From Nro 11

Índice 11

Artículos

Dossier: Reflexiones teóricas sobre cine documental. Editor: Javier Campo

Cine documental: tratamiento creativo (y político) de la realidad
por Javier Campo Págs.: 1-28

Una comparación de las teorías del cine documental de Bill Nichols y Carl Plantinga: fundamentos, definiciones y categorizaciones.
por María Del Rincón Yohn Págs.: 29-51

Las fronteras de la percepción en la imagen cinematográfica – Un análisis sobre la construcción de lo real en el cine documental.
por Rafael Valles Págs.: 52-74

 

Notas

Jorge Prelorán:
nativo/extranjero, cineasta/investigador,
conservador/revolucionario, desconocido/vastamente conocido

[Exploraciones en el archivo de un cineasta y sus contradicciones].
por Christopher Moore Págs.: 75-107

 

Traducciones

El mundo visto. Reflexiones sobre la ontología del film
por Stanley Cavell.
Traducción de Soledad Pardo Págs.: 108-119

 

Críticas

La Paz en Buenos Aires.
(Marcelo Charras, 2013)
Por Magalí Mariano Págs.: 120-123

Ramón Ayala.
(Marcos López, 2013)
Por María Luz Roa Págs.: 124-126

Tropicália.
(Marcelo Machado, 2012)
Por María Gabriela Ragonese Págs.: 127-134

 

Reseñas

Cine y revolución en América Latina. Una perspectiva comparada de las cinematografías de la región.
Ana Laura Lusnich, Pablo Piedras y Silvana Flores (editores). Buenos Aires, Imago Mundi. 2014.
por Dana Zylberman Págs.: 135-142

Eduardo Coutinho. Cine de conversación y antropología salvaje.
Grupo Revbelando Imágenes (compilador). Buenos Aires, Nulu Bonsai, 2013.
por Máximo Eseverri Págs.: 143-149

El cine documental en primera persona.
Pablo Piedras. Buenos Aires, Paidós, 2014.
por Marcelo Cerdá Págs.: 150-157

Estados Generales del Tercer Cine. Los documentos de Montreal. 1974
Cuadernos de la Red de Historia de los Medios N° 03, Año 3 – Verano 2013-2014. Buenos Aires, Prometeo, 2014.
por Nicolás Ezequiel Mazzeo Págs.: 158-167

El mundo visto. Reflexiones sobre la ontología del film*

Capítulos 2 y 3

Stanley Cavell

Traducción de Soledad Pardo

 

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Capítulo 2. Vistas y sonidos

Los dos teóricos más inteligentes, interesantes y útiles que he leído sobre el tema nos ofrecen el comienzo de una respuesta. Erwin Panofsky lo plantea de este modo: “El medio de las películas es la realidad física como tal”1. André Bazin enfatiza esta idea varias veces y de varias maneras: en un punto sostiene: “El cine se dedica a comunicar solamente a través de lo real”; y luego: “el cine es en esencia una dramaturgia de la naturaleza”2. “La realidad física como tal” no es correcto si lo consideramos literalmente: la frase le queda mejor a los placeres especializados de los tableaux vivants, a los jardines formalistas, o al arte minimalista. Lo que Panofsky y Bazin tienen en mente es que la base del medio cinematográfico es fotográfica, y que una fotografía es de la realidad o la naturaleza. Si a esto le agregamos que el medio es uno en el cual la imagen fotográfica es proyectada y unificada sobre una pantalla, nuestra pregunta se transforma en: ¿qué le pasa a la realidad cuando es proyectada sobre una pantalla?

A propós de Nice
A propós de Nice

La manera en que las películas se recuerdan (o se recuerdan erróneamente) confirma que es la realidad, o algún modo de representarla, aquello con lo que tenemos que lidiar. Es tentador suponer que las películas son difíciles de recordar del modo en que los sueños lo son; y esa no es una mala analogía. Al igual que con los sueños, a veces nos encontramos a nosotros mismosrecordando momentos de un film, y el procedimiento de intentar recordar es para encontrar el camino hacia un estado particular en el que la película nos dejó. Pero, a diferencia de lo que ocurre con los sueños, otras personas pueden ayudarnos a recordar, de hecho generalmente son indispensables en esa tarea. Las películas son difíciles de recordar del modo en el que los sucesos reales de ayer lo son. Y sin embargo, nuevamente como en los sueños, ciertos momentos de films vistos décadas atrás aparecerán tan claros como algunos momentos de la infancia. Es como si tuviéramos que recordar lo que sucedió antes de dormirnos. Lo cual sugiere que el cine despierta tanto como limita.

Puede parecer que este punto de partida –la proyección de la realidad- impone la pregunta sobre el medio del film, porque las películas y la escritura acerca de las mismas también han reconocido desde sus comienzos que el cine puede representar lo fantástico con la misma facilidad con que representa lo natural3. Lo cierto de esa idea no se niega al sostener que las películas “comunican a través de lo real”: el desplazamiento de objetos y personas de su orden natural es en sí mismo un reconocimiento de lo físico de su existencia. Es como si, por toda su insistencia sobre la novedad del medio, los teóricos antirrealistas no pudieran agitar la idea de que era esencialmente una forma de pintura, dado que fue la pintura la que había repudiado visualmente –o prescindido de- la representación de la realidad. Esto los hubiera ayudado a omitir las diferencias entre la representación y la proyección. Pero un hecho inmediato sobre la fotografía (fija o en movimiento) es que no es una pintura. (Un hecho inmediato acerca de la historia de la fotografía es que esto no fue obvio al principio).

Garbo
Garbo

¿Qué significa esto –“no una pintura”? Una fotografía no nos pone frente a algo “parecido” a las cosas, nos presenta las cosas mismas, queremos decir. Pero querer decir eso puede dejarnos ontológicamente inquietos. “Las fotografías nos ponen frente a las cosas mismas” suena, y debería sonar, falso o paradójico. Obviamente una fotografía de un terremoto, o de Garbo, no es un terremoto ocurriendo (afortunadamente) ni Garbo en carne y hueso (desafortunadamente). Pero esto no es muy informativo. Y, además, no es menos paradójico o falso sostener una fotografía de Garbo y decir “esta no es Garbo” si todo lo que queremos decir es que el objeto que estamos sosteniendo no es una criatura humana. Estas dificultades en notar este hecho obvio sugieren que no sabemos qué es una fotografía, no sabemos cómo ubicarla ontológicamente. Podemos decir que no sabemos cómo pensar la conexión entre una fotografía y lo que está fotografiado. La imagen no es un parecido; no es exactamente una réplica, un vestigio, una sombra o un espectro, aunque todos estos candidatos naturales comparten una notable característica con las fotografías –un aura o historia mágica alrededor de ellas.

Uno puede asombrarse de que cuestiones similares no surjan cuando se trata de grabaciones de sonido. Me refiero a que en general no nos parece falso ni paradójico decir, al escuchar una grabación de sonido, “eso es un corno inglés”; no nos tienta decirnos a nosotros mismos: “pero sé que en realidad es solamente una grabación”. ¿Por qué? Un niño podría confundirse mucho con el comentario “eso es un corno inglés” dicho frente a un fonógrafo si anteriormente otra cosa hubiera sido señalada frente a él como un corno inglés. De modo similar, podría confundirse con el comentario “esta es tu abuela” dicho a propósito de una fotografía. Afortunadamente, desde muy temprano los niños ya no se confunden más frente a ese tipo de comentarios. Pero eso no significa que sepamos por qué se habían confundido y por qué ya no se confunden. Y creo que tampoco sabemos ninguna de estas cosas acerca de nosotros.

¿La diferencia entre la transcripción auditiva y la visual es una función del hecho de que estamos completamente acostumbrados a escuchar cosas que son invisibles, que no están presentes para nosotros, con nosotros? Estaríamos en problemas si no estuviéramos tan acostumbrados, porque en la naturaleza de la audición está el hecho de que lo oído viene de algún lugar; mientras que lo visible es algo a lo que podemos mirar. Es por eso que los sonidos son alarmas o llamados; es por eso que nuestro acceso a otro mundo es normalmente a través de voces del mismo; y es por eso que a un hombre le puede hablar Dios y sobrevivirá, pero no si ve a Dios, en cuyo caso ya no está en este mundo. No estamos acostumbrados a ver cosas invisibles, o no presentes para nosotros, con nosotros; o no estamos acostumbrados a admitir que lo hacemos (excepto en el caso de los sueños). Y sin embargo esto parece ser, ontológicamente, lo que ocurre cuando vemos una fotografía: vemos cosas que no están presentes.

Alguien podría objetar: “Eso es jugar con las palabras. No estamos viendo algo no presente, estamos viendo algo perfectamente presente, una fotografía”. Pero eso es afirmar algo que yo no he negado. Por el contrario, precisamente estoy describiendo, o queriendo describir, lo que significa decir que aquí hay una fotografía. Puede parecer que estoy haciendo muy misteriosos a estos objetos. Mi sensación es más bien que hemos olvidado cuan misteriosos son estos objetos, y en general cuan diferentes son los objetos diferentes entre sí, como si hubiéramos olvidado cómo evaluarlos. Esto es, de hecho, algo sobre lo cual las películas nos enseñan.

Supongamos que uno quisiera explicar la familiaridad de las grabaciones diciendo “Cuando estoy escuchando una grabación y digo ‘eso es un corno inglés’ lo que quiero decir realmente es ‘eso es el sonido de un corno inglés’; es más, cuando estoy en presencia de un corno inglés sonando, tampoco escucho literalmente al corno, escucho el sonido del corno. Por ende no me preocupa escuchar al corno cuando no está presente, porque lo que escucho es exactamente lo mismo (ontológicamente lo mismo, y si mi equipo es lo suficientemente bueno, empíricamente lo mismo) esté o no esté presente el objeto”.

Este embrollo llama la atención sobre el hecho de que los sonidos pueden ser perfectamente copiados y que tenemos mucho interés en copiarlos (si no pudieran copiarse la gente nunca aprendería a hablar, por ejemplo). Es interesante que no haya un embrollo comparable con las transcripciones visuales. El problema no es que las fotografías no son copias visuales de objetos, o que los objetos no puedan ser copiados visualmente. El problema es que, incluso si la fotografía fuera una copia del objeto, no tendría con su objeto la misma relación que tiene una grabación de audio con el sonido que está copiando. Dijimos que un disco reproduce su sonido, pero no podemos decir que una fotografía reproduce una vista (o una apariencia). Parece que, en este punto, al lenguaje le falta una palabra. Bueno, siempre se puede inventar una palabra. Pero aquí uno no sabe a qué asociar la palabra. No es que no hay vistas para ver, ni siquiera tiene que valer la pena ver una vista por definición (por ende no podría ser la clase de cosa que vemos siempre), mientras que los sonidos se consideran de aquí, no inverosímilmente, como lo que siempre escuchamos. Una vista es un objeto (generalmente un objeto muy grande, como el Gran Cañón o Versailles, aunque los niños pequeños del sur son frecuentemente sostenidos por la persona que está a su cargo para que sean vistos) o un suceso extraordinario, como la aurora boreal, y lo que uno ve cuando ve algo es un objeto –en fin, no la vista de un objeto. Tampoco los “datos sensibles” o las “superficies” del epistemólogo nos van a brindar descripciones correctas aquí. Porque no vamos a decir que las fotografías nos proveen de datos sensibles de los objetos que contienen, pues si los datos sensibles de las fotografías fueran lo mismo que los datos sensibles de los objetos que contienen, no podríamos distinguir una fotografía de un objeto del objeto mismo. Decir que una fotografía es de las superficies de los objetos sugiere que la misma enfatiza la textura. Lo que falta no es una palabra sino, por así decirlo, algo en la naturaleza –el hecho de que los objetos no hacen ni tienen vistas. Lo que quiero decir es: los objetos están demasiado cerca de sus vistas para entregarlos a la reproducción; para reproducir las vistas que crean debemos reproducirlos a ellos– hacer un molde o tomar una impresión. ¿Es eso lo que hace una fotografía? Podemos probar, como lo hace Bazin en una ocasión, pensar en una fotografía como un molde visual o una impresión visual. Mi insatisfacción con esa idea es, creo, que los moldes y las impresiones físicas tienen procedimientos claros para deshacerse de sus originales, mientras que, en una fotografía, el original está tan presente como siempre. No presente como alguna vez lo estuvo frente a la cámara; pero esa es solo una máquina-molde, no el molde mismo.

Las fotografías no están hechas a mano, están manufacturadas. Y lo que se manufactura es una imagen del mundo. El hecho inevitable de la mecanización o automatización en la creación de estas imágenes es el rasgo al que Bazin se refiere como “[satisfactorio], de una vez y para siempre, y en su misma esencia, nuestra obsesión con el realismo”4.

Manet
Manet

Es esencial llegar a la auténtica profundidad de este hecho del automatismo. Por ejemplo, es engañoso decir, como lo hace Bazin, que “la fotografía liberó a las artes plásticas de su obsesión con la similitud”5, porque esto hace que parezca (y que a veces se vea) como si la fotografía y la pintura compitieran, o como si la pintura hubiera querido algo que la fotografía hizo irrumpir y satisfizo. Hasta donde la fotografía satisfizo un deseo, satisfizo un deseo no limitado a los pintores; sino el deseo humano, intensificado en Occidente desde la Reforma, de escapar a la subjetividad y al aislamiento metafísico, el deseo de que el poder alcance este mundo, habiendo intentado durante tanto tiempo, al final ya sin esperanza, manifestar fidelidad a otro. Y la pintura no fue “liberada” –y tampoco por la fotografía- de su obsesión con la similitud. La pintura en Manet fue forzada a renunciar a la similitud debido a su propia obsesión con la realidad, porque las ilusiones que había aprendido a crear no proveyeron la convicción en la realidad, la conexión con la realidad, que ella ansiaba6. Uno podría incluso decir que al abandonar la similitud la pintura liberó a la fotografía para que fuera inventada.

Y si lo que se quiere decir es que la fotografía liberó a la pintura de la idea de que una pintura tenía que ser un retrato (es decir, de o sobre alguna otra cosa), eso tampoco es cierto. La pintura no se liberó a sí misma, no se forzó a mantenerse separada, de toda referencia objetiva hasta mucho después del establecimiento de la fotografía; y entonces no porque finalmente se les haya ocurrido a los pintores que las pinturas no eran retratos, sino porque esa era la manera de mantener conexión con (la historia de) el arte de la pintura, de mantener la creencia en sus poderes para crear pinturas, objetos significativos en pintura.

¿Y estamos seguros de que la negación final de la referencia objetiva equivale a una completa rendición de la conexión con la realidad- esto es, una vez que hemos desechado la idea de que “conexión con la realidad” debe entenderse como “suministro de similitud”7? Podemos estar seguros de que la vista de una pintura como muerta sin realidad y la vista de una pintura como muerta con ella necesitan desarrollarse en las vistas que cada una toma de la realidad y de la pintura. Podemos decir: la pintura y la realidad ya no se garantizan una a la otra.

Más aún, se podría decir que lo que quería la pintura, al buscar una conexión con la realidad, era un sentido de la presentidad8– no exactamente la convicción de la presencia del mundo frente a nosotros, sino de nuestra presencia frente a él. En cierto punto el trastorno de nuestra conciencia del mundo interpuso nuestra subjetividad entre nosotros y nuestra presencia frente al mundo. Luego nuestra subjetividad se transformó en lo que está presente para nosotros, la individualidad se transformó en aislamiento. El camino hacia la creencia en la realidad fue a través del reconocimiento de esa presencia infinita del yo. Lo que se conoce como expresionismo es una posibilidad de representación de ese reconocimiento. Pero sería más correcto, creo, pensar en el expresionismo como una representación de nuestra respuesta a este nuevo hecho de nuestra condición –nuestro terror de estar aislados- más que como una representación del mundo desde el interior de la condición de aislamiento misma. No sería, hasta ese punto, una nueva habilidad del destino por la creación de la individualidad contra no importa qué extraños; sería el cierre del destino del yo a través de su teatralización. Aparte del deseo de individualización (y por ende la siempre simultánea concesión de otredad también), no entiendo el valor del arte. Aparte de este deseo y de su consecución, el arte es exhibición.

Hablar de nuestra subjetividad como el camino hacia nuestra creencia en la realidad es hablar de romanticismo. Tal vez el romanticismo pueda entenderse como la batalla natural entre la representación y el reconocimiento de nuestra subjetividad (entre nuestra representación y nuestra confrontación, como dirían más o menos los psicoanalistas). De allí Kant y Hegel, de allí Blake ocultando el mundo en el que cree; de allí Wordsworth compitiendo con la historia de la poesía escribiéndose a sí mismo, escribiéndose a sí mismo nuevamente en el mundo. Un siglo después Heidegger investiga el Ser investigando el Dasein (porque es en el Dasein donde el Ser aparece mejor, específicamente como cuestionable), y Wittgenstein investiga el mundo (“las posibilidades de los fenómenos”) investigando lo que decimos, lo que estamos inclinados a decir, lo que son nuestras imágenes de fenómenos, para arrancar el mundo de nuestras posesiones a fin de que podamos poseerlo de nuevo. Luego, la reciente gran pintura que Fried describe como objetos de presentidad sería el esfuerzo más reciente de la pintura por mantener su creencia en su propio poder para establecer una conexión con la realidad- permitiéndonos la presentidad hacia nosotros mismos, fuera de la cual no hay esperanza de un mundo.

La fotografía venció a la subjetividad de un modo jamás soñado por la pintura, un modo que no podía satisfacer a la pintura, uno que no derrota tanto el acto de la pintura como escapa de él completamente: por automatismo, quitando al agente humano de la tarea de reproducción.

Por lo tanto, uno podría decir que la fotografía nunca compitió con la pintura. Lo que ocurrió fue que, en cierto punto, la búsqueda de la realidad visual, o la “memoria del presente”, como lo planteó Baudelaire, se separó. Para mantener la creencia en nuestra conexión con la realidad, para mantener nuestra presentidad, la pintura acepta el retroceso del mundo. La fotografía mantiene la presentidad del mundo aceptando nuestra ausencia de él. La realidad en una fotografía está presente para mí, mientras que yo no estoy presente para ella; y un mundo que conozco y veo pero para el cual, sin embargo, no estoy presente, es un mundo pasado.

 

Capítulo 3. Fotografía y pantalla

Permítasenos notar el sentido específico en el cual las fotografías lo son del mundo, de la realidad como un todo. Siempre podemos preguntar, apuntando a un objeto en una fotografía –un edificio, por ejemplo- qué hay detrás de él, completamente oculto por él. Esto solo tiene sentido de modo accidental cuando se pregunta sobre un objeto en una pintura. Siempre podemos preguntar, acerca de un área fotografiada, qué hay adyacente a esa área, más allá del marco. Esto por lo general no tiene sentido si se pregunta sobre una pintura. Podemos hacer estas preguntas sobre objetos en fotografías porque tienen respuestas en la realidad. El mundo de una pintura no es continuo con el mundo de su marco; en su marco ese mundo encuentra sus límites. Podemos decir: una pintura es un mundo, una fotografía es del mundo. Lo que sucede es que éste llega a su fin. Una fotografía está recortada, no necesariamente por un cortapapeles o por ocultamiento, sino por la cámara misma. La cámara la recorta a través de la predeterminación de la cantidad de vista que va a aceptar; el corte, el ocultamiento, el agrandamiento, predeterminan la cantidad después del hecho. (Algo parecido a este fenómeno aparece en la pintura reciente. Al respecto, estas pinturas han encontrado, en la negación más extrema de lo fotográfico, medios que alcanzan la condición de fotografías). La cámara, siendo finita, corta una porción de un campo indefinidamente mayor; porciones continuas de ese campo podrían incluirse en la fotografía efectivamente tomada, en principio, todo podría ser fotografiado. De ahí que los objetos que en las fotografías se salen del marco no se sientan cortados; se apunta a ellos, se les dispara, se los congela. Cuando una fotografía es recortada, el resto del mundo queda eliminado. La presencia implícita del resto del mundo, y su exclusión explícita, son tan esenciales en la experiencia de la fotografía como lo que ella presenta explícitamente. Una cámara es una abertura en una caja: ese es el mejor emblema del hecho de que una cámara, al enfocar un objeto, está dejando al resto del mundo afuera. La cámara ha sido elogiada por extender los sentidos, puede que merezca más elogios por limitarlos, dejando espacio para el pensamiento.

El mundo de una película es proyectado. La pantalla no es un soporte, no es como un lienzo; no hay nada que soportar. Contiene una proyección, liviana como la luz. Una pantalla es una barrera. ¿Qué muestra la pantalla? Me excluye del mundo que contiene –es decir, me hace invisible. Y muestra ese mundo desde mí –es decir, muestra su existencia desde mí. Que el mundo proyectado no exista (ahora) es su única diferencia con la realidad (no hay característica, o conjunto de características, en las cuales difiera. La existencia no es un predicado). Porque es el campo de la fotografía, la pantalla no tiene marco; es decir, no tiene borde. Sus límites no son tanto los bordes de una forma determinada como lo son las limitaciones, o la capacidad, de un contenedor. La pantalla es un cuadro; el cuadro es el campo completo de la pantalla –como un cuadro de film es el campo completo de una fotografía, como el cuadro de un telar o una casa. En este sentido, el cuadro de la pantalla es un molde o una forma9.

El hecho de que, en una película, sucesivos fotogramas se alinean en el marco fijo tiene como resultado un cuadro fenomenológico que es indefinidamente extensible y contraíble, limitable en la pequeñez del objeto que puede captar solo a través del estado de su tecnología y en la grandeza solo por el alcance del mundo. Hacer retroceder la cámara y hacer un paneo son dos formas de extender el cuadro; un primer plano es de una parte del cuerpo, o de un objeto o pequeño conjunto de objetos, respaldados en, y reverberando, el cuadro completo de la naturaleza. El cuadro cambiante es la imagen de la atención perfecta. El cine descubrió tempranamente la posibilidad de llamar la atención sobre personas y partes de personas y objetos; pero es igualmente una posibilidad para el medio de no llamar la atención sobre ellos sino, más bien, dejar que el mundo suceda, dejar que sus partes llamen la atención sobre sí mismas según su peso natural. Esta posibilidad es menos explorada que su opuesta. Dreyer, Flaherty, Vigo, Renoir y Antonioni son maestros de la misma.

 

Notas

* Los textos aquí presentados corresponden a los capítulos 2 y 3 de: Stanley Cavell. (1979). The world viewed. Reflections on the ontology of film. Cambridge, Massachusetts y Londres: Harvard University Press.

[1]Erwin Panofsky, «Style and Medium in the Moving Pictures», en Daniel Talbot (ed.), Film (New York: Simon y Schuster, 1959), p. 31.1 Erwin Panofsky, «Style and Medium in the Moving Pictures», en Daniel Talbot (ed.), Film (New York: Simon y Schuster, 1959), p. 31.
2 Andre Bazin, What Is Cinema?, trad. Hugh Gray (Berkeley: University of California Press, 1967), p. 110.
[Trad. Esp. ¿Qué es el cine? Madrid: Ediciones RIALP, 2008. Traducción de José Luis López Muñoz].
3 Desde luego no estoy preocupado por negar que pueda haber, en las películas, lo que Paul Rotha en su The film till now (publicado por primera vez en 1930) llama «posibilidades … abiertas para el gran cine sonoro y visual [por ejemplo, el sonido que no corresponde a diálogos, y quizás no fotográficamente visual] del futuro». Pero mientras tanto las películas han sido lo que han sido.
4 Bazin, op. cit., p. 12.
5 Loc. cit.
6 Véase Michael Fried, Three American Painters (Cambridge: Fogg Art Museum, Harvard University, 1965), n. 3; y «Manet’s Sources», Artforum, Marzo 1969, pp. 28-79.
7 Vésae Michael Fried, «Art and Objecthood”, Artforum, Junio 1967; republicado en: Gregory Battcock (ed.), Minimal Art (New York: E. P. Dutton, 1968), pp. 116-47.
8 Cuando la pintura descubrió cómo reconocer el hecho de que las cuadros tenían formas, las formas se transformaron en figuras, no en el sentido de patrones, sino en el sentido de contenedores o recipientes. Una figura, entonces, podía darle su forma a lo que contenía. Y el contenido podía transferir su significado como pintura a lo que lo contenía. Luego la forma se disemina, como la gravedad, la energía o el aire. (Véase Michael Fried, «Shape as Form,» Artforum, Noviembre 1966; republicado en el catálogo de Henry Geldzahler New York Painting and Sculpture: 1940-1970 [New York: E. P. Dutton, 1969].)
9 Esto no es, hasta donde sabemos, una posibilidad del film o del marco –que solamente repite el hecho de que un film no es una pintura. La característica más importante del formato de la pantalla sigue siendo lo que era desde el comienzo del cine –su escala, su grandeza absoluta. La variación del formato –el CinemaScope, por ejemplo- es una cuestión determinada, hasta donde puedo decir, por asuntos de conveniencia e inconveniencia, y por la moda. Aunque tal vez, como en la pintura, la declaración del color como tal requirió o se benefició de la expansión aún mayor de las pantallas más grandes.
La idea de que la diferencia ontológica esencial entre el mundo tal como es y el mundo tal como es proyectado es que el mundo proyectado no existe, puede parecer obviamente falsa o tonta; porque pasa por alto -o quizás enuncia vagamente- la diferencia completamente obvia entre ellos: que el mundo proyectado es bidimensional. No rechazo la vaguedad, pero es mejor una vaguedad real que una claridad falsa. ¿Por qué es bidimensional? El mundo proyectado no lo es; sus objetos y movimientos son tan tridimensionales como los nuestros. ¿La pantalla misma, entonces? ¿O las imágenes en ella? Parece que entendemos lo que significa decir que una pintura es bidimensional. Pero eso depende de nuestra comprensión de que el soporte en el que se ubica la pintura es un objeto tridimensional, y que la descripción de ese objeto no será la descripción de una pintura (salvo en sentido excepcional o vacuo). De un modo más significativo, depende de nuestra concepción del soporte como limitador de la extensión de la pintura en dos dimensiones. Esto no es la relación entre la pantalla y las imágenes proyectadas en ella. Parece correcto decir que la pantalla es bidimensional, pero no se deduce de allí que lo que vemos ahí tiene la misma dimensionalidad -más que en el caso de pintura, su soporte, y el cuadro. Las sombras son bidimensionales pero son producidas por objetos tridimensionales -trazos de opacidad, no gradaciones de ella. Esto sugiere que fenomenológicamente la idea de bidimensionalidad es una idea de transparencia o de contorno. Las imágenes proyectadas no son sombras; más bien uno podría decir que son espacios de sombra.

Tropicália (Marcelo Machado, 2012)

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tropicalia

El documental comienza con un prólogo en el que Caetano Veloso y Gilberto Gil están tocando en la TV de Lisboa, corre el año 1969 y ellos ya llevan algunos meses de exilio, a fines del año anterior se fueron de Brasil, previo paso por la cárcel y obligados por las circunstancias dictatoriales. Este prólogo adelanta que uno de los intereses será rastrear o reconstruir una definición de tropicalismo, su génesis, contradicciones y alcances, más allá de la efímera duración que tuvo el movimiento, según las declaraciones de los dos músicos.

La estructura documental es bastante organizada, se divide en capítulos titulados por los años en que oficialmente se desarrolló el tropicalismo: 1967 y 1968, para luego, en el apartado 1969, retornar al prólogo, al exilio y al regreso a Brasil, con momentos musicales, testimonios actuales e imágenes del mismo carácter en las que Veloso y Gil observan un pre-montaje de la película Tropicália, situación que funciona también como un epílogo y traza un arco directo con los archivos pretéritos, hay una puesta en abismo que se repetirá con otros recursos.

Tal como en Chronique d´un été, de Edgar Morin y Jean Rouch, Marcelo Machado expone el trabajo de investigación a los que a la vez, años atrás, fueron protagonistas del tropicalismo (y de los archivos), se hace eco de las contradicciones que el material ofrece y realiza un montaje que oscila, justamente, entre la exposición de la contradicción, por un lado, y la acumulación semejanzas o puntos de contacto, por el otro. Que el director evite plantear una tesis didáctica, que no ataque ni solucione la contradicción, lo ubica en una posición que en los años tropicalistas parecía fundamental: ser permeable a lo desemejante para que las (nuevas) formas del arte surjan de la mezcla, del corrimiento de límites y no de la exclusión, en algún punto, falsamente nacionalista. Es que la contradicción no sólo emerge del contacto entre testimonios e imágenes, sino que está imbricada en el proceso histórico de Brasil y, como muestran los archivos con recurrencia, en una década cargada de controversia entre lo intelectual y lo popular, lo extranjero y lo nacional, los mass media y su correlato apocalíptico.

Entre el prólogo y el capítulo final, un sinnúmero de vertiginosos archivos que recorren el movimiento en su gestación, desarrollo y presunta culminación. El engranaje está puesto en la música, sin embargo el contacto con otras artes, medios y manifestaciones sociales y políticas expone un contagio de época que no se puede reducir a algo que únicamente pasaba con la música popular brasileña. Es un documental sobre la música y muy musical, pero eso es sólo una parte. Se presentan varias conexiones que bosquejan un viaje en el tiempo hasta la década del ´20 y el modernismo brasileño.

Imágenes y testimonios se cruzan y acoplan, se cuestionan y convalidan, el discurso se construye con múltiples capas, en una textura que es connatural al tropicalismo. Esta última característica hace que la estética elegida (de intervención, experimentación y mucho ritmo) sea la más adecuada y orgánica para embarcarse en un movimiento semejante, sin abandonar nunca la cuota testimonial e histórica.

*

El Tropicalismo, según se puede concluir de todos los testimonios (directos y huidizos) que presenta el film, excede los títulos y el movimiento de la música popular brasileña y se erige como una postura que sintetiza lo desemejante. Esto traza un viaje hasta los años veinte, época en donde emergió el modernismo brasileño. En la Semana de Arte Moderno, realizada en San Pablo en 1922, se había postulado la necesidad de una lengua brasileña o nacional, que abandonara la lengua elitista heredada del yugo colonial.Oswald de Andrade escribió en 1924 Pau-Brasil, manifiesto para la poesía en el que expresaba la necesidad de consolidar una lengua propia, “a língua sem arcaísmos, sem erudição. Natural e neológica. A contribuiçao miliónaria de todos os erros. Como falamos. Como somos”, que pusiese en cuestión lo europeizante (Correio da Manhã, 18 de marzo de 1924). Luego, dos obras bastante emblemáticas para el pensamiento del ser brasileño, en las que se centra la conexión planteada: el Manifiesto Antropófago del mismo autor y la novela Macunaíma de Mário de Andrade (influenciada por el manifiesto), ambas de 1928. Estas obras aluden al multiculturalismo en la historia de Brasil, al acto de devorar lo europeo para asimilarlo por modificación, al lenguaje y a las lenguas como manifestación de poder. Es en el programa antropofágico en donde el tropicalismo pareciera resonar y viceversa.

Estas tendencias de comienzos de siglo abrevaban de las múltiples fuentes con un objetivo, por lo menos, intrincado: respetar las raíces sin proclamar un origen, nutrirse de lo extranjero (o, más precisamente, europeo) sin sumirse a formas y contenidos que no les son propios como brasileños, criticar sin excluirlo, ser irónicos y forjar un imaginario nacional basado en el montaje de la diferencia, en el intercambio y no, como proponía el movimiento de derecha Verde-Amarelo (o Escola da Anta), en una identidad nacional o un ideal racial que buscara una pureza de raíces.

Esta efervescencia modernista resuena en la década del ´60 con varias figuras que reivindicaron que lo nacional en definitiva no versaba sobre el rechazo o la imitación de la cultura extranjera, sino sobre la reflexión acerca de los contactos que se producían al interior de Brasil y entre éste y el extranjero, sobre las contradicciones y contagios que dieron como resultado diferentes expresiones culturales, y fundamentalmente sobre una experimentación constante que corría los límites en las artes y en el pensamiento.

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El prólogo que adelantamos es también una frustración que motiva la búsqueda e indagación archivística. En 1969, Caetano Veloso y Gilberto Gil, principales impulsores y representantes del Tropicalismo, dicen desde el exilio que el movimiento ya no existe, que ellos no están en Brasil y que lo que están tocando no tiene nada que ver con el Tropicalismo. Los presentadores de TV los indagan, quieren saber cómo definen al movimiento, le preguntan a Caetano cómo lo explicaría para un público inglés y el músico dice, entre risas, “Well” (bien/pues), pero la explicación se trunca con un corte a negro y un crescendo musical que le da ritmo a un montaje vertiginoso de muchas imágenes emblemáticas para el Tropicalismo, el arte y la convulsión social latinoamericana (revolución, muerte del Che, etc.).

Este inicio concentra dos claves, si bien la definición de Tropicalismo parece huidiza, el contraste entre los archivos pone de relieve que no puede ser sólo un breve momento en la música brasileña; al mismo tiempo, más allá de la incorporación de testimonios y archivos ligados al teatro, la plástica y el cine, todo el engranaje de la película versa sobre lo musical, sobre Caetano Veloso y Gilberto Gil en particular, no para reafirmar lo que los músicos contestaron en Lisboa, sino para reforzar que no todas las capas del discurso se asemejan y que, más allá de la producción artística de los dos años que duró el movimiento de manera “oficial”, hay algo del Tropicalismo que emerge lateralmente.

El cuestionamiento que realiza Machado es de índole positiva: no pretende refutar una idea o testimonio, sino que de una manera simple y compleja (al parecer todos los discursos que surgen de lo tropical están destinados a transitar la contradicción) expone y exacerba lo que necesariamente surge de la convulsión y de la mezcla. No construye un discurso didáctico, pero expone muchas ideas con el montaje.

Pese a la intelectualización o categorización que se puede hacer mientras las cosas suceden, existen aspectos que no pueden ser recortados u observados por la propia cercanía, por lo que no es fortuito ni negativo que los archivos muestren contradicciones y es interesante que el director aproveche tanto esa contradicción, porque los archivos en su combinación terminan diciendo mucho más que lo dicho a nivel individual e inevitablemente hay claridades que surgen más de la confrontación que de la tolerancia (en el sentido más negativo que pueda leerse el término).

En el documental, el Tropicalismo es definido con mayor literalidad por dos artistas: por un lado, el multitask Rogério Duarte, que lo describe como la única estética que reflejaba sus propias contradicciones —y si se quiere de Brasil— entre el vago y el erudito, entre el bahiano y el carioca, entre el europeo y el africano, que buscaba una síntesis entre ideas contradictorias y no era sólo un movimiento de la música popular de Brasil; por otro lado, el artista plástico Hélio Oiticica, quien en 1967 realizó una obra titulada Tropicália, era una instalación-ambiente transitable, con elementos propios de lo tropical, palmeras y vegetación típica, arena, pájaros, y otros como un televisor, poemas y unos paneles que técnicamente son penetráveis y parangolés (dentro de sí tienen una apariencia-estructura cambiante y requieren la penetración del espectador, que se involucre de cuerpo entero en la experiencia). Oiticica dice que Tropicália no era sólo un título, sino una postura estética, una posición frente a las cosas. Ambos testimonios coinciden en lo que se presume al investigar el proceso histórico de Brasil, una génesis con influencias múltiples que necesariamente no puede reducirse a lo igual, sino que, muy por el contrario, punza en la desemejanza para vitalizar la forma y el contenido del imaginario brasileño. Es importante pensar en este trabajo con la contradicción como una intención subversiva, ya que anularla daría algunos resultados: la prolongación de la sujeción cultural mediante la homologación identitaria o la búsqueda de raíces místicas, con la negación rasa de lo extranjero, un nacionalismo extremo, tal como el fascismo y el nazismo en Europa.

