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A Snake Gives Birth to a Snake (Michael Lessac, 2014)

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A Snake Gives Birth to a Snake

La película A Snake Gives Birth to a Snake del director Michael Lessac ha sido producida por la compañía Global Arts Corps, de la cual es fundador, y es una profunda reflexión sobre la violencia en la historia y el papel de los sujetos inscriptos en ella, tomando como eje del análisis las experiencias de Sudáfrica, Rwanda, Irlanda del Norte y la ex Yugoslavia. La película ha sido exhibida y aclamada en el Durban International Film Festival (2014), Official Selection Global Peace Film Festival (2015), Atlanta Film Festival (2015), FIPA (Festival International de Programmes Audiovisuels), entre otros festivales. También se la conoce como Truth on Translation y versa sobre las vivencias de una compañía teatral sudafricana multirracial que, a partir de los testimonios de los Tribunales de Verdad y Reconciliación, lleva dicha experiencia a contextos diferentes pero también atravesados por el odio y la violencia y sus huellas en el presente a partir de los hechos del pasado, conforme a buscar la reconciliación. Uno es africano, Kigali, en Rwanda (1994), y dos europeos, Belfast, Irlanda del Norte (1994) y diversas ciudades de la ex Yugoslavia en 1995 (Belgrado, Sarajevo, Prishtina, Mitrovica Norte y Mostar).

Como señalan los entrevistados, el recientemente fallecido músico Hugh Masekela y el ex Nobel de la Paz Desmond Tutu, la experiencia sudafricana fue única y sin precedentes. Entre 1996 y 1999 funcionaron los Tribunales de Reconciliación, inspirados en la pregunta de Nelson Mandela: “Can we forgive the past to survive the future?” (¿Debemos perdonar el pasado para poder sobrevivir al futuro?), para juzgar los delitos y buscar la reconciliación tras la caída del Apartheid. Max du Preez, jefe de los periodistas que reportaron en los tribunales, indica que esta experiencia se convirtió en parte del ADN sudafricano. Durante tres años desfilaron víctimas y victimarios y cada uno de los testimonios fue traducido a las once lenguas oficiales del país. El desafío de los traductores era el de no quebrarse frente a la gravedad de lo narrado, generando la pregunta de hasta qué punto puede mantener el traductor su objetividad.

Los actores de la compañía teatral debieron atravesar un camino no exento de dificultades. Jugando a ser de algún modo ellos mismos, los conflictos raciales no tardaron en estallar. A propósito, Masekela cumple una excelente función de integración, al dirigir y hacerlos cantar a partir de letras que son recopilaciones textuales de los testimonios de los tribunales. Varios miembros de la compañía expresaron miedo, angustia e inquietud frente al desafío de hacer teatro para otros e interactuar con sus compañeros. Para varios de los blancos se trataba del primer contacto con negros, lo cual agregó cierta incertidumbre. Otra pregunta que recorre la película es si se puede separar el rol de actor de la persona.

En la primera parte, el destino del grupo teatral es Kigali, capital de Rwanda. Corría el año 1994 y, en menos de 100 días, 800.000 personas fueron masacradas por el hecho de ser de un grupo étnico distinto al de los victimarios o expresar su oposición al plan genocida. En forma de musical, la compañía canta sobre el genocidio frases como “43 heridas en su cuerpo. Vertieron ácido en su cuerpo. Le cortaron la mano”, buscando concientizar acerca de lo que fue el genocidio rwandés a un auditorio compuesto por niños y jóvenes, una generación de hijos de víctimas y victimarios. Es clave la opinión de un entrevistado cuando expresa que no se puede olvidar lo que pasó porque sino la gente se vuelve loca o se enferma. También los miembros de la compañía visitan los sitios de memoria y muestran su consternación, al oír testimonios de supervivientes.

Un importante testimonio asegura que perdonar es aceptar lo que le pasó a uno, entender que la gente mala existe y es fácil encontrarla. Agrega que odió a los victimarios pero eventualmente los entendió y terminó aceptando la situación. La reflexión se profundiza y una mujer opina que se puede perdonar o no, pero algunos no lo han podido hacer.

En la segunda parte del film la compañía llega a Belfast, donde se confrontan con el legado de la histórica división entre protestantes y católicos. En el año 1994 se construyeron 20 muros, en lo que se ha definido como una “Arquitectura de la separación”, hasta llegar en 2007 a 80 con la situación de niños que no saben qué existe del otro lado. Hay varias menciones al IRA (Ejército Republicano Irlandés Auténtico) y al penoso escenario que planteó el odio político y religioso. El nieto de uno de los hacedores del sistema, Hendrik Verwoerd, traza una aguda analogía con el Apartheid. Uno de los integrantes del grupo reflexiona cómo es posible asesinar a una persona y al otro día continuar una vida normal. A otro de los integrantes le urge decir que ha descubierto que el peor enemigo de los negros son los negros, y que ellos son sus peores opresores.

