From Artículos

La ausencia y la memoria en el cine documental argentino. La configuración del discurso narrativo a través de cuatro películas de principios del siglo XXI

Descargar texto

Por Pablo Calvo de Castro y María Marcos Ramos

Resumen

Este artículo hace un recorrido por cuestiones de recuperación de la memoria relacionada con la dictadura argentina a través de cuatro documentales realizados por directores de la generación posterior a la dictadura: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti y Nicolás Prividera. Se estudian y comparan sus planteamientos enunciativos y sus estrategias narrativas, y se destaca su contribución a la evolución del género documental que conjuga memoria e historia en Argentina y en América Latina desde los años 90.

Palabras clave: dictadura argentina, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

 

Abstract

This article is dedicated to issues of individual and collective memory related to the Argentine dictatorship through four documentaries made by directors of the post-dictatorship generation: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti and Nicolás Prividera. Their enunciative approaches and narrative strategies are studied and compared, as well as their contribution to the evolution of the documentary genre that combines memory and history in Argentina and Latin America since the 1990s.

Keywords: Argentine dictatorship, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

Resumo

Este artigo é dedicado a temas de memória individual e coletiva relacionados com a ditadura argentina através de quatro documentários feitos por diretores da geração pós-ditadura: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti e Nicolás Prividera. Suas abordagens enunciativas e estratégias narrativas são estudadas e comparadas, assim como sua contribuição para a evolução do gênero documental que combina memória e história na Argentina e na América Latina desde os anos 90.

Palavras-chave: ditadura argentina, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

 

Datos de los autores

Pablo Calvo de Castro es doctor especializado en Cine documental y profesor a tiempo completo en la Universidad de Medellín. Contacto: pcalvo@udem.edu.co

María Marcos Ramos es doctora especializada en Comunicación audiovisual y profesora asociada en la Universidad de Salamanca. Contacto: mariamarcos@usal.es

 

Fecha de recepción: 24 de julio de 2019

Fecha de aceptación: 13 de diciembre de 2019

 

Introducción

La realidad social en el contexto de América Latina en el último siglo, marcada por la desigualdad y la represión de colectivos y sociedades por parte de una oligarquía que, en la mayoría de los casos, ha ostentado con irresponsabilidad el poder (Halperin Donghi: 2004), ha propiciado que el cine documental se haya convertido en el “testimonio de la calle” (Pulecio, 2009: 16), al ser utilizado como una herramienta para la denuncia y el cambio social. En ese contexto, sobre todo en las décadas de los 70 y 80, numerosos países de la región se vieron afectados por una ola de dictaduras militares de las que muchos realizadores han dado testimonio a modo de crónica en el momento en el que se producían los hechos –en muchos casos desde la clandestinidad o el exilio– pero también con una mirada retrospectiva al pasado desde la generación posterior, como testimonio de lo que sucedió en un momento y en un lugar determinados. Hay que tener en cuenta que “la exigencia de la memoria no es precisamente que sus hechos sean meros correlatos de la verdad, sino más bien que cada individuo se defina en su memoria; es decir, somos una recopilación de hechos y recuerdos que se entremezclan con lo que queremos ser o quisimos ser” (Torres Ávila, 2013: 146-147).

El presente artículo mira hacia ese segundo colectivo que, con el comienzo del siglo XXI y desde Argentina, realiza un cine de la memoria inserto en un proceso de revisión, reparación y justicia que se lleva a cabo desde hace más de dos décadas en el país. Este cine lucha contra el olvido social auspiciado por el poder que posee “cierto control, recursos y dominio social que, además, requiere del olvido para legitimarse en su posición de privilegio” (Mendoza, 2005: 10). Este poder ejerce lo que se denomina ‘olvido institucional’ al no apoyar actividades que fomenten la memoria social.

Dentro de las líneas de trabajo propuestas por los Estudios Culturales (Grosberg, 2010), planteamos aquí el estudio de cuatro ‘casos’ significativos de la tendencia experimentada por el cine documental de la memoria en Argentina: Papá Iván (María Inés Roqué, 2000), Los rubios (Albertina Carri, 2003), Trelew (Mariana Arruti, 2003) y M (Nicolás Prividera, 2007).

En lo relativo a la metodología de estudio, ponemos especial énfasis en el análisis de la relación que se establece entre la motivación personal de cada cineasta con el tema tratado –en el contexto de la generación posterior a la que sufrió directamente la represión de la dictadura argentina– y la realidad social que condiciona los procesos de memoria en la actualidad. Si bien no en todos los casos analizados existe una vinculación directa –personal o familiar– con los hechos investigados en el documental, se observa una preocupación por los procesos de memoria a nivel social, la cual será analizada y comparada en el presente trabajo.

1. Precedentes e influencias en el cine de la memoria en América Latina

En la década de los 50 del siglo pasado, el cine documental ya fijó su mirada sobre los colectivos más desfavorecidos en el contexto latinoamericano. La influencia neorrealista, que busca reflejar la realidad sin artificios (Serrano, 2001), así como la reconceptualización latinoamericanista de esta corriente estética surgida en Italia (Toledo y Ortiz, 1995: 34; Paranaguá, 2003: 170), sirve como referencia teórica y metodológica para el surgimiento del Nuevo Cine Latinoamericano en las diversas corrientes en la región (Elena y Mestman, 2003: 81). Directores como Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea en Cuba, Ugo Ulive y Mario Handler en Uruguay, Nelson Pereira dos Santos en Brasil, Margot Benacerraf en Venezuela o Fernando Birri en Argentina sientan las bases de un cine documental de marcado corte social (King, 1994) en el que la militancia política y la denuncia social, tan presentes en la sociedad latinoamericana de la época, generan “nuevos lenguajes subordinados a las necesidades políticas” (Halperin, 2004: 19). Los trabajos de estos directores evolucionan en los años siguientes de la mano de los avances tecnológicos, generando un cine más comprometido, pero a la vez más dinámico y con un acceso más directo a la realidad documentada influenciados por la Nouvelle Vague francesa (Couselo, 1969: 17) o las derivaciones del cine directo que surgen en distintos lugares de Europa y América. Tras la década de los 80, el documental argentino asume la necesidad de recuperación de la memoria mediante un cine documental que genera una “nueva articulación entre arte y política, entre el arte y los traumáticos avatares de nuestra realidad” (Arfuch, 2004: 114) a través de los replanteamientos que realizadores de numerosos países llevan a cabo tras el agotamiento del modelo militante (Céspedes y Guarini, 1995: 12), tal como se había planteado en las dos décadas anteriores (Piedras, 2012: 40). Surge a partir de los años 90 un cine documental completamente renovado que supera la ortodoxia militante mediante cuestionamientos sobre el posicionamiento del director respecto de la realidad documentada, produciéndose una des-familiarización del formato (Febrer, 2010: 9). Este cine consigue consolidar la mirada del autor en el contexto de libertad creativa que fue posible a partir de la llegada del vídeo como soporte de registro (Panaraguá, 2003: 15) y, sobre todo, con la popularización de los medios digitales de grabación y edición que brindan aún más “posibilidades expresivas a un conjunto de nuevos realizadores” (Lie y Piedras, 2014: 72).

Irrumpe en este momento una nueva generación de documentalistas que va a mirar con distancia las décadas de los 70 y los 80. Surge la necesidad de redefinir cuestiones formales y argumentales mediante “discursos fílmicos más plurales y menos nacionalistas, a partir de estructuras más dramáticas que políticas” (Torres San Martín, 1996: 153) en un contexto social en el que una ola de dictaduras y de represión desconocida en muchos lugares hasta el momento invadió gran parte de América Latina. Esa misma distancia permite configurar un cine de la memoria a partir de la delimitación conceptual propuesta por Pierre Nora que diferencia los conceptos de ‘memoria’ e ‘historia’ aplicados a una realidad social. Así, la memoria, en poder de “grupos vivos y por ello […] en permanente evolución, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia” (Cheroux, 2013: 61), será la opción asumida por la mencionada nueva generación, que va a afrontar el tema sin las distorsiones provocadas por la militancia activa en cualquiera de los bandos, múltiples en el contexto político latinoamericano de los años 70.

Este proceso tiene lugar de manera efusiva en el cine de la memoria surgido a partir de la mirada hacia los desaparecidos de la dictadura que tuvo lugar en Argentina entre los años 1976 y 1983, “que golpeaba con especial fuerza a las generaciones jóvenes” (Halperin Donghi, 2004: 650). El concepto de ‘globalización’ toma ahora el protagonismo superando en la década de los 90 las nociones de ‘desarrollo’ y ‘subdesarrollo’, ‘dependencia’ o ‘periferia’. En este contexto, como apuntan Morán y Ortega (2003: 47) “el cine documental sigue documentando la pobreza, la miseria y la explotación, […] pero estos han dejado de ser los referentes iconográficos prioritarios en la producción documental de autor”, planteándose interrogantes sobre la objetividad, la representación, el realismo, su misma condición de ser algo construido y no una evocación directa de la realidad (Weinrichter, 2004: 45).

En el contexto argentino, el cine documental que revisa los años de la dictadura en la generación posterior se vincula directamente con las políticas de la memoria (Solís Delgadillo, 2011), con la finalidad de contribuir a “establecer la verdad de los hechos y a crear las condiciones propicias para juzgar […] a los responsables de cometer crímenes políticos o de lesa humanidad bajo el auspicio de un régimen autoritario” (Nicola, 2016: 69), dentro de lo que Andreas Huyssen (2002) denomina ‘pretéritos presentes’, que se configuran “como la preocupación central de la cultura en las sociedades occidentales desde los años ochenta” (Ortega, 2010: 89). Estos documentales cumplen, a partir de la utilización que de la memoria individual hacen cada unos de ellos, la función de anclar el recuerdo en la memoria colectiva al ser “ejercicios que realizan las víctimas, e incluso la sociedad, para obtener reparación en sentido genérico” (Torres Ávila, 2013: 154).

2. Análisis

En Argentina “la búsqueda de la identidad nacional en el pasado histórico y la transformación de la violencia social en violencia política” (Aguilar, 2005: 468) ocupan gran parte de las inquietudes de los cineastas pertenecientes a la eclosión del Nuevo Cine Latinoamericano de corte militante de la década de los 70. Es con la llegada de una nueva generación, coincidiendo con el cambio de siglo, cuando se introduce una mirada diferente que consolida el cine de la memoria como una herramienta fundamental para preservar un periodo histórico y para posicionar, a través de distintos roles, a los directores que transforman los modos de representación. Nuevas temáticas como el exilio, el desarraigo o las migraciones, el problema de la memoria intelectual o la identidad cultural, étnica, de género y nacional toman gran protagonismo en este periodo de la mano del documental de autor. La irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación cambia el panorama. En la década de los 90, con el apoyo de la revolución tecnológica, se abren posibilidades en cuanto a la exhibición y a la creación formal. También cambian las formas de representar y las motivaciones de los realizadores, ya que es un periodo en el que se produce un cine documental que se niega a olvidar las dictaduras militares del siglo XX y que transita “junto a la toma de conciencia y resistencia de los pueblos frente al neocolonialismo de las transnacionales” (Pérez Murillo, 2010: 2).

La libertad creativa y la diversificación de formatos suponen también el desarrollo de itinerarios muy variados en cuanto a la manera de abordar la memoria. Estos se circunscriben, en el presente trabajo, a dos posicionamientos diferenciados a partir de la distinta vinculación de los realizadores con el hecho concreto documentado. Si en un primer grupo de películas, entre las que se encuentran Papá Iván, Los rubios y M, existe una clara vinculación emocional de los directores con las historias documentadas, en Trelew, independientemente de la afinidad personal o de la motivación para abordar el tema, su directora se acerca al cine de la memoria desde una perspectiva más reflexiva, ajena al dolor personal o a la ausencia.

En Papá Iván, la directora de la película e hija del protagonista (Berger, 2007: 27) transita por dos niveles de análisis: la reconstrucción de la historia familiar y el escrutinio de la situación política y social de Argentina durante la dictadura de Rafael Videla. La estructura narrativa de la película se articula a partir de una carta que el padre envía a sus hijos –María Inés y su hermano– cuando todavía son niños. La lectura de esta, mediante la voz en off de la propia directora, se entrelaza con preguntas, reflexiones y testimonios de las personas que conocieron a Julio Iván Roqué en su juventud, tanto en su trabajo como docente como en el movimiento de lucha revolucionaria como militante de los grupos FAR y Montoneros. Se establece un momento de ruptura cuando la directora se detiene con especial interés en los motivos por los que su padre asume la lucha armada como modo de vida, abandonando el entorno familiar y partiendo a la clandestinidad perseguido por la dictadura militar argentina. A nivel narrativo se identifican en Papá Iván dos elementos interesantes a fin de observar la singular configuración del discurso manejado por la directora. En primer lugar, se observa un gesto autorreferencial a través de la voz en off, que omite la participación visual de la directora, pero a la vez marca su vinculación íntima y personal a través del uso de la primera persona en la narración. En segundo lugar, la reflexión sobre las convicciones políticas de su padre, situada en relación con el análisis de los hechos históricos, marca la revisión de estos mediante la distancia asumida por la propia directora, como hace Albertina Carri en Los rubios, aunque con estrategias narrativas diferentes.

A través de la reconstrucción de la vida de su padre, María Inés Roqué genera su propia identidad referenciando así su papel en la historia, en la película y en el proceso de búsqueda. Una vez finalizado el rodaje y el proceso de búsqueda, la directora se da cuenta de que no ha logrado sus objetivos, y aunque los testimonios han aportado detalles sobre el periplo de su padre hasta la muerte, ella no ha logrado completar su proceso emocional. Roqué plantea la vivencia de su duelo como un proceso, pero la ausencia del cuerpo, de una tumba o de una referencia impiden que el proceso culmine, algo que es común a miles de familias que en Argentina siguen teniendo a sus seres queridos desaparecidos treinta años después (Malamud, 1999: 154).

cine documental
Figura 1. Fotografía con la que se abre Papá Iván

Se ha calificado Los rubios de Albertina Carri como una de las películas más originales del cine latinoamericano de principios del siglo XXI (Ruffinelli, 2012: 160). Según Wilson (2015: 114), el origen del proyecto está en los recuerdos que comenzaron “en el espacio de ensueño del campo”. Si bien es un claro ejemplo de cine documental vinculado a la memoria a través del proceso de búsqueda de sus padres –Roberto Carri y Ana María Carusso, desaparecidos en 1977 a manos de las fuerzas armadas de la dictadura militar argentina–, la esencia de la originalidad de la película reside en un montaje que combina el propio rodaje de la película, la interpretación de la actriz que representa a la directora, el visionado de las entrevistas en un monitor, breves encuentros con dos vecinas del barrio y elementos de representación simbólica como el stopmotion con figuras de Playmobil (fig. 2) –utilizado como recurso visual de manera puntual–, el texto en pantalla, la ralentización de imágenes del equipo de rodaje –tomas de recurso a modo de transición– o la lectura del libro de Roberto Carri Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia (1968) por parte de la actriz.

cine documental
Figura 2. Los rubios

Albertina Carri aparece en la primera secuencia de la película, donde se identifica una referencia clara a las dificultades que encuentra el equipo de rodaje para reconstruir la historia y a la distorsión que genera la presencia de la directora pudiendo ser reconocida durante la indagación del pasado de sus padres. En una actitud en la que se muestra al espectador el proceso de toma de decisiones, el equipo de filmación incorpora a la actriz Analía Couceyro como intérprete de la directora generando multitud de escenas representadas y escenificadas en las que el hecho (auto)referencial pasa a un plano distinto al habitual. La búsqueda de información sobre los padres de Albertina Carri es el hilo conductor, pero en numerosas ocasiones la propia estructura de la película sobrepasa el argumento. Una de las más significativas se produce en los fragmentos de la película en los que la directora realiza un visionado de los testimonios obtenidos a partir de entrevistas, pues el hecho de que se muestren a través de la mediación de la directora genera una distancia formal y a la vez emocional marcando cierto desapego respecto de la información que aportan, centrada constantemente en el análisis político. Mediante esta estrategia, Carri deslegitima cuestiones trasversales para acudir al hecho concreto –la historia particular de sus padres–, conectando su proceso de duelo y de ausencia con los hechos históricos. Esta estrategia narrativa se complementa con el uso del estilo directo en varios momentos, amplificado mediante el uso de un metalenguaje que introduce constantes referencias al rodaje de la película, alejándose de los estándares marcados por el cine de la memoria más descriptivo o expositivo y orientándose hacia propuestas más vinculadas con la vanguardia formal experimental que redefinen la postura de la directora, en tanto se implica en el cine de la memoria desarrollando un discurso narrativo que utiliza de manera poco ortodoxa matices de las modalidades reflexiva y performativa para generar un estilo propio. Para Wilson (2015: 119) “la búsqueda personal de sentido por parte de Carri no resulta en un cierre definitivo ni en el tipo de hechos que pueden ser corroborados […]”.