El carácter mestizo de lo brasileño no era pensado entonces desde un discurso tolerante, aunque también había de éste, sino desde la búsqueda genuina/crítica de un imaginario propio, proceso que no postulaba una definición cerrada o excluyente del país, sino que se hacía cargo de todo lo abierto que implicaba la mezcla y la incertidumbre.

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Con el uso de sobre-enmarcación y puesta en abismo, fotos y fotogramas que se intervienen con collage, muchos colores, elementos psicodélicos y en algunos casos pop, sobreimpresión con texturas experimentales que bullen, el documental adquiere una estética muy sesentista, propia de lo que podía verse en los festivales de música, en el cine, en las artes plásticas, etc. A la vez hay un recurso bastante expresionista mediante el cual las imágenes originales se intervienen con animaciones que parecen trazadas con crayones, un gesto manual que cambia la sustancia del blanco y negro (la menor parte de los archivos son originalmente en color) y le devuelve una vibración propia de la época.

La puesta en abismo impacta directamente en el contenido, así como se observa a Veloso y Gil mirar el pre-montaje de la película que nosotros a la vez vemos, también se repite el recurso de sobre-encuadradar la proyección de los archivos por un tiempo determinado hasta ingresar a ellos (pantalla completa) mediante una modificación en el zoom de la cámara o en el montaje. En este último hay una decisión que implica una (auto) reflexión, para los participantes del movimiento tropicalista, para el espectador y para quien busque la reconstrucción de un momento histórico.

No se dejan dudas sobre Veloso y Gil como representantes y protagonistas del tropicalismo (por algo son ellos quienes ven el pre-montaje del documental y no todos los que éste recupera), pero también Maria Bethânhia (Veloso), Gal Costa, Os Mutantes y Tom Zé (entre mucha gente, los archivos son innumerables) son destacados por Machado por sus aportes artísticos.

Según los archivos, es difícil determinar si el tropicalismo comienza oficialmente en un arte u otra, es un momento de pleno contagio y la pregunta si bien resulta curiosa es improductiva. Glauber Rocha en cine y José Celso Martinez Corrêa en teatro (promotores de la construcción de un arte tercermundista), ambos con una postura tan cara a los de Andrade y, en general, al programa antropofágico, son citados como grandes inspiraciones para el tropicalismo, para que los propios artistas comprendieran qué era eso que estaban queriendo hacer.

Las similitudes entre lo contradictorio parecen evidentes, algunas posturas: ya no hay movimiento (Veloso), que sea un “ismo” decreta su fin (Gil), Rocha no queriendo hablar de Terra em Transe o hartándose de hablar del tropicalismo, Oiticica diciendo que Veloso eligió el nombre “Tropicália” por su obra y Veloso diciendo lo mismo pero al revés. Pero estas ideas parecen hablar más de un gesto anti-intelectualizante que de una negación per se. Si bien se expresaban por fuera de la forma artística el objetivo estaba en ésta última, el gesto vanguardista era nutrir lo creativo y el pensamiento sin subtítulos o traducciones. Y como correlato de toda esa vanguardia estaba la televisión, con sus programas musicales y sus productores deseosos de llegar a mucha gente y crear productos de consumo masivo, los tropicalistas, aún con críticas o sentimientos de extrañeza participaban de esa fiebre de TV y festivales.

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Como dice muy efusivamente Tom Zé (testimonio actual en la película), todo ese material tropicalista daba herramientas a la juventud para pensar su tiempo en una época en la que pensar —de manera contra-hegemónica— era criminal. Cuando los músicos exiliados pudieron regresar a Brasil siguieron haciendo música e incluso agrupaciones juntos, el final del documental muestra de esos años tanto alegría como nostalgia y emoción. Si bien la coyuntura cambió significativamente, la revolución sobre lo dado (con su cuota de falso natural) es algo clave para entender y repensar la historia del arte, la historia del lenguaje y la historia de la historia misma. Una posibilidad perenne que alimenta el acto de pensar cómo las cosas son o fueron, cierta cosa nueva que surge de la fricción y la lucha entre elementos aislados. Por estos lugares transita el Tropicalismo y Tropicália.

Por María Gabriela Ragonese

 

Ficha técnica
Dirección: Marcelo Machado. Producción:Paula Cosenza, Denise Gomes. Dirección de fotografía:Eduardo Piagge. Edición:Oswaldo Santana. Origen: Brasil, Estados Unidos, Reino Unido. Duración: 87´. Año: 2012

La Paz en Buenos Aires (Marcelo Charras, 2013)

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La Paz en Buenos Aires

Una casa antigua nos abre la puerta y nos invita a conocer un lugar en el mundo: La Paz en Buenos Aires. Amplias habitaciones con grandes ventanas, largos pasillos y altos techos albergan una diversidad de objetos que se destacan por conjugar lo austero y lo grandioso, lo utilitario y lo decorativo, lo real y lo fantástico, lo material y lo trascendente. El pasado y el presente se ensamblan con la misma armonía y naturalidad, sin confrontarse, ni superponerse. Anima esta casa una familia numerosa de inmigrantes bolivianos, en la que también, sin conflictividad alguna, conviven intensamente tres generaciones (y hasta cuatro, circunstancialmente).

Si bien el título de la película alude a La Paz (Bolivia) en términos geográficos, no es descabellado significar el concepto de paz como un estado de bienestar. Una paz familiar que no parece ser vulnerada por nada ni por nadie: en los suburbios de Buenos Aires, para todos atravesada por las más diversas formas de tensión, de conflictividad y de violencia, esta familia vive y disfruta de la paz, naturalmente.

Al mismo tiempo, es la “lucha” la que pareciera dar sentido a la vida de esta familia que se sustenta a través de la costura. Erasmo Chambi, El Ciclón, es el jefe de esta familia y el protagonista del documental. Se trata de un sastre meticuloso y responsable que pasa sus días hilvanando un sueño: hacer de su hijo un gran titán. Sucede que en su país fue un legendario luchador de catch, de quien hasta existieron álbumes de figuritas, pósters y muñecos y si bien en Argentina nunca fue ni siquiera conocido, no puede olvidar su pasado glorioso ni resignar el deseo irreductible de ver a su hijo sucediéndolo en el ring. Con la misma meticulosidad con la que diariamente corta, cose y confecciona, prepara a su hijo para una importantísima lucha, producida y promocionada por él, muy esperada por la familia, amigos y por nosotros como espectadores. Este evento motoriza la trama del documental, así como también permite ese contrapunto delicado pero sostenido entre el pasado y el presente. El Ciclón resignifica la nostalgia en la búsqueda de una consagración definitiva como titán, como el mejor de los luchadores. Sin embargo este anhelo de victoria no lo hace ególatra ni exitista. Todo lo contrario: es paciente, modesto, tenaz, generoso, empático, amable y sabio. Esto se refleja en todas las relaciones que lo vemos entablar, tanto al interior de la familia como en su vida pública. Pero donde mejor desplegados se observan sus atributos es en las secuencias en donde enseña a su hijo cómo defenderse, cómo atacar, cómo responder a inesperados golpes, los últimos recursos. En fin, todo su saber.

Marcelo Charras logra entrar en esta casa y en el corazón mismo de esta familia, ocultándose detrás de una cámara atenta que observa detenidamente todo lo que sucede, y demostrando además (a través de los encuadres cuidados) el respeto con el que filma. Se vuelve inadvertido, construyendo planos de una sencillez abrumadora y de una belleza sublime, logrando una fotografía que le hace justicia a lo fotografiado: imágenes justas -ética y estéticamente- representan con fidedigna hermosura la forma en la que vive esta familia.

Siguiendo a Nichols, podemos pensar La Paz en Buenos Aires como un documental de observación, en el cual los hechos delante de la cámara se nos presentan como con cierta autonomía e independencia. La cámara (en manos del director del film), nos acerca a los personajes: los planos son mayoritariamente cortos, con poca profundidad de campo, delatadores de diversas texturas, y cálidos colores que nos permiten adentrarnos en esa casa, y casi tocar esas manos que cosen trajes, remeras y máscaras. Y además son planos pacientes que respetan el tiempo de los personajes y de las situaciones dadas. En este sentido, el montaje, también en manos del director, contribuye a potenciar la impresión de realidad y de autenticidad temporal invisibilizándose y borrando las marcas de enunciación. Se adapta a los requerimientos estéticos y narrativos: acompaña el tiempo de los personajes (pausado, poco apabullado) y de las situaciones (algunas aparentemente aquietadas, sedentarias; otras más vertiginosas, sobretodo arriba del ring).

El documental de observación nos ubica, a nosotros los espectadores, en una butaca bastante similar a aquella en la que nos sentamos cuando vemos una ficción. Suspendemos la duda. Hacemos un pacto narrativo en el cual nos comprometemos tácitamente a confiar en la veracidad de esos hechos que están sucediéndose en la pantalla y a creer en esas personas-personajes. A medida que transcurren los minutos empezamos a identificarnos y aquerenciarnos con esta familia, de una manera similar a como lo hacemos con personajes ficticios. Creemos. Aquí, como en la ficción la cuarta pared nos ilusiona por un rato, nos sentimos espías con acceso sin mediaciones a la historia, portadores de una suerte de omnisciencia y de control sobre lo que estamos viendo. Marcelo Charras logra registrar momentos especialmente significativos para los personajes y para la película, y dotar a los tiempos muertos propios de la cotidianeidad de una vitalidad total y de una belleza magnetizante. El ring en el patio de esta casa, mixtura de tendedero de ropa y escenario de lucha de titanes, sintetiza la perfecta amalgama de cómo se conjugan al interior de esta familia lo real y lo fantástico. A través de la observación de Marcelo Charras conocemos todo un mundo de costumbres, quehaceres, valores, reflexiones y hasta una cosmovisión de la existencia que se manifiesta en los silencios, en las palabras, en la quietud y en los movimientos de esta familia que brilla en la austeridad de La Paz en Buenos Aires.


Por Magalí Mariano

Ficha técnica
Guión, Dirección y Montaje: Marcelo Charras. Director de Fotografía: Guido Lublinsky. Director de Arte: Fernando Charras. Sonido: Javier Farina. Productores: Daniel Werner-Marcelo Charras. Productor Ejecutivo: Daniel Werner. Origen: Argentina. Duración: 70’. 2013.

Ramón Ayala (Marcos López, 2013)

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Ramón Ayala

“Andar descalzo en el piso de tierra no es lo mismo que estar acá” dice un changarín misionero que reside en el conurbano bonaerense. Esa frase sintetiza la significación de la poética de Ramón Ayala: la nostalgia de un monte que se hizo cuerpo, la rememoración sensitiva del grito sapucai y su reverberar en el monte, los pies en la tierra arcillosa, las pinceladas de zigzagueantes caminos carmesí, el follaje multicolor de la selva, los gritos de los guainos, los horizontes de atardeceres en el yerbal, una joven lavando ropa de la familia siempre numerosa, el remanso de la siesta en el corredor, olor a reviro. No hay palabras que permitan traducir el estar aquí del monte misionero, son esos espacios, esos colores, esas imágenes que la contundente pluma de Ayala y su singular estética dan cuenta de manera metafórica, llevándonos a un estar aquí originario de espíritu sapucai.

 

Ramón Ayala es un documental polifónico, estridente y colorido sobre la figura del músico, poeta y pintor Ramón Ayala; uno de los grandes folcloristas del Alto Paraná, compositor de temas como El cosechero, El mensú, El jangadero, Zambita de la oración, El Moncho, entre otros. Ópera prima del consagrado fotógrafo santafecino Marcos López, el film intenta dar rostro al autor de obras incorporadas a la memoria popular, a pesar de que su figura sea poco conocida dentro del panorama cultural argentino. Con testimonios de folcloristas como Juan Falú, Tata Cedrón, Charo Bogarín y Liliana Herrero, un publicista de Buenos Aires y un changarín vendedor de cds; rápidamente se percibe que las palabras escasean para describir a Ayala. Es así, que el principal relato del film está hilvanado por imágenes que contrastan el campo y la ciudad; la Misiones turística y la Misiones profunda de las colonias; y la peculiar figura de Ayala que está presente constantemente a la manera de un ícono como el Martín Fierro: morocho de ojos intensos, labios gruesos, cabellera negra espesa, vestido con trajes típicos, voz profunda y potente, erguido hasta cuando duerme, poeta cotidiano.

 

El relato nos conduce rítmicamente por el devenir de Ayala entre la ciudad y el campo; desde una distancia que lo retrata como la cristalización de un ethos, un sentir, una apertura del ser en el mundo. Film que conecta retrato con obra, escatima en una música que como argentinos ya tenemos incorporada y derrocha en la belleza de imágenes de un ir y venir tan característico del litoral y encarnado en Ayala como mito viviente: el gualambao de la selva, el rancho y su corredor, los atardeceres de la calma de un infinito horizonte; y el contraste con la caótica Buenos Aires a la que se remite como posibilidad y futuro: la terminal de Retiro y la Villa 31, el trabajo en la construcción, el descanso en la costanera, el horizonte de la autopista y la lejanía de un monte siempre anhelado. Y así, desde la belleza de la imagen de Ayala, López nos transmite una sensibilidad propia de subjetividades inmersas, tan alejada de la Misiones exotizada por el turismo. Un viaje hacia el interior del ser y el latir del monte.

Por María Luz Roa

 

Ficha técnica:
Dirección: Marcos López. Producción: Lena Esquenazi. Dirección de fotografía: Marcos López. Edición: Andrea Kleinman. Sonido: Lena Esquenazi. Origen: Argentina. Duración: 63´. Año: 2013

Jorge Prelorán:

nativo/extranjero, cineasta/investigador,
conservador/revolucionario, desconocido/vastamente conocido

[Exploraciones en el archivo de un cineasta y sus contradicciones]

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Christopher Moore1

En diciembre de 1970, acababa de terminar la primera retrospectiva del cineasta argentino Jorge Prelorán en el Centro Cultural San Martín. Le escribió entonces a un amigo en los Estados Unidos: “Socialmente, esto es un caos absoluto. Gente desfilando en mi departamento, por negocio o por placer, pero sobre todo para ver películas. Voy a enviar mi proyector para arreglarlo dentro de un par de días, y tal vez por lo tanto tendré un poco de descanso.”2 Si bien su carta evoca una sensación de emoción ante la perspectiva de que, como él mismo dice, su nombre “empezara a sonar bastante,” el cineasta aludió a que estaba cada vez más cansado del deber de explicar su obra, algo que los artistas deben hacer con frecuencia. Aludiendo a las numerosas entrevistas a las que se había sometido antes y después de las proyecciones del San Martín, escribe: “Es toda una postura ficticia, y prefiero ir a trabajar en vez de mentir sobre lo que hice.”

Moore_Preloran1Jorge Prelorán, filmando en Valle Fértil, Provincia de San Juan.3

Prelorán falleció en la primavera de 2009. Poco antes de su muerte, el cineasta depositó su archivo personal, incluida la carta mencionada, en el Human Studies Film Archives (H.S.F.A.) del Smithsonian Institution, en Washington. Mientras que la literatura sobre Prelorán, como la de muchos cineastas, ha tendido a centrarse en su obra, la Colección Jorge Prelorán revela sobre todo el proceso de hacer cine, ofreciendo una visión muy valiosa sobre las experiencias de un cineasta.

El archivo de Prelorán es una colección larga y completa. Incluye cartas, diarios, recortes de prensa, fotografías, cintas de audio, películas terminadas y tomas descartadas. Los fondos contienen cincuenta de las películas de Prelorán, veintinueve de las cuales se pueden solicitar en DVD a través de la página web del H.S.F.A. (www.anthropology.si.edu/naa). Entre su correspondencia conservada se encuentran cartas enviadas y recibidas por cineastas argentinos como Raymundo Gleyzer, Humberto Ríos y Simón Feldman; instituciones como el Fondo Nacional de las Artes, el Ministerio de Educación, varias oficinas provinciales y municipales de cultura y turismo, y las universidades nacionales de Tucumán y Córdoba; conocidos cineastas etnográficos como Jean Rouch, Robert Gardner y Timothy Asch; y los propios personajes tratados por las películas de Prelorán, incluyendo a Hermógenes Cayo, Cochengo Miranda y Zulay Saravino. Sus archivos de trabajo son menores en volumen, pero incluyen transcripciones de entrevistas y diarios de producción. Los recortes de prensa agregados datan desde 1958 hasta 2005, cuando Prelorán recibió un premio de legado por el Festival de Cine de Mar del Plata, y el rango de la procedencia de los recortes varían entre diarios nacionales como Clarín y La Nacióny los diarios provinciales de Neuquén, La Rioja, Jujuy y otros lugares.

He tenido la fortuna de pasar un tiempo considerable trabajando con estos materiales e intentando dar sentido a lo que nos pueden enseñar respecto de Prelorán, la historia del cine documental argentino y, en términos más generales, sobre la política de la cultura argentina durante los años 1960, 70 y 80. Mi intención es que al destacar ciertas porciones de la Colección Prelorán, al ofrecer mi análisis, y al publicarlo en esta revista argentina, pueda así estimular el interés sobre esta valiosísima colección. También espero facilitar el contacto entre investigadores argentinos y colecciones relevantes en el extranjero.

En este artículo examino ciertas partes de la Colección Prelorán que permanecen como las más documentadas. Entre ellas están sus películas de la serie Gaucho de 1960-1962; sus producciones junto a Raymundo Gleyzer y Ana Montes de González, que datan desde 1965 hasta 1972; su trabajo en Valle Fértil (Provincia de San Juan) entre 1965 y 1973; y su film junto a Cochengo Miranda en La Pampa, de 1973 a 1974. Los papeles y el archivo de Prelorán demuestran de modo concluyente que él no era un hombre solitario, por mucho que él aspirara a tal condición. Su archivo confirma el hecho de que la experiencia de hacer cine es una experiencia colectiva, no importa cuán pequeño sea el equipo. Prelorán dependía de otros para hacer y compartir sus películas y, a través de esta dependencia, las películas asumieron ciertos valores que desafiaron las propias intenciones de él. Esto produjo en su caso toda clase de contradicciones en cuanto a su trayectoria personal. Si las diversas biografías de Prelorán tienden a unir las ideas y metodologías del cineasta en un perfil unívoco, uniforme, su archivo sugiere que podía ser simultáneamente tanto un nativo como un extranjero, un cineasta y un investigador, un conservador y un revolucionario, un desconocido y alguien vastamente conocido. La curiosa trayectoria de Jorge Prelorán nos lleva a revisitar la forma en que consideramos su carrera como también las de otros cineastas.

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Nativo/Extranjero

Dr. Edward Larocque Tinker y las películas de la serie “Gaucho” (1960-1962)

 

“Jorge Prelorán es una mezcla del Apolo 11 y los tallarines.”
Análisis, 19694

Prelorán nació en 1933, de padre ítalo-argentino y madre estadounidense. Fue criado para ser bilingüe y, a pesar de que comenzó su carrera universitaria en la Universidad de Buenos Aires, finalmente se trasladó a la Universidad de California en Los Ángeles (U.C.L.A.), donde estudió cine. Los lazos entre Prelorán y los Estados Unidos, más su pronunciación acentuada en ambos idiomas, lo ha marcado como un constante extranjero en cualquier situación. (El hecho de que su correspondencia archivada incluye cartas en español y en inglés puede provocar un efecto similar para los investigadores). El hecho de que comenzara su carrera como cineasta profesional contratado por la Fundación Tinker, con sede en Nueva York, y que dirigiera estas películas Tinker sobre la Argentina rural desde su casa en la ciudad, Buenos Aires, lo consolidó aún más como un outsider.

Prelorán fue contratado por el Dr. Edward Larocque Tinker y su fundación para producir un documental de distribución en Estados Unidos, sobre el gaucho argentino. Prelorán había hecho, en ese momento, sólo un par de cortometrajes. De todos modos, tampoco era completamente desconocido en los círculos argentinos. Había participado en las “Jornadas de nuevo cine argentino” de 1961, junto a Fernando Birri, Humberto Ríos, Simón Feldman y otros.5 Ese mismo año, su cortometraje Muerte, no seas orgullosa, fue incluido por la Universidad de Buenos Aires en su “Muestra de cortometraje nacional”, junto al trabajo de Ríos, Feldman, Enrique Dawi, Martín Schor y otros.6 Poco tiempo después, autoridades de la Universidad del Litoral le escribieron para pedirle que ayudara a encontrar un reemplazo para Fernando Birri en la Escuela Documental de Santa Fe.7 Sin embargo, a pesar de haber sido reconocido como cineasta argentino, cuando se difundió la noticia de la expedición de la Fundación Tinker, Prelorán fue identificado como miembro del equipo extranjero. Clarín informó que “Tinker… enviará en agosto un director nuevo a la Argentina, Prelorán”8; La jornada, de Chubut, que dos “graduados de California” estarán filmando en la provincia.9 Un solo periódico identificó a Prelorán como argentino.

Teniendo en cuenta que Prelorán, él mismo un poco extranjero, estaba haciendo una película para un público extranjero, financiada por intereses extranjeros, uno puede preguntarse: ¿Cómo fue que el contexto de producción dio forma al producto final? Las materiales de la Colección Prelorán relacionados con las películas Tinker ciertamente confirman el peso que los grupos patrocinadores ejercen, y sin embargo sugieren que el tono conservador de las películas se debía más a los grupos locales con quienes Prelorán colaboró que con los grupos que financiaron la película. De hecho, los apuntes de Prelorán revelan que Tinker controlaba la producción más decisivamente a través de los contactos argentinos que proveyó a Prelorán. Los asociados de Tinker, en sí mismos con algo de insider/outsider, proporcionaron a Prelorán de conocimientos locales, si bien de un carácter político conservador.

Poco antes del rodaje, el Dr. Tinker manda una carta a Prelorán. En ella, reconoce que “el formato final de esta película será determinado por usted.”10 Sin embargo, a pesar de que Prelorán mantendría el control sobre la película, y aunque Tinker nunca acompañó al joven cineasta en sus viajes, el productor consiguió para Prelorán y su asistente una carta de recomendación de la poderosa Sociedad Rural Argentina. En la carta, dirigida a “los propietarios de establecimientos ganaderos de la Republica Argentina”, el presidente de la Sociedad, Faustino Alberto Fano, caracteriza a Tinker como “universalmente conocido, y un viejo amigo de Argentina.”11 Asegura a sus asociados que la película “será de verdadero beneficio para nuestras más importantes fuentes de riqueza constituidas por la ganadería y la agricultura.” A través de estas cartas, Tinker pudo asegurar que Prelorán y Cerni fueran bien atendidos mientras estuvieran de viaje. Además de la Sociedad Rural, ellos dos se entrevistaron con representantes de la “Argentine Southern Land Company”, la “Tennessee Oil Company”, la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora, la “Southeastern Drillling Company”, la “Pan American Oil Company”, más otros propietarios de ingenios y de organizaciones como los “Gauchos de Güemes”. Los dos se quedaron en las estancias, y otras empresas y puestos militares les proporcionaron refugio de forma gratuita; viajaron en aviones del gobierno y se les permitió filmar las colecciones de museos locales. Muchas veces se les ofreció comida, y muchos propusieron escenas y/o entrevistas para ser filmadas. A veces incluso “organizaron un programa para nosotros”.12

Esto no quiere decir que Prelorán no participara en la configuración del tono de sus películas “Gaucho”. El diario de producción de Prelorán, conservado en el Smithsonian, detalla varias cuentas del rodaje.13 A lo largo de sus páginas, el diario demuestra el impacto que los anfitriones locales tuvieron sobre el rodaje y también alude a muchas realidades locales que no pudieron entrar en las películas. Así, el diario alude a los silencios del cine –a las muchas escenas que aparecieron ante los ojos de los realizadores, pero que nunca fueron registradas por la película y, por lo tanto, para la historia–. Ellos lograron tener “un buen día, de todos modos” a pesar de no poder filmar cuando un grupo tocaba música autóctona.14 Del mismo modo, dejaron a la cámara en su estuche durante una carrera de autos en la Patagonia: “Aunque sea interesante como evento local, no estábamos muy entusiasmados.”15 Cuando comienza un partido de fútbol el 17 de agosto, “que, por supuesto no nos interesó” fueron “a ver la iglesia histórica del pueblo vecino” y luego grabaron “algún cantar folklórico”.16 Prelorán reconoce que esos “gauchos” con quienes filmaba habían ya abrazado las nuevas tecnologías, como la radio, para poder comunicarse entre sí.17 Incluso reconoce los altos costos sociales de la modernización que se veía en el campo argentino. Durante una visita a Comodoro Rivadavia, Prelorán informa que, “desde que los estadounidenses trajeron sus ingresos dolarizados, probablemente Comodoro se ha convertido en la ciudad más cara de la Argentina, y que con esto han crecido también las villas.”18 Nada de esto aparece en el documental. En cambio, por lo que llamaron su “búsqueda artística”, prefieren filmar un pueblo como Chos Malal, de Neuquén, donde “La civilización se detuvo alrededor de 1905”: “Este tipo de atraso ha hecho que la región sea de mucho interés nuestro, ya que aquí el folclore queda bastante intacto, y que tuvimos la oportunidad de filmar y grabar algunas cosas muy emocionantes.”19

Si su diario “Viaje a la Patagonia” alude a las muchas escenas que Prelorán decidió no registrar, hay otros momentos en los que Prelorán fue incapaz de filmar – a causa de la luz, o por la falta de cinta, o porque no se les permitió filmar. Un día, cuando un guía intentó lograr que Prelorán pudiera filmar a un cacique local y su tribu mientras cabalgaban, se les dijo que no tenían permiso de los lugareños. “Nos frustró mucho ver estas emocionantes exhibiciones … y no poder filmar, así que decidimos irnos”.20 Hubo resistencia y limitaciones en cuanto a lo que los insiders/outsiders podían conseguir. Esto vendría a establecer algunos precedentes para los años siguientes.

Cuando Prelorán estaba solicitando el trabajo para la expedición Tinker, un ex profesor suyo de la U.C.L.A., el cineasta y antropólogo Colin Young, escribe al Dr. Tinker. Caracteriza a Prelorán como “con fluidez en dos idiomas y estrechamente familiarizado con al menos dos culturas, [y] quien desea encontrar formas de aproximar estas culturas”.21 Prelorán era a la vez un extranjero y un nativo, un insider y un outsider, y el cine le permitiría acercar estas culturas divergentes. “El cine es un medio particularmente apropiado para comunicar a un mundo dividido espacial e idiomáticamente”, continuó Young. “El Sr. Prelorán es conciente de esto, y muestra deseos por explorarlo”. El diario “Viaje a la Patagonia,” demuestra que mientras que el cine podría ser un medio apropiado para establecer puentes de diálogo, no podía garantizar este tipo de conexión. A pesar de las cualidades que Young notó en el joven cineasta, Prelorán dependía en gran medida de otros y su ayuda para poder hacer sus películas. Aquí, como más tarde en su carrera, esta dependencia de información privilegiada afectó la política de las películas de Prelorán. Sí aquí le dio a sus películas un tono conservador, más tarde haría lo inverso.

* * *

Cineasta / Investigador

Entre el arte y la ciencia en Tucumán y Córdoba, 1963-1969

 

Moore_Preloran2

 

“¿Cineasta o investigador?”
Clarín, 26 de julio de 1986.22

 

En el otoño de 1962, mientras estaba terminando su trabajo para la Fundación Tinker, Prelorán le escribe a Eugenio Virla, rector de la Universidad Nacional de Tucumán (U.N.T.).23 Evidentemente, los dos se habían conocido antes, y habían discutido la posibilidad de que Prelorán pudiera hacer películas para la universidad. En la carta Prelorán propone una serie de películas, los temas de los viajes que Prelorán realizó para la expedición Tinker. La idea era apoyar a la universidad, proveer materiales de marca U.N.T. para escuelas primarias y secundarias, y resaltar la historia y la cultura de las provincias del noroeste – lo que él llamó la “zona de influencia de la U.N.T.” La idea, en fin, era convertir a la U.N.T. [y, con ella, a Prelorán] en expertos residentes a través de las películas, desplegando su experiencia colectiva. Sin embargo, proponían conseguir este objetivo alcanzando una audiencia de público mayor. Esto, entonces, requería presentar la información de un modo atractivo y entretenido.

En esta carta, Prelorán reconoce que sólo un “conocimiento más profundo de la región” revelaría los temas apropiados para ser filmados. Si en las películas de Tinker Prelorán dependió de la ayuda de los empresarios locales y los líderes cívicos, ahora quería aprovechar la experiencia de las universidades provinciales. Él propuso que la U.N.T. se asociara con el Fondo Nacional de las Artes (F.N.A.), que iba a poder proporcionar financiación. Como él reconoció más tarde, el F.N.A., con el Dr. Augusto Raúl Cortazar como presidente, “tiene los mejores recursos disponibles”.24 El contrato que Prelorán firmó con la U.N.T. y el F.N.A. estipuló que “armonice labor de los técnicos cinematográficos con los especialistas que el FNA designare para asesorar en cuanto a los aspectos artísticos y folklóricos”.25 De 1963 a 1969, Prelorán trabajó bajo este contrato. Durante estos siete años, hizo veintinueve películas documentales, entre ellas Casabindo, Salta y su fiesta grande, Un tejedor de Tilcara, Ocurrido en Hualfín (co-dirigida con Raymundo Gleyzer) y Quilino (también co-dirigida con Gleyzer, y que ha sido recientemente restaurada por el H.S.F.A.). Si bajo la Fundación Tinker, Prelorán se había aliado con la élite empresarial del país, entonces con su contrato con la Universidad Nacional de Tucumán se conectaría de manera irrevocable con las incipientes ciencias sociales del país. En la brecha entre el arte y la ciencia, Prelorán formalizó ciertas alianzas que habrían sido inexplicables de otra manera.

Hasta la fecha, la asociación de Prelorán con las ciencias universitarias también ha complicado a muchos de sus biógrafos y críticos. Algunos titulares periodísticos han calificado a Prelorán como “un amante del cine que se volvió antropólogo”.26 Otros artículos destacaron su “visión antropológica”,27 su “ojo antropológico”.28 Otros se preguntaron, “¿Cineasta o investigador?”29 Los estudiosos señalaron sus vínculos con Colin Young y con el “funcionalista” Augusto Raúl Cortazar. Jorge Wyngaard, quien trabajaba con Prelorán en Tucumán, reconoció que “como camarógrafo, era talentosísimo,” pero que “él adoptó una postura demasiado… ‘folclorista’, antropológica”.30 Hasta sus biógrafos han sugerido que Prelorán sólo creció como un “autor” después de haber tomado la decisión de abandonar sus películas folclóricas.31

El archivo de Prelorán sugiere que necesitaba la ayuda de la antropología en sus películas, si bien él también se resistió a la forma en que esto afectó su lenguaje cinematográfico. Sus papeles están llenos de correspondencia con asesores académicos. Prelorán apeló a ellos en busca de ideas sobre lugares, temas, y cada vez más sujetos para capturar en sus películas, como en sus llamadas películas etnobiográficas. (Un ejemplo notable es la carta enviada a Prelorán de parte de Martha Borruat de Bun, una antropóloga de la U.B.A. Junto a la carta, en la que ella advierte que Prelorán debe tener «prudencia» al acercarse a las comunidades, la investigadora también suministra una lista de «Temas aptos para ser ilustrados.»32). Pero sus archivos revelan que, como escribe en sus diarios Tinker, la suya fue en definitiva una búsqueda “artística”. Si bien debemos comprender el contexto de su serie «folclórica», el archivo personal de Prelorán sugiere que, dentro de las contingencias diarias de producción, Prelorán a menudo afirmó su preferencia del arte sobre la ciencia, de un modo que desafiaba el campo de la antropología que informaba y de hecho financiaba su trabajo.

El archivo de Prelorán está lleno de correspondencias con varios asesores académicos, pero sus discusiones más animadas sobre arte y ciencia fueron con la antropóloga Ana Montes de González. La relación entre Prelorán y Montes era muy complicada: eran productivos en conjunto, aunque su cooperación a menudo se vio obstaculizada por las impugnaciones y el antagonismo de los dos lados. Prelorán, en sus cartas, demuestra admiración y respeto hacia Montes, aun cuando muestra fuertes diferencias de opinión. Sus debates comenzaban por cuestiones en torno a la antropología, y, dado el contexto histórico, a menudo se trasladaron al terreno de la política. Sin embargo, lo más interesante es la manera en que esas discusiones volvían a su cauce original, los debates sobre arte y ciencia. La brecha, al final del día, era entre el cine y la antropología.

 

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“Lo vi y te recuerdo”:
Una tarjeta postal enviada a Prelorán por la antropóloga Ana Montes33

Las discusiones de Prelorán con Montes comenzaron en 1966, cuando los dos estaban terminando el trabajo sobre Ocurrido en Hualfín y Quilino, ambos filmados con Raymundo Gleyzer. El problema comenzó cuando, después de una entrevista mal grabada, Prelorán y Gleyzer decidieron grabar una segunda versión, dentro de un estudio, y con una actriz, no la persona originalmente entrevistada. Esto enfureció a Montes. En una carta a Prelorán argumenta,

Yo quería un documento vivo fuera o no técnicamente perfecto. Al contrario, la imperfección hubiera acentuado la veracidad, que era lo que me interesaba. Raimundo (sic) piensa en hacer películas y tiene una serie de prejuicios cinematográficos en la cabeza. Resultado; les di un tema y material maravilloso para hacer un poema trágico y lo que salió es prosa melodramática… En la medida en que se introducen triquiñuelas técnicas para conseguir la impecabilidad, se va hacia el film-ficción, ficción aunque se combinen elementos extraídos de la realidad. Y soy de las que cree que no hay ficción que pueda superar el valor y la grandeza de la realidad.34

Aunque evidentemente hay mucho aquí de animosidad personal y desacuerdos políticos, los problemas que tenía Prelorán con los asesores giraban a menudo en torno a diferentes ideas acerca del valor de la presentación específica del material. Muchos de los asesores del campo de la antropología tenían razón al afirmar que lo real contenía un poder muy propio, y que el proyecto debía mantener una lealtad hacia ello. Prelorán, como cineasta, se preocupó más por garantizar una comunicación efectiva. Por lo tanto, él hacía cosas como el doblaje de una voz, si pensaba que podía añadir características dramáticas a la historia, o repetiría una producción, si eso hubiera significado la captura de una grabación en mejor calidad. En muchos sentidos, Prelorán estaba así traicionando la distinción documental bajo la cual presentó sus películas. Al mismo tiempo, también podemos entender su decisión, motivado por la esperanza de una mejor comunicación de su mensaje, y de poder alcanzar más público. A pesar de que Prelorán y Gleyzer no compartieron ideas políticas, en la opinión de Montes los dos se habían acercado al proyecto con un prejuicio cinematográfico común. Ella les había dado el material a ellos y ellos, en conjunto, lo habían alterado. Fue ella la única de los tres que, aparentemente, entendía el verdadero valor de lo real, lo científicamente verdadero.

