 3) their films are aesthetically romantic.

 

Key words: James Benning, Peter Hutton, Avant-garde, Documentary, Primitivism, Romanticism, Landscape

 

Datos del autor

Horacio Muñoz Fernández (Sarria, Lugo, 1986) es Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Pontificia de Salamanca. Cursó el Máster en Técnicas de Investigación en Ciencias Sociales y Humanas en la misma universidad. Forma parte del equipo redacción y escribe en la revista digital A Cuarta Parede, además, es autor del blog laprimeramirada.blogspot.com.es. Actualmente, cursa doctorado en el departamento de Filosofía, Lógica y Estética de la Universidad de Salamanca realizando una investigación sobre el cine contemporáneo posnarrativo.

 

Fecha de recepción

7 de febrero de 2014

 

Fecha de aceptación

13 de abril de 2014

 

Documental vanguardista

Seguramente James Benning y Peter Hutton sean los documentalistas paisajísticos observacionales más influyente y conocidos de cuantos haya. Su filmografía, para algunos críticos, constituye la representación más bella y profunda que se ha hecho del paisaje norteamericano en el siglo XX (MacDonald, 2001). Los dos llevan en activo desde principios de los años 70 y han centrado toda su obra en la observación y la contemplación del paisaje. Ambos tienen una manera similar de observar el paisaje que se suele caracterizar por: elevado rigor compositivo, marcado estatismo de la cámara y larga duración de los planos. Además, comparten una misma pedagogía contemplativa que se resumen en: cuanto más tiempo te detienes en mirar algo más se te revela de una forma inesperada. De manera que los dos inscriben el paisaje en una fuerte dimensión temporal. Consideran que la dimensión temporal de su trabajo y la larga duración de sus planos permiten al espectador percibir cambios en el paisaje que normalmente pasan desapercibidos. Así que, tanto uno como el otro, mantienen una especie concepción epifánica de la duración que demanda al espectador una actitud contempladora frente a las imágenes.

James Benning y Peter Hutton utilizan una estética austera y minimalista con la que pretenden retroceder hacia el cine de los orígenes. La obra de Hutton es todavía más esencialista que la de su compatriota. Sus películas son mudas y habitualmente en blanco y negro. Por su parte, James Benning siempre ha estado muy vinculado al rigor de la corriente estructuralista norteamericana. En sus películas, el número de planos y su duración lo deciden las matemáticas. Para Benning, matemático de formación, es una manera simple y elegante de solucionar cualquier problema (Wulf, 2003). Sin embargo, Paul Adam Sitney en su clásico estudio sobre el Avant-garde norteamericano, señalaba que “la contemplativa paz” de las películas de Peter Hutton también tiene algo de estructuralista: quizás más vinculada al sensualismo de Bruce Baille que a la severidad irónica de Snow, Frampton o Landow (2001: 430).

Si tenemos en cuenta la presunta radicalidad de sus propuestas, los dos han encontrado notable respaldo crítico. En España, en 2009, el festival Punto de Vista presentó la primera ontología de James Benning en España. Poco tiempo después, en colaboración con el festival de Navarra, el CGAI organizó el ciclo sobre James Benning más grande realizado en nuestro país. Al año siguiente, en 2010, el festival Documenta Madrid organizó la primera retrospectiva dedicada a Peter Hutton. En el mes de mayo, la ontología sobre Peter Hutton también pasó al CGAI. En las principales revistas digitales de cine[1] y documental en castellano podemos encontrar gran variedad de artículos o entrevistas a estos cineastas (Pawley, 2009; Lahera, 2010; Aracil, 2012; Moreno, 2012). No obstante, la popularidad crítica de estos dos documentalistas experimentales paisajísticos es inversamente proporcional a su público. Por este motivo es prácticamente imposible encontrar alguna objeción o crítica a sus propuestas. Los críticos que hablan de su obra siempre lo hacen de manera elogiosa (Slanar, 2007; Sekula, 2007; Pena, 2009; Pawley 2009; Muguiro 2010). Los periodistas o críticos que los entrevistan habitualmente muestran una especial devoción por sus películas que los incapacita para cualquier tipo de crítica negativa (MacDonald, 2006; Yáñez, 2009; Paz, 2010; Muguiro, 2010a, Algarín et al. 2011).

No obstante, opinamos que si sus propuestas primitivas han tenido tanto respaldo crítico no es por lo innovador o lo valioso sino porque todos los críticos llevan un purista en su interior. Por lo tanto, nuestra intención con este texto es intentar desmontar este unánime consenso crítico y demostrar: 1) que el apreciado primitivismo estético de estos documentalistas vanguardistas norteamericanos parten de una dudosa concepción edénica de los inicios del cine; 2) que sus propuestas son tópicamente antimodernas y teóricamente anacrónica; 3) y estéticamente románticas. En el siguiente apartado analizaremos y desarrollaremos estos tres puntos en detalle

 

Primitivismo

La muestra más clara de primitivismo estético en el documental paisajista observacional está en la obra de sus dos más ilustres representantes: los norteamericanos James Benning y Peter Hutton. Ambos buscan deliberadamente emparentarse con el cine primitivo de los hermanos Lumière, aunque en algunos casos también remiten a George Méliès. Todas las características que, según Noël Burch (2006), definían el modo de representación primitivo (M. R. P) aparecen de forma habitual en la obra de James Benning y Peter Hutton: la autarquía del cuadro, la conservación del cuadro en conjunto, el plano secuencia, la necesidad de una lectura topográfica de la imagen. Los dos documentalistas sienten fascinación por la toma única. En sus películas proponen una vuelta a la estética de la “vista” de los hermanos Lumière. Ésta, como explicaba Emmanuel Siety, consistía en elegir un motivo, un emplazamiento y un momento, y una vez fijados y determinados “el operador giraba la manivela de la cámara sin interrupción hasta agotar los diecisiete metros de la película” (2004:50). James Benning en sus conversaciones con Scott MacDonald señalaba que aunque sus rollos de película sean más largos y le permitan rodar durante más tiempo que a los Lumière, “la idea es la misma” (MacDonald, 2006: 249). Por ejemplo, en su Trilogía Californiana [El Valley Centro (2000), Sogobi (2001), Los (2004)] Benning sigue lo que según Noël Burch era la regla general de las películas de los Lumière, que el plano termine cuando no quede rollo en la película (2006:222). Aunque Peter Hutton no graba hasta terminar el rollo de película también le gusta volver “a lo que son los orígenes del cine, al comienzo del cinematógrafo” (Hutton, 2011: 41).

Ambos cineastas a través de sus obras proponen un retorno estético a los orígenes del cine y a los modos de representación primitivos. Pero ¿por qué motivo? La filiación de estos cineastas con los Lumière responde a una concepción edénica de los origines del cine. En todos los primitivismos estéticos contemporáneos el encanto de la regresión está fundado en la ilusión de un origen intocado y puro. Debemos recordar que el tema del primitivismo no atañe sólo al cine, sino que ha sido uno de los grandes debates que han girado en torno al arte moderno. Desde que en 1984 el Moma de Nueva York organizase la famosa exposición Primitivism in 20th Century Art: Affinity of the Tribal and Modern muchos han sido los autores que han tratado el tema (Foster, 1985; Clifford, 1984; Torgovnick, 1991). Lo primitivo, como titulaba Hal Foster en su conocido artículo, formó parte del inconsciente del arte moderno. Peter Hutton y Jame Benning se remiten a los Lumierè y a Méliès de la misma manera que Pablo Picasso a las esculturas negras, Henri Mattise a la tradición decorativa persa, Paul Gauguin a la cultura Thaitiana o Costantin Brancusi a la escultura primitiva.

Como en el arte, en el cine el término primitivo también ha sido objeto de debates nominalistas que trataban de dilucidar las diferentes connotaciones negativas y positivas que implicaba su uso. En el arte la etiqueta de primitivo podía implicar una posición de superioridad desde la que se contemplaba modos artísticos diferentes de los occidentales. En el cine, Tom Gunning (1990) ha sido uno de los teóricos que más ha insistido en la inconveniencia de la noción primitivo para referirnos a las primeras décadas del cine. Si lo primitivo en el arte moderno podía implicar una posición poscolonial y de dominación, lo primitivo en el cine también tiene connotaciones peyorativas. Según Gunning, a pesar de que algunos estudiosos como Noël Burch, Kristin Thompson o David Bordwell han expresado sus reservas sobre el término, y que han enfatizado que lo emplean de una manera no peyorativa, el término continúa usándose de manera habitual. Aquellos que emplean el término primitivo con connotaciones negativas ven en este periodo del cine como un periodo de falta con respecto a la evolución del cine: “Esta falta se ha especificado a menudo como una relativa ausencia de edición, cercana al monolítico concepto de plano no subordinado a ningún esquema de edición” (Gunning, 1990:96). Para Gunning, esta primera etapa del cine no puede ser vista como un momento previo en el desarrollo natural de los modos clásicos. La antiteológica visión histórica de Tom Gunning imposibilitaría poder ver lo primitivo como un periodo simple o elemental opuesto a la posterior complejidad. Es decir, al descartar la explicación evolucionista el cine primitivo no podría ser la imagen de la pureza y la inocencia precinematográficas a las que aluden Hutton y Benning. Para estos directores, por lo tanto, lo primitivo va siempre asociado a connotaciones positivas que provienen de su visión romántica de los orígenes.

Aunque el primitivismo estético cinematográfico, como en el arte moderno, no vaya asociado a las ideas de exótico, colonial, tribal, sí que se vincula a las ideas de autenticidad, sencillez, pureza, simplicidad. Lo primitivo no deja de ser un tropo cultural. Robert Goldwater (1938), en uno de los libros pioneros sobre la relación entre primitivismo y arte moderno, señalaba que a pesar de todas las diferencias temáticas y formales que existían en el primitivismo de Picasso, Guauguin, Braucusi, Klee, Giacometti, en todos ellos se asociaba a una idea de simplicidad. No es extraño, por lo tanto, que Peter Hutton señale esta idea:[2] 

buscar siempre simplificar los procesos del cine, buscar una gramática simple, simplificar lo que puede ser el cine, como los Lumière. La toma única es, de alguna manera la forma más excitante de hacer cine. Limitando el material, ¿qué lo que puede ocurrir en el curso o a lo largo de una sola toma? Siendo una película en sí misma, es algo muy hermoso. En lo concerniente a lo que se desarrolla el propio lenguaje del cine, hay algo que pierde esta apreciación por la realización simple. (Algarín Navarro, F. & Villegas Rey, F.G, 2011:50). 

En su declaración, Peter Hutton, insiste en uno de los lugares comunes más habituales en los primitivismos estéticos: lo simple, lo sencillo y lo primitivo se percibe como más auténtico y artístico que lo complejo y lo moderno. Este deseo de regresión a los orígenes es un intento de recuperar la esencia perdida del cine. James Benning lo deja claro en el documental Circling the Image (Wulf, 2003): la razón por la que el filma como los pioneros es porque el cine creció muy rápido y “la narración consiguió introducirse y reemplazar la esencia de la imagen”.[3] Lo primitivo es visto como un breve pero bello momento donde el cine no había sido corrompido por la narración y el capitalismo. Para Peter Hutton y James Benning lo primitivo es como el jardín del Edén del cine, un momento incontaminado y mítico antes de la posterior corrupción de las esencias y la perversión de la pureza. De manera que el retorno al origen que proponen ambos, responde a un intento de recuperación de la ontología perdida del cine en una época en donde lo audiovisual parece haber fagocitado y corrompido la esencia del cine.

Pedro A. Sánchez Cruz afirma que toda afirmación de índole ontológica en torno al arte constituye hoy en día una “estrategia perversa”, y que seguir recurriendo a conceptos como esencia, identidad es en el “mejor de los casos ingenuo y en el peor reaccionario y fundamentalista” (2005:91). Según Sánchez Cruz, resulta imposible aseverar a estas alturas que “el arte es” porque éste ha perdido el límite ontológico de lo artístico que le permitía diferenciarse y definirse. “Lo que ha perdido el arte en el tránsito de la modernidad a la posmodernidad es lo que nunca ha poseído ni ha querido poseer: su no-ser” (ibid: 97). El cine, como el arte en general, en nuestra era de la cultura visual e internet también ha perdido su estatuto ontológico. Por este motivo, autores como Vincz Hediger (2012) o Victor Burgin (2012) han argumentado la necesidad de sustituir la vieja pregunta ontológica baziniana, ¿Qué es el cine?, por otra más acorde con los tiempos ¿Dónde está el cine? Ya que no podemos decir qué es el cine al menos digamos dónde lo podemos encontrar.

Si lo primitivo como pureza ontológica es criticable por reaccionario y melancólico, la adopción de la estética primitiva siempre es simulada e ilusoria porque no hay ningún origen puro, sino sólo reencuentros (Porta, 2008). Marianna Torgovnick afirmaba que lo primitivo hoy está en todas partes: en nuestras casas, en nuestras joyas, en nuestros corazones y nuestras cabezas. Lo primitivo, en la modernidad y la posmodernidad está en todos los lugares. “Un interés voyeurístico por lo primitivo nos rodea, en lo que vemos y oímos, en lo que aprendemos y leemos, desde que nacemos hasta que morimos”. Según Torgovnick no podemos ir a lo primitivo porque ya estamos en él, forma parte de nuestra cultura[4] (1991: 246). Como ya he señalado en otro lugar (Muñoz, 2012), este retorno a lo primitivo que proponen tanto Benning como Hutton es igual de falso que el pastiche primitivo con clara intención retro que encontramos en películas recientes como Blancanieves (Pablo Berger, 2012) o The Artist (Michel Hazanavicius, 2011), o el primitivismo hautológico del cineasta canadiense Guy Maddin. Lo primitivo en Benning y Hutton no es más que un fake de autenticidad elaborado a base de sobriedad estética y romanticismo de tecnología low tech. El grano de la bolex 16mm “ofrece un perfecto simulacro de Verdad creativa, inacabada y sin barniz” (2008: 122) alejado de toda esa brillante e inauténtica perfección moderna. La austeridad, la sencillez, la sobriedad en el cine siempre han sido valores apreciados por la cinefilia que normalmente los relacionan y vinculan con aspectos morales y cívicos del artista.

 

Antimoderno

Lo primitivo siempre se imagina como aquello opuesto a nuestra experiencia del mundo, como la alternativa a los desmanes de modernidad. Lo primitivo en estos documentalistas paisajísticos también surge como una reacción frente a lo contemporáneo; como un acto de resistencia estética. “Hace años, cuando me cambié a una cámara eléctrica, era muy consciente del hecho que la velocidad de la cultura estaba siendo incrementada por la MTV, la introducción de los ordenadores en casa y por una variedad de novedades” (MacdDonald, 2009: 218). En su declaración Peter Hutton explica el motivo que lo llevó a decantarse por una estética primitiva. El encanto por los orígenes del cine se debe al descontento por la hiperaceleración del mundo: “Incluso las películas de Hollywood” tenían cada vez “un menor sentido del tiempo y la duración” (Ibidem). La justificación que esgrime Hutton para la adopción de un sistema primitivo con un fuerte componente de duración en los planos se sustenta en varios tópicos. Uno es que en nuestra sociedad ha desparecido la experiencia de la duración. Eloy Fernández Porta ha señalado que esta idea es uno de los principales lugares comunes de la aproximación de las humanidades al problema del tiempo: “Al menos desde la Escuela de Frankfurt y hasta Zygmunt Bauman se extiende una larga tradición que lamente el carácter pasajero de nuestros tiempos y clama por un retorno a formas de vida premodernas de vivencia de los mismos” (2008: 159). Como nuestra experiencia temporal ha sido fragmentada y la duración se ha evaporado de nuestras vidas la misión del artista es devolverle al tiempo su duración. El tiempo dentro del capitalismo pasó de ser medida de valor a valor en sí mismo, así que el tiempo se convirtió en dinero. 

Como el tiempo se vuelve moneda de y de cambio: no transcurre, sino que se gasta. Tanto el tiempo como el dinero se pueden usar, desperdiciar, gastar, acaudalar. Y, lo que es más importante, ambos ilustran un proceso de desmaterialización y abstracción que impulsa una economía capitalista[…] El tiempo se exterioriza, pasa a ser un fenómeno de superficie, y el individuo moderno debe intentar recupéralo constantemente por medio de sus diversas representaciones(Ann Doane, 2012:25). 

La racionalización y la capitalización del tiempo que produjo la modernidad fue la causa de la ansiedad epistemológica y filosófica en los inicios del siglo XX.  Esta crisis en la experiencia del tiempo apareció reflejada, como señala Mary Ann Doane en la obra de Henri Bergson, pero también en las dos grandes novelas sobre el tiempo de la modernidad: La montaña mágica (Thomas Mann) y En busca del tiempo perdido (Marcel Proust). La angustia y la ansiedad por el tiempo es una clara rémora de la modernidad. Tal y como afirma José Luis Molinuevo (2010) hoy ya no vale la obviedad de que somos tiempo (Siglo XX) sino que hay que preguntarse de qué espacio y que tiempo hablamos (Siglo XXI).

Marianna Torgovnick, en Gone Primitive, señalaba que uno de los fundamentos de lo primitivo en occidente era la ilusión temporal (1991: 46). En James Benning y Peter Hutton, lo primitivo también se fundamenta en una la melancolía temporal. “Creo que comparto con los hermanos Lumière el deseo de filmar como si se tratara de la primera y con una fuerte consciencia del transcurso del tiempo”, dice Benning (Yáñez, 2009: 81). En las películas de los Lumière la duración de la proyección de la obra coincidía con la duración del discurso y la duración del acontecimiento que filmaban. La acción se desarrollaba en perfecta continuidad sin intervención discursiva externa. Benning y Hutton retoman parte de los métodos de representación primitivos (la continuidad, el estatismo, lo toma única….) pero aplicando una mayor duración a cada uno de planos y centrando su obra en el paisaje. Pero los dos se equivocan en varias cosas. El primer error deriva de su idealización de los orígenes del cine. El público no iba a ver las películas de los Lumière por la experiencia temporal. Los inventores del cine no tenían ninguna fuerte consciencia del tiempo cuando filmaban. Como bien apuntaba Josep Maria Catalá el fenómeno cinematográfico, en su nacimiento, tiene que ver más con los ready-mades de Duchamp o con la exhibición del esplendor industrial que se produjo en las sucesivas exposiciones internacionales de la época, que con las diferentes formas de representación de la realidad en las que se basa el documentalismo sacramental. Según Català, el cine nació como una experiencia objetual y no como una experiencia objetiva. No había ninguna experiencia duracional en las películas de los Lumière porque el tiempo era extremadamente corto (Català, 2005: 116). Remitirse al origen del cine y aludir a la experiencia del tiempo es falso.

James Benning y Peter Hutton basan su idea del tiempo en una concepción epifánica de la duración: cuanto más tiempo te detienes a miras algo más se te revela ese algo de un modo inesperado. Esta idea como hemos visto no puede proceder del cine primitivo porque la duración de las películas era demasiado corta. Es probable que esta idea de la duración epifánica[5] esté influenciada por la figura del compositor vanguardista norteamericano John Cage. Hutton y Benning han declarado en más de una ocasión el impacto y la fascinación que sienten por John Cage.[6] La razón por la que estos dos documentalistas experimentales paisajistas se sienten fascinados por el compositor norteamericano no tiene ningún misterio. Cage fue el mentor de varias generaciones de artistas practicantes de Land Art y constructores de earthworks como Robert Morris, Walter de Maria, Richard Long o Robert Smithson. Además, fue autor de cinco obras musicales que llevan por título Imaginary Landscape con las que buscaba transformar la música de ambiente, en puro paisaje sonoro (Maderuelo, 2008: 248). Pero, además de la vinculación paisajista, el artista y compositor vanguardista norteamericano era un fuerte defensor de estas epifanías de la duración que tanto defienden James Benning y Peter Hutton: “Si algo te aburre después de dos minutos, inténtalo durante cuatro. Si aún te aburre inténtalo durante ocho, dieciséis, treinta y dos, y así sucesivamente. Finalmente descubrimos que no es aburrido en absoluto, sino muy interesante” (2002). Con esta aparente boutade de aires budistas, John Cage sugiere que detrás de muchas de las experiencias que habitualmente nos parecen aburridas y tediosas se esconden cosas apasionantes en las que nunca nos habíamos detenido, y para las cuales sólo hace falta tiempo. James Benning y Peter Hutton retoman parte de la pedagogía oriental de su maestro y la aplican a sus películas: “cuanto más tiempo te pases observando las cosas, ellas se te revelan de una manera que tú no esperas. La mayor parte de las veces, las personas no se permiten el tiempo o las circunstancias para entrar a relacionarse con el mundo que ofrece la libertad de mirar hacia cosas (MacDonald, 1998: 243-244). Pero, para ‘los no iniciados’, la epifanía de la duración puede acabar siendo una monótona y tormentosa experiencia. Para disfrutar de sus películas es necesario que el espectador mantenga una actitud frente a los planos cuyas connotaciones teológicas y espirituales no se nos deben escapar: la contemplación. Y, como dijo Artur Shopenhauer, “quien no sea susceptible a ella pagará con humillante denigración el precio del vació de la voluntad desocupada y el tormento del tedio” (2003: 295).

Además de sustentarse en una concepción epifánica, la idea de la duración en estos cineastas también se vincula a una búsqueda de un mayor realismo. La integridad espacio-temporal es preservada gracias a la estática e hiperbólica duración de los planos. Desde los inicios, la ecuación siempre ha sido así: a mayor duración menor intervención externa por lo tanto mayor realismo. Pero, además, este realismo viene avalado con sello de autenticidad de la tecnología low tech. James Benning[7]y Peter Hutton han rodado con una primitiva bólex de 16 mm toda su vida. “Voy a ser un director de cine que trate de mantener con vida el 16mm” le decía a Reihanard Wulf (2003). Hay una fuerte relación entre el uso de la bólex y la duración de los planos. En primer lugar porque como señalaba R.D Rodowick (2007) la verdadera fuerza del dispositivo cinematográfico analógico no está tanto en la representación o la mimesis espacial como en la duración. Segundo, porque el uso de este tipo de cámara impone unas limitaciones temporales a la hora de filmar. En sus primeras obras, Peter Hutton no podría rodar más de 22 segundos con su cámara. Cuando cambió su cámara por una bólex eléctrica tuvo la posibilidad de filmar tres minutos (Hutton, 2011:43). En James Benning, la duración de los planos puede venir determinada por: a) la longitud del rollo de película (Trilogia Californiana, Ten Skies, 13 Lakes); b) aquello que está filmando (RR); 3) decisión propia (Ruhr, Tweenty Cigarretes, Small Road, Two Cabins…). No obstante, no conviene dejarse engañar por los comentarios críticos: la duración de los planos en James Benning son un ejemplo de total arbitrariedad disimulada bajo un elegante manto de presunto rigor matemático asociado a la belleza: 10 minutos en Ten Skies y 13 Lakes, 2 y medio en la Trilogía Californiana, 1 en One way woogie woogie

El primer problema que presenta esta demanda de una actitud contempladora reside en que la contemplación era la actitud que el espectador clásico tenía frente a las obras de arte. James Benning y Peter Hutton quieren que el espectador tenga la misma actitud frente a una película que tendrían frente a un cuadro. Las epifanías de la duración solo son posibles si el espectador mantiene ante las imágenes una actitud de origen místico y teológico como la contemplativa: “Hay que darle al espectador tiempo para que observe los detalles, sobre todo en el paisaje. Como pintor, un gran placer para mí consistía en dedicarle tiempo y atención a la obra, observarla durante horas. Cada vez me gusta más expandir el tiempo en las películas para que el espectador tenga la oportunidad de observar bien lo que está en el encuadre”, afirma Hutton (Paz Moradeira, 2010). La idea de contemplación en el arte se fundamentaba en una relación casi mística que el espectador venía a establecer con la obra. La actitud ensimismada del espectador contemplador solo podía darse en la intimidad y en silencio. Las epifanías de la duración solo son posibles bajo la mirada contempladora de un espectador que mantiene con las imágenes una relación cuasi religiosa.