La compañía confronta a irlandeses a partir de la experiencia de reconciliación sudafricana. En un momento del debate, uno de los presentes critica que Irlanda del Norte no está en condiciones de poder seguir el ejemplo de Sudáfrica porque no es posible cambiar la matriz del poder. Observa que, si bien en el país africano el ANC (Congreso Nacional Africano) puede perder una elección y alejarse del poder, sin embargo una integrante negra de la compañía le responde, en forma contundente, que si el partido resultara derrotado es porque los negros pueden votar. Además, agrega, que si no fuera por el fin  del Apartheid, no estaría en condiciones de poder dialogar con él. El señor concluye con que replicar la experiencia sudafricana constituye una pérdida de tiempo y otro manifiesta pensar lo mismo. Masekela aporta que en una sociedad oprimida el opresor sufre más que el oprimido, como un aporte reflexivo categórico.

El teatro saca a relucir tensiones, conflicto y produce catarsis. Un actor blanco admite ser racista, que el racismo habita en él, a pesar que a partir de las reflexiones conjuntas va trascendiendo la idea que cuando se dice yo, se piensa en los otros. O al menos eso debería suceder. Entonces, en su primer destino europeo, la compañía comienza a experimentar problemas entre sus integrantes, como la oposición entre blancos y negros, una situación inevitable según uno de los miembros, hasta llegar al punto que una integrante (negra) plantea la posibilidad de retornar y se cuestiona el sentido de la actividad. En fin, la situación incita a reflexionar sobre si el Apartheid está realmente superado. “Puedes simpatizar con mi dolor pero nunca lo viviste”, la distancia expresada. En Irlanda del Norte no hay ánimos de reconciliación como en Sudáfrica o, en menor medida, en Rwanda.

Más rispidez hay en el tercer país visitado, donde la obra va llegando a su clímax. En la ex Yugoslavia la compañía visita cinco ciudades del que fuera un país integrado y en el que la limpieza étnica hiciera estragos durante los noventa, con una guerra cuyas imágenes se hicieron tristemente famosas en todo el mundo. El argumento esgrimido fue que si los serbios fueron conquistados y maltratados por los otomanos siglos antes, los primeros luego descargaron su odio sobre los bosnios musulmanes, una buena porción del pueblo. El 11 de julio de 1995 en Sbrenica, una ciudad protegida por las Naciones Unidas, aparecieron los serbios que juntaron a la población y la separaron entre hombres y mujeres, para desplazarlos y asesinarlos en diferentes lugares, niños incluidos. La ONU no lo detuvo, sino que se excusó argumentando que solo tenía mandato para supervisar y no podía actuar. Como resultado, más de 8.000 bosnios fueron asesinados en julio de 1995 en la masacre de Sbrenica. En las actuales naciones que sucedieron a la descomposición de Yugoslavia el ambiente es más tenso. Uno de los presentes afirma que no hay voluntad de entender al otro, ya que la división está impuesta desde el poder y nadie quiere someterse a un juicio crítico. Emerge la comparación con el Apartheid una vez más, puesto que lo que fuera un país ahora está dividido en lenguas, etnias y religiones, lo que resulta irónico porque, a nivel lingüístico, tanto el serbio, el bosnio y el croata son bastante parecidos (a diferencia del albanés). Resulta fácil hablar el idioma del otro pero eso no sucede porque hay rechazo.

De paso por Prishtina, capital de Kosovo, la compañía aprende que la mayoría étnica en el país es albana y que pese a la habitual convivencia, un serbio opina que es imposible que los serbios pidan disculpas. Pese a ello, en charlas, la compañía intenta reconciliar a un serbio con una albana. La tensión se siente en el ambiente. La mujer aduce que los albanos no salieron a matar serbios, pero estos últimos hicieron lo contario. También en Mitrovica Norte resulta compleja la idea de mezclar serbios y albanos. Sin embargo, y como una buena sorpresa para los actores, un lugareño cede y argumenta que el río no debe ser una frontera e insiste en que se necesita la reconciliación, aunque sus compatriotas le discuten tenazmente. En Mostar, cuyo puente fue construido en 1566 y destruido durante la guerra en 1993, símbolo de la desunión, la compañía organiza un teatro abierto en el lugar donde estuviera el antiguo puente (reconstruido en 2004) para que se acerque el público y olvide las diferencias. El objetivo planteado es que la gente comience a escucharse de nuevo, generar una pequeña esperanza, ir reconstruyendo y sentir preocupación por el otro, hasta llegar a la “gran esperanza”, como dice uno de los actores.