Algunos meses después, Montes le escribió a Prelorán de nuevo para reiterar su posición, repitiendo la idea de que Prelorán y Gleyzer sólo querían hacer «lindas películas».35 Tratando de justificar su posición, Montes basó su argumento en las experiencias que había tenido al exhibir la película para estudiantes norteamericanos. Ella había mostrado Quilino a un grupo de estudiantes de Harvard, donde estuvo de residencia durante un semestre. Como relató, «por las preguntas que siguieron haciéndome, se notaba que querían más detalles». Lo real asegura la acción, y la dirige. Lo que parecía frustrarla a Montes fue que, aunque la audiencia parecía, como escribió, «sinceramente emocionada», sintió que no habían captado los detalles específicos de la situación. «Se notaba», escribió, «que querían mas detalles». Los estudiantes estaban involucrados, seguro; pero a Montes le preocupó que no estaban aprendiendo nada. La película había facilitado una experiencia emocional, pero lo hizo a expensas de cualquier dirección particular para esas emociones.

Prelorán le respondió defendiendo su campo tal como ella hacía con el suyo, apelando a los nombres de las luminarias del campo de ella, quienes se pusieron del lado de él. Fue en esta época que Prelorán asistió al primer coloquio mundial de gran importancia sobre el cine etnográfico, que se realizó en la U.C.L.A. en 1968. A su vuelta de Los Ángeles, Prelorán escribió a Montes: “Durante el coloquio se discutió mucho de los valores etnográficos en cine, y el peso de lo favorable cayó hacia los cinematografistas [sic], y entre ellos desde luego a Rouch, que consideran más importante la síntesis que sabe dar el cinematografista a la documentación fría y científica del antropólogo. De modo que sus objeciones con QUILINO no son del todo válidas.”36

En otras cartas de este período, podemos observar que Prelorán estuvo luchando para desarrollar un estilo de cine que pudiera educar a sus compatriotas. Según escribió a Colin Young, uno de los organizadores del coloquio de la U.C.L.A.: «no estoy siempre interesado en la estricta documentación científica, porque no es este el propósito de estas películas. Siendo yo el primero en filmar estos acontecimientos remotos, me parece mucho más importante que nosotros eduquemos a nuestros propios pueblos, y por lo tanto hagamos las películas más agradables».37 Aquí y en otras cartas, vemos la totalidad de la situación expresada por Prelorán. Él estaba intentando atraer a las masas. En parte, lo hacía a través de la ciencia; la antropología, en su forma institucionalizada por la U.N.T. y el F.N.A., ofreció un respaldo vital para los documentalistas. En su carta a Young, añadió que, «[L]a documentación es muy estricta, sin intromisiones, y la música es absolutamente pura, la mayor parte registrada en el acto. En la mayoría de los casos un etnógrafo ha estado presente como asesor». Al mismo tiempo, si la ciencia ayudó a legitimar su trabajo, él reconoció un cierto riesgo en prestar demasiada ciencia, demasiado detalle. Su meta, y su misión, recordó, era llevar la U.N.T. al mundo. Esto no lo podría hacer a través de las ciencias especializadas. Tuvo que llegar a la gente. En muchos sentidos, la Universidad y el Fondo, lo ayudaron; de otras maneras, dificultaron su camino.

Por supuesto, Prelorán sí había aprendido de Montes, y su estilo de hacer cine iba evolucionando en respuesta a este tipo de experiencias. Él se había beneficiado de sus conocimientos sobre las comunidades. En una carta, escrita a principios de su trabajo junto a Montes, Prelorán dice sobre ella: «Tiene gran sensibilidad, y capta los problemas de la gente indefensa».38 Si ella se comportó como si estuviera a cargo de la producción, se debía a que esto era en gran parte cierto, «puesto que nos llevó allí a filmarlo». Prelorán decía cosas similares sobre Gleyzer. En esta misma carta, él escribió de Gleyzer que «es un hombre realmente absorbente, cuando filmé con él fue una experiencia estupenda, pero me sentí el peón». En cuanto a su actitud, se sintió frustrado por el panorama general, el destino partidista, que parecían otorgar a las producciones suyas. Prelorán consideró que: «Solamente cuenta el fin. No le importaba el problema individual de la familia que filmamos en Hualfín, sino en la idea de que con la película ayudaríamos a esa gente y mucha más». Prelorán sintió cada vez más todo lo contrario, y empezó a enfocarse mucho en el bienestar individual de los sujetos de sus películas. Las que dirigió junto a Gleyzer se habían estrenado en festivales internacionales, incluso había ganado un premio en el Festival de Viña del Mar de 1967, un evento importantísimo para el desarrollo del inminente Nuevo Cine Latinoamericano.39 Sin embargo, él insistió, «no me interesa lo que pase fuera del país».

 

Además de sentirse incómodo con el estilo de Montes, sin duda a Prelorán también le molestó la política en juego. Le preocupaba que, si seguía haciendo películas con Montes y Gleyzer, iba a perder su puesto en la universidad, “cosa que no sé si es conveniente.” Así continuó: “mi lugar es aquí, haciendo algo que es necesario para el país ¿dónde mejor que en la Universidad? En ningún otro lado tendría estas posibilidades; fíjate el desaliento de los cortometrajistas argentinos”.40 También se preocupó porque no había encontrado una mejor manera de llegar al público. Y este era el problema; quería llevar su cine a más gente, pero hacerlo, sobre todo en aquella época –en Tucumán y Córdoba, a finales de la década de los sesenta– era cada vez más un acto político en sí mismo.

 

La relación conflictiva entre Prelorán y Montes siguió hasta la década de los setenta. A pesar de sus diferencias, los dos entraron en un acuerdo para filmar Los Onas junto a la antropóloga estadounidense Anne Chapman. En 1971 la producción entró en un punto muerto, con los codirectores atacándose unos a otros. Prelorán escribe una carta desesperada, y en inglés, a Chapman: ”Hay una tendencia a pensar que uno tiene toda la verdad, y que al igual que Ana, ella tiene que decirle al mundo entero que su verdad es la única. En el cine, esto es llevado a un público que está completamente fuera del contacto personal, así que cada persona va a llenar los vacíos de una película con su propia experiencia y puntos de vista”.41 Termina la carta diciendo que, “a menos que consiga una mano más libre, y que sea tomado como un director de cine etnográfico que sabe lo que hace, en lugar de un camarógrafo y editor que hace lo que quiere Ana, entonces la palabra es no”.42

Otro elemento interesante de la carta para Chapman es que Prelorán propone que Gleyzer termine la película. A pesar de las diferencias políticas que Prelorán tenía con Gleyzer, parece que los dos habían mantenido un cierto vínculo –uno entre artistas– que no mantenían con Montes, y que ha escapado a las pocas personas que han escrito sobre su relación. Gleyzer, como Montes, enseñó muchísimo a Prelorán, y Prelorán se refiere a Gleyzer como «un amigo» bien entrada la década de 1970.43 Gleyzer siguió escribiendo a Prelorán mucho tiempo después de su trabajo en Córdoba, ya cuando Gleyzer se había trasladado al extranjero y comienza a filmar en México con Humberto Ríos. En una de estas cartas Gleyzer menciona que ha conocido a Chapman en Nueva York. Según relata a Prelorán, «vio Ocurrido y dice que no hay nada positivo en el film… En fin…. INSOPORTABLE.»44 Asimismo, añade que en Nueva York había visto otra película de Ana Montes, sobre los Zinancantecos, que era «una peliculita bien filmada, pero que no pasa naranja». Todo esto muestra un cierto vínculo entre los cineastas. Mientras que el principal problema de Prelorán con Gleyzer y Montes sí tuvo que ver con la política, falta reconocer que hubo también otras divisiones en juego entre el arte y la ciencia, y que ellas tenían el poder de aliar a cineastas de diferentes ideas políticas, «que saben lo que están haciendo», en contra de una comunidad científica que, temían los realizadores, parecen haber simplemente querido «un camarógrafo y editor».

En medio de sus debates sobre Quilino, Prelorán sugirió a un amigo que «lo que he aprendido es que nunca más debo asociarme para hacer películas con persona alguna. Y tener el control absoluto de la película mediante asesores que son designados para asesorar solamente, no que sean dueños del tema».45 Esto, entendemos, era nada más que una quimera. Mientras Prelorán haría todo lo posible para eliminar su dependencia de los demás, durante su «período Tucumán» tanto como durante su “período Tinker», nunca logró liberarse de una cierta dependencia de los demás. Estos vínculos lo convirtieron a la vez en un nativo y un extranjero. También lo convirtieron en un científico y un artista. Y, al cambiar la política del país, lo convirtieron a la vez en un conservador y un revolucionario.

* * *

Conservador / Revolucionario

Valle Fértil y la política del lugar, 1965-1973

 

¿Qué significa definir la política de un director de cine o de una película? Esta pregunta ha incitado debates explícitos por lo menos desde el advenimiento del Nuevo Cine Latinoamericano, el cual nació durante el Festival de Viña del Mar de 1967 (donde, cabe notar, Prelorán y Gleyzer ganaron un premio). Lo que la Colección Prelorán sugiere es que la política del cine no se define en la ideología individual del autor. La política, tal vez especialmente en el caso del cine, se forja a través de las muchas relaciones establecidas durante el hacer cine y el mostrar cine. Prelorán, porque era y no era un director de cine, porque era y no era un nativo, un insider, vivió una vida política que por momentos podía ser revolucionaria y en otros aspectos conservadora.

En muchas de las notas de producción, recortes de prensa y correspondencia relacionados con sus películas, vemos que la política está siempre presente durante el curso de la carrera de Prelorán. Mientras estuvo con Raymundo Gleyzer, Ocurrido en Hualfín fue censurado por el Ente de Calificación y Prelorán fue obligado a eliminar ciertas escenas que honraban a Evita.46 Más tarde, películas suyas como Valle Fértil y Cochengo Miranda fueron censuradas en las provincias donde habían sido filmadas. La investigación sobre el archivo de Prelorán sugiere que las películas fueron censuradas menos por el contenido que por la política que se desarrolló fuera de la pantalla durante toda la producción y la distribución. El caso de Valle Fértil (1972) es particularmente ilustrativo.

Prelorán planteó el rodaje de Valle Fértil como lo había hecho en sus películas anteriores. Nuevamente volvió a trabajar con asesores locales. De hecho, cuando el Diario de Cuyo publica una nota sobre la primera visita de Prelorán en 1965, acreditan incluso a un tal Dr. Olivares, investigador local y guía de Prelorán, como “director” de los tres documentales47 (¡en este caso, Prelorán no era ya ni antropólogo ni cineasta!). Una vez llegado al pueblo, Prelorán hizo las presentaciones necesarias, se ofreció a tomar retratos de los locales, y les proporcionó productos necesarios, como anteojos y libros de texto. Estos eran «métodos», como los describió Prelorán, que había aprendido a lo largo de su carrera, y que se habían utilizado en muchos casos cuando «la ayuda de los lugareños es de suma importancia».48 (Y aquí debemos recordar que la ayuda de los lugareños fue de suma importancia en cada película de Prelorán). Más tarde, él lucharía por las pensiones de los lugareños de Valle Fértil, reclamando al intendente del pueblo, al gobierno provincial, y hasta a la Casa Rosada.

Como fue el caso durante toda su carrera, la visita de Prelorán al pueblo generó una considerable atención local. En las notas que aparecieron, lo que capturó mayor atención de los periodistas fue la llegada del porteño Prelorán con su cámara y su equipo. Sin embargo, mientras que los artículos relacionados refirieron la visita del outsider, cada artículo también transmitió muchas de las realidades difíciles delineadas por los lugareños. Es por eso que, incluso si Prelorán permaneció como un extranjero, la cobertura sobre su producción transmitió perspectivas internas sobre el valle. Artículos relatando la filmación informaron también los desafíos que los propios vallistas enfrentaban y que aún no habían sido resueltos por los líderes locales. En el caso de Valle Fértil, los pobladores no tenían acceso a gasolina, y les faltaba electricidad para iluminar la ciudad. Algunos titulares anunciaban la llegada del outsider y las condiciones encontradas:

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“Filman Películas de la Zona / Valle Fértil: Calles sin luz,” artículo no atribuido.49

Sin embargo, artículos como estos rara vez hacían más que aumentar la consternación, al menos en lo inmediato. Y, según sugieren documentos relacionados con la producción en Valle Fértil, parece que el aumento de la preocupación no calificó la acción como suficiente o satisfactoria para algunos de los asociados a Prelorán en el pueblo. Un par de años después de que Prelorán hubiera visitado por primera vez la zona, recibió noticias de un amigo porteño quien había visitado Valle Fértil, y que se había encontrado por casualidad con Máximo Rojas, el personaje principal de la película de 1966, sobre talabartería. Según Prelorán relató en una carta a Santos Villafañe, personaje en Valle Fértil y su anfitrión principal, “Don Máximo, sin saber quien era este señor, se le quejó de que habían venido unos señores de una entidad del gobierno para hacer una película hacía unos años, y que seguramente se habían llenado de dinero, y a él no le dieron nada”.50

Prelorán quedó muy consternado por la noticia. Escribió a sus amigos y sus colegas del valle, pidiendo que le aclararan la situación a Máximo y otros. «Santos», Prelorán argumentó, «si ésta es en general la actitud de la gente a quien hemos filmado, le ruego encarecidamente que les haga saber todo esto, porque me mortifica mucho que crean que estamos ‘usándolos’».51 Al asumir esta posición, Prelorán demostraba que, a pesar de sus esfuerzos para ayudar a los vallistas, él se mantenía al margen en cuanto a ciertas realidades fundamentales de su relación con los pobladores del valle. A fin de cuentas, era en muchos aspectos un extranjero privilegiado: era un cineasta financiado por el estado, contractualmente ligado a departamentos universitarios. Sí, se había vuelto famoso en base a las películas anteriores (entre ellas, el cortometraje al que Don Máximo había contribuido). Sí, había llevado las películas a Buenos Aires y, desde allí, a Los Ángeles, a Harvard y a todo el mundo.

Dejando las contradicciones aparte, Prelorán insistió en que la película sobre Rojas, al igual que las otras películas que hizo para la U.N.T., fueron hechas para ser proyectadas gratis en todo el país y como una forma de impulsar el turismo en zonas como el valle. Crecientemente Prelorán definió el éxito en estos términos. Así escribió en una de sus apelaciones a Máximo: «Si cuando se ve la película que yo hice de usted, y la gente que va a Valle Fértil lo va a ver para que le haga una montura, por lo menos habrá cumplido con su fin».52 Un año después, en una segunda carta, Prelorán alude a la dificultad de equilibrar la cobertura positiva y negativa, al tiempo que reiteró su esperanza de que la película fuera a impulsar el turismo: «No sé si la película los va a ayudar en algo, pero espero que si la ve gente del gobierno, quizás entiendan algunas cosas que no se han planteado tan fuertemente como aquí, y que ayuden en algo. Por otro lado, creo que el turismo va a venir más, y que seguramente lo querrán conocer en su casa. Así espero. Por lo menos va a tener más visitas, si no más trabajo”.53 Comunicar los objetivos de la película de esta manera agregó una presión constante sobre Prelorán. Ya tenía el deber de llevar la U.N.T. [y la situación de Valle Fértil] a las masas. Esto, recordemos, requería abstraer la historia, utilizar un tratamiento creativo, y algo no menor, cautivar al público. Para que los documentales también cumplieran la intención de ayudar a los sujetos filmados, Prelorán tendría que proporcionar alguna prueba de que las películas realmente los habían ayudado. Por un lado, entender el éxito de esta manera, en forma de rendimientos futuros, le proporcionó a Prelorán una cierta libertad. Él fue capaz de escribir a colaboradores: «usted me sabrá decir más adelante si realmente viene gente a verlo, porque lo vio en la película».54 La evidencia de la efectividad de las películas necesariamente llegaría sólo después de la realización cinematográfica en sí. Así, aunque sólo en teoría, Prelorán podría haber decidido desvincularse del pueblo en este momento, sin intención de volver a enfrentarse con la crítica. Pero en la medida en que el cine de Prelorán (como en otros documentales) se fundaba cada vez más en el contacto permanente con una población local, entonces cualquier colaboración futura iba a ser mitigada por el grado en que las promesas de éxito se cumplieran o no.

De cierta manera, era comprensible, a raíz de este tipo de experiencias, que Prelorán privilegiara su preocupación por los personajes individuales de su cine más que por algún impacto que podría tener en otros lugares –sea en festivales de cine o, como era el caso del trabajo de sus contemporáneos, en círculos políticos nacionales–. Con los lugareños tenía contacto más directo y era a quienes Prelorán debía responder más inmediatamente. Cuando criticó a Montes, Gleyzer, u otros por haberse enfocado tanto en “el fin”, su punto de vista se basaba en una cantidad de experiencias como las que tuvo con Máximo. Con los años, Prelorán vivió conflictos con un número importante de personajes de sus películas y la correspondencia del archivo Prelorán en relación a los documentales Valle Fértil, Hermógenes Cayo, Los hijos de Zerda y Cochengo Miranda puede confirmarlo. Al terminar la última película de las mencionadas, Prelorán escribió que con esa película debía satisfacer solamente a cuatro personas: el personaje principal (Cochengo), la antropóloga asesora Ercilia Moreno Chá, su jefe del F.N.A., el Dr. Cortazar, y a Angel Aimetta, un político local que tuvo un rol fundamental dentro de la producción.55 Si esto alude a las muchas presiones ejercidas sobre el cineasta, ello apunta sobre todo a las formas en que su cine se batió con luchas extra fílmicas y, por lo tanto, a la política de sus personajes.

Mientras Prelorán se preparaba para estrenar Valle Fértil en el pueblo y en San Juan capital, se le informó que el estreno había sido boicoteado a último minuto por el intendente de Valle Fértil, un tal Luis Martínez, funcionario con quien Prelorán había mantenido correspondencia sobre las pensiones de sus personajes. Martínez, quien se encontraba entonces en los últimos días de su gobierno (sería reemplazado en su cargo por quien fue electo en las elecciones de marzo de 1973), había declarado a Prelorán como una «persona non grata» en el pueblo. Más allá de los motivos de la cancelación (y en su correspondencia Prelorán reflexiona mucho para descifrarlos), mantenía la esperanza de que, una vez que Martínez saliera de su cargo, la película finalmente conseguiría su estreno local. Prelorán no era precisamente peronista, pero si los resultados peronistas de 1973 permitieran una distribución más exhaustiva de sus documentales, entonces acordaba con el cambio de poder. En una carta enviada a Santos, Prelorán alude a diferencias partidarias entre los dos: «Supongo que usted estará chocho del resultado de las elecciones».56 Al mismo tiempo, unas líneas más adelante, agrega «Quizás [a]l gobierno peronista le convenga mostrar la película, y de pronto la vamos a mostrar por todos lados”.

De diversas maneras, el proyecto de recuperación cultural de Perón benefició ampliamente a Prelorán, y uno de los elementos más interesantes de la colección Prelorán es que expone con intrincado detalle la cada-vez-mas-serpenteante ruta de la política del cineasta –o, al menos, de la política de las películas de Prelorán–. Apenas cuatro años antes de que la elección de Cámpora le diera la esperanza de un futuro estreno en Valle Fértil, Prelorán había escrito al general Juan Carlos Onganía, peticionando que sus películas se declararan «de interés nacional» y que fueran exhibidas en todas las aulas del país (y, podríamos sospechar, según la propuesta de Prelorán, reconocidas como una iniciativa de Onganía).57 En 1972, él comenzó a mostrar sus películas en la televisión pública de Canal 758 y a trabajar con Ernesto Lanusse, Ministro de Agricultura bajo la presidencia de su primo.59 (En otra vuelta de tuerca a la historia de Valle Fértil, Lanusse se había acercado a Prelorán porque le había impresionado, sobre todo, el documental –¡El mismo que había sido censurado en San Juan!–)

Prelorán no era peronista, pero tampoco era un furioso anti-peronista. Sin dudas percibió que después de las victorias peronistas en todo el país, más gente iba a poder ver sus películas. A través de sus cartas, él muestra cierto escepticismo hacia Cámpora y, más tarde, respecto del regreso de Perón. Expresa un optimismo cauteloso frente al paquete económico de Perón de 1973, reflexionando en una carta que «el viejo es… increíblemente lúcido dada su edad».60 A pesar de sus preocupaciones, él invitó a algunos representantes del Ministerio de Educación de Perón a su casa con el fin de discutir posibles iniciativas en el cine educativo, pero, como le contó después a un amigo, «los chicos que vinieron estaban muy en una borrachera intelectual-ideológica, y yo simplemente no estoy de acuerdo con eso».

A pesar de la frustración que Prelorán vivió con el nuevo gobierno, ya pesar del hecho de que él había mostrado sus películas en el Canal 7 bajo Lanusse, en 1974 comenzó a difundir su obra en el Canal 8 de Mar del Plata y la iniciativa recibió estridentes aprobaciones de los peronistas de la ciudad. Varios espectadores respondieron con cartas, agradeciendo al canal por sus esfuerzos. Uno escribió que el Canal 8 finalmente llegó a merecer el sello «el del pueblo».61 Otra ofreció que «por fin la Argentina ha dado con la forma de poner tan enorme medio de comunicación al servicio del hombre».62 Nueva Era, de Tandil, anunció: «La autenticidad triunfa en la T.V.»,63 y La Capital, de Mar del Plata, escribió que, «Se trata, en definitiva, de asumir la lucha contra la colonización de la cultura, profundizando la orientación que ha impuesto la conducción oficial sobre los lineamientos expuestos con claridad por la doctrina y las enseñanzas del general Perón».64

Para fines de 1975, Jorge Prelorán llegó a ser identificado plenamente con el proyecto peronista de recuperación cultural. El escritor Aníbal Ford describió el estreno de Cochengo Miranda en La Pampa como tal:

Pensábamos que era importante el apoyo dado por el gobierno de La Pampa a este proyecto de rescate de la propia cultura de la provincia. Que era importante que Cochengo Miranda se diera ahí, en El Boitano, como algo que no era de Prelorán sino de todos los hombres y mujeres del oeste. Que era importante esa fiesta en una zona sin fiestas. Y que todo esto era un aporte para ese proyecto político cultural que con tantos inconvenientes se viene articulando desde abajo en la Argentina.65

Como Ford reconoce tan acertadamente, la película no era de Prelorán; más bien, perteneció a todos los del oeste. El punto de vista, entonces, no era de Prelorán, si bien surgió del cine de Prelorán, y en ello se reflejaban sus experiencias en Valle Fértil y en los otros lugares donde había rodado. Los numerosos recortes de prensa preservados de las pequeñas ciudades y pueblos del norte, del sur, y del oeste argentinos apuntan al hecho de que las películas de Prelorán se volvieron importantes, se las leyó como cine político por muchas de las personas involucradas. Después de sus experiencias difíciles con Montes y Gleyzer, Prelorán prometió que iba a buscar un cine más solitario, para el cual tendría control total. Pero como los casos de Valle Fértil y Cochengo Miranda demuestran, Prelorán nunca llegó a conseguirlo.

Si bien la política personal de Prelorán no se alineó con la de sus colegas cineastas, en ciertas coyunturas la política de sus películas y la de las comunidades que su cine reunía lo colocaron en situaciones difíciles. Poco después de su estreno en 1975 en La Pampa, el documental Cochengo Miranda fue prohibido,66 y se mantuvo bajo llave hasta que volvió la democracia 1983. Valle Fértil se proyectó una sola vez en el pueblo, ante una decena de personas, y las complicaciones relacionadas con su mensaje hicieron que Prelorán nunca regresara para mostrarla. Finalmente, en 1976 Prelorán se sintió suficientemente identificado con la izquierda peronista, o con su antiguo codirector, Raymundo Gleyzer, o con la política de Valle Fértil, de La Pampa, o de alguna otra región en que había trabajado, que el cineasta dejó Buenos Aires y salió en un avión para Los Ángeles. El mismo hombre que una vez escribió que el golpe de estado contra Isabel Perón «era necesario, y empezó bien»67 estaba pocos meses después huyendo del país. Como él mismo reconoce en una carta:

En cualquier día puede que agarren a alguno que tiene mi dirección en su agenda, y con esto será suficiente. Luego, cuando empiecen a mirar a mis películas, se van a encontrar con todo tipo de cosas contradictorias: por un lado, películas sobre gente pobre, artículos en revistas izquierdistas o entrevistas en donde digo cosas bastante fuertes sobre las condiciones miserables de algunos argentinos, etc. Y por el otro lado estarán mis actividades en los Estados Unidos, dos veces Guggenheim, et al. No sé qué les va importar más, pero no pienso quedarme aquí para averiguarlo.68

Las cartas de Prelorán fechadas el 24 de julio de 1976 –el archivo incluye diez– captura maravillosamente sus contradicciones. Como el propio cineasta lo reconoce, cualquier funcionario estatal asignado al caso de Prelorán podría haber visto cualquier cantidad de perfiles. Podría haber visto a Prelorán como extranjero, financiado por los estadounidenses para hacer documentales al estilo norteamericano (aburridos, didácticos, sobre «tierras extranjeras exóticas»). O podría haber visto a un argentino, un nativo, que había hecho películas sobre los pobres, que se asociaba y que los defendía. A través de su estética, su trabajo lo ligaba con otros cineastas de la época. Cuando escribe sobre el temor de que fueran a encontrar una libreta de direcciones con su nombre, está seguramente hablando de Gleyzer, a pesar de que compartían poco en cuanto a ideas políticas. El caso de Prelorán estaba plagado de contradicciones, en un momento en que las complejidades fueron dejadas de lado.

* * *

Desconocido / Vastamente Conocido

Jorge Prelorán en Los Ángeles, 1976-2005

Un cine que se basa en interacciones personales es un cine fácil de eliminar. Una vez en Los Angeles, Prelorán ya no podía ser el cineasta, el insider, el defensor. Por primera vez en su vida estaba verdaderamente solo –de cierta manera logró lo que siempre insistía en esperar– y es notable el grado en que quedó en el olvido. A pesar de que estaba encantado de estar en Los Ángeles con un buen trabajo como profesor de cine –escribió a una amiga que «nos toc[ó] la suerte total!»69– también reconoce en esa carta y en otras que él quizás nunca iba a poder volver a hacer cine, dadas las exigencias de la enseñanza. Al no poder hacer más películas y al no poder exhibirlas más en tantos rincones de Argentina, Prelorán se había convertido, de nuevo, en un extranjero. Cuando él fue nominado para un Oscar, por el film Luther Metke at 94, algunos periódicos argentinos titularon «¿Usted conocía a este argentino?»

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“¿Usted conocía a este argentino?” La Semana, 198170

 

Por supuesto, su legado sí tenía su fundamento en otros tiempos y por otros lugares y con otras personas. Tanto era así que cuando la prensa de Buenos Aires siguió en su líneade que el argentino nominado al Oscar era «prácticamente desconocido por sus compatriotas»,71 los periódicos locales de Tucumán, La Rioja, Mendoza y otras partes señalaron con orgullo las vastas historias que Prelorán estableció y mantuvo con sus respectivas provincias. En La Pampa, fue «J. Prelorán, que filmó en La Pampa”, y no un desconocido argentino nominado para el Oscar.72 El Chubut (Trelew) incluso se burló de la prensa porteña por su cobertura del «desconocido Prelorán”.73 Fue en estas ciudades -Tucumán y Jujuy, San Juan y Santa Rosa- que Prelorán fue, como un periodista tucumano reconoció, «vastamente conocido por nuestro público”.74

Cuando la política volvió a ser discutida públicamente en los años 80, la narrativa de Prelorán se volvió espacio de debate. Artículos sobre el nominado al Oscar fueron acompañados por fotografías del cineasta, corpulento, de pie al lado de su automóvil, frente a su casa, totalmente inmerso en el American way of life. Con subtítulos añadieron: «seguridad económica y facilidades para filmar. Por eso Prelorán vive en California”.75 Siempre el revolucionario y el conservador, artículos lo etiquetaron como “el que fue” y otros “el que debió irse.” Tal vez la verdad del caso Prelorán fue que él necesitaba irse y decidió irse también. Pero es difícil saberlo y quizás irresponsable afirmar razones. Lo que sí se puede decir es que, si bien California le dio esa nombrada “seguridad económica”, difícilmente le ofreció facilidades para filmar.

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“Seguridad económica y facilidades para filmar:

Por eso Prelorán vive en California.”76

Hace algunos años La Gacetale preguntó a otro cineasta tucumano, Jorge Wyngaard, quien trabajaba con Prelorán en la U.N.T., sobre la obra de su viejo colega. Wyngaard admitió que el trabajo de Prelorán como director de fotografía fue ejemplar, pero que desgraciadamente nunca utilizó su cámara como “una herramienta para una expresión de mayor amplitud”.77 “Eso, en audiovisualismo”, continuó, “es fundamental: el saber que esos elementos son herramientas, para contarle historias a la gente, para hacer propaganda política, para enseñarle a leer a la gente, para contarle una historia cruel… lo que vos quieras.”

Lo que la Colección Prelorán demuestra es que el cine raramente se trata de hacer lo que vos quieras. En estos proyectos, como en todo el trabajo de Prelorán, se nos recuerda que la política de sus películas no era la política personal de Prelorán. De hecho, gran parte del archivo de Prelorán –aquellas porciones relacionadas con la producción– tiene poco que ver con Prelorán, sus intenciones y sus ideologías. Así, la Colección Jorge Prelorán no va a convencer de que Prelorán tuviera agendas secretas o que su ideología fuera nada distinta a lo que ofrecensus numerosas entrevistas y biografías. En cambio, la colección subraya las múltiples interacciones que constituyen y, se podría argumentar, siguen constituyendo la actividad cinematográfica, incluso hoy, en una era de YouTube. Si Jorge Prelorán era un nativo o un extranjero, un cineasta o un investigador, revolucionario o conservador, completamente desconocido o vastamente conocido, era porque la sociedad argentina lo convirtió en ello. Es por esta razón que el archivo de Prelorán es quizás el más argentino de todos.

 

Notas

1 Quiero agradecer a Edgardo Dieleke por haberme ayudado a traducir este artículo, pero también por haberme ayudado mucho a concebir el proyecto más amplio que será mi disertación. También doy las gracias a Javier Campo por haberme ofrecido la oportunidad de escribir este artículo. Las ideas que he podido desarrollar arriba se deben mucho a las conversaciones que he tenido y mantenido con varias personas, entre ellos Edgardo Dieleke, Mariano Mestman, Fabiola Orquera, Ana Mohaded, Arturo Borio, Daniel James, Jeffrey Gould, y Joshua Malitsky. Como punto final, quiero agradecer al personal del Smithsonian y de los varios archivos argentinos en donde he trabajado durante los últimos años. Mencionaré acá a Pam Wintle, Daisy Njoku, Jake Homiak, Joshua Bell, Mark White y Tomás Deza del Smithsonian; a Adrián Muoyo, del I.N.C.A.A.-E.N.E.R.C.; a Paula-Félix Didier y Fabián Sancho, del Museo del Cine; y a Magdalena Franco, de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional de Tucumán.
2 Carta, de Jorge Prelorán a Richard Hawkins, 19 de diciembre de 1970. Smithsonian Institution, Human Studies Film Archives, Jorge Prelorán Collection [de aquí en adelante, HSFA-PC], Series 4: Correspondence, “1970: H.”
3 Foto, Jorge Prelorán filmando en Valle Fértil, Provincia de San Juan. HSFA-PC, Series 9: Photographs, Box 5, Folder “Valle Fértil.”
4 “El otro país,” Análisis 449 (21 al 27 de octubre de 1969). HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 30/35.
5 “Jornadas de nuevo cine argentino” [panfleta]. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 10/35.
6 “Cortometraje nacional” [panfleta]. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1964-1977,” Folder 1/8.
7 Carta, de “Cortes Pla, Rector” a Prelorán, 1 de julio de 1963. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 7/35.
8 “Hector Blas González,” Clarín, 3 de agosto de 1961. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 10/35.
9 “Patagonia, universidades, cine, y dos graduados de California,” La Jornada[Chubut], 11 de mayo de 1962. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 12/35.
10 Carta, de Edward Larocque Tinker a Prelorán, 4 de agosto de 1961. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
11 Carta, de Faustino Alberto Fano, 7 de diciembre de 1961. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
12 Entrada del 20 de abril de 1962 del diario “Trip to the Patagonia.” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
13 Diario, “Trip to the Patagonia.” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Gaucho Film Series.”
14 Entrada del 28 de febrero de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
15 Entrada del 25 de marzo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
16 Entrada del 17 de agosto de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
17 Entrada del 1 de mayo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
18 Entrada del 29 de abril de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
19 Entrada del 1 de mayo de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
20 Entrada del 19 de febrero de 1962 del diario, “Trip to the Patagonia.”
21 Carta, de Colin Young a Edward Larocque Tinker, 11 de junio de 1961. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 8/35.
22 Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
23 Carta, de Prelorán a Eugenio Virla, 13 de octubre de 1962. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 1/35.
24 Carta, de Prelorán a Alan Lomax, 7 de septiembre de 1969. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1969 K-L.”
25 Carta, de Prelorán al Fondo Nacional de las Artes, octubre de 1966. HSFA-PC, Series 8: Press, “1961-1974,” Folder 1/35.
26 “Filmmaker as Anthropologist,” Buenos Aires Herald, 10 de mayo de 2003. Archivo, Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica [E.N.E.R.C.], carpeta “Prelorán 2000-2009.”
27 “Una vision antropológica,” La Epoca, 29 de noviembre de 1983. Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
28 Justiciero del far west, con ojo antropológico,” La Prensa, sin fecha [de 1995]. Archivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
29cArchivo, Museo del Cine [Buenos Aires], carpeta “Jorge Prelorán 2/4.”
30  “Para hacer cine hay que ser culto,” La Gaceta, 13 de febrero de 2005. Archivo, La Gaceta[Tucumán], carpeta “Jorge Wyngaard.”
31 Graciela Taquini, Directores argentinos: Jorge Prelorán(Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1994), p. 17.
32 Carta, de Martha Borruat de Bun a Prelorán, 19 de noviembre de 1965. HSFA-PC, Series 5: Production, Box 2, “Damacio Caitrúz.”
33 Tarjeta postal, de Ana Montes a Prelorán. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [G].”
34 Carta, de Ana Montes a Prelorán, 20 de junio de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1966 [G].”
35 Carta, de Ana Montes a Prelorán, “octubre” de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1966 [G].”
36 Carta, de Prelorán a Ana Montes, 4 de mayo de 1968. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1968 [G-H].”
37 Carta, de Prelorán a Colin Young, 5 de abril de 1968. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1968 [Y].”
38 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
39 Carta, del “Centro de Educación Cinematográfica, Santiago, Chile,” 8 de marzo de 1967. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1964-1977,” Folder 3/8.
40 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
41 Carta, de Prelorán a Anne Chapman, 29 de mayo de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [C].”
42 Finalmente esta película se terminó con Montes y Chapman como directoras y Prelorán como director de fotografía, según los créditos.
43 Carta, de Prelorán a Richard Hawkins, 28 de enero de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1971 [H].”
44 Carta, de Raymundo Gleyzer a Prelorán, 6 de junio de 1970. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1970 [H].”
45 Carta, de Prelorán a Yolanda Gutiérrez, 4 de noviembre de 1966. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 2, “Yolanda Gutiérrez.”
46 Carta, de Prelorán al Ente de Calificación Cinematográfica, 28 de octubre de 1969. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1974,” Folder 31/35.
47 “Causa problemas la falta de combustible en Valle Fértil,” Diario de Cuyo [San Juan], 19 de julio de 1967, HSFA-PC, Series 8: Press, Box 1, “1961-1977,” Folder 23/35.
48 Jorge Prelorán, “Informe No. 2: San Agustín de Valle Fértil,” HSFA-PC, Series 5: Production, Box 11, “Valle Fértil.”
49 HSFA-PC, Series 8: Press, Box 13, “Miscellaneous 1/2.”
50 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 7 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
51 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 7 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
52 Carta, de Prelorán a Máximo Rojas, 26 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
53 Carta, de Prelorán a Máximo Rojas, 29 de julio de 1972. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
54 Carta, de Prelorán a Alejo Chávez, 21 de abril de 1971. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
55  Carta, de Prelorán a Angel Aimetta, sin fecha[de 1975]. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1975 [A].”
56 Carta, de Prelorán a Santos Villafañe, 1 de abril de 1973. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, Box 3, “Valle Fértil.”
57 Carta, de Prelorán al “Excmo. Señor Presidente de la Nación, Tnte. Gral. Juan Carlos Onganía,” 15 de septiembre de 1969. HSFA-PC, Series 4, “1969 [M-P].” En su cartas para Onganía, Prelorán también solicitaba en nombre de la gente de Ruca Choroy. Aunque se necesitará más información sobre el hecho, parece que Onganía, en respuesta, mandó unos cinco millones de pesos al pueblo de Ruca Choroy, “a raíz de [la] carta [de Prelorán].” Carta, de Prelorán a Don Amaranto [Aigo], 8 de noviembre de 1971. HSFA-PC, Series 4, “1971 [A].”
58 Guión para el programa, “Argentinos desconocidos,” de Canal 7, filmado el 6 de octubre de 1972 y estrenado el 7 de octubre de 1972. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 7/8.
59 Carta, de Prelorán a Kune Grimberg, 29 de noviembre de 1972. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1972 [G].”
60 Carta, de Prelorán a Steve Raymen, 2 de enero de 1974. HSFA-PC, Series 4, “1974 [R].”
61 “Televisión popular” [Cartas al Director], La Capital[Mar del Plata], 20 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
62 Carta [no publicada] al “Señor Director de LU86-Canal 8, Mar del Plata,” 6 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
63 “‘Argentina’: La autenticidad triunfa en la T.V.,” Nueva Era [Tandil], 28 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
64  “Con un Ciclo de Cortometrajes Inicia Canal 8 Una Experiencia,” La Capital[Mar del Plata], 3 de noviembre de 1974. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1964-1977,” Folder 8/8.
65 Anibal Ford, “El estreno de Cochengo Miranda en el puesto el boitano,” Crisis 3.33 (diciembre de 1975). HSFA-PC, Series 8: Press, Box 3, “1974-1977,” Folder 17/35.
66 “Cochengo Miranda: En Buenos Aires, se exhibe. En La Pampa, sigue bajo llave,” La Arena[Santa Rosa], 7 de marzo de 1982. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
67 Carta, de Prelorán a Julio [Luzardo], 22 de julio de 1976. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1976 [L].”
68 Carta, de Prelorán a Richard Hawkings, 24 de julio de 1976. HSFA-PC, Series 4: Correspondence, “1976 [H].”
69 Carta, de Prelorán a Ercilia Moreno Chá, 23 de diciembre de 1976. HSFA-PC, Series 8: Correspondence, “1976 [M].”
70  “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
71 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
72 “J. Prelorán, que filmó en La Pampa, fue nominado para el Oscar 80,” La Arena[Santa Rosa], 5 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
73  “Jorge Prelorán, el lujo cinematográfico de un ‘desconocido,’” El Chubut [Trelew], 7 de julio de 1990. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 11, “1990 [2].”
74 “Se inicia la muestra de cine sobre expresiones folklóricas,” La Gaceta, 24 de junio de 1970. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 2, “1970-1973,” Folder 2/21.
75 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
76 “Jorge Prelorán, muy cerca de ganar un Oscar,” La Semana, 25 de marzo de 1981. HSFA-PC, Series 8: Press, Box 5, “1981 [1].”
77 “Para hacer cine hay que ser culto,” La Gaceta, 13 de febrero de 2005. Archivo de La Gaceta, Tucumán, Carpeta Jorge Wyngaard.