La contemplación, como explica Adolfo Sánchez Vázquez (2005), era la actitud adecuada para la obra de arte autónoma que estaba desvinculad de cualquier interés o fin externo a ella. La vieja relación contemplativa entre la obra y el espectador ya no existe. Y no mantenemos una relación teológica y dogmática con las obras. El modelo actual, como señala José Luis Molinuevo, “ya no es el espectador ante la pantalla que reproduce el viejo modelo de relación teorética, sino el espectador interactivo que tiene experiencias, no de hechos sino de lo que se está produciendo” (1998: 19). A principios del siglo XX en el arte se produjo un rechazo de la contemplación como actitud predominante a la hora de acercase al obra. Luis Puelles Romero (2011) ha explicado cómo a lo largo de todo el siglo XX los diferentes movimientos artísticos realizan una restitución del cuerpo en la experiencia estética. El espectador poco a poco fue incorporándose a la obra. El modo de percepción contemplativo de la obra era el característico de la relación obra-público en la sociedad moderna (Vázquez Sánchez, 2005: 104). Ese modelo hace mucho que ha desaparecido. “Antes y después de la modernidad no cabe postular la existencia del espectador y sí de los receptores” (Puelles, 2011: 324), de los usuarios, de los consumidores… Por este motivo la actitud contempladora es anacrónica porque ese espectador no existe.

Además, el cine participó de ese rechazo a la experiencia contemplativa que solicitan James Benning y Peter Hutton. Como explica Boris Groys (2008), el cine, producto de la modernidad, demostró la superioridad de la vita activa por encima de la vita contemplativa. Además, según Groys el cine y el espectador cinematográfico encarnan una parodia de lo que denunciaban. Al mismo tiempo que el cine celebraba el movimiento obligaba a su audiencia a unos grados de inmovilidad que nunca antes se habían alcanzado en el arte tradicional donde el espectador podía moverse cuando quisiese. Como el espectador cinematográfico está obligado a mantenerse pegado a su butaca en plena oscuridad, su situación parece una parodia de “la vida contemplativa que la película en sí misma denuncia” (2008:72). El sistema cinematográfico encarnaba la vita contemplativa al mismo tiempo que se presentaba como su crítico más radical.

 

Románticos

A la romántica percepción de los orígenes del cine hay que sumarle las representaciones románticas que hacen del paisaje. No obstante estamos frente a un romanticismo más norteamericano que europeo, más de Emerson que de Kant, más de Thomas Cole que de Caspar Friederich o más Fitz Hugh Lane que de J M. W Turner. Scott Macdonald decía que 13 Lakes (2004) y  Ten Skies (2004) representan el epítome de la carrera de James Benning. 13 Lakes (2004) contiene la filmación de 10 planos de 10 minutos de 13 lagos de los Estados Unidos y Ten Skies (2004) son 10 cielos de 10 minutos filmados desde Val Verde, California. Las dos son una buena muestra de ese rigor estructuralista que ha hecho famoso al documentalista norteamericano. Mucho más cortas y en blanco y negro, Landscape (for Manon) (1987) In Titan Goblet (1991) de Peter Hutton se sitúan en la línea de la tradición pictórica Luminista que tanto ha influenciado la sensibilidad paisajística de Hutton. El documentalista muestra una mirada atenta a las cualidades de la luz y los cambios atmosféricos del paisaje. Ambas piezas son sendos homenajes a la pintura norteamericana del siglo XIX.[8]

En estas cuatro obras, las prístinas imágenes del paisaje y la naturaleza se interrumpen 1por la aparición inesperada de la huella del hombre. En las dos películas de Benning se “cuelan” sonidos procedentes de fuera del encuadre. En el penúltimo plano de 13 Lakes, el lago Crater, y en el plano 8 de Ten Skies, oímos el sonido de un disparo procedente del espacio fuera de campo que trastorna la aparente paz que reinaba hasta ese momento en las imágenes. Pero también, en 13 Lakes la visión idílica de la naturaleza se rompe cuando, por ejemplo, una moto de agua aparece atravesando uno de los lagos; de igual manera, en el plano 7 de Ten Skies, podemos observar cómo el humo de la chimenea de una fábrica fuera del encuadre se confunde con las propias nubes. En In Titan Goblet, en el medio de los sublimes amaneceres y misteriosos anocheceres románticos de la montaña de Castkill, Hutton intercala un plano que, al principio2 parece ser un bello paisaje con una densa y humeante niebla, y que acaba revelando la inesperada presencia de un bulldozer recorriendo el terreno. Landscape (For Manon) también comienza con la imagen de un tren de juguete moviéndose por una vía vista desde arriba. Estas irrupciones de la acción del hombre y de la tecnología, en esas imágenes idílicas de la naturaleza y en los sublimes paisajes luministas, nos remiten, en cierta manera, al “tropo del idilio interrumpido”, que, en palabras de Alberto Santamaría, “es una imagen que la cultura o parte de la cultura norteamericana crea al unir en un continuo paisaje natural y desarrollo tecnológico” (2005: 147).

Las imágenes nocturnas de las dos piezas de Hutton ya nos remitían de alguna forma al 3romanticismo europeo. La representación de la Noche era uno de los temas más frecuentes en la pintura romántica para mostrar la primacía del Inconsciente (Argullol, 2006:75). Pero será en su película Skagafjörour (2002-2004) donde se haga más palpable las referencias románticas europeas. Los paisajes de Islandia se contemplan desde una óptica claramente romántica que intenta evocar la experiencia de lo sublime.[9] Algunas imágenes nos recuerdan a los cuadros montañosos de Caspar David Friederich como Niebla matinal en la montaña (Morgennebel im Gebirge, 1808).

En su contemplación del ferrocarril en RR (2007), James Benning se mueve entre Lluvia Vapor y Velocidad (J. M. W. Turner, Rain, Steam and Speed, The Great Western Railway, 1844) y El valle 4de Lakawanna (George Innes, The Lackawanna Valley, 1855). En muchos de los 43 planos de RR existe una clara fascinación por el ferrocarril y la máquina que lecturas demasiado europeas han desdibujado. El ferrocarril fue el elemento determinante del primer sublime tecnológico americano. Alberto Santamaría, en su estudio sobre lo sublime americano, señala que el ferrocarril fue el emblema de la industrialización norteamericana, “la cara visible del avance y el desarrollo además de la conquista de una identidad nacional” (2005: 150). En la tradición norteamericana pictórica y poética la máquina y la naturaleza formaban un mismo paisaje. En los escritos de Emerson o Thoreau el tren se muestra como un punto más, una palabra idéntica a la de la naturaleza. Hay un ciclo vital, una 5legibilidad del progreso (Ibid: 131) James Benning siempre ha señalado la influencia teórica de Emerson y Thoreau en su obra[10]. Por lo tanto, a nadie debería extrañarle que en muchos de los planos de RR resuenen las palabras de fascinación de su maestro: “cuando oigo las colinas hace eco el resoplido tronador del caballo de hierro, que agita la tierra con sus pies y respira fuego y humo por sus narices […], parece como si la tierra tuviera por fin una raza digna de habitarla” (Thoreau, 2009: 161-162).

 At Sea (2007) de Peter Hutton está también lejos de ser una película ecológica que 6simplemente denuncie el impacto de la pesada industria marítima sobre el mar. La manera en la que Hutton filma la construcción de un enorme barco en Corea y su espectacular desmantelamiento en una apocalíptica playa de Chittagong está lejos del romanticismo europeo, aunque algunas imágenes del trayecto marítimo en el carguero puedan remitirnos a él. Las imágenes de todo el proceso de fabricación en un astillero de Okpo (Corea) muestran una clara fascinación por la industria; como si Hutton fuese consciente de que está asistiendo a un espectáculo asombroso. En la última sección de la película, el documentalista nos muestra las ruinas del barco como si fuesen los restos de una enorme ballena de acero varada en una remota 7playa Banglades; un cadáver de acero que está siendo lentamente desmantelado por cientos trabajadores convertidos en obligados carroñeros que se alimentan de las sobras industriales del primer mundo. No estamos ante la imagen de una ruina histórica que encarne el peso del tiempo. No hay melancolía ni nostalgia ante la visión destartalado gigante de hierro. Es el espectáculo sublime de la descomposición del barco lo que filma Hutton. Una imagen de lo sublime no muy diferente a la que nos muestra Wang Bing en la primera parte de la mastodóntica West of the Tracks (Tiexi qu, 2003).

No es un caso único en la filmografía de Hutton. Esta atracción por lo industrial ya aparecía en algunas de sus obras sobre el rio Hudson. En Study of a River (1997) y Time and Tide 8(2000) el documentalista muestra un encadenamiento entre la industria y el río que nada tiene de denuncia medioambiental. La irrupción de la industria a las orillas del rio no rompe el equilibrio natural en ningún momento. El paisaje ha cambiado pero no hay ningún drama. En estas dos películas, Hutton se remite a otra de sus más fuertes influencias pictóricas: la Hudson River School. En las imágenes de estas películas encontramos los vínculos entre sublimidad-paisaje-mercancía de los primeros estadios tecnológicos de lo sublime. Como en la poesía de Walt Whitman, la Naturaleza y la técnica forman un mismo ciclo. Los barcos que navegan por el río 9cargados de mercancía, las industrias que hay diseminadas por las orillas y la naturaleza forman un todo. RR y At Sea también muestran una retórica primeriza de lo sublime tecnológico con unas imágenes que remiten a las películas de los Lumière. El calculado estatismo de algunos planos en RR nos remiten a esa vinculación primigenia entre el cine y el tren; en At Sea, Hutton señala que: “Hay una metáfora inherente a las tres partes de mi propio interés de hacer volver al cine a sus orígenes” (MacDonald, 2009).

 

Conclusiones

Como todos los primitivismos, el de James Benning y Peter Hutton se fundamenta en una visión mitificada de los inicios. No existe, sin embargo, tal origen intocado. Los comienzos del cine no fueron ningún Edén estético antes de que las esencias fueran prostituidas a favor de la narración. Este encanto de la regresión se presenta como un intento de recuperar la ontología perdida del cine. Pero, como hemos señalado, cualquier discurso esencialista en nuestra cultura visual es en el mejor de los casos ingenuo y en el peor reaccionario porque el cine, como el arte, ha perdido su estatuto ontológico. Ambos, fundamentan la demanda contempladora de su obra en el presunto retorno a los orígenes del cine. No obstante, como Doménec Font, creemos que el espectador contemporáneo no tiene nada que ver con el de los orígenes (1996:116). Además, como hemos señalado, en los inicios el cine se opuso a la vita contempladora. Por lo tanto, el espectador contemplador nunca estuvo en la esencia del cine. Tomando prestada la categorización propuesta por José Luis Brea (2010), ese modelo fue el de la imagen-materia y no el de la imagen-film. En nuestros tiempos de e-imágenes ya nadie contempla sino que participa de manera activa en ellas. Benning y Hutton piden una actitud al espectador que, como han señalado Molinuevo (1998), Font (1996), Sánchez Vázquez (2005) o Puelles Romero (2011) entre otros muchos, ya no existe ni en el arte ni el cine.

Hemos intentado demostrar que su concepción epifánica de la duración no procede de los Lumière, sino que podría estar influenciada por la figura del compositor John Cage. La larga duración los planos de sus películas, además, transmite una melancolía por una experiencia temporal que no es la nuestra. El antimodernismo de ambos se apoya en el viejo tópico humanista de que la modernidad ha destruido nuestra experiencia del tiempo.  Sin embargo, como bien ha explicado Eloy Fernández Porta, todas las propuestas que se presentan como alternativas a la velocidad y a la cronología dominante aunque parezcan minoritarias son en verdad populares y exitosas. La utilización de criterios antimodernos en la creación siempre ha funcionado como fabulosa estrategia de venta. “Si esto ha sido así -escribe Porta- se debe a que sigue vivo y coleando el presupuesto romántico sobre las capacidades redentoras de la creatividad. Entendiendo por redentoras no sólo como salvíficas sino también como distintas a nuestra experiencia tangible” (2008:159). Así que James Benning y Peter Hutton, con el inestimable favor de la crítica, se promocionan como los artistas salvadores del tiempo verdadero, los recuperadores de la preciada duración que la modernidad ha expropiado injustamente a las personas.

Los modelos estéticos que utilizan pertenecen al siglo XVIII y XIX. Un romanticismo más norteamericano que europeo. Si Peter Hutton se erige en el heredero de la Hudson River School y la pintura Iluminista, James Benning  se presenta como el fiel discípulo de Henry David Thoreau y Waldon Emerson. En las imágenes 13 Lakes, Ten Skies, RR y Two Cabins resuenan los escritos de sus maestros de la misma forma que en Landascape (for Manon), In Titan Goblet, Time and Tide resonaban cuadros de Fritz Hugh Lane o Thomas Cole.

Pero, entonces ¿cómo es posible que unos cineastas formalmente primitivos,  estéticamente románticos, temporalmente antimodernos y teóricamente anacrónicos puedan ser considerados  avant-garde? Hasta el propio Peter Hutton se sorprende. En nuestra opinión esto sucede por varias razones. 1) Los críticos siempre llevan en su interior un purista defensor de las esencias. 2) Cualquier autonomización del paisaje en el cine es considerada moderna (Lefebvre, 2006). 3) Al situarse fuera de la tradición cinematográfica propia, la crítica lo considera innovador. James Benning y Peter Hutton -como otros documentalistas paisajísticos como Lois Patiño (Horacio, 2013)- demuestran, en la mayoría de las ocasiones, una preocupante incapacidad para representar el paisaje en clave contemporánea porque son incapaces de reactualizar los modelos pictóricos y filosóficos de los que parten. Ya lo señalaban Gilles Deleuze y Félix Guatari: “El pintor no pinta sobre una tela virgen, ni el escritor escribe en una página en blanco, sino que la página o la tela están ya está tan cubiertas de tópicos preexistentes, preestablecidos, que hay primero que tachar, limpiar, laminar, incluso desmenuzar” (1993: 205).  Por estos motivos lo más justo quizás sea calificar a estos dos cineastas como de retaguardia y no como vanguardia.

 

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Notas


[1] Lumière, Contrapicado, Transit, A Cuarta Parede, Blogs & Docs.

[2] “Siendo completamente honesto, para mí se trata de que la película se mantenga simple, que sea manejable. […] lo que hago es increíblemente simple: miro las cosas, las grabo, con la esperanza de poder proporcionar al público un poco de esa experiencia […] es muy duro hacer cine de una manera tan simple. […] Me gusta mantener las cosas de forma muy simple y no manipular demasiado” (ibid: 48).

[3] La oposición a la narración en las propuestas de cine experimental tiene como objeto el rechazo a ser absorbido por una temporalidad de la cultura de masas. Esta idea de la narración como corrupción de la esencia de las imágenes es uno de lugares más comunes en el cine. En la obra y las declaraciones de cineastas modernos como Wim Wender o Jean-Luc Godard también encontramos esa oposición a las historias y a la narración.

[4] En la misma línea Eloy Fernández Porta (2008) afirmaba que lo primitivo está completamente integrado en la sociedad de consumo y etiquetaba como Urpop a esta emergencia de valores primitivos en un espacio ultramodernos.

[5] No descartamos que esta idea también esté influenciada por la filosofía del autor de Walden: Henry David Thoreau; una influencia confesa en el caso de James Benning.

[6] James Benning por ejemplo señala que “Cage se convirtió en un referente cuando asistí a de sus lecturas de su artículo Writing for the Second TimeThrough Finnegans Wake, en las que realizaba una deconstrucción del texto de Joyce. Aquella experiencia me arrebató por completo (Yánez, 2009: 81) y Peter Hutton, aunque más escueto dice “John Cage, una figura fascinante” (Muguiro, 2010: 20).

[7] James Benning parece que ha dado el salto definitivo al digital en 2009 con su película Ruhr.

[8] “Much of the imagery in Landscape (for Manon) is suggestive of Cole’s Castkill paintings- so of Hutton’s imagery mad in and around Kaaterskill Clove- and the title the second film, In Titan’s Goble, refers to Cole’s 1833 painting (Macdonald, 2001 280-281).

[9] En Skagafjörour algunos planos paisajísticos nos crean una sensación perceptiva de vértigo o mareo, no por la altura, como suele ser habitual en el romanticismo, sino por la líneas de diferentes colores horizontales, como si una lente las fuera achantando progresivamente y entremezclándolas” (Algarin Navarro, F. y Villegas Rey, F.G, 2011:51).

[10] Véase su proyecto Two Cabins (2012).

Poéticas (políticas) del ambiente en el cine documental. Acerca de los documentales en festivales de cine ambiental en Buenos Aires

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Por Soledad Fernández Bouzo

 

Resumen

El cine documental viene incorporando la preocupación por las temáticas y luchas socio-ambientales, como correlato de la construcción de una imagen del mundo en tanto escenario de “crisis ecológica”. Sin embargo, no lo hace de manera unívoca sino a través de diferentes modalidades discursivas documentales y coaliciones discursivas ambientales.

La idea del presente artículo es poder echar luz al cruce contemporáneo entre las configuraciones argumentativas sobre la conflictividad socioambiental -trabajadas en el marco de los estudios ambientales-, y las modalidades del discurso documental, en tanto marco analítico propuesto desde los estudios sobre cine documental.

Se analizan y comparan los documentales Home y Vienen por el oro, vienen por todo. Cada uno de ellos ha ocupado un papel destacado en los festivales de cine ambiental organizados en Buenos Aires durante el año 2010.

 

Palabras clave: Cine documental, conflicto ambiental, discursos sociales

 

Abstract

The documentary film has included concerns for socio-environmental issues and struggles. The world as a scene of the ecological crisis is an expression of that. Those concerns have not been included in a univocal way in documentary film but through several discursive modes coming from socio-environmental discourses and from the documentary discourses. The aim of this paper is to analyze the crossing between the discursive settings of socio-environmental conflict and documentary discourse modes. To this end are analyzed and compared two documentaries – Home and Vienen por el oro, vienen por todo- shown at environmental film festivals of Buenos Aires.

 

Keywords: Documentary film, environmental conflict, social discourses

 

Datos de la autora

Soledad Fernández Bouzo. Licenciada en Sociología y Doctoranda en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es Ayudante docente de la carrera de Trabajo Social en la misma casa de estudios. Becaria doctoral del CONICET tipo II con base en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, donde forma parte del Grupo de Estudios Ambientales del Área de Estudios Urbanos. Como becaria de investigación-acción de Provention Consortium (Flacso Costa Rica- Universidad de Wisconsin), realizó los videos documentales Atravesando el río. Agua, contaminación y saneamiento ambiental en la cuenca Matanza-Riachuelo (2009). Disponibles en: http://geaiigg.wordpress.com  

 

Fecha de recepción

30 de marzo de 2014

 

Fecha de aceptación

18 de abril de 2014

 

Introducción

Con la expresión «poéticas (políticas) del ambiente en el cine documental», me permito aquí parafrasear a Michael Renov (2010) para hacer referencia a las modalidades discursivas en el caso específico de los documentales que abordan temas ambientales. La idea es poder echar luz al cruce contemporáneo entre las configuraciones discursivas sobre la conflictividad socioambiental -trabajadas en el marco de los estudios ambientales-, y las modalidades del discurso documental, en tanto marco analítico propuesto desde los estudios sobre cine documental.

Sucede que durante los últimos cincuenta años, una de las construcciones discursivas que vienen configurándose con mayor fuerza es la que remite a una imagen del mundo en tanto escenario de “crisis ecológica”. La misma suele asociarse tanto a un aumento de la explotación de los bienes naturales, como a una degradación generalizada del ambiente. Las fotografías y audiovisuales de “la llegada del hombre a la luna” que se transmitieron en directo en todo el mundo a finales de la década de 1960, no sólo permitieron la construcción de una imagen de la Tierra a escala interplanetaria, sino que también fueron claves en el predominio de un diseño global en la agenda ambiental.

     Es en este marco que podemos identificar un nivel creciente de conflictividad ambiental en numerosos puntos del planeta y cierto interés por parte de diversos actores sociales y políticos, en movilizar a un determinado público buscando sensibilizarlo a través de imágenes y sonidos, que en sí expresan argumentos diferenciales sobre el significado del ambiente.

     En Argentina, recién en los últimos diez años se ha intensificado la producción imaginal[1]  en torno al ambiente, como correlato de una tardía -pero no por eso menos conflictiva- emergencia de la cuestión ambiental.[2]  Una de las aristas que encontramos dentro de ese proceso, es la organización de una serie de festivales y ciclos de cine que en su amplia mayoría exhiben documentales de otros países -salvo algunas excepciones, como veremos más adelante.

     De acuerdo a la hipótesis principal, la producción de documentales proyectados en festivales en la ciudad de Buenos Aires, dan como resultado la construcción de argumentos sobre cómo es o debería ser la relación de nuestras sociedades con la naturaleza.[3]  Este proceso no es otra cosa que la configuración de múltiples (y a menudo contradictorios) bloques de argumentos sobre el ambiente -coaliciones discursivas, según Hajer (1996)-, que se producen a partir de diferentes modalidades discursivas documentales (Renov, 2010).

     La propuesta de este artículo es: caracterizar a los festivales de cine ambiental en sus particularidades; identificar las configuraciones discursivas en torno al ambiente y los entramados de actores que allí se despliegan; y analizar los documentales más destacados desde la perspectiva de los propios organizadores, en función de las afinidades o tensiones con ciertas modalidades discursivas documentales.

     El análisis se concentrará en dos películas documentales: Home (Yann Arthus-Bertrand, 2009), largometraje destacado en el marco del festival «GreenFilmFest» de la productora Greentara, y Vienen por el oro, vienen por todo (Pablo D´Alo Abba y Christian Harbaruk, 2009), película galardonada por el jurado del “Primer Festival Internacional de Cine Ambiental» (FINCA) del Instituto Multimedia de Derechos Humanos (IMD). Ambos eventos sucedieron durante el transcurso del año 2010 en Buenos Aires, siendo los primeros festivales de cine ambiental en Argentina.[4]

     Por lo demás, resta señalar que el presente análisis asume que el estudio de los entramados de actores como son los realizadores, productores, protagonistas de las películas, distribuidores, exhibidores, espectadores, organizadores de festivales (incluso los auspiciantes y/ o actores que acompañan en la difusión), son también fundamentales para comprender el conjunto de significaciones sociales que se generan a raíz de una obra documental.

     Es por eso que no se trata de un mero análisis discursivo de los films, sino de una mirada sociológica que pone el foco en la construcción social y política del ambiente (Lezama, 2000), sus discursos, sus modos de circulación y consumo; sus usos y funciones retóricas y estéticas.

 

Algo más que eventos culturales: las coaliciones discursivas en documentales y festivales de cine ambiental

Un aspecto importante del análisis aquí propuesto sobre lo que podríamos llamar «escenificación de la cuestión ambiental» en nuestro país, es que seguiría una línea tendiente a observar cómo y en qué medida se da tratamiento o no a las luchas y resistencias socio-ambientales.

     El surgimiento de los documentales y de eventos como festivales y ciclos llamados “ambientales”, acompañan justamente a un proceso de “disrupción social” (Litvinoff, 2011: 21), que para el ámbito de la sociología y de los estudios ambientales específicamente, se traduce en una exigencia de incorporación de análisis culturales y audiovisuales en el marco de sus investigaciones.

     Uno de los resultados que arrojan las investigaciones sociales sobre problemáticas ambientales, es que no es posible hablar de ‘un’ significado único en torno al ambiente ni de ‘un’ sólo discurso ambiental, monolítico y homogéneo. Por el contrario, suele estar muy presente la cuestión de la complejidad y coexistencia de varios entramados discursivos que, atravesados por relaciones de poder, se constituyen como producto de la interacción de bloques de enunciados a los que Hajer (1995) denomina “coaliciones discursivas”.

     Las coaliciones discursivas no son otra cosa que constelaciones sociales conformadas por un conjunto de actores, que tienen la particularidad de producir encadenamientos de imágenes y microrrelatos (story-lines, en palabras del autor). Es decir, a través de las coaliciones discursivas, diferentes grupos de actores sociales tienen la capacidad de argumentar en diversas instancias de la vida social, por medio del recursos visuales y retóricos, condensando su enlace con la práctica social que desarrollan (performatividad).