M (dirigida por Nicolás Prividera y protagonizada por él en la medida en que aparece encabezando el proceso de búsqueda de su madre tratando de reconstruir los hechos relacionados con su desaparición) transita desde el análisis de la realidad social y política vinculada a los movimientos de izquierda en Argentina en la época de la dictadura militar hacia la ansiedad y la frustración del propio director, hijo e investigador, al tratar de comprender desde un prisma personal un tema que en muchas ocasiones se torna complejo y enrevesado y en otras da lugar al enfado y la indignación ante la falta de voluntad de la administración por clarificar muchos de los casos de desaparecidos. La perspectiva que da el paso del tiempo ofrece renovadas interpretaciones de la historia y en este caso Prividera muestra la cantidad de cosas que se hicieron mal a nivel organizacional dentro de las propias agrupaciones y que provocaron, de manera directa o indirecta, la muerte de su madre, junto a miles de personas.

El montaje establece un diálogo constante entre el proceso de búsqueda –mediante entrevistas y conversaciones registradas con un estilo de intervención directo que en ocasiones recuerda el de Michael Moore en títulos como Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11 (2004), al ser el propio director el dinamizador e incluso agente provocador en la obtención de la información– y la gran cantidad de material de archivo fotográfico y cinematográfico que el director posee sobre su madre, tanto de escenas domésticas como del desempeño de su trabajo como maestra en una agrupación acusada desde el aparato de la dictadura de albergar a subversivos. En el montaje de las entrevistas se introducen las preguntas y la presencia del entrevistador para convertir los encuentros en una suerte de conversación que deriva en muchas ocasiones en interrogatorios en los que el director confronta la información procedente de los recuerdos de los entrevistados.

cine documental
Figura 3. M: primeros pasos en el proceso de búsqueda

Además, Prividera enfatiza cuestiones personales desde el plano emocional mediante su presencia reflexiva en tomas que, en el montaje, tienen una función transitiva, pero que involucran al director reforzando su rol activo dentro de la narración y del proceso de búsqueda. Este posicionamiento trasciende el espacio de la intimidad familiar para extrapolar la situación a la realidad social argentina y acabar realizando un análisis sobre los desaparecidos y su contexto político.

De las cuatro películas analizadas, Trelew es la que responde a un formato de revisión histórica más estandarizado. Arruti lleva a cabo un ejercicio de montaje en el que combina el material de archivo de la época con tomas de recurso que muestran el penal, hoy abandonado, en el que se produjo la fuga y el secuestro de un avión y entrevistas de los habitantes de la población de Trelew que ayudaban a los familiares de los presos políticos –pertenecientes a ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros–, algunos guardias que vivieron el motín y algunos de los supervivientes de la fuga, tanto los que se tuvieron que quedar cuando no llegaron los camiones previstos en el plan de fuga como los que consiguieron llegar a Chile en el avión secuestrado.

cine documental
Figura 4. Trelew: Haidar, Berger y Camps en imágenes de archivo

A nivel narrativo, la película responde a patrones más ortodoxos de reconstrucción histórica en el cine documental que en los casos anteriormente analizados, pero la fuerte carga simbólica de las imágenes utilizadas para recrear las escenas a partir del penal hoy vacío y abandonado ejerce de contrapeso frente a las entrevistas y el recorrido por el material fotográfico de archivo, para terminar situándose en un punto del espectro en el que la ausencia de una implicación personal evoluciona hacia una postura de reivindicación militante mediante el uso de las imágenes de archivo del funeral de los asesinados, celebrado en Buenos Aires el 25 de agosto de 1972.

3. Comparación y conclusiones

El cine documental argentino ya había mostrado en el periodo anterior su vinculación con procesos de recuperación de la memoria, con títulos como Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría, 1987). Aunque la motivación sea similar en tanto las investigaciones cinematográficas son una parte esencial de la esfera social –y en muchos casos judicial– en la gestión de este proceso, la mirada de la nueva generación sobre la desaparición y el asesinato de miles de personas en las décadas de los 70 y 80 durante la dictadura argentina (Romero, 2012: 319) aporta una redefinición de las herramientas formales con las que se construyen las historias y dista mucho de asimilarse a una línea concreta, generando una gran variedad de estilos narrativos.

Mientras que Los rubios niega el testimonio de los entrevistados pertenecientes a la generación de los padres de Carri de manera evidente y Papá Iván lo busca y lo combina en un encuentro entre lo personal y lo militante, M se sitúa en un punto intermedio de esta transformación del discurso mediante el posicionamiento del director, en tanto forma parte de la generación posterior a la que sufrió la represión y a la vez se vincula a la historia con una fuerte carga emocional en un contexto sobre el que pretende arrojar luz de manera trasversal y no solo particular. Así, las motivaciones personales desarrolladas desde una esfera de independencia institucional están produciendo reformulaciones y evoluciones de gran interés que se configuran en aportaciones al cine documental vinculadas, en gran medida, con la plasmación del gesto autorreferencial y la construcción del discurso de la memoria.

Hay que tener en cuenta esta evolución del género en un momento en el que se está produciendo paralelamente en Argentina una “estatización de la memoria” (Paganini, 2016: 90). El Estado, con el desarrollo de centros de la memoria, actos de conmemoración pública o procesos de reparación de las víctimas a nivel social, está contribuyendo a la proliferación de producciones audiovisuales surgidas desde las estructuras del sistema, como las series documentales Los días del juicio (Pablo Romano, 2010) y Proyecciones de la memoria (Patricio Agusti, Betania Cappato y Gonzalo Gatto, 2011), en ambos casos centradas en los Juicios por la Verdad y la Justicia que se desarrollan en la localidad de Santa Fe (Nicola, 2016: 67). El cine documental es el formato audiovisual por excelencia para constituirse como herramienta que permita la imbricación entre políticas de la memoria y políticas culturales impulsadas por parte de las distintas administraciones públicas. Será pertinente en futuras investigaciones relacionar desde el punto de vista discursivo los dos enfoques de los hechos perpetrados por la dictadura y plasmados utilizando el cine documental como soporte de registro y configuración del discurso.

Del análisis de los documentales seleccionados se puede concluir que, tanto en los aspectos formales como en las cuestiones argumentales, el documental en Argentina es uno de los principales referentes en el contexto de América Latina tanto a nivel general como en los discursos vinculados con la memoria. La evolución formal provocada por toda una nueva generación de realizadores que se sitúan a cierta distancia temporal de los hechos documentados y proponen nuevos formatos genera cintas de gran interés sobre temas que todavía requieren una profunda revisión. En otros países del área latinoamericana también se ha producido un cine de la memoria, pero quizá sin la homogeneidad temática de Argentina, lo que ha permitido también desarrollar una narrativa más poliédrica vinculando el concepto de ‘memoria’ con otros aspectos sociales de la realidad latinoamericana. En Chile, desde que Miguel Littín se infiltrara de manera clandestina en su propio país para rodar Acta general de Chile (1986), se han producido numerosas películas que abordan el periodo de la dictadura de Pinochet, como Chile, la memoria obstinada (1997) de Patricio Guzmán o La ciudad de los fotógrafos (2007) en la que Sebastián Moreno recorre parte de la dictadura chilena a través de los testimonios de miembros del colectivo de fotógrafos de prensa de Santiago. En Uruguay, Gonzalo Arijón y Virginia Martínez reconstruyen en Por esos ojos (1997) el proceso de búsqueda de la mediática Mariana Zaffaroni a través del ímpetu y la personalidad de una de sus abuelas, María Esther Gatti; José Pedro Charlo y Aldo Garay realizan con El círculo (2008) un retrato de Henry Engler, líder tupamaro retenido por la dictadura uruguaya en la década de los 70 y liberado en marzo de 1985 junto a cientos de presos políticos. En Los “bolos” en Cuba y la eterna amistad (2008) Enrique Colina se introduce, no sin cierta nostalgia, en el recuerdo de la presencia soviética en Cuba, y con Cuchillo de palo (2010) Renate Costa realiza una investigación sobre la figura de su tío muerto en el Paraguay de Stroessner. La mirada al pasado evoluciona para indagar en temas más concretos, en los que se aplican formatos y estilos más vanguardistas y experimentales, como ocurre en la brasileña Aboio (2005) de Marília Rocha –una película que escapa al cine etnográfico para introducir un lenguaje vanguardista que mezcla metraje realizado en Súper 8mm y las grabaciones de vídeo digital–, o en Tren Paraguay (2011), donde Mauricio Rial Banti firma un ensayo documental sobre la ausencia a través del recuerdo del ferrocarril en diversas zonas del país y en las vidas de sus habitantes, mediante el alejamiento de la reconstrucción histórica y de la explicación de hechos concretos con tono periodístico para asumir un lenguaje poético elaborado a partir del cuidado uso de la imagen y el sonido.

Los cuatro documentales aquí analizados y confrontados sirven como dispositivos culturales para pensar el presente, ya que “permite[n] explicar el sentido del recuerdo en el presente y la transformación de las relaciones entre pasado, presente y futuro” (Jamarillo, 2010: 46). Estos documentales pueden convertirse en “lugares de memoria” (Nora, 1998), pues nacen con la intención de “hacer la historia de la memoria” (Allier, 2008: 89) y ayudan en la “tipificación de un estilo de relación con el pasado, colocando en evidencia una organización inconsciente de la memoria colectiva […] y la manera en que el presente los utiliza y los reconstruye [los recuerdos]” (Nora, 1998: 33). Los cuatro documentales son “un antídoto para conjurar la fragilidad y fugacidad de los lazos” (Jamarillo, 2010: 60), pues construyen “comunidades de preocupaciones compartidas, ansiedades compartidas u odios compartidos” (Bauman, 2000: 42) en aras de una memoria colectiva que reduzca el olvido individual (Mendoza, 2005: 1). Estos documentales se construyen a partir del lenguaje, formado tanto por palabras como por imágenes que se tornan en el “instrumento más acabado y a la vez marco central de la memoria colectiva” (Mendoza, 2005: 7), dando lugar a producciones culturales que ayudan a cimentar el recuerdo.

La memoria colectiva es múltiple, se basa en la suma de memorias personales. Estos cuatro documentales, analizados de forma individual o de forma conjunta, son artefactos de memoria que nos permiten acceder a memorias colectivas, término que se utiliza con frecuencia en la literatura científica (Mendoza, 2005: 8). Los cuatro títulos analizados actúan como las diferentes memorias que indicara Halbwachs, pues “entreayudan y se prestan recíproco apoyo” (Halbwachs, 2004: 10). Son las personas las que recuerdan de manera individual, pero el recuerdo es colectivo ya que “es en sociedad donde normalmente el hombre adquiere sus recuerdos, es allí donde los evoca, los reconoce y los localiza” (Halbwachs, 2004: 8). Estos documentales serían, así, el “resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una misma sociedad” (Halbwachs, 2004: 10). Pretendiendo acabar con el olvido institucional, estas películas documentales tienen “la extraordinaria habilidad para representar el proceso del trauma […]. Entonces, el film opera como un vehículo de duelo y memoria” (Campo, 2016: 12). Para algunos de los directores de estos documentales, realizarlos ha supuesto un proceso de duelo, pero también de memoria, tanto individual como colectiva. A ellos debemos agradecer su trabajo en la construcción, recuperación y legitimación de la memoria colectiva.

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo (2005), “La generación de los sesenta. La gran transformación del modelo”, en Cine argentino. Modernidad y vanguardias, vol. II, C. España (ed.), Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 38-59.

Allier, Eugenia (2008), “Lugar de memoria: ¿un concepto para el análisis de las luchas memoriales? El caso de Uruguay y su pasado reciente”, en Cuadernos del CLAEH, 96-97, 87-109.

Arfuch, Leonor (2004), “Arte, memoria, experiencia: políticas de lo real”, en Pensamiento de los confines, 15, 110-121.

Bauman, Zygmunt (2000), Modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Berger, Verena (2007), “La búsqueda del pasado desde la ausencia: Argentina y la reconstrucción de la memoria de los desaparecidos en el cine de los hijos”, en Quaderns de cine, 3, 22-36 (en línea).

Campo, Javier (2016), “Documental político argentino (2007-2012)”, en Cine argentino, C. Maranghello (ed.), Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes.

Carri, Roberto (1968), Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia, Buenos Aires, Sudestada.

Céspedes, Marcelo, y Carmen Guarini (1995), “Mirar las mismas cosas de una manera diferente”, en Cine-ojo. El documental como creación, T. Toledo (ed.), Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 11-13.

Couselo, Jorge (1969), El negro Ferreyra, un cine por instinto, Buenos Aires, Freeland.

Elena, Alberto, y Mariano Mestman (2003), “Para un observador lejano: el documental latinoamericano en España”, en Cine documental en América Latina, P. A. Paranaguá (ed.), Madrid, Cátedra, 79-92.

Febrer, Nieves (2010), “El cine documental se inventa a sí mismo”, en Área abierta, 26, 1-12 (en línea).

Halbwachs, Maurice (2005), La memoria colectiva, traducción del francés de Inés Sancho-Arroyo, Zaragoza, Ediciones Universitarias de Zaragoza, primera edición: 1950.

Halperin, Paula (2004), Estudios críticos sobre la Historia Reciente. Los 60 y 70 en Argentina. Parte II. Cuaderno de trabajo n.º 32, Buenos Aries, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

Halperin Donghi, Tulio (2004), Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza Editorial.

Huyssen, Andreas (2002), En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, traducción del inglés de Silvia Fehrmann, México DF, Fondo de cultura económica.

Jamarillo Marín, Jefferson (2010), “El imperativo social y político de la memoria”, en Revista colombiana de Sociología, vol. 33 (1), 45-68.

King, John (1994), El carrete mágico. Una historia del cine latinoamericano, Bogotá, Tercer Mundo.

Lie, Nadia, y Pablo Piedras (2014), “Identidad y movilidad en el cine documental latinoamericano contemporáneo: Familia tipo (2009) e Hija (2011)”, en Confluencias: revista hispánica de cultura y literatura, 30 (1), 72-86 (en línea).