Estados Generales del Tercer Cine. Los documentos de Montreal. 1974

Cuadernos de la Red de Historia de los Medios N° 03, Año 3 – Verano 2013-2014. Buenos Aires, Prometeo, 2014.

 

Nicolás Ezequiel Mazzeo

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RehimeEstados Generales del Tercer Cine. Los documentos de Montreal. 1974 constituye el tercer número de los Cuadernos de la Red de Historia de los Medios (ReHiMe). Manteniendo el nivel y rigurosidad teórica y metodológica de las dos publicaciones anteriores, se suma en este número un DVD que contiene material audiovisual y documentos en versión PDF. Agradecida novedad que no solo complementa el valor de la investigación presentada, sino que también sirve como puntapié inicial para nuevas investigaciones.

Vértice en el que confluyen la trayectoria de cineastas, críticos, distribuidores, productores, e historiadores de varios países latinoamericanos, norteamericanos, africanos y europeos, los Reencontres por un noveau cinema (Encuentros internacionales por un nuevo cine) realizados en Montreal entre el 2 y el 8 de junio de 1974 poseen una relevancia singular por las múltiples procedencias geográficas unidas a las disímiles situaciones políticas y sociales que atravesaban los distintos países en el año del encuentro; pero también debido a la forma de organización del mismo. Los Encuentros contaron con talleres y conferencias especialmente diseñados para que esa fisura geopolítica aflore, procurando instancias de profundidad reflexiva y discusiones focalizadas en torno a la temática del encuentro: el cine de descolonización, o tercer cine.

Los organizadores canadienses, André Pâquet y el Comité de Acción Cinematográfica (CAC), desgrabaron parte del material en 1975 y los publicaron en cuatro Cahiers. Los registros audiovisuales constan de 51 bobinas de 30 minutos de duración cada una, 48 se conservan en la Cinemateca de Quebec en Montreal y 3 de ellas se encuentran, hasta ahora, perdidas. El equipo de ReHiMe ya contaba con dichos Cahiers, y en 2012 encontraron las bobinas en la Cinemateca de Quebec y comenzó el trabajo de revisión y transferencia. Hoy se encuentran disponibles 32 de las 48 bobinas en DVD, y pueden consultarse públicamente en Canadá, pero también en Buenos Aires, en el Archivo Audiovisual del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ya en el año 2012, Mariano Mestman presentó fragmentos del material en el III Congreso Internacional de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual (AsAECA) realizado en la Universidad Nacional de Córdoba. Dos años después, este volumen fue presentado en el IV Congreso de la misma asociación, realizado en la Universidad Nacional de Rosario.

El libro cuenta con dos artículos: el primero a cargo de Mariano Mestman, codirector de la Red de Historia de los Medios y responsable de la investigación; y el segundo a cargo de André Pâquet, organizador y responsable del encuentro, a quien Mestman se refiere con acierto como el protagonista de esta historia. A modo de anexo aparecen varios documentos: la edición facsimilar del programa, desgrabados de discusiones producidas luego de la conferencia de Guido Aristarco y de varios talleres, y un facsímil de los Proyectos y Resoluciones finales del encuentro.

Por su parte, el DVD ofrece fragmentos audiovisuales de Talleres de Trabajo, del debate con Aristarco, del debate con Fernando Solanas, Humberto Ríos y Edgardo Pallero, y del plenario final. También contiene como material adicional en PDF el Cuaderno N° 1 del Encuentro de Montreal (1974) con las resoluciones finales, el folleto del encuentro (1974), y documentos del Comité de Cine del Tercer Mundo de Argel (1973) y Buenos Aires (1974). Si bien las discusiones no poseen la sistematicidad de un ensayo o un discurso, Mestman destaca en su editorial que “…en cambio sí transmiten los aspectos más vívidos de esta historia, los cuales, como bien sabemos, es difícil que lleguen a plasmarse suficientemente en los documentos” (12). Son, por eso, un complemento invaluable a la base empírica de cualquier historiador interesado en la temática o el período. El lector no especializado también encontrará en el DVD un soporte de apoyo para la lectura del primer artículo del libro, y para su experiencia como espectador y lector en temas relacionados a esta publicación.

“Estados Generales del Tercer Cine. Los documentos de Montreal. 1974” es, a su vez, el título del artículo de Mariano Mestman. La primera sección titulada “I. El encuentro de Montreal: Una instancia de Confluencia y proyección” posee, luego de una introducción, dos apartados. Se relata la génesis del Encuentro de Montreal en vinculación con la situación específica de Quebec. La planificación comienza en 1973 y André Pâquet emerge como una figura de enlace, a partir de su estadía en Europa desde principios de los ‘70, entre grupos de cine, distribuidoras paralelas y eventos donde confluía, desde mediados de la década anterior, un cine novedoso y de corte eminentemente político. El hecho de que Quebec se piense a sí mismo como parte de los “países chicos” y con necesidad de defender su producción cultural/cinematográfica es la clave de lectura que ofrece Mestman para indagar el interés por realizar el Encuentro, unido a la creación del Comité de Acción Cinematográfica, y a las luchas por ganar espacio político que vinieron después, para las cuales el Encuentro de Montreal fue determinante por la afinidad entre los debates y las búsquedas que se entablaron posteriormente.1

En “Nuevos cines, cines del 68, cines nacionales, Tercer Cine”, se ofrece una presentación de la magnitud del Encuentro: 200 participantes de casi 25 países, reunidos entre el 2 y el 8 de julio en la Biblioteca Nacional de Quebec, en Montreal. A grandes rasgos, se repartieron las Conferencias por la mañana y los Talleres de Trabajo por las tardes.2 Los responsables de las Conferencias/Debate fueron: Thomas H. Gubak, Jean Patrick Lebel, Fernando Solanas, Simon Hartog, Guido Aristarco y Julio García Espinosa. En un análisis comparativo, el autor destaca los ejes temáticos de los debates: por un lado la situación de la industria cinematográfica capitalista y las posibles alternativas en los cines nacionales; el caso africano en Gubak, y la nacionalización de la industria propuesta por el sindicato de cine británico en Hartog; y por otro, las perspectivas teóricas e historiográficas en dos críticos enfrentados ideológica y políticamente, el francés Lebel y el italiano Aristarco. Luego, representando el cine periférico latinoamericano, en las palabras de García Espinosa se da cuenta de la experiencia cubana; así como de la situación del gobierno peronista en Argentina y el posicionamiento del Grupo Cine Liberación, en las palabras de Solanas (acompañado por Ríos y Pallero). El apartado se detiene a describir varios representantes de los distintos países con el propósito de brindar un marco informativo que se profundiza en las secciones siguientes.

“Hacia los Estados Generales del Tercer Cine” es el segundo apartado de esta primera sección. El texto comienza del siguiente modo: “El panorama presentado hasta aquí explica, casi por sí mismo, el potencial atractivo de un evento convocado bajo la noción general de ‘nuevo cine’…” (39). A partir de aquí, a medida que Mestman avanza en la descripción del evento, su análisis gana profundidad. Luego de preguntarse qué tipo de alternativa frente a la hegemonía del cine industrial y sus corporaciones en el mundo podían proponer los convocados al evento, responde bajo la noción de “tercermundismo cinematográfico” en estrecha relación con dos encuentros previos, Argel (1973) y Buenos Aires (1974), cuyos detalles pueden revisarse entre los documentos en versión PDF que componen el DVD. La misma se define como “una suerte de tendencia político-cultural-cinematográfica que atravesaba (con variantes) a cineastas y grupos de distintos países” (Ibíd.). La apelación a la idea de “tercermundismo” es notable durante la preparación y el evento en sí mismo, así como en las Resoluciones Finales, el pedido de solidaridad en términos de distribución y producción, y la exhortación al diálogo entre los distintos países; todo lo cual no impidió que se generaran fuertes discusiones y debates.

La segunda sección se titula “II. Debates y combates de cine político en Montreal”. Allí, el autor agrupa las discusiones en dos zonas bien diferenciadas: la intervención social con los films; y los posicionamientos político-cinematográficos de los grupos en torno a la coyuntura internacional.

La organización de los Talleres de Trabajo fue clave para la profundización de la primera cuestión. Aprovechando un encuentro de semejante magnitud y diversidad, se establecieron ejes temáticos que estuvieron a cargo varios oradores, lo cual favoreció una mirada geográficamente transversal frente a problemáticas similares. Las temáticas, variadas, pueden resumirse en: el cuestionamiento de la sala de cine tradicional y las relaciones entre los distintos momentos de la experiencia cinematográfica (desde el cineasta hasta el público) y propuestas de proyección alternativas; problemas en torno a la participación del público; el rol de la televisión; búsqueda de variantes concretas para la distribución; formas de colaboración práctica entre las cinematografías del Tercer Mundo; y diversos modos de intervención social con los films en las comunidades. El material audiovisual ofrece acceso a tres talleres: “Cómo mostrar los films”, “Participación de la base” e “Intervención social con los films”.3

“Las alternativas de distribución y exhibición” es un apartado que se detiene en la experiencia del taller “Como mostrar los films”, aunque señala que esta temática aparece en otros momentos del encuentro. Las experiencias retratadas son diversas: la actividad del FEPACI expuesta por Boughedir, las iniciativas públicas en Quebec y el trabajo de distribuidoras paralelas como Tricontinental Film Center, MK2, la distribución latinoamericana de Achúgar y Pallero, o el organismo Film Centrum de Estocolmo.

Mestman menciona la aparición recurrente del tema de las posibilidades de trabajo en las “brechas del sistema”, y también la necesidad de distinguir específicamente a qué tipo de circuito se aspira. También da cuenta de las tensiones entre los cineastas y productores del Tercer Mundo, y las distribuidoras paralelas europeas o norteamericanas que derivaron en discusiones sobre el aspecto económico: el tiempo requerido y las dificultades en conseguir dinero para filmar de los cineastas, y los riesgos de los distribuidores al difundir películas de los directores menos consagrados.

“Los modos de intervención social con los films” es otra sección donde se aborda lo acontecido en relación con los talleres “Participación de la base” e “Intervención social con los films”, especialmente la experiencia francesa, norteamericana y canadiense. Uno de los problemas destacados refiere a la contradicción de proyectos que, si bien movilizaban a las comunidades para exponer sus problemas y buscar soluciones, no alcanzaban a generar condiciones para resolverlos. A su vez, se destaca la importancia del programa canadiense Challenge for Change / Societé Nouvelle en el fortalecimiento de la tradición del documental directo. Las críticas a la censura ejercida por la Oficina Nacional del Film, organismo del que dependía el programa, no impidió que sea valorado.4

“La animación social y la participación de la comunidad: entre el film y el video” presenta una estrecha relación con el apartado anterior. Allí, Mestman se concentra en las exposiciones que profundizaron el vínculo entre el cineasta/videasta y la comunidad y su participación en la producción de los films. Bajo la noción de “animación social” se entiende el trabajo de organizadores sociales (los animadores) que intentan estimular, provocar en ciertos sectores sociales una toma de conciencia de los temas que los afectan y la reflexión activa sobre los cursos de acción para su resolución. El debate que retoma el autor se concentra en la presentación de Fernand Dansereau, quien expuso su experiencia en este tipo de trabajo. Una vez más, Mestman contextualiza y profundiza la discusión con bibliografía específica, a partir de la cual se observa la complejidad del pasaje de autor/director a facilitador social, pasaje que desdibuja la figura del primero a medida que se acerca al segundo.

La participación del público en las proyecciones, las distintas condiciones geográficas en torno al problema de la distribución y el factor determinante de las nuevas tecnologías para la realización de este tipo de actividades son los temas con que se cierra la temática de los Talleres de Trabajo.

“Alineamientos en torno al cine y la política socialista” inaugura la sección que describe las discusiones en torno a las Conferencias/Debate. En este caso el texto se ocupa de la conferencia a cargo del crítico italiano Guido Aristarco que “despegó una dura crítica al marxismo vulgar y dogmático en lo teórico, al stalinismo en lo político y al triunfalismo o los héroes positivos en lo artístico” (66). Esto último fue lo que generó tensiones por la mención a la actualidad del cine cubano, el cual parecía alejarse de la experimentación propia de los ‘60. Específicamente, el film Girón (Manuel Herrera, 1973), proyectado durante el Encuentro, fue acusado de estar “demasiado inspirado en la estética del imperialismo americano” (Ibíd.) por parte de Guy Hennebelle. En su análisis, el autor no diluye el trasfondo sociopolítico de los posicionamientos socialistas acerca de la Unión Soviética, pero tampoco deja de remarcar las importantes reflexiones en torno al cine como lenguaje y el imperativo práctico de inserción en las distintas situaciones locales.

Luego, en el apartado “Las discusiones en torno al peronismo” se describe lo acontecido a partir de la Conferencia/Debate a cargo de Fernando Solanas, quien estuvo acompañado de Humberto Ríos y Edgardo Pallero. Además de la experiencia de Solanas como integrante del Grupo Cine Liberación, la conferencia abordó la situación argentina, en la cual muchos cineastas y activistas políticos habían pasado, con el fin de la dictadura y el arribo a la presidencia de Héctor Cámpora primero, y luego Juan Perón, de la oposición a la integración al gobierno. Sus acompañantes brindaron detalles sobre la gestión de Octavio Getino -integrante del Grupo Cine Liberación y codirector de La Hora de los Hornos (Solanas-Getino, 1968)- al frente del Ente de Calificación Cinematográfica durante 90 días en 1973, y la Nueva Ley de Cinematografía que sería presentada al Congreso de la Nación el 13 de agosto de ese mismo año. La compleja situación argentina en el período, caracterizada por las fuertes internas entre la izquierda y la derecha peronista, tuvo su correlato en las discusiones suscitadas a partir de esta conferencia. No obstante, nuevamente, hubo intervenciones que permitieron reordenar el debate: en este caso, Julio García Espinosa invitó a pensar “si la ley propuesta en Argentina era o no la más avanzada posible en la fase en que se encontraba el proceso político” (72). Más allá de las polémicas, Mestman destaca que el Plenario Final encontró a los latinoamericanos unidos en la conformación de una asociación común y el proyecto de reunirla en asamblea durante ese mismo año. Tema de la última sección de su artículo.

“A modo de Epílogo” se propone poner a prueba la potencialidad de los documentos presentados en el volumen, y como estudio de caso, el autor demuestra la influencia del Encuentro de Montreal en la creación del Comité de Cineastas Latinoamericanos en el Encuentro de Caracas, Venezuela, en septiembre de 1974. Mestman señala que los relatos sobre este evento dejan de lado tres aspectos clave: que los cineastas latinoamericanos ya habían conformado en Montreal un agrupamiento que sirve como antecedente al Comité creado en Caracas; que las tensiones y conflictos respecto de los posicionamientos políticos de los cineastas no eran menores; y la existencia del vínculo con la FEPACI africana, que sirvió como modelo a la agrupación latinoamericana, cuya génesis puede rastrearse en Argel, Buenos Aires y Montreal. Reconsiderar y reposicionar al Encuentro de Montreal como antecedente ignorado del Encuentro de Caracas, es la sólida apuesta de las últimas páginas del artículo. En palabras de su autor: “Tal vez los Documentos de Montreal colaboren a recuperarlos y reconsiderar su influencia en esa coyuntura. Y, del mismo modo, tal vez otra zona de estos Documentos colabore a revisar otros aspectos desatendidos de ese período del cine político mundial” (79).

El segundo artículo, a cargo de André Pâquet, se titula “Encuentros Internacionales por un Nuevo Cine”. Es ni más ni menos que un valioso relato en primera persona de un actor fundamental del Encuentro, su ideólogo, quien cuarenta años después transmite las sensaciones que lo llevaron a necesitar de “otro cine”, lejos de la fascinación del espectáculo hollywoodense en el que había entrenado su mirada. Pâquet atribuye a su ingenuidad y a su intuición la búsqueda que lo llevó a alinearse con el denominado Tercer Cine. Señala como una revelación que “había que encontrar un modo para trabajar en una relativa unidad con los que, en otros lugares, atravesaban cuestionamientos fundamentales frente al dispositivo, al papel, y a la manera en que el cine funcionaba” (82).

La repercusión y la magnitud del Encuentro que se tradujo en nuevas reuniones con el mismo objetivo le permiten responder(se) afirmativamente la pregunta retórica: “¿tuve éxito?” El frenesí con que estos actores vivían cada momento se traduce en las últimas líneas del texto: “Fue, quizás, una chispita, allí donde esperábamos “la hora de los hornos”;5 pero fue un momento histórico” (85).

Finalmente, el libro se cierra con 148 páginas de documentos y desgrabaciones, a las que debe sumarse el material en PDF y audiovisual del DVD, al que hemos ido remitiendo. La valoración del volumen ha quedado explícita a medida que se desarrollaba la reseña, no queda más que celebrar al equipo responsable por hacer visible un ámbito novedoso para un período histórico que no cesa de ofrecer nuevas lecturas y nuevas preguntas.

 

Notas

1 Este auto-posicionamiento entre “países chicos” se encuentra documentado y puede revisarse en el Acta de Reunión Preparatoria del 6 de septiembre de 1973 (99-107), en tanto buscaban dialogar con quienes tenían sus mismos problemas.
2 La cobertura periodística puede revisarse en algunos documentos del anexo, y en las referencias a revistas especializadas que brinda el autor en nota al pié.
3 A su vez, el lector encontrará referencias constantes a este material, tanto en el cuerpo del texto como en notas al pié, pudiendo desarrollar una lectura interactiva.
4 También se detalla sintéticamente una discusión entre cineastas quebequenses que Mestman contextualiza en relación al campo de intervención del Comité de Acción Cinematográfica, sin dudas una condición de posibilidad del Encuentro.
5 El subrayado es del original.

El cine documental en primera persona

Pablo Piedras. Buenos Aires, Paidós, 2014.

 

Marcelo Cerdá

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El cine documental en primera personaEl señalamiento de una tensión entre el surgimiento y desarrollo de narrativas que expresan la subjetividad del cineasta merced al uso de la primera persona, y una práctica documental que se ha definido históricamente por su proximidad con los «discursos de sobriedad», más allá de los matices particulares, es un lugar frecuente en los estudios sobre cine. No obstante, había que esperar la llegada del libro de Pablo Piedras El cine documental en primera persona, para que esta evidencia incontrovertible, visibilizara los fundamentos que la avalan y que parten de las certezas con que el autor reconoce notorias diferencias entre los imperativos de autoexpresión, la asunción consecuente del sujeto como fuente de conocimiento y mediación ante el pasado, la prioridad concedida a los derechos del realizador por sobre los de los sujetos representados, por una parte; y los imperativos del referente y de la esfera pública, los deberes que –en virtud de una autoridad epistémica y de una ética documental cimentada en la tradición– comprometen la representación fidedigna de la historia y de la otredad social, por otra.

Si la adscripción a las vertientes renovadoras en el campo internacional de la teoría del cine documental (Bill Nichols, Michael Renov, Carl Plantinga, María L. Ortega, Stella Bruzzi, entre otros) le facilita a Piedras la oportunidad de apropiarse de manera productiva de una red de ideas y de conceptos, es porque deposita en ello el empeño forjador de una perspectiva teórica nueva y ajustadamente válida a las características del campo cinematográfico local. El cine documental argentino es un caso de doble desfase respecto de las rupturas producidas por la modernidad cinematográfica en la ficción local y en el documental internacional, y en el que el deber con el referente – de generar representaciones veristas que testificaran (y en ocasiones intervinieran) sobre la realidad y el contexto socio-político– no resulta un mandamiento menor, sino más bien un precepto configurador de una idiosincrasia de rasgos particulares. Frente a esa limitación de encuadre de la teoría canónica, Piedras opta por dar preeminencia a la continuidad frente a la ruptura, en la medida que aquella le ofrece un marco de referencia estable, una secuencia histórica inferible pero no del todo evidente más que ante el impacto de la aparición recurrente de documentales en primera persona a partir del año 2000: la vía retrospectiva de la detección de “una subjetividad latente” en el cine argentino, cuyos avatares fueran en paralelo a las proyecciones e interrupciones características de nuestro proyecto modernizador a partir de los años ‘601. En el abordaje de carácter tensional efectuado por el autor, en cuyas polaridades se identifican las fuerzas de atracción del referente y del sujeto, y en cuyo juego se dirimen y establecen proximidades, equilibrios y lejanías, entre las esferas de lo público y lo privado, las pretensiones de objetividad y las demandas de experimentación formal, la exposición corporal del cineasta en tanto persona o personaje, las explicaciones del pasado bajo las formas reificantes de la historia o mediante el filtro subjetivo de la memoria, la representación de la alteridad –y la asimetría de autoridad concomitante– subordinada a la demanda verista o a los derechos autorales de expresión; Piedras efectúa una estrategia a la vez teórica y político-cultural. Pues, si bien de la conjugación de las polaridades obtiene una taxonomía de modalidades de largo aliento en los estudios del cine de no ficción, también expresa una renuencia a la dialéctica de vocación jerarquizante en favor de un deseo de horizontalidad de los contrarios a partir de la dialógica convivencia de los mismos, de modo que el documental de primera persona posibilite “una ética del contacto intersubjetivo por sobre las certezas que brindaran los sistemas explicativos del mundo totalizantes” (234).

La Introducción y los dos primeros capítulos del libro delimitan el objeto de estudio, sus antecedentes y modalidades. De la primera, además de las declaraciones de intención y del posicionamiento teórico antedicho, se destaca la puesta en evidencia de que la irrupción de la primera persona en el documental argentino contemporáneo, pese a su número y multiformidad de usos, acontece en un contexto sociopolítico común de post-crisis estallado a principios de siglo. Efectivamente, la fractura de los grandes relatos –ideológicos, sociales, económicos y políticos– fuerza a la reconfiguración del campo artístico “a partir de la emergencia de la experiencia y de la subjetividad como ejes necesarios para sostener un discurso sobre el mundo” (29), siendo uno de sus factores explicativos la dificultad para vehiculizar una mirada crítica sobre los hechos traumáticos del pasado reciente, más susceptibles de ser enunciados por proposiciones parciales y provisorias como las del documental en primera persona que por las aspiraciones discursivas acabadas y totalizantes manifiestas por parte de otras modalidades del documental (expositivo, incluso participativo, observacional –según la clásica taxonomía de Nichols).

En el capítulo 1, Piedras evalúa los antecedentes del documental de primera persona, la identificación de una línea de ascendencia a priori no visibilizada en el marco de una tradición documental argentina históricamente interrogada desde su cercanía a los discursos de sobriedad y bajo la preeminencia de la modalidad expositiva, su habitual vehículo solidario. En tal sentido, la reflexión sobre el lenguaje y el privilegio concedido a una mirada subjetiva por parte del autor cinematográfico, aspectos reconocibles en el cine de no ficción en primera persona, pueden ser rastreados hasta las películas de ficción de la Generación del ‘60; del mismo modo que las marcas de subjetividad y de reflexividad –en lo atinente al testimonio de una experiencia personal extrapolable a lo colectivo, las ocasionales incursiones de la subjetividad a través de la exhibición de las condiciones de producción o de la circunstancial presencia física del realizador al adoptar el rol de cronista, etc.2– dejan entrever fisuras en el cuerpo del documental expositivo desde fines de la década del sesenta en adelante. Pero es en las esporádicas y singulares expresiones que, desde principios de los ochenta, revisaran la historia personal en el marco de situaciones de desarraigo y en las que la identidad se volviese un tema de indagación y de reflexión, elaboradas por realizadores radicados en el extranjero o recientemente retornados al país (Reflexiones de un salvaje, de Gerardo Vallejo, de 1976, se constituye en un seguro antecedente), donde Piedras rastrea e identifica los primeros y más firmes indicios de las líneas expresivas y de los modelos de representación que culminaran dando forma al cine de no ficción en primera persona contemporáneo3.

En el capítulo 2, y a partir de la consideración, por lo demás minuciosa y penetrante, de una amplia muestra de la más reciente e interesante producción de documentales en primera persona –entre otros: Los rubios (Albertina Carri, 2003), Yo no sé qué me han hecho tus ojos (Lorena Muñoz y Sergio Wolf, 2003), Cándido López. Los campos de batalla (José L. García, 2005), La televisión y yo y Fotografías (ambas de Andrés Di Tella, 2002 y 2006, respectivamente), M (Nicolás Prividera, 2006)–, el autor propone una taxonomía cuyo criterio de distinción se funda en las distancias resultantes de las atracciones que irradian los polos del objeto y del sujeto del discurso, y que arrojan como consecuencia, tres modalidades: autobiográfica, de experiencia y alteridad, y epidérmica. Lejos de fenecer en posiciones cristalizadas, las modalidades obtenidas recuperan la viva dinámica de interacción por la cual sujeto y objeto del relato se acercan hasta coincidir en la exposición revisionista –no desprovista de critica– de la vida íntima y de la historia personal («un sujeto que habla sobre sí mismo»), o se alejan al punto que al yo no lo une a la historia que refiere más que un lazo superficial, en ocasiones artificioso (“un sujeto que habla sobre él/los otros”), o asumen situaciones intermedias, de retroalimentación y de enriquecimiento recíproco entre la experiencia personal del realizador y el objeto de su discurso (“un sujeto que habla con él/los otros”). En todo caso, la herramienta teórica pergeñada y ofertada por Piedras resulta virtuosa no sólo porque atiende a la especificidad propia de la textualidad de no ficción en primera persona, de modo que sea ésta el escenario en que se inscriben y se ponen en movimiento las habituales tensiones que atravesaran la historia del cine documental, sino porque además recupera el carácter polifónico por el cual esta dinámica puede devenir en sincretismos de un renovado monolingüismo, ahora al nivel de la discursividad de primera persona, o por el contrario, alentar expectativas sobre la base del diálogo intersubjetivo entre alteridades.

Los restantes capítulos del libro retoman las modalidades propuestas en tanto desplegadas a los ámbitos colindantes de las discursividades del yo, y las nuevas perspectivas disciplinares (en historiografía y etnografía) en torno a la elaboración del pasado y la representación de los sujetos filmados, sin que ello devenga necesariamente en emparejamientos forzados, puesto que, por ejemplo, en el relajamiento de las obligaciones hacia los derechos de los otros sociales y en favor de la vocación autoexpresiva coinciden tanto un documental autobiográfico como Los rubios y otro epidérmico como Yo no sé qué me han hecho tus ojos, del mismo modo que la coincidencia en la reproducción de la asimetría de jerarquía entre realizador y otredad representada enmarca los diálogos propuestos en Por la vuelta (Cristian Pauls, 2002) y Cándido López. Los campos de batalla, cuyas distancias entre sujeto y objeto del discurso son disímiles.

El capítulo 3, particularmente, ubica a la producción del cine de no ficción en primera persona dentro del entramado cultural más amplio de las “escrituras del yo”, dando aliento al estudio comparativo del cine y de la literatura contemporáneos. Un abordaje cuyo mérito es el de posibilitar la identificación de una serie de rasgos comunes: una dinámica de enfrentamientos –generalmente familiares o generacionales– y de deudas de reparación ante identidades lastimadas, la alternancia de estrategias de mostración y de ocultamiento de la identidad que redundan en el empleo de máscaras y de pactos de comunicación entre obra y receptor, y por último, la exposición de saberes y de conocimientos “menores” a fin de expresar cosmovisiones y subjetividades ubicadas al margen de la discursividad social hegemónica.

Los vínculos del cine de no ficción de primera persona con la irrupción de los discursos de la memoria en el marco de la historiografía, ocupan el capítulo 4, y posibilitan la identificación de un reposicionamiento del sujeto en un lugar de centralidad en relación a los modos con que se construía tradicionalmente el pasado histórico, sin que ello signifique, obligadamente, una ruptura plena con dichos modos. En esa brecha abierta entre historia y memoria, el autor reconoce una serie de tendencias que van desde la organicidad formal a la hora de construir su mirada sobre el mundo histórico (“la historia orgánica”), a una opacidad o enrarecimiento logrado por el filtro de la experiencia personal –incluso mediante la acentuación de la dimensión estética– al momento de representarlo (“la memoria laberíntica”), pasando por situaciones intermedias y heterogéneas en las que memoria personal e historia pública se modulan y tensionan (“los bordes de la historia”).

Finalmente es en el capítulo de cierre, centrado en las implicaciones éticas que devienen ante la irrupción del documental en primera persona y en relación a la representación de los otros sociales, donde el libro de Piedras trasciende los logros ya alcanzados, puesto que no sólo abre su texto al ámbito de la controversia (cuya necesidad para el avance del conocimiento no está de más recordar), sino porque lo hace fundadamente, incorporando nuevos matices interpretativos a filmes densamente visitados por el análisis y la crítica cinematográficos. De ese modo, las prerrogativas concedidas a la autoexpresión por cineastas que se vuelcan al documental contemporáneo en primera persona, trastocan pautas éticas y culturales en las relaciones que mantienen con los sujetos filmados y los espectadores, largamente arraigadas en la tradición documental. Desde esta evaluación hecha por el autor –acaso exhortación–, Los rubios deja a la luz su carácter contradictorio, el de “una película que aborda el problema de la identidad (y que a la vez) organiza parte de su contacto con lo real a partir del ocultamiento y/o falseamiento de la verdadera identidad” (211)4, mientras que Yo no sé qué me han hecho tus ojos trasluce la desmesura del poder del documentalista –incluso su prepotencia– al punto de “franquear los límites del terreno del otro sobre la base de sus necesidades dramático-narrativas” (220).

Vuelo de pájaro sobre este libro recientemente editado de Pablo Piedras, de cara al tembladeral que supone para el campo documental la destronización de la concepción corriente de objetividad entendida como eliminación del sujeto; la centralización del cineasta –de su mundo íntimo, de su sueño privativo, de su originalidad– instala a la nueva concepción de objetividad en la coincidencia con el máximo de actividad subjetiva, y deja abierto los desafíos para nuevos abordajes de lo real en su complejidad, en los que la asimetría volcada en favor del sujeto y de sus deseos de autoexpresión deberán comprometerse al menos en un esfuerzo atencional hacia la palabra y los derechos del otro.