     De ahí la importancia de poner el foco en las regularidades de distintas construcciones discursivas en relación al ambiente: los tópicos, los encadenamientos de significados y las formas argumentativas que surgen del proceso de producción, circulación y consumo de cinematografía documental, bajo el formato de lo que sus organizadores denominan “eventos culturales”, en referencia a los festivales y ciclos que realizan.

     Los tópicos y encadenamientos de imágenes y sonidos presentes en cada uno de los festivales de cine, no sólo son parte del universo de producción social de sentido en torno a la cuestión ambiental, sino que también participan del proceso de construcción de agenda política, proceso que es pensado como una dinámica que tiene lugar en el contexto de (y a través de) discursos contradictorios -tanto dentro como fuera de la esfera ambiental.

     Es decir, la construcción de políticas camina sobre un escenario tremendamente disputado de discursos sociales, ganado por puntos de vista conflictivos, pero en el que, no obstante, se construyen algunas imágenes consensuales de lo que es bueno o malo y de lo que es riesgoso o seguro, y en función de ello se toman o no las decisiones. Por lo tanto, el proceso de construcción de políticas, e incluso de políticas llamadas “culturales”, es pensado como una actividad interpretativa de múltiples y contradictorios discursos que suelen ser ensayados a través de distintas instancias de experimentación social, como son los festivales y ciclos de cine, los cuales, por otra parte, tienen el apoyo de diferentes organismos estatales, sectores políticos y empresariales.

     Sin pretender realizar aquí una clasificación exhaustiva, desarrollaremos las configuraciones discursivas que identificamos en las películas documentales y festivales bajo análisis, y que nos dicen cosas diferentes sobre el vínculo entre sociedad/ naturaleza:

     (a) La mirada standard sobre el ambiente se preocupa por la eficiencia económica, la acumulación de capital y el crecimiento sostenido: los problemas ambientales son considerados simplemente como “fallas del mercado”. En nuestras latitudes, esta coalición discursiva puede agruparse en cierto discurso “neo-desarrollista” que desde una visión antropocéntrica postula que los bienes son mercancías susceptibles de ser explotadas con escasas o nulas restricciones en beneficio del hombre (Riesco, 1999: 6).

     (b) La visión neomalthusiana y más bien catastrofista del ambiente (Meadows et. al., 1991) sostiene que el problema de la crisis ecológica es a escala global y se vincula a la tendencia de algunos países (sobre todo los más pobres y no desarrollados) al crecimiento exponencial de la población. Este problema traería aparejado serias dificultades en el abastecimiento de energía y alimentos (Jiménez Domínguez, 2010).

     (c) El conservacionismo de las especies no humanas consiste en una visión más bien biocéntrica y global del ambiente, en la que se privilegia la protección de la vida animal y vegetal (Aledo & Domínguez, 2001) a diferencia de las visiones más bien antropocéntricas.

     (d) La visión de la modernización ecológica, el desarrollo sustentable, y la economía verde capitalista (Hajer, 1996; Harvey, 1995), sostiene que los problemas ambientales son inherentes a la actividad económica en el marco del sistema capitalista de producción, y que, por lo tanto, son necesarios los arreglos institucionales que sean orientados hacia la prevención. A través de este giro discursivo se promueve una estrategia de crecimiento económico “sustentable» que ubica a los científicos en un rol fundamental, y al sector empresarial frente a un potencial negocio “verde” a ser explotado. Harvey al respecto dice: “como discurso, la modernización ecológica internaliza el conflicto” (2009: 382), y por lo tanto, no cuestiona al sistema económico capitalista.

     Asimismo existen otros discursos que emergen ejerciendo cierta resistencia a los anteriores. Se trata de los siguientes argumentos:

     (e) Los discursos de los movimientos de justicia ambiental (Harvey, 2009: 383-385) plantean como problema clave la cuestión de las desigualdades sociales frente a los riesgos ambientales, identificando de esta forma los objetivos de la justicia ecológica con los de la justicia social. Estos movimientos recurren pero a la vez desconfían de los discursos expertos, al mismo tiempo que producen su propia “racionalidad alternativa” (Harvey, 2009: 385). En el caso latinoamericano se emparenta más con:

     (f) Una actualización del discurso entorno a los derechos humanos y al derecho ambiental (Centro de Derechos Humanos y Ambiente -CEDHA-, 2002). En Argentina suele reenmarcarse a la retórica de la (in)justicia socioambiental en términos de quebrantamiento de los derechos humanos: la violación del derecho a la vida, el acceso al agua potable, el derecho a un ambiente sano, entre otros.

     (g) Cierta reposición del discurso antimperialista y anticolonialista en relación a la explotación de los bienes naturales y las protestas por la instalación de industrias extractivas (Vara, 2013). Esta visión recupera imágenes y figuras retóricas de la literatura latinoamericana del s. XX para pensar la emergencia de un contra-discurso neocolonial en América Latina.

     En suma, los movimientos de justicia ambiental suelen construir principios morales esenciales con respecto a los cuales debe estar subordinada toda actividad humana -por ej.: son comunes imágenes que remiten al respeto a la madre tierra, el derecho a la autodeterminación de los pueblos.

    Reboratti señala que en el caso específico de Argentina se habla comúnmente en términos de conflictos ambientales (2008: 101) siendo heredera de la acción colectiva de protesta correspondiente a la crisis de 2001, aspecto por el cual podría entenderse como un discurso con un fuerte componente de justicia social.

     Veamos ahora desde el lado de los estudios sobre cine documental, cuáles son las modalidades discursivas a tener en cuenta para el análisis.

 

Poéticas del ambiente: las modalidades discursivas documentales

Partimos de la afirmación que hiciera David Bordwell sobre el hecho de que una poética apunta hacia la comprensión de los orígenes y los usos de las producciones documentales y que esa misma iniciativa implica cierta «interpretación en el marco de investigaciones más globales que respecto a la estructura y la función fílmica» (Bordwell citado en Renov, 2010 [1993]: 15).

     Renov (2010) sostiene que la utilidad de desplegar el rigor analítico de una poética, entendida como todo aquello relativo a la «creación activa», pero aplicada al lenguaje cinematográfico, es para conocer las propiedades específicas del discurso documental, ya que una poética se encuentra -no sin problemas- en la articulación entre ciencia/ estética y verdad/ belleza.

     Al interior de este modelo basado en una poética, Renov distingue cuatro modalidades o funciones retóricas/ estéticas del discurso documental pensadas en términos de impulsos/ deseos. La riqueza analítica de este modelo consistiría en que cada modalidad no implica la exclusión de la/ s otra/ s, sino que pueden convivir en una misma obra y están abiertas a la variabilidad histórica. Ellas son: 

     (a) Registrar, mostrar o preservar consiste en la tendencia mimética en su máxima expresión. Como dice Javier Campo, es el deseo ligado a la «duplicación de lo real histórico» (2013: 13), pero también al deseo de lo que hoy conocemos como la función de archivo o la preservación de la memoria; es decir, búsqueda de lo que corre peligro de perderse o de lo antes ya perdido. Dentro de los documentales de temática ambiental existe cierta afinidad entre esta modalidad y el conservacionismo de las especies, muchas veces reconstruidos en formato de expediciones y divulgación científica, así como en relación a los llamados «documentales de naturaleza» (Francés i Domenèc, 2002).

     (b) Persuadir o promover. Es una función que puede emparentarse con la búsqueda de apoyo, sensibilización y movilización en favor de las luchas sociales, que para el caso que nos convoca se trata ciertamente de luchas socio-ambientales. Pero según Renov, mediante esta modalidad también se aspira a la promoción/ venta de productos o valores que en el caso de los documentales que nos ocupan, se trata de valores (o intereses) «ambientales» orientados, por ejemplo, hacia una nueva economía «verde» capitalista. De todas maneras, parecería que la promoción o persuasión es intrínseca a todas las formas del documental y demanda ser considerada en relación a las demás funciones retóricas/ estéticas.

     (c) Analizar o interrogar es una modalidad que favorece la reflexión sobre los temas a los que los documentales dan tratamiento y sobre la ontología misma de la representación. En el caso de los documentales sobre ambiente, es frecuente la interpelación a determinados espectadores, mediante el planteo de interrogantes sobre los estilos de desarrollo que un individuo, comunidad o sociedad eligen o preferirían adoptar, cambiar o mantener.

     (d) Expresar se trataría de la tendencia documental estética por excelencia elevando el discurso al orden de lo contemplativo, mediante la composición fotográfica, o pictórica (Campo, 2013: 14). Muchas veces encontramos en los documentales bajo análisis que la exaltación pictórica y sonora de los paisajes provenientes de naturaleza, son parte de un discurso bucólico en relación al ambiente.

     Renov aclara que las cuatro funciones y/ o modalidades del deseo desarrolladas se superponen, y en algunas obras no logran tener preeminencia ninguna de ellas por sobre las otras; pero, sin embargo, nos resultan útiles para analizar el universo de las piezas documentales. Veamos qué sucede ahora con los casos bajo análisis.

 

Sobre los festivales de cine ambiental como marcos de los documentales

Tal como señalábamos en la introducción, el surgimiento de los festivales y ciclos de cine documental ambiental en Buenos Aires data del año 2010, tratándose de eventos en los que participan distintos actores sociales que tienen un rol activo en la producción y circulación de discursos en torno al ambiente. En efecto, durante ese año asistimos a las primeras ediciones del Festival de Cine Ambiental «GreenFilmFest» de la productora GreenTara y del I Festival Internacional de Cine Ambiental (FINCA) organizado por el Instituto Multimedia de DDHH (IMD) -en este último caso, se trató de una primera y única edición hasta el año 2013, aunque en su página de facebook se está anunciando una segunda edición para 2014.[5] 

     En cuanto a las similitudes encontramos la cuestión de la elección del formato «festival» para la exhibición de películas. En el formato festival, los documentales compiten entre sí en categorías de corto y largometrajes y se entregan premios y reconocimientos. A diferencia de los ciclos, en los festivales no suele haber mesas de cine-debate antes o luego de las proyecciones y se pone más énfasis en la valoración de la calidad fílmica de las piezas seleccionadas para la exhibición.

     En cuanto a las diferencias, existen dos bien marcadas según su carácter comercial o sin fines de lucro, y respecto al lugar elegido para desarrollar los eventos: el GreenFilmFest lo hace desde sus inicios y todos los años (a partir del 2010 en adelante), en las salas comerciales del Cinemark de Palermo cobrando entradas, mientras que el FINCA se realizó con entrada libre y gratuita en el espacio del concejo deliberante del municipio de Tigre.

     El GreenFilmFest es un evento comercial por iniciativa de la directora de la productora imagen 1 greenfilmfest«GreenTara producciones culturales», que consiguió el apoyo de importantes actores de peso en la escena ambiental, entre los cuales se destaca la ONG internacional Greenpeace Argentina, el auspicio de la embajada británica, de la empresa de cosméticos Natura, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires bajo el slogan «Jugá limpio», y el apoyo de algunas celebridades locales. El eslogan del festival es «cultura en armonía con el planeta», aludiendo a una agenda global del ambiente y a una visión más bien conservacionista de las especies no humanas.

     En su primera edición el festival proyectó diez obras extranjeras: nueve documentales y una sola pieza de animación. Según la productora/ organizadora entrevistada, la obra más promocionada fue el documental que dio origen a la idea de organizar el mismísimo festival debido a que, junto con importadores y distribuidores de piezas cinematográficas, había notado la gran convocatoria que tuvo la película en una proyección aislada en los bosques de Palermo durante el año 2009.[6]  Se trata del documental francés Home (Yann Arthus-Bertrand, 2009), obra que retomaremos para el análisis en el apartado subsiguiente. El resto son cinco documentales que provienen de EE.UU,[7]  dos ingleses,[8]  una co-producción austríaco-alemana,[9] y una única pieza de animación de origen japonés.[10] 

     Por su parte, el FINCA nace como un desprendimiento de un festival de larga trayectoria en nuestro país: el Festival Internacional de Derechos Humanos organizado por el del Instituto Multimedia de Derechos Humanos (IMD).[11]  Hasta ese mismo año, algunas pocas películas con contenido relacionado a la temática ambiental, se incorporaban a una sección denominada “Madre Tierra”. 

     En el caso del FINCA, se trata de un evento por iniciativa de una organización sin fines de lucro creada en el año 1997 (el IMD) con el objetivo de la divulgación de los derechos humanos en imagen 2 fincaAmérica Latina y el Caribe, pero que recibe el apoyo de una constelación de actores sociales locales que hacen posible su despliegue. Entre las instituciones patrocinadoras más importantes, se encontraron el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), el gobierno nacional representado en la Jefatura de Gabinete de Ministros y la Secretaría General de la Nación, el gobierno de la provincia de Buenos Aires a través del Instituto Cultural, y el Concejo Deliberante del municipio de Tigre en la provincia de Buenos Aires que fue sede del evento.[12] 

     El encuadre del festival desde la perspectiva de los derechos humanos, confirió al evento un carácter políticamente situado, en un contexto político de cambios en la materia. Desde la dirección artística destacaron que el FINCA debía instalarse en las agendas públicas, en los hogares y centros educativos, de manera de modificar las costumbres de los argentinos en favor del “cuidado del planeta”.

     Según su gacetilla de programación, el  evento de entrada libre y gratuita, se basó en la exhibición de veinticinco películas, en su mayoría documentales[13]  diseminadas en cuatro ejes temáticos o tópicos ambientales: «minas y petróleo», «cambio climático y energía renovable», «alimentación y producción intensiva» y «desechos y contaminación». La presentación de esos ejes estuvo anclada en las consecuencias nocivas de determinadas actividades en la vida humana y animal, así como en los daños ocasionados a los bienes naturales. Al mismo tiempo, el festival se caracterizó por la competencia oficial de largometrajes, cortos y mediometrajes, “con la presencia de expertos, organizaciones ambientalistas e invitados internacionales, directores y personalidades de la industria cinematográfica”.[14] 

     Si bien también se proyectó la película Home en el FINCA, la película más promocionada por ese festival (de hecho ganó el premio al mejor largometraje), fue el documental argentino Vienen por el oro, vienen por todo (Pablo D´Alo Abba y Christian Harbaruk, 2009) tal como examinaremos en el próximo apartado.[15] 

 

Poéticas del ambiente: un zoom en los documentales

Para completar el análisis precisamos focalizarnos en los documentales más promocionados y convocantes en cada uno de los festivales internacionales: Home, en el marco del GreenFilmFest, y Vienen por el oro, vienen por todo, en el caso del FINCA. Se trata de dos largometrajes documentales que datan del mismo año (2009), siendo Home de origen francés (95 minutos de duración) y Vienen por el Oro, vienen por todo, una película nacional de 82 minutos. La escala ambiental de abordaje en el caso de Home -en cuanto a niveles de espacialidad y temporalidad trabajados en el relato-, es mucho más amplia que la película argentina y eso nos da una primera pauta sobre la diferencia de miradas en cuanto a la relación entre lo global y lo local.

     Otra diferencia esencial que marcábamos en el apartado anterior, es que el primer film fue exhibido dentro de un circuito comercial en el centro de Buenos Aires, mientras que el segundo fue proyectado en el marco de un festival de entrada libre y gratuita en el conurbano bonaerense. Esto guarda relación con el hecho de que Home es una película surgida de una megaproducción -inusual para los documentales-, financiada por un conjunto de empresas que comenzaron a adoptar la visión de la modernización ecológica. El primer dato que arrojan los títulos iniciales de Home es que en ella trabajaron cerca de 90 mil empleados del grupo empresario PPR que desarrolla la comercialización de un conjunto de marcas mundiales como Gucci, Puma, Yves Saint Laurent -entre otras tantas- que vieron el nicho de mercado apuntando al llamado consumo verde. En una suerte de animación, los logos de estas marcas van formando el título de la película y luego, mientras se ve una imagen oscura del planeta saliendo a la luz, el film comienza con una voz femenina que dice:

Escúchame bien, por favor, tú eres un hombre como yo, un homo sapiens, el hombre que piensa. La vida, este milagro en el universo, empezó hace aproximadamente 4 mil millones de años y nosotros, los hombres, sólo existimos desde hace 200 mil años. Sin embargo, hemos logrado trastornar este equilibrio tan esencial para la vida. Escucha bien esta historia extraordinaria, que es la tuya y luego decide lo que quieres hacer con ella.

      En ese sentido, el film ofrece el relato de un único punto de vista a través de una voz en imagen 3 homeoff omnisciente, mientras se suceden infinidad de fotografías documentales que refieren a una mirada bucólica de la naturaleza en su estado puro y a cierta nostalgia de corte conservacionista. Desde esta perspectiva, todos los seres humanos estamos implicados y somos igualmente responsables por el conjunto de la crisis ecológica mundial, sólo por el hecho de estar «todos en el mismo barco». 

      Por su parte, el documental Vienen por el oro, vienen por todo es una co-producción argentino-boliviana realizada por cineastas argentinos con el apoyo del INCAA, que busca promover al público involucrándolo en la historia de movilización y lucha socio-ambiental de los pobladores de la localidad de Esquel en la provincia de Chubut. Los inicios de la película se ciñen a unas imágenes aéreas de una explotación minera y al relato de una voz en off también femenina, que dice:

El oro, el metal más precioso, el más perfecto. Tiene el brillo de la luz, tiene carácter ígneo, solar y real. Incluso divino. El hijo de los deseos de la naturaleza. El oro que nace de la tierra. Con un gramo de oro se puede hacer un hilo tan largo como para rodear a toda una aldea.

      No obstante en este documental, el uso de la voz expositiva se limita sólo a unos pocos imagen 4 vienen por el oropasajes de la película con algunas placas informativas animadas, basándose principalmente en la reconstrucción de la historia a partir de un encadenamiento de entrevistas a varios habitantes involucrados en el conflicto.

     Retomando las distinciones de Renov respecto de las modalidades del deseo en las obras documentales, podemos decir que Home, en principio, interpela al espectador en tanto individuo humano, intentando persuadirlo como hombre que habita el planeta Tierra y que es responsable por ella. Luego se dedica a mostrar y preservar una memoria imposible, contrafáctica: con fotografías aéreas magníficas de paisajes impresionantes, el documental intenta representar una naturaleza impoluta antes de la aparición de la humanidad en el mundo y, por ende, antes de los desastres ambientales que originara la acción antrópica. El interrogante que el documental plantea sobre si el hombre (individuo, humano, espectador) decidirá continuar con las mismas acciones depredadoras o si, por el contrario, adoptará una actitud tendiente al cambio, está siempre apoyado en el anhelo de conservación de la vida animal y vegetal -al igual que los clásicos documentales de naturaleza- y en el desprecio por el comportamiento humano.

     En cambio, el documental argentino sostiene a lo largo del film su carácter persuasivo, involucrando al público en la vida cotidiana de los habitantes de Esquel cuando ellos se enteran que una empresa canadiense obtiene los derechos para extraer oro y plata de una mina ubicada a 7 km. de la ciudad, y que para eso van a usar enormes cantidades de agua y cianuro. En un contexto histórico cercano a los acontecimientos surgidos de la crisis de 2001, la película recupera un audio de las autoridades locales prometiendo que el emprendimiento minero iba a ofrecer una solución para el 50% de población por debajo de la línea de pobreza y desocupada.

     Con un claro predominio de planos medios, el film se adentra en la vida del changarín que no tiene tiempo para otra cosa que para ganarse la vida a diario; en el de una maestra joven con sus alumnos que enseña las desventajas de un emprendimiento minero; en la de las madres preocupadas por los riesgos potenciales para su hijos si se desarrollara el proyecto minero; en la del médico pediatra que argumenta cómo afectaría la salud de los niños la falta y/o contaminación del agua; en la del profesor de música que cuenta su dolor anticipado por la posibilidad de perder la montaña.

     Pero el documental no se queda ahí y ofrece un profundo trabajo de indagación al incorporar también el punto de vista de la minoría de la población que adscribe al proyecto porque están convencidos de que traerá progreso y desarrollo a su pueblo: se trata de una maestra jubilada que frecuenta el centro de sky de la ciudad; de un obrero de la construcción que es presidente de la junta vecinal y que practica el evangelismo; de un de comerciante joyero que juega al póker con sus amigos. De esta manera el film logra tensionar al público, lo ubica frente a una antinomia, lo obliga a identificarse con unos o con otros y a tomar partido.

     Asimismo, Vienen por el oro, Vienen por todo reconstruye los distintos momentos de movilización, acción directa y enfrentamiento bajo los lemas «Qué se vayan todos», «No a la Mina», «Patagonia rebelde», «Sí a la mina» «Fuera la minera de Esquel». Al mismo tiempo, pone el acento en los valores propios de los movimientos de justicia ambiental como el respeto a la madre tierra, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, el valor de la vida en sí, junto a cierta reposición del discurso antiimperialista surgido de la amenazante empresa a la que identifican con los gringos.

     La búsqueda de persuasión en favor de la lucha de la asamblea, se evidencia además a través de imágenes espectaculares en tono oscuro de máquinas excavadoras y explosiones gigantes con dinamita. Otra de las estrategias consiste en ridiculizar sutilmente el material publicitario de la empresa minera y los testimonios en favor del emprendimiento.

La historia culmina con una tonalidad expresiva notable, que pone de relieve el alto grado de organización y eficacia que alcanza la «Asamblea de vecinos autoconvocados de Esquel por el No a la mina», al obligar al gobierno local a llamar a plebiscito no vinculante por el Sí o por el No al emprendimiento. Finalmente, la película evoca en tono heroico la victoria del rotundo 82% por el «No a la mina», que logró impedir la instalación de una empresa. Sus impulsores creían que el visto bueno de las autoridades locales (cuya postura en el film es claramente standard y neodesarrollista) era suficiente, pero se toparon con un movimiento que fue creciendo al compás de la lucha y del ejercicio de la democracia directa.

      En Home, desde un ángulo puramente narrativo, podemos distinguir claramente tres momentos: el momento inicial más bien bucólico, conservacionista, que muestra y registra las maravillas naturales; un segundo momento de tono pesimista que se inicia con la historia de la vida humana en el planeta Tierra y que desarrolla una mirada neomalthusiana y catastrófica en relación a la acción antrópica depredadora; y un último pasaje más persuasivo, que interpela al público acerca de la urgencia de cambiar el rumbo de la historia y de orientar las acciones hacia iniciativas más sustentables.

     En cuanto al primer momento, el documental dedica una buena parte a una explicación del origen de la vida vegetal y animal en la tierra con claro  argumento biológico y típico de los documentales de expedición científica. La cuestión de la vinculación entre todos los organismos y la Tierra en un frágil equilibrio, es retratada a través de imágenes de distintos suelos, fuentes de agua y especies, siendo las imágenes documentales aéreas una constante en todo el film.

     En el segundo momento, el relato se acelera y violenta con el advenimiento del hombre y el énfasis en la situación crítica actual, mediante imágenes de la deforestación, relatos sobre los problemas de alimentación y la escasez de agua potable; la crisis de sobre-explotación de canteras y la escasez de energía, y/o electricidad. Las imágenes de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Tokio, y Dubai, en particular, se suceden con el objetivo de  ejemplificar la mala gestión y despilfarro de la energía, del agua y los alimentos; y el problema del retraimiento de glaciares y pantanos.

     Por último, el documental retoma un ritmo más calmo pero no menos contundente con placas de cifras que ponen al desnudo la crisis ecológica y que llama al cambio del comportamiento humano.

     Más allá del claro fin persuasivo, es posible advertir cierto predominio en la  película del deseo de registrar, preservar, mostrar al planeta tierra en su conjunto. Esa función retórica, correspondiente a la primer modalidad discursiva del documental planteada por Renov (2010), se evidencia por intermedio de los sucesivos planos cenitales posibles sólo desde la perspectiva única -desde arriba- que ofrece el transporte aéreo y las cámaras Cineflex. Esta se tensiona con los destellos de las modalidades persuasiva y expresiva, al sucederse imágenes y sonidos imponentes, que anuncian el apocalipsis, pero que sin embargo, son profundamente bellos en su composición fotográfica y musical de género clásico. Hacia el final, la seguidilla de paisajes de diferentes países encuentra sentido en el relato de la voz en off que dice:

Es el momento de ir al encuentro del uno con el otro porque lo importante no es lo que hemos perdido sino lo que nos queda. Nos queda la mitad de los bosques del mundo, miles de ríos, de lagos y de glaciares, miles de especies que aún están llenas de vida. Sabemos muy bien que hoy en día hay soluciones. Todos tenemos el poder de cambiar.

