El rascacielos latino (Sebastián Schindel, 2012)

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Las grandes ciudades poseen supersticiones, leyendas urbanas y mitos que, en muchas oportunidades, se remontan a sus fundaciones o bien a sus épocas de transformación, de despegue como gran metrópoli. Buenos Aires no escapa a ellos y esta nueva película de Sebastián Schindel se sumerge en leyendas uno de ellos.

Esta leyenda, que se comporta a su vez como una gran caja que contiene más misterios, afirma que el llamado Palacio Barolo, ubicado en la Avenida de Mayo de la ciudad de Buenos Aires, posee una conexión directa con La Divina Comedia de Dante Alighieri. Es más, la leyenda afirma que no sólo la arquitectura y ornamentación del mismo se encuentra influenciado por la obra del italiano sino que el objetivo final de dicha construcción, ubicado en donde Alighieri pensó que se encontraba el Infierno – o sea Buenos Aires -, era acoger en morada eterna los restos del célebre escritor.

Como todo mito creado en algún tiempo, éste tampoco se encuentra escrito; a lo largo del metraje nos encontramos con constantes “se dice”, “quizá”, “puede ser”, “parecería que”. Sin embargo, a medida que Schindel se adentra en las profundidades del misterio, éste parecería confirmarse. No hay pruebas escritas de que la intención de sus creadores haya sido rendir homenaje al genial escritor; sin embargo, las pruebas y los acontecimientos parecerían demostrar lo contrario.

El diseño y construcción del edificio fue encargado por el inmigrante italiano Luis Barolo durante la década de 1910 al arquitecto, también italiano, Mario Palanti, admirador de Benito Mussolini a quien le había dedicado numerosos proyectos siendo todos estos rechazados por el Duce. Se pensaba inaugurar el edificio en 1921, dicen que con motivo del aniversario número 600 de la muerte del Dante; sin embargo, recién pudo cortarse la faja de apertura en julio de 1923. Lamentablemente, Barolo no pudo ver su obra terminada, se había suicidado dos años antes; dicen que fue porque no pudo cumplir con su deseo.

Otro de los elementos que permiten acrecentar la leyenda es la réplica arquitectónica efectuada con el Palacio Salvo, en la ciudad de Montevideo, Uruguay. También diseñado por Palanti, a pedido de los hermanos Salvo, los dos palacios conformarían la puerta al infierno. Como el Barolo, el Salvo tampoco sería visto por su impulsor, quien fuera asesinado en circunstancias oscuras. Ambos edificios, entonces, se encuentran signados por la tragedia y el misterio.

Al Barolo, a su vez, debe sumarse la perfecta simetría arquitectónica con la Plaza de los Dos Congresos. Desde el Palacio puede verse la famosa escultura de Auguste Rodin, El pensador, “observando” el edificio. De más está recordar que dicha figura escultórica es parte de La puerta del Infierno ideada por el artista francés, y que el pensador no sería otro que el propio Dante. Asimismo, para acrecentar el relato, plagado de rumores, robos y conspiraciones, no podía faltar como ingrediente místico la logia Masónica. Por lo tanto, el relato, más allá de su asiento con la posible verdad, posee todos los ingredientes para crear su propia mística y permanecer en el tiempo, volviendo a la arquitectura de dicho edificio aún más interesante.

Para El rascacielos latino Schindel optó como recurso la primera persona; en este caso, él mismo se calza un sobretodo, y un morral que no abandonará a lo largo del metraje, para salir a la caza del mito. Si el relato histórico posee todos los ingredientes para una novela de suspenso, no es casual que Schindel se comporte como un detective, que además de su atuendo dispone siempre de una libreta, anotando las diversas pistas que los entrevistados le van brindando.

El detective, entonces, actúa como un tejedor que va hilando los variados indicios, atando cabos, ordenando las pistas. Schindel recorre ambos palacios, pero es el Barolo, lógicamente, el que más se presta para el enigma; de este modo, a la par que el misterio se desenvuelve, también lo hace la arquitectura y el diseño de Palanti: la cámara se posa en el detalle, sigue las líneas, los textos, las formas, la geometría.

A pesar de la inserción de la primera persona, El rascacielos latino se presenta como un documental tradicional y formal. Narrado en primera persona, relato que le permite a Schindel presentar cuáles serán los pasos a seguir y abrir, al mismo tiempo, interrogantes, el documental avanza en base a las entrevistas: a ellas se prestan arquitectos, los administradores de ambos edificios, historiadores de la arquitectura y un representante de los masones, entre otros. Todos ellos, señalados con sus respectivos nombres y ocupación, presentándonos así entrevistas más bien clásicas, donde el contraplano le sirve a Schindel para mostrarnos el ingreso a su libreta de nuevas informaciones.

Lo cierto es que a pesar del mito, del rumor, de la aparente negación en torno a la relación entre la obra dantesca y el Palacio Barolo, todos confirman dicho vínculo. Si bien algunos entrevistados comienzan con reticencia, colocando en tela de juicio la relación, finalmente la ligazón parece quedar bien clara: la obra de Barolo y Palanti tenía como fin ser la morada final de las cenizas del Dante.

En este misterio que el investigador-Schindel desea desentrañar, la primera persona le permite poner en escena y dramatizar los pasos que fue llevando en la tarea. Asimismo, esta posición le permite enganchar al espectador, compartiendo junto a él los recorridos que efectúa por bibliotecas y hemerotecas, observando la documentación y las novedades del caso a la par que él. Sin embargo, este posicionamiento muchas veces puede jugar en contra si la voz se nos presenta cerrada, sin cuerpo ni matices, con un tono monótono y, en ocasiones, con poca modulación. De este modo, este recurso en ocasiones se vuelve en contra de la propuesta presentada en la obra.

Otro elemento que quizá adolece en el documental es una resolución con mayor desarrollo y potencia. En ese sentido, el relato detectivesco que el documental presenta queda deslucido. Una vez que todos los testimoniantes han presentado sus dichos, el documental concluye, el misterio quedó resuelto pero porque, al parecer, no había tal misterio. Al quedar confirmado por todos el misterio, la leyenda deja de ser tal, no hay contradicciones en el relato, no hay intriga. La historia resulta sugerente por sí misma, pero la resolución que presenta el documental pierde la fuerza del inicio, parecería así que el detective no tenía mucho trabajo ya que todos sus “informantes” estaban de acuerdo.

Con todo, uno de los personajes cruciales de El rascacielos latino es el propio Palacio Barolo. A él, Schindel le dedica los planos más bellos, con cuidados detalles y composiciones, dándole una imponente carga emotiva, sugiriéndonos, incluso, que la propia estructura edilicia posee voz; de este modo, el Palacio se abre al espectador, ofreciéndonos sus secretos. El documental abre así la misteriosa historia de uno de los edificios más característicos de Buenos Aires, y, al mismo tiempo, nos presenta una aventura arquitectónica, símbolo también de una época en que la metrópoli se conformaba como tal.

Lior Zylberman

Ficha técnica

Dirección: Sebastián Schindel. Guión: Sebastián Schindel, Fernanda Ribeiz, Sebastián Caulier, Leonel D’Agostino. Fotografía: Guido Lublinsky. Edición: Ernesto Felder. Producción: Sebastián Schindel, Nicolás Batlle, Fernando Molnar. Compañía Productora: Magoya Films. Duración: 62 minutos. Origen: Argentina. Año: 2012.