 

Notas

1 No obstante, el acento puesto en la continuidad del desarrollo dentro del ámbito de la cinematografía nacional, no le hace perder de vista al autor,las influencias y apropiaciones del documental internacional (prioritariamente europeo), la incidencia que en los cineastas locales tuviera la circulación de ciertas películas, o bien las demandas que, desde el exterior, por la vía de los festivales internacionales y las posibilidades de ubicación en el mercado, orientan la producción hacia las discursividades en primera persona.
2 Dichas marcas de subjetividad y reflexividad son advertidas por Piedras en los relatos en primera persona realizados por militantes peronistas, en las 2da. y 3ra. partes de La hora de los hornos (Grupo Cine Liberación, 1966-1968); en las módicas apariciones de la voz en primera persona del cineasta para referirse a ciertas situaciones de las condiciones de producción, en Damacio Caitruz (Jorge Prelorán, 1969); o bien en el papel de cronista que asume Raymundo Gleyzer en su Nota sobre Cuba (1969) al introducirse como personaje-guía que organiza narrativamente su informe sobre Cuba tras la revolución.
3 En este caso el corpus fílmico examinado, además de la película de Vallejo, incluye Susana (Susana Blaustein Muñoz, 1980), Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría, 1987), Boulevard del crepúsculo (Edgardo Cozarinzky, 1992), Imágenes de la ausencia (Germán Kral, 1998), entre otros.
4 La referencia concierne a las tácticas de ocultamiento de identidad y de intenciones llevadas a cabo por el equipo de realización del filme a la hora de interpelar a los otros (vecinos y testigos de la desaparición de la familia de la realizadora), que al entender de Piedras, más que manifestar una disponibilidad al diálogo se realizan con vistas a la confirmación de los propios preconceptos.

Eduardo Coutinho. Cine de conversación y antropología salvaje

Grupo Revbelando Imágenes (compilador). Buenos Aires, Nulu Bonsai, 2013.

Máximo Eseverri

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CoutinhoEl grupo Revbelando Imágenes ha publicado ya dos libros sobre realizadores latinos, uno sobre el cubano Santiago Álvarez (Santiago Álvarez. Reflexiones, testimonios, relámpagos en un instante de peligro, 2008) y otro sobre el boliviano Jorge Sanjinés (Jorge Sanjinés y el Grupo Ukamau. Reflexiones y testimonios, 2010). Su honda vocación latinoamericanista venía siendo expresada desde las páginas de la revista digital Tierra en trance, que va por el número 13. Pero si los argentinos interesados en el cine habían tenido varias oportunidades de conocer el trabajo de Álvarez o ver algunas de las películas del “Grupo Ukamau”, menor circulación había tenido la obra del realizador brasileño Eduardo Coutinho quien, hasta este libro, pertenecía a esa zona de la erudición cinéfila poblada por directores de los cuales se conoce o sospecha su importancia, pero que muy pocos conocen en profundidad. El exhaustivo repaso y el múltiple análisis realizado en Cine de conversación y antropología salvaje” constituye un acercamiento –pionero y notable– al universo creativo y descarnado de este cineasta. De manera inesperada, además, el libro editado por Nulu Bonsai con el apoyo del Sindicato Argentino de Docentes Privados, se convirtió en una obra definitiva a poco de haber aparecido, debido a la trágica muerte del realizador a manos de su propio hijo en febrero de este año, apenas unos meses después de la publicación del volumen. Coutinho tenía ochenta años.

El libro ha sido estructurado de manera coral: participan en él más de una docena de autores, tanto argentinos como brasileños, con diferentes formaciones y trayectorias. La primera parte –“Miradas”– reflexiona en torno a la filmografía de Coutinho desde diferentes ejes de análisis. La brasileña Consuelo Lins (quien ha trabajado junto al cineasta por más de una década), Pablo Russo, Pablo Piedras y Valeria Paiva se ocupan del universo del realizador proponiendo diversas herramientas de análisis, como también lo hace Danusa Depes Portas en la introducción del volumen. Mientras ésta recurre a Aby Warburg, Bertold Brecht o Claude Levi Strauss para mejor comprender la propuesta del director, los autores de la primera parte recurren a las experiencias del cinéma verité, reflexiones como las de Michel De Certeau, Jean-Louis Comolli o Clement Rosset y a las mismas nociones aportadas por Coutinho, comenzando por aquellas que dan título al libro.

La segunda sección –“Films”– recorre gran parte la obra de Coutinho a través de textos breves dedicados cada uno a una película, iniciando con Cabra marcado para morrer (1984) –con artículo a cargo de Pablo Russo–, film en el que el mismo director ubica un punto de inicio. Así, Diego Litvinoff escribe sobre Santa Marta, Duas semanas no morro (1987), Juan Ciucci sobre Boca de Lixo (1993), Al Felipe Amaral sobre Santo Forte (1999-2002), Lyor Zilberman sobre Edificio Master (2002), María Florencia Reyes Santiago sobre Peões (2003), Sebastián Russo sobre O Fim e o Principío (2006), Consuelo Lins sobre Jogo de cena (2007), Carmen Guarini sobre Moscou (2009) y Macu Machín sobre As Canções (2011), última película realizada por Coutinho. El libro avanza coordinadamente de lo general a lo particular: de ahí que, en su tercera y última parte, el lector tome contacto con la propia voz del realizador quien, en una entrevista realizada por Valeria Paiva y Pablo Russo en 2010, revisa su filmografía (en ese momento acababa de realizar Moscou, su anteúltima película).

Eduardo Coutinho nació en la ciudad brasileña de San Pablo en 1933. A mediados de los cincuenta comenzó a vincularse con el medio cinematográfico a través del cursado de varios seminarios, en 1957 fue editor de la revista “Visão”y luego realizó estudios de cine en el IDHEC parisino. Colaboró con realizadores de la talla de Leon Hirzman, Eduardo Escorel, Bruno Barreto –Coutinho fue guionista de Doña Flor y sus dos maridos (1976)– y Zelito Viana. Entre 1975 y 1984 integró el equipo del programa televisivo “Globo Reporter” de la Red O Globo, donde se acercó a la realización documental. Previamente había realizado ya un capítulo para el film episódico ABC do amor (1966) y los largometrajes O Homem que comprou o Mundo (1968) y Faustão (1971). Concretó al menos siete obras más, en 16 mm, antes de realizar Cabra…, la cual retomaba un viejo trabajo iniciado dos décadas antes, interrumpido por problemas políticos. Cabra… marca una vuelta de página en la filmografía de Coutinho, porque a partir de ella abandona su trabajo en O Globo –labor que el realizador recuerda como decisiva para la conformación de su identidad como cineasta–, y se concentra en la realización documental hasta su muerte. Los documentales que encaró desde Cabra… revisaron los cánones que pesaban sobre el género en Brasil, y exploraron narrativas y estéticas novedosas, no exentas de deudas con el cinéma vérité francés y el cine directo norteamericano.

El documentalismo cinematográfico en general se ha ubicado, o ha sido ubicado, en una zona fronteriza entre lo científico, lo periodístico, la divulgación mediática e incluso el gesto artístico que puede suponer un ejercicio fílmico. Coutinho ha declarado que lo suyo definitivamente no es ciencia sino arte, y que si hay una antropología en esas conversaciones que establece con las gentes, es una antropología salvaje: mientras otros documentalistas se relacionan largamente con los entrevistados antes de registrarlos (en Argentina, basta pensar en un Prelorán, que toma mate con Hermógenes Cayo durante meses antes de mostrarle una cámara), este realizador, por el contrario, prefiere conocer a las personas a la hora de filmarlas. El acontecimiento que interesa al director brasileño es del orden de la conversación, y lo que importa captar en ella es el habla que en cada oportunidad tiene lugar. Esas personas no solo son lo que dicen, sino que también son sus cuerpos, movimientos y gestos. Su presencia se conjuga tanto en la apariencia visual, como en las inflexiones de la voz o en la forma de ocupar el espacio. Kinesia y proxemia son preocupaciones centrales en el cine de este realizador que, en general, sitúa sus retratos en ámbitos claramente delimitados, trátese de una favela, un basural o un edificio.

Pensar la obra de Coutinho es, además, como señala Consuelo Lins, una forma de ingresar en un capítulo central de la historia del cine de Brasil. Luego de haber experimentado el Cinema Novo en los sesentas y el documentalismo televisivo en los setentas, su labor documental se desarrolla durante su adultez, a partir de los cincuenta años. Cabra…, explica la autora, no es solamente un parteaguas en la trayectoria de Coutinho, sino también un punto de inflexión en la cinematografía de su país. Los giros que experimenta el estilo de este director son también testimonio del devenir político de toda una generación de realizadores latinoamericanos, llena de esperanzas y proyectos en los sesentas, golpeada por cruentas dictaduras en los setentas y testigo de la “restauración conservadora” –en palabras del filósofo Alain Badiou– con la que se cierra el siglo pasado. A medida que pasan los años, Coutinho pareciera desconfiar cada vez más de la capacidad del cine para generar o colaborar en un cambio social o político, y en los últimos tiempos dice conformarse con que un film deje en el espectador (y también en el realizador) una “duda productiva” (156).

Cabra… dialoga, además, con los sesentas porque allí tiene sus raíces: dos décadas antes, con 28 años, Coutinho fue convocado para filmar una película sobre el asesinato del líder campesino João Pedro Teixeira. El rodaje fue violentamente interrumpido por miembros del ejército a menos de un mes de haberse iniciado. El suceso tuvo lugar tras el golpe contra João Goulart, que sumió a Brasil en una dictadura hasta 1985. Pese a esto, el metraje ya filmado y una copia del guión pudieron salvarse, y con ellos como punto de partida Coutinho volvió sobre el proyecto en 1984. Pablo Russo explica al respecto, de qué manera el realizador lleva a cabo un “auto found footage”: “[Coutinho] recupera el material antiguo pero lo actualiza y reelabora generando nuevos significados a partir de una interacción distinta con otro tipo de material (entrevistas, por ejemplo) en el montaje” (85). Algo de esa experiencia fractal han tenido otros documentales latinos posteriores como Los pibes de la película (2000) de Pablo Ramazza, que reencuentra a algunos de los protagonistas del Tire dié (1958-1960) de Fernando Birri, o Chile, la memoria obstinada (1997) de Patricio Guzmán, en el que viejas y nuevas generaciones recuerdan y opinan sobre los sucesos que retrató La batalla de Chile (1975-1979).

También hay un juego especular entre referente y representación en Santa Marta, Duas semanas no morro, donde Coutinho retrata una favela a través de la mirada y el trabajo de un artista plástico, procedimiento que Litvinoff pone en diálogo con el método del crítico de arte italiano Giovanni Morelli, quien centra su atención en los detalles de las obras pictóricas. También Boca de Lixo se concentra en los sectores más postergados de la sociedad. Juan Ciucci explica cómo Coutinho teje un complejo mosaico que permite atender a las múltiples realidades de estos hombres, mujeres y niños que consiguen su sustento en los basurales de Río de Janeiro. Santo Forte, Edificio Master y Peões constituyen ejemplos de cómo el estilo de Coutinho se sofistica y expande. En el primer caso, un documental sobre las creencias de de diferentes personas se convierte en un espacio de auscultamiento de los mismos procedimientos del cine documental. En el segundo, la mirada se corre a los ciudadanos de clase media y sus moradas en un edificio de Copacabana –por lo que Lyor Zylberman traza diferentes paralelismo con la enorme novela de Georges Perec La vida instrucciones de uso (1978)–. En Peões se narran las huelgas de trabajadores metalúrgicos de 1979 y 1980, que son un punto de partida privilegiado para historizar el proceso político que llevó al fin de la dictadura y (mucho) más allá.

O Fim e o Principío, como su nombre lo indica, y aun más Jogo de cena comienzan a marcar una nueva etapa en el cine de Coutinho, que continúa en Moscou y en As Canções. O Fim…, explica Sebastián Russo, “indaga los márgenes de la narración documental (…), partiendo de la pauta de hacer una película en cuatro semanas, sin investigación previa, sin un tema particular ni locación” (122). La película se construye a sí misma, dando forma a una especie de diario de viaje que también es manifiesto y síntesis del cine de Coutinho. En Jogo de cena, apunta Consuelo Lins, el recurso especular es llevado al paroxismo, con actrices que interpretan a mujeres, y esas mismas mujeres que se interpretan a sí mismas, en un orden aleatorio, hasta que no queda más que la constatación de la construcción de personas y personajes. El Otro de Coutinho es aquí la mujer, las mujeres. Moscou pone en escena una obra teatral “que no fue” (Las tres hermanas, de Chéjov) por parte del grupo teatral Galpão. Para pensarla, la documentalista e investigadora Carmen Guarini recurre a las reflexiones de Ervin Goffman y Victor Turner, sobre el teatro y nuestra forma de ser en (como) sociedad. As Canções, finalmente, constituye el último saludo de Coutinho en el escenario. Macu Machín describe a un realizador dueño de los tiempos narrativos del audiovisual, atento pero en paz, capaz de construir planos altamente emotivos con esas personas que desde un escenario cantan alguna melodía que los hizo felices o que hoy les devuelve recuerdos. Confesión y auto-puesta en escena son las herramientas que Coutinho obsequia a cada participante, para que con ellas tallen una personalidad y una experiencia únicas: las propias.

El trabajo del grupo Revbelando Imágenes representa un aporte genuino y original al ámbito de los estudios de cine y la divulgación cinematográfica en Argentina, tanto por las herramientas que se ponen en juego a la hora del análisis, como por los temas y los protagonistas que recortan en su tarea de difusión e investigación. Su labor supone un “ensanchamiento” del campo cinematográfico, en general delimitado por los vértices del cine comercial, la realización a través de subsidios, la crítica especializada o de medios masivos, el periodismo de espectáculos, el ámbito académico, el museísmo y la cinefilia. El deseo de estos jóvenes de incidir de manera concreta en la arena de lo social, sumar a un perpetuo cuestionamiento del sentido común y trabajar contra la “separación alienante” del pensamiento y la acción, lo artístico y lo político1; los ha llevado a ensayar formatos novedosos y diversificar las formas de sus manifestaciones públicas. La constitución en Argentina de colectivos vinculados con la práctica cinematográfica a propósito de objetivos políticos no es novedosa, pero sí lo es, en este caso, su orientación preponderante hacia la escritura y la reflexión antes que a la realización audiovisual, sin que esto implique un alejamiento de la práctica, del hecho fílmico. Más bien, se trata de un acercamiento allí donde pareciera más necesario: en la exhibición, la divulgación, el intercambio. Se recupera por esta vía la dimensión social de lo cinematográfico, y se expande al campo de la investigación y la escritura la vieja premisa godardiana de que no existe un cine político en tanto género, sino un cine –en este caso, una reflexión sobre una filmografía– llevado a cabo políticamente.

 

Notas

1 “Nuestra apuesta”, http://revbelandoimagenes.blogspot.com.ar/2009/04/nuestra-apuesta.html (consultado 2/10/14).

Cine y revolución en América Latina. Una perspectiva comparada de las cinematografías de la región

Ana Laura Lusnich, Pablo Piedras y Silvana Flores (editores). Buenos Aires, Imago Mundi. 2014.

 Dana Zylberman

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Cine y RevolucionCine y revolución en América Latina. Una perspectiva comparada de las cinematografías de la región es la última publicación del Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine (CIyNE), grupo dedicado al abordaje de diversas problemáticas vinculadas al campo cinematográfico latinoamericano, radicado en el Instituto de Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Este libro es el resultado colectivo del proyecto desarrollado entre 2011 y 2013, en el marco de la programación científica de la Secretaría de Ciencia y Técnica de dicha universidad, bajo la dirección de la Dra. Ana Laura Lusnich quien, junto al Dr. Pablo Piedras y la Dra. Silvana Flores, fueron responsables de su edición.

Dos conceptos vectores atraviesan el libro: revolución y representación. A partir de ellos, se propone un corpus fílmico que permite analizar y debatir sobre los modos en que el cine en América Latina, desde su aparición y hasta la actualidad, echó luz sobre ciertas coyunturas políticas y sociales reiteradas en la historia de la región, considerando las diversas particularidades que implicaron según su ubicación espacio-temporal. Algunos de los acontecimientos destacados en los trabajos aquí presentados son la Revolución Mexicana, ciertos levantamientos rurales sucedidos en Argentina, Brasil y México a fines de siglo XIX y principios del XX, la Revolución Cubana y otros movimientos antiimperialistas que se desenvolvieron durante la década del sesenta en el resto de América Latina. Asimismo, los trabajos pretenden revisar el modo en que estas películas hicieron mella en el tejido social y los roles que jugaron ante los agentes de poder involucrados.

La publicación está conformada por veinte capítulos organizados en cinco secciones a partir de ejes de investigación determinados. La primera se centra en el período silente y clásico-industrial en Argentina, Chile, México y Uruguay a partir de las guerras de independencia del reinado español que tuvieron lugar en el primer tramo del siglo XIX. El segundo conjunto reúne los trabajos que se detienen en un análisis comparado de las cinematografías argentina y mexicana a partir de producciones realizadas durante el período clásico-industrial. El tercer conjunto de capítulos, por su parte, trata ciertas problemáticas comunes a las cinematografías de Argentina y Brasil. El eje al que responden los trabajos del cuarto apartado se refiere en particular a ejemplos fílmicos representativos del cine cubano realizados, especialmente, en las décadas de 1960 y 1980. Finalmente, la quinta sección propone un análisis de corte historiográfico sobre las revoluciones independentistas de las cinematografías de América Latina, centrándose en las producciones realizadas entre 1970 y 2010.

Si bien los trabajos aquí reunidos abordan, en su mayoría, películas de ficción, dos de ellos se refieren, de una u otra manera, al cine documental. “Revolución y «revolución» en los documentales y noticiarios mexicanos y argentinos (1950-1956)”, escrito por Javier Campo, se inicia planteando la pertinencia del estudio de las cinematografías nacionales de modo comparativo, siguiendo las ideas de Ana Laura Lusnich consecuentes a la perspectiva comparatista en el estudio del cine latinoamericano propuesta por Paulo Antonio Paranaguá. En este sentido, se desarrolla un análisis comparado a partir de la noción de revolución que circula en el corpus fílmico seleccionado, así como también desde las estructuras narrativas y los procesos formales que delinean cada caso. Si bien la noción de revolución encuentra distintos alcances, Campo sostiene que se mantiene un “similar uso oficial de afianzamiento del orden político establecido” (127).

El corpus se conforma, para el caso argentino, por algunos números de los noticiarios Sucesos argentinos y Noticiario panamericano y algunos cortos propagandísticos que “mixturaban puesta en escena de ficción e imágenes de espacios y obras importantes para el peronismo, ensamblados por un argumento dramático o cómico típico (129)”, los cuales Clara Kriger ha denominado “docudramas peronistas”. Entre ellos Campo aborda Nuestro hogar (Mario Soffici, 1953), Turismo social (Enrique Cahen Salaberry, 1953), Payadas del tiempo nuevo (Ralph Pappier, 1950) y Cuando la plata se hizo argentina (Alberto Soria, 1952). El autor ahonda en los films de propaganda y noticiarios que se produjeron durante el gobierno de Juan Domingo Perón, por un lado, y en aquellos inmediatamente posteriores a su derrocamiento, por otro, pivotando en las disímiles acepciones del término revolución que circulan en estos films. En la producción llevada a cabo bajo la órbita peronista, Campo encuentra que este concepto es equiparado al de justicia social y es éste el que predomina, asociado a los logros alcanzados por las acciones políticas que se muestran en los films. Asimismo, esto se ve reforzado por la recurrencia constante a la lógica “pasado desdichado/presente venturoso” (131); es decir, la intención explícita de mostrar en estos films las desigualdades del sistema capitalista que predominaban y perjudicaban a cierto sector social antes de la llegada de Perón al poder y cómo, a partir de ello, se consolidó un Estado fuerte, comprometido con su pueblo, que encaró la construcción de una Nueva Argentina.

Con el derrocamiento de Perón, en 1955, Campo indica que el financiamiento estatal a los noticiarios se mantuvo, dando lugar así a la idea de Revolución asociada a un cambio de gobierno mediante un golpe de estado. En este sentido, Noticiario Panamericano y Sucesos Argentinos narraron los hechos acontecidos en torno a la destitución de Perón apelando, respectivamente, a los términos “Libertad” y “Pacificación”, al tiempo que sostenían ser una crónica imparcial de los hechos, pero apelando a vocablos tales como “dictadura, régimen depuesto, liberadores, régimen despótico” (133).

Por otra parte, el autor destaca la presentación del primer telenoticioso argentino estrenado en televisión el 12 de junio de 1956: Sucesos revolucionarios: de junio a septiembre de 1955. Este film denota la subjetividad de los camarógrafos en el registro de los violentos sucesos, al tiempo que demuestra la contradicción en el uso de las imágenes: los registros de aquellos hechos de 1955 son acompañados, un año después, por una voz over que los resignifica, contribuyendo a la “versión oficial de la Revolución Libertadora: si hubo derramamiento de sangre fue por culpa de Perón” (134).

Así, se señala también el contraste que se produjo entre estos últimos cortos y aquellos realizados durante el peronismo. Si bien en ambos casos se apela al binomio pasado/presente, en un caso se refiere a un orden superior que se establece sobre el período previo, mientras que en el otro se alude al pasado desde la injusticia.

Al igual que en la cinematografía argentina, y siguiendo a Jaime Tello y Pedro Reygadas, Campo afirma que el documental mexicano tuvo un desarrollo tardío. Destaca, igualmente, algunas producciones de la década del cincuenta que, aun siendo películas de ficción, recurrían a técnicas del documental como el énfasis en historias, locaciones y personajes reales.

No obstante, en este capítulo se resalta un film que dichos autores no mencionan –probablemente por su militancia en el Taller de cine Octubre– y que resulta muy relevante para este análisis: se trata de Memorias de un mexicano, estrenado el 24 de agosto de 1950. Este film fue montado por Carmen Toscano a partir del archivo de su padre, Salvador Toscano, quien en los años de la Revolución mexicana se había dedicado a acopiar las imágenes de dicho acontecimiento al igual que algunos otros operadores de cámara de la época. Sus distintas producciones de Historia completa de la Revolución se han nutrido de este material para construir un relato unificado sobre la Revolución. Campo indica que aquel film en cuestión se halla en un contexto cinematográfico en el cual el tema de la Revolución permitía reforzar la industria nacional frente al avance hollywoodense, al tiempo que ésta es reconfigurada en función de un presente histórico “de doble expansión: cinematográfica e histórico-discursiva” (136).

El autor se pregunta, entonces, de qué manera Memorias de un mexicano se configura como discurso histórico. Señala, entonces, la intención verídica que emerge de aquello que se enuncia, abocándose únicamente a la descripción de las imágenes presentes. En este sentido, resulta útil el archivo de Toscano cuyo material, cabe aclarar, no es únicamente de su factoría. Sin embargo, Campo detecta aquí una particularidad técnica que permite revisar esta idea ya que en su montaje el film se vio alterado al producirse modificaciones en la banda de sonido e imagen. Por otra parte, en este caso se apela nuevamente a un pasado histórico que, a diferencia del caso argentino, pretende ser recuperado a través de estas “memorias”, proponiendo una relectura del pasado que “supone completar los acontecimientos de ayer con ideas del hoy, como la modernización de México” (138).

En cuanto al tratamiento de la imagen, Campo sostiene que el film no busca problematizar la Revolución mexicana, en sus causas u objetivos, sino dar cuenta de un “desarrollo cronológico que evoluciona hacia mayores libertades democráticas y a la modernización del país” (139). De esta manera, en este caso el término revolución aludió a cambios en las estructuras de poder, lo cual no se planteó en el caso argentino.

Por otra parte, resulta interesante el análisis que se realiza de los recursos narrativos presentes en el film, como el uso de la primera persona, la inclusión de imágenes de combates reales y la emisión de juicios de valor por parte de la voz over, dando cuenta de que el discurso objetivo es un supuesto que magramente se concreta en documental alguno.

Retomando el interrogante inicial respecto de la posibilidad de efectuar un análisis comparado, Campo demuestra la factibilidad del mismo, considerando tanto la distancia espacial entre ambas, así como la diversidad de conceptualizaciones en torno al término revolución.

Otro de los trabajos aquí compilados que refiere al cine documental es el de Alicia Aisemberg, “La productividad de los intercambios entre ficción y documental en el cine cubano y en otros exponentes latinoamericanos”. La autora sostiene que a partir de los años sesenta y setenta emerge principalmente en Cuba la producción de films que interactúan entre la ficción y el documental, expandiéndose luego a otros países de América Latina como Bolivia, México y Argentina con la intención de representar la revolución. Analiza el modo en que estas mezclas fueron evolucionando, haciendo foco en distintas tendencias expresivas. Para ello toma como referencia el período histórico comprendido entre la Revolución Cubana (1959) y el derrocamiento de Salvador Allende en Chile (1973) considerándolo como un bloque temporal que se halla unificado por una “valorización de la política y la expectativa revolucionaria” (205).

En el caso cubano, Aisemberg destaca a la Revolución como un punto de partida para la experimentación cinematográfica en dicho país, impulsada por el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos). El cine de ficción, por su parte, encontró fuertes influencias en movimientos contemporáneos y nuevas narrativas como el Free Cinema de Inglaterra, el Cinéma Vérité de Francia o el Cinema Novo de Brasil. Por otra parte, este cine se nutrió del gran desarrollo del cine documental, de la mano de films como Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968) o La primera carga al machete (Manuel Octavio Gómez, 1969), demostrando así el modo en que la ficción capitalizó los impulsos renovadores del documental. En este sentido, “estas innovaciones extendieron su productividad hacia el cine de ficción y generaron las mezclas ficción-documental, las cuales significaron una toma de distancia del didactismo, además de un escape del discurso de sobriedad y de pretendida objetividad del documental” (207). En consecuencia, la autora propone indagar las potencialidades e innovaciones que permiten estas hibridaciones, al tiempo que dan lugar a la revisión de las complejidades de los procesos revolucionarios.

Aisemberg rastrea las primeras prácticas de mezcla en Cuba, apelando a aquel cine que incluía elementos neorrealistas y documentales. Menciona el cortometraje El Mégano (Julio García Espinosa, 1954), cortometraje oportunamente censurado, prohibido y recuperado tras la Revolución, Historias de la Revolución (Tomás Gutiérrez Alea, 1960), así como también un cine popular e “imperfecto” que resignifica el humor popular y hace uso de los géneros hollywoodenses desde una veta política. En este caso se refiere a La muerte de un burócrata (Tomás Gutiérrez Alea, 1966) que da cuenta del modo en que “las mezclas entre el documental y la apropiación del modo de representación primitivo estructuran la primera secuencia con una funcionalidad paródica” (208). Luego se remite a Memorias del subdesarrollo a través de un extenso análisis de las estrategias que este film utiliza para dar cuenta de la complejidad que implica la representación de la Revolución dadas las tensiones y contradicciones políticas y culturales en el seno de la misma. La concepción del relato de ficción como documental marca las fuertes tensiones que se presentan en este caso, haciendo borrosas las fronteras entre ambos. A diferencia de lo señalado por Javier Campo en el caso de México y Argentina en la relación pasado/presente, Aisemberg sostiene que, en el film analizado, “la Revolución de 1959 ya no marca un punto fijo que permite escindir pasado y presente, como todavía era posible en Historias de la Revolución, por el contrario, todo se torna problemático, contradictorio y confuso” (213).

A continuación analiza La primera carga al machete, destacando su modalidad de documental participativo en el que los personajes hablan a cámara al ser entrevistados sobre los comienzos de las guerras independentistas. Así, el recurso del docudrama y el falso documental permiten reconstruir aquellos sucesos históricos y dan lugar a una apropiación de dicho pasado. En el caso de De cierta manera (Sara Gómez, 1974-1977), la autora menciona la presencia del documental expositivo y participativo junto con elementos ficcionales, generando así, nuevamente, límites difusos entre ambos estatutos.

Posteriormente, el texto se refiere a otras cinematografías en las que estas mixturas también hicieron mella, con sus particularidades, tales como la boliviana a través de El coraje del pueblo (Jorge Sanjinés, 1971) o la mexicana con Reed: México Insurgente (Paul Leduc, 1971).

Finalmente, se aborda el desarrollo argentino de estas hibridaciones a partir de los films La hora de los hornos (Grupo Cine Liberación, 1966-1968), del episodio de Pablo Szir “Testimonio de un protagonista”, incluido en Argentina, mayo de 1969: los caminos de la liberación (Grupo Realizadores de Mayo, 1969) y Ya es tiempo de violencia (Enrique Juárez, 1969).

La autora concluye en la posibilidad que estas mezclas de registros otorgan en dos sentidos: por un lado, lograron un “efecto de intensificación expresiva y apropiación política de la imagen” (222) y, por otro, dieron lugar a una revisión de las complejidades de los procesos revolucionarios mediante sus representaciones, redimensionando así el análisis de diversos componentes subjetivos, expresivos y políticos.

El recorrido por estos dos trabajos de Cine y revolución en América Latina, da cuenta de los aportes que el análisis comparativo posibilita para el abordaje del cine de la región, permitiendo una discusión teórica y crítica sobre las cinematografías contempladas. De esta manera, se propone una línea de investigación que revisa las relaciones entre el cine y la historia, recurriendo a un corpus fílmico poco estudiado desde las perspectivas aquí presentadas, resultando así un aporte sumamente enriquecedor para el conocimiento de los procesos históricos y culturales latinoamericanos.

Las fronteras de la percepción en la imagen cinematográfica – Un análisis sobre la construcción de lo real en el cine documental

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Rafael Valles

Resumen

Este artículo pretende realizar un análisis sobre la relación que la imagen cinematográfica asume como representación histórica. A partir del cine documental este trabajo reflexiona sobre las particularidades, implicaciones y límites que el cine posee para la comprensión de un contexto socio-histórico, buscando entender las transformaciones de la percepción en la imagen cinematográfica como representación de lo real.
Palabras clave: Historia, política, cine documental, percepción

 

Resumo

Este artigo pretende realizar uma análise sobre a relação que a imagem cinematográfica assume como representação histórica. A partir do cinema documentário, este trabalho reflete sobre as particularidades, implicações e limites que o cinema possui para a compreensão de um contexto sócio histórico, buscando entender as transformações da percepção na imagem cinematográfica como representação do real.
Palavras-chave: História, política, cinema documentário, percepção

 

Abstract

This article intends to conduct an analysis on the relationship that the cinematographic image plays as a historical representation. Assuming focus on documentary filmmaking, this paper seeks to reflect on the peculiarities, implications and limitations that cinema has for the understanding of a socio-historical context, seeking to understand the changes the perception in the cinematic image as a representation of reality.
Keywords: History, politics, documentary film, perception

 

Datos del autor

Magister en Cine Documental (Fundación Universidad del Cine – FUC, Buenos Aires). Documentalista, docente, investigador.

Email: ra.valles@hotmail.com

Fecha de recepción: 30 de septiembre de 2014
Fecha de aprobación: 1 de noviembre de 2014

 

el cine
como el cristianismo
no se funda
en una verdad histórica

nos da un relato
una historia
y nos dice
ahora: cree

Histoire(s) du cinema
(Jean Luc Godard, 1988-1998)

 

 

Introducción

La imagen cinematográfica siempre estuvo en una posición privilegiada para pensar la historia y la sociedad en el siglo XX, pero al mismo tiempo, siempre estuvo acompañada por la paradoja de revelar una visión parcial y fragmentada como representación de lo real. ¿De qué forma es posible entender la historia a través de las imágenes cinematográficas? ¿Cuáles son las limitaciones de este entendimiento? ¿Cómo el factor de creencia de lo real en la imagen cinematográfica afecta la percepción de los espectadores y realizadores en ese proceso?

La primera cuestión a tener en cuenta para responder a esos interrogantes es que la historia del cine documental no es homogénea o esquemática, pues se compone paralelamente por tendencias, excepciones, [y/o] búsqueda de rupturas. Es partiendo de ese punto que este artículo no tiene la pretensión de contar la historia del cine documental como un todo. El objetivo es abordar algunos de los períodos que marcaron la historia del cine documental, intentando analizar cómo se construyeron determinados puntos de giro entre la imagen cinematográfica documental y la relación conflictiva que se establece en creerla como reflejo de lo real.

 

01 – La imagen cinematográfica como referencia de lo real

Para entender su historia técnica y su productividad industrial, es correcto afirmar que el cine empezó al final del siglo XIX con los hermanos Lumière. Sin embargo, eso “poco puede ofrecer a una comprensión amplia del nacimiento y del desarrollo del cine”1 (Machado, 2011: 15). Más que un inicio, la primera proyección de los Lumière fue un punto de llegada para el cine. Para empezar por el mito de la caverna de Platón hasta la llegada de la fotografía con Nicéphore Nièpce y Louis Daguerre (siglo XIX), la búsqueda por las imágenes en movimiento empezó mucho antes de lo que vino a llamarse cine.

A medida que los historiadores profundizan en la historia del cine, en el intento de desenterrar al primer ancestro, ellos precisan retroceder hasta llegar a los mitos y ritos de los orígenes. Cualquier marco cronológico que puedan elegir como inaugural será siempre arbitrario, pues el deseo y la búsqueda del cine son tan viejos como la civilización de la cual somos hijos.2  (Machado, 2011: 14)

El hombre estuvo a lo largo de los tiempos buscando incesantemente la representación de lo real así como también buscó imágenes en movimiento. A partir de las figuras en relieve en las cavernas de Altamira, Lascaux o el Font-de-Gaume, el hombre siempre estuvo en pos de representar en imágenes lo que observaba y vivenciaba. Esta búsqueda fue perfeccionada progresivamente a través de recursos técnicos,como es el caso del descubrimiento de la perspectiva por Leonardo da Vinci, al traer la ilusión de un espacio en tres dimensiones. Como afirma Bazin, “habiendo la perspectiva resuelto el problema de las formas, pero no lo del movimiento, era natural que el realismo se profundizara en una búsqueda de la expresión dramática en el instante, especie de cuarta dimensión psíquica capaz de sugerir la vida en la inmovilidad torturada del arte barroco”3  (Bazin, 1991: 21). Esa “necesidad de ilusión de lo real” y la obsesión por el realismo que tanto se perfeccionó en las artes plásticas, terminó por transformarlas profundamente, con la creación de la fotografía y posteriormente, del cine.

La fotografía, al redimir el barroco, liberó a las artes plásticas de su obsesión por la semejanza. (…) La objetividad de la fotografía le otorga un poder de credibilidad ausente en cualquier obra pictórica. Sin importar cuales sean las objeciones de nuestro espíritu crítico, somos obligados a creer en la existencia del objeto representado, literalmente re-presentado, o sea, convertido presente en el tiempo y en el espacio.4  (Bazin, 1991: 21-22)

Así como la fotografía liberó a las artes plásticas de esa obsesión por el realismo de la imagen, el cine terminó acentuando ese proceso secular. La imagen cinematográfica suma a este realismo la idea del movimiento y del tiempo, sin restringirse al instante fotográfico. Como afirma Bazin, la imagen cinematográfica “embalsama al tiempo”. Por primera vez, la imagen de las cosas es también la imagen de su duración, como una momia de la mutación.

Pero al mismo tiempo, esta imagen lleva en sí misma una paradoja, pues al ser la “más realista” de las imágenes, ella depende de la ilusión para ser vista como tal. Teniendo en cuenta que esa imagen cinematográfica es compuesta por fotogramas separados entre sí, existe implícitamente un entendimiento de que lo real solamente puede volverse “más real” con el artificio de la proyección por un aparato reproductor de imágenes. Es necesario un recurso técnico para darle vida a esta ilusión, para crear esta realidad y uno poder creerla.