    En cuanto a Vienen por el oro, vienen por todo, es claro el discurso antiimperialista cada vez más opositor respecto a la actividad minera en términos de eficiencia y crecimiento económico del país (“mirada standard”). En este sentido, resulta curioso ver cómo a partir de la protesta con argumentos anticolonialistas, el emprendimiento va adoptando el discurso propio del desarrollo sustentable, queriendo garantizar el ejercicio de algunos controles mediante estudios de impacto ambiental, y sobre los procedimientos en la extracción de los minerales (“discurso de la modernización ecológica”).

      También podemos observar que frente al discurso antiimperialista que opta por el No a la Mina, las estrategias de los argumentos neodesarrollistas, apuntan a las consignas como «El Sí es trabajo» y a la organización de eventos populares a favor del Sí. Otra cuestión importante que la diferencia de Home es la de los relatos de expertos locales a favor y en contra del emprendimiento y de funcionarios públicos locales y no locales justificando su apoyo, así como la presencia de audios e imágenes de la repercusión mediática del caso en los noticieros televisivos y radiales.

     Por todas esas razones, si bien es notoria la postura de los realizadores en favor de la lucha llevada adelante por la asamblea, el documental ofrece otras posturas en torno a la controversia que pueden derivar en una pregunta central para el público: ¿cuál es el lugar que elegiría ocupar si estuviera dentro del conflicto? De esta forma, el film concluye con una advertencia de la voz en off: «Argentina ocupa el sexto lugar en el ranking mundial por su potencial en producción minera. Pueden venir por el oro y pueden venir por todo».

 

Reflexiones finales

Analizar comparativamente los entramados de imágenes y discursos presentes en los inicios de los festivales de cine ambiental realizados en Buenos Aires, supuso el análisis comparativo de los documentales en el mismo marco de exhibición. La idea consistió en incorporar los análisis audiovisuales a la práctica de investigación sociológica sin caer en un determinismo de las imágenes, con la excusa de estar transitando sociedades del espectáculo (Debord, 1999) signadas por una cultura híper-visual.

     Con respecto a este último aspecto, un análisis de imágenes ambientales que excluya aspectos centrales tales como la identificación de actores sociales (o constelaciones de los mismos), constructores de discursos situados en determinado contexto socio-histórico; o la elucidación de los marcos de tematización (tópicos ambientales en nuestro caso) que hacen a la producción de discursividades, es tan poco viable como pretender comprender un fenómeno sólo por las imágenes entendidas en términos absolutos; es decir, sin anclaje en la experiencia social.

     Incurrir en esos errores nos haría perder de vista conclusiones como las siguientes: Si bien el GreenFilmFest es una iniciativa lucrativa de una empresa dedicada a generar producciones culturales, apoyada por empresas, organismos gubernamentales bajo el sello «Ciudad Verde», así como por el auspicio de una ONG de alto impacto publicitario, el FINCA nace de la trayectoria de una organización sin fines de lucro para promocionar los derechos humanos a través de recursos audiovisuales con un marcado apoyo de órganos gubernamentales de diferentes jurisdicciones.

     De esa forma, habrá quienes puedan sospechar también que la creación de estos espacios, no son otra cosa que un nuevo eufemismo por parte de actores poderosos para maquillar sus estrategias y así mantener el statu quo o abrir camino hacia una economía verde («cambiar para no cambiar nada»).

     Más allá de estas cuestiones sumamente importantes, es interesante notar el amplio predominio de documentales como característica común a estos festivales y como código inicial para con el público. El interés por observar tópicos ambientales en los festivales de cine (intentando identificar las lógicas de su despliegue), nos abre el interrogante particular sobre si es posible considerarlos como espacios instituidos de circulación de diferentes discursividades en imagen y sonido. Lo cierto es que esos eventos operan como verdaderos espacios retóricos y estéticos atravesados por la oposición entre la lógica del arte y la lógica de la información compartida socialmente.

     Sucede que el cine documental flirtea tanto con el mundo de la información como con las estéticas diseñadas en la experiencia social. Y en ese sentido, tal vez nos ayuden unas palabras de Comolli que al respecto dice: “el mundo de los poderes no es transparente a pesar de lo que se dice, y no hay poder que no trate de controlar las imágenes y los sonidos (la publicidad institucional). Pero también quiere decir que no se puede mostrar todo el mundo real, y menos filmarlo. La publicidad que se hace del reino de la transparencia es en realidad la del reino de la publicidad” (2009: 93).

     Para finalizar, podríamos pensar que los festivales de cine documental ambiental se salen de la lógica del espectáculo hasta cierto punto y salvo algunas excepciones. Allí circulan distintas formas de “ambientalización” (Lopes, 2004) de la experiencia social, al tiempo que se pueden registrar diferentes puntos de vista -que a menudo se despliegan en disputas por el significado de la “naturaleza”, el “medio ambiente”, los “recursos naturales”, el “ambiente sano”, el “desarrollo sustentable”-; y donde es posible encontrar referencias a las posturas tendientes al cambio o al statu quo de los espacios político-institucionales y de la legislación ambiental. En suma, el cine documental a través de eventos en formato de festival, puede ser una especie de sismógrafo capaz de revelar las tensiones, consumos y conflictos de poder en nuestras sociedades.

 

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Notas


[1] Según Dipaola (2011), el neologismo “imaginal” viene a dar cuenta de la indiscernibilidad entre la experiencia social y la expresión de las imágenes en las sociedades contemporáneas. En ese sentido, no existe vínculo social alguno por fuera de la producción de imágenes en tanto la imagen es constitutiva y constituyente de las relaciones sociales contemporáneas.

[2] Según Merlinsky (2013), la cuestión ambiental en Argentina no surgió a partir de cambios provenientes desde el ámbito de la política pública, ni de la política internacional tendiente a la imposición del paradigma del desarrollo sustentable, la modernización ecológica y la economía verde, sino que fueron y son los conflictos ambientales en diferentes puntos del país (como el caso «No a la mina» en Esquel, el de las papeleras en Gualeguaychú, y el caso del Riachuelo), los que «han ido generando las condiciones para la construcción de un ámbito público de deliberación sobre la cuestión ambiental». (p. 36).

[3] Que excede a este artículo, pero que trabajo en el marco de mi tesis doctoral.

[4] No quisiera dejar de mencionar que en el mismo año (2010) se organizó también por primera vez en Buenos Aires el «Ciclo de Cine Ambiental» del Banco Mundial en el Centro Cultural Ciudad Konex, con la proyección de documentales de otros países.Este ciclo tuvo tres nuevas ediciones en la misma ciudad en los años subsiguientes (2011, 2012, 2013), además de una edición 2014 en curso. Asimismo, en el año 2011, Amnistía Internacional organizó en el Centro Cultural Borges un ciclo de cine documental llamado «Extracción de derechos. Ciclo de cine documental: industrias extractivas y derechos humanos en Sudamérica». Allí se proyectaron una multiplicidad de documentales sudamericanos sobre distintas resistencias locales a industrias extractivas. Por último, durante el año 2013, tuve la oportunidad de participar en la organización del ciclo de cine sobre conflictos ambientales en torno al agua y las cuencas llamado «Agua que no has de beber», co-organizado por la cinemateca del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti y el Grupo de Estudios Ambientales, Área de Estudios Urbanos del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, grupo del cual soy miembro. Este último ciclo surgió de la preocupación por recuperar producciones documentales nacionales a partir de mi lectura sobre las dificultades que encuentran estas obras para su exhibición. Por el momento -y sólo en ocasión de este trabajo- los dejaré de lado en el análisis debido a que requieren de un tratamiento detallado y serán parte de un análisis más amplio en el marco de mi tesis doctoral en curso.

[5] Fuente: https://www.facebook.com/FestivalFINCA?fref=ts (fecha de consulta: 21-03-2014)

[6] Entrevista con directora de GreenTara, 05 de febrero de 2013.

[7] Se trata de Food Inc. (2008), No impact man (2009), Climate of change (2010), Big river man (2009) y Milkhing the rhino (2009).

[8] Estas son: Garbage warrior (2007) y The age of stupid (2009).

[9] Se trata de Turtle: the incredible journey (2009).

[10] Llamada Ponyo (2008).

[11] En el 2013 festejaron 15 años de su realización.

[12] Es necesario aclarar que determinadas actividades del FINCA se vieron interrumpidas como consecuencia del fallecimiento del presidente Néstor Kirchner (Octubre del año 2010).

[13] Dos de los cuales son de producción local: Vienen por el oro, vienen por todo (2009) y Crónicas de la Gran Serpiente (2010). El resto pertenecen a otros países como: EEUU con The Garden (2008) y, en co-producción con Camboya, Born Sweet (2010). También Grecia con Life for sale (2010) y Dying in abundance (2008). Alemania con The 4th. revolution (2009) y Eng (2009). Canadá con Chemerical (2009), Les anges dechets (2008) y Becoming (2009). Austria con Plastic Planet (2008). Ecuador con A cielo abierto, derechos minados (2009). Reino Unido con La mina, historia de una montaña sagrada (2009), Laguna negra (2009), y los cortometrajes Do the green thing (2009). Francia con la animación Arrosez les bien! (2008) y también con Home (2009). Italia con Gente de Terra Madre (2009) y La bambina deve prendere aria (2008). Holanda con Meat de truth (2009). Polonia con una animación Angel (2008). Brasil con dos ficciones: Recife frío (2008) y Ecos da Terra (2008). España con otra ficción The end (2009).

[14] Fuente documental: gacetilla de información on-line. Consultada el 1 de junio de 2012. Disponible en: http://www.machpatagonia.com.ar/.

[15] Información recopilada en el marco del festival durante el año 2010.

 

El testimonio en el cortometraje documental argentino de los años sesenta y setenta. Identidades marginadas y nuevas voces

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Por Javier Cossalter

 

Resumen

Los avances tecnológicos de los años sesenta junto con la radicalización política permitieron que la imagen cinematográfica incorporara a un nuevo sujeto, antes marginado. De este modo, el cortometraje documental se perfiló como un vehículo eficaz para desarrollar tal empresa. El objetivo del trabajo consiste en revisar los modos de inclusión de las voces de sectores subalternos en un corpus de cortos documentales argentinos en los años sesenta y setenta, en pos de reflexionar en torno al papel del testimonio en la construcción de identidades marginadas y los diferentes grados de compromiso del film corto con la realidad social.

 

Palabras clave: cortometraje, documental, testimonio, identidades, cine político.

 

Abstract

The technological advances of the sixties joined with the political radicalization allowed the cinematic image incorporating a new subject, previously marginalized. Thus, the short documentary emerged as an effective vehicle for developing this task. The purpose of this paper is to review the ways that the voices of subaltern sectors are included on a corpus of Argentinean short documentaries in the sixties and seventies, in order to think about the role of the testimony in the construction of marginalized identities and the different degrees of short films’ social engagement.

 

Keywords: short-film, documentary, testimony, identity, political cinema.

 

Datos del autor

Javier Cossalter es Licenciado en Artes por la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA). Es becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) y doctorando por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente en la cátedra de Semiología del Programa UBA XXI. Secretario general de la Red de Investigadores sobre Cine Latinoamericano (RICiLa). Integrante del Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine (CIyNE), FFyL, UBA.

 

Fecha de recepción

18 de marzo de 2014

 

Fecha de aceptación

3 de abril de 2014

 

1. Introducción[1]

Si pensamos en las grandes revoluciones dentro del cine, la llegada del sonido fue quizás la más celebrada –dentro de la óptica industrial, claro está. Desde una perspectiva social, los avances tecnológicos que derivaron en el equipamiento liviano, la posibilidad de filmar en exteriores y posteriormente el sonido sincrónico, tuvieron un fuerte impacto. A partir del neorrealismo el cine incorporó un nuevo sujeto a la imagen significante –el marginado–, produciendo nuevos y múltiples significados. Y será la práctica documental aquella que con mayor énfasis pondrá el foco de atención –de forma implícita o explícita, pragmática o reflexivamente– en la situación comunicativa entre un “yo-autor” y un otro que, ahora, posee cuerpo y voz. Entonces, testimonio y práctica documental parecieran encontrarse y perfilar conjuntamente nuevos rumbos. Los bajos costos y la marginalidad –tanto del sujeto representado como del contexto de representación– que desembocarán en un contenido y un objetivo político cada vez más radicalizado, dispondrán de otro aliado: el cortometraje.

En Argentina se puede observar, a partir de finales de los años cincuenta, una profusión de cortometrajes de carácter alternativo: es decir, films producidos y generalmente exhibidos por fuera de los canales tradicionales, industriales e institucionales. Dentro de este conjunto amplio y heterogéneo de cortos que claramente podemos caracterizar como “modernos”, se encuentran los documentales de impronta social. Y si bien la voz narrativa en over es un elemento del pasado imagen 1que todavía denota vigencia y efectividad, aparece un recurso novedoso en una fase de experimentación: la incorporación de los testimonios. Como señala Gustavo Aprea –en relación a otro período pero con total pertinencia para nuestro tema–: “[Estos] se presentan como un punto crítico en la construcción de identidades y la expresión de subjetividades en la esfera pública a partir de una puesta en escena en la que se busca transmitir las experiencias individuales y relacionarlas con posturas colectivas” (2012: 130).[2]

En este sentido, el propósito del presente trabajo consiste en realizar un análisis textual de un corpus amplio de cortometrajes documentales argentinos entre finales de la década del cincuenta y mediados de los años setenta, en pos de revisar los modos de inclusión de las voces de sectores subalternos.[3] Planteamos de este modo que los testimonios se constituyeron en el principal motor y sustento del rescate y valorización de identidades regionales y marginadas plasmadas por el cortometraje de este período, cuyo compromiso con la realidad social varió desde el mero registro hasta la denuncia explícita.

A través del estudio de la relación del testimonio con la voz narradora, el vínculo con la cámara y la estructura narrativa, la posición en la argumentación del film y el tipo de identidad que construye, emprenderemos el acercamiento hacia los cortos propuestos. La multiplicidad de estrategias de manipulación de los testimonios y el eclecticismo de modalidades de registro documental junto con los distintos grados de reflexión sobre la realidad social, nos brindarán las claves de especificidad de cierto corto documental que tuvo su apogeo en los últimos años de la década del sesenta pero que, como bien señala Mariano Mestman: “Incluso antes de la irrupción del denominado cine militante a fines de la misma, varios documentales que se mueven entre lo antropológico-etnográfico y lo sociológico-político incorporan esas voces” (2010). Nuevas voces contenidas en formas expresivas singulares que merecen su debida atención.

 

2. El testimonio en el cine documental

¿En qué consisten los testimonios? Según Gustavo Aprea, estos son “(…) situaciones de tipo dialogal (…) las palabras de los testigos son expresadas en el espacio público y se dirigen de manera explícita a un audiencia (la sociedad, la posteridad, la justicia, etc.) que varía en función del tipo de práctica social en la que se encuentran insertas” (2012: 125). Es decir que, el testimonio está conformado por la articulación de tres componentes: el testigo, aquel que recoge el testimonio y el destinatario. En la práctica audiovisual, este presenta algunas particularidades. El autor expresa que por un lado, el testimoniante –para constituirse como tal– debe probar la veracidad de su voz y la validez de la experiencia pronunciada. En segundo lugar, la tarea de recopilar los testimonios y darlos a conocer implica una serie de acciones y perspectivas: escoger a los entrevistados bajo algún criterio específico; formular preguntas puntuales; seleccionar los fragmentos pertinentes. Luego, resta por determinar la configuración y posición que el testimonio recibirá en el seno del relato audiovisual –ya sea como narración, argumentación, diálogo, etc.– y su vinculación con la estructura general (Aprea, 2012: 129). Por último, especial atención debe prestarse a la relación de empatía que se establece entre las tres partes señaladas, y cuyo análisis mostrará en cierta forma los usos y efectos del testimonio en el cine. Continuemos entonces con un breve repaso histórico sobre el testimonio cinematográfico.

Como expresamos al comienzo de este trabajo, las posibilidades de registrar la palabra del otro se concretizaron a partir de innovaciones tecnológicas a finales de los años cincuenta. Dos movimientos cinematográficos simultáneos utilizaron estas nuevas disposiciones técnicas a partir de fundamentos diversos, planteando diferentes aproximaciones hacia la realidad –y en este sentido, en torno a esas otras voces: el direct cinema norteamericano y el cinéma vérité francés. El primero –que le permite a Bill Nichols (1997) hablar de una modalidad observacional en el documental– se apoya en el equipamiento liviano, la película de mayor sensibilidad y el sonido sincrónico para registrar la realidad sin intervenir en ella. Y en relación a aquello que nos compete, Antonio Weinrichter señala que: “El sonido directo y el montaje en tomas largas favorecen una impresión de continuidad espacio-temporal. Se filma al sujeto con respeto, limitándose a seguirle en vez de imponerle una actividad (…) se registra su realidad cotidiana y concreta” (2004: 39). Es decir, estamos frente a un registro de personas que hablan, pero sin intervención. En cambio, en el cinéma vérité de Jean Rouch y Edgar Morin como máximos exponentes –que desemboca en la conceptualización de una modalidad participativa o interactiva en términos de Nichols– la ausencia del documentalista se transforma en participación concreta. Este no se contenta con registrar una situación de tensión, sino que la provoca. En referencia a nuestro objeto de estudio, el propio Nichols expresa que “el documental interactivo hace hincapié en las imágenes de testimonio o intercambio verbal y en las imágenes de demostración (imágenes que demuestran la validez o quizá lo discutible, de lo que afirman los testigos). La autoridad textual se desplaza hacia los actores sociales reclutados” (1997: 79). Aquí la cámara no contempla a personajes que sólo hablan entre ellos, sino que los interpela. Por otra parte, resultan interesantes las distintas formas en las que puede manifestarse esta palabra buscada y situada, que exceden el breve recorrido histórico: la entrevista, en la cual se advierte una distribución desigual del poder; la conversación, con temas no definidos y un desarrollo aparentemente no predeterminado; la entrevista encubierta, donde el entrevistado no se dirige al realizador –que se encuentra fuera de cuadro– sino al espectador. Esta última recibe también la denominación de “pseudomonólogo”. Retomando entonces, y más allá de las cuestiones éticas que se plantean en relación a los límites en la participación del testigo y la manipulación de sus palabras –tópico que no abordaremos en este artículo–, es evidente que, como expresa Lorena Moriconi: “la bienvenida a la palabra hablada y situada y sobre todo al testimonio, en lo que este aporta de implicación personal, hace justicia a una suerte de oxigenación del documental mediante la inclusión de las entonces percibidas como audaces cuotas de subjetividad” (2012). Y es esta subjetividad justamente la que constituye al testimonio como tal.

En Latinoamérica, y en el marco de una fuerte politización de la cultura durante las décadas del sesenta y setenta, el testimonio ocupó un lugar preponderante en el denominado Nuevo Cine Latinoamericano –así como también en el ámbito de la literatura y el periodismo, entre otras disciplinas. De este modo, en relación a los diferentes grupos de cine político, Mariano Mestmanimagen 5 advierte que –en un contacto directo con el campo literario– “(…) esos grupos también recuperaron el testimonio en tanto expresión de una comunidad o colectivo que se pensaba incorporado a la autoría de las obras, donde el cineasta se postulaba como facilitador de la voz popular” (2013: 181). En Argentina, esta práctica de inclusión del testimonio comenzó con la Escuela Documental de Santa Fe fundada por Fernando Birri a mediados de los cincuenta y se extendió a lo largo de los años siguientes en los documentales de carácter social y político-militante de diversas escuelas de cine (pertenecientes a la Universidad Nacional de Córdoba, La Plata y Tucumán, entre otras) y grupos de cine como Cine Liberación, Realizadores de Mayo y Cine de la Base.

Para finalizar, haremos una sucinta mención a los usos del testimonio en el cine documental. Si bien todo testimonio es un relato en pasado –puesto que proviene de “un testigo privilegiado que ha estado allí” (Weinrichter, 2004: 43-44) – la inclusión de esta voz en un texto fílmico responde a una necesidad presente al momento de su articulación, que puede anclarse en una comprensión profunda del pasado, pero puede asimismo procurar una interpretación del presente inmediato o con miras a una transformación de la realidad social, próxima y cercana. En este sentido, es el contexto espacio-temporal en el que se sitúa el testimonio audiovisual el que marcará fuertemente la relación particular entre la palabra del testigo y quien las recoge, provocando efectos diversos en el destinatario. Por ejemplo, el cine etnográfico de los años sesenta tomaba la palabra del otro con el objetivo de describir y comunicar otras formas de vida, llegando incluso a incluir la participación en el film del sujeto que testimoniaba como una forma de “encuentro cultural” (Ardevol, 2006: 106). Por otro lado, en el cine argentino y latinoamericano de los años sesenta y setenta, el acento estaba puesto en la realidad presente; en la lucha por la liberación e independencia del dominio imperialista. La utilización del testimonio –aunque este saque a la luz situaciones del pasado– generalmente estaba en función de un cine de concientización y acción. En cambio, en documentales acerca del pasado reciente el testimonio, atravesado por la memoria, se encuentra inserto en el marco de una reconstrucción –más o menos reflexiva– sobre ese pasado traumático (Aprea, 2012).

 

3. El testimonio en el cortometraje documental argentino en los años sesenta y setenta

 

3.1 El testimonio entre otras voces. Un juego de presencias, apariencias y silencios

En el corpus escogido podemos distinguir tres formas particulares de presentación de los testimonios –para nada taxativas y esencialistas– en relación a la presencia “en voz y en imagen”. Estas son: 1) el testimonio como emanación del propio testimoniante frente a cámara –en algunos casos, con sonido sincrónico–; 2) el testimonio en over; 3) el testimonio-narración mediado por una voz personalizada. Asimismo, podríamos mencionar que en algunos casos la dialéctica entre el testimonio y la voz narradora impersonal toma un protagonismo singular –si bien podemos encontrar esta alternancia con diferentes gradientes en las otras modalidades.

En cuanto a la primera categoría, tomamos cuatro ejemplos: en Hachero nomás (Jorge Goldemberg y otros, 1966)[4] hay una voz narradora esporádica –una vez al comienzo y otra al final– pero el modo de inclusión del testimonio es primordialmente frente a cámara, encarnado en la imagen del propio cuerpo del testimoniante. El corto relata cómo la empresa Forestal Argentina S.A. explotó al máximo las tierras en la provincia de Santa Fe entre 1948 y 1963 y una vez que agotó las reservas desmanteló las fábricas. Desaparecidas las fuentes de trabajo, la mitad de la población debió emigrar. Aquellos que se quedaron no disponían más que de su hacha. El hachero toma la palabra y frente a cámara denuncia la falta de pago y expresa su desdicha: “Trabajo que no le deseo a nadie”; “Yo no tengo nada, el rancho y los hijos”. Podemos observar entonces testimonios de diferentes hacheros que en su rancho y capturados a partir de un plano medio, cuentan las penurias del oficio y la falta total de apoyo. Del mismo modo, Pescadores (Dolly Pussi, 1968)[5] atiende a las condiciones de vida de los pescadores de las zonas costeras de la imagen 2provincia de Santa Fe, a través de diferentes testimonios, en su mayoría frente a cámara. Al igual que en el corto anterior, en este caso los pescadores en su ambiente real de vida y de trabajo denuncian las condiciones primitivas de explotación del pescado –el pescador carece de herramientas de pesca y embarcaciones apropiadas. Por otra parte, es interesante la experimentación en relación al testimonio en la escena de “conversación libre” donde dos pescadores son tomados por la cámara discutiendo acerca de las condiciones de vida en otras zonas de la provincia. El corto también recoge testimonios frente a cámara de especialistas y acopiadores, realizando un enfrentamiento de posturas y dejando en claro la importancia de las voces en presencia. Tanto en Cine testimonio Nº1: Sección Obras (Nemesio Juárez, 1973)[6] como en Me matan si no trabajo y si trabajo me matan: la huelga obrera en la fábrica INSUD (Cine de la base, 1974)[7] hay una particularidad novedosa: el sonido es sincrónico. En el primero, los testimonios de los obreros frente a cámara en las zonas de construcción relatan los logros de la autogestión en la sección obras de SEGBA, es decir, los cambios a partir del advenimiento del gobierno popular. En el segundo, los obreros de la fábrica INSUD son tomados por la cámara en una especie de olla popular donde testimonian –a modo de una disertación con moderador– acerca de las condiciones de salubridad de la fábrica, los problemas individuales y la situación de los compañeros de zonas vecinas. Como hipótesis anticipatoria –puesto que lo trabajaremos luego– podríamos decir que estos cortos proponen una acción directa y explícita, ya sea de denuncia o propaganda.