Malamud, Carlos (1999), América Latina, siglo XX. La búsqueda de la democracia, Madrid, Síntesis, primera edición: 1992.

Mendoza García, Jorge (2005), “Exordio a la memoria colectiva y al olvido social”, en Athenea digital, 8, 1-26.

Morán, Ana, y María Luisa Ortega (2003), “Imaginarios del desarrollo: un cruce de miradas entre las teorías del cambio social y el cine documental en América Latina”, en Secuencias. Revista de historia del cine, 18, 33-48.

Nicola, Mariné (2016), “Producción documental y políticas de la memoria: un estudio sobre representaciones audiovisuales santafesinas en torno a los Juicios por delitos de lesa humanidad”, en Cine documental, 14, 64-99 (en línea).

Nora, Pierre (1998), “La aventura de Les Lieux de mémoire”, en Ayer, 32, 17-34.

Ortega, María Luisa (2010), “Nuevos tropos en el documental latinoamericano: subjetividad, memoria y representación”, en El documentalismo en el siglo XXI, A. Weinrichter (ed.), San Sebastián, Festival de cine de San Sebastián, 77-99 (en línea).

Paganini, Mariana (2016), “La memoria como búsqueda activa: la transmisión intergeneracional de la experiencia militante en el filme documental Seré millones”, en Revista colombiana de Sociología, 40 (1), 83-101 (en línea).

Paranaguá, Paulo Antonio (2003), Tradición y modernidad en el cine de América Latina, México DF, Fondo de cultura económica.

Piedras, Pablo (2012), “La regla y la excepción: figuraciones de la subjetividad autoral en documentales argentinos de los ochenta y noventa”, en Toma uno, 1, 37-53 (en línea).

Pulecio, Enrique (2009), El cine, análisis y estética, Bogotá, Ministerio de Cultura.

Romero, Luis A. (2012), Breve historia contemporánea de la Argentina (1916-2010), Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Ruffinelli, Jorge (2012), América Latina en 130 documentales, Santiago de Chile, Uqbar Editores.

Serrano, José Luis (2001), El nacimiento de una noción. Apuntes sobre el cine ecuatoriano, Quito, Ediciones Acuario.

Solís Delgadillo, Juan Mario (2011), “Políticas públicas y políticas de la memoria en Argentina y Chile: agendas y toma de decisiones”, en las actas del IV Seminario internacional Políticas de la memoria, Buenos Aires, 21 p. (en línea).

Toledo, Teresa, y Áurea Ortiz (1995), Cine-ojo. El documental como creación, Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana.

Torres Ávila, Jheison (2013), “La memoria histórica y las víctimas”, en Jurídicas, n.° 2, vol. 10, 144-166.

Torres San Martín, Patricia (1996), “Cine latinoamericano de mujeres: memoria e identidad”, en Revista de estudios de género La Ventana, 4, 151-171 (en línea).

Weinrichter, Antonio (2004), Desvíos de lo real. El cine de no-ficción, Madrid, T&B Editores.

Wilson, Kristi (2015), “Narración disociada y final abierto: resistiendo el género en Los rubios de Albertina Carri”, en El documental político en Argentina, Chile y Uruguay: de los años cincuenta a la década del dos mil, T. Crowder-Taraborrelli y A. Traverso (eds.), Santiago de Chile, LOM, 103-121.

El cine crítico en Andalucía y Andalucía en el cine crítico: el caso de Rocío (1980)

Descargar texto

Por Ana Fernández Riverola

Resumen

En el presente ensayo se plantea la introducción de la innovación técnica y la aparición de las nuevas temáticas cinematográficas en la Andalucía de la Transición y cómo el nacimiento de este nuevo cine refleja nuevas formas de entender ‘lo andaluz’ desde la propia Andalucía, buscando el distanciamiento de los clichés tradicionales. Para ello, se propone un análisis de la película Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980), documental que mostrando la romería de El Rocío se convierte en una crítica a los poderes fácticos de la España heredera del franquismo y a la Iglesia. Como película polémica que terminó siendo secuestrada judicialmente en periodo democrático, puede considerarse pionera en España en el tratamiento de temas tan candentes como lo que posteriormente vino a llamarse memoria histórica.

Palabras clave: Rocío, Andalucía, Ruiz Vergara, identidad, memoria

Abstract

This essay focuses on the introduction of technical innovation and the emergence of new film themes during the Transition period in Andalusia and how the birth of this new cinema reflects new ways of understanding ‘the Andalusian’ as distinct from Andalusia itself, seeking to distancing itself from traditional clichés. To this end, we analyze the film Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980), a documentary about the pilgrimage of El Rocío that includes a criticism of the de facto powers and the Church in post-Franco Spain. As a controversial film that ended up being judicially sequestered during the democratic period, Rocío can be considered a pioneer in the treatment of controversial topics such as what was later defined as historical memory in Spain.

Key words: Rocío, Andalusia, Ruiz Vergara, identity, memory

Resumo

No presente trabalho descreve-se a introdução da inovação técnica e o aparecimento das novas temáticas cinematográficas na Andaluzia da Transição, em particular como o nascimento deste novo cinema reflete novas formas de entender ‘o sentir andaluz’ desde a própria Andaluzia, afastando-se dos clichés habituais. Com este fim, realiza-se uma análise do filme Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980). Este documentário descreve a romaria de El Rocío e foi uma crítica erigida aos poderes instituídos, à Espanha herdeira do franquismo e à igreja. A polémica gerada em torno a este filme levou ao seu sequestro judicial num período democrático, considerando-se hoje em dia um filme pioneiro na discussão de temas tão atuais como o que posteriormente se denominou memória histórica.

Palavras-chave: Rocío, Andalucía, Ruiz Vergara, identidade, memória

Datos de la autora

Ana Fernández Riverola (1992) es Profesora Técnica de Formación Profesional en la especialidad de Patronaje y Confección en el CEEE Pueblos Blancos de Villamartín (Cádiz, España). Posee un Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas por la Universidad de Cádiz y actualmente se encuentra realizando un Máster en Humanidades, especialidad Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas, por la Universitat Oberta de Catalunya.

Fecha de recepción: 3 de agosto de 2019

Fecha de aprobación: 20 de noviembre de 2019

 

Introducción

En los años 60 y 70, la innovación técnica y la aparición de nuevos planteamientos y temas provocan un cambio de paradigma en el cine internacional que dan lugar a movimientos y etiquetas como cinéma-verité, Nouvelle Vague, cine de autor, nuevo cine experimental o cine militante. Estas nuevas formas cinematográficas cambian para siempre la forma de hacer y ver cine, abriendo el debate entre un cine que sirve como aparato del Estado y otro que funciona como dispositivo crítico. En el presente ensayo, analizaremos la presencia del cine crítico en España y, en concreto, en Andalucía.

Las especiales condiciones políticas que rodearon al cine español hasta la llegada de la Transición política hicieron que este se desarrollara en unas condiciones y tiempos particulares. Desde los años 50 aparece en España el fenómeno de los cineclubs. En el contexto posterior de aperturismo de los últimos años del régimen franquista y de su afán por atraer turismo, presente también en los primeros años de democracia, los cineclubs se convertirán no solo en un lugar en el que ver un cine de calidad e innovador sino en espacios para intercambiar ideas y opiniones y establecer relaciones. Esto acabará por impulsar todo un movimiento de nuevos creadores que, influenciados por el cine internacional, intentarán contar y representar ‘lo andaluz’ desde la propia Andalucía con una mirada desconocida hasta el momento.

Dentro del cine andaluz de esta época, Rocío (1980), película dirigida por Fernando Ruiz Vergara con guion de Ana Vila, destaca por su indudable valor como representante del cine de la época en Andalucía y de Andalucía en el cine de la época. Este documental, a medio camino entre la observación y la interacción y con un alarde de innovación técnica y originalidad en el montaje, realiza una labor aparentemente etnográfica sobre la romería de El Rocío y la religiosidad y el carácter festivo de los pueblos de la baja Andalucía que acaba por convertirse en una crítica a los poderes fácticos, a la España heredera del franquismo y a la Iglesia. Siendo una película polémica que terminó siendo secuestrada judicialmente en periodo democrático, puede considerarse pionera en España en el tratamiento de temas tan candentes como lo que posteriormente vino a llamarse memoria histórica.

Contexto

A partir de finales de los 50, la portabilidad de las nuevas cámaras de cine abre un mundo de posibilidades temáticas y narrativas que dan lugar a nuevas maneras de hacer cine, tanto de ficción como de no-ficción, y se extienden por todo el mundo. Junto a estas nuevas maneras de hacer cine surgen también nuevas reflexiones y debates acerca del propio cine y su función.

La función del cine como aparato ideológico ofrece la disyuntiva entre su integración entre los aparatos del Estado o su posible condición crítica, esto es, su uso como dispositivo crítico, situándose al margen o frente a los intereses del Estado, que son vistos como los de la clase y los grupos hegemónicos. Ante esa opción crítica, el Estado ejerce mecanismos de control mediante la censura política y moral directa o bien mediante otras formas de censura indirectas (Monterde Lozoya, 2016: 28).

cine documental
Figura 1. Carretas de diferentes hermandades durante la peregrinación a El Rocío

El cine adquiere una voluntad política y social, de acción, de mostrar y agitar los espacios, y para ello, las películas de no-ficción, tanto por su coste más barato como por motivos instrumentales se convierten en una herramienta determinante. Los cineastas buscarán, entre otras cosas, intervenir más o menos de manera inmediata sobre la realidad político-social del momento, constituir contra-propaganda, concienciar y vincularse activamente con las luchas políticas y sociales de la época. Para ello, saldrán a la calle a rodar acontecimientos sociales como manifestaciones o festividades de manera improvisada (fig. 1), dando voz a aquellos que han sido silenciados y harán, para ello, uso de técnicas como la voz over, frecuentes entrevistas, voces provenientes de las propias situaciones registradas más allá de la predeterminación de los autores, empleo de rótulos, diagramas, esquemas, mapas y otros elementos gráficos (Monterde Lozoya, 2016: 32). Este cine llegará a España en un momento convulso de su historia. Tras la muerte del dictador y en los años de Transición política, el cine en su vertiente más militante, heredero del cine clandestino que se venía realizando en los años de dictadura e influenciado por las tendencias europeas, eclosiona, como indica Nieto Ferrando (2017: 402), fuera de las instituciones cinematográficas, como cine independiente que pretende distanciarse de su uso y asimilación como aparato del Estado. De esta manera, el cine de no-ficción vivirá un auge sin precedentes en el territorio español, como indicamos anteriormente, por cuestiones de economía y viabilidad. Este cine documental estará “caracterizado por abordar el presente y el pasado desde posiciones críticas” (Nieto Ferrando, 2017: 402) a través de temáticas como la recuperación de la memoria histórica y la identidad de las naciones sin Estado en los llamados cines nacionales. El documental militante del periodo de Transición en España, mayoritariamente expositivo, si seguimos la terminología de Nichols (1997: 72-76), utiliza los relatos históricos para analizar de manera crítica su presente, buscando a la vez la deconstrucción de los tópicos y clichés perpetuados por la dictadura nacional-católica. En este sentido, este tipo de cine pone de relieve testimonios individuales (fig. 2), ya que “en este país empezó a atribuirse un valor historiográfico creciente a la memoria oral de los individuos anónimos que vivieron la República y la guerra”, pues estos “constituyen la denominada memoria colectiva” (Jerez Zambrana y Sánchez Alarcón, 2013: 304).

De esta forma, la tendencia de los cines militantes sub-estatales surge por toda España, con especial virulencia en lugares como Cataluña o el País Vasco, pero constituyéndose un punto de inflexión para la aparición de nuevos discursos cinematográficos en otras regiones. Así, en Andalucía surgen nuevas formas y discursos sobre lo andaluz “que estuvieron marcados por una argumentación más reflexiva y por un reflejo más matizado de los personajes y de los espacios representados” (Ruiz Muñoz, 2008: 124).

cine documental
Figura 2. Testimonio de uno de los vecinos de Almonte

El cine crítico en Andalucía

En los años 70 surge en Andalucía toda una generación de cineastas independientes que “estimaron que la producción cinematográfica podía ser un gran remedio para solucionar la carencia endémica de una identidad clara en Andalucía” (Ruiz Muñoz y Sánchez Alarcón, 2008: 89). Estos realizadores independientes, entre los que se encuentran Carlos Taillefer, Gonzalo García Pelayo, Nonio Parejo y Miguel Alcobendas, entre otros, se formarán, salvo muy contadas excepciones, más desde la afición y el amateurismo que a través de una formación académica, moldeando su visión cinematográfica y su amor por la cámara gracias a los cineclubs que desde los años 50 proliferan en ciudades y pueblos andaluces, viviendo el cine no tanto con una intención de obra culminada sino como una experiencia libre, vivida. Además, estos cineclubs, más allá de lugares en los que ver un cine que no llegaba fácilmente a las salas en la España de la dictadura, se convertirán en un lugar de encuentro, abriendo paso a ideas y relaciones que resultarán clave para fraguar un nuevo cine andaluz.

Por otra parte, en los últimos años del régimen, con el aperturismo hacia el extranjero y la potenciación del turismo, comienzan a organizarse en Andalucía diversos festivales y muestras cinematográficas como Alcances en Cádiz o la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena entre otros, que con el paso del tiempo se convertirán en lugares en los que proyectar los primeros filmes andaluces.

Los creadores andaluces de esta época, aunque muy faltos de recursos técnicos y humanos, apostarán por un cine que se sitúa dentro de los cánones estéticos, formales y temáticos del cine crítico, y, aunque sin menospreciar ni renegar de la tradición visual y simbólica anterior, aventurarán un estilo propio. Para ello, intentarán suplir la falta de distribución y la escasez de medios formando cooperativas y productoras como Mino Films, desde las que intentarán desarrollar una industria cinematográfica andaluza y, además, buscarán formas y relatos que innoven y descubran una nueva manera de observar Andalucía. Y aunque en muchos casos “su finalidad crítica no quedaba bien patente y causaron un escaso impacto en los ciudadanos andaluces” (Ruiz Muñoz, 2008: 125), hay que reconocer que “en cualquier caso, tras los títulos que fueron auspiciados por la débil estructura de producción establecida en Andalucía durante este periodo, hubo un loable propósito de representar una identidad andaluza más digna” (Ruiz Muñoz, 2008: 125).

 

Andalucía en el cine crítico

En 1977, un grupo de cineastas andaluces firmaban un manifiesto con el objetivo de

denunciar la manipulación y desafortunada utilización por la cinematografía española y extranjera a lo largo de la historia del cine, del folklore y cultura andaluza, con fines bastardos y con pleno falseamiento de la realidad sociopolítica del País Andaluz, manipulación que se mantiene en nuestros días (Delgado, 1991: 22).