(…) nosotros queremos un reflejo que obedezca al mundo, que nos deje tranquilos en lo que se refiere a su existencia y su relativa disponibilidad, y por otro lado deseamos una representación que pueda sustituir a este mundo para encantarlo o conjurar los peligros, transformando el espectáculo del mundo en “el mundo”, un mundo suplementario, un mundo de reemplazo. “De cara a la historia”, el cine, por lo tanto, ya está en la historia, forma parte de la historia mientras se hace trazo visible, archivo, espectáculo. (Comolli, 2002: 317)

El cine es al mismo tiempo, objeto y el agente de ese triunfo, el emprendedor y el archivista, el actor y la memoria. “Lejos de ‘reflejar’ tal evento o situación, una acción o realidad dadas, el film las reconstruye (cuando no las provoca); las produce como hechos fílmicos, realidades filmadas”(Comolli, 2002: 317). No por casualidad, contar la historia del siglo XX es contarla a través de las imágenes cinematográficas que la definen y de la relación de creencia sobre ellas. Esta historia y sus representaciones se confunden, sin saber por donde se inicia una y se termina la otra. “La fotografía y el cine contribuyeron largamente para secularizar la historia, para fijar su forma visible, ‘objetiva’, a costa de los mitos que la recorrían”5  (Baudrillard, 1991: 65).Desde los primeros registros de los obreros saliendo de la fábrica realizados por los Lumière hasta los videos amateurs hechos a través de los smarthphones, tener estas imágenes es comprobar que lo que fue registrado efectivamente existió. Realidad y representación de la realidad se recrean mutuamente.

 

02 – La imagen cinematográfica como instrumento de propaganda

Es esencial tener en cuenta que la imagen cinematográfica no es una reproducción de la realidad. El simple gesto de elegir lo que se va a registrar, definir un abordaje estético y narrativo son factores que ya establecen un elemento de “representación” y “creación”. Por detrás de su objetividad, la imagen cinematográfica nace subjetiva.

Así como los espejos, el cine no es transparente a lo que muestra. Mostrar no tiene nada de pasivo, de inerte, de neutro y cualquiera sea la claridad del ser o del momento representados, la acción de mostrar permanece opaca; se trata de una acción, un pasaje, una operación, es decir, una turbulencia, un desorden, una no-indiferencia. Esta opacidad del gesto creador nos molesta y preferimos hacer como si el mundo nos fuera con todo derecho y por gracia divina, translúcido y ligero, desprovisto de ambigüedades, desprendido de la servidumbre del trabajo del lenguaje y del juego de la relación, sin montaje ni desmontaje. Compartiendo el secreto de los espejos, el cine se esfuerza en hacernos creer que refleja lo que es, mientras que más bien (o peor): fabrica lo que será. (Comolli, 2002: 316)

La imagen cinematográfica desde su génesis vive el choque filosófico entre la “imagen realista” que buscaron los hermanos Lumière y la “imagen artificio”, buscada por Georges Meliès, donde la intervención sobre el material fílmico – como por ejemplo el acto de pintar los fotogramas – le daba el aspecto de sueño y espectáculo circense que huía de un cierto realismo. El cine se construyó desde sus orígenes entre “la creencia de reflejar lo real” y “la creación del artificio”.

Nanook, el esquimal (Robert Flaherty, 1922)La afirmación del documental en sus orígenes pasa por la imagen cinematográfica como “la creencia de reflejar lo real”. Nanook, el esquimal(Robert Flaherty, 1922) -considerado el primer documental de la historia del género- posee el mérito de realizar una construcción narrativa que se limitaba a la inocente visión de “reflejar la realidad como tal”. Sin embargo, el pasaje de los años 20 para los años 30 marcó un contexto socio-político donde la ascensión del nazismo en Alemania amplió ciertas problemáticas referidas a la construcción discursiva en el ámbito cultural. El cine documental inevitablemente entró en la línea de combate de este proceso político. Se afirman en ese contexto los films de propaganda, las producciones con mensajes patrióticos, donde trasladaban la imagen cinematográfica de su ámbito objetivo y testimonial, para una imagen que servía como instrumento de exaltación de una causa política, como una herramienta doctrinaria.

Uno de los movimientos responsables de ese contexto fue el cine documental inglés de los años 1930 y 1940. Aunque haya asumido una gran importancia en la historia del cine documental por sus búsquedas estilísticas novedosas con un tono más poético y experimental a través de obras referentes como Night Mail (Harry Watt y Basil Wright, 1936) y Drifters (John Grierson, 1929), el cine documental inglés de ese período también tuvo que adaptarse al contexto de la Segunda Guerra Mundial y adherir a un cine de propaganda. Bajo el comando de John Grierson, responsable de crear grupos de realización documental como la EMB Film Unit y GPO Film Unit, el cine documental inglés de los años 30 y 40 también se volvería una referencia en el abordaje didáctico y de propaganda. Con un fuerte control del Ministerio de Informaciones de Gran Bretaña, en esas producciones documentales estaba en juego el deber cívico y de educación de la sociedad inglesa, de acuerdo a como se vivía en aquel contexto de la Segunda Guerra Mundial.

La imagen cinematográfica documental era utilizada para la toma de conciencia de la realidad y para la exaltación patriótica, tanto por el lado de los aliados (Inglaterra, Francia, EEUU, Rusia), como por el nazismo alemán, capitaneados por las obras de la realizadora Leni Riefenstahl, a través de películas como Olympia(Leni Riefenstahl, 1938)yEl triunfo de la voluntad(Leni Riefenstahl, 1934).Paul Rotha, nombre referente dentro del documental inglés de ese período, consigue ejemplificar la visión que se poseía sobre el documentalista en ese contexto.

Su trabajo no transcurre sobre una plataforma para arengar a la multitud, sino en un púlpito para llevar a la masa hacia una consideración más amplia de las cuestiones humanas. No es ni un luchador ni un político que hace campaña. Más bien es un profeta que se ocupa de las referencias más amplias de las sociedades humanas. Es un propagandista haciendo uso del instrumento más influyente de su tiempo. No camina junto a la multitud sino que va justo delante de ella, llamando a la contemplación y a la discusión antes de actuar sobre los problemas con los que se enfrenta.La tarea inmediata del documentalista es, creo yo, encontrar los medios a través de los cuales pueda emplear su capacidad de persuasión pública para ubicar a la gente y sus problemas delante de sí mismos. (Rotha, 2010: 11-12)

Ese “persuadir (a) las masas” traía una idea de búsqueda de objetividad en la imagen cinematográfica, donde esas imágenes comprobaban lo que debería ser seguido, sin dar espacio a ambigüedades o mayores discusiones. Esa imagen trataba de “domesticar lacreencia” del espectador.

 

03 – La ausencia de la imagen cinematográfica: el Holocausto

Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial fueron muy profundas en la relación entre la imagen cinematográfica y la representación de lo real. Si por un lado, el cine fue una importante herramienta de exaltación patriótica, por otro lado, la imagen cinematográfica estuvo ausente de uno de los mayores genocidios de la historia. El cine no estuvo presente para documentar el horror vivido en los campos de concentración nazis, a excepción de los registros realizados poco tiempo después de la derrota alemana. Esa ausencia trajo una profunda grieta en la relación de credibilidad de las imágenes con lo real. La sorpresa al descubrir, efectivamente, el Holocausto, fue aun mayor cuando se descubrieron los límites de la representación de lo real en la imagen cinematográfica.

Es esta lucha de lo impensable en el pensamiento que será preponderante para el surgimiento del cine moderno, de una nueva imagen cinematográficay de una nueva creencia en la imagen.

(…) la imagen cinematográfica, a diferencia del teatro, nos mostraba el vínculo del hombre con el mundo. Desde ese momento se desarrollaba bien sea una transformación del mundo por el hombre, bien sea el descubrimiento de un mundo interior y superior del hombre (…)

El hecho moderno es que ya no creemos en este mundo. Ni siquiera creemos en los acontecimientos que nos suceden (…) Lo que se ha roto es el vínculo del hombre con el mundo. El hombre está en el mundo como en una situación óptica sonora pura. La reacción de la que el hombre está desposeído no puede ser remplazada más que por la creencia (Deleuze, 1986: 229).

El cine moderno se construye delante de la situación de que solamente la creencia en el mundo puede enlazar al hombre con lo que ve y escucha. “Lo que el cine tiene que filmar no es el mundo, sino la creencia en este mundo, nuestro único vínculo”(Deleuze, 1986: 229).Fue asumiendo esta ruptura que el cine empezó a cuestionar profundamente su relación con el mundo. Si antes la imagen cinematográfica poseía un carácter de transparencia asociado a lo real, si en el contexto de guerra asumía un carácter doctrinario, ya en el período de posguerra expone sus fracturas.

Obras como Shoah(Claude Lanzmann, 1985), parten del punto de que las imágenes de archivo sobre el Holocausto no consiguen demostrar lo que fue ese hecho histórico. Lanzmann, por ejemplo, decide asumir en su documental el dispositivo de no mostrar una única imagen de archivo que haga referencia a los campos de concentración, restringiendo su abordaje a los testimonios de sobrevivientes del Holocausto. Partiendo de la tesis de que las imágenes de archivo no traen una dimensión real de lo que sucedió, Lanzmann expone así la grieta que se formó en la relación de creencia en la imagen cinematográfica como reflejo de lo real.

No basta encarar a los archivos existentes sobre los campos de concentración como “imágenes prueba”, sino está en juego definirlas como “imágenes huella”. Si no existen imágenes enfáticas, contundentes sobre el proceso de exterminio operados por los nazis, es necesario, entonces, buscar imágenes que, por lo menos, traigan indicios sobre lo que realizaban. La búsqueda de este tipo de imágenes es lo que Didi Huberman definió como “imágenes a pesar de todo”.

(…) la fuente nunca es un “puro” punto originario, es un tiempo ya estratificado, complejo. (…) Era necesario, por fin, comprender que la historia se construye alrededor de lagunas que perpetuamente se cuestionan, sin que nunca sean totalmente completadas. (…)

A partir de ahí, se burla de lo que hay de más precioso en el testimonio, a pesar de toda la imperfección y a pesar de toda la disyunción: a saber, los propios restos, esas huellas donde la imperfección dice (visto que la huella supone, significando destrucción) y, simultáneamente se contradice (visto que la huella resiste, sobreviviendo a la destrucción). (Didi Huberman, 2012: 132, 136)[vi]

Fue a partir de esa búsqueda por las “imágenes a pesar de todo” que el realizador Harun Farocki construyó su film Imágenes del mundo y epitafios de guerra(Harun Farocki, 1988).Farocki parte de algunas imágenes hechas de tomas aéreas, realizadas por fotógrafos de la fuerza aérea norteamericana que sobrevolaron los campos de concentración alemanes en 1944, a siete mil metros de altitud. Como los soldados no tenían orden expresa para buscar los campos de concentración, terminaron registrando fotos donde identificaron una central eléctrica, una fábrica de carburadores y una usina de hidrogenación de carburadores. Solamente en el año de 1977, cuando oficiales de la CIA volvieron a buscar esos mismos archivos y analizaron las tomas aéreas de Auschwitz, encontraron el mirador, la casa del comandante, la oficina de registro, el muro de ejecución, el bloque nº 11 y el término “cámara de gas”. Farocki encontró en esas huellas de la imagen su forma de entender el Holocausto.

En aquel momento esas imágenes me parecieron un medio apropiado para mostrar los campos por la distancia que mantienen de las víctimas. Más apropiadas que las imágenes de cerca: la selección en la rampa, los prisioneros famélicos en las barracas, las montañas de cadáveres removidas por una retroexcavadora. Con esas imágenes se volvía a ejercer una violencia simbólica sobre las víctimas. Incluso con la mejor de las intenciones se las terminaba utilizando. Sobre estas imágenes aéreas de los campos nazis donde el individuo no es mucho mayor que un pixel, escribí en su momento el siguiente comentario: “La personalidad halla resguardo en el granulado de la fotografía”. (Farocki, 2013: 159)

Fueron necesarios 33 años para descubrir lo que la imagen ya poseía desde su registro. Los nazis no se dieron cuenta de que estaban siendo fotografiados, los norteamericanos no se dieron cuenta de lo que fotografiaron y las víctimas tampoco nada percibieron. El ojo de la máquina consiguió ir más allá del ojo humano. Lo que se imaginaba una barraca de depósitos, era en realidad un campo de concentración. Farocki termina así por encontrar en lo que él llama “imágenes operativas”[vii], una forma de realizar una reflexión más amplia sobre las posibilidades de la imagen técnica contenidas en la fotografía y en el cine. La imagen técnica puede escapar a nuestra percepción, puede decir más de lo que imaginamos.

Es necesario una apuesta, imaginaria o no, hecha por sujetos para sujetos. Un impulso, un movimiento que remita a estas imágenes en juego, las ponga en riesgo entre nosotros, las haga girar en nuestros circuitos significantes. En resumen, que las imágenes sean montadas con otras imágenes, en otras asociaciones, con palabras, cifras, fechas, con otros signos, otras representaciones, para que el indicio, tal vez, se haga signo. Que las imágenes nos identifiquen –¿qué queremos de ellas?, ¿qué queremos de nosotros con ellas?– para que a nuestro turno podamos identificarlas. Presas fáciles, sí, pero que no se dejan domesticar fácilmente. (Comolli, 2002: 346)

Es partiendo de esas fallas, de esas fisuras, que surge una nueva forma de pensar la imagen cinematográfica, una nueva forma de creerla, para así plantear un nuevo desafío a “nuestros circuitos significantes”.

 

04 – El embate de las imágenes – la imagen militante

Ici et ailleurs (Grupo Dziga Vertov, 1974)La imagen cinematográfica alcanzó un estado de inflexión en su relación con lo real, a partir del período post Segunda Guerra Mundial. Pero quedó el interrogante: ¿cómo volver a establecer este vínculo entre la imagen cinematográfica y el contexto socio-histórico? ¿Cómo volver a establecer esta creencia en el mundo a través de las imágenes técnicas?

Para Deleuze, pensar la imagen en este nuevo contexto ya no es una cuestión de asociación o atracción sino el “intersticio” entre dos imágenes, “un espaciamiento que hace que cada imagen se arranque al vacío y vuelva a caer en él” (Deleuze, 1986: 240). Es necesario establecer una “diferenciación”entre dos acciones, dos percepciones, dos imágenes y entender así sus fronteras. Ver un “entre imágenes”. “Ese vacío ya no es una parte motriz de la imagen y que ella flanquearía para proseguir, sino que es el cuestionamiento radical de la imagen”(Deleuze, 1986: 241). Deleuze parte del punto de que ya no existe una unidad entre el autor, los personajes y el mundo, factor que hace que el cine moderno se afirme a través de la imagen “desencadenada”, hecha por medio de cortes irracionales o acordes disonantes. La imagen cinematográfica se encuentra a sí misma como lenguaje, buscando una nueva forma de vincularse con el mundo.

En otros términos, lo que está primero en relación con la asociación es el intersticio, o es la diferencia irreductible lo que permite escalonar las semejanzas. La fisura se ha vuelto primera, y en tal condición se ensancha. Ya no se trata de seguir una cadena de imágenes, incluso por encima de los vacíos, sino de salir de la cadena o de la asociación. El film cesa de ser “imágenes en cadena (…) una cadena ininterrumpida de imágenes, esclavas las unas de las otras” y de la que somos esclavos (Ici et ailleurs). El todo sufre una mutación, porque ha dejado de ser el Uno-Ser para devenir el “y” constitutivo de las cosas, el entre-dos constitutivo de las imágenes. (Deleuze, 1986: 240-241)

No es casualidad que Deleuze cite a Godard como uno de los artífices en esa búsqueda por los intersticios. En su trayectoria, Godard fue progresivamente acentuando la relación de diferenciación entre las imágenes, afirmando a través de los cortes irracionales, de las imágenes “desencadenadas”, una nueva forma de pensar el cine como lenguaje. Si en sus primeros trabajos dentro del ámbito ficcional ya se sentía esa problemática en el uso de la forma y en las relaciones que establecía entre los géneros cinematográficos, Godard, como militante maoísta, acentuó esta búsqueda a fines de los años 60 en un embate directo con el contexto socio-histórico,      Es lo que sucede cuando él decide en el año 1969 crear el Grupo Dziga Vertov, junto con el militante Jean Pierre Gorin. La imagen cinematográfica se encuentra así adentro de un territorio de lucha entre ideologías, lucha contra lo que Godard entiende como la imagen creada por el imperialismo, como aborda en el texto Los lacayos libaneses de Hollywood.

Es el imperialismo el que nos ha enseñado a considerar las imágenes por sí mismas; el que nos ha hecho creer que una imagen es real. Cuando el simple sentido común nos dice que una imagen no puede ser más que imaginaria, precisamente porque es una imagen. Un reflejo. Como tu reflejo en un espejo. Lo que es real es, en primer lugar, tú y, después, la relación entre este reflejo imaginario y tú. Lo que es real a continuación es la relación que establecemos entre tus diferentes reflejos, o tus diferentes fotos. (Godard, 2006: 26)

Para Godard, no basta solamente registrar este embate político, es necesario que el cine participe directamente de ese proceso, encontrando una nueva forma para encarar la imagen. “La lucha de clases es también la lucha de una imagen contra otra. De un sonido contra otro. En una película, la lucha se da entre imágenes y sonidos”, como muestra ese fragmento del film manifiesto British Sounds(Jean Luc Godard, Jean Pierre Gorin, 1969). En el manifiesto realizado para el grupo palestino El Fatah en julio de 1970, Godard asume su posición pro palestina y antiimperialista a través de las imágenes en choque, “donde cada combinación de imágenes y sonidos son momentos de relación de fuerza”.

Pongamos un ejemplo: mostramos la imagen de un fedayin que atraviesa el río; después una imagen de una miliciana de Al Fatah que enseña a leer a los refugiados de un campo; después una imagen de un “cachorro de león” entrenándose. Estas tres imágenes, ¿qué son? Un conjunto. Ninguna tiene valor por si misma. Quizá un valor sentimental, emotivo o fotográfico. Pero no un valor político. Para tener un valor político, cada una de esas tres imágenes debe estar ligada a estas otras dos. En ese momento, lo que pasa a ser importante es el orden en que se muestran esas imágenes. Porque son partes de un todo político; y el orden en que se ponen representa la línea política. (Godard, 2006: 25)

Lo que Godard y Gorin buscaban en sus trabajos era discutir la construcción discursiva que se realizaba sobre las imágenes y cuanto ellas podrían existir directamente tanto en una búsqueda “imperialista”, como en la construcción de una “revolución”. En ambos caminos, la imagen poseía un papel preponderante en ese proceso. Sin embargo, es importante señalar que en esa lucha política, se buscaba una victoria,una nueva forma de creer en el mundo. Godard y Gorin militaban por una “imagen revolucionaria” que superase a una “imagen imperialista”, la imagen cinematográfica debería ser usada como herramienta de transformación. La imagen debería militar por una causa.

Así como esta “entre imágenes” encontró su derrota en el ámbito socio-histórico con la crisis de las ideologías y la caída de las distintas corrientes políticas que luchaban contra el capitalismo, por otro lado salió victoriosa en el ámbito cinematográfico, al buscar una nueva forma de pensar de las imágenes, para entender ese proceso más amplio de las imágenes técnicas en lo que se refiere a la representación de lo real.

 

05 – La imagen crítica: la imagen que nos mira

Hace mucho tiempo que la imagen cinematográfica dejó de ser vista de forma transparente, de ser un simple reflejo de lo real, de “mostrar la realidad como ella es”. A lo largo de su existencia, estas imágenes ayudaron a consolidar y testimoniar la ascensión y el fin de una enorme cantidad de regímenes, sean democráticos o totalitarios. “Las representaciones oscilan. Los referentes oscilan. Estamos en el momento exacto de estos cambios”(Comolli, 2002: 315). El siglo XX fue el siglo de las imágenes, su historia se confunde con la propia historia de sus representaciones imagéticas. Pero la cuestión que aparece es, ¿cómo pensar dentro del siglo XXI la relación entre las imágenes técnicas y el contexto socio-histórico al cual pertenecen? ¿Cómo establecer nuevas relaciones de percepción de esas imágenes con lo real?

La imagen cinematográfica hoy, frente a la decadencia de las ideologías, ya no lucha más por una causa. Esta imagen en el siglo XXI está hecha por sus excesos, donde el acceso a su realización y reproducción acentuaron su proceso de banalización y, como consecuencia, terminaron por vaciarle el sentido. El hecho de no conseguir distinguir más lo real de sus representaciones terminó por atrofiar una comprensión más profunda en la relación entre la imagen y su contexto socio-histórico.

Simultáneamente a ese intento de coincidencia absoluta con lo real, el cine se acerca también a una coincidencia absoluta consigo mismo –y eso no es contradictorio: es la definición de lo hiper real. El cine se plagia, se vuelve a copiar, rehace sus clásicos, retroactiva los mitos originales, rehace el mundo más perfecto que el mundo original, etc.: todo eso es lógico, el cine está fascinado consigo mismo como objeto perdido tal como está (y nosotros) estamos fascinados por lo real como realen disipación.[viii](Baudrillard, 1991: 64)

Para intentar entender esa problemática, es necesario profundizar lo que Deleuze definió como “entre imagen”, donde más que la imagen en sí, se hace necesario analizar las relaciones existentes “entre las imágenes”. Si en el contexto del cine militante relacionado al Grupo Dziga Vertov, este “entre imágenes” se establecía a partir del enfrentamiento entre distintas imágenes en la búsqueda de una “imagen revolucionaria” que vendría a superar la “imagen imperialista”, en el contexto actual, esa relación “entre imagen” se establece por el factor de la ambigüedad.

The specialist (Itsval Sivan y Rony Brauman, 1999)En una misma imagen, es posible encontrar situaciones ambiguas, como es el ejemplo de algunas escenas del documental Videogramas de una revolución(Harun Farocki, 1992), donde en el mismo cuadro están las imágenes que fueron transmitidas en vivo por la televisión estatal rumana durante la caída del dictador Nicolae Ceucescu y las imágenes de la misma situación que fueron censuradas en la transmisión televisiva. Una misma imagen puede tener un sentido original y al mismo tiempo, alcanzar un sentido contrario de acuerdo a la elaboración narrativa que se busque.

Frente a ese tipo de construcción narrativa, es necesario tener en cuenta a una pieza preponderante en ese proceso: el espectador. Si el cine encaró el espectador como un sujeto a ser educado (imagen propaganda, imagen militante) a lo largo de este nuevo siglo, el cine lo convoca para ser una parte activa en el proceso de recepción del film. Si antes la imagen militante utilizaba el medio cinematográfico como un paso para que el espectador tomara conciencia y reaccionara en su medio social, ahora lo convoca a reaccionar frente a su propia percepción. Lo ambiguo de esas imágenes hace que el espectador sea intimado a completar el film. Esa imagen ambigua termina así por alejar la idea de una creencia ingenua del espectador frente a lo que mira.

En esa imagen inacabada, abierta a ambigüedades, existe en su esencia, un elemento crítico[ix]. Al no asumir un lado discursivo objetivo como buscó el cine militante y de propaganda, esta imagen se propone reflexionar, cuestionar los discursos contenidos en ella. Se trata de una “imagen crítica”. “Una imagen que critica la imagen (…) y por eso una imagen que critica nuestras maneras de mirarla, en la medida en que, al mirarnos, ella nos obliga a mirarla verdaderamente. Y nos obliga a escribir esa mirada, no para transcribirla, sino para constituirla”[x] (Didi Huberman, 2010: 172). Como afirma Didi Huberman, esas imágenes no producen formas estables o regulares: producen formas en formación. Este proceso de concepción de la “imagen crítica” ya se constituye así desde su origen.

El origen no designa el devenir de lo que nació sino lo que está en vías de nacer en el devenir y en la declinación. El origen es un remolino en el río del devenir, y ella arrastra en su ritmo y materia lo que está en vías de aparecer. El origen jamás se da a conocer en la existencia desnuda, evidente, de lo factual, y su rítmica no puede ser percibida sino en una doble óptica. Ella pide para ser reconocida, de un lado, como una restauración, una restitución, de otro lado como algo que por eso mismo es inacabado, siempre abierto. (…) En consecuencia, el origen no emerge de los hechos constatados, pero dice respecto a su pre y post historia.[xi] (Didi Huberman, 2010: 170)

El cine ya posee más de un siglo de existencia y, consecuentemente, la percepción del espectador también fue sufriendo transformaciones a lo largo de ese período. Diferentemente del espectador de los orígenes del cine, actualmente no cree más en la imagen transparente como ilusión de lo real. Desde el estado de inflexión vivido por la imagen cinematográfica a partir de la Segunda Guerra Mundial, la credibilidad de la imagen como reproducción de lo real se encuentra profundamente cuestionado.

Videogramas de una revolución (Harun Farocki y Andrei Ujica, 1992)El espectador hoy acepta la manipulación de la propia representación documental dentro del cine. Un documental como The atomic Café (Jayne Loader, Kevin Rafferty, Pierce Rafferty, 1982), que trabaja con archivos audiovisuales de propaganda americana de la Segunda Guerra Mundial -y que en su parte final decide cambiar el curso de la historia al alcanzar, imaginariamente, con la bomba atómica a los Estados Unidos– reflexiona sobre esa alteración en la percepción del espectador. Correr el riesgo de que el público se identifique con Eichmann enjaulado frente al “espectáculo” judío-israelí en su juicio por el Holocausto como sucedió en The specialist(Itsval Sivan y Rony Brauman, 1999), también forma parte de la idea de la imagen crítica.

Al desafiar nuestra mirada, la imagen crítica tambiéndesafía a nuestras propias creencias. Con su estructura abierta y ambigua, nos desafía a concluir ese proceso de la representación de lo real, de acuerdo a nuestra visión frente a un contexto socio-histórico.

Eso no quiere decir que la historia sea imposible. Quiere simplemente decir que ella es anacrónica. Ni devoción positivista al objeto, ni nostalgia metafísica del solo inmemorial, el pensamiento dialéctico no buscará más reproducir el pasado ni representarlo: en un único lance, lo producirá, emitiendo una imagen como se tiran los dados. Una caída, un choque, una conjunción arriesgada, una configuración resultante: una síntesis no tautológica. Entonces comprendemos que la imagen dialéctica –como concreción nueva, interpretación “crítica” del pasado y del presente, síntoma de la memoria– es exactamente aquello que produce la historia.[xii] (Didi Huberman, 2010: 176-177)

Esa imagen crítica no busca una novedad absoluta (ella ya nace de otra fuente anterior a la actual), ni pretende volver a fuentes anteriores (no busca reproducir su discurso original) ya que despreciando una lectura de convicción y tautología, la imagen crítica alcanza lo que Benjamin llamó “imagen auténtica”, cuando una obra consigue adelantarse identificando el elemento mítico y memorativo del que procede.

Consideraciones finales

Así como lo real y el contexto sociopolítico van cambiando a lo largo de los tiempos, también se transforman las percepciones en la relación de lo real con la imagen cinematográfica. Por el exceso de representaciones en que estamos sumergidos en la actualidad (videos en YouTube, los registros que son posteados en Facebook, por ejemplo) el espectador hoy tiene plena conciencia de lo parcial que es un registro audiovisual, pero todavía sigue queriendo creer que la imagen cinematográfica refleja lo real tal cual es o debería ser.Cambian las formas de las representaciones, pero la búsqueda de la creencia en la imagen como reflejo de lo real permanece, pues eso fue lo que el hombre a lo largo de los siglos tanto luchó para alcanzar y que logró como punto de llegada en el cine.

¿Cómo se ubica la “imagen crítica” en ese proceso? ¿Esa búsqueda por la “imagen crítica” permanecerá por mucho tiempo en el ámbito de la imagen cinematográfica o será solamente una tendencia pasajera de una época, tal cual fue la imagen didáctica, de propaganda y militante que tanto caracterizaron el siglo XX? En el fondo, lo que la “imagen crítica” intenta al problematizar esa relación con la percepción, es crear una forma más profunda de creencia: la de que los discursos sobre lo real y la historia sean tan determinantes para conocer el contexto que abordan, como la propia realidad de la cual se originan.

Por más que cada época termine determinando ciertas tendencias en la forma de pensar la representación de la imagen cinematográfica, el hombre sigue buscando nuevas formas para alimentar la percepción en lo que mira. Si por un lado el cine de propaganda de la Segunda Guerra Mundial hoy en día nos parezca superado, limitado a entender su contexto original, es porque la forma de creencia del espectador en la actualidad ya no atiende más a lo que se buscaba en aquella época. Teniendo en cuenta que el cine documental en su esencia siempre fue un estado constante de reflexión y experimentación sobre los sentidos de la representación contenidos en la imagen, sus futuras producciones de alguna forma seguirán buscando ampliar y cuestionar los sentidos de esa paradoja entre el elemento crítico e ilusorio que tanto mueve al espectador de cine.

Frente a ese contexto actual de excesos de las imágenes técnicas y al mismo tiempo, del vacío de sus sentidos por la facilidad al acceso y producción de dichas imágenes, le cabe al cine documental y a la búsqueda por una “imagen crítica” el seguir problematizando esas representaciones de lo real, para que así sigamos buscando entender el contexto socio-histórico en el cual vivimos o pretendemos vivir y a entender más profundamente nuestra propia percepción frente a lo que miramos.

 

Bibliografía

Baudrillard, Jean (1991), Simulacros e simulações, Relógio D`água, Lisboa.
Bazin, André (1991), O cinema: ensaios, Brasiliense, São Paulo.
Comolli, Jean Louis (2002), “El espejo de dos caras. en Jean Louis Comolli, Filmar para Ver. Escritos de Teoría y Critica de Cine, Ediciones Simurg, Buenos Aires.
Comolli, Jean Louis (2007), “Prisiones de la mirada”. enJean Louis Comolli. Ver y poder – La inocencia perdida: cine televisión, ficción, documental,Aurelia Rivera, Buenos Aires.
Deleuze, Gilles (1986), La imagen-tiempo: estudios sobre cine 2, Paidós, Barcelona.
Didi-Huberman, Georges (2010), O que vemos, o que nos olha, Editora 34, São Paulo.
Didi-Huberman, Georges (2012), Imagens apesar de tudo, Imago, Lisboa.
Farocki, Harun (2013), Desconfiar de las imágenes, Caja Negra, Buenos Aires.
Godard, Jean Luc (2006), Jean Luc Godard documents,Éditions du Centre Pompidou, Paris.
Machado, Arlindo (2011), Pré-cinemas & Pós-cinemas, Papirus, Campinas.
Rotha, Paul (2010), “Algunos principios del documental”, enRevista Cine Documental – Número 2, Buenos Aires. http://revista.cinedocumental.com.ar/numeros/images/n10-img/PDFn10/rotha_algunos%20principios_n2.pdf

Notas

1 “pouco tem a oferecer a uma compreensão ampla do nascimento e do desenvolvimento do cinema”. (Machado, 2011: 15)
2 “Quanto mais os historiadores se afundam na história do cinema, na tentativa de desenterrar o primeiro ancestral, mais eles são remetidos para trás, até os mitos e ritos dos primórdios. Qualquer marco cronológico que possam eleger como inaugural será sempre arbitrário, pois o desejo e a procura do cinema são tão velhos quanto a civilização de que somos filhos”. (Machado, 2011: 14)
3tendo a perspectiva resolvido o problema das formas, mas não o do movimento, era natural que o realismo se prolongasse numa busca da expressão dramática no instante, espécie de quarta dimensão psíquica capaz de sugerir a vida na imobilidade torturada da arte barroca”. (Bazin, 1991: 21)
4 “A fotografia, ao redimir o barroco, liberou as artes plásticas de sua obsessão pela semelhança. (…) A objetividade da fotografia confere-lhe um poder de credibilidade ausente de qualquer obra pictórica. Sejam quais forem as objeções do nosso espírito crítico, somos obrigados a crer na existência do objeto representado, literalmente re-presentado, quer dizer, tornado presente no tempo e no espaço”. (Bazin, 1991: 21-22)
5A fotografia e o cinema contribuíram largamente para secularizar a história, para fixar na sua forma visível, “objetiva”, à custa dos mitos que a percorriam”. (Baudrillard, 1991: 65)
6 “(…) a fonte nunca é um “puro” ponto originário, mas um tempo já estratificado, complexo. (…) Era preciso, enfim, compreender que a história se constrói em torno de lacunas que perpetuamente se questionam, sem nunca serem totalmente preenchidas. (…)
A partir daí, escarnece-se do que há de mais precioso no testemunho apesar de toda a imperfeição e apesar de toda a disjunção: a saber, os próprios restos, esses vestígios em que a imperfeição simultaneamente se diz (visto que o vestígio supõe, significa a destruição) e se contradiz (visto que o vestígio resiste, sobrevive à destruição)”. (Didi Huberman, 2012: 132, 136)
7 “A partir de mi primer trabajo sobre el tema llamé “imágenes operativas” a estas imágenes que no están hechas para entretener ni para informar. Imágenes que no buscan simplemente reproducir algo, sino que son más bien parte de una operación”. (Farocki, 2013: 153)
8 “Simultaneamente a esta tentativa de coincidência absoluta com o real, o cinema aproxima-se também de uma coincidência absoluta consigo próprio – e isto não é contraditório: é mesmo a definição do hiper-real. O cinema plagia-se, recopia-se, refaz os seus clássicos, retroativa os mitos originais, refaz o mundo mais perfeito que o mundo de origem, etc.: tudo isto é lógico, o cinema está fascinado consigo próprio como objeto perdido tal como está (e nós) estamos fascinados pelo real como real em dissipação”. (Baudrillard, 1991: 64)
9 “Tal es por tanto la función de la imagen dialéctica, la de mantener una ambigüedad – forma de “dialéctica en suspensión” – que inquietará el llamado y exigirá de la razón el esfuerzo de un adelantamiento, de una auto ironía”. (Didi Huberman, 2010: 189)
(Tal é por tanto a função da imagem dialética, a de manter uma ambiguidade – forma de “dialética em suspenção” – que inquietará o chamado e exigirá da razão o esforço de uma ultrapassagem, de uma auto-ironia).
10 “Uma imagem que critica a imagem (…) e por isso uma imagem que critica nossas maneiras de vê-la, na medida em que, ao nos olhar, ela nos obriga a olhá-la verdadeiramente. E nos obriga a escrever esse olhar, não para “transcrevê-lo”, mas para constitui-lo”. (Didi Huberman, 2010: 172)
11 “A origem não designa o devir do que nasceu, mas sim o que está em via de nascer no devir e no declínio. A origem é um turbilhão no rio do devir, e ela arrasta em seu ritmo e matéria do que está em via de aparecer. A origem jamais se dá a conhecer na existência nua, evidente, do fatual, e sua rítmica não pode ser percebida senão numa dupla ótica. Ela pede para ser reconhecida, de um lado, como uma restauração, uma restituição, de outro lado como algo que por isso mesmo é inacabado, sempre aberto. (…) Em consequência, a origem não emerge dos fatos constatados, mas diz respeito a sua pré e pós-história”. (Didi Huberman, 2010: 170)
12 “Isto não quer dizer que a história seja impossível. Quer simplesmente dizer que ela é anacrônica. Nem devoção positivista ao objeto, nem nostalgia metafísica do solo imemorial, o pensamento dialético não mais buscará reproduzir o passado, representá-lo: num único lance, o produzirá, emitindo uma imagem como se emite um lance de dados. Uma queda, um choque, um conjunção arriscada, uma configuração resultante: uma síntese não tautológica.
Então compreendemos que a imagem dialética – como concreção nova, interpenetração “crítica” do passado e do presente, sintoma da memória– é exatamente aquilo que produz a história”. (Didi Huberman, 2010: 176-177)

Una comparación de las teorías del cine documental de Bill Nichols y Carl Plantinga: fundamentos, definiciones y categorizaciones

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María Del Rincón Yohn

 

Resumen

El presente artículo busca comparar los aspectos más relevantes de las teorías del documental expuestas por Bill Nichols y Carl Plantinga con el fin de alcanzar un conocimiento de la base sobre la que cada uno asienta su planteamiento. Se hará un recorrido por la concepción de la no-ficción de ambos autores, las definiciones de documental que proponen y la forma en que ambos establecen distintos modelos de categorización de documentales.
Palabras clave: Bill Nichols, Carl Plantinga, Teoría documental, modalidades documentales, Comparación teórica.