En segundo término, agrupamos a los cortos en las cuales los testimonios son vehiculizados a través de la voz en over del testimoniante, que puede o no aparecer en cuadro en determinados momentos, pero cuyas palabras provienen de un espacio indeterminado, incluso más allá del fuera de campo. Feria Franca (Hercilia Marino, 1961)[8] está abocado a la observación de los distintos puestos que integran la Feria Franca –en la provincia de Santa Fe–, bajo la guía conductora de una voz en over femenina que se presenta como pasajera frecuente y conocedora del lugar. Nuestra protagonista nos entrega pequeños datos acerca de la florista, el carnicero, el chanchero, el pastelero, el churrero, la mercera, entre otros; describe los mecanismos de la feria y plantea una leve crítica social. Por ejemplo, en Chucalezna (Jorge Prelorán, 1968)[9] la voz no es el recurso central del corto que registra la vida de este pueblo ubicado en la Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy. Hasta promediar el film, la cámara observa las acciones cotidianas de los habitantes del pueblo. Sin embargo, resulta interesante el modo de inclusión de la palabra y su fuente: en el colegio, niños y niñas pintan los paisajes de su tierra, y mientras la cámara nos muestra las imágenes artísticas, escuchamos a modo de conversación libre las propias voces de los protagonistas intercambiando opiniones. Luego sí, una voz adulta,[10] repone información mitológica que aglutina el arte con las costumbres regionales. Por el contrario, En busca de San la Muerte (Jorge Ott y Mariano Molina y Vedia, 1972)[11] intercala constantemente voces femeninas y masculinas, todas en over. La voz principal es la de Candelaria Gómez, mujer del Chacho que describe las penurias que soporta su familia: la partida de su marido en busca de trabajo y la enfermedad de su hija. “En Buenos Aires el que trabaja no le falta su casa”; “Antes andábamos bien”; “Después sólo changuitas”, son algunas de las frases que expone el personaje. En su viaje hacia Corrientes en búsqueda de San la Muerte para que cure a su hija, el film nos ofrece el testimonio de diferentes lugareños que aportan datos en relación a este culto ampliamente difundido en la región.

En tercer lugar, ubicamos a los cortos donde los testimonios –como en la categoría anterior– se reproducen en over, pero de tal forma que parecieran reemplazar al tradicional comentario narrativo, en este caso bajo la forma de una voz personalizada, y cuya fuente corporal –el testimoniante– está ausente del cuadro en todo momento. Como expresa Elisenda Ardevol a propósito de esta modalidad trabajada por Jean Rouch: “No es la voz impersonal de un narrador, sino de un sujeto implicado en la historia que narra, ya sea el propio cineasta, ya sea el propio sujeto filmado” (2006: 87). Es decir que las palabras de los implicados se desarrollan de modo fluido como testimonios-narradores. En Reportaje a un vagón (Jorge Goldenberg, 1963)[12] quien tiene la palabra a lo largo del viaje en tren es una mujer cuya familia debe regresar al campo, por problemas laborales. Ella no aparece en cuadro o por lo menos no podemos asignar claramente su voz a ninguno de los cuerpos marcados en la imagen. Por este motivo es que diferenciamos este testimonio en over de los anteriores –que, de otro modo, podrían ser similares. La crítica social también se hace presente: “De vuelta en Santiago. Vaya a saber uno si es para mejor o para peor”.

 

3.2 El testimonio y la enunciación. La cámara observadora, cómplice o expeditiva

Así como clasificamos a los cortos según el modo de inscripción del testimonio, podemos ensayar algo similar en cuanto a la relación de este con la cámara: ¿Qué imágenes nos devuelve la instancia enunciativa en el instante de irrupción de las voces marginales? Tres modalidades particulares y disímiles –que podrían disparar objetivos también diferentes– son reconocibles en el corpus. En primer lugar colocamos a los cortometrajes cuyos testimonios son mostrados –durante gran parte del tiempo narrativo– en cámara. Es decir que, palabra e imagen remiten al mismo objeto –sujeto–: el testimoniante en cuerpo y voz en el acto mismo de testimoniar. Acerca de esta categoría, insistimos que la presencia del testimoniante en imagen refuerza el vínculo inmediato y efectivo que se constituye entre el enunciador y el enunciatario, y que en la mayoría de los ejemplos se corresponde con un objetivo claro y concreto de denuncia explícita.

En segundo lugar se encuentran los cortos en donde las imágenes ilustran aquello que el sujeto testimonia. Ceramiqueros de Traslasierra (Raymundo Gleyzer, 1965) está centrado en una comunidad de alfareros ubicada en el norte de nuestro país. El corto está enfocado en el personaje de Alsira López, y sus testimonios –producto de las preguntas de la entrevistadora que se mantiene fuera de campo– junto con una voz en over narradora esporádica que repone información al espectador, estructuran el film. Las preguntas de la periodista y las respuestas de Alsira acerca de las especificidades y el desarrollo de la alfarería se reflejan en las imágenes de los propios lugareños realizando dichas acciones, paso por paso. Podríamos ubicar aquí también a Feria Franca, puesto que al tiempo que la protagonista realiza su descripción de la feria y de los puesteros habituales, vemos en imágenes aquello que el relato oral pronuncia. Por lo dicho entonces, podríamos plantear que esta categoría se asocia claramente a un tipo de registro descriptivo que tendrá ciertas implicancias a la hora de establecer los objetivos perseguidos.

Por último, reconocemos un tercer grupo de cortos en las cuales la cámara, de forma autónoma, instala imágenes independientes de los testimonios pronunciados. En Reportaje a un vagón, mientras la mujer testimoniante relata su historia y la de su familia –con hechos puntuales del pasado y recorridos presentes– la cámara alterna encuadres cerrados dentro del vagón –reparando en los rostros de los pasajeros y sus gesticulaciones– y vistas hacia el exterior, a través de la ventana. De modo similar se desarrolla Puerto Piojo (Rodolfo Freire y Luis Cazes, 1965)[13]. Aquí, el relato se nuclea en torno al abandono del Puerto Piojo, al sur de la provincia de Santa Fe, y es la voz en over que nos informa acerca de los problemas políticos que causaron la desaparición del puerto. Sin embargo, el film luego continuará de la mano del imagen 4testimonio de un trabajador del puerto que relata en su mayoría hechos del pasado en relación a su trabajo en el puerto. Ahora bien, la cámara nos devela imágenes actuales de diferente naturaleza: fotos fijas a modo de postales del lugar; primeros planos del rostro pensativo del sujeto principal e imágenes de trabajo y vida cotidiana. En Muerte y pueblo (Nemesio Juárez, 1969)[14] –abocado al tema de la pobreza, el desempleo y la muerte en un pueblo de Santiago del Estero– las imágenes no sólo son independientes de las palabras de aquellos que testimonian –travelling que recorren las acciones cotidianas de los habitantes del pueblo, el trabajo infantil y las reuniones familiares– sino que la cámara se comporta de forma autónoma y expeditiva a lo largo de todo el cortometraje, realizando movimientos poco usuales, generando encuadres pronunciados sobre los rostros de los niños y de los ancianos. Esta disociación de imagen y palabra analizada en esta categoría revela una veta expresiva, poética y experimental, que no por ello deriva en el abandono de un objetivo de crítica social.

Como coda de esta sección debemos destacar que en todos los ejemplos analizados el testimonio y la emanación o evocación visual correspondiente, están insertos en el ambiente cotidiano del sujeto, ya sea su vivienda o su lugar de trabajo. La situación de testimonio siempre es articulada desde el espacio geográfico hacia –y desde– el cual remite. En palabras de Mariano Mestman: “la apuesta sesentista de ‘dar la voz al pueblo’ o de la ‘toma de la palabra’ (asociada al 68), encuentra su expresión más aparentemente genuina en este tipo de films donde escuchamos el testimonio de sus protagonistas emitido por ellos mismos y en los ambientes en que los conflictos se debaten o desarrollan (2010).

 

3.3 Notas sobre la estructura narrativa en el corto documental argentino del período

Como hemos mencionado anteriormente, el cortometraje de carácter social y político está inmerso en un contexto más amplio de innovación y renovación del cine local y mundial –la modernidad cinematográfica. Si bien la aparición del testimonio es uno de los recursos novedosos, la libertad estética y económica de la práctica del cortometraje ha permitido que, a pesar de –o, además de– la creciente radicalización política del medio, se experimente fuertemente dentro de la estructura del relato, generando diferentes niveles de autoconciencia enunciativa. Asimismo, el eclecticismo en relación a los procedimientos utilizados marca esta tendencia de heterogeneidad que observamos desde un principio en el corpus de cortos escogido, y genera a su vez ciertos interrogantes en relación a la posibilidad de ubicar a nuestro objeto de estudio dentro alguno de los modos tradicionales del documental. Repasemos en primera instancia aquellos elementos narrativos que suscitan reflexión. Por ejemplo, Puerto Piojo incorpora recortes periodísticos sobre la desaparición del puerto. Hachero nomás va un poco más allá e intercala imágenes de archivo, documentos y fotografías sobre la época de la Forestal, junto con los testimonios. En Ceramiqueros de Traslasierra el grado de autorreflexión narrativa es aún mayor por tres motivos: la aparición de intertítulos presentando a los personajes; la voz de la periodista que habla sobre la película que están filmando –“Alsira, ¿ud. cree que con esta película van a poder ayudarla?”–; y una foto fija al final del corto, con el equipo de rodaje junto a nuestra protagonista. En Pescadores, lo más interesante resulta la inclusión de una canción cuya letra dispone de un sentido crítico agudo, rompiendo la transparencia narrativa y acompañando y complementando el objetivo de denuncia que transporta el testimonio. Muerte y pueblo, al igual que Ceramiqueros…, presenta una estructura narrativa con un grado avanzado y arriesgado de autoconciencia: intertítulos con letra blanca sobre fondo negro –“Santiago del Estero. De Febrero a Noviembre de cada año parten a buscar trabajo en otras provincias alrededor de 200.000 Santiagueños”–, junto con imágenes fijas, repetición de imágenes y congelamiento, sumado a la voz en over poética y la autonomía de la cámara ya mencionados con anterioridad, conforman un relato sumamente renovador y efectivo. Cine testimonio Nº1: Sección Obras presenta como rasgo distintivo y autoconsciente la presencia de intertítulos –“autogestión”; “organización”; “responsabilidad”, etc.–, en letras blancos sobre fondo negro, pero en este caso variando el tamaño y la disposición de los mismos, en pos de generar un shock en el receptor. Por último, Swift (Raymundo Gleyzer, 1971)[15] articula imágenes de archivo, fotografías y recortes periodísticos sobre la detención del cónsul inglés y gerente del frigorífico Swift de Rosario y sobre las relaciones imperialistas de los dirigentes nacionales, sumado a otro elemento innovador: la presencia del graffiti sobre la pared dando a conocer y estampando en la imagen la procedencia enunciativa del film: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

En este sentido, la multiplicidad de estrategias narrativas que reconocemos en el corpus de cortos documentales socio-políticos deriva inevitablemente en un reparo sobre las modalidades del documental analizadas por Bill Nichols y otros teóricos. Algunos de los ejemplos nos permitirían afirmar que estamos frente a un modelo expositivo que mediante una voz en over exterior se dirige al espectador de un modo persuasivo, y en donde “las entrevistas, si las hay, se subordinan a la argumentación, al igual que las imágenes sirven para ilustrarla” (Weinrichter, 2004: 36-37). Sin embargo, son claras las cualidades propias del cine directo en muchos otros casos: la observación de nuevas realidades, la aproximación a sujetos antes marginados en sus ambientes cotidianos, la captación de voces subjetivas. ¿Y el modelo participativo? La interacción entre el realizador y el sujeto filmado nunca se dará de manera explícita como en el cinéma vérité pero, ¿estamos seguros que los argumentos de los testimoniantes son claramente utilizados en tanto apoyo a un discurso objetivo? En Ceramiqueros de Traslasierra, ¿descartamos por completo la participación de Alsira en la revisión del film? Más allá de haber participado o no, ¿sus palabras no poseen una fuerte presencia textual? ¿Qué nos indica la inclusión de la fotografía del equipo de rodaje? Por último, la utilización del montaje y del material de archivo termina por desbaratar cualquier categorización precisa y efectiva. Por tal motivo, “ni la observación ni la encuesta por sí mismas, ni la ambigüedad de un cine no controlado, ni la sobriedad o la objetividad podían ser ya valores suficientes ni pertinentes para abordar la realidad cuando se trataba, al mismo tiempo, de intervenir sobre ella” (Mestman, 2010). Sea este el objetivo principal o no –rumbo que analizaremos luego– queda claro que el eclecticismo estético del corto documental del período sumado a una perspectiva política concreta, imposibilita una clasificación global dentro de un modelo definido de documental.

 

4. Fundamento o sumisión. La posición del testimonio en el seno del texto fílmico

La pregunta que orienta este apartado y que toma como base la discusión previa acerca de las modalidades del documental es la siguiente: ¿la autoridad textual del film reside en los testimonios o estos simplemente apoyan la argumentación del realizador encarnada en el comentario narrativo o la estructura enunciativa general? Las definiciones de Nichols son claras: “una dinámica participativa es aquella que va más allá del uso de material de entrevista en un texto expositivo. El comentario hecho por un realizador o en nombre de este subordina claramente las entrevistas a la propia argumentación de la película” (1991: 85). Las diferencias entre el modelo participativo y el modelo expositivo, y la preeminencia del control por parte del realizador en los cortos analizados, nos llevarían a optar por la segunda premisa de nuestro interrogante. Sin embargo, la lectura atenta del texto fílmico y su puesta en relación con el corpus general pueden complejizar el asunto.

Si bien los cortos que presentan una voz en over narradora intercalada con los testimonios estarían más cerca de un modelo expositivo, cabe destacar una distinción singular: el testimoniante y su decir son el verdadero objeto-sujeto del film. Es decir que, si el objetivo primordial es el rescate de las voces subalternas –con diferentes matices que repasaremos a continuación–, que los testimonios apoyen a una estructura enunciativa que está en función de estos testimonios no les quita por completo su carácter de autoridad del film –como sí puede corroborarse en los casos en que los testimonios son utilizados con fines parcialmente ajenos a los testimoniantes. Entonces, aunque los sujetos que prestan testimonio no controlen el marco en el que se insertan, sus palabras son dispuestas y presentadas –en teoría– para su beneficio. Por ejemplo, en Me matan si no trabajo y si trabajo me matan… hay una voz en over narradora que presenta el tema; empero, a partir de los testimonios los obreros víctimas del saturnismo son quienes a través de la cámara –o por medio de esta– expresan su situación, denuncian y organizan la lucha.

De esta forma, y a partir de los textos mismos, podemos apreciar que los testimoniantes no son ni co-autores explícitos del film, ni sus testimonios son meras pruebas empíricas de una voz otra, externa y omnipotente. Ni exposición ni participación, el corto documental argentino del período toma el testimonio de voces marginadas como estandarte de lucha para y por dichos sujetos segregados.

 

5. Objetos y objetivos. La construcción de identidades y sus implicancias políticas

A lo largo del trabajo hemos podido identificar algunos objetivos de carácter político en estrecho vínculo con el testimonio y especialmente con la forma que este adquiere para su presentación. Nuevamente sin una intencionalidad taxativa ni determinante, observamos que aquellos cortometrajes cuyos testimonios aparecen mayormente frente a cámara, suelen orientar su compromiso social hacia una crítica y denuncia marcada o explícita –pero con matices internos al subgrupo. Se genera de este modo un contacto directo con el receptor.[16] Hachero nomás se levanta contra La Forestal S.A., y los hacheros frente a cámara denuncian la falta de pagos y expresan una clara crítica hacia el sistema, describiendo las condiciones de vida en las que están inmersos. En Pescadores sucede algo similar, pero con otro oficio. Los testimonios de estos actores sociales llevan adelante la crítica que reconstruye la situación de pobreza y miseria a la cual es sometido el pescador en la provincia de Santa Fe. En Me matan si no trabajo y si trabajo me matan…, los testimonios de los obreros no sólo denuncian el saturnismo de la fábrica INSUD –mediante el relato de las experiencias individuales y las reacciones adversas de los dirigentes y empresarios– sino que a su vez son ellos mismos quienes convocan a la concientización, la unión y la acción inmediata.

En cambio, aquellos cortos donde la voz testimoniante se reproduce en over sobre imágenes que ilustran esas palabras, presentan un objetivo social diferente: registrar la vida de un sujeto o una comunidad marginada y revalorizarla, ponerla al descubierto. Este es el caso por ejemplo de Ceramiqueros de Traslasierra. A través del testimonio de Alsira se pone a la vista el funcionamiento total y detallado de dicha comunidad de alfareros. Además de reivindicar su labor, aquí sí se desliza una leve crítica hacia quienes deberían ayudarlos y no lo hacen. La crítica también está presente en Feria Franca. Allí se muestra a los niños descalzos comiendo las sobras y se hace alusión a ferias de distintos barrios de la ciudad, ampliando aquella situación de marginación y precariedad hacia otros espacios de la provincia. Sin embargo, el dar visibilidad y conocimiento a esta comunidad marginada es el gran hallazgo del film.

En un tercer grupo podríamos ubicar a los films donde el testimonio expresivo es independiente de las imágenes, y que de forma conjunta determinan un objetivo que se reconoce como social y político pero englobado en un marco de subjetividad exacerbada y poeticidad. Puerto Piojo y Muerte y pueblo critican mediante sus testimonios la situación actual de sus implicados –en el primer caso, un trabajador del puerto que debe subsistir luego de la desaparición del mismo; en el segundo, la familia Ayunta, que vive la miseria y la falta de trabajo en Santiago del Estero– pero rodeado de imágenes que suscitan una reflexión interior, inconsciente y estética, con postales ambientales, perturbaciones sonoras y encuadres subjetivos.

Entonces, denuncia explícita, concientización, crítica, registro y revalorización son los objetivos socio-políticos que proponen los cortos del corpus seleccionado y que operan a través del testimonio como recurso central. Sin embargo, a pesar de encontrar diferentes gradaciones en el compromiso con la realidad social, la totalidad de los textos fílmicos apunta hacia un mismo objeto: la identidad de sujetos marginados. Ahora bien, esta identidad no es entendida como un mero sentido de pertenencia a una comunidad determinada, ni se perfila como conciliadora, sinoimagen 2 todo lo contrario: pone el acento en la ruptura, el desequilibrio, la desigualdad, la heterogeneidad. En este sentido, tomamos dos acepciones del término acuñadas por Rogers Bruckbaker y Frederick Cooper que, en nuestra opinión, describen a la perfección la relación que se establece entre el cortometraje, el testimonio y la identidad de los sujetos abordados. En primer lugar, “entendida como el producto evanescente de discursos múltiples y en competencia, ‘identidad’ es invocada para iluminar la naturaleza inestable, múltiple, fluctuante, y fragmentada del ‘yo’ contemporáneo” (2001: 9-10) –en esta categoría incorporamos a los cortos que registran a un sujeto o comunidad marginado/a y describen su situación mediante un relevamiento o una leve crítica. En segunda instancia, la identidad es considerada “(…) tanto como un producto contingente de la acción social y política cuando como un suelo o base para la acción subsiguiente” (2001: 9) –aquí podríamos insertar a los films de denuncia explícita.

Por último, resulta interesante la reflexión que realiza Gustavo Aprea a propósito del cruce entre testimonio y enunciación en filmes argentinos contemporáneos que rescatan el pasado reciente. Con algunos reparos, estamos en condiciones de aplicar una de sus categorías a nuestro objeto de estudio. La articulación mencionada conforma cuatro categorías que se desprenden de la vinculación de cuatro tendencias: enunciación transparente, enunciación opaca, imágenes documentales objetivas y testimonios subjetivos. El cruce entre una enunciación transparente y el predominio de testimonios subjetivos constituye aquello que el autor denomina como “Visión colectiva”. Aprea expresa que “las voces de los testigos son presentadas sin demasiadas mediaciones e interpelan directamente a los espectadores, por lo que la sensación de transparencia enunciativa se intensifica” (2012: 141). Si bien está claro que no podemos ubicar a nuestro corpus dentro de una enunciación marcada o completamente explícita, sí distinguimos algunos rasgos de autoconciencia enunciativa en la estructura narrativa de los filmes, por lo cual deberíamos hablar de una transparencia relativa. En relación al testimonio en sí, dicha categoría propuesta encuentra efectividad plena en el objeto analizado en este trabajo. Las “visiones subjetivas (…) contribuyen a la formación de una mirada colectiva. Estos documentales construyen un ‘nosotros’ que sustenta la visión del mundo que se presenta” (2012: 141). Al observar el corpus de forma global y articulada, podemos afirmar la presencia de una mirada colectiva que rescata –a través de la puesta en cuerpo, voz e imagen– a un sujeto marginado cuya identidad es múltiple, heterogénea y fragmentaria. Y es por ello –por esta visión colectiva– que el cortometraje documental del período ha podido desarrollar una tendencia que, a pesar de su eclecticismo, ha manifestado un objeto en común a lo largo de casi veinte años.

 

6. Reflexiones finales

A partir del análisis textual del corpus propuesto de cortometrajes documentales argentinos en los años sesenta y setenta, hemos podido observar las formas de inclusión del testimonio de actores sociales marginados, atravesando sus implicancias políticas y en cierta forma, estéticas. David Oubiña expresa que: “en América Latina, la propuesta de un cine independiente se asoció con frecuencia a la afirmación de la identidad nacional, por un lado, así como a una estética de ruptura y un modo de producción alternativo, por otro” (2008: 32). En relación a la primera premisa que expone el autor, podríamos decir que el cortometraje alternativo local del período se propuso afirmar y revalidar una identidad particular, heterogénea, fragmentaria y segregada, posicionándose frente a una identidad nacional entendida como falsa totalidad orgánica. Y es justamente por medio del testimonio como procedimiento nuclear que estos films breves han puesto en relieve la identidad de los sectores marginados. Sin embargo, como hemos señalado, las diferentes modalidades de presentación del testimonio han determinado objetivos políticos diferenciados: aquellos testimonios frente a cámara apuntaron generalmente hacia la denuncia y el llamado a la acción –el caso de Hachero nomás, Pescadores y Me matan si no trabajo y si trabajo me matan…, entre otros–, mientras que los testimonios en over articulaban el registro y revalorización de los sujetos con una crítica social –ejemplos como Feria Franca y Chucalezna. A su vez, comentamos una tercera categoría en donde el testimonio en over proponía una crítica inserta en un marco de experimentación y poeticidad –Reportaje a un vagón y Muerte y pueblo. Por otro lado, desde el punto de vista estético-productivo, el corto documental ha circulado por canales marginales, financiados con aportes públicos y privados, escuelas de cine, cineclubs y asociaciones sin fines de lucro, y ha propuesto una renovación en el lenguaje –gracias a los avances tecnológicos– experimentando dentro de la estructura enunciativa y narrativa, reflexionando tímidamente sobre el propio dispositivo fílmico. Es en este sentido que afirmamos el eclecticismo de modalidades del documental –expositiva, observacional, participativa– y los diversos grados de autoconciencia enunciativa en el corpus propuesto, entendiendo al corto documental argentino dentro de un contexto de plena radicalización política, pero también de ferviente modernización estética.