Este manifiesto verbaliza de forma directa lo que, desde años antes, los cineastas andaluces intentan realizar con sus producciones, una manera de pensar su región de forma diferente a como había sido retratado ‘lo andaluz’, alejada de los clichés y los tópicos reaccionarios, no solo durante la dictadura sino también, como indica Trenzado Romero (2000: 185-207), desde la literatura del romanticismo. Para ello, “los discursos fílmicos se planteaban la necesidad de revisar la historia y de reconstruir la memoria colectiva hurtada por el franquismo” (Trenzado Romero, 2000: 198). El cine andaluz de los 70 vuelve a la historia, a observar las voces que se quedaron en los márgenes y, sobre todo, los silencios, las palabras que nunca se narraron. Sin embargo, el análisis de la historia lleva a los realizadores andaluces mucho más allá de la simple revisión historiográfica: “Parece evidente que este cine histórico andaluz no solo trata de recuperar la memoria colectiva y revisar la historia –como ocurría con muchas películas españolas de la época–, sino que vincula estas estrategias discursivas con la identidad andaluza” (Trenzado Romero, 2000: 200). En este sentido, hay un intento de resignificación de lo andaluz y para ello se entra en narraciones y temas que tratan de las condiciones materiales y simbólicas del pueblo andaluz, aquellas sobre las que se sustentan las estructuras de dominación y sobre las que se constituye la ideología dominante:

Durante esta etapa, Andalucía va a dejar de ser reflejada desde una perspectiva que obvia cualquier conflicto de clase, y comenzará a mostrarse a través de una visión que no ahorra ningún rasgo significativo del retraso y de la marginación que sufre esta tierra en comparación con el resto del país (Ruiz Muñoz, 2008: 125).

Es decir, los cineastas andaluces se enfrentan a la ideología dominante, lo que para Ruiz Muñoz (2008: 125) resulta paradójico, ya que, en el cine crítico de esta época, “se hace referencia a los mismos elementos simbólicos que se utilizaron en el cine anterior para construir un estereotipo peyorativo de Andalucía, como el flamenco, el ámbito rural asociado a las pasiones desatadas o los rituales populares” (fig. 3).

cine documental
Figura 3. Jinete y flamenca persignándose durante la celebración

Sin embargo, como indica Brenez (2009: 184-187), siguiendo a Deleuze, estos cineastas intentan destruir el modelo de verdad hegemónico, aquel que pertenece a los amos o colonizadores, o, en este caso, como diría Gregorio Morán (2014: 413), “el relato de los señoritos de Jerez que ganaron la guerra”, y transitar hacia la “verdad del cine” utilizando para ello la “función fabuladora de los pobres”, reflexionando pero también mimetizándose ellos mismos con su propia identidad, su propio pueblo oprimido, en resultas de una lucha ideológica (Brenez, 2009: 187). En este sentido, el documental Rocío resulta una referencia paradigmática del cine Andaluz de la época de la Transición.

 

Rocío, un caso paradigmático

En 1980 se estrena Rocío, documental que será relegado a los márgenes y, a la vez, tristemente célebre por ser una de las primeras películas censuradas, vía secuestro judicial, en la España democrática. Pasados los años, parece innegable que esta película y su relación con su tiempo suponen un buen ejemplo, probablemente por lo duro del proceso judicial y por lo obvio de la censura, de lo que sucedió con el cine crítico y militante de la España de la Transición. Muchas producciones se vieron afectadas por formas más sutiles de censura (censura económica, insuficiencia de distribución y de publicidad, etc.), como Después de… (1981) de Cecilia y J. J. Bartolomé o El proceso de Burgos (1979) de Imanol Uribe, por poner solo un par de ejemplos. A pesar de su valentía, se vieron silenciados por el relato oficial que, a través de las trabas administrativas, judiciales y económicas convertidas en una práctica habitual y ejemplarizante de los primeros gobiernos democráticos, acabó por provocar la construcción de una versión “restrictiva pero hegemónica del pasado colectivo” (Domingo, 2017: 318) que en España concluyó “a principios de los años 80 con la práctica desaparición del cine documental de las pantallas durante más de dos décadas” (Alvarado, 2013: 67).

En este sentido, como se indica en El caso Rocío (Tirado, 2013), la peripecia judicial de Rocío es particularmente cruel:

En primer lugar, una vez finalizada la película, su director no encontró ningún exhibidor que la estrenara en Andalucía, su territorio natural, a pesar de haber sido galardonada en el I Festival de Cine de Sevilla con el Primer Premio en el Certamen de Cine Andaluz. La repercusión y la polémica del premio llevó a unos vecinos de Almonte a denunciar el documental por un supuesto delito de injurias y calumnias, contra su director, la guionista y uno de los entrevistados en la película. Rocío fue secuestrada judicialmente en abril de 1981 y un año después un juzgado de Sevilla condenó a Fernando Ruiz Vergara a dos meses de cárcel, cincuenta mil pesetas de multa y diez millones de pesetas de indemnización, además de prohibir la proyección pública del filme hasta que no se suprimieran tres escenas. Todo ello a pesar de que Ruiz Vergara declaró en el juicio que se autocensuró utilizando un catch y silenciando durante unos segundos la banda sonora para evitar identificar así a los autores de la represión franquista. La sentencia fue recurrida por ambas partes, aunque el Tribunal Supremo la ratificó en febrero de 1984 (Alvarado, 2013: 75).

Más allá de su relación con la censura, Rocío tiene un valor innegable como documento y como película. Ruiz Vergara y Ana Vila nos muestran la romería con un afán antropológico y etnográfico que va mucho más allá, analizando “los aspectos ideológicos y clasistas de una de las celebraciones que más han identificado icónicamente a Andalucía” (Trenzado Romero, 2000: 201). Observamos cómo la festividad religiosa es un acontecimiento que, como indica P. Nora, “atestigua no tanto por lo que traduce como por lo que revela, menos por lo que es que por lo que desencadena. Su significado queda absorbido por su repercusión” (citado en Layerle, 2009: 34).

En este sentido, Rocío se adentra en el análisis de las relaciones de poder y los procesos discursivos que a lo largo de la historia se han inoculado en la sociedad andaluza a través de la romería para ejercer la dominación. Los expone directamente, pero también “invierte con su forma los modos con los que la historia oficial es narrada por el poder para mantener el statu quo. Su heterogénea forma exploratoria, flexible y fragmentaria crea un ‘collage’ multidisciplinario” (Domingo, 2017: 320). Así, Rocío no es un simple ejercicio documental de observación, sino que busca la denuncia, la subversión discursiva, y lo hace a través de la reflexión, desde la “reflexividad como estrategia estética y el realismo como aspiración”, ya que la película, “en la medida que ilumina las realidades cotidianas [en este caso la romería] de las coyunturas sociales de las que surgen, recuerda al mismo tiempo al espectador que la mímesis no es más que un constructo” (Stam, 2001: 183) sobre el que estructurar dinámicas de poder y dominación, ya que, como indica el antropólogo Isidoro Moreno en una de sus intervenciones en el documental (min. 51):

Frente al orden establecido, frente a los representantes de los poderes públicos y oficiales tanto religiosos como civiles, los almonteños, el pueblo de Almonte, es espontáneo, es libre, no acepta corsés ni imposiciones. Lo que ocurre es que ese es un momento que dura solamente varias horas al cabo del año y durante los 364 días restantes del año los poderosos vuelven a ser los de siempre y funciona entonces un mecanismo de autoconformidad por parte de quienes han sido poderosos en ese momento.

Respecto al funcionamiento de las hermandades, Rocío funciona como un panfleto: “el panfleto despliega la protesta de una forma herética. Pone en duda la organización aceptada de los fenómenos; las categorías establecidas” (Brenez, 2009: 186), contando la historia de las hermandades y retratando cómo ejercen su dominio y sus beneficios económicos, exponiendo que “su filiación religiosa les permite extender su control al contexto socioeconómico, y contradiciendo el nombre bajo el que se presentan, [empleándola] no para facilitar el acercamiento entre clases sino para perpetuar las relaciones de sometimiento social en su propio beneficio” (Domingo, 2017: 327). Y, además, la película lo hace narrando cómo estas hermandades surgen en momentos históricos en los que la estructura social y los valores conservadores son puestos en duda, más por cuestiones económicas que religiosas.

cine documental
Figura 4. Almonteños en el momento de acceso a la Virgen

En este sentido, observamos cómo la película “pone nombre y rostro a algunas de las víctimas y victimarios locales de la represión” (Espinosa Maestre y Río Sánchez, 2013: 79), siendo este el principal motivo formal por el que será perseguida y finalmente censurada la película, ya que relaciona los orígenes de las hermandades con los asesinatos y la represión franquista, con la tensión previa a la Guerra Civil, y lo hace dando voz a las “palabras de la última generación que puede hablar de la Guerra y de la represión franquista en primera persona” (Jerez Zambrana y Sánchez Alarcón, 2013: 306), es decir, rompiendo los pactos de silencio y amnesia que supuso el paso a la democracia y convirtiéndose en uno de los primeros documentales españoles que abordan abiertamente dicha represión:

Fernando Ruiz Vergara tuvo la desgracia de ser, al mismo tiempo que pionero de esto que se ha dado en llamar ‘memoria histórica’, la primera víctima del ‘derecho al honor’, o lo que viene a ser lo mismo, de la impunidad del franquismo, amparada por el modelo de transición y por el aparato judicial, siempre presto a cortar todo intento de establecer una verdad jurídica sobre los hechos ocurridos allí donde los golpistas se impusieron en poco tiempo (Espinosa Maestre, 2013: 38).

De esta forma, podemos ver en pantalla la relación de las hermandades y las estructuras de poder religiosas y civiles con la represión que proviene de la época franquista:

Rocío explica cómo estos poderes, cuando sintieron sus privilegios amenazados por la Segunda República, unieron fuerzas y se valieron tanto del ya arraigado discurso de la religión cuanto de la violencia para naturalizar e imponer el para ellos muy beneficioso orden tradicional que en los años venideros les facilitaría, entre otras cosas, reinstaurar el control que tanto ansiaban sobre el Rocío y, con el rito, sobre el pueblo andaluz (Domingo, 2017: 329).

Además, el documental pone de manifiesto dicha relación a través del testimonio (fig. 5, min. 37) del entonces secretario de la Hermandad de Jerez de la Frontera (Cádiz):

Siempre han ido las personas pudientes desde que se fundó y, es más, los señores que lo fundaron, todos son personas de un bienestar económico bastante superior y elevado; entonces se ocupaba esta hermandad de hacer un Rocío a los señores que iban […], porque, como el pueblo no podía ir, pues entonces iban ellos […]. No es que realmente haya habido distinción de clases, sino [que] todos conocemos los años anteriores, desde los años 30 hasta la fecha, pues realmente ha habido una distinción de clases, pero no distinción de clases sino que el pueblo no se ha podido permitir el lujo de ir al Rocío, no porque ir al Rocío cueste mucho dinero, sino porque ni teníamos coche, entonces nada más que tenía coche el que podía. Para ir en este caso sin coche, [se] podía ir a caballo. ¿Quién tenía un caballo? Quien podía. Entonces, la clase media o la clase humilde, como se puede llamar también, pues no podía ir al Rocío. Realmente yo considero que distinción de clases no ha habido nunca, no ha existido aquí en Jerez.

En esta declaración observamos cómo se verbaliza, con fuertes contradicciones de discurso, la relación del Rocío con la cuestión de clase, es decir, se enfrenta el relato oficial de la fiesta con su filiación social real, apuntando a la romería como “campo que anticipó e ilustró las tensiones existentes en la sociedad” (Domingo, 2017: 330). Ruiz Vegara y Vila introducen este testimonio tras una serie de imágenes que nos muestra la fundación de la hermandad jerezana en 1932 “en señal de protesta por los desacatos a la Virgen del Rocío cometidos por la República” y su relación con el ejército y la aristocracia, con la intención de mostrar la posición ideológica e histórica de las hermandades rocieras y retratando “el disfraz con que estas élites aristocráticas y eclesiásticas trataron de presentar una cuestión también ideológica como un problema desvinculado de los privilegios económicos que el orden social establecido les reportaba” (Domingo, 2017: 330).

cine documental
Figura 5. El secretario de la Hermandad de Jerez de la Frontera

En este sentido, más allá de lo empleado para condenar la película al silencio, lo cierto es que, surgido en el contexto de la Transición, este documental fue visto por las autoridades públicas como una provocación y una ofensiva contra el nuevo consenso democrático. Asimismo, como hemos intentando mostrar a lo largo del artículo, la fuerza de Rocío reside en que, a día de hoy, pasados cuarenta años desde su estreno y su periplo judicial, sigue funcionando como un radical ejercicio de contrainformación “con testimonios vividos a modo de desarrollo argumentado, grafismo constructivista, montaje corto, canciones populares” (Brenez, 2009: 187). Sigue siendo una película que impacta, porque en ella observamos todavía las heridas no cerradas, la representación simbólica del pueblo andaluz y sus tensiones de clase, y, sobre todo, una valiente ruptura con unas políticas de silencio que quisieron imponer a un país la desmemoria.

De igual modo, hemos intentando demostrar cómo este documental formó parte de un intento por hacer un cine diferente, con voz propia, desde Andalucía y para Andalucía y que supuso una disputa valiente del discurso dominante, aunque a día de hoy siga siendo una película (como muchas otras de la misma época) censurada y olvidada, escasamente conocida, salvo en contextos académicos y memorialistas.

Bibliografía

Alvarado, A. (2013), “Un lobo con piel de cordero. La censura en el cine documental después de Franco”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 67-78.

Brenez, N. (2009), “En estado de epigrama contra el destino. Humor y panfleto documental en el cine francés de los años sesenta”, en La risa oblicua. Tangentes, paralelismos e intersecciones entre documental y humor, E. Oroz y G. de Pedro Amatria (eds.), Madrid, Ocho y Medio, 183-208.

Delgado, J. F. (1991), Andalucía y el cine, del 75 al 92, Sevilla, El Carro de la nieve.

Domingo, I. (2017), “Rocío: ensayo de una mirada sobre los silencios de la Transición”, en Hispanic Review, vol. 85, n.° 3, verano de 2017, University of Pennsylvania Press, 315-338.

Espinosa Maestre, F. (2013), “Algunas claves ocultas de Rocío. Los sucesos del 32 en Almonte y la cuestión agraria”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 19-46.

Espinosa Maestre, F., y A. Río Sánchez (2013), “El ‘caso Rocío y la Transición”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 79-88.

Jerez Zambrana, A., e I. Sánchez Alarcón (2013), “¿La memoria encontrada o la memoria inventada? Recursos narrativos y pautas de estilo de índole ficcional o subjetiva en los documentales históricos españoles recientes”, en Historia y comunicación social, vol. 18, número especial, noviembre de 2013, 299-311.

Layerle, S. (2009), “A prueba del acontecimiento: cine y prácticas militantes en Mayo del 68”, en Con y contra el cine. En torno a Mayo del 68, D. Cortés y A. Fernández-Savater (eds.), Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 33-50.

Monterde Lozoya, J. E. (2016), Artes en pantalla. El cine como dispositivo crítico, temario de asignatura impartida en Barcelona, Universitat Oberta de Catalunya.

Morán, G. (2014), El cura y los mandarines, Madrid, Akal.

Nichols, B. (1997), La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental, traducción del inglés de J. Cerdán y E. Iriarte, Barcelona, Paidós, primera edición: 1991.

Nieto Ferrando, J. J. (2017), “Narradores y reflexividad en el documental político del tardofranquismo y la transición democrática (1967-1977)”, en SIGNA. Revista de la Asociación Española de Semiótica, 26, 401-420 (en línea).

Ruiz Muñoz, M. J. (2008), “Argumentos, personajes y escenarios para la reelaboración de la imagen de Andalucía en el cine (1975-2006)”, en Palabra clave. Revista de comunicación, vol. 11, n.° 1, 123-139.

Ruiz Muñoz, M. J., e I. Sánchez Alarcón (2008), La imagen de la mujer andaluza en el cine español, Sevilla, Centro de Estudios Andaluces.

