Todo sucede a partir de las actividades realizadas en el taller de cine, dictado por el mismo director del documental, en un colegio de la comunidad armenia en Valentín Alsina en el año 2015, en el marco de la conmemoración de un siglo del genocidio armenio. El documental une lo trabajado, producido y pensado por los alumnos durante el taller y el detrás de escena de estas actividades en el aula. De esta manera, se suceden entrevistas realizadas entre los más jóvenes en el colegio, otras de los chicos a sus abuelos o padres, relatos de los alumnos de secundaria en base a su experiencia durante el taller, y fragmentos de clases con alumnos de los dos niveles. Constantemente se superponen imágenes y sonidos tanto de lo filmado por los alumnos como fotos, documentos y hasta imágenes y sonidos distorsionados, lo cual, por momentos, hace que la visualización del documental requiera de un esfuerzo del espectador por encima del promedio. Una suerte de hilo conductor está dado por fragmentos, presentes a lo largo de toda la película, de la entrevista con la escritora Ana Arzoumanian, ex alumna de ese mismo colegio.
El puntapié al problema que trata el documental no tarda en aparecer, y no es casual de dónde proviene. La escritora afirma en la primera entrevista: el “primer conflicto (era) entre el discurso de la comunidad, por ejemplo en el colegio, y lo que terminaban experimentando los alumnos”. El documental consecuentemente, y a continuación de este primer fragmento de la entrevista, permite ver el fruto del trabajo sobre los conceptos propios de la experiencia de la comunidad armenia, entre los más chicos. En las entrevistas entre los alumnos de primaria en el colegio los chicos responden a la pregunta de qué es la diáspora. Este concepto, a lo largo de toda la película, incluso cuando los niños entrevistan a padres y abuelos, se explica mayormente con el ejemplo armenio. La diáspora es el conjunto de las familias armenias, es decir, la diáspora es la diáspora armenia.
El documental asimismo se permite un pequeño homenaje a uno de los fundadores de este género cinematográfico. En una de las secuencias dentro del aula, antes de proyectar partes de Nanook, el esquimal (1922) de Robert Flaherty, Hernán Khourián les deja en claro a los alumnos cuál es el trabajo que van a tener que realizar en el taller de cine. A partir de lo que significaba el “Otro”[1] para este documentalista les dice: “en el caso de ustedes es trabajar de nuevo lo familiar y lo personal, para volverlo otro, para volverlo extraordinario.” Los alumnos, tanto de primaria como de secundaria tendrán que introducirse en su familia como extraños.
A partir de la frase de Ana Arzoumanian “hay que contar todo, sino esto (lo que no se dice) también desaparece”, se introduce en el documental la última dictadura argentina desde dos aristas. Por un lado, la escritora explica cómo afectó a la tercera generación de la comunidad (es decir, la suya) el “silencio”, sobre todo en el ejercicio de la memoria. Por el otro, en una secuencia en el aula, alumnos de secundaria le exponen a los más chicos algunos de los avances que realizaron investigando en sus familias, las cuales no sólo sufrieron el genocidio sino también la desaparición durante la dictadura argentina.
Repitiendo distintos registros sin mucho ordenamiento lógico el documental concluye con la construcción de Armenia como un imaginario. Arzoumanian había adelantado en el inicio del documental, al hablar de su propia experiencia en la niñez y adolescencia con la identidad armenia, que “si en un momento era el mundo en general (extranjero); Argentina un poquito en particular; y Armenia el único lugar familiar, después se volvió todo extranjero, salvo la imaginación.” Así la autora parece coincidir con el concepto de “comunidad imaginada”, el cual aparece para llenar el vacío emocional que deja la retirada o desintegración de comunidades y de redes humanas “reales” y que, por qué no, puede verse como algo formulado y reformulado al interior de cada comunidad.
La secuencia final, que consiste en pedirles a los alumnos de distintas edades que cierren los ojos y digan cómo se imaginan a Armenia, es una metáfora no sólo de la gran dificultad para ligar la nacionalidad armenia a un territorio[2] sino que además muestra cómo a veces el proceso de reconfiguración de identidades étnico-nacionales se refuerza con el vínculo a una determinada fe religiosa. Entre las respuestas surgen un crucifijo arriba de una montaña, el Monte Ararat, el Arca de Noe, e incluso “una Iglesia”. La fuerte presencia de estos elementos cristianos no es casual. Mediante este proceso de reconfiguración, los armenios, al reafirmar su identidad como cristianos, quedan opuestos en el plano religioso con respecto a los turcos (musulmanes). Armenia aparece también con gente festejando el reconocimiento del genocidio y la devolución de “su” territorio. De esta manera Armenia parece ser para los chicos un lugar con “mucha gente”, que por momentos parece único y hasta especial, sin que falten miradas más concretas y mundanas, como también artísticas o metafóricas. Esta difícil relación entre Armenia, territorio y, agreguemos, comunidad armenia en Argentina, bien retratada en el documental y reflexionada en las entrevistas a Ana Arzoumanian, quien habla de la “Armenia histórica perdida” y de la “imaginación como lugar”, encaja con aquella afirmación del historiador Hobsbawm: “(…) ‘Armenia’ es lo que quedó después de que los armenios fueran exterminados o expulsados de todas las demás partes.”(2012: 75)
Guido Canevari
Ficha técnica
Dirección: Hernán Khourián. Guión: Hernán Khourián. Imagen: Germán Monti y Hernán Khourián. Montaje: Hernán Khourián. Sonido: Guido Ronconi y Hernán Khourián. Producción: Paula Zyngierman y Hernán Khourián. Producción ejecutiva: Paula Zyngierman. Origen: Argentina. Duración: 66 minutos. Año: 2018.
Bibliografía
Flaherty, Robert (1985). “La función del documental”, En Colombres, Adolfo (ed.) Cine, antropología y colonialismo. Buenos aires: Ediciones del Sol.
Hobsbawm, Eric (2012). Naciones y nacionalismo desde 1780, Buenos Aires, Crítica.
[1] Flaherty postula que el documental, a diferencias de las palabras escritas -abstractas e indirectas, incapaces de generar un inmediato y estrecho contacto con el mundo y sus habitantes-, era la herramienta indicada para lograr la mutua comprensión entre los pueblos, para hacerle ver al hombre común, sin formación, que el “extranjero” no es solo un “extranjero”, sino un individuo como él, digno de simpatía y de consideración (1985: 57).
[2] Comparada con otras comunidades es particularmente difícil para la armenia el vínculo con un territorio concreto. Basta aclarar que el actual territorio armenio con su capital en Yerevan, configurado luego de la disolución de la Unión Soviética, no había revestido ninguna importancia especial anteriormente. “Armenia” estaba en el actual territorio de Turquía, extendiéndose también a regiones de los actuales territorios de Irán y Siria.