 

6. Bibliografía

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Nota


[1] Este texto fue presentado en forma de ponencia en el IV Congreso de Asociación Argentina de Estudios sobre Cine y Audiovisual. Documental/ficción: cruces interdisciplinarios e imaginación política, acaecido en la provincia de Rosario los días 13, 14 y 15 de marzo del corriente. El mismo no ha sido incluido en la Publicación de las Actas.

[2] Resulta pertinente entonces –y a partir de las reflexiones de Aprea– marcar la diferencia entre el testimonio y la entrevista común; entre el testimoniante y el simple testigo: “Para que las evocaciones de los que presenciaron o fueron parte de los hechos evocados adquieran un valor testimonial en los documentales, ellas deben ser la expresión de una mirada personal sobre esos acontecimientos evocados” (Aprea, 2012: 126). La palabra del marginado en el corpus escogido asume de forma contundente el carácter de testimonio, a pesar de que en algunos casos –Ejemplo: Ceramiqueros de Traslasierra– la forma “entrevista” toma lugar. La expresión de una subjetividad siempre prima –en la voz del otro– por sobre la exposición de información.

[3] Antonio Gramsci trabajó en los Cuadernos de la cárcel las nociones de “clases subalternas” y “grupos subalternos”, entendiendo al subalterno como el otro inferiorizado producto de un proceso político hegemónico. Estos siempre “sufren la iniciativa de los grupos dominantes” (Gramsci, 1981/2000). En los años setenta se ha producido una reapropiación del término desde varias perspectivas, entre ellas, los denominados Cultural Studies. En este sentido, el concepto se amplía –puesto que aquí se considera a la cultura como un elemento determinante– y permite hablar de diferentes articulaciones de subalternidad, no sólo de clase sino también de género, etnia y edad. En este trabajo se hará un retorno a la noción primigenia acuñada por Gramsci puesto que la subalternidad es rastreada en el corpus principalmente en referencia a la lucha de clases; sin embargo, estará atravesada por los estudios culturales en relación a los matices que aporta el concepto ampliado, por ejemplo, para analizar a ciertas comunidades culturales marginadas.

[4] Este cortometraje fue realizado y producido dentro del Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral, en un segundo momento dirigido por Adelqui Camusso (1963-1969). Estuvo dirigido por Jorge Goldemberg, Patricio Coll y Luis Zanger.

[5] Fue realizado asimismo dentro del Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral.

[6] Este corto fue el primero de un grupo de documentales destinados a realizar una propaganda de la autogestión de los trabajadores de SEGBA, durante el gobierno de Héctor Cámpora en 1973.

[7] En 1973 Raymundo Gleyzer crea el grupo “Cine de la base” para llevar el cine a los propios protagonistas de sus films. Quería extender el trabajo a todo el país, y que funcionara al mismo tiempo como una distribuidora. Me matan si no trabajo… se inserta dentro de este contexto.

[8] Este film también pertenece al ya mencionado Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral.

[9] Dicho cortometraje fue financiado por el Fondo Nacional de las Artes, dentro del programa de Relevamiento Cinematográfico de Expresiones Folklóricas Argentinas.

[10] A pesar de las declaraciones del propio Jorge Prelorán acerca de la utilización de actores guionados en sus films, otras fuentes determinan que en este ejemplo podemos oír a Nicolasa Nelson de Mendoza contando la leyenda de Coquena a sus alumnos. Para más información Ver: https://chucalezna.wordpress.com/2013/12/06/6-de-diciembre-nicolasa-nelson/

[11] Corto financiado por el Fondo Nacional de las Artes.

[12] Este cortometraje fue realizado en el Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral, en la frontera entre dos momentos particulares de la escuela: el primer período dirigido por su fundador, Fernando Birri (1958-1963), y una segunda fase al mando de Adelqui Camusso (1963-1969).

[13] Realizado y producido dentro del Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral.

[14] Este corto fue autofinanciado por el propio director del film, en un contexto en el que el apoyo económico de las instituciones para proyectos cinematográficos que reflejaran los hechos reales, resultaba complejo y arriesgado. Está centrado en la palabra de la familia Ayunta que expone una crítica social: “Si no se tiene trabajo, no se puede hacer nada”.

[15] Este cortometraje forma parte de una iniciativa del PRT-ERP, de realización de Comunicados (1971-1972). Para mayor información sobre el armado de los Comunicados y la participación de los cineastas ver: Russo, Pablo (2013), “Expresión fílmica de la guerra popular: Comunicado cinematográfico del ERP, números 5 y 7. Swift” en Tierra en Transe. Reflexiones sobre cine latinoamericano, Nº11, Mayo del 2013.

Link: http://tierraentrance.miradas.net/2013/05/reviews/expresion-filmica-de-la-guerra-popular-comunicado-cinematografico-del-erp-numeros-5-y-7-swift.html

[16] Sería pertinente aquí pensar en la noción de dispositivo; esta idea de generar un efecto inmediato en el receptor. En este sentido, “el espectador del corto adopta una actitud diferente ante lo que ve, porque prevalece en él la idea de fugacidad que lo obliga a mantener una atención constante. Como receptor activo es el que completa los hechos (…)” (Bergese, Pozzi y Ruiz, 1997).

Pensar el documental en Latinoamérica: el singular método fílmico de Marta Rodríguez y Jorge Silva

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Por Marina Cavalcanti Tedesco y Fabián Núñez

 

Resumen[1]

La documentalista Marta Rodríguez, considerada una de las pocas cineastas mujeres del «Nuevo Cine Latinoamericano» (NCL), posee una singular obra fílmica que aborda relevantes cuestiones de la sociedad colombiana desde los años sesenta. Este artículo tiene por objetivo presentar los resultados de una investigación sobre el método de trabajo desarrollado por Rodríguez, junto con el fotógrafo Jorge Silva, tomando como base seis documentales en los cuales trabajaron juntos. Un método muy particular, construido a través de la confrontación de las teorías de Cine y Antropología con el proceso de realización fílmica, sobre el cual es necesario reflexionar tanto por las innovaciones que trajo a la época como por la actualidad de algunos temas que se colocan.

 

Palabras clave: Marta Rodríguez; Documental; Cine Colombiano; Nuevo Cine Latinoamericano; Proceso de Realización Fílmica.

 

Abstract

The documentarian Marta Rodríguez, considered one of the few women filmmakers of the New Latin American Cinema (NCL), possesses a singular film work that tackles notable questions of the Colombian society since the years 1960. This article has by aim present the results of an investigation on the method of work developed by Rodríguez, together with the photographer Jorge Silva, in the course of the six documentaries that the two of them made. A very particular method, built through the confrontation of the film theories and of the anthropology with the process of realisation of films, on which is necessary to reflect so much by the innovations that brought to the period as by the actuality of some questions that puts.

 

Keywords: Marta Rodríguez; Documentary; Colombian Cinema; New Latin American Cinema; Process of Realisation of Films

 

Datos de los autores

Marina Cavalcanti Tedesco es graduada en Cine, maestra en Geografía y doctora en Comunicación. Es profesora de Teoría y práctica de la fotografía y Fotografía e iluminación en la Carrera de Cine y Audiovisual de la Universidade Federal Fluminense (UFF). Además, actúa en el Programa de Posgrado en Estudios Contemporáneos de las Artes de la misma institución. Es investigadora de la Plataforma de Reflexão sobre o Audiovisual Latino-Americano (PRALA), de la UFF. Entre sus principales publicaciones están los libros Cinema e movimentos sociais: as estratégias audiovisuais do Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (2011), Brasil – México: aproximações cinematográficas (2011, organizado con Tunico Amâncio) y Corpos em projeção: gênero e sexualidade no cinema latino-americano (2013, organizado con Maurício de Bragança).

 

Fabián Núñez es profesor de la Carrera de Cine y Audiovisual de la Universidade Federal Fluminense (UFF), donde imparte clases de preservación audiovisual e historia del cine mundial. También actúa en el Programa de Posgrado en Comunicación de la misma institución. Doctor en Comunicación por la UFF, es investigador de la Plataforma de Reflexão sobre o Audiovisual Latino-Americano (PRALA), en la misma universidad. También es miembro de la SOCINE (Sociedade Brasileira de Estudos de Cinema e Audiovisual) y de la ABPA (Associação Brasileira de Preservação Audiovisual). Sus temas de interés son: historia del cine, cine latinoamericano, crítica cinematográfica y preservación audiovisual.

 

Fecha de recepción

30 de marzo de 2014

 

Fecha de aceptación

5 de mayo de 2014

 

La segunda mitad de los años sesenta puede ser interpretada como la consolidación ideológica del Nuevo Cine Latinoamericano (NCL). Surge una “cultura” de cambios y debates en torno a lo que debe ser la producción audiovisual en la región. Es para profundizar esa discusión que en 1967, en el marco del Festival de Viña del Mar en Chile, se dio lugar un encuentro de cineastas latinoamericanos. Desde entonces, realizadores, productores y críticos de países del subcontinente empiezan a reunirse para discutir los rumbos del cine en Latinoamérica. Más allá de tener contacto con las películas de los demás, lo fundamental era el contacto humano. Es decir, un grupo de personas de nacionalidades y culturas diferentes, se concentra por afinidades políticas, ideológicas y estéticas.

 Al año siguiente, 1968, se produce otro evento, esta vez fue la Muestra de Cine Documental, en Mérida, Venezuela. Hacen parte del mismo mesas redondas y debates sobre las obras latinoamericanas, desde la óptica de la producción, la difusión y/o de la crítica. Sin embargo, es en 1969, nuevamente en Viña del Mar, con motivo del Festival y el Nuevo Encuentro, donde un enorme contingente oriundo de varios países, sobre todo alumnos de escuelas de cine de Latinoamérica, se reunió. De ese modo, se estableció un campo de ideas y preceptos y principalmente espacios de difusión y discusión para tales reflexiones, no solo propulsados por las Teorías de la Liberación Nacional, sino por un proceso autónomo. O sea, en el giro de los años 1960 a 1970 algunas corrientes dentro del NCL pusieron énfasis a las problemáticas autónomas. Por esto motivo no se puede considerar como mera coincidencia el hecho de que los principales textos teóricos del NCL hayan sido escritos en ese momento. El NCL se formaliza y busca postular sus preceptos y bases, constituyendo un movimiento diversificado y múltiple.

 Sin embargo, aclaramos que en el seno del NCL este periodo de los sesenta a setenta fue marcado por la disputa entre el “cine industrial” y el “cine clandestino”. Podemos resumir a grandes rasgos la divergencia en dos posturas opuestas acerca de la industria cinematográfica nacional: el empeño en crear una industria y, de esa forma, garantizar en última instancia (tal vez utópica), la autosuficiencia audiovisual, o abandonar temporalmente este proyecto y volverse hacia una producción de intervención política, realizada y difundida de modo alternativo. El punto de partida de la tesis “clandestina” es que el cine latinoamericano debe involucrarse en la lucha de descolonización, una vez que solo con el fin del neocolonialismo será posible producir un arte sin ambigüedades ideológicas. El origen de esa vertiente es que la cultura popular, siguiendo las ideas de Frantz Fanon, se define como el conjunto de acciones practicadas por un pueblo en su proceso de liberación nacional.

 Al mismo tiempo, lo que está en juego en el “industrialismo” es también el combate por un cine nacional popular. La última intención de sus adeptos dentro del NCL fue la creación de una industria cinematográfica nacional, entendiendo esa acción no solo como un tema puramente económico/comercial sino, y principalmente, de orden cultural y nacional. Es decir, el grupo “industrialista” entiende que la conquista del mercado local por la propia producción es una acción esencialmente política, movida por una intención más amplia: la confrontación con la cinematografía extranjera hegemónica, interpretándola como una lucha anti-imperialista. Y es gracias a esto último que ambas vertientes, aparentemente tan opuestas, convergen.

 De acuerdo con nuestro análisis, evaluamos que el “cine clandestino” predomina en la historiografía sobre el NCL debido en parte a su exaltada retórica revolucionaria y a lo explícito de sus películas, coadyuvado por la radicalización política del inmediato post-68. Destacamos que el Cinema Novo brasileño es el primero en sistematizar la línea “industrialista”, convirtiéndose posteriormente en su principal propagador. La línea del “cine clandestino” es impulsada por el NCL apoyado en la repercusión de La hora de los hornos (Fernando Solanas y Octavio Getino, 1968).

 Para tales discusiones, el Festival de Mérida de 1968 es sintomático. La exhibición de la primera parte de La hora de los hornos moviliza varios debates, a los cuales se suman los cuestionamientos sobre la eficacia política de un cine de denuncia, en especial marcado por la urgencia, entendiéndolo como un “cine político voluntarista”. El cineasta boliviano Jorge Sanjinés metió el dedo en la llaga al cuestionar (a partir de una autocrítica) la relevancia de una producción que solo expone los agravios de nuestras sociedades (Sanjinés, 1968). De acuerdo con su argumento, para las capas populares explicitar la miseria y el hambre no agrega en nada, una vez que ellas las sufren a diario. Puede ser importante en términos culturales y psicológicos el efecto de la representación de los sectores populares y sus conflictos en las pantallas, pero lo que les interesa, de acuerdo con los espectadores de sus películas, es comprender los mecanismos de opresión a la cual están sometidos. Según Sanjinés, sería necesario partir hacia una nueva etapa, para un momento más agresivo; es decir, realizar un “cine ofensivo” donde se expusiera quiénes son los “enemigos del pueblo” y la realidad de nuestros países.

 Por otra parte, la necesidad de denunciar, como postura contra-hegemónica, está atada a la difundida idea de un cine urgente, y muchas veces asociada a la obra del cubano Santiago Álvarez. No pretendemos detallar este debate, pero podemos afirmar que la crítica a un cine de denuncia se vincula a un cuestionamiento fundamental en cualquier cine que se proponga político: ¿para quiénes se hacen las películas? A partir de ese tópico, se discute sobre los procedimientos estético-narrativos que serán emprendidos, lo que abre espacio para varios aspectos. Es innegable que La hora de los hornos y el Testimonio de Sanjinés son dos puntos claves de los debates que se realizaron en el certamen venezolano. Así mismo, otra película tan importante como el largometraje argentino para la consolidación del NCL tampoco pasó desapercibida en Mérida. Se trata de Chircales 68 (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1968).[2]

 Para resumir la recepción de la película de estreno de la pareja colombiana nos basamos en el artículo Problemas de la elaboración (1968), publicado en la revista venezolana Cine al día, en el dossier dedicado al certamen de Mérida. Su autor, Alfredo Roffé, redactor jefe del periódico, cuestiona sobre cuál forma fílmica sería la más adecuada para el cine latinoamericano en aquel momento: la que traería al público un conocimiento de la realidad objetiva o la que hace proposiciones sobre la realidad objetiva. El crítico reformula la pregunta con otras palabras: ¿Chircales 68 o La hora de los hornos? En otras palabras, ¿qué significa una producción “adecuada” a nuestra realidad latinoamericana? Ante este punto central podrían haber dos tendencias chircales 3constitutivas: ¿informar y denunciar o agitar y hacer propaganda? Entonces, si uno de los polos (¿informar o agitar?) tiene más “validez” que el otro, eso significa que el otro polo es “menor”, ¿es un período todavía inmaduro del NCL o, más aún, sería realmente el NCL? Roffé identifica el criterio de la valoración de la obra en un elemento fundamental: el espectador. En otras palabras, es el espectador que en última instancia, va a “regular” lo que será narrado y cómo será narrado; es decir, es el punto de referencia. Es evidente que para un cine político su relevancia es “medida” gracias a su grado de agitación y concientización del público. Es decir, según Roffé, la película, teóricamente, solo existe a partir del momento en que se dialoga con el espectador.[3]

 Roffé afirma que la variedad de juicios se debe al tipo de público al que se dirige el  realizador, lo que “condiciona” la intención que mueve el audiovisual. Pero, como bien señala el redactor, “en la relación contenido-forma, en el doble proceso de la elaboración y la recepción, es necesario diferenciar varios extractos: el ideológico, el práctico, el afectivo, el sensorial” (Roffé, 1968:14). De modo que los criterios de evaluación, según Roffé, no pueden ser solamente la mera adecuación entre la forma y el contenido, sino también la postulación clara de sus criterios ideológicos y prácticos y de los criterios sensorial y emotivo en el cuestionamiento de los modelos estéticos impuestos. Es aquí donde Roffé postula, a partir de ciertos presupuestos teórico-estéticos que tal tipo de discusión es en su opinión, la más relevante para el documental del NCL (recordemos que el artículo no aborda el cine ficcional):

En Mérida, la discusión se centró más bien en la relación forma (en el sentido un tanto confuso ya anotado de forma-lenguaje-técnica)-público. Posiblemente habría sido más fructífera si se hubiera orientado a la relación contenido-público. Por ejemplo, (…) en Chircales 68, se discutieron algunos aspectos de la forma, como el ritmo, cuestionando si el ritmo extremamente lento y reiterativo del film era el más apropiado. Marta Rodríguez afirmó que un ritmo diferente habría imposibilitado la comprensión del film por el público obrero. Es decir, hizo una referencia a la relación forma-público. Por otra parte también explicó que el film fue visto por la comunidad que es representada en el film y que no les interesó. Aquí la referencia es a la relación contenido-público. Ahora bien, es evidente que si el film tenía como objetivo la formación de una conciencia en el grupo de obreros que trabajan en condiciones similares a las representadas en el film, el problema no estaba en la utilización de un ritmo que hiciera el film comprensible, pero inefectivo, sino en la selección de un contenido que si fuera efectivo en la formación de conciencia. Una vez determinado este contenido la elaboración de la forma final habría debido ser el lógico momento siguiente (Roffé, 1968: 15).

 Esa discusión en torno a la primacía del contenido sobre la forma motivada en último lugar por el público, puede parecer un raciocinio simple, pero posee una coherencia lógica. Sin embargo, lo que nos interesa es subrayar la interesante contraposición postulada por Roffé entre La hora de los hornos y Chircales 68, lo que comprueba el grado de impacto suscitado por las dos películas en Mérida. A pesar de que utilice un procedimiento estético teórico-metodológico que puede ser cuestionado (la división entre «forma» y «contenido») y también por eso, simplificarlo al ponerse en contrapunto los largometrajes argentino y colombiano, creemos que este artículo es importante en el sentido de que se esfuerza por especular en términos generales; es decir, analiza el NCL como un movimiento estético. Cabe resaltar que el Chircales que fue exhibido en el festival venezolano no es la versión que conocemos hoy. Se trata de una versión de 1968, con duración de una hora y que fue proyectada en 16mm con la banda sonora en cinta magnética. Tales condiciones demuestran la opción sobre todo política de los realizadores de llevar la obra al festival, aún en una versión sin finalizar.

 Aunque no tengamos acceso al material visto en la época, creemos que los debates que provocó pueden naturalmente ser identificados en el corte final de la producción. Entre otros puntos, destacamos el singular proceso de realización de la película (tema reiterado en el artículo de Roffé), una de las características fundamentales que encontramos a lo largo de la filmografía de Marta Rodríguez y Jorge Silva.

 

Sobre la construcción y la consolidación de un método

La trayectoria de Marta Rodríguez y Jorge Silva se singulariza por el método de trabajo desarrollado por ambos a lo largo de los años, y empleado en la mayoría de sus obras. El hecho de ser una construcción a dos no nos lleva a ignorar la formación de Rodríguez.

 Durante varios años la cineasta estudió Ciencias Sociales (tanto Sociología como Antropología). En un primer momento su contacto con el área fue en España. Posteriormente, decidió recomenzar sus estudios en Colombia, en una actitud de negación y descarte de lo que aprendiera en el ambiente académico franquista.

 Pese a que no concluyó sus estudios universitarios y al hecho de ser muy crítica con la institución académica, las discusiones con las cuales se familiarizó a lo largo de este período en los años 1950 y 1960 fueron fundamentales para el modo como Rodríguez y Silva realizarían sus películas – como se puede percibir en la propia duración del proceso de Chircales (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1964-1971), Campesinos (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1970-1975), Nuestra Voz de Tierra: Memoria y Futuro (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1974-1980) y Amor, Mujeres y Flores (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1984-1989). Retomaremos tal punto más adelante.

 Fue también a través del medio académico que la entonces futura directora conoció a Camilo Torres, padre de la Teología de la Liberación, asesinado poco después de su adhesión a la guerrilla. La influencia de Torres provoca un cambio no sólo en sus ideales en su práctica antropológica como en su vida particular. Por un lado, la aleja de la universidad, llevándola a (re)conocer mejor la realidad del país. Por otro, accede al universo que despertará en ella el deseo de hacer cine.[4]

Fue ahí donde se crea el Movimiento Universitario de Promoción Comunal, formado por sociólogos, arquitectos, abogados, psicólogos. Camilo me dice: Martha [sic], ¿usted qué sabe hacer? Yo le digo: Soy maestra, alfabetizo niños. Entonces hacemos una escuelita dominical (en Tunjuelito) y me empiezan a llegar todos estos niños con manitas fracturadas. Yo me fijo de donde vienen y ahí́ nace Chircales. (…) Y yo veo esas imágenes de los chircales que no olvido… Sobre todo los hornos, porque ponían unas rampas de madera y a los niños, a la edad en que pudieran caminar, los hacían subir por esa rampa con una cincha en la cabeza para sostener en la espalda el ladrillo. Había que mostrar esa realidad (Gómez apud Arboleda; Osorio, 2002: 225).

  No fue por casualidad que justamente una frase de Camilo Torres fue escogida como cierre de la primera película de Marta Rodríguez y Jorge Silva (“La lucha es larga; empecemos ya”).

 Por fin, es menester mencionar la relevancia de Jean Rouch para el método Rodríguez-Silva. A fin de capacitarse en la producción de imágenes en movimiento, Rodríguez retorna a Francia, donde estudia con el antropólogo-cineasta en el Museo del Hombre.

 Ferraz (2010) divide la amplia filmografía de Rouch en dos grandes ejes, desarrollados paralelamente: “eje película de posesión” y “eje fabulación” (como la propia autora destaca, se trata de una clasificación sólo para fines explicativos y analíticos, puesto que muchas veces aparecían mezclados en las obras).

 Por lo que relata la realizadora o el maestro francés enfatizó al primero de ellos o fue esto lo que pareció más relevante para ella. Él “hablaba de un cine que utilizara el artificio cinematográfico sin violentar la vida de la gente, filmar sin alterar sus comportamientos, sus gestos, sus actividades. Nos hablaba de la cámara como de un ojo observador que participa de la vida de ellos” (Cuadernos de Cine Colombiano apud Arboleda; Osorio, 2002: 227).

 Rodríguez destaca también la importancia de haber aprendido a desempeñar todas las funciones y a precisar lo mínimo posible (en términos de presupuesto, equipo y equipamientos). Algo que en la época le parecía acertado para trabajar en el Tercer Mundo, acabó confirmándose posteriormente. “Junto a Jorge trabajábamos como toderos, es decir hacíamos de todo: cámaras, edición, etc. Pero la investigación la hacía yo mientras que Jorge hacía la fotografía. El resto lo hacíamos todo entre los dos. Con el paso del tiempo Jorge consiguió un sonidista: Ignacio Jiménez, porque hacer sonido, hacer imagen, dirigir y en fin hacer todo era muy complejo” (Rodríguez, 2012: 203).

 Por lo que expuesto, se percibe que la joven Marta Rodríguez llega al cine con una sólida base teórica y una visión bastante elaborada de lo que le gustaría hacer. La unión con el fotógrafo Jorge Silva potencializa todavía más el proceso, ya que él compartía sus ideales lo que sería fundamental para ponerlos en práctica y perfeccionarlos.

 La primera película, Chircales, es bastante emblemática en este sentido ya que muestra cuanto el método nace maduro. Por el impacto que causó en el estreno de sus distintas versiones, y también por ser aquella que introdujo a los realizadores a los festivales del Nuevo Cine Latinoamericano, la tomaremos como punto de partida para la reflexión aquí propuesta.