Stam, R. (2001), Teorías del cine, traducción del inglés de Carles Roche Suárez, Barcelona, Paidós.

Trenzado Romero, M. (2000), “La construcción de la identidad andaluza y la cultura de masas: el caso del cine andaluz”, en Revista de estudios regionales, 58, 185-208 (en línea).

Filmografía

Ruiz Vergara, F. (1980), Rocío, Ana Vila y Tangana Films (España).

Tirado, J. L. (2013), El caso Rocío, producción del propio director, Zap Producciones (España).

Trías, E. (2018), Rodar en andaluz. El cine andaluz en los años del cambio, P. Pinzolas y Lucky Village Media (España).

—   (2016), Rodar en andaluz. Retrato de una generación de cineastas independientes, P. Pinzolas y Lucky Village Media (España).

Violencias y memoria ‘viva’ en dos documentales políticos del Cine Experimental de la Universidad de Chile

Descargar texto

Por Ignacio Albornoz

Resumen

El presente artículo propone una lectura ‘memorial’ de dos cortometrajes documentales producidos por el Cine Experimental de la Universidad de Chile: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) y Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal y Céspedes, 1970). A través de algunas nociones extraídas de la filosofía y la sociología francesas (principalmente de los trabajos de Paul Ricœur y Maurice Halbwachs), se argumentará que ambos filmes constituyen instancias de actualización de una ‘memoria viva’, resistente, caracterizada por la puesta en escena de testimonios emotivos y espontáneos y por la adopción de una perspectiva que podríamos denominar ‘popular’. Se sostendrá, finalmente, que ambas obras representan, a su modo, tentativas alternativas de escritura de la historia del pasado reciente del país.

Palabras clave: documental político, memoria colectiva, cine de la Unidad Popular, testimonio, Nuevo Cine Chileno

 

Abstract

The present article proposes a ‘memorialization’ of two films produced by the University of Chile’s Center of Experimental Film: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) and Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal & Céspedes, 1970). Employing concepts stem from French philosophy and sociology (specifically the works of Paul Ricœur and Maurice Halbwachs), I argue that both films constitute instances of a ‘live’, resistant memory, characterized by a mise en scène of emotional and spontaneous testimonies, as well as by the adoption of what could be identified as a class struggle approach. Furthermore, I discuss the possibility of considering both works as alternative attempts to rewrite the country’s recent history.

Keywords: political documentary, collective memory, cinema of The Popular Unity, testimony, New Chilean Cinema

 

Resumo

O presente artigo propõe uma leitura ‘memorial’ de dois documentários de curta-metragem produzidos pelo Centro de Cinema Experimental da Universidade do Chile: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) e Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal e Céspedes, 1970). Por meio de algumas noções extraídas da filosofia e da sociologia francesas (principalmente dos trabalhos de Maurice Halbwachs e Paul Ricœur), argumenta-se que esses dois filmes constituem instâncias de uma ‘memoria viva’, resistente, caracterizada pelo registro de testemunhos emotivos e espontâneos e pela adoção de uma perspectiva que poderíamos chamar de ‘popular’. Sustenta-se enfim que as duas obras representam, às suas maneiras, tentativas alternativas de escrever a história do passado recente do país.

Palavras-chave: documentário político, memória coletiva, cinema da Unidade Popular, testemunho, Novo Cinema Chileno

 

Datos del autor

Ignacio Albornoz Fariña posee un título de maestría en Historia, teoría y memoria del cine (2016) de la Universidad París 8 Vincennes Saint-Denis y un máster profesional en Valorización del patrimonio audiovisual en la misma universidad (2017). En el ámbito profesional, ha realizado pasantías en instituciones como la Cineteca de la Universidad de Chile y la Murnau-Stiftung, en Alemania. Bajo la dirección de Christa Blümlinger (EDESTA, París 8), prepara actualmente una tesis de doctorado en torno a la producción documental chilena, en el contexto de las iniciativas de restauración memorial de los últimos años. Dentro de sus temas de investigación se encuentran también el cine de ensayo, la teoría documental y el desarrollo de los archivos cinematográficos y los centros de producción universitarios en el Chile de los años 70. Contacto: i.albornoz.fa@gmail.com

 

Fecha de recepción: 12 de agosto de 2019

Fecha de aprobación: 27 de octubre de 2019


Las balas de los mandados

mataron a la inocente.

Lloraban madres y hermanos

en el medio de la gente

(Víctor Jara, “Herminda de la Victoria”)

 

Introducción

En 1970, durante las celebraciones populares que sellaron el triunfo de la Unidad Popular en las urnas, un movimiento un tanto subterráneo marcaba uno de los episodios fundamentales de la vida artística en el país, al menos en lo que concierne al audiovisual. El Cine Experimental de la Universidad de Chile (de aquí en adelante: CE), que contaba ya con algunos años de actividad, más de una decena de realizaciones de cierta envergadura y un equipo creativo de excepción, adquiría una fuerza excepcional en sus esfuerzos por fundar un nuevo cine que, respondiendo a las exigencias de un período especialmente convulso tanto en el plano nacional como internacional (Pinto, 2016: 189), pudiera revelar “las raíces verdaderas de nuestra identidad” (Mouesca, 2005: 73).

Al apoyo de algunas instancias oficiales del Estado, que veía “al cine como un agente de cambio y de acción concreta” (Bossay, 2014: 110), se sumaba por entonces una “renovación generacional en el ámbito de la producción de cine” (Pinto, 2016: 191), todo lo cual aportaba una energía y un fervor creativo inusitados, marcados por un “viraje [generalizado] a la izquierda en amplias zonas del campo político y cultural” (2016: 187). Quizás la muestra más cristalina de ese compromiso sea, en el plano programático, el “Manifiesto de los cineastas de la Unidad Popular”, documento cuyo solemne romanticismo puede resultar hoy “un tanto confuso y voluntarista” (Mouesca, 1988: 54). Con todo, precisa José Miguel Palacios, el texto de los cineastas chilenos ―entre cuyos signatarios figuraba por lo demás el CE (Valle Dávila, 2014: 345)― tiene aún “mucho que ofrecer” (Palacios, 2013: 128), sobre todo porque revela la “originalidad del cine revolucionario chileno: una predisposición casi ontológica a la contradicción” (2013: 128). Síntoma, al fin y al cabo, de un “estado de ánimo verdadero que se manifestaba no solo entre los cineastas” (Mouesca, 1988: 55), el “Manifiesto”, al margen de ciertos juicios reductores, llamaba entre otras cosas a “construir una cultura auténticamente nacional” (1988: 88), objetivo nada desmedido cuya formulación no se alejaba en demasía de la tónica de otros meta-textos fundacionales más canónicos del mismo período, como Hacia un tercer cine de Solanas y Getino o Por un cine imperfecto de Julio García Espinosa.

Comentadores y académicos coinciden, por otro lado, en la importancia que adquiere en Chile durante estos años, quizás bajo el influjo teórico de tales esfuerzos programáticos, el documental de corta duración, “único género que vive un cierto auge y busca nuevas formas y contenidos en su trabajo” (Mouesca, 2005: 73). Y es que el documental, en efecto, aparece por entonces, por su ligereza, adaptabilidad y desenvoltura en términos económicos y prácticos, como el único género capaz de retratar con cierta veracidad la “vitalidad” (Bolzoni, 1974: 11), la sensación de “aceleración de la historia” (El primer año de Patricio Guzmán) o la “celeridad de los cambios estructurales” (Corro et al., 2007: 41) que la victoria de la UP habría inyectado en el cuerpo social. No deja de ser curioso a este respecto, como recuerdan Claudio Salinas y Hans Stange, que “[e]l género predilecto de esta renovación [sea precisamente] el que, en aquella época, tiene la menor difusión y la más grande distancia de los circuitos comerciales: el documental” (2008: 17).

Es precisamente en este contexto estético-histórico de excepción, el de la emergencia de un cine documental que incursiona “en la renovación de sus modos de producción y en la sensibilidad en torno a la urgencia, el testimonio y la dramaticidad de la hora” (Pinto, 2016: 190-191), que son realizados los dos filmes documentales que me propongo analizar en las páginas que siguen: Herminda de la Victoria (1969) de Douglas Hübner, y Miguel Ángel Aguilera, presente (1970) de Álvaro Ramírez, Samuel Carvajal y Leonardo Céspedes. Ambas obras fueron producidas por el CE y pertenecen, según los mismos Salinas y Stange, a su tercera y última etapa, la cual se caracteriza por el “compromiso militante […] y la incorporación de jóvenes realizadores motivados a filmar las tomas de poblaciones y las marchas callejeras” (2008: 18).

Como representantes de esta última fase, Herminda y Miguel responden a algunas de las convenciones que el Nuevo Cine, con su dotación de idearios estéticos y políticos, había opuesto a las anquilosadas tradiciones cinematográficas nacionales hacia el final de la década. Por un lado, pues, ambas cintas se plegarían a una “doctrina cinematográfica de preferencia por lo interválico” (Corro et al., 2007: 8), cuyo uso se extendía ya por entonces tanto en el documental como en la ficción, gracias, en parte, a la actividad de los centros universitarios de producción. Esta doctrina consistiría, en pocas palabras, en “hacer cada vez más visibles a los [sujetos] periféricos” (Corro, 2012: 223) y en privilegiar las “zonas intersticiales”, es decir, “los vastos espacios, realidades y grupos humanos que permanecen al margen del relato oficial” (Corro et al., 2007: 8). Por el otro lado, los dos filmes parecen pregonar la reivindicación de la precariedad y la falta de recursos como posibilidades creativas (Corro, 2012: 223), lo cual se traduce, concretamente, en el uso de ciertos procedimientos de montaje y de la “animación de diferentes tipos de material visual” (Pick, 1984: 36). Asimismo, la ausencia de cámaras con sonido sincrónico será suplida gracias a “la utilización de ciertos recursos visuales, como la fotografía fija, y la incorporación de la música de los intérpretes de la nueva canción” (1984: 36).

En términos argumentales, por último, Herminda y Miguel, al aparecer en un momento en que el cine chileno toma consciencia de su capacidad para reflexionar sobre el presente histórico (Bossay, 2014: 117), están directamente relacionados con los temas de la memoria y, en un sentido más amplio, de las posibilidades de escritura de una historia popular. En armonía con estas consideraciones iniciales, mi hipótesis en este artículo será que las dos cintas pueden ser leídas, siempre en el marco de sus contextos particulares de producción, como instancias testimoniales alternativas que participarían activamente en la escritura de la historia chilena reciente. Como tales ―sostendré―, ambos filmes aspirarían a reactivar y rehabilitar una memoria ‘viva’ de las violencias sufridas por algunas comunidades obreras específicas mediante la reconstitución (bajo una forma fílmica que se apoya en dos casos de la actualidad noticiosa) de un pasado inmediato y contingente.

 

Estado de la literatura

Existe poca información en la literatura científica a propósito de las obras analizadas. Los motores de búsqueda especializados, chilenos o extranjeros, arrojan ínfimos resultados al ingresar sus títulos. Por lo demás, en el sitio web de la Cineteca de la Universidad de Chile, donde ambos filmes se encuentran en formato digital, el panorama tampoco es muy prometedor. Algunas informaciones de base, sin embargo, son consignadas: sabemos, así, que Miguel Ángel Aguilera, presente fue coproducida por la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), que veía en la cinta una herramienta de contra-información. Asimismo, el sitio nos permite acceder a algunos pormenores técnicos de la filmación y exhibición de la misma obra, en la que Douglas Hübner, realizador de Herminda, reconocía por lo demás claramente “un acento comunista” (2008: 138):

Álvaro Ramírez, junto a Samuel Carvajal y Leonardo Céspedes, asistieron al funeral de Miguel Ángel Aguilera dispuestos a filmarlo. En el lugar, gracias a la gestión de un vecino de la familia Aguilera, obtuvieron sus testimonios. Las entrevistas fueron grabadas con una cámara Bolex 16mm y con una grabadora de casete. El montaje del documental tardó solo seis días, luego fue exhibido en barrios y poblaciones.1

Con respecto a Herminda, globalmente, las referencias no pasan de comentarios generales, que resumen en pocas líneas el asunto del filme o proponen una lectura interpretativa del mismo en clave política. Zuzana Pick, académica canadiense, consigna, por ejemplo, en un artículo de la revista Literatura chilena: creación y crítica publicado en 1984 algunas líneas en torno a la cinta de Hübner. Según la investigadora, Herminda demuestra “que las imágenes de la violencia policial en las poblaciones de Santiago contienen una fuerza intrínseca que ningún comentario puede reproducir” (1984: 36). Jacqueline Mouesca, en El documental chileno, se limita en cambio a evocar la premisa del filme, que ella lee como un índice de la politización creciente del cine documental nacional. La película, en palabras de la historiadora, “muestra los enfrentamientos de los pobladores con la policía que intenta desalojarlos de los terrenos que estos se han tomado para construir sus viviendas” (2005: 74).

El productor Sergio Trabucco, en una vena un poco distinta, nos recuerda que la cinta fue realizada “con materiales de prensa del Canal 9, que [Hübner] dirigía” (2014: 167), a los que un año más tarde fueron añadidas algunas secuencias capturadas en el terreno y filmadas por Héctor Ríos. La investigadora y pedagoga Alicia Vega, en su Itinerario del cine documental chileno, confirma la versión de Trabucco, dando una idea más exacta del origen de las distintas secuencias del film: “la secuencia de los enfrentamientos entre pobladores y carabineros el día de la toma corresponde a imágenes captadas en esa oportunidad por Canal 9 Televisión de la Universidad de Chile” (2006: 254). Quizás el testimonio más interesante a este respecto sea, al fin de cuentas, el del propio Hübner, quien, en una entrevista concedida a la revista Telecran en julio de 1971, reconocía:

Herminda de la Victoria no es un film. Plagada de errores y defectos, es mi primera aproximación al cine […]. Herminda de la Victoria se compromete con los pobladores sin casa de Chile, sufre con ellos, entrega un testimonio y pretende ser un ‘documento’.2

En un registro un poco más académico, Corro, Larraín, Alberdi y Van Diest ofrecen, en Teorías del cine documental chileno, 1957-1973 (2007), una lectura centrada principalmente en los aspectos sonoros del filme que vale la pena evocar. Para los autores, Herminda representaría un ejemplo del paso operado a finales de la década hacia la desmonopolización de un discurso dominado hasta entonces por la autoridad unidimensional de la voz en off, recurso insalvable de la producción precedente. Gracias a la llegada del sonido directo, en efecto, los documentales universitarios, aunque siempre con un rol narrativo, comenzaban a situarse progresivamente dentro de una “doctrina del testimonio” (2007: 125) que señalaba un desplazamiento mayor de las jerarquías textuales en juego hasta ese momento: “El discurso”, resumen los autores, “se transformó en testimonio, la autoridad textual se desplazó hacia los actores sociales, desapareciendo la voz externa y anónima que encauzaba la narración y persuadía al espectador” (2007: 124). En el plano del contenido, ese desplazamiento implicó la aparición de “los comentarios de los pobladores” (2007: 124) e impuso, en un ángulo estructural, la necesidad de un agenciamiento cada vez más sistemático de los diferentes “puntos de vista individuales” (2007: 125).

