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Camocim (Quentin Delaroche, 2017)

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Camocim

Decenas de jinetes avanzan ruidosamente por el asfalto visiblemente caliente en una ruta rodeada de campos con sus alambres de púa. Inmediatamente, y casi en contraposición a la imagen de comunidad rural que se nos presenta, aparece por ese mismo lugar, manejando una motocicleta en alta velocidad, una mujer de alrededor de veinte años. Al detenerse en un pastizal, se encuentra con un pequeño grupo de amigos que apuntan sus celulares en dirección a un hombre, también joven, que frente a ellos balbucea consignas políticas. Después de un breve instante, resulta evidente que el grupo comandado por la joven, Mayara Gomes, intenta realizar un video político. Así abre Camocim, coproducción documental franco-brasileña, centrada en los 45 días de campaña previos a la elección municipal de 2016 en Camocim de São Felix, pueblo de alrededor de 18 mil habitantes localizado en el estado de Pernambuco, nordeste de Brasil.

En apenas 76 minutos, este documental de estilo directo y sin entrevistas, desafía algunos de los estereotipos en gran medida difundidos por las narrativas del propio cine nacional, que han vinculado a la región con la tradición, el atavismo religioso y la pacatería de las costumbres. Mayara, la real protagonista, incansable, circula por el pueblo llevando el mensaje de su candidato a concejal por el Partido Azul, César Lucena, que con limitada capacidad de oratoria y escaso carisma, se deja conducir por ella. Mayara ordena y establece las reglas de un equipo de campaña que, como en las grandes capitales del país, se sirve de jingles en la radio, redes sociales y propagandas televisivas. La política, como en esas mismas urbes en el Brasil de hoy, se amalgama a la religión tan presente en el día a día de las y los vecinos de Camocim de São Félix: Mayara se reúne con César en el templo evangélico para pensar estrategias de campaña mientras pintan sus paredes. Los discursos de ambos partidos están plagados de referencias bíblicas y llamados a Jesús; sin embargo, su madre aparentemente soltera y profundamente religiosa apoya a una hija que circula por todos los espacios (inclusive por la casa que ambas comparten) con su bella novia.

La ciudad está dividida en dos partidos políticos, el Rojo y el Azul. A lo largo del relato, no se explicitan diferencias ideológicas claras, y sin embargo, la polarización política resulta patente y los enfrentamientos entre los dos grupos adquieren tintes dramáticos. En su elocuencia, Mayara explica que el mayor problema del Partido Rojo es que ha perdido el rumbo, sirviendo sólo como proveedor de cargos en el Estado y que los jóvenes ya no se identifican con él. Ciertas imágenes captadas por Delaroche parecerían atestiguarlo: las manifestaciones rojas estarían protagonizadas por hombres maduros, un poco absurdos en su llamado a la juventud, mientras los comicios azules parecerían compuestos por contingentes de jóvenes. Sin embargo, son varios los encuentros de Mayara con amigos y amigas en bares en los que, a pesar de admitir estar colaborando con los azules, profesan un escepticismo evidente hacia una política que juzgan obsoleta y plantean su intención de votar en blanco.

En ese sentido, la mirada de Delaroche capta lúcidamente los avatares, tensiones y contradicciones políticas acentuadas luego de la vergonzosa maniobra golpista que destituyó a Dilma Rousseff en 2016. La desazón generalizada respecto a los discursos que se plantean como abiertamente ideológicos ha resultado en una adhesión mayoritaria hacia narrativas que (falsamente) se presentan eximidas de contenido. Existe en la campaña retratada en el documental una falta notable de propuestas que apunten hacia reformas sociales serias, en uno de los estados más pobres de Brasil. El obvio vaciamiento del discurso político genera frases y consignas deshabitadas, que optan por apelar a “lo nuevo”, lo a-político, y al mito del “hombre simple” cuando en realidad el registro visual del documental despliega máquinas políticas que se alternan en el usufructo del aparato estatal de éste pequeño pueblo.

Esta mirada indagadora del complejo proceso político brasileño post-impeachment se manifiesta nuevamente en el más reciente Bloqueio (Quentin Delaroche y Victória Álvares, 2018). El documental, exhibido en el 51 Festival de Cine de Brasilia, retrata el paro masivo de camioneros en mayo de este año.  Delaroche y Álvares optan por pasear su cámara por el proceso, sin realizar entrevistas. Los diferentes personajes, como en Camocim, se ven en distintas situaciones y tomando diferentes posiciones: unos demandan la baja del precio del diesel, otros gritan por la salida de Temer; muchos piden la intervención militar.

Camocim, en ese sentido, preanuncia y se hermana con esa incertidumbre presente en Bloqueio. Luego de la victoria del Partido Rojo, Mayara en su irreductible pasión, expresa intención de seguir luchando por su candidato. Vuelve al bar con sus amigos de siempre, aquellos que antes manifestaron su desencanto con los modos de la política. Alrededor de una mesa con botellas de cerveza, conversan y cantan Tempo Perdido de Legião Urbana, canción icónica para varias generaciones de jóvenes que crecieron en el Brasil de los últimos 30 años (incluyendo la mía). Premonitoria de tiempos oscuros que se acercan con furia, en los que candidatos que abrazan abiertamente el fascismo, la tortura, la criminalización de los pobres, el racismo y el sexismo pasan como promotores del orden y de “lo nuevo”, los jóvenes de Camocim repiten, con una esperanza tenue en el paso del tiempo que supuestamente todo lo cura y un futuro indefinido,

O que foi escondido/É o que se escondeu/E o que foi prometido/Ninguém prometeu/Nem foi tempo perdido/Somos tão jovens!/Tão jóvens/Tão jóvens …

Paula Halperin

Ficha Técnica:

Dirección: Quentin Delaroche. Guión: Quentin Delaroche y Fellipe Fernandes. Producción: Dora Amorim y Thaís Vidal. Dirección de Fotografía: Quentin Delaroche. Edición: Quentin Delaroche. Sonido: Nicolau Domingues. Origen: Brasil y Francia. Duración: 76 minutos. Año: 2017