 Como se ha visto anteriormente, Rodríguez ya conocía los chircales. Había estado allá por un tiempo como integrante del Movimiento Universitario de Promoción Comunal. Aun así, el contacto no parecía haber sido suficiente. Por eso durante los meses iniciales de las visitas casi diarias, nada fue filmado.  “Marta y Jorge trabajaron seis meses seguidos con el único objetivo de establecer una relación con la comunidad, conocer sus problemas y registrar, en fotografía o material magnético, entrevistas y personajes de esta comunidad de chircaleros. A veces fingían usar la cámara para que ellos se fueran acostumbrando a este artefacto y no molestara en el desempeño de su cotidianidad” (González apud Arboleda; Osorio, 2002: 231).

 Este procedimiento ya apunta para algunos puntos esenciales de lo que vendría a ser la práctica cinematográfica de los directores y el método que ellos defenderían en tantas oportunidades: 1) la necesidad de comenzar con una investigación profunda, inspirada en la observación participante desarrollada en el área de la Antropología; y 2) el intento de mezclarse tanto a aquel universo que su presencia se convirtiera en irrelevante (películas de posesión de Rouch).

 Para cumplir este segundo objetivo –mezclarse tanto a aquel universo que su presencia se convirtiera irrelevante– Silva y Rodríguez contaban tanto con el respeto adquirido a través de trabajos anteriores (las protagonistas de Amor, mujeres y flores, por ejemplo, quisieron asistir a Chircales para sentir más confianza y permitir el acceso de los cineastas a sus cotidianos) como con el espacio concedido a las comunidades dentro del proceso de realización.

 En Chircales, “su colaboración consistía en la organización de los materiales y la estructuración de la película en conjunto con los realizadores” (Arboleda; Osorio, campesinos2002: 232). En Planas: Testimonio de un Etnocidio (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1971), algunos indígenas fueron a Bogotá para participar activamente de la post-producción del material captado –discutiremos por quéellos se integraron efectivamente al proceso solamente después de las grabaciones. Por otro lado, en Campesinos la participación se dio en distintas áreas, tales como guión y dirección de arte y de producción.[5]

 A pesar de esta situación, es necesario destacar que aunque la integración de los sujetos retratados provoque el efecto antes indicado, no ocurre principalmente por esta razón. En primer lugar, consiste en el mejor camino, según la evaluación de Rodríguez y Silva, para intentar no imponer su visión de mundo y presupuestos o dejar de percibir algo importante para el grupo (lo que no siempre es posible).

 Como narra la directora: “Y que pese a que trabajamos bastante tiempo [en los chircales], la fuerza de esa realidad, el grado de explotación de la gente, hizo que reevaluáramos todo el trabajo, pues había prejuicios nuestros… Y luego, hubo otras correcciones cuando mostramos el copión a la gente” (Rodríguez; Silva, 1980: 27).

 Además, la pareja nunca vio sus películas como terminadas. En realidad, posiblemente es correcto afirmar que si había algo más importante era el camino que sería recorrido y los cambios que podrían ocurrir a lo largo del mismo. Al llegar en los chircales, por ejemplo, encontraron en las zonas rurales inmigrantes desorganizados, debilitados y no calificados trabajando en condiciones precarias al extremo e involucrados en relaciones de compadrazgo.

 Con el desarrollo de la película las absurdas relaciones laborales comienzan a ser desnaturalizadas, y los mecanismos de explotación quedan explícitos. Los chircaleros comenzaron a protestar. El documental fue colocado como el gran responsable por tales cambios y por esto intentan interrumpirlos expulsando de la regiónalos cineastas y a la familia Castañeda, protagonista de la obra.

 Los resultados no fueron los esperados. Gracias al apoyo recibido de los otros habitantes del lugar Chircales pudo ser terminada. Además, se creó un sindicato de los fabricantes artesanales de ladrillos.

 Es por esto y considerando los avances recién mencionados, los cuales fueron conquistados a través de un largo proceso cinematográfico no convencional, (tanto en lo que se refiere a su duración como al grado de participación de las personajes), que Marta Rodríguez critica cierto tipo de producción política –opinión compartida por Jorge Silva.

La propia hechura de la cinta es un proceso que se desencadena en la comunidad. Cuando llegamos había un nivel político muy primario, nuestra presencia fue cuestionando los mecanismos de explotación. Esto forma parte de nuestro trabajo, que más tarde se plasma en obtener un nivel organizativo más alto: un sindicato. Es un trabajo paralelo ¿no? No creo que se pueda hacer cine político en forma voluntarista (Rodríguez; Silva, 1980: 27).

  A pesar de esta forma de pensar, el mismo año en que  esta entrevista fue concedida, los realizadores se vieron deparados con condiciones objetivas que les obligaron a trabajar de otra manera. Aquí el caso emblemático es Planas, su segunda película.

 La organización de los indígenas guahibo de la región de Planas, Departamento de Meta, en forma de cooperativa empezó a dificultar la explotación nacional e internacional de su mano de obra, hecho que no tardó en recibir una respuesta extremamente violenta: asesinatos, desplazamientos, incendios de poblados enteros, torturas, violaciones, en fin, todos los elementos que componen un verdadero masacre.

 Rodríguez y Silva tomaron conocimiento de los hechos a través de los curas que compartían la Teología de la Liberación (Arboleda; Osorio, 2002) y demostraron interés en filmar en la región. Como se puede imaginar, esta región estaba ocupada por fuerzas militares y por este motivo, pudieron permanecer solo dos semanas en campo.

Tratamos de superar algunos asuntos a nivel teórico y de investigación, pero cada caso implica una metodología distinta. Planas, por ejemplo, fue una película de contra-información. En ese momento se asesinaba indígenas en Planas y fuimos a tomar testimonios sobre el terreno. No pudimos quedarnos sino dos semanas porque el ejército tenía la zona ocupada y había requisas. Allí el trabajo de investigación fue posterior (Rodríguez; Silva, 1980: 28).

 Lo irónico es que fue gracias a un premio recibido por Planas, que Rodríguez y planasSilva se vieron impedidos de seguir el método que consideraban ideal – y que precisamente por eso acabaron acercándose a lo que denominaban “cine político voluntarista” –, en la que consiguieron recursos para la confección de una nueva versión de Chircales, que tendría su duración reducida de una hora y media a 42 minutos.

 En el aspecto político los resultados también fueron positivos. La obra participó de una campaña de solidaridad a los gahibos que consiguió incluso que por la primera vez un masacre de indígenas fuese tema de debate en el Senado (Rodríguez, 1971).

 A pesar de no haber sido la forma estándar del hacer cinematográfico de Marta Rodríguez y Jorge Silva, hubo otra producción que se acerca metodológicamente a Planas: la película La voz de los sobrevivientes (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1980).

Mientras se investigaba y registraba el proyecto de Nuestra Voz… Rodríguez y Silva, haciendo un paréntesis urgente, rodaron La Voz de los Sobrevivientes a petición de los mismos indígenas del CRIC [Consejo Regional Indígena del Cauca], que aquí denuncian ante delegados de Amnistía Internacional como la recuperación de tierras les ha costado la vida de sus líderes más valiosos. Este documental es un homenaje a Benjamin Dindicue, líder paez asesinado en 1979 (Paranaguá apud Rodríguez, en internet).

 Un aspecto relevante del método desarrollado por los cineastas y que necesita ser abordado es su constante evolución. Existen bases y procedimientos seguidos en la medida de lo posible, pero no una inmovilización. La declaración de Rodríguez refuerza nuestra constatación: “nunca tuve un esquema rígido, antropológico” (Rodríguez, 2012: 200).

 Lo mismo se puede decir de los resultados que el método produce, muchas veces bastante distintos entre sí. Tomemos el caso de Nuestra Voz de Tierra: Memoria y Futuro. La observación participante del cotidiano indígena demostró la coexistencia de la voz de los sobrevivientes“mito, ideología, política, realidad y fantasía, pensamiento mágico y procesos políticos contemporáneos” (Cuadernos de Cine Colombiano apud Arboleda; Osorio, 2002: 245). Por consiguiente, se hizo necesario, en la opinión de los directores, mezclar la “realidad” con la “cosmología” de la comunidad, lo que se dio a través de la combinación de “registros documentales” con la “puesta en escena”[6] del mito La huecada.

 Fue este mito, donde el diablo se disfraza de capataz, latifundista u otras figuras que oprimen a los indígenas en su cotidiano para robar sus vacas, que llamó la atención de Rodríguez y Silva hacia la necesidad de comprender los procesos de resistencia de la población local a través de su propia lógica.

 Cabe destacar, además de la observación participante, que lo que contribuyó para tal inflexión en la filmografía de los realizadores es el “trauma” de la recepción de Campesinos.

Cuando nosotros presentamos Campesinos a los compañeros indígenas del CRIC la película no les gustó. No se reconocían a sí mismos. En la película hay imágenes que los confundían, por ejemplo, cuando en la Plaza de Bolívar aparece hablando un campesino, y en las imágenes estaban los indígenas, parecían que carecieran de su propia voz y tuvieran que tomarla de un campesino (…) Un líder indígena nos dijo “¿Por qué revuelve indígenas y campesinos?, eso es como revolver mulas con caballos”. Los indígenas nos hicieron caer en la cuenta que la película narrativamente atentaba contra su forma de ver la realidad. (…) Nos dimos cuenta que tenían otro sentido del tiempo, del espacio, del ritmo que era necesario conocer. Por eso nos fuimos a convivir con ellos, para abandonar los prejuicios (Cuadernos de Cine Colombiano apud Arboleda; Osorio, 2002: 241).

 Por lo tanto, se percibe que la construcción de un método tan singular no es algo simple o inmune a errores. La década del ochenta, con sus diversas crisis (la de la izquierda, la de los partidos políticos tradicionales y la del propio socialismo), los cuestionaría al respecto del lenguaje y el estilo utilizados hasta entonces. ¿Sería el hacer cinematográfico desarrollado por ambos adecuado para estos supuestos nuevos tiempos? Una pregunta que recibió y sigue recibiendo una respuesta afirmativa a lo largo de los años, ya sea a través de los trabajos con Jorge Silva o el realizado de forma individual, a partir de la muerte del compañero en 1987.

 

Bibliografía

Arboleda Ríos, Paola; Osorio Gómez, Diana, (2002), La presencia de la mujer en el cine colombiano, Facultad de Comunicación Social, Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín. pp. 222-260.

Ferraz, Ana Lúcia Marques Camargo (2010), “A experiência da duração no cinema de Jean Rouch”, en Revista Doc On-line, n. 08, pp. 190-211.

Rodríguez, Marta (1971), “Planas: Testimonio de un Etnocidio  40min”. Disponible en:

http://www.martarodriguez.org/martarodriguez.org/Planas_Testimonio_de_un_Etnocidio_%281971%29.html

Rodríguez, Marta (1980), “La Voz de los Sobrevivientes (1980) 16min”. Disponible en:

http://www.martarodriguez.org/martarodriguez.org/La_Voz_de_los_Sobrevivientes_%281980%29.html

Rodríguez, Marta (2012), “El amor eficaz en el cine indígena. Una entrevista a Marta Rodríguez – Por Leonarda de la Ossa y Damián Duque”, en Revista Chilena de Antropología Visual, n. 20, pp. 196-207.

Rodríguez, Marta (1993), “Conversation with Marta Rodríguez by Dennis West and Joan M. West”, en Jump Cut, n. 38, pp. 39-44.

Rodríguez, Marta; y Silva, Jorge (1980), “Entrevista concedida a Isaac León Frías”en Hablemos de cine, n. 71, pp.27-29.

Roffé, Alfredo (1968), “Problemas de la elaboración”, en Cine al día. Caracas, n. 6, pp. 10-15.Sanjinés, Jorge (1969), Testimonio en Mérida (Venezuela): 1969-1970. Disponible en:

http://www.cinelatinoamericano.org/biblioteca/assets/docs/documento/497.pdf

Notas


[1]Texto extraído de la ponencia presentada en el IV Congreso de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual, realizado en Marzo de 2014, en Rosario, República Argentina.

[2] Trataremos, más  adelante, de por qué el crítico se refería a Chircales como Chircales 68.

[3] Podemos encontrar ese argumento en el concepto de “Cine-acto”, del Grupo Cine Liberación, que desplaza de la pantalla para la butaca el fundamento de la película. Como afirman Solanas/Getino, un espectador que se arriesga para asistir a una proyección clandestina, o sea, que conscientemente infringe las leyes del sistema, ya no es más un simple espectador, es un actor, quizás más importante que lo que los que aparecen proyectados en la pantalla. Es un agente involucrado en el proceso de liberación nacional.

[4] Esta es la versión más difundida de cómo Rodríguez comienza a tornarse cineasta. Encontramos una declaración suya de 1993 donde cuenta otra versión de la historia: “One of my sisters and I left for Paris to find work taking care of children. That was in 1957. One day at the Sorbonne I met a Spanish workers’ priest, Antonio Hortelano, who asked me if I would like to work with him. He put me to work in the La Roquette women’s prison, where I actually lived for a year. And I collaborated with this priest on another very important project — offering assistance to the many poor Spanish itinerant workers who were arriving almost daily from Andalucía. They arrived in Paris very, very poor — with their wives, their mattresses, their earthen jugs, their kids — with all their stuff. There was tremendous poverty in Spain at the time, so many poor Spanish laborers came to France and Belgium to work in the coal mines and agriculture. This is when I became interested in cinema…” (Rodríguez, 1993).

[5] En las palabras de Marta Rodríguez: “Él [Domingo Monroy, morador de El Tequendama] nos ayudó a reconstruir el vestuario de la época, a encontrar locaciones, fue un hombre con un interés asombroso: se puede decir que nos hizo de jefe de producción. Monroy construyó los cepos a partir de diseños de la época que recordaba, llamaba a la gente a lista, cuidaba de que todo lo que apareciera fuera auténtico. Se encargaba hasta del guarapo y el dulce de miel que se les repartía a los trabajadores” (Cuardernos de cine colombiano apud Arboleda; Osorio, 2002: 239).

[6] En el sitio de la Fundación Cine Documental encontramos los términos “registro documental” y “puesta en escena”, los cuales optamos por mantener.

 

Entre el arte y la investigación. Improvisación, dialogismo y fabulación en Moi, un noir (Jean Rouch, 1958)

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Por Miguel Alfonso Bouhaben

 

Resumen

El cine de Jean Rouch navega entre la investigación científica y los dispositivos artísticos. El presente artículo tiene la finalidad de mostrar los problemáticos modos de interacción entre ambos dominios del conocimiento a través del estudio de tres aspectos clave de su obra: la improvisación como proceso de creación y búsqueda de lo imprevisible y de lo no regulado; el diálogo como forma de enunciación del encuentro intercultural; y la fabulación como modo expresivo que se localiza entre lo real y lo imaginario. Esta síntesis entre ciencia y cine será estudiada en el film Moi un noir (Rouch, 1958) y se pondrá en relación con algunos aspectos éticos y morales fundamentales en su obra.

 

Palabras clave: Jean Rouch, Antropología, Improvisación, Diálogo, Fabulación.

 

Abstract

The Cinema of Jean Rouch navigates between scientific research and artistic devices. This article aims to show the problematic modes of interaction between the two domains of knowledge through the study of three key aspects of his work: the improvisation process of creating and finding the unexpected and not regulated; dialogue as form of statement of the intercultural encounter, and romancing as an expressive mode that lies between the real and the imaginary. This synthesis between science and cinema will be studied in a Moi un noir (Rouch, 1958) and some basic ethical and moral issues will be linked to his work.

 

Keywords: Jean Rouch, Anthropology, Improvisation, Dialogue, romancing.

 

Datos del autor

Doctor en Comunicación Audiovisual (Universidad Complutense de Madrid) con la  tesis “Entre la filosofía de Deleuze y el cine de Godard. Introducción a una topología diferencial de las imágenes y los conceptos” que obtuvo la calificación de Sobresaliente Cum Laude. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y en Filosofía (UCM). Profesor de Filosofía y cine en la Facultad de Filosofía (UCM). Profesor Invitado en el Master en Investigación en Arte de la Facultad de Bellas Artes (UCM). Profesor de Arte y cine en el Master en Teoría, Crítica y Valoración del Arte Contemporáneo del Instituto Superior de Arte I|Art. Profesor de cine en la Fundación Shakespeare de España. Autor de los documentales Palabras y La Muerte de la Filosofía. Sus últimos trabajos de investigación han sido publicados por las revistas Cine Documental, Metakinema, Fotocinema y L´Atalante.

 

Fecha de recepción

30 de marzo de 2014

 

Fecha de aceptación

29 de abril de 2014

 

Entre el arte y la investigación

En el visionario artículo “¿El cine del futuro?”, escrito por Jean Rouch en 1962, el cineasta y etnólogo francés sienta las bases de su proyecto cinematográfico. En dicho texto aparecen delineados todos aquellos cimientos éticos, estéticos y científicos que configuran su manera de ver y ser en el mundo. Al final del artículo, hace una defensa de ese otro cine que está en los márgenes de la cultura hegemónica, es decir, de esas formas visuales y narrativas que se escapan de los férreos raíles del cine mainstream y, en definitiva, de esos otros modos de ver y sentir que escapan a la lógica del beneficio en la que se inscribe el cine comercial: “Junto al cine industrial y comercial existe un cierto cine que es fundamentalmente arte e investigación.” (Rouch, 1998: 164). Ese “cierto cine” que se esfuerza por defender, indómito y experimental en su esencia, y que a la vez es arte e investigación, es el que Jean Rouch nos muestra y desvela. Y no se trata de una propuesta meramente estética, de una simple subversión de la formas, ni de un desvío de la norma científica. Michael Renov, en su artículo “Hacia una poética del documental, afirma que “las obras de arte deberían fomentar la investigación” (Renov, 2010) y abandonar su sometimiento a las ideologías dominantes. La ruptura con las formas del cine comercial, que a menudo generan formas de conocimiento ilusorias (Plantinga, 1997: 377) forjadas por la ideología, y con las normas del estudio científico, van de la mano de sus preocupaciones éticas y, más concretamente, de su posición teórica respecto a la colonización y al profundo etnocentrismo enclavado en las raíces de occidente.Catherine Russell apunta a esta cuestión y revela como en el cine de Rouch se da una correlación entre la innovación estética y la experiencia intercultural: “Las innovaciones de Rouch estaban estrechamente ligadas a los avances en la cinematografía de ficción, especialmente el neorrealismo italiano y la Nouvelle Vague francesa […] Dentro del canon un tanto fragmentado y diverso del cine etnográfico existe una rica historia de experimentación con el lenguaje fílmico. De Flaherty a Trinh, los cineastas han luchado por hallar un medio de representar “cultura” que se ajuste en cierto modo a la experiencia intercultural” (Russell, 2007: 133).

Para clarificar esta encrucijada entre cuestiones estéticas, científicas y éticas en el cine de Jean Rouch, el presente trabajo se plantea dos objetivos fundamentales. En primer lugar, se trata de  analizar el texto fílmico Moi, un noir (Jean Rouch, 1958) con la idea de identificar la problemática relación entre la ciencia y el arte. El trabajo etnográfico de Rouch se inscribe dentro del ámbito del relativismo cultural de Franz Boas, el cual rompió definitivamente con la mirada etnocéntrica y con la antropología clásica en tanto que disciplina de carácter científico que pretende describir de manera objetiva las determinaciones culturales (Boas, 1964: 9). Por tanto, en Rouch los hechos van a ser tratados desde una perspectiva subjetiva. Asimismo, el modo de representación que va a adoptar ha sido definido por Bill Nichols como modo interactivo que suponen no sólo un encuentro cara a cara con los sujetos filmados sino que, además, “la autoridad textual se desplaza hacia los actores sociales reclutados (Nichols, 1997: 79). De este modo, tanto la ciencia antropológica como el arte cinematográfico viran hacia un proceso dialógico. En segundo lugar, se trata de estudiar los efectos de la colonización, en este mismo texto fílmico, de cara a definir la posición ética con la que este cineasta-viajero se compromete. De esta manera, las preguntas que subyacen a este encuentro entre arte, investigación y ética no dejan de multiplicarse: ¿puede la antropología convertirse en una forma de expresión artística? ¿No resulta problemático y equívoco que la antropología en tanto ciencia objetiva se tiña con la subjetividad del arte? ¿Puede el cinematógrafo convertirse en una técnica y un arte imprescindible para la investigación científica? ¿Puede el cine ser un catalizador para el cambio y la crítica social? Nos encontramos, sin duda, con un film que se mueve en un territorio interdisciplinar. Y esta interdisciplinaridad, no conviene olvidarlo, abre un campo de encuentroentre dominios diversos que va a abrir una nueva senda a las prácticas del cine actual más vanguardista: el film-ensayo, el videoarte o el fake van a beber de esta nutritiva fuente rouchiana. Jean Rouch aporta una serie de elementos claves que serán uno de los reconstituyentes básicos del cine contemporáneo. Por ello, cineastas como Jean-Luc Godard o Chris Marker no dudan en situarle como una de sus influencias más rotundas.

 

El cine como improvisación, diálogo y fabulación

En la obertura de Moi, un noir, la voz en off de Jean Rouch describe el proceso de creación del film. Esta táctica de mostrar, justo antes de comenzar la narración, los hilos de la marioneta, los entresijos y la maquinaria de producción, supone un gesto inequívoco de modernidad que ha ejercido un fuerte impacto en el cine-ensayista por antonomasia: Jean Luc Godard. El autor de Histoire(s) du cinema no ha ocultado nunca que Rouch es uno de sus maestros y que sin él su cine no habría sido posible. Este proceso metafílmico que  Rouch pone en movimiento lo describe así: “Durante seis meses he seguido a un pequeño grupo de jóvenes emigrantes de Níger en Treichville, suburbio de Abidjan. Les propuse rodar un film donde interpretaran sus propios papeles, donde tuvieran el derecho de hacer y decir lo que quisieran. Así fue como improvisamos este film”.

Quedan patentes dos de las ideas nucleares de su estética: la improvisación y el trabajo colectivo. Ambas ideas están claramente conexionadas. Son dos caras de la misma moneda. Jean Rouch logra realizar un film basado en la improvisación: no hay un guion previo, ni método de análisis objetivo. Todo se decide sobre la marcha junto con los personajes-actores protagonistas, en diálogo con el otro. El otro que no es un actor, sino un modelo tomado de la vida. Algo que Robert Bresson también puso en práctica en el ámbito de la ficción, ya que trabajó en muchas ocasiones con actores no profesionales a los que aconsejaba que no había que representar a nadie (Bresson, 2007: 54). De este modo, sin situarse al margen de aquellos a los que filma ni disponer una distancia crítica de lo registrado, su propuesta parte de una comunión con el otro, compartiendo con ellos la vida dentro y fuera del film, haciendo del cine un espacio de experiencias comunes compartidas. El cine de Rouch configura un tipo de enunciación colectiva: se trata de hacer cine con los otros para dejarse atravesar por sus problemas y sus sueños. Todo lo contrario al método de observación utilizando en las ciencias. Pero, aparte de la puesta en escena de la estrategia de creación, el flujo de la voz en off de Jean Rouch continúa con la presentación de los personajes, dando lugar a una nueva clave de lectura: “Uno de ellos, Eddie Constantine, fue tan fiel a su personaje, Lemmy Caution, Agente Federal Americano, que, durante el rodaje, fue condenado a tres meses de prisión. Para el otro, Edward G. Robinson, el film se convirtió en el espejo donde se descubrió a sí mismo, el antiguo combatiente de Indochina, rechazado por su padre porque había perdido la guerra”. Podemos entender, en este punto, que Rouch no sólo busca que los protagonistas del film interpreten su propia vida, sino que pretende además que esta vida aparezca atravesada por unamáscara de ficción. Así, en su cine se da una mezcla entre lo real y lo ficcional, entre el documento y la fabulación.

Tenemos por tanto tres elementos estéticos y artísticos que componen la lógica de su modo de investigación etnográfica: la improvisación como proceso de creación, el diálogo con los jóvenes nigerinos como modo de enunciación colectiva y la fabulación o enmascaramiento ficcional de los documentos registrados como forma expresiva. A partir de estos elementos, se trata de abordar la conexión heterogénea que se da entre la lógica de la investigación científica y la estética de la expresión artística a partir del análisis de cada uno de estos elementos.