En lo que concierne a Miguel Ángel Aguilera, presente, el terreno de la literatura, aunque igualmente despoblado, revela, sin embargo, algunas pistas de lectura que convendría subrayar. La más interesante de ellas es, sin duda, el reciente libro de Camilo Trumper, Ephemeral Histories, publicado en 2016, en el que se dedican algunos párrafos al documental. En el capítulo cinco del libro en cuestión, dedicado a las políticas del espacio en el cine de la Unidad Popular, Trumper propone interpretar la preponderancia del “paisaje urbano” en la cinta como una exploración de “la relación entre el comentario político y las realidades sociales que estructuran la vida cotidiana, […] rompiendo la distinción entre lo político, lo social y lo cotidiano” (2016: 160). El autor basa su lectura en tres elementos presentes en la cinta, a los que también me referiré, aunque en algunos casos tangencialmente, más adelante: los rayados y murales, la música popular y los testimonios orales. Mediante el uso de estos elementos, nos recuerda Trumper, el filme subraya “las tensiones y parentescos entre ciudad, producciones visuales y prácticas de ciudadanía política enraizadas en el espacio público” (2016: 160).

 

Violencia y testimonio, al paso de la historia

Situándose a medio camino entre la antropología y la psicología, René Girard proponía que la violencia humana, en cuyo origen habría que situar indefectiblemente el “mecanismo” o “deseo” mimético ―productor de rivalidades en pugna por un mismo objeto―, solo puede ser mitigada o apaciguada por medio de actos de violencia colectiva más o menos controlados, ejercidos contra una víctima arbitraria, no premeditada: el “chivo expiatorio”, cuya muerte interrumpe la crisis sacrificial y “pone fin a la agitación y al desorden” (Girard, 1983: 139). En el ámbito de la teoría política es sabido, por otro lado, a partir de Hobbes y más tarde de Weber, que el orden estatal moderno “tiene como núcleo fundamental el monopolio de la violencia” (Von Trotha, 1993: 15) y la consecuente autoridad moral aparejada para instituir “la diferencia entre la buena y la mala violencia” (Dumouchel, 2011: 10).

Las violencias policiales a las que Herminda y Miguel hacen referencia pueden, en ese contexto, ser englobadas cómodamente en torno a lo que Paul Ricœur llama “violencias estatales fundadoras”, cuyo rol primero sería la “punición”. Realidad “mantenida e instaurada a través de la violencia asesina” (1955: 259), el Estado, según la interpretación de Ricœur, se ve sistemáticamente obligado a legitimarse a través del asesinato, lo que enfrenta a los individuos que lo componen a escoger entre dos “éticas de urgencia” (éthiques de détresse): la de la obediencia, que “consagra la falta” (1955: 257) del Estado y lo ayuda a perpetuarse, o la del testimonio, que “disminuye sus chances de sobrevivir” (1955: 258). Está de más decir aquí que los filmes estudiados, así como los sujetos cuyas declaraciones registran, escogerán la última. Ambos documentales, recordemos, buscan registrar un hecho noticioso preciso: una muerte, o más bien un asesinato, resultado directo de la intervención descomedida de las fuerzas policiales, que intentaban ‘castigar’ por la fuerza un acto considerado unilateralmente como de desobediencia civil.

Ahora bien, ¿en qué consistían, exactamente, esos actos de desobediencia? En Herminda de la Victoria, como ya hemos sugerido, la situación es expuesta de manera directa, según los detalles de la anécdota histórica: las autoridades, a través de sus fuerzas del orden, ‘responden’ a la fundación supuestamente ‘ilegal’ de una comunidad, a la ocupación ilegítima de un terreno baldío por parte de familias que provienen del naciente proletariado industrial de finales de los años 60. En Miguel Ángel Aguilera, presente, en cambio, la intervención pretendía reprimir una huelga ―también calificada como ‘ilegal’― que el Partido Comunista había organizado el 4 de julio de 1970. El problema ―vale la pena insistir― reside en que ambas intervenciones tendrán consecuencias fatales, contraviniendo la prohibición de asesinar (“l’interdiction du meurtre”), que el mismo Ricœur reconocía como único límite “que la violencia del Estado no puede franquear” (1955: 255), si este desea no caer en el cataclismo, en el caos de la guerra, de “la lucha por la vida” (1955: 256). Por un lado, estará entonces la muerte de Miguel Ángel Aguilera, baleado por la policía durante la manifestación que acabamos de evocar. Pero estará también, por el otro, el deceso de la pequeña Herminda, muerta por asfixia en el marco de un procedimiento policial de desalojo.

En ambas cintas, ambos crímenes representan tanto el punto de partida de la práctica de investigación documental de los realizadores ―estos se desplazan efectivamente al lugar de los hechos para registrar “en vivo” las reacciones de los familiares de las víctimas―, como su transformación en “texto”, su “puesta en intriga” o, en otras palabras, su “escritura” o “fijación” cinematográficas. En su aspecto de ejercicios de fijación “historiográfica”, ambos filmes deben, sin embargo, ser considerados, no como la corrección de una memoria parcial o incompleta, sino más bien como una “ayuda eficaz” para la comunicación de esta, a la manera de aquel “tercero” que, según los términos que Ricœur (2004: 168) extrae de Freud, “autorizaría” en la práctica psicoanalítica el surgimiento de los recuerdos en el paciente. Estas inquisiciones nos recuerdan, como afirma Camilo Trumper a propósito de Miguel Ángel Aguilera, presente, que “[l]a práctica del cine documental […] creaba [en esa época] un espacio en el que una conversación democrática, abierta, podía tener lugar, y en el cual una política participativa, aunque efímera, podía echar raíces” (2016: 160).

Es posible, a este mismo respecto, comprender las dos obras en cuestión como instrumentos de un ‘uso’ muy específico de la memoria que es el resultado de un contexto histórico y político también muy particular, en el cual, como sostiene Bossay, se apelaba fuertemente “a la creencia de que lo que se estaba viviendo se escribía en los anales de la historia mientras se filmaba” (2014: 109). Este uso, sostendré, tiende a la re-activación y a la revalorización testimonial de cierta forma de identidad colectiva ‘viva’, ligada a los individuos y a sus emociones, más que a la relación cronológica, progresiva y coherente de acontecimientos o a la constatación de realidades verificables. Afirmaré, así, que estos filmes nos hablan de una ‘memoria viva’ en el sentido de que se centran en los testimonios espontáneos de los sobrevivientes, de los testigos oculares directos de las violencias estatales evocadas. He de precisar, por último, que entiendo la noción de ‘memoria viva’ según la fórmula que Dominique Viart (2008: 87) toma prestada de Pierre Nora, es decir, como una memoria “susceptible de fundar el presente en acción”. Esta memoria que calificaremos como ‘viva’ se opone radicalmente a las ataduras y presiones de una memoria institucionalizada, obligada o reificada, i.e., “ritualizada en prácticas conmemorativas” (Viart, 2008: 87).

Al desplazarse, al fin, y como ya ha quedado claro, entre los límites de lo individual y de lo colectivo, de lo privado y lo público, ambos filmes subrayan las tensiones y relaciones que pueden establecerse entre las categorías de ‘memoria colectiva’ y ‘memoria individual’, recordándonos de paso que estas dos nociones, según la fórmula de Ricœur (1998: 32), “se constituyen simultáneamente según el esquema de una constitución mutua y cruzada”.

 

Miguel Ángel Aguilera, presente: una letanía en familia

Miguel Ángel Aguilera, presente muestra, en su mayor parte, imágenes capturadas durante los funerales de Miguel Ángel Aguilera, joven simpatizante del Partido Comunista Chileno asesinado por la policía en el contexto de una huelga popular. Una especial importancia es concedida, a lo largo del cortometraje, a los testimonios de los parientes y allegados de la víctima, quienes relatan con crudeza las circunstancias de la muerte de Miguel y recuerdan algunos de sus costumbres y comportamientos familiares. Su pareja, por ejemplo, recuerda hacia la mitad del filme, angustiada y entre sollozos, el día en que empezaron a salir, día de año nuevo, y que iba a verla todos los días a las 7 y media. La madre, por su parte, afirma, al recordar las costumbres de su hijo: “Siempre sonriendo, se iba a su colegio […]”.

Estos testimonios hacen referencia a la vida íntima de Miguel Ángel y nos hablan, particularmente, de los afectos y emociones de sus allegados. En este sentido, responden positivamente a la “necesidad de dejar hablar el odio, el amor, la decepción” que Ricœur (1998: 43), siguiendo el derrotero terapéutico de Freud, ubicaba en el centro de todo trabajo de cura de una memoria “herida” y que constituiría, según él, un acto de “verdadera resistencia” (1998: 43) frente a las diversas manipulaciones y abusos que la memoria es susceptible de sufrir ‘desde’ el poder. Por lo demás, el recurso a los “allegados” no está desprovisto de importancia, pues, como señala el mismo Ricœur en La Memoria, la historia, el olvido, estos ocupan un lugar preponderante en el establecimiento de relaciones entre los polos de la memoria individual y la memoria colectiva, funcionando como una instancia intermediaria entre ambos: “Los allegados”, afirma el filósofo, “esa gente que cuenta para nosotros y para quien contamos nosotros, están situados en una gama de variación de las distancias en la relación entre el sí y los otros […]. Los cercanos son ‘otros’ próximos, ‘prójimos’ privilegiados” (2004: 171).

cine documental

Mientras todas las frases que acabamos de evocar son dichas por los parientes de Miguel Ángel, la pantalla nos expone en planos detalle las manos de cada uno de los miembros de la familia del joven. Este gesto de descomposición de una parte del cuerpo de los testigos tiene por objeto, a mi parecer, poner de manifiesto ―de manera acaso demasiado literal― la clase a la que pertenecen los sujetos entrevistados.

Del mismo modo, varios objetos que pueblan la casa familiar y dan cuenta del ambiente de miseria en el cual viven sus moradores son capturados por el objetivo de la cámara: botellas semivacías, afiches electorales que cuelgan de muros quebradizos, suéteres agujereados, restos de comida y, en fin, tantos otros índices mudos de una vida que transcurre mustiamente, en la más desoladora de las pobrezas. De todos estos elementos materiales podríamos decir, en cualquier caso, según la fórmula de Maurice Halbwachs, que participan de un sentimiento de identidad colectiva en cuanto “nos recuerdan una manera de ser común a muchos hombres, […] y [atraen] nuestra atención sobre cada una de sus partes, […] como si disecáramos un pensamiento en el que se confunden los aportes de una cantidad de grupos” (1968: 131). Y a esto podríamos añadir, de nuevo con Halbwachs: “[No] es el individuo aislado, es el individuo en tanto miembro de un grupo, es el grupo mismo que se mantiene sumiso a la influencia de la naturaleza material y participa de su equilibrio” (1968: 132).

A los testimonios de los parientes y allegados de la víctima se suman, por otro lado, numerosas manifestaciones artísticas de las que el filme se sirve en su búsqueda de una “justa distancia con respecto al pasado” (Ricœur, 1998: 45). Así, hacia la mitad del filme, escuchamos unos versos de una canción de la compositora e intérprete chilena Violeta Parra, fallecida apenas unos meses antes de la realización del documental. La canción adopta una estructura iterativa construida a partir de una frase que es repetida de manera insistente al inicio de cada estrofa, en forma de letanía: “¿Qué he sacado con quererte, ay, ay, ay?”.

Otro elemento derivado del imaginario popular es expuesto en la película. Varias son las tomas que nos muestran, en efecto, murales pintados sobre los que pueden leerse, respectivamente, consignas que denuncian la atrocidad de las violencias policiales y llaman a un levantamiento de la clase obrera. Todas estas inscripciones, que adoptan a ratos un aire manifiestamente revolucionario, reflejan la influencia de una retórica proveniente de las luchas revolucionarias llevadas a cabo en Hispanoamérica durante los años 60 y 70. Hacia el final del filme, por ejemplo, vemos frases como: “¡Asesinos! Ya van 35 personas”, “Pacos asesinos”, “Miguel Aguilera, te vengaremos”, o simplemente, en un acto casi poético, la palabra “Mierda”. Con el mismo ánimo, la película expone en repetidas ocasiones la portada de un periódico en la que podemos leer claramente la exclamación: “¡Fueron a matar!”.

N20-A1-2

Herminda de la Victoria (o la historia en plural)

Herminda de la Victoria aborda, por su parte, un tema bastante similar. Como ya se ha señalado, el filme hace referencia a un hecho noticioso que causó escándalo en la época. A grandes rasgos, la cinta se centra en los avatares de un grupo de familias obreras que, después de haber perdido sus respectivos domicilios, erra sin rumbo y termina instalándose en un terreno baldío en las afueras de Santiago. Allí, los recién llegados construyen con sus propias manos casas muy precarias de cartón, madera y zinc. Debido al carácter ilegal de esta ocupación, y frente al rechazo de los pobladores ante la petición de abandono de las autoridades, estas deciden desalojar de manera violenta a los ocupantes, para lo cual son movilizadas las fuerzas del orden. Durante una de las intervenciones, un policía, haciendo uso de una fuerza a todas luces desmesurada, arrastra por tierra a una joven madre que sostenía entre sus brazos a su hija recién nacida con una fuerza también desmesurada que termina por asfixiarla. El nombre de este bebé muerto es ―lo sabremos hacia el final del film― Herminda.

Es posible reconocer de entrada en Herminda algunas variaciones con respecto a Miguel. En la cinta de Hübner la muerte funcionará como un elemento fundador que marcará tanto el comienzo de una nueva vida para los habitantes de la toma ―la represión policial disminuirá, en efecto, luego del fallecimiento de Herminda― como el establecimiento de un nuevo hogar permanente. A diferencia de lo que sucedía en Miguel, una relación mucho más ambigua parece establecerse entre el hecho traumático de la muerte y la lucha política de la cual este es, en cierta forma, un resultado. La muerte es concebida, en este último contexto, como el signo, el índice incontestable de una victoria: los obreros logran frenar y expulsar definitivamente a las fuerzas del orden ―y, consecuentemente, al poder punitivo del Estado―, conquistando al mismo tiempo un espacio concreto que desde ahora les pertenece.

Ahora bien, hay también en Herminda una clara insistencia en lo que respecta a la labor obrera y al trabajo manual, como sucedía en Miguel. Este guiño parece referirse a una suerte de identidad colectiva de clase que se actualiza a través del recuerdo de un gesto inmemorial: el de la manipulación de instrumentos de trabajo artesanal, utilizados en este caso en las faenas de construcción de las viviendas.

Sin embargo, este mismo gesto se encuentra atravesado también por una presencia que amenaza con romper la unidad de la comunidad y que lleva, en un sentido más amplio, a una división en el seno de la clase obrera. A las imágenes de trabajadores y trabajadoras que construyen con sus propias manos todo un ecosistema urbano se suman, paralelamente, las imágenes de la inacción, de la desocupación, de la ociosidad, de los cesantes que han perdido, como consecuencia de la ocupación de los terrenos, sus trabajos oficiales. Uno de los testigos entrevistados afirma a este respecto: “Estoy cesante desde que llegamos. Falté tres días al trabajo por la ocupación y cuando volví me echaron”. Un poco más tarde, un segundo testigo añade: “Tenemos un lugar para vivir, pero ahora no podemos trabajar”. Se ilustra de esta manera una división marxista de la fuerza de trabajo: están por una parte los empleados que poseen un sub-trabajo ―incluso si este se realiza a domicilio― y, por otra, el conjunto de los desempleados que constituyen la “población obrera disponible y miserable que el capital tiene en reserva para sus necesidades de explotación cambiantes” (Marx, 1993: 548).

cine documental

Al margen de estas consideraciones, lo que interesa aquí es la manera en que se construye cinematográficamente el relato de la muerte de Herminda y la posterior conquista de los pobladores. Me parece que este último ejemplo demuestra que, en Herminda, por regla general, los testimonios se componen de manera colectiva, por adición o aglutinamiento. Otra secuencia merece ser citada en virtud de ese mismo procedimiento. Durante los primeros minutos del filme, Hübner dispone, uno tras otro, los testimonios de tres mujeres. Todas parecen responder a una pregunta que no es formulada de forma explícita: “¿Por qué arriesgarse a participar en la toma de terrenos?”, pregunta cuya respuesta, como en Miguel, parece ser asumida de manera colectiva, por un sujeto grupal cuya identidad se construye progresivamente, por la yuxtaposición de testimonios.

