En el comienzo fue la fotografía. Una fotografía. Y la luz. La luz del atardecer que, filtrada por las hojas de los arboles del patio de la casa, proyectó una aureola mágica y misteriosa sobre un antiguo retrato fotográfico de dos jóvenes besándose en la playa, los padres del realizador quien involuntariamente registra con su cámara el epifánico instante. Y es a partir de ese inesperado acontecimiento que Ignacio Agüero anuncia –mediante la voz en off- la sencilla premisa que estructura a su última película: registrar, documentar los eventos cotidianos de la vida en su hogar durante un año exacto.
Con la voluntad de descubrir lo extraordinario que subyace en lo ordinario, Agüero registra entonces los más nimios detalles de su cotidianeidad, dejándose sorprender por los hallazgos fruto de una mirada atenta al detalle del color y la textura de una mesa de trabajo bajo el sol del invierno o a las esporádicas visitas de los animales al jardín de su hogar. Pequeños acontecimientos dentro del hogar que Agüero registra como un observador de su propia casa, redescubriendo lo que siempre estuvo allí.
Pero lejos de quedarse en ese microcosmos, al calor del hogar, El otro día comienza a cobrar su verdadera dimensión cuando el veterano realizador decide comenzar a registrar lo que sucede más allá de las puertas de su casa, cuando comienza a atender a aquellos anónimos visitantes que por diversos motivos tocan el timbre: para pedir ropa o dinero, para pedir trabajo o para estacionar temporalmente el auto en su garaje. Las puertas se abren al mundo y Agüero parece interesado en dejarse arrastrar por esas aguas, sea donde fuese que este nuevo torrente lo lleve. “Me gustaría visitar su casa, conocer donde vive”. Agüero, cual niño habido de conocimiento, busca en el extraño visitante una nueva excusa para continuar manteniendo vivo su deslumbrado interés por saber. Y está quien se presta y quien no a la propuesta del cineasta, habrá quien se sienta intimidado y habrá quien ve una oportunidad para mostrarse y compartir algo de su vida a un otro. Y así acompañamos a Agüero en esta nueva y errática aventura, conociendo retazos de la vida de los visitantes quienes pasan a dejar de ser extraños para comenzar a tener una historia, algo que contar, los visitantes son ahora los visitados. Al salir del interior del hogar, de lo propio para encontrarse con el otro es cuando la película toma profundidad, en el contraste entre el acogedor interior y el desconcertante exterior.
Con fascinante simpleza y con voluntad de evidenciar en la misma escena los pactos, contratos y propuestas propias del género documental (la narración en off, los acuerdos con los entrevistados), la película va haciéndose a sí misma, va transcurriendo con plena conciencia de sus actos, en este seguimiento sin aparente perspectiva más que no sea la del eventual entrevistado. Este gesto noble y humilde por parte del realizador de plasmar en escena el pacto con el entrevistado es lo que justamente nos aleja de la obscenidad voyeuristica en favor de un interés manifiesto y consciente de querer conocer al otro. La convención está sobre la mesa, en la escena, Agüero pide permiso para mostrar o no para mostrar, consensuando con el sujeto filmado: lo que se documenta es lo que el entrevistado deja mostrar, lo que quiere ocultar y esto hace del espectador un sujeto verdaderamente participes, lo libera a lo inesperado del acontecimiento entre el realizador y su esporádico entrevistado. Aquí no hay un otro ajeno o extraño, sino más bien un coterráneo, se recupera la noción de individuo en cada salida del realizador al hogar del nuevo visitante. Incluso vemos (entrevemos, escuchamos) a un entrevistado que se resiste a ser filmado, que no accede a participar del intercambio propuesto por el realizador.
Con ciertos ecos del cine de otro gran realizador latinoamericano, Eduardo Coutinho, quien en sus últimos trabajos ha indagado en la síntesis y la economía de recursos para transparentar al máximo esos instantes de verdad del entrevistado, Agüero va conformando azarosamente este extraordinario documental, en la trama se configura a partir de los accidentes del transcurrir de los días. Agüero es visitado entonces por un mendigo que accede a ser filmado pero a quien no logra encontrar, por lo cual debe esperar una segunda visita para volver a congeniar un nuevo encuentro, en uno de los barrios más pobres de la ciudad, en donde termina encontrándose con sus familiares quienes le cuentan sobre la errante historia de este escurridizo personaje.
Sobre el cierre de la película, Agüero es visitado por una joven que toca a su puerta para pedirle trabajo. Ella es estudiante de cine y le han hablado del veterano realizador. Agüero, por supuesto, visita su hogar en Valparaíso, visita su cuarto, le pregunta sobre su familia y sobre sus expectativas. La joven le muestra se demo-reel. En esta secuencia de cierre, Agüero se cruza con la nueva generación, llena de ilusiones sobre el porvenir, sobre el futuro.
Transcurrido el año que el director se autoimpuso como premisa de trabajo, Agüero intenta nuevamente registrar la fotografía de sus padres bajo la luz del atardecer, quizás con la esperanza de repetir aquel instante, pero la luz del sol, caprichosa, no le ofrece nuevamente la misma imagen. El ciclo se cierra y la película concluye.
Nicolás Aponte A. Gutter
Ficha técnica:
Dirección: Ignacio Agüero. Guión: Ignacio Agüero. Producción: Ignacio Agüero, Christian Aspée y Daniela Salazar. Dirección de fotografía: Ignacio Agüero Montaje: Sophie França. Duración: 120′. Origen: Chile.