 

Resumo

O presente artigo busca comparar os aspectos mais relevantes das teorias do documentário expostas por Bill Nichols e Carl Plantinga, com a finalidade de alcançar um conhecimento da base sobre a qual cada um assenta seu questionamento. Será feito um recorrido pela concepção da não ficção de ambos os autores, pelas definições de documentário que propõem e pela forma em que ambos estabelecem distintos modelos de categorização de documentários.
Palavras-chave: Bill Nichols, Carl Plantinga, Teoria do documentário, Modalidades documentais, Comparação teórica.

 

Abstract

The present article aims to compare the most relevant aspects of Bill Nichols and Carl Plantinga’s documentary theories fostering an understanding of the basis on which each author builds his own approach. The article will explore the concept of “non-fiction” in both authors, the definitions of documentary they propose and the way in which Nichols and Plantinga provide different models for categorizing documentary films.
Key words: Bill Nichols, Carl Plantinga, Documentary theory, Documentary modes, Theoretical comparison.

 

Datos de la autora

María Del Rincón Yohn, Licenciada en Comunicación Audiovisual, Universidad de Navarra. mdel@alumni.unav.es

Fecha de recepción: 18 de agosto de 2014
Fecha de aprobación: 16 de septiembre de 2014

 

Introducción

Aunque el cine documental existe desde principios del siglo XX, el estudio académico sobre este tipo de cine no comenzó a cobrar cierta importancia hasta las últimas décadas del siglo XX. Este artículo pretende comparar los aspectos más relevantes de las teorías del documental expuestas por dos académicos de referencia, Bill Nichols y Carl Plantinga. Dicha comparación resulta de gran interés dada la influencia de ambos autores en el ámbito académico puesto que han desarrollado una amplia investigación acerca de cuestiones conceptuales del cine documental. Bill Nichols es considerado uno de los primeros teóricos del documental. Su teoría y su categorización del documental según las modalidades de representación han tenido una gran aceptación y sus obras son de obligada referencia para cualquier teórico de este ámbito. La teoría de Carl Plantinga no ha tenido tanta difusión como la de Nichols, pero ha estudiado el documental en profundidad llegando a establecer una teoría muy estructurada. Antonio Weinrichter ha dado a conocer a este teórico en el mundo hispánico achacando su escaso impacto en la literatura a la postura de Plantinga de oposición a la teoría de los “gurús” del documental como Nichols (Weinrichter, 2004: 23). Una puesta en relación de estos dos autores permite distinguir diferentes formas de aproximarse al cine documental partiendo de concepciones de la no-ficción distintas.

Introduction to documentary (Bill Nichols)Para realizar dicha comparación se han estudiado las obras principales de ambos autores en las que plasman sus teorías del documental. Este artículo trabaja con dichas fuentes, poniendo en diálogo a estos dos autores sin acudir a otros teóricos similares ni a quienes cuestionan sus teorías. De Bill Nichols se hará mayor referencia a La representación de la realidad (1997), Blurred Boundaries (1994) e Introduction to documentary (2001). Para analizar la teoría de Plantinga se acudirá en mayor medida a artículos académicos, ya que este autor ha publicado menos libros. Se estudiará el libro que compila toda su teoría, Rhetoric and Representation in Nonfiction Film (1997); el capítulo Documentary recogido en The Routledge Companion to Philosophy and Film (2008), traducido en 2011 en la revista Cine Documental, y artículos académicos entre los que destaca “What a Documentary Is, After All” publicado en The Journal of Aesthetics and Art Criticism en 2005. La obra de Plantinga conduce en varias ocasiones a la de Nichols, puesto que suele hacer referencia a sus teorías, ya sea para refrendarlas como para criticarlas.

La comparación recogida en este trabajo no pretende ser exhaustiva, sino que enfatiza aquellos aspectos fundamentales del documental que articulan las teorías de ambos autores. Se analizará, en primer lugar, la visión de fondo de estos autores sobre el documental. Esta comprensión del cine documental se basa en la manera en que conciben el cine de no-ficción y su relación con el mundo, el cineasta y los espectadores -los tres elementos que se entrelazan en el triángulo comunicativo también aplicable al documental (Nichols, 2001: 61-64)-, y en algunos elementos que caracterizan al documental distinguiéndolo de la ficción y su finalidad. El segundo apartado compara la triple definición propuesta por Nichols del concepto documental, con la caracterización realizada por Carl Plantinga. Los atributos que cada autor señala como definitorios o, por lo menos como comunes al documental, marcan las pautas que dan cohesión a las teorías planteadas. Para terminar, se analizará la manera en que ambos autores formulan categorías que permitan agrupar documentales con características comunes. Se estudiará aquí la base fundamental de esas tipologías que Nichols concreta en las modalidades de representación y Plantinga en las voces del documental y se compararán también las clasificaciones realizadas por cada uno.

Para concluir esta introducción puede resultar de ayuda una aclaración sobre los términos empleados, en especial “documental” y “no-ficción” que se emplearán indistintamente. Bill Nichols en su obra hace referencia a los documentales, mientras que Plantinga suele optar por el término “no-ficción” por tratarse de un grupo de obras más amplio (Plantinga, 1997: 224). Aunque Plantinga establece esta distinción como arranque de su obra, en sus escritos tiende a usar ambos términos como sinónimos.1 Para no excluir las obras que Plantinga contempla en su teoría y que no son estrictamente documentales, emplearemos ambos términos con valores similares y se explicitará en caso de establecer una distinción clara.

 

Visión del documental

La representación de la realidad (Bill Nichols)Aunque las teorías de Bill Nichols y Carl Plantinga tienen bastante en común, difieren en varios puntos. Una comprensión de la visión general que tienen ambos autores respecto al documental o al término más amplio de no-ficción puede ser de gran ayuda a la hora de comprender el porqué de sus teorías. Nichols y Plantinga tienen una concepción diferente de lo que es una obra documental: ambos adjudican a la no-ficción unas finalidades distintas y difieren a la hora de establecer una relación entre las películas y la realidad.

Para poner en diálogo las concepciones de fondo de ambos, obviaremos una comparación de cuestiones secundarias para referirnos a los asuntos esenciales que configuran su forma de comprender el cine documental. Un aspecto de gran relevancia para acercarnos a ese núcleo de sus teorías es la noción compartida por ambos autores del documental como configurador social. Tanto Nichols como Plantinga defienden que los documentales son una forma de representación social y de gran relevancia para la formación del conjunto social.2

Bill Nichols se refiere a las obras de no-ficción con el término “documentales de representación social”.3  Esta representación social de los documentales es conseguida por la relación de las obras con el mundo histórico y a través de unos recursos retóricos. Así, en palabras de Nichols, “[los documentales] hacen visible y audible el material de la realidad social en una forma particular, en consonancia con los actos de selección y organización llevados a cabo por el cineasta” (2001: 1-2).4 Los documentales, como indican estas palabras, son una prueba del mundo, una prueba transmitida al espectador. La teoría de Nichols está fundada en la asunción del documental como forma de comunicar un mensaje al espectador: “La tradición documental depende en gran medida de su capacidad para transmitirnos la impresión de autenticidad. […] Cuando creemos que lo que vemos ofrece un testimonio de la forma en que el mundo es, puede formar la base para nuestra orientación hacia o nuestra acción en el mundo” (2001: xiii).5 La concepción de Nichols plantea una forma de transmisión de unos contenidos a un receptor para provocar en él una reacción, por lo que la finalidad principal del documental es para el autor la de hacer actuar al espectador para conformar una realidad social. Los documentales y otros discursos de sobriedad son para el autor transmisores de “acción e intervención, poder, deseo y voluntad” (Nichols, 2001: 39).

Esta visión no es compartida por Carl Plantinga. Aunque éste también considera el documental como un discurso social y confía en que las películas de no-ficción pueden contribuir a la mejora de la sociedad, no acepta la afirmación de ese único propósito que defiende Nichols. En su Rhetoric and Representation of Nonfiction Film defiende una postura contraria, con un supuesto extremo que ayuda a comprender esa visión:

Supongamos que un teórico afirmara que la escritura de no ficción debiera tener un objetivo social claro, y que consistiera en la elaboración de argumentos, a menos que pudiéramos forzar estas estipulaciones para adaptarse a las biografías, diarios, literatura de viajes y naturaleza, cartas, ensayos sobre asuntos no sociales, ensayos creativos, manuales de instrucciones […], los consideraríamos innecesariamente preceptivos. La sociedad emplea las películas de no ficción para cientos de propósitos; no podemos continuar pensando en un único propósito como su única función legítima. (1997: 28-29)6

Plantinga no considera que lo primordial de la no-ficción sea la transmisión de argumentos, como hace Nichols (Nichols, 1997: 32-34), sino la aserción de que el mundo representado es verídico (Plantinga, 2005: 114). Plantinga apoya el valor social de la representación documental en la adecuación de la representación al mundo histórico. En su estudio de la pragmática del cine de no-ficción propone un acercamiento que permita adscribir el realismo fotográfico sin ser tildado de ingenuo.7  Así, defiende la naturaleza referencial de la imagen fotográfica, como índice y como icono, ya que “las obras de no-ficción van más allá de un mero discurso, tratan sobre algo y hacen afirmaciones y aserciones sobre la realidad extrafílmica” (Plantinga, 1997: 43)8. El autor distingue entre el qué representado, mundo proyectado que es “modelo del mundo actual” (1997: 84) y el cómo, que sería el discurso, la forma en que se organizan las imágenes fílmicas (1997: 83-100). Por lo tanto, la no-ficción es para Plantinga un discurso social, que para contribuir a la conformación social ha de fundamentarse sobre un tratamiento veraz sobre el mundo, no tanto en la construcción y propuesta de una visión particular sobre el mundo desarrollado por el cineasta:

Por supuesto muchos documentales construyen argumentos. Sin embargo, escritores como Nichols claramente pretenden que sus afirmaciones puedan aplicarse a un amplio espectro de películas de no-ficción. […] Uno puede contestar que cada película tiene unas implicaciones políticas, y que, por lo tanto, todas las películas presentan un “argumento” sobre la realidad. […] Por otra parte, si concebimos el argumento como una serie ordenada de premisas que conducen a una conclusión, entonces muchas películas de no-ficción poco tienen que ver con los argumentos. (1997: 13-14)9

En resumen, aunque las concepciones que ambos autores tienen sobre el documental parten de un mismo presupuesto sobre el realismo de la no-ficción, Nichols y Plantinga toman caminos distintos a la hora de explicar el núcleo de este tipo de cine. La teoría del documental propuesta por Bill Nichols hace especial hincapié en la “misión” del cineasta de construir una realidad social (1997: 40). Valora en gran medida el argumento que el realizador construye y que dicho argumento tenga unos efectos en el espectador. Nichols parece apoyarse, a grandes rasgos, en la teoría de la información al enfatizar el proceso en que un mensaje es “transportado” a la sociedad provocando unos efectos. El emisor del mensaje codifica unos aspectos del mundo histórico formando un argumento propio en forma de documental que expresa a través del comentario provocando en el espectador un efecto expresado como “véalo a mi manera” (Nichols, 1997: 170-172). El documental parecería no tener sentido para este autor si no llegara a influir en el espectador, por lo que los elementos esenciales del documental serían para Nichols el realizador y el efecto que el documental ejerce en la sociedad. Carl Plantinga adopta una visión un tanto distinta. Lo esencial en su concepción del documental no es la misión social que desempeña, sino la representación del mundo histórico. Para Plantinga, aunque el documental ofrezca una interpretación personal del mundo, el cineasta deberá poder afirmar que dicha interpretación es veraz (1997: 221). El autor no niega la dificultad de un acceso a la complejidad del mundo, pero confía en la interpretación que la audiencia hace de la representación que el cineasta le presenta. La audiencia no es para Plantinga un mero receptor (o un receptor movido a la acción como el de Nichols), sino que da por supuesta una actitud activa que lo lleva a juzgar lo representado en el documental (1996: 94). Así, apoya su concepción sobre el cine de no-ficción en la propia representación del mundo histórico y en cómo la audiencia recibe dichas representaciones en una dinámica de integración contrapuesta a la de transmisión propuesta por Nichols.

 

Definición de documental

Rhetoric and representation in nonfiction film (Carl Plantinga)Desde que John Grierson acuñara el término definiéndolo como el “tratamiento creativo de la realidad” (Grierson y Hardy, 1979: 13) ha habido varios intentos de definir el concepto de documental. Ni Bill Nichols ni Carl Plantinga proponen una definición cerrada, sino que hacen aproximaciones o muestran elementos comunes de este tipo de cine. Veremos a continuación cómo las caracterizaciones que estos teóricos presentan están muy ligadas a la manera en que ambos conciben el cine documental, como se ha expuesto más arriba.

La necesidad de proponer una definición de un término tan complejo como es “documental” parece algo evidente para ambos autores. Carl Plantinga hace una reflexión en Rhetoric and Representation in Nonfiction Film sobre el porqué de la categorización, las definiciones y la distinción documental-ficción, afirmando que el acto de definir el documental suele estar relacionado con cuestiones de poder y control (Plantinga, 1997: 8), ya que las definiciones propuestas por organizaciones u otros colectivos promoverán la financiación y realización de un determinado estilo de películas. Abordaremos la discusión sobre las definiciones propuestas por ambos autores, ya que como afirma Plantinga, “las preguntas sobre la naturaleza y función de la no-ficción y el documental infunden todos los debates teóricos sobre el género” (1997: 7).

Tanto Bill Nichols como Carl Plantinga emprenden en sus obras la complicada labor de intentar definir el documental para poder desarrollar sus teorías coincidiendo en la dificultad de esta tarea, ya que ninguna definición fijada les parece que sea válida y que abarque todos los documentales a lo largo de la historia. Reconocen también que se trata de un término borroso y con fronteras difusas, por lo que proponen sus definiciones desde los documentales prototípicos que normalmente presentan, como afirma Nichols, “cualidades o elementos ejemplares sin requerir que todo documental exhiba todas ellas” (2001: 21)10 y que, en opinión de Plantinga, permiten conocer lo que nuestra cultura considera central en el documental (Plantinga, 1997: 15). Todo esto lleva a los dos teóricos a rechazar un intento de establecer una definición tradicional, Bill Nichols opta por una aproximación desde tres ángulos distintos; Carl Plantinga ofrece lo que él denomina una “caracterización”.

Una idea clave para Nichols en su definición del documental es que se trata de algo cambiante. No alude a los estilos ni a la forma del documental, sino que parece referirse a la misma naturaleza del documental: “El documental nunca ha sido una única cosa. […] Podemos emplear esta historia cambiante de lo que se considera como un documental como un signo de la cualidad variable, de final abierto y dinámica de la forma en sí misma” (Nichols, 2001:25)11 Es la percepción de esa naturaleza dialéctica lo que conduce a Nichols a no articular su definición del documental con una finalidad ontológica que capte su esencia, sino a proponer una definición que aborde los aspectos más importantes (1997: 42). Así, el autor propone definir el documental desde tres ángulos: el realizador, el texto y el espectador. Plantinga identifica esta definición indirectamente ofrecida por Nichols como “una institución proteica constituida por textos, una comunidad de profesionales y unas prácticas convencionales, sujetos al cambio histórico” (1997: 13)12, considerando, por tanto, que resulta reduccionista y excluye muchos documentales, como los poéticos (1997: 13-14). Nichols parece excluir la posibilidad de identificar algún elemento común a todos los documentales, aunque más tarde explicaremos cómo toma el argumento como elemento central en la no-ficción.

Plantinga percibe también que una definición tradicional que busque la esencia del documental caerá en una posible generalización o en nociones demasiado estrechas. Por ello propone una caracterización como una “reproducción verídica aseverada” (2005: 114), aplicable a todos los documentales e independiente de los cambios históricos y características individuales. Esta caracterización apoya las perspectivas del documental como prueba y aserción (Plantinga, 2005: 113), pero sin enfatizar ninguna como central. En el documental, la grabación y la aseveración se dan a la vez, por lo tanto lo característico de la representación documental es el compromiso que el cineasta adquiere a la hora de afirmar que los materiales empleados en su documental son fiables para mostrar al espectador cómo es, fue o podrá ser el mundo real.

Para Plantinga, una correcta caracterización del documental habrá de tener en cuenta los procesos de recepción del espectador así como las cualidades intrínsecas del texto y el contexto cultural (2000: 138). Por lo tanto, su caracterización del documental se basa en una función activa tanto del realizador como del espectador. La confianza en el documental depende fundamentalmente de la confianza otorgada por el espectador al cineasta, la congruencia de las afirmaciones hechas en el documental y la sensación general de credibilidad creada por el texto (Plantinga, 2000: 137).

Bill Nichols tiene otra visión del espectador en su teoría y definición del documental. Así como para Plantinga el espectador y el realizador parecen los elementos claves del documental a través de la aserción de veracidad y la interpretación, en la teoría de Nichols cobra mayor peso el texto documental, construido mediante argumentos. Las tres aproximaciones que hace el teórico al documental parecen confluir en un elemento común: los argumentos sobre el mundo que el realizador construye y transmite a través de unas convenciones a unos espectadores. Nichols remarca en varias ocasiones el papel central de los argumentos: “La lógica organizativa de un documental enfatiza un argumento subyacente, una aserción o afirmación sobre el mundo histórico que otorga a este género un sentido de particularidad” (2001: 27)13. Así también afirma que:

El documental comienza con la representación concreta de personas y lugares, situaciones y acontecimientos, pero su éxito depende en mucho mayor grado de su capacidad para inducirnos a que deduzcamos enseñanzas de mayor calado, perspectivas más amplias o conceptos más generales a partir de los detalles que nos ofrece. Cada montaje o corte es un paso hacia adelante en una argumentación. (1997: 60)

Puede percibirse aquí esa “misión” de la que hablábamos más arriba al tratar sobre la visión del documental subyacente en la teoría de Nichols. El espectador pasa a ser un receptor un tanto pasivo que se enfrenta al documental con la expectativa de que su ansia de conocimiento será gratificada (1997: 62). Nichols en Introduction to Documentary recoge con formulaciones verbales las distintas formas en que los elementos de un documental se ponen en relación: “Yo te hablo sobre ellos”, “él nos habla sobre ellos o sobre él” o “yo o nosotros te hablamos sobre nosotros” (2001: 13-19). Estas variaciones representan formas de relación entre el realizador y el sujeto representado en el documental, dejando entrever el papel del espectador: el de receptor de un mensaje. Nichols sostiene que el documental promete conocimientos, información, concienciación y percepciones a través de la lógica informativa, la retórica persuasiva o el lenguaje poético del documental. Promete esa gratificación de saber que el agente cognoscente compartirá su conocimiento con quienes deseen conocer (Nichols, 2001: 40-41).

Estas afirmaciones confirman el planteamiento antes apuntado de que definir el documental es una cuestión de poder, de responsabilidad y deber en el caso de esta aproximación. El énfasis de la definición de documental propuesta por Nichols recae en el cineasta y los argumentos por él expuestos llegando a tener resonancias de una misión autoimpuesta como deja entreverse en estas palabras del autor:

Lo que conocemos y cómo llegamos a creer en lo que conocemos, son asuntos de importancia social. El poder y la responsabilidad residen en el conocimiento; el uso que hacemos de lo que aprendemos va más allá de nuestra relación con la película documental en sí, llegando a nuestra relación con el mundo histórico representado en dichas películas. (2001: 41)14

Nichols no niega la capacidad de interpretación del espectador, pero parece subordinarla a las decisiones tomadas por el realizador. Ese compromiso del que habla parece referirse más bien a un pacto de confianza entre el espectador y el cineasta: el espectador es capaz de interpretar un documental como tal porque el cineasta empleó unos procedimientos de compromiso retórico. Al definir el documental como una práctica institucional llevada a cabo por una comunidad de practicantes (1997: 45), Nichols supedita el término documental a la decisión tomada por los propios realizadores. El documental será, por tanto aquello, que los grupos e instituciones de realizadores afirmen.

La definición que Nichols propone del documental manifiesta una concepción lineal del proceso comunicativo en cuyo centro se situaría el emisor. Nichols enfatiza el papel relevante del realizador y del mensaje. Plantinga, por su parte, propone una definición basada en la relación mutua: el realizador asevera que la representación es verídica como una manera de facilitar la interpretación al espectador. Plantinga afirma que el potencial de la no-ficción se encuentra en su capacidad de diseminar información y aspectos sobre el mundo como ningún otro medio puede hacer (1997: 221). Esa consideración pone de relieve el valor que Plantinga otorga al mundo representado y al espectador. El cineasta asevera que los hechos representados ocurrieron u ocurren en el mundo como se muestra en la película, permitiendo así a los espectadores un acceso a esa realidad, no como un privilegio que el realizador otorga –como parece indicar lo expuesto por Bill Nichols–, sino como un derecho que toda persona posee y a cuyo disfrute contribuye el realizador de documentales.

 

Categorización

The Routledge companion to philosophy and film (Livingstone y Plantinga)La organización de los documentales en grupos con características determinadas permite inferir asuntos no simplemente de orden, sino de relevancia conceptual. Nichols apunta la necesidad de un estudio sobre este asunto ya que la cuestión sobre las modalidades del documental existentes tiene valor conceptual y es necesario estudiarla en profundidad: “La idea de las modalidades, o distintos tipos, de documentales necesita ser pensada y desarrollada en sí antes de que puedan aplicarse históricamente” (2001: xiv).15 Cada uno de los dos autores estudiados concibe una forma distinta de tipificar y clasificar los documentales, debido a una percepción diferente de los elementos definitorios del documental y de la misma naturaleza de las categorías. Los propios autores manifiestan que no es su intención proponer unas categorías cerradas e inamovibles, y no resultan contradictorias ni excluyentes entre sí, pero en sus categorizaciones ponen de manifiesto sus formas de concebir el documental.

Tanto Nichols como Plantinga, aunque proponen formas muy distintas de clasificar las películas documentales, parecen partir del mismo origen: la forma de dirigirse al espectador, es decir, la voz del documental. De hecho, Nichols partió de una categorización de modos de tratamiento similar a la de las voces de Plantinga, distinguiendo entre tratamiento directo e indirecto según la forma en que el cineasta se dirigía al espectador a través de la obra documental (Nichols, 1981: 182). Pero la tipología de documentales de este autor pasó más tarde a centrarse en las distintas formas de representar la realidad.16 Las diferencias a la hora de clasificar o formar categorías de Nichols y Plantinga se deben, en gran medida, a la finalidad que encuentran en el mismo hecho de categorizar. Nichols presenta las modalidades como “una forma de organizar textos en relación con ciertos rasgos o convenciones recurrentes” (Nichols, 1997: 65). Plantinga a pesar de encontrar útil la tipología de Nichols por su descripción histórica y heurística (1997: 101), percibe en ella algunos problemas, y critica en especial su teleología interna que favorece el último modo y la no inclusión de documentales poéticos o experimentales (Plantinga, 1997: 101-106).17 Por ello Plantinga propone lo que él denomina las voces del documental como “una tipología heurística, porque […] el propósito de una tipología no está tanto en categorizar como en llamar la atención sobre algunas de las funciones primordiales de las películas de no-ficción y sobre los medios textuales mediante los cuales realizan dichas funciones” (1997: 106).18

La categorización de Nichols propone un conjunto de varias formas de representación con características formales distintas para cada modalidad. Las seis modalidades que enumera agrupan documentales con variantes textuales y formales.19 La categorización de Plantinga, en cambio, divide los documentales en tres voces más amplias que permiten abarcar todo tipo de documentales (con el término “voz” Plantinga hace referencia a la perspectiva tomada por el documental, la autoridad con la que la propia película “habla”. No se trata por tanto de la voz en sentido estricto –voz en off, voz over, etc.–). Cada voz abarca distintas características, ya que no se trata de una tipología que agrupe formas de representación, sino voces con las que los documentales se dirigen a la audiencia.

Podríamos considerar las modalidades de Nichols como un modelo para realizadores (Nichols, 2001: 99-100). El propio Nichols afirma que estas categorías son “producto de la realización cinematográfica” (1997: 66). Su categorización sigue la lógica de una teoría de los géneros, que estudia unas voces compartidas por distintas películas, convirtiendo las modalidades en subgéneros del documental (2001: 99). Nichols afirma que esas nuevas modalidades, que van surgiendo como forma de subsanar deficiencias de las anteriores, “transmiten una nueva perspectiva sobre la realidad” (1997: 66). Este aspecto de la tipología da lugar a identificar distintos realismos según diferentes momentos. Lo considerado como realista en una época puede dejar de serlo en otra. Así, el mostrar al propio cineasta en pantalla o los métodos de producción sería considerado como un fallo o como una muestra de “sinceridad” con la audiencia según la época. Nichols también explica cómo los documentales expositivos o de observación resultan insuficientes para representar el mundo en su complejidad, y propone una estructura reflexiva que transmita mediante su forma compleja dicha característica del mundo. Plantinga considera que esta tipología cae en una “falacia de la forma imitativa” que asume que la forma del discurso debe imitar al sujeto real y puede derivar en un cierto escepticismo que opte por formas complejas ante la dificultad de comprender y conocer el mundo (Plantinga, 1997: 198).

Las modalidades de Nichols parecen considerar que también el espectador cambia según la época por lo que cada modo plantea distintas maneras, no de dirigirse al espectador –como hace Plantinga con sus voces–, sino de relacionarse con él. Nichols plantea una serie de convenciones formales que transmitan argumentos al espectador de forma idónea. El espectador de principios de siglo parecía aceptar todo como verídico, mientras que el de los años 70 mira todo lo autoritario con recelo y escepticismo, necesitando otro modo de representación de la realidad. La modalidad adecuada favorecerá la función social del documental que Nichols otorga al mismo. Este autor afirma que el documental ha de esforzarse en convencer o predisponer a la audiencia de una forma concreta sobre algún aspecto del mundo (2001: 69) y ha de hacerlo a través de una representación “creíble, convincente y atractiva” (2001: 164). Por eso, Nichols en La representación de la realidad otorga tanta importancia al documental reflexivo, por su capacidad de implicar a la audiencia socialmente (1997: 106). Más tarde, al tratar sobre el documental performativo, Nichols confirma ese planteamiento de que solo se puede representar el mundo en su complejidad con formas complejas.

Carl Plantinga examina también la forma en que el documental se dirige a la audiencia en cada voz en términos de grado de autoridad, pero critica duramente la teoría de Nichols, llegando a afirmar que la postura de este autor y otros que favorecen una estructura teleológica puede deberse a una postura presentista sofisticada que tiende a subestimar la inteligencia de las audiencias (Plantinga, 1997:101-104). Es a través de las características textuales y formales de la película como Plantinga infiere la voz adoptada por el cineasta, que lo conducen a proponer una categorización que sirva para la interpretación y para el estudio pragmático del documental. La voz, por lo tanto, se manifiesta en el documental mediante unas características, que, una vez analizadas, ofrecen indicios para la correcta interpretación y categorización. Plantinga propone unas voces aplicables a cada película documental de forma individual: voz formal, voz abierta y voz poética. La suya no es una categorización que sirva como establecedora de géneros, sino que analiza la finalidad de cada documental a través de sus voces (Plantinga, 1997: 106). Él atribuye distintas finalidades a cada una de las voces documentales matizando así la relación que el cineasta establece con el mundo y con la audiencia (Plantinga, 1997: 101). Este proceso parece ser inverso al que Nichols emplea para tipificar, pues éste parte de la actitud de superioridad que el cineasta toma ante el espectador para construir un discurso convincente mediante los mejores recursos formales. La teoría de Plantinga se apoya en la forma de conocer el mundo del propio cineasta para su posterior transmisión a un público. La autoridad narrativa que determina cada una de las voces procede de la relación que el cineasta establece con el mundo y que le lleva a afirmar aspectos del mismo, siempre partiendo de la confianza del autor en la capacidad del hombre de conocer la realidad. Así, lo que distingue a las voces es la autoridad narrativa adoptada por el realizador: la voz formal transmite los conocimientos con seguridad, la abierta lo hace con duda y la poética no transmite conocimientos sino aspectos estéticos del mundo (Plantinga, 1997: 109). Esa voz a la que Plantinga se refiere, implica una visión humana del documental:

Toda película es construida por humanos con alguna finalidad comunicativa y el uso de la voz para denotar la perspectiva de la narración rinde tributo a la realización de la no-ficción como una forma de comunicación humana. La película de no-ficción es un texto físico empleado para comunicar, incluyendo un discurso abstracto que presenta información de un mundo proyectado y una “voz” que expresa dicha información desde cierta perspectiva. Plantinga, 1997: 100) 20

Aunque las tipologías de estos autores difieren en muchos aspectos y parecen referirse a ámbitos distintos (representación e interpretación), no resultan excluyentes. Nichols afronta esa tarea de categorización desde la perspectiva de los géneros, mientras que Plantinga lo hace desde la de los autores. La variabilidad en el número de modalidades propuestas por Nichols puede deberse a una cierta confusión a la hora de estudiar las nuevas formas del documental. Igual que con el cine de ficción, la adscripción de obras contemporáneas a géneros resulta ardua; así, documentales como Far from Poland o The Thin Blue Line pueden considerarse dentro de varias modalidades documentales (performativa, interactiva, reflexiva…). Sin embargo, todo documental, independientemente del modo de representación empleado por el cineasta, posee una voz individual, como afirman ambos autores, por lo que ambas categorizaciones son válidas y complementarias: Las modalidades de representación propuestas por Nichols aportan unas características comunes útiles para el realizador, que puede, sin embargo, dirigirse al espectador empleando una de las distintas voces propuestas por Plantinga. Asimismo, también posee validez el planteamiento inverso: una determinada voz documental, una perspectiva desde la que el documental se dirija al espectador, puede inferirse en documentales construidos mediante distintas modalidades de representación.

 

Conclusiones

Este trabajo ha recorrido los aspectos centrales de la teoría del documental de Bill Nichols y Carl Plantinga poniéndolos en relación para inferir diferencias y semejanzas en sus planteamientos y para identificar las concepciones de fondo que sirven a estos autores de sustento para construir dichas teorías. Esas concepciones se apoyan en diferentes maneras de comprender la naturaleza de la comunicación. Así Bill Nichols considera el documental como un medio de transmisión de conocimientos necesarios para la comprensión del mundo y la consiguiente actuación social, mientras que Plantinga, por su parte, entiende el documental como un pacto de confianza entre el cineasta y el espectador.

Bill Nichols, al concebir el cine documental como un instrumento de transmisión de mensajes para la configuración social, propone una teoría dirigida a formar un argumento convincente que consiga ese objetivo. De ahí que Nichols considere que las modalidades reflexiva y performativa son “éticamente superiores” (Plantinga, 1997: 102), puesto que ambas enfatizan la complejidad de esa transmisión.

Carl Plantinga no comparte esta visión del documental, puesto que parte de un presupuesto diferente. Para este autor, la comunicación depende en gran medida de la interacción entre el emisor y el receptor. La comunicación, como la concibe Plantinga, no parte del cineasta, sino que tiene como primer elemento el mundo, que una vez conocido por el realizador es transmitido al espectador mediante una representación.

Las teorías de estos dos autores se distinguen, por lo tanto, en la forma de comprender la finalidad del documental y la comunicación; pero estas diferencias no restan valía a la relevancia de ambos académicos en el ámbito de la teoría documental. Bill Nichols publicó su obra pionera en los estudios contemporáneos sobre cine documental, Representing Reality: Issues and Concepts in Documentary, en 1991; pero a pesar de haber transcurrido ya más de veinte años, su teoría continúa siendo de gran vigencia para el análisis de obras documentales de muy distintos orígenes y estilos. También la obra de Carl Plantinga tiene gran peso en el estudio del documental: su profunda fundamentación filosófica del cine documental ha contribuido a que su nombre figure entre los académicos más reconocidos en el ámbito cinematográfico. Así, por ejemplo, el reciente libro editado por Brian Winston, The Documentary Film Book (2013), arranca con un artículo de Bill Nichols sobre la cuestión de la evidencia y prosigue con otro de Carl Plantinga sobre la imagen documental y la evidencia visual. Como vemos, las teorías de ambos autores, aunque parten de presupuestos diferentes, continúan siendo de gran relevancia en el momento actual y una comprensión de la base en la que fundamentan sus estudios puede contribuir a una mayor comprensión de la teoría contemporánea del cine documental.

 

Bibliografía

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Bruzzi, Stella (2000), «The performative documentary. Barker, Dineen, Broomfield» en Stella Bruzzi, Contemporary Documentary: A Critical Introduction, Routledge, Florence.
Grierson, John y Hardy, Forsyth (1979), Grierson on Documentary, Faber and Faber, London.
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Weinrichter, Antonio (2004), Desvíos De Lo Real. El Cine De no Ficción, T & B Editores, Madrid.