Una primera mujer argumenta: “Porque mi pieza estaba hecha en el medio de cinco pozos negros. Y yo tengo seis niños que […] se están educando y tienen que estar en una limpieza más humana”. Otra, más adelante, corrobora: “Yo me decidí venir para acá, señor, porque donde vivo es un recinto municipal y la pieza donde habito es un hoyo séptico y cuando llueve eso se anega y tengo que pasar por puentes para acostar a mis hijos”. Finalmente, una tercera mujer explica, con su voz a punto de quebrarse: “Porque no tengo donde vivir. Estoy en una caseta y el dueño me echa todos los días”.

Mientras estos testimonios son proferidos, sin embargo, la imagen se abandona a una deriva en la que los rostros de esas mujeres están ausentes. Desfilan en la pantalla, en cambio, diferentes vistas o clichés que dan cuenta de las paupérrimas condiciones de vida en la toma. Hübner evoca, a través de una serie de planos de corta duración, la fragilidad y precariedad de las construcciones, el estado de insalubridad generalizado, la falta de las normas de confort más elementales. A estos planos objetuales se sumarán, enseguida, y cuando el segundo testimonio comienza, las imágenes de una niña que llena un balde de agua en el que parece ser el único grifo de agua potable del lugar, y de dos niños que juegan en el barro, entre latas vacías y piedras, junto a una poza de agua séptica. Apenas comienza el tercer y último testimonio, vemos a una mujer que lava ropa a mano, con un gesto mecánico, detrás de una alambrada.

Este procedimiento de disyunción entre lo que aparece en pantalla y lo que se escucha en la banda de sonido pretende resaltar el contenido de las declaraciones de los testigos y, con ello, dar una idea concreta del estado de precariedad, desamparo y deriva de los pobladores. Si sus condiciones actuales de vida en la ocupación ―que la cámara acaba de revelarnos en toda su miseria― les parecen, en efecto, superiores a las de sus viviendas de antaño, no es difícil imaginar cuál era el nivel de salubridad de estas últimas.

Gracias a este simple gesto de montaje, se opera, pues, un doble movimiento, a la vez temporal y espacial: mientras las voces de testigos no identificados describen las condiciones de sus moradas pasadas, la cámara, en tiempo presente, nos muestra aquellas en las que residen hoy. Testimonio oral e imagen componen, así, entrelazados, y a través de la puesta en contacto de dos temporalidades y dos lugares disímiles, un episodio concreto de la historia reciente del proletariado nacional.

Conclusión

Como he intentado demostrar a lo largo de estas páginas, los dos filmes estudiados están estructurados a partir del episodio definitorio de la muerte. Si en Miguel el deceso del joven proletario sentará las bases de una estructura fílmica esencialmente iterativa y fragmentaria que tendrá como objeto la reconstitución, según puntos de vista múltiples y a partir de un principio dialógico, de un solo y mismo acontecimiento, en Herminda de la Victoria el fallecimiento del recién nacido será más bien interpretado por los propios pobladores como el corolario de un largo proceso de lucha popular, lo que explica en parte la posición de este mismo acontecimiento en la cronología del relato: en efecto, la muerte nos es explicada apenas en los últimos segundos del filme, como si se tratara de la clave interpretativa que engloba todo el relato de manera teleológica. Tanto Miguel como Herminda contribuyen, en ese sentido, a la idea de una construcción social y popular de la memoria en la que el testimonio oral ―registrado en vivo, en el lugar de los hechos― ocupa un lugar preponderante y en la que, según la fórmula de Halbwachs (1968: 33), “cada memoria individual [constituye] un punto de vista sobre la memoria colectiva”.

En otro ámbito, el hecho de que los filmes lleven por título los nombres propios de sus ‘protagonistas’ merece cierta atención. Este gesto denominador da cuenta, por un lado, de una individualidad que lucha por imponerse en un contexto político que, como el del Chile de esos años, parecía privilegiar más bien la puesta en escena de sujetos colectivos (Dittus y Ulloa, 2017: 38); por otro, subraya también el deseo de hiperestesiar estas mismas individualidades con el objeto de hacerlas alcanzar el estatus de verdaderos mitos generadores de nuevos relatos de resistencia. En un plano general, lo que los realizadores parecen demostrar al escoger como título para sus filmes los nombres de los personajes es la necesidad de arraigar todo discurso de resistencia colectiva en esta suerte de potencia deíctica de la escritura historiográfica que es, para Michel de Certeau, el uso de nombres propios: “Nombrar a los ausentes de la casa e introducirlos en el lenguaje de la galería ‘escriptuaria’ equivale a liberar espacio para los vivos, a través de un acto de comunicación que combina  la ausencia de los vivos en el lenguaje y la ausencia de los muertos en la casa” (1975: 141, traducción nuestra).

A través de los testimonios evocados, los sujetos secundarios y en cierta medida anónimos que pueblan ambos filmes ―amigos y parientes del joven comunista en Miguel, madre y otros pobladores de la ocupación en Herminda― se apropian de las violencias cometidas en el nombre del Estado y las invierten, haciendo surgir de ellas un segundo sentido. La violencia estatal a la cual ambos filmes hacen referencia adquiere, de esta manera ―a pesar de su carácter aparentemente ‘victorioso’―, una naturaleza que podemos calificar, por lo menos, como ambigua. Afirma, por un lado, ese “monopolio de la coacción física” del que hablaba Ricœur al referirse al carácter punitivo inherente a todo Estado, pero, por otro lado, señala también, en estos casos concretos, una victoria elíptica o velada que nace de la derrota y se impone finalmente a esta, haciendo surgir ‘novedad’ en la forma de objetos de memoria que se organizan alrededor de una obra fílmica que los reagrupa, los autoriza y los sanciona bajo el auspicio de un nombre propio.

Al dar el nombre del niño muerto al nuevo vecindario que los obreros fundan con sus propias manos, los pobladores de Herminda realizan un gesto hondamente disidente que tiene como correlato la importancia concedida en Miguel al motivo del nombre propio. Este gesto consiste, simplemente, en transformar la derrota sufrida ―ya lo dijimos: derrota cuyo corolario es la muerte violenta de dos personas― en victorias simbólicas que se afirman como tales por el hecho mismo de producir o de generar instancias ‘memoriales’: mientras que la violencia policial activada desde el Estado se reproduce a través de una repetición maquinal ―que es, esencialmente, siempre la misma, trátese de desalojo o de represión de una huelga―, los actos de resistencia de los obreros y obreras poseen, en potencia, un poder evocador con propiedades creativas que se actualiza en formas rememorativas más espontáneas: cantos, funerales, discursos, consignas políticas a viva voz, escrituras alternativas (grafitis, panfletos, afiches, inscripciones), apropiaciones del espacio público, testimonios orales, ‘denominaciones’ simbólicas y, en este caso específico, obras documentales.

Habría que referirse, para concluir, al potencial ‘histórico’ de los filmes analizados. Y es que ambas cintas ―como se ha intentado demostrar― constituyen no solamente documentos preciosos de una etapa tumultuosa de la historia reciente de Chile que, según modalidades diversas, atormenta la consciencia política del presente; se trata también, y acaso de manera más relevante, de obras que poseen una enorme potencia de actualidad en el sentido en que subrayan temáticas que siguen siendo conflictivas y que suscitan, todavía hoy, encendidos debates a nivel nacional. En ese sentido, la constatación de Claudia Bossay, según la cual se habría vivido, durante el período de la UP, un proceso de hyper-recording, en el que “se filmaba eventos que en su época aún no revelaban su potencialidad histórica” (2014: 109), resulta más que pertinente. Las declaraciones de Douglas Hübner, quien, entrevistado en 2003 para el periódico El Mercurio, afirmaba, retrospectivamente, que Herminda era “la primera película chilena que se filma desde la perspectiva del actor social”3, no harían más que confirmar esa intuición.

 

Bibliografía

Bolzoni, Francesco (1974), El cine de Allende, Valencia, Fernando Torres.

Bossay, Claudia (2014), “El protagonismo de lo visual en el trauma histórico: dicotomías en la lectura de lo visual durante la unidad popular, la dictadura y la transición a la democracia”, en Comunicación y medios, 29, 106-118.

Corro, Pablo (2012), Retóricas del cine chileno, Santiago de Chile, Cuarto Propio.

Corro, Pablo, et al. (2007), Teorías del cine documental chileno, 1957-1973, Santiago de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile.

De Certeau, Michel (1975), L’Écriture de l’Histoire, París, Gallimard.

Dittus, Rubén, y Erna Ulloa Castillo (2017), “Cartografía del cine documental político chileno: entre el discurso político y la retórica audiovisual”, en Anàlisi, 56, 33-47.

Dumouchel, Paul (2011), Le Sacrifice inutile: essai sur la violence politique, París, Flammarion.

Girard, René (1983), La violencia y lo sagrado, traducción del francés de Joaquín Jordá, Barcelona, Anagrama, primera edición: 1972.

Halbwachs, Maurice (1968), La Mémoire collective, París, Presses Universitaires de France, primera edición: 1950.

Marx, Karl (1993), Le Capital. Livre I, traducción del alemán al francés de É. Balibar et al., París, PUF, col. “Quadrige”, primera edición: 1867.

Mouesca, Jacqueline (2005), El documental chileno, Santiago de Chile, LOM.

—   (1988), Plano secuencia de la memoria de Chile: veinticinco años de cine chileno (1960-1985), Santiago de Chile, Ediciones del Litoral.

Palacios, José Miguel (2013), “Contradicciones del manifiesto de los cineastas chilenos de la Unidad Popular”, en Enfoques al cine chileno en dos siglos, Mónica Villaroel (ed.), Santiago de Chile, LOM, 127-135.

Pick, Zuzana (1984), “La imagen cinematográfica y la representación de la realidad”, en Literatura chilena: creación y crítica, Los Ángeles, Ediciones de La Frontera, 31-40.

Pinto, Iván (2016), “Crítica y crisis en el Nuevo Cine”, en Las rupturas del 68 en el cine de América Latina, Mariano Mestman (ed.), Buenos Aires, Akal, 185-215.

Ricœur, Paul (2004), La memoria, la historia, el olvido, traducción del francés de Agustín Neira, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, primera edición: 2000.

—   (2004), Tiempo y narración. Tomo I, traducción del francés de Agustín Neira, México DF, Siglo XXI Editores, primera edición: 1983.

—   (1998), “Passé, mémoire et oubli”, en Histoire et Mémoire, Martine Verlhac (ed.), Grenoble, Centre Régional de Documentation Pédagogique de l’Académie de Grenoble, 29-45.

—   (1955), Histoire et Vérité, París, Seuil.

Salinas, Claudio, y Hans Stange (2008), Historia del Cine Experimental en la Universidad de Chile, 1957-1973, Santiago de Chile, Uqbar.

Trabucco, Sergio (2014), Con los ojos abiertos: el nuevo cine chileno y el movimiento del nuevo cine latinoamericano, Santiago de Chile, LOM.

Trumper, Camilo (2016), Ephemeral Histories: Public Art, Politics and the Struggle for the Streets in Chile, Oakland, University of California Press.

Valle Dávila, Ignacio del (2014), Cámaras en trance. El nuevo cine latinoamericano, un proyecto cinematográfico continental, Santiago de Chile, Cuarto Propio.

Vega, Alicia (2006), Itinerario del cine documental chileno 1900-1990, Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad Alberto Hurtado.

Viart, Dominique (2008), “Des hommes habités d’histoire: Olivier Rolin, Tigre en papier”, en Cahiers de recherches interuniversitaires néerlandaises, Ámsterdam, Rodopi, 83-97.

Von Trotha, Trutz (1993), “La Dépossession du pouvoir et la déresponsabilisation de l’individu dans l’évolution vers la constitution de l’État et l’acquisition de son monopole de la violence”, en La Violence et l’État. Formes et évolution d’un monopole, Étienne Le Roy et Trutz von Trotha (eds.), París, L’Harmattan, 15-34.

Notas

1 Citado en la sinopsis de Herminda de la Victoria, en Cineteca virtual de la Universidad de Chile (en línea).

2 Citado en la sinopsis de Miguel Ángel Aguilera, presente, en Cineteca virtual de la Universidad de Chile (en línea).

3 Citado en “El despertar del Nuevo Cine Chileno”, en CineChile, Enciclopedia del cine chileno (en línea).

Artículos

—-/ Artículos

Introducción al dossier: “Justicia y ley en el cine documental en América Latina”
Por María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 4-13

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: de “objetos” a sujetos de derecho
Por María Guadalupe Arenillas. Págs.: 14-37

Video nas Aldeias y los terrenos de conflicto indígena en Brasil
Por Ian Erickson-Kery.  Págs.: 38-67

Vigilancia colonial en Puerto Rico: Filiberto o el documental judicial como representación de la ley
Por Juan Carlos Rodríguez. Págs.: 68-94

El cine documental y los procedimientos de la ley: observación y reflexividad en el cine de Maria Augusta Ramos
Por Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 95-120

De documental a documento, de índice a evidencia: el cine de Pamela Yates y el genocidio maya
Por Antonio Gómez. Págs.: 121-139

Video nas Aldeias y los terrenos de conflicto indígena en Brasil

Descargar texto

Por Ian Erickson-Kery

Resumen

El presente ensayo aborda la relación entre la producción documental de Video nas Aldeias, una colaboración iniciada en 1987 entre cineastas y antropólogos brasileños y varios grupos indígenas, y la ley. Traza las evoluciones legales y políticas en Brasil desde la ratificación de la constitución actual en 1988, que consagró el derecho de demarcación de tierras indígenas, para argumentar que el proyecto da forma cinematográfica a las posibilidades e impases de la ley con respecto a las poblaciones indígenas, y más específicamente, a la aun parcialmente cumplida reivindicación de sus tierras. Visto de este modo, el proyecto no sólo interviene en las convenciones del cine etnográfico, sino también desafía más ampliamente las funciones establecidas de los conceptos legales de territorio evidencia. El análisis detallado de películas de distintos periodos en la trayectoria del proyecto revela como el cine documental consigue complementar la ley de forma necesaria mientras contiene sus propios límites como herramienta de abogar. Sin embargo, la creciente hostilidad de las esferas legales y políticas hacia la cuestión indígena en Brasil demuestra la necesidad de formas culturales capaces tanto de insertarse en esas esferas como de mantener una distancia crítica de ellas.

Palabras clave: Video nas Aldeias; derecho de demarcación de tierras indígenas; territorio; evidencia.