En este punto el film llega a su momento álgido. Se someten a los miembros del grupo teatral a un ejercicio: pararse frente al compañero y preguntarse a uno mismo si es posible ver a una persona distinta, imaginárselas más jóvenes, incluso de bebés. De algún modo eso es lo que hizo Sudáfrica, sugiere el coordinador de la actividad. La pregunta que resuena es qué hay que hacer para jalar del gatillo. Paso siguiente, la definición de lo que es el perdón. Una integrante zulú del grupo explica que en inglés perdonar significa aceptar lo que el otro hizo, pero en su idioma además de ese sentido, agrega la noción de paz.

Algunas ideas fundamentales que resuenan de la película.

En primer lugar el tema de la división, el denominador común de todas las experiencias retratadas en la trama. La idea de los muros es consecuente y simboliza la esencia humana, el hecho de estar divididos por meras convenciones sociales como han de ser la religión, la lengua, etcétera.

En segundo término, la película tiene un trasfondo psicológico al mostrar las reacciones de cada uno de los involucrados (miedo, angustia, enojo, intolerancia). Asimismo, la trama centra atención en la capacidad de poder entender al otro. La trama muestra las inquietudes en general del grupo actoral, cómo los actores atraviesan la recreación de experiencias tan traumáticas y de qué forma han procesado lo ocurrido, al igual que el entorno con el cual deben tratar. La película permite comprender qué significa adentrarse en la mente de la víctima, así como en la del victimario.

En tercer lugar, al confrontar a las dos partes, la película repasa la noción de perdón, la cual queda sujeta a la propia conciencia del individuo. Es importante hacer notar que al final de la película el reparto vuelve a recrear la historia de Sudáfrica y, cuando le preguntan a la protagonista de la dramatización, si ya está en condiciones de aceptar disculpas, ella responde “hoy no”. Se vuelve a reconectar con la idea de la necesidad de ponerse en el lugar del otro y de ese modo poder comprender a efectos de propender a la reconciliación.

Por último, aunque sin desmerecer valor, A Snake Gives Birth to a Snake sirve para reflexionar sobre el teatro y su función social. Esto se observa en tres niveles: en el primero, cuando ofrece conocimiento sobre lo que sucedió, en especial en relación a quienes no vivieron los hechos, como el público que presencia las representaciones en Kigali. En un segundo nivel favorece la concientización en relación a lograr el perdón (en cierta forma también comparte difusión del conocimiento). En tercer lugar, el teatro implica catarsis, no sólo para los espectadores. Los actores se funden con el guion, se compenetran, gritan, entran en discusión con el otro, al punto que no se puede saber si es parte de la actuación o realmente, como expresara alguien, no se vislumbra la separación entre la persona y el actor.

La película debe funcionar como disparador para pensar la excepcionalidad del proceso de reconciliación en Sudáfrica. El mismo es único y no ha podido replicarse en otros contextos signados por condiciones similares de muerte y trauma subsiguiente. Los casos de Irlanda del Norte y de la ex Yugoslavia demuestran esta imposibilidad, como se ve en el film son lugares donde quienes están a favor de implementar procesos de reconciliación se encuentran en la minoría. La idea del muro es vital y permite ver que las divisiones aún subsisten. El Apartheid no está muerto, en cualquier lugar donde hay división, existe un pequeño Apartheid. En efecto, una falla que puede señalarse al director es no haber mostrado que las divisiones aún lastiman Sudáfrica, donde los negros continúan siendo los más pobres y los más ricos casi siempre son los blancos. Tal vez la película muestra una imagen demasiado idílica de Sudáfrica, sirviendo como ejemplo para predicar la imagen de un país que ha salido de las cenizas. Aunque si la película produce esta imagen en el espectador, faltaría matizarla.

Omer Freixa

Ficha técnica

Dirección: Michael Lessac. Producción: Michael Lessac, Emma Tammi, Jacqueline Bertrand Lessac y Henry Jacobson. Producción ejecutiva: Nick Quested, Robert Lear y Jonathan Gray. Partitura original: Nathan Halpern. Música: Hugh Masekela. Origen: Sudáfrica. Productora: Global Arts Corps. Duración: 99 minutos. Año: 2014.