 

Notas

1 Así, en Rhetoric and Representation in Nonfiction Film, a pesar de evidenciar la diferencia de los términos al comenzar el capítulo 1 (1997: 7) y el capítulo 2 (1997: 26), emplea a lo largo de la obra ambos términos sin proseguir con el marcado carácter distintivo.
2 Stella Bruzzi en su obra New Documentary explica justamente cómo esta concepción del cine documental como representación del mundo es la que ha llevado a la teoría clásica del cine documental –como la propuesta por Nichols y Plantinga– a establecer conceptos estrictos y clasificaciones poco flexibles (Bruzzi, 2000:3). Aunque este trabajo compara a dos autores clásicos, puede encontrarse un recorrido por la teoría del documental desde un acercamiento crítico en la obra de Bruzzi (2000).
3 Nichols apunta que toda película es documental. El autor considera que las películas de ficción tienen un cierto carácter documental, por lo que las denomina “documentales del cumplimiento de deseos” (documentaries of wish-fulfillment) en contraposición a los “documentales de representación social” que serían los que identificamos como no-ficción. Para una mayor comprensión de la postura de la “ubicuidad documental” sostenida por Bill Nichols confróntese Plantinga (2011).
4 (Traducción de la autora). “[documentaries] make the stuff of social reality visible and audible in a distinctive way, according to the acts of selection and arrangement carried out by a filmmaker”.
5 (T. del A.). “The documentary tradition relies heavily on being able to convey to us the impression of authenticity. […] When we believe that what we see bears witness to the way the world is, it can form the basis for our orientation to or action within the world.”
6 (T. del A.). “Suppose a theorist claimed that nonfiction writing must have a clear social purpose, and that it consisted of the making of arguments, unless we can gerrymander these stipulations to fit biographies, diaries, travel and nature literature, correspondence, essays on non-social topics, creative essays, instruction manuals […], we would consider them needlessly prescriptive. Society uses nonfiction film and video for hundreds of purposes; we can no longer think of one as its sole legitimate function”.
7 Cfr. Plantinga 1997:3. Plantinga recoge algunas de las críticas hechas a defensores del realismo fotográfico, como las surgidas a raíz de la obra de Barthes La cámara lúcida (1994). Aunque reconoce que algunos autores han podido esgrimir una cierta ingenuidad, afirma que eso no invalida la posibilidad de un estudio de mayor profundidad.
8 (T. del A.). “nonfictions point to more than mere discourse, are about something, and make claims and assertions about extrafilmic reality”.
9 (T. del A.). “Of course, many documentaries do make arguments. However, writers such as Nichols clearly mean their claim to apply to a broad spectrum of nonfiction films. […] One might respond that every film has political implications, and thus every film makes an “argument” about reality. […] Moreover, if we think of argument as an ordered series of premises leading to a conclusion, then many nonfiction films have little to do with argument”.
10 (T. del A.). “exemplary qualities or features without requiring every documentary to exhibit all of them”.
11 (T. del A.). “Documentary has never been one thing. (…) We can use this history of a changing sense of what counts as a documentary as a sign of the variable, open-ended, dynamic quality of the form itself”.
12 (T. del A.). “a protean institution, consisting of texts, a community of practitioners, and conventional practices, which are subject to historical change”.
13 (T. del A.). “The logic organizing a documentary film supports an underlying argument, assertion, or claim about the historical world that gives this genre its sense of particularity”.
14 (T. del A.). “What we know, and how we come to believe in what we know, are matters of social importance. Power and responsibility reside in knowing; the use we make of what we learn extends beyond our engagement with documentary film as such to our engagement with the historical world represented in such films.”
15 (T. del A.). “The idea of modes, or distinct types, of documentary itself needs to be thought through and developed before it can be applied historically”
16 Stella Bruzzi analiza también las maneras de categorizar el documental afirmando que las tipologías establecidas han formado una especie de “árbol genealógico” que conforma una concepción del documental pobre y limitada. Cfr. (Bruzzi, 2000:2-4). En esta línea, la autora afirma que la categorización de Plantinga solo añade subdivisiones a la “categorización monolítica de Nichols” (Bruzzi, 2000:43
17 Esta última crítica a la exclusión de los documentales poéticos queda resuelta tras la reestructuración que Nichols realiza de sus modalidades en la que añade un modo poético (en 2001). Cuando Plantinga escribe su artículo What a Documentary Is, After All, ya se refiere a la categorización de las seis modalidades de Nichols.
18 (T. del A.). “a heuristic typology because (…) the purpose of the typology is not so much to categorize as to draw attention to some of the major functions of nonfictions and the textual means by which films perform those”.
19 Las modalidades de representación de Nichols, siguiendo la propia lógica dialéctica que caracteriza su aparición, han ido cambiando y aumentando en número. En Ideology and the Image Nichols trataba sobre tres: expositiva, narrativa y poética (Nichols, 1981: 173-236). Más tarde, en La representación de la realidad, hablará sobre las cuatro modalidades: expositiva, de observación, interactiva y reflexiva (1997: 65-114). En Blurred Boundaries añadirá la modalidad performativa (1994: 92-106) y en Introduction to Documentary otorgará independencia a la voz poética (2001: 102-105).
20 (T. del A.). “Every film is constructed by humans for some communicative function or functions, and the use of voice to denote the perspective of the narration pays homage to nonfiction filmmaking as a human form of communication. The nonfiction film is a physical text used for communication, including an abstract discourse that presents projected world information, and a “voice” that expresses that information from a certain perspective.”

Cine documental: tratamiento creativo (y político) de la realidad

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Javier Campo

 

Resumen

Este trabajo se propone como un recorrido por los nudos conceptuales problemáticos de la historia del cine documental que decantan en uno de sus vínculos más celebres: con la política. Se repondrán diferentes perspectivas y definiciones sobre el cine documental, como registro y discurso, sus funciones sociales y, finalmente, las teorizaciones que han intentado develar los motivos de la pregnancia de la política en las imágenes y sonidos documentales en su siglo de vida.
Palabras clave: Cine documental – lo político – teoría del cine

 

Resumo

Este trabalho se propõe como um recorrido pelos nós conceituais problemáticos da história do cinema documentário que decantam em um de seus vínculos mais célebres: com a política. Recolocar-se-ão diferentes perspectivas e definições sobre o cinema documentário, como registro e discurso, suas funções sociais e, finalmente, as teorizações que tentaram desvelar os motivos da pregnância da política nas imagens e sons documentais em seu século de vida.
Palavras-chave: Cinema documentário – o político – teoria do cinema

 

Abstract

This work proposed as a tour of the problematic conceptual knots in the history of documentary cinema, related to one of his most famous links: politics. Different perspectives and definitions of documentary cinema as recording and discourse, social functions, and finally the theories that have attempted to uncover the reasons for the pregnancy of the political documentary images and sounds in his century of life will be restored.
Keywords: Documentary cinema – political – Cinema theory

 

Datos del autor

Javier Campo es investigador en cine doctorado en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Becario del CONICET. Codirector de la revista Cine Documental. Profesor de Estética cinematográfica (UNICEN). Autor de Cine documental argentino. Entre el arte, la cultura y la política (2012), compilador de Cine documental, memoria y derechos humanos (2007) y coautor de Una historia del cine político y social en Argentina (2009 y 2011) y Reflexiones teóricas sobre cine contemporáneo (2011), entre otras publicaciones. Editor asociado de Latin American Perspectives. Miembro del Centro de Investigación y Nuevos Estudios sobre Cine (FFyL-UBA) y del Instituto de Investigaciones Gino Germani (FCS-UBA).

 

El cine documental, esa porción del vasto territorio del audiovisual, ha sido escudriñado mediante el uso de diferentes prismas en distintas épocas. El cristal del tiempo y de cada contexto social se ha interpuesto entre los investigadores, cineastas en algunos casos, y los films. De lo asistemático y extra muros académicos a la creación de un campo propio, el de los estudios teóricos sobre cine documental, pero aún avanzando a tientas, sobre todo en América Latina. Si bien es en el ocaso del siglo veinte cuando la producción teórica sobre este tipo de imágenes y sonidos se incrementa, desde que se capturaron las primeras imágenes, antes de que el cine fuese cine, se reflexionó sobre la representación, el registro o el discurso cinematográfico sobre lo real. Es posible remontarse hasta los inicios del cine para constatar que Boleslaw Matuszewski, operador de Louis y Auguste Lumière, publicó en 1898 un llamado a la creación de archivos fílmicos que hicieran hincapié en el resguardo de “documentos representacionales”. Considerando al cine como una fuente de la historia argumentaba que:

Ni siquiera los relatos orales o los documentos escritos nos ofrecen el curso completo de los eventos que describen, pero sin embargo la Historia existe –verdadera, después de todo– en el amplio espectro, aún si sus detalles son frecuentemente distorsionados. Y el fotógrafo cinematográfico es indiscreto por profesión, a la pesca de alguna inauguración, su instinto frecuentemente lo hará adivinar dónde ocurrirán las cosas que más adelante se transformarán en causas históricas […] Esa simple tira de celuloide impreso constituye no solamente una prueba de la historia sino un fragmento de la historia misma, y una historia que no se ha debilitado. (2012: s/p)

Matuszewski, apenas dos años después de la aparición del aparato de los Lumière, ya destaca el valor del cine para documentar y archivar los sucesos históricos y la “cambiante faz de las civilizaciones”: “la cámara podría arrojar valiosos rayos de luz” (en Barnouw, 1996: 31). Asimismo el realizador estadounidense Edward Curtis (director de In the land of the Headhunters, 1914) ya utilizaba los términos “trabajos documentales” y “material documental” para referirse a las fotografías y los films dedicados a la observación y estudio de lo real (en Plantinga, 1997: 26)1. Según Brian Winston hay una fuerte conexión entre las palabras de Curtis y la tradición griersoniana para el documental, debido a que tanto aquel como John Grierson se interesaron en el trabajo de Robert Flaherty para anclar sus definiciones: Curtis en las fotografías que de los Inuit (esquimales de Canadá) había tomado, mientras que el británico se dedicaría a desmenuzar las representaciones fílmicas del denominado “padre del documental” (Winston, 1995: 9). Pero, en definitiva, ni Matuszewski, ni Curtis, antecesores de Grierson en algún sentido, se preocuparon por dirimir entre registro mimético y “tratamiento creativo de la realidad”, tarea a la que se abocó por entero Grierson (Winston, 1995: 10).

Tratamiento creativo de la realidad

Cine documental en América Latina (Paulo Antonio Paranaguá)La tan citada frase de Grierson adolece, según Winston, de imprecisión. La “espada de doble filo” esgrimida planteó un dilema que hasta el día de hoy se mantiene: no siempre la “realidad” es tratada creativamente ni todo tratamiento creativo de lo real da como resultado un film documental (Winston, 1995: 11). La cuestión radica en que, como apuntan Jack Ellis y Betsy McLane, por vez primera se otorga el nombre de “documental” a una “forma artística”, tratando de aunar esferas hasta entonces diferenciadas (2005: 4).2 Aunque, en una visión retrospectiva, Grierson destacara que “la idea del documental no provino originalmente del mundo del cine sino de la Escuela de Ciencias Políticas”3 (en Kahana, 2008: 11). En resumen de cuentas, como Ian Aitken simplifica, la valía de la frase de Grierson estriba en que el cine documental “interpreta la realidad y no es un tipo de mímesis” (en Winston, 1995: 12).

Existen algunos estudios teóricos sobre el documental que intentan establecer los inicios de este con los del cine, extendiendo el uso de una noción extemporánea a los tiempos de Lumière. “El cine nació documental, en eso todos estamos de acuerdo”, dispara André Labarthe (en Comolli, 1999: 304) con la intención de ubicar bajo ese paraguas al conjunto de críticos e investigadores. Sin embargo, lo cierto es que una buena parte de ellos no están de acuerdo con esa afirmación. Mientras Erik Barnouw destaca que “fue Louis Lumière quien convirtió en realidad la película documental” (1996: 13), otra obra clásica de la historia del documental (Non-Fiction Film, a critical history de Richard Barsam) destaca que los inicios del cine “proveen un contexto en el cual se pueden interpretar los comienzos del cine de no-ficción” pero que “los films factuales de Lumière no intentaron hacer lo que luego el equipo de Grierson: desarrollar el uso del registro para elaborar una reconstrucción narrativa con fines educativos, políticos o sociales” (Barsam, 1992: 13-28). Por ello bajo la perspectiva de Barsam el creador del film de no-ficción, propiamente dicho, fue Robert Flaherty (1992: 46).

También Jean-Louis Comolli se destaca por ser categórico como Labarthe: “el cine comenzó siendo documental y el documental por ser cinematográfico” (2008: 410). Antonio Weinrichter sostiene lo opuesto y lo fundamenta: “el cine empezó registrando la realidad pero el documental no nació con el cine […] El cinematógrafo comenzó filmando la realidad de forma inconciente, en función del carácter fotográfico del invento: no sabía que este servía para otra cosa, a saber, para contar historias” (2005: 25). Hubo que esperar a los años veinte, según Weinrichter, para que el documental adquiera una “conciencia propia” caminando sobre sus cuatro patas, al decir de Bill Nichols: el carácter técnico-científico de la toma de vistas, la experimentación poética influida por las vanguardias, la narración que permite contar historias y la retórica desplegada por el documentalista para elaborar un contrato de lectura con el espectador (en Weinrichter, 2005: 27).

Claiming the real (Brian Winston)En este punto resulta imprescindible diferenciar entre documento como registro y cine documental, porque pueden confundirse con facilidad. Es necesario entender el cine documental, como se seguirá argumentando, como aquel que hace uso de documentos audiovisuales para reconfigurarlos de acuerdo a parámetros estéticos cinematográficos que superen el grado de registro de la realidad. Esto es, en un comienzo imágenes, y luego también sonidos, que no solamente funcionan como un registro de lo real sino que también lo ordenan, modifican temporal y espacialmente, fragmentan y modifican los sucesos; en definitiva, elaboran discursos. En la misma línea Brian Winston deduce que las “primeras imágenes del cinématographe en 1895 documentaron el mundo, pero la posibilidad de hacer narrativas convincentes más allá de la mera mostración de imágenes no ocurrió hasta que Robert Flaherty produjo Nanook of the North, convencionalmente el primer documental así entendido” (2006: 19-20). Retomando a Grierson, destaca que los documentales son mucho más que las tomas de vistas, los newsreels (noticiarios) y los travelogues; el tratamiento creativo de la realidad “es una marca que promete insertarse dentro del mundo y no simplemente ser un reflejo del mismo” (Winston, 2006: 20).4 Emilio Bernini completa esta idea diciendo que “resulta necesario distinguir el documental de los cortos de los Lumière porque, aunque en algunos de estos sin duda se relata una historia, no hay aquello que habría que considerar constitutivo de lo documental: una imagen de la otredad” (2008: 91).5

 

Actualidades y noticiarios

Por otra parte Bernini también apunta que

es preciso diferenciar el documental de la llamada “toma de vistas” y de las “actualidades” […] En ellas no hay relato sino registro; no hay, desde luego, cineastas sino operadores que manipulan el dispositivo con la fascinación que produce la nueva invención técnica y la captación del mundo en movimiento (2008: 91).

Dicha diferenciación ha sido realizada originalmente por los mismos miembros del Movimiento Documental Británico en los treinta, desplazando el noticiario y los registros de lo real preclásicos como “primitivos” (Rosen, 1993: 73). Paul Rotha, realizador y teórico de dicha corriente lo decía en su libro puntal, publicado en 1935:

Se suele sugerir que el documental tiene una gran similitud con el noticiario. Ambos son naturalmente confundidos por la Industria, porque lidian, cada uno a su manera, con material real. Pero allí termina la similitud. Su abordaje e interpretación de ese material es ampliamente diferente. La esencia del método documental radica en su dramatización del material real. El mejor material para el propósito documental es naturalmente, y no artificialmente, un constructo […] El documentalista debe atreverse a no ser neutral, o su trabajo se transformará en puramente descriptivo y fáctico. (Rotha, 2010: s/p)

Es decir que desde los comienzos del documental y, paralelamente, de la divulgación de los primeros trabajos teóricos sobre el mismo se considera al noticiario y sus subproductos periodísticos como ajenos al campo del documental por no estar parados sobre una de las tres bases del edificio, la columna “creativa”.

Collecting Visible Evidence (Jane Gaines y Michael Renov)Roger Manvell, contemporáneo de Rotha y Grierson, ha establecido en su obra Film que en 1895 comenzaron a producirse cintas del subgrupo de los noticiarios mientras que los “verdaderos documentales” lo hicieron desde la década del veinte con Flaherty y sus contemporáneos ingleses (1964: 121-123).6 Conviniendo íntegramente con Rotha, Manvell destaca que “la diferencia entre un noticiario y Nanúk, el esquimal estriba en que el noticiario es un registro de la realidad, mientras que Nanúk es una interpretación” (1964: 127). Sin embargo, aquello que llamamos documental no surgió de un día a otro sino que tuvo un desarrollo lento de casi treinta años, de 1894 a 1922 según Lewis Jacobs, para emerger finalmente como un modelo de películas distinto de los demás tipos (1979: 2). La diferencia entre noticiarios y documentales es obvia para Daniel Klugherz y tiene que ver con el acercamiento, mientras “el periodista está interesado en acumular hechos. El documentalista, luego de entender los hechos, gasta su tiempo en poner manos a la obra, sin saber qué detalles pueden salir a flote […] Toma la historia y la valida como un film” (1979: 452). Desde un punto de vista similar Comolli plantea que lo que acerca el documental al periodismo “es que se refiere al mundo de los acontecimientos […] y lo que lo separa es que no lo disimula” (2008: 476). En la visión del teórico y realizador francés el documental no está embarazado de preceptos que lo lleven por el camino de la transparencia representacional, sino todo lo contrario.7 Desde esta perspectiva el documental va más allá del mero interés informativo. Y cuando los documentalistas acentúan el valor de su film como “mera evidencia” están “poniendo en peligro el concepto de documental como tratamiento creativo” (Winston, 2011: 20). Cuando Grierson acuñó aquella definición tripartita (engañosa, de doble filo, extremadamente imprecisa; pero productiva)

intentaba desesperadamente distinguir el documental de los noticieros –según Brian Winston– […] Vio al documentalista como un artista, como una persona que de hecho mediaba en la filmación del mundo real para echar luz sobre la condición humana por medio de su propia comprensión de aquello que había observado a través del ojo de la cámara (2011: 20).

Yendo contra estas consideraciones, aunque sin rebatirlas explícitamente, Paulo Antonio Paranaguá destaca que “una verdadera historia del documental –se refiere al latinoamericano– sólo será posible cuando logre integrar en su ámbito el mainstream de la producción institucional, los noticieros” (2003: 25). Sin embargo también es Paranaguá quien en el mismo texto destaca que “los códigos limitados del noticiero” impiden al documentalista “desarrollar la narrativa con recursos específicamente cinematográficos” (2003: 65).8 En contrario, y en el mismo libro compilado por Paranaguá, se encuentra el punto de vista de María Luisa Ortega. Para ella el documental comienza en “la década de 1920, cuando el documental como práctica cinematográfica ha delimitado cierto ámbito comunicativo y textual por oposición a otras prácticas y géneros, por supuesto frente al cine de ficción, pero también respecto al noticiario, las actualidades o el documentaire romancé” (Ortega, 2003: 96).9

En fin, aquello que le interesa al documentalista, en acuerdo con Nichols, no es “suministrar un mecanismo de ‘transferencia de información’” sino tener una meta persuasiva, un destino retórico (2007/2008: 30). Según el investigador estadounidense el documental es “un arte retórico” y, como tal definición señala, su trabajo no es servir de canal de noticias sino de procesador de la información para la elaboración de un relato sobre lo real. El “megadiscurso mediático de la actualidad”, como lo define Gustavo Aprea, tiene otro tiempo que el campo discursivo en el cual se construyen los films documentales (2012: 12). Esta “perspectiva excede la mera presentación de la información propia de noticiarios y otras formas periodísticas” (Aprea, 2012: 52). En el fondo, se trata de estar más cerca de ser registros informativos, en el caso de los noticiarios, las actualidades y la toma de vistas; y, en el caso de films documentales, de relatos o discursos creativos.

 

Relato, discurso

El cine de las historias de la revolución (Octavio Getino y Susana Velleggia)Según Jacques Aumont y los coautores de Estética del cine, se puede afirmar que “el relato fílmico es un enunciado que se presenta como discurso, puesto que implica a la vez un enunciador y un lector-espectador” (2008: 107). Probablemente por ello es que, simplificando un poco los términos, los estudiosos del cine documental prefieren utilizar el término “discurso” y no simplemente “relato” para referirse al conjunto de enunciados y narraciones documentales presentes en las obras. La tradición documental forjada por films y conceptos discutidos por realizadores e investigadores ha construido un espacio en el cual el documental se define como “práctica discursiva, antes que como práctica mimética” (Ortega, 2005: 188). Ello significa, según María Luisa Ortega, considerar su origen en la década de 1920 “con la aparición de un conjunto de obras […] que pretende hablar del mundo y hacer afirmaciones sobre él” (2005: 188). Brian Winston establece que el responsable de que Grierson definiera al documental como “tratamiento creativo” fue Flaherty, “el primero que exploró el uso de la narrativa para estructurar la ‘realidad’” (1995: 19).

Carl Plantinga es quien más profundizó en la diferenciación entre un cine “que afirma algo sobre lo real (discurso) y otro que reproduce lo real (registro)” (en Weinrichter, 2005: 21). El término discurso, según Plantinga, se refiere a la organización de los materiales fílmicos (“el cómo”). El discurso de los films es una organización deliberada de sonidos e imágenes, “el mecanismo por el que se proyecta un modelo de mundo […] y es comunicado; sus principales estrategias, en el nivel más abstracto, son la selección, ordenación, el énfasis y la perspectiva” (Plantinga, 1997: 85). Esa estructuración cuatripartita del discurso documental para Plantinga debe ser indagada con el aporte del concepto de “mundo proyectado”, necesario para no dejar de tener en cuenta que “los films de no-ficción10 pueden estar equivocados en sus afirmaciones y ser engañosos en sus representaciones” (1997: 86). Es decir que esa afirmación sobre lo real (discurso) proyecta un mundo que no deja de ser una interpretación.

Una definición de este tipo permite afirmar, como lo hace Emilio Bernini, que se trata de “un tipo de discurso que presenta cambios a lo largo de su historia” (2008: 89). En definitiva, apunta John Corner, poco provechoso resulta estudiar al documental como registro, en cambio el análisis de la naturaleza del documental como práctica discursiva permite introducirnos en el terreno del “énfasis y el rol que (el autor) le otorga a ‘lo probatorio’” (1996: 25).

 

Definiciones

Las diferentes definiciones de lo que debemos entender y delimitar como “cine documental” repiten cuestiones referidas a conceptos densos como “realidad” y “verdad”. En todas ellas se intenta elaborar o dilucidar la conexión entre imágenes, sonidos y “aquello que está ahí”. Otorgándole mayor o menor especificidad a este cine, los teóricos concuerdan en que existe una parcela de la historia del cine que podemos denominar documental o no-ficción. Según Carl Plantinga el documental es una “representación de veracidad expresa” (2007/2008: 50), es decir que entre realizador y espectador se establece un contrato implícito en el que se manifiesta que esas son imágenes de lo real veraces y que así deben ser interpretadas, más allá del inescindible punto de vista que ellas llevan adosado. Primer gran diferencia con la ficción: “Los documentales se caracterizan por hablar del mundo real y de personas existentes en él mientras que la ficción, según su propio canon, imagina un mundo e inventa a los personajes irreales que viven en él” (Plantinga, 2007/2008: 48). Verdad a medias, la del documental, como destaca el propio Plantinga, que se presenta tanto con mayor o menor carga de autoridad como de duda. “En la no-ficción el cineasta toma la postura asertiva, presentando estados de cosas como ocurriendo en el mundo real” (Plantinga, 2011: s/p). Desde esta concepción general el documental puede ser entendido como una “intención” que motoriza representaciones.

Bill Nichols destaca asimismo que “el documental como concepto o práctica no ocupa un territorio fijo” (1997: 42). Por ello propone tres tipos de definiciones, desde el punto de vista del realizador, el texto y el espectador (Nichols, 1997: 42). El primer y el tercer tipo de definición están de alguna manera sintetizadas en la postura de Plantinga (“representación de veracidad expresa”), pero la más problemática es la definición del documental desde la perspectiva del texto. El film documental nos permite “inferir un argumento acerca del mundo” debido a que nos otorga referencias del mundo histórico como “prueba tangible, soporte de la argumentación” (Nichols, 1997: 57-60). Según Nichols el documental argumenta a cada paso, por ello lo considera un “discurso de sobriedad”, algo que, se verá más adelante, es tanto recuperado como criticado por otros autores. Erik Knudsen concuerda con Nichols en el hecho de que uno de los elementos que definen a ese “discurso de sobriedad” es su “fuerte relación con la era industrial en la que las imágenes en movimiento nacieron: prueba empírica, evidencia factual, metodología científica y justificación psicológica, todas al servicio de reforzar el rol que se espera cumpla el documental en la sociedad” (2008: 108).

Volviendo a la definición del documental desde la postura del texto, es necesario hacer foco en su función principal: “un documental se propone ser considerado verídico; en el caso de sus imágenes y sonidos registrados y su correspondiente ordenamiento, es diseñado para ser tomado como una guía confiable hacia los elementos relevantes de la escena profílmica” (Plantinga, 2011: s/p). Para Plantinga resulta relevante tener en cuenta el propósito de todo film documental, que sea tomado como veraz.11 Es decir que para este autor, la distinción del film de no-ficción (como prefiere denominar a este cine mediante una categoría más abarcativa) con el de ficción no está en “la ostensible imitación o el registro de lo real”, sino en la “diferente posición en el medio sociocultural” (1997: 18-19). Existe un acuerdo tácito mediante el cual la comunidad de espectadores ve un documental como un documental.

Un buen número de estudiosos del documental definen a este dando preeminencia al tercer tipo de explicación, en la clasificación de Nichols citada anteriormente. Dai Vaughan lo dice en su estilo llano: “Lo que hace a un film ‘documental’ es el modo en que lo miramos” (en Bruzzi, 2006: 17). Asimismo Vivian Sobchack adhiere, aunque con reparos, diciendo que

el documental no es tanto una cosa como una experiencia […] Esto no quiere decir, sin embargo, que lo que constituye una ficción o un documental es determinado únicamente por –y dentro de– la experiencia del espectador individual. El espectador individual también está siempre sumergido en la historia y en una cultura en la cual hay un consenso social general, no sólo en cuanto al estatus ontológico (si no la interpretación) de lo que se considera la realidad profílmica, sino también en cuanto a las «reglas» hermenéuticas reguladoras que determinan cómo debe uno leer y tomar su representación (2011: s/p).

Pertinente aclaración debido a que los espectadores conforman una comunidad y, para decirlo velozmente, no pueden definir antojadizamente cualquier producto audiovisual como un documental. Debido a los usos del término no precavidos, en los que en un extremo se destacan las afirmaciones de que “todo film puede ser visto” como un documental o como una ficción, Plantinga alerta que “la afirmación del documental como un modo de recepción afronta problemas” debido a que en muchas ocasiones “la posición no tiene en cuenta la naturaleza social de las definiciones” que son “socialmente construidas, no individualmente” (Plantinga, 2011: s/p).12

 

Función social

Existe un elemento común en cuanto a los propósitos del documental que está presente desde los primeros escritos hasta los estudios más recientes: las funciones sociales que asume, o debería asumir. John Grierson, en el prefacio al libro de Paul Rotha, Documentary Film, destacaba que “el mejor trabajo que puede hacer el documental es describir el trabajo de los trabajadores en la gran tarea de la reconstrucción social incluso cuando ejércitos maníacos marchan sobre nosotros” (en Rotha, 1939: 9). En definitiva, “el documental debe persuadir, para educar” (en Rotha, 1939: 10).13 Para Rotha, en un capítulo del mismo libro, es necesario recalcar que “el método documental, el más viril de todos los tipos de cine, no debería ignorar los problemas sociales fundamentales […] En esta era de realismo social indudablemente uno de los primeros objetivos del documental debería ser examinar el problema del lugar del Hombre en la sociedad” (2010: s/p). Pero Rotha, quien escribe en los albores de la Segunda Guerra Mundial, no es ingenuo en cuanto al riesgo de que films documentales se conviertan en noticiarios cinematográficos con el solo objetivo de propagandizar. En ese sentido, el realizador y teórico inglés destacaba que “el documental debe ser la voz de la gente hablando desde sus propias casas, fábricas y campos” y agregaba:

Sin embargo, a pesar de mi insistencia en que el documentalista debería ser política y socialmente conciente en su acercamiento a la experiencia cotidiana, no debe reclamar la etiqueta de “político”. Su trabajo no transcurre sobre una plataforma para arengar a la multitud, sino en un púlpito para llevar a la masa hacia una consideración más amplia de las cuestiones humanas. No es ni un luchador ni un político que hace campaña. Más bien es un profeta que se ocupa de las referencias más amplias de las sociedades humanas. (Rotha, 2010: s/p)

El documental surge para estos autores (como así también para los vanguardistas Joris Ivens, Luis Buñuel y Dziga Vertov, por citar sólo tres que se dedicaron progresivamente a comprometer su trabajo cinematográfico con el documental social),14 como un medio para actuar en la sociedad como soporte de políticas sociales y educativas. Años después, en 1947, la Unión Mundial del Documental manifestaba en su declaración de principios que “el propósito social del documental […] es guiar al público a la solución de los problemas” devenidos de la pobreza, la intolerancia, la opresión, etc. (en Manvell, 1964: 317).

Show us life (Thomas Waugh)Setenta años después continúa siendo considerada viable, y necesaria, la articulación de los propósitos del documental con los de la sociedad. Michael Chanan argumenta que el documental “desempeña una función social de valor incalculable en un espacio público degradado y manipulado por el impulso antidemocrático que gobierna los medios de comunicación de masas” (2007/2008: 92). Aunque es necesario notar que las funciones sociales del documental ya no se identifican con los Estados sino con la opinión pública y la comunidad. Definir la agenda de debate público es una tarea defendida por Alan Rosenthal (1988: 7). “El rol del documental, entonces –según Rosenthal–, es continuar preguntando insistentemente sobre las cuestiones pertinentes de nuestra época. Si el documental puede hacer eso […] recibirá la confianza en el futuro” (1988: 7). Aunque, como con todo tipo de discurso, el documental como dispositivo puede ser utilizado para diferentes fines ideológicos, debido a que el documental es un “medio de transición” que transporta imágenes de lo real de un lugar a otro que pueden ser utilizadas con los fines más diversos (Kahana, 2008: 2). Argumentar que el cine documental posee funciones sociales diferentes de la ficción no implica que las mismas busquen por definición el bienestar común. Los autores contemporáneos quieren señalar que el documental se dirige a sus espectadores en tanto parte activa de una sociedad.

Por otro lado, y más allá de las funciones sociales que supuestamente debería defender, el documental le “habla al espectador como ciudadano, como un miembro de un colectivo social, como un participante de la esfera pública” (Chanan, 2007: 16). Debido a la importancia de este eje que direcciona los documentales a sus espectadores (activos) es que Michael Chanan encuentra que “la mitad de la historia del documental” se puede entender al mismo tiempo como “el campo de batalla de la verdad social e histórica, y esta es una de las razones principales por las cuales la gente hace documentales” (2007: 22-23). Desde un punto de vista analítico más profundo Elizabeth Cowie afirma que el espectador es interpelado como “sujeto de conocimiento”, el espectador y el realizador hacen un pacto tácito en el cual se establece que habrá una transferencia de conocimientos, de alguna manera el espectador “se identifica con la figura del científico”, aquel que investiga (1999: 29). Este acuerdo encuentra carnadura debido al hecho de que “el mundo presentado es creíble, tal cual como esperamos que se vea […] Igual al que ya conocemos” (Cowie, 1999: 30). Esta interpelación como sujeto de conocimiento nos traslada a la vinculación histórica del documental con la/lo política/o.

 

Fin del recorrido

Si bien en esta extendida reseña de los nudos problemáticos discutidos por los investigadores y cineastas interesados en esta porción del terreno del cine están expuestas las divergencias, también lo están los mínimos acuerdos conseguidos. Aunque algunos de estos son del orden general e inconciente: aún resulta productivo seguir hablando de un tipo de cine que apuesta a ser reconocido como portador de algunas funciones sociales relevantes en las tensiones de los espacios públicos en el siglo XXI, el cine documental guarda algún tipo de relación con la materia de lo real que, aunque discutida asiduamente, es reconocida de diferentes formas por los miembros del campo de estudios, y el espacio de lo político ha sido y sigue siendo un reservorio de temas y aproximaciones estéticas que los cineastas utilizan productivamente de diferentes maneras.

La agregación de una palabra que presenta el título de este artículo a la eterna frase de John Grierson, leída de las más diferentes formas por su amplitud, pretende dar cuenta que desde sus primordios el documental ha estado estrechamente relacionado a voluntades políticas que, sin embargo, no han desplazado con su sobriedad las energías creativas implicadas en la realización de un film. Por ello, según la mayoría de los teóricos, el cine documental es entendido como un discurso no meramente mimético, informativo, sino creativo. Un discurso, un constructo que se ha vuelto político con frecuencia.

 

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Notas

1 Todas las citas de textos que no han sido publicados en castellano han sido traducidas por el autor de este artículo.
2 De todas maneras los autores destacan que existen antecedentes entre “documental” y “arte”: las fotografías de la Guerra Civil norteamericana tomadas por Mathew Brady, como asimismo las fotos de New York de Jacob Riis y la literatura de no-ficción publicada en la prensa de comienzos del siglo XX. (Ellis y McLane, 2005: 4)
3 En referencia al espacio de la Universidad de Chicago en donde realizó una estancia de estudio e investigación.
4  Jacques Aumont y otros destacan que el cinematógrafo “estaba concebido como un medio de registro que no tenía vocación de contar historias con procedimientos específicos” (2008: 89).
5 En sus films, continúa Bernini, “puede verse más el asombro y el encanto por el movimiento antes que la invención o el descubrimiento de un otro” (2008: 92).
6 Julio Montero y María Antonia Paz acuerdan absolutamente con esta periodización de Manvell (1999: 26-98).
7 Esto resulta contradictorio con la consideración de Comolli sobre los inicios del documental, con las vistas de Lumière.
8 En otro texto Paranaguá destaca algo similar: “Las premisas de la renovación –del cine latinoamericano en los sesenta– comienzan por manifestarse en el documental, a pesar del peso de la tradición negativa de los noticiarios” (1996: 304).
9 Michael Chanan adhiere a la misma perspectiva (2007: 68).
10 Plantinga prefiere utilizar el término “no-ficción” debido a que lo considera “más inclusivo que el de ‘documental’”, evitando de esta forma algunas complicaciones en la frontera con el cine experimental que, en su caso, caería dentro de la no-ficción (1997: 12 y siguientes). Pero, de todas formas, las problemáticas a las que se refiere utilizando el término no-ficción son las mismas a las que se refieren otros autores utilizando el término documental. Es más, en otras obras el mismo Plantinga abandonó el uso del término para referirse a este cine como “documental” (2007/2008, 2011).
11 Ese también es el propósito de los fakes o documentales apócrifos, aunque el resultado final sea el falseamiento intencional de la información.
12 A propósito Plantinga ejemplifica esto diciendo que somos libres de utilizar un destornillador para clavar un clavo o un martillo para desatornillar un tornillo. Pero eso no nos habilita a pretender ser tomados en serio si afirmamos que el destornillador sirve para clavar y el martillo para atornillar. (2011: s/p)
13  John Corner destaca asimismo que el impulso más fuerte a las definiciones primigenias del documental procedieron de la defensa de sus responsabilidades sociales didácticas (1996: 13-15). Es necesario acotar que la defensa de las funciones sociales del documental en la Inglaterra de la década del treinta conllevaba la necesidad, no disimulada, de sostener el financiamiento a las unidades fílmicas por parte del Empire Marketing Board, el General Post Office y el Ministerio de Defensa.
14 Al respecto véase el capítulo 2 de mi trabajo (Campo, 2012) y el libro de François Albera (2009).
15 Zimmermann otorga numerosos ejemplos de ello, afirmando en todos los casos militantes analizados que “la cámara está clavada en el punto de vista de los sujetos […] El film entero nos deposita en el terreno con los activistas” (2000: 96).
16 Es por ello que resulta discutible denominar como “militantes” cinematografías de países en que la izquierda es o era gobierno. El cine de la Unión Soviética, del Chile de Allende, o de Cuba desde 1959. En definitiva se podría hablar de films políticos o sociales que no “militan” por la Revolución, ya que ésta ya se ha producido.
17 Esta visión de Palacio, no desarrollada con amplitud en su texto, se contrapone en parte a lo expresado en la nota anterior.
18 Para un análisis documentado de los diferentes movimientos y escuelas del documental político véanse los textos compilados por Thomas Waugh (1984).

 

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 Capítulos 2 y 3

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Capítulo 2. Vistas y sonidos

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