 

La improvisación como proceso de creación

Nunca he escrito nada antes de comenzar un film” (Rouch, 1998: 155). Esta afirmación apunta al carácter antiteleológico de su proceso creativo. Nada está decidido de antemano. Todo se va a ir organizando en el encuentro con los otros. Sin duda su cine supone todo un spinozista arte de los buenos encuentros donde escuchar es la clave de la práctica de la antropología visual. “Un guion no se escribe, se escucha” (Rouch, 2004: 19). Y ese escucharse refiere a las voces de los otros, voces con las que establecer un diálogo, voces que encarnan un encuentro y que configuran su cartografía personal. Esas voces que habitarán para siempre en Jean Rouch y que son la materia prima que él organiza, no como un demiurgo todopoderoso y omnisciente, sino desde la espontaneidad y al margen de métodos, reglas y recetas. En sin duda unos de los cineastas que mejor ha comprendido la función del azar y de lo aleatorio, “uno de los más notables ejemplos que conocemos del uso del alea como componente estructural”(Burch, 1970: 123).

El modo de producción de Rouch no parte de la representación del otro. Él opta más bien por improvisar junto a los otros. No fija objetivos ni fines a su práctica de filmación, pues considera oportuno permitir que los caminos que le llevan a conocer el paisaje cultural en el que está inmerso le sugieran bifurcaciones y giros imprevistos. El cine será arte y ciencia de las mutaciones y de las variaciones. La producción siempre es abierta y alterable por lo que acontece, por lo aleatorio de la vida que posibilita la aparición de lo nuevo, de aquello que no está codificado. Nada que ver, por tanto, con la lógica de la ciencia antropológica clásica que parte siempre de una metodología y unos objetivos bien definidos y preconfigurados. Y lo mismo puede decirse del cine clásico que también parte del esquema preestablecido dibujado en el guion como estructura regulativa que no deja espacio a la irrupción de lo imprevisible. De este modo, podemos afirmar que los métodos de la antropología clásica y del guion cinematográfico niegan todo azar y todo encuentro imprevisto. Como sostiene Serge Daney, el guion siempre está del lado del poder (Liandrat-Guides y Leutrat, 2003: 68). El guion es la cadena que esclaviza al cineasta a poner en escena un espectáculo que ya ha sido decidido a priori: de principio a fin. Y todo ello por necesidades comerciales. Al cine comercial, la mayoría de las veces, no le interesa el lenguaje del arte y, en consecuencia, solo entiende la lógica científico-económica de los beneficios. Podemos preguntarnos, como hace uno de los protagonistas del film cuando parece no encontrar salida a su encrucijada vital: “¿Por qué siempre el dinero?

De este modo, la improvisación será la manera que Jean Rouch tiene para experimentar en el mundo. Improvisación a la hora de elegir los encuadres, los movimientos de cámara, los personajes, las relaciones entre las imágenes. Toda una práctica de la libertad ejercida en sus viajes por el continente africano y en sus encuentros e interacciones con aquellos otros con los que hace cine. Como en una jam session de jazz -él que tanto amo esta música- donde cada cual tiene su rol, su gesto y su movimiento, y lo pone en común con los demás. Sin partitura ni códigos establecidos. Sólo con la fuerza espontanea que permite poner en movimiento un latido común, una vida compartida, un acto de creación colectiva, libre, simultánea y orgánica. Al modo de los cadáveres exquisitos de los surrealistas: producción azarosa y automática. El jazz y el surrealismo, por tanto, aparecen en el cine de Rouch dos referentes incuestionables para entender su pasión por captar lo real de manera improvisada y espontánea.

Ahora bien, hay que apuntar que la improvisación se ejerce sobre el flujo de los acontecimientos de la vida. Y es esa vida, en su proceso de autoorganización, la que permite ejercer a Rouch una observación no dirigida sobre ella. Se trata de conservar el carácter bruto de la vida. Terry Eagleton determina en su obra La estética como ideología, en un tono decididamente nietzscheano, como la voluntad de poder del creador tiene que imitar el carácter salvaje de la vida en la medida en que ella “sólo exige que tú hagas lo que ella hace, a saber, vivir en un estilo cambiante, experimental, proclive a la improvisación dando forma a una multiplicidad de valores (Eagleton, 2006: 324). Esta idea aparece cristalizada en Moi, un noir ya que Jean Rouch asume en su cine ese “estilo cambiante y experimental” que consiste en improvisar con/sobre/desde la vida, poniendo en escena una radicalidad que rompe los cimientos de aquel cine que sólo se basa en dividendos.Así, él prefiere estar abierto al encuentro con lo que acontece, con la vida. Describe la vida en el mercado, el trabajo, los juegos, los bailes, los deportes y las creencias de los habitantes de Treichville. Sin duda esto es algo que aprendió Dziga Vertov, uno de sus referentes junto a Flaherty. Para el cineasta ruso, el objetivo del cine se fundaba en dirigir la mirada hacia la vida, escenificar lo móvil y fugitivo de los acontecimientos: “El escenario es demasiado pequeño. Entren, pues en la vida” (Vertov, 2011: 166). Rouch, para captar ese vaivén fugitivo de la vida, admitió como suyas algunas de las prácticas vertovianas del cine-ojo: la eliminación del trípode en la filmación y la fluidez y libertad en los movimientos de cámara, ambas indudablemente ligadas a la improvisación en tanto captura de lo visible-imprevisible. Estas técnicas de improvisación producen imágenes imperfectas, inestables y maravillosas que “son bellas porque tiemblan” (Morin, 2004: 11). De este modo, la improvisación como método de creación etnográfica elude todos los mecanismos objetivistas que definen la antropología como “el estudio científico de la cultura” (Malinowski, 1970: 11) y abre un espacio a la subjetividad, al temblor del yo. Por ello, para Jean Rouch el cine será no sólo una herramienta de análisis científico, sino también un dispositivo de creación estética no esclavizado por la objetividad de los hechos. El cine como medio de captura de la aventura, de lo que no se sabe, de lo impensable. El cine como acto de libertad que tergiversa la lógica de la ciencia y la hace devenir viaje discontinuo y metamorfosis del sentido.

 

El diálogo como forma de enunciación

Si el proceso de creación de Jean Rouch está al margen de las coerciones que impone “cierto cine comercial” por medio de las prescripciones del guion y, por otra parte, se posiciona de manera crítica a las propuestas objetivistas de “cierta antropología” que pretende realizar una descripción de los hechos de la cultura evitando la observación participativa, respecto al modo de enunciación también esquiva todo orden cultural dominante. La norma enunciativa tanto en el cine comercial como en la ciencia es el monólogo. Tanto los cineastas como los científicos obvian cualquier forma de dialogo con su objeto de estudio, pues establecen una distancia crítica con lo otro. Podemos afirmar, siguiendo la terminología marxista, que el cine comercial sólo perpetua el orden dominante (la estructura social hegemónica) y convierte la obras en espectáculos (superestructuras que justifican la estructura social dominante) para ser digeridos de manera acrítica. Como asegura Guy Debord: “El espectáculo es lo opuesto al dialogo” (Debord, 2000: 17). De este modo, el cine-espectáculo y la antropología no participativa elaboran dispositivos discursivos que establecen un monólogo consigo mismo: puro ensimismamiento narcisista y etnocéntrico.

Ahora bien, ¿cómo construir un diálogo con lo otro? ¿Cómo salir de la enunciación subjetiva de lo científico y lo artístico? Rouch propone una técnica de apertura y de relación con el otro muy sencilla: la proyección del material filmado de las personas con las que ha trabajado con la intención de buscar reacciones, críticas y comentarios que le permitan reelaborar el material audiovisual. Y esta táctica, sin lugar a dudas, es fundamental para el arte y la investigación: “El cine era una instrumento de investigación insustituible, no solo por su facultad de reproducir indefinidamente lo que ha sido observado, sino por la posibilidad de proyectar el documento extraído ante las personas observadas y estudiar con ellas a partir de las imágenes su comportamiento” (Rouch, 1998: 161) De este modo, el film no se termina después de la proyección, pues su propia temática consiste en el dialogo y la colaboración que se da entre el cineasta y los actores al visionar el material registrado. El cine deviene participación colectiva, en la medida en que de este diálogo surgen dudas preguntas y comentarios, que luego se incluirán en el montaje definitivo. Es una forma de que los sujetos hablen por sí mismos evitando así el recurso a la narración clásica omnisciente (Lutkehaus y Cool, 1999: 437).

Asimismo, esta práctica de producción supone una crítica del monolingüismo de la ciencia antropológica clásica y del cine comercial, y abre las puertas a un modelo de enunciación colectivo y plural. Sabemos que la antropología clásica no tiene en cuenta la opinión que los sujetos investigados tienen sobre el trabajo etnográfico. Lo mismo ocurre con el cine  documental de observación o con el cine comercial. Esta es, a juicio de Rouch, la gran diferencia entre la antropología clásica y la antropología visual que él defiende:

Hagamos una comparación entre la antropología clásica y la antropología visual. En la primera usted toma un profesional de una prestigiosa universidad y lo envía a un lugar remoto, donde la gente no usa el lenguaje escrito. Por el solo hecho de tratarse de una investigación, los pobladores se sienten incómodos y su rutina se trastorna. Cuando el informe está completo, los antropólogos vuelven a su Universidad, escriben sus informes y posiblemente obtienen distinciones. ¿Cuál es el resultado para aquellos que fueron investigados? Ninguno; la irrupción del antropólogo no les arroja beneficios. La gente no lee el informe. Con una cámara se puede obtener un resultado más fructífero. La película puede mostrarse a la gente, que puede así discutirla y tener acceso a lo que les ha sucedido. Por malo que el filme sea les permitirá reflexionar sobre sí, y les dará una oportunidad de verse desde cierta distancia. Tal distorsión cambia todo. En el primer ejemplo dado, sólo puede haber alguna recompensa para el investigador y para la ciencia en abstracto. En el segundo, se puede obtener todo aquello y también beneficios para la gente (Rouch, 2005:101).

Jean Rouch, trascendiendo este aparato normativo de la ciencia antropológica clásica, propone un modelo discursivo dialógico para alcanzar otra verdad diferente de aquella que pretenden conquistar aquellos que piensan que por medio de la observación no participativa los hechos no son distorsionados. Se trata de considerar al otro como un sujeto -y no como un objeto- con la firme intencionalidad de que sea posible un encuentro. El cine será para Rouch un medio para establecer lo que denomina unas veces “etnodiálogo” y otras “cine-contacto” y que consiste en el mutuo intercambio de reflexiones sobre los hechos registrados, lo cual aporta beneficios no sólo al antropólogo sino también a la comunidad estudiada. De este modo, el visionado del material filmado posibilita que la sociedad estudiada y el antropólogo puedan pensarse a sí mismos y, por tanto, genera un espacio de mutuo autoconocimiento. Pero ahí no termina el proceso. Con los comentarios a las imágenes proyectadas, como hemos apuntado, Jean Rouch va a reescribir el film junto con Amadou Demba, Karidyo Faoudou, Gambi, Oumarou Ganda, Seydou Guede, Alassane Maiga y Petit Touré, que se convierten en auténticos coautores. El cineasta trabaja la banda de imagen y la alteridad cultural elabora el sonido. Así, la versión definitiva va a tener las características y cualidades de un palimpsesto, de una reescritura coral y múltiple. Sobre esta cuestión, Diane Scheiman ha introducido la noción de “imaginación dialógica” para estudiar el coro de voces que se inscriben en otro film de Rouch, Les maîtres fous (Rouch, 1955), recurriendo a la crítica literaria de Mijail Bajtin, y en concreto, a sus estudios sobre la polifonía de voces en la obra de Dostoievski (Scheiman, 1998: 188).

Hay que apuntar, por tanto, que las implicaciones socio-políticas de esta técnica dialógica pone en solfa el etnocentrismo que ha caracterizado a gran parte del cine antropológico en tanto que Jean Rouch no trata a los sujetos filmados desde una posición jerarquizada, desde una atalaya de poder, sino como sujetos autónomos con un papel sustancialmente activo y participativo. En el juego de interacción no hay niveles de poder sino libre intercambio de opiniones, lo que implica que el par conceptual identidad/diferencia pierda su sentido. Se trata de ir más allá de esa dicotomía. Sin duda su cine no busca una verdad exterior, sino una verdad que es la síntesis del juego de la  interculturalidad. Una verdad que también va más allá de la diferencial verdad/ficción y que emerge de la relación entre la mirada del cineasta y la alteridad cultural que quiere conocer, entender y pensar para no caer en la falacia de la superioridad raciológica.

Por otro lado, tenemos que tener presente que este modelo del diálogo es un elemento clave para la configuración de lo social. Desde Platón, el diálogo ha sido la práctica fundadora de la democracia occidental. Ahora bien, parece como si los occidentales lo hubiésemos olvidado y, por ello, deberíamos volver a aprender, en una suerte de proceso reminiscente, de las sociedades africanas. En occidente, progresivamente, se ha producido una amnesia de los aspectos comunes y hemos ido recorriendo un camino de profunda individualización. De este modo, podemos establecer tres ejes conceptuales de cara a mostrar la profunda diferencia entre Occidente y África. Serían los siguientes: sujeto/colectivo, monologo/diálogo, razón/mito. Estos ejes conceptuales o significantes los podemos ver expresados en las prácticas terapéuticas de Occidente y de África. Si para los occidentales la práctica terapéutica es privada, monológica y científica, como en el caso del psicoanálisis; en África es pública, dialógica y basado en el mito, como ocurre en las prácticas rituales. Así lo explica Rouch en una entrevista sobre su anterior film Les maîtres fous:

Quería explicar que el ritual era un método que les permitía funcionar en la sociedad normal con menos conflicto. Quería aclarar que no eran locos. Un punto importante que perdimos era que la terapia para los africanos no es una consulta privada como la del psicoanálisis y la mayoría de las terapias occidentales. La terapia que filmamos era un rito público, hecho a la luz del sol. Este es uno de los puntos más importantes que los occidentales deben aprender (Rouch, 2005: 99).

En definitiva, esta posición ética repercute y se refleja en su discurso estético. A medida que va puliendo su método etnográfico, al no tratar de describir a los sujetos estudiados desde la frialdad objetiva, y preferir una relación que derribe los muros de la cultura a través del diálogo, Jean Rouch va elaborando sus estilemas y sus códigos artísticos. Por consiguiente, Rouch va desarrollando lo que Deleuze-Guattari denominan un agenciamiento colectivo de enunciación (Deleuze y Guattari, 1998: 38) en el que se disuelvan las fronteras entre sujeto observador que se localiza tras la cámara y el sujeto observado que se muestra delante de ella. Un proceso de enunciación que no pone de manifiesto una estructura social sino que manifiesta un modo de estructuración a través de la interacción discursiva que se ejerce entre la mirada del cineasta y los modelos-actores.

 

La fabulación del documento como modo expresivo

Hemos argumentado como la improvisación es el proceso de producción mediante el cual se ejerce una síntesis libre e indefinida del sujeto con la realidad, y como el diálogo es la forma de enunciación que sintetiza, sin determinaciones ni estructuras de poder, al sujeto observador con sujeto observado. Ahora toca evaluar el modo expresivo que sintetiza las formas del documento con las formas de la ficción. En Moi, un noir, cada uno de los dos jóvenes inmigrantes nigerinos que llegan a Costa de Marfil en busca de una vida mejor interpretan su propio papel desde la adopción del nombre de dos estrellas del cine: Eddie Constantine y Edward G. Robinson. 

¿Es gratuito este enmascaramiento? ¿Es un juego de sustituciones carente de sentido? Si comprobamos las biografías de ambos actores descubriremos dos datos que concuerdan con el de los protagonistas de Moi, un noir. El primer dato común que nos encontramos es que ambos son inmigrantes. Eddie Constantine, cuyo verdadero nombre es Edward Constantinowsk, nació en Los Ángeles, pero es hijo de padres inmigrantes. Su madre es de origen ruso y su padre de origen polaco. Por su parte, Edward G. Robinson, llamando con anterioridad Emanuel Goldenberg, nació en Bucarest (Rumanía) y en 1903 emigró a Estados Unidos. El segundo dato es que ambos actores han representado siempre el papel de tipo duro. Por consiguiente, el enmascaramiento de los protaimagen 1. jean rouchgonistas y el acto de fabulación que ponen en marcha supone la asunción, por parte de los modelos-actores, de estas dos cualidades distintivas. Quizá no le falta razón a Walter Benjamin cuando afirma que “el hombre se orienta según las máscarasque le son presentadas” (Benjamin, 1989: 148). Moi un noir  desarrolla un modelo de narración donde lo real y lo ficcional se vuelven codependientes y se reflejan mutuamente. Cuando los personajes protagonistas del film adoptan una máscara ficcional, esta les sirve para orientarse en un territorio donde no se produce una quiebra o un cortocircuito entre el documento y la escenificación, sino un nuevo modo de relato que se instala en la frontera. En el cine de Rouch se da lo que Jorge Grau llama refracción: el film es como un prisma que se deja penetrar por elementos documentales y de ficcionalización que alteran su naturaleza esencial (Grau, 2005: 25). Moi un noir no hace otra cosa que deconstruir los géneros, refractarlos y hacerlos delirar, lo que provoca que a la hora de categorizar el film podamos localizarlo dentro de la tipología del cine-ensayo.

Esta idea de enmascarar la realidad filmada con vetas de ficción, que va ligada a la técnica de descomponer el territorio puro de los géneros cinematográficos por medio de su entrelazamiento y su síntesis, le sitúa en la órbita de las rupturas del surrealismo. Los ejercicios de ficcionalización que desarrolla parten en muchos casos de la imaginación y los sueños de sus modelos-actores, que provocan que emerja de su inconsciente aquello que había sido reprimido. En la secuencia donde Robinson muestra su deseo de ser estrella del boxeo asistimos a la escenificación de un sueño de una forma cercana al surrealismo. Ahora bien, a diferencia de los sueños escenificados por los surrealistas que tenían un carácter subversivo de la moral y la política dominante, en el caso de Rouch parece latir una claudicación, una imposibilidad que hace inviable el cumplimiento de su deseo: “Eso es lo que sueño ser” -dice Robinson- “campeón delimagen 2. jean rouch mundo de peso pluma, Ray Sugar Robinson. Oh, desgraciado. No soy boxeador, no es más que un sueño”. Esta desesperación por no cumplir el sueño de ser boxeador pone de relieve la huella y los efectos etnocidas del colonialismo. Son muchos los estudiosos que han indicado la influencia del surrealismo en la cinematografía de Rouch. Daniela Dumaresq hace hincapié en como “él utilizó ampliamente la ficción para comunicar sus registros antropológicos, sin dejar de utilizar las técnicas del surrealismo y de la interpretación de los sueños y tal vez, más brillantemente, desvaneciendo la separación entre los documentales y las películas de acción en favor de una integración imaginativa de ambos conceptos” (Dumaresq, 2007: 77). Esta influencia del surrealismo también la han señalado Paul Stoller, que asegura que “como Artaud, él está muy influenciado por el surrealismo” (Stoller, 1992: 53), y Paul Henley, que en The adventure of the real. Jean Rouch and the craft of ethnographic cinema evalúa las relaciones entre etnología y surrealismo (Henley, 2009: XXI). Por tanto, Rouch muestra una verdad que no se ciñe al registro y que contempla también la subjetividad y los sueños.

Esta es la característica esencial de la ethnographie verité: ir más allá de la verdad en tanto que registro objetivo de los hechos para producir una verdad en la que la presencia activa de la alteridad cobra protagonismo. El cineasta participa, se hace visible, produce la realidad. Este modo de expresión de lo real lo adoptó de Flaherthy que solicitaba a los sujetos filmados la recreación de escenas, lo que provocaba una suerte de fabulación y ficcionalización en la medida en que los sujetos actuaban ante la cámara. El modo de expresión de Jean Rouch se establece como un desvío, como una versión, como un simulacro de lo real en busca de una verdad esencialmente cinematográfica. Cuando el antropólogo, en tanto científico, es también artista, entonces dice la verdad aunque mienta.

De este modo, Rouch desarrolla en Moi un noir un modo de documental contaminado por elementos ficcionales, y donde los hechos filmados son deformados por los comentarios y las recreaciones. O por los sonidos que se incluyen en el montaje, como ocurre al inicio del film donde escuchamos una serie de disparos mientras en la banda de imagen aparece un cartel de una película del Far West. Tanto los hechos como los personajes devienen otro y se enmascaran ya que se muestra su realidad por medio de los roles que adoptan en el proceso de fabulación. Hay, por tanto, una mezcla entre narración ficcional y etnografía, es decir, una etnoficción que muestra que toda filmación documental ha de ser reinterpretada como acto de creación, ensayo, experimento. Gilles Deleuze muestra como este juego de la verdad es también un juego de la identidad:

Para Rouch, se trata de salir de su civilización dominante y de alcanzar las premisas de     otra identidad (…) deben hacerse otros, con sus personajes, al mismo tiempo que sus personajes deben hacerse otros también. La célebre fórmula: «lo cómodo del documental es que uno sabe quién es y a quién filma», pierde validez. La forma de identidad Yo = Yo (o su forma degenerada, ellos = ellos) cesa de valer para los personajes y para el cineasta, en lo real tanto como en la ficción. Lo que se deja adivinar es más bien, en grados profundos, el «Yo es otro» de Rimbaud. Godard lo decía a propósito de Rouch: no sólo para los propios personajes sino también para el cineasta, quien «blanco igual que Rimbaud, declara también él que Yo es otro», es decir, yo un negro.»«Yo es otro» es la formación de un relato simulante, de una simulación de relato o de un relato de simulación que destituye a la forma del relato veraz. El personaje no cesa de pasar la frontera entre lo real y lo ficticio (la potencia de lo falso, la función de fabulación) (Deleuze, 1987: 205).

Se trata, en definitiva, de situarse en el intersticio entre lo real y lo imaginario, entre el yo y el otro, para mostrar la verdad, para conocer el mundo al margen de los cánones formales e ideológicos del positivismo cientificista y de las representaciones hegemónicas. Su cine supone un juego de las diferencias entre el documento de la realidad y la ficción de la imaginación: una fabulación real  entre el Moi y el noir:

 

Conclusiones: una mirada intercultural

Las conclusiones que se pueden extraer de los modos de producción audiovisual de Jean Rouch han tenido un gran impacto en el cine moderno y contemporáneo. Estos modos de producción, como hemos argumentado, tienen implicaciones decisivas a la hora de proponer nuevos modelos de producción de la realidad. En primer lugar, hemos mostrado como el cine de Rouch y su propuesta de una antropología visual abre un espacio a un modelo de investigación que hace de la antropología una disciplina artística donde la captura de lo fugitivo, azaroso y aleatorio de la vida es una premisa fundamental. En segundo lugar, hemos explicado como la construcción dialógica de Moi, un noir establece un espacio fílmico plural donde la comprensión intercultural rompe con la mirada etnocéntrica. Y en tercer lugar, hemos visto como la ligazón entre la realidad y la ficción supone una nueva forma de verdad sustancialmente cinematográfica.

Estas novedades no son meramente formales ya que suponen una posición ética y crítica respecto a la barbarie de la colonización. El esfuerzo de Rouch consiste en imagen 3. jean rouchponerse en el lugar del otro. Su cine es un reflejo de las transformaciones sociales africanas tras el proceso colonizador y expresa tanto la explotación económico material como la explotación cultural. En Moi un noir filma los efectos de esta explotación: tiendas con rótulos en inglés y francés, asunción del idioma colonizador y asimilación de elementos de la cultura opresora como el rock o el boxeo. Ante la barbarie acometida por los pueblos colonizadores, Jean Rouch produce una mirada intercultural, una mirada másallá de las fronteras, una mirada que trata de entender mediante imágenes los procesos de colonización. En definitiva, una mirada que trata de subvertir el orden dominante para terminar de una vez por todas con el servilismo impuesto a los hombres y mujeres de África.

 

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