Abstract

This essay considers the relationship between the documentary production of Video nas Aldeias, a collaboration initiated in 1987 between Brazilian filmmakers and anthropologists and various Amazonian indigenous groups, and the law. It traces legal and political developments in Brazil since the ratification of the current constitution in 1988, which enshrined the right to indigenous land demarcation, arguing that the project gives cinematic form to the possibilities and impases of the law with respect to indigenous populations, and more specifically, to the only partially accomplished recognition of their lands. Seen in this light, the project not only intervenes in the conventions of ethnographic film, it also more broadly challenges the established functions of legal concepts of territory and evidence. Through detailed analysis of films from distinct periods in the trajectory of the project, the essay shows how documentary cinema supplements the law in a necessary fashion while containing its own limits as a tool of advocacy. The growing hostility towards the indigenous question in Brazilian legal and political spheres, however, demonstrates the necessity of cultural forms capable both of insertion into such spheres and of maintaining a critical distance from them.

Keywords: Video nas Aldeias; right to demarcate indigenous lands; territory; evidence.

Resumo

O presente ensaio aborda a relação entre a produção documentária de Vídeo na Aldeias, uma colaboração iniciada em 1987 entre cineastas e antropólogos brasileiros e vários grupos indígenas, e a lei. Traça as evoluções legais e políticas no Brasil desde a ratificação da constituição atual em 1988, que consagrou o direito de demarcação de terras indígenas, para argumentar que o projeto da forma cinemática às possibilidades e impases da lei em relação às populações indígenas, e mais especificamente, à ainda parcialmente cumprida reivindicação das suas terras. Visto deste modo, o projeto não só intervém nas convenções do cinema etnográfico, mas também desafia mais amplamente as funções estabelecidas dos conceitos legais de território e evidência. A análise detalhada de filmes dos distintos períodos na trajetória do projeto revela como o cinema documentário consegue complementar à lei de forma necessária enquanto contem seus próprios limites como ferramenta de advogar. Não obstante, a crescente hostilidade das esferas legais e políticas pelas questões indígenas no Brasil demonstra a necessidade de formas culturais capazes tanto de inserir-se nestas esferas quanto de manter uma distância crítica delas.

Palavras-chave: Video nas Aldeias; direito de demarcar terras indígenas; território; evidência.

Datos del autor

Ian Erickson-Kery es estudiante de doctorado en el departamento de Romance Studies en la Universidad de Duke, Carolina de Norte, EEUU; y licenciado en Literatura Comparada por la Universidad de Columbia, New York, EE.UU.

Fecha de recepción: 1 de febrero de 2019.
Fecha de aprobación: 5 de junio de 2019.

Uno de los primeros decretos de Jair Bolsonaro tras asumir la presidencia brasileña en enero de este año fue privar a FUNAI (la Fundación Nacional del Indio) de la responsabilidad de administrar la demarcación y protección de tierras indígenas y transferirla al Ministerio de Agricultura. En varias ocasiones, el presidente expresó su hostilidad hacia lo que llama una “industria” de demarcaciones, prometiendo frenarlas y hasta revocarlas. Su política indígena representa el agravamiento de un deterioro que se viene produciendo hace aproximadamente dos décadas. La constitución brasileña, ratificada en 1988, en medio de la redemocratización del país, proclamó el derecho de control autónomo de tierras ancestrales y le encargó a FUNAI que demarcara todas estas tierras en cinco años. Ésta resultó ser una exigencia imposible de cumplir; sin embargo, en los años 90 se realizó un intenso proceso de demarcación que se redujo en los 2000 hasta una moratoria, a todos los efectos, desde el segundo mandato de Dilma Rousseff (2015-16) (Pringle, 2015: 1085). La inmensa expansión de la industria agropecuaria ha facilitado su creciente poder político hasta su apoteosis en el presente. Esta trayectoria, sin duda, ha tenido repercusiones graves en cuanto a la cuestión indígena.

El presente artículo abordará la evolución de la política indígena brasileña durante las últimas tres décadas a través de la producción de Video nas Aldeias (Video en las aldeas) y su fundador Vincent Carelli. Carelli, quien había trabajado para FUNAI en los años 70, dio inicio a Video nas Aldeias en 1987 con el propósito de abogar por los grupos indígenas que, en esa época, comenzaban a revindicar sus derechos territoriales. Junto con la antropóloga Virginia Valadão descubrió inmediatamente que el proyecto no podía constar de una mera documentación unidireccional. Los grupos con los cuales trabajaban exigían, de varios modos, participación en los procesos de producción y por extensión, su propia representación. Es decir, ellos entendían plenamente el papel de la cámara como un dispositivo de contacto con la sociedad brasileña. Como Pat Aufderheide comenta, “era un momento en el que los indígenas se acostumbran a emplear el video en negociaciones políticas con los brasileños, y así a asociar la narración con la defensa cultural” (Aufderheide, 2008: 28). Mientras los cortometrajes tempranos, como veremos, emplearon estrategias documentales tradicionales como entrevista y voz en off, gradualmente se desarrolló un modo más directo, de estilo cinema verité. Se abrió, entonces, un campo de experimentación que llevaría a Carelli, en colaboración con la cineasta Mari Corrêa, a descentralizar el proyecto y dar plena autonomía a los grupos indígenas en la producción de películas, empezando por un programa de talleres cinematográficos en 1997 (Aufderheide, 2008: 28).

La mayoría de los comentarios sobre Video nas Aldeias se han centrado en dos cuestiones principales: primero, sus implicaciones para la tradición de cine etnográfico (ver Ruby, 1992; Ginsburg, 1999; Furtado, 2019) y segundo, su repercusión con audiencias tanto en Brasil como en el circuito de cine documental internacional (ver Aufderheide, 1995; Aufderheide, 2008). Rachel Moore, discutiendo el proyecto Kayapó, un precursor de Video nas Aldeias en el que trabajó Carelli, ataca las premisas del video “directo” indígena por, “aligerar la carga moral de la representación” y, a la misma vez, reinstaurar el fetiche de “lo primitivo” (Moore, 1992: 17). Moore argumenta que “el ‘placer del espectador deriva no de participar directamente en el contenido de la película, sino de discernir el residuo mimético activado por el encuentro entre primitivo y civilizado. Si el contacto es, de hecho, el mito que nos define, el video indígena se vuelve una larga performance de ese mito por su recepción en el primer mundo” (Moore, 1992: 21). En cambio, Aufderheide, discutiendo Video nas Aldeias, propone que las audiencias internacionales a menudo se decepcionan con lo que ven en los videos porque no colman sus expectativas de indígenas “puros,” “congelados en el tiempo,” “trágicamente condenados” y “penosos” (Aufderheide, 2008: 29).

El siguiente análisis considerará el problema de contacto más en términos legales que culturales, centrándose más en la lucha por los derechos territoriales que en la cuestión de recepción en el mundo “occidental”. Es decir, en vez de entender el contacto solo como una relación entre lo representado y el espectador, interrogaré la cuestión de contacto según se desarrolla en el territorio, con el involucramiento de actores de varias posiciones sociales y legales. De este modo, la cámara es un mediador entre varios, incluyendo la ley. A su vez, la imagen del indígena -como se consume en el occidente- se vuelve secundaria en relación con su representación ante la ley. Evidentemente la representación cultural y la representación legal están interrelacionadas, pero no son sinónimas; la cuestión de territorio y demarcación, por ejemplo, tiene mucho más que ver con la segunda, dado que va mucho más allá de la imagen. En otras palabras, existe una tendencia a centrarse analíticamente en la idea o la imagen de contacto sin lidiar con su realidad y los procesos históricos e institucionales que la definen. Las múltiples escenas de contacto en las películas en cuestión -contacto no solo con los cineastas sino también con agentes del Estado, estancieros, asesinos a sueldo y peatones- no son re-presentaciones de acontecimientos históricos, sino evidencias de las múltiples formas de contacto que los indígenas enfrentan hoy en día. Sólo en 2017, la justicia brasileña procesó casi 700 casos de invasión belicosa en territorios indígenas, una cifra que va aumentando dado a políticas que favorecen cada vez más a los terratenientes (Cavalcanti, 2019). Carelli y Video nas Aldeias, a lo largo de tres décadas, han formado parte de esta dinámica con el doble papel de observadores críticos y participantes. En el espacio entre estos dos papeles surgen ambigüedades a la vez incómodas y reveladoras. En un intento de entender esta contradicción más allá de la mirada cinematográfica occidental, la examinaré frente a las negociaciones y evoluciones de la ley.

La producción de Video nas Aldeias interroga la compleja relación entre “hecho” (lo que se registra) y “evidencia” (lo que se moviliza a través de estructuras interpretativas o legales para hacer declaraciones fácticas, sobre todo frente al Estado). En el contexto indígena, esta relación se complica por la presencia de múltiples estructuras interpretativas, a veces irreconciliables, que pesan en los mismos eventos. La intraducibilidad de ciertas narrativas o ciertos conceptos entre los sujetos indígenas y sus observadores -al otro lado de la cámara o de la pantalla- refleja problemas de traducibilidad en el ámbito legal, en el cual hay una fricción entre conceptos indígenas de territorio y las estructuras legales que reparten la tierra como propiedad privada o dominio público, custodiado por el Estado. Un aspecto central de la defensa que hace Video nas Aldeias por parte de sus colaboradores indígenas es subrayar la relación ambivalente entre hecho y evidencia documental para comunicar una disyunción paralela entre experiencia indígena y jurisprudencia legal. Esto tiene el doble efecto de mostrar los límites de la ley y señalar posibles modificaciones de ella para mejor atender a las exigencias indígenas. Veremos cómo Video nas Aldeias no sólo representa, sino también da forma a impases y fracasos legales. También veremos otros casos en los cuales suceden triunfos en la alteración de los procesos legales, alteraciones que las películas buscan captar en su forma. En otras palabras, la forma en que los documentales presentan evidencia es capaz tanto de apoyar como de criticar los procedimientos legales.

El registro audiovisual de grupos indígenas puede implicar una reivindicación de territorio como la constitución brasileña consagra -así como el registro de violencia puede implicar culpabilidad- pero la aplicación de la ley es altamente imprecisa, como el lento y complejo procedimiento de demarcación lo demuestra. Como veremos, Video nas Aldeias ha presentado, en varias ocasiones, material grabado como evidencia a diferentes cortes y a la sociedad civil. Sin embargo, la forma de los documentales sugiere un esfuerzo para evitar su inscripción en el lenguaje de la ley. La ambivalencia del proyecto hacia la ley ha aumentado a lo largo de las décadas junto con la intensificación de las hostilidades en el ámbito político-legal brasileño. Para trazar este movimiento, compararé algunos cortometrajes tempranos claves con dos largometrajes recientes, Corumbiara (2009) y Martíro (2016), destinados para su distribución en línea. Esta trayectoria revela la tensión inherente en cualquier aproximación a la cultura indígena a través de las instituciones y los modos de representación occidentales -una tensión que resulta productiva en algunas instancias y limitante en otras.

Los desafíos representacionales y legales enfrentados por el proyecto pertenecen a la carga histórica de una noción de territorio vinculada a proyectos de expansión nacional y regímenes de acumulación capitalista. Esta noción tiene raíz en el principio legal romano de res nullius, o “propiedad” sin dueño, que puede ser captada a través del acto de occupatio, o la primera demanda hecha por un sujeto legal del Estado. La exclusión de no sujetos como esclavos muestra los límites evidentes de este “derecho” de posesión supuestamente libre; bajo el principio, lo que no es propiedad no es tenido en común sino propiedad futura de quien pueda captarla forzosamente. Este principio se aplicó a la expansión territorial a partir del proceso de conquista de América entre los siglos XV y XVII, a través de lo cual tierras indígenas se consideraban efectivamente terra nullius por la supuesta falta de “cultivo”. La articulación legal de este argumento tomó forma distinta bajo diferentes regímenes, sin embargo, tanto en Brasil como en las colonias inglesas en América del Norte impulsaba el dominio violento de terratenientes europeos sobre el territorio.

Carl Schmitt (2002) muestra el papel fundamental que los procesos de conquista tuvieron en lo que entendemos como el Estado moderno y su territorio. Sitúa el origen de la doctrina de administración legal de territorio fijo -es decir, el sistema moderno de estados soberanos- en el repartimiento de tierras coloniales en las Américas a partir del siglo XV con la firma del Tratado de Tordesillas entre España y Portugal. Fundamentalmente, Schmitt señala que la formación de doctrinas legales vinculadas al establecimiento de líneas de frontera también dio lugar a un nuevo concepto de “guerra justa” (jus ad bellum) según la cual la guerra se justificaba en territorios que permanecían más allá de las líneas establecidas: es decir, el espacio no colonizado por sujetos europeos. La persistencia de esta modalidad legal sigue contribuyendo a la irregularidad de la aplicación de la ley en espacios ajenos a los centros de jurisdicción, entre ellos, las partes remotas de Amazonia.

Desde la colonización de Brasil, el sistema legal portugués favoreció una noción de “cultivo” impulsado por el repartimiento de enormes capitanias y sesmarias a familias vinculadas a la monarquía. Ellas eran obligadas a demonstrar su dominio sobre estos territorios bajo la pena de devolución de las tierras a la corona. Cuando Brasil se volvió independiente de Portugal en 1822, las tierras no pobladas fueron “devueltas” al estado, ganando la designación terra devoluta. A lo largo del siglo XIX, la percibida necesidad de “desarrollar” estas tierras impulsó varios proyectos estatales de colonización interior, ahora bajo propietarios más pequeños en vez de latifundistas. Tanto las exigencias de “consolidación” nacional como las del mercado mundial (por ejemplo, la creciente demanda de caucho) incentivaron iniciativas estatales para asentar los extremos del interior (Hendlin, 2014: 150). Como Yogi Hale Hendlin plantea, los “territorios desconocidos e ilegibles a planeadores y políticos lejanos exigían la población de áreas ‘oscuras’ en el mapa con compatriotas dedicados a la mentalidad generalizada de cultivo y acumulación” (Hendlin, 2014: 150). Los sujetos estimulados a desarrollar las fronteras del país eran étnicamente heterogéneos; sin embrago, las poblaciones indígenas autóctonas de estas regiones necesariamente existían fuera del emergente cuerpo político-consideradas o salvajes o infantiles.

En los años 1960 y 70, bajo la dictadura militar, se sometió a Amazonia a la pulsión renovada e intensificada del cultivo de las vastas terras devolutas. El régimen facilitó la masiva expansión de extracción mineral y agricultura en el norte y oeste de Brasil con la construcción de carreteras y otros incentivos para el asentamiento y actividad empresarial. Un nuevo periodo de expansión capitalista, favorable a emergentes circuitos de capital transnacional, también dio lugar nuevamente a la ideología nacionalista. Este nacionalismo no era sólo lingüístico (el brasileño tenía que hablar portugués); también formulaba un nuevo concepto de ciudadano como consumidor y explotador de tierra. Hendlin sigue, “en efecto, el gobierno brasileño rechazaba la soberanía de la población indígena por su falta de explotación de las tierras que habitaba. La ‘infrautilización’ de recursos amazónicos de manera que visiblemente ‘comprobaba’ la posesión de la tierra ponía en peligro, supuestamente, las aseveraciones del gobierno sobre la ocupación de la tierra, dejándola vulnerable a entidades internacionales que la a percibía como terra nullius” (Hendlin, 2014: 151).

Es en el contexto de esta verdadera estampida para el control de territorios y recursos que las primeras películas de Video nas Aldeias tienen lugar. Pemp, un documental de 27 minutos de 1988, traza las luchas territoriales de los Parakatéjé (o Gavião) en el sur de Pará, una región sometida a proyectos de desarrollo masivos en los últimos años de la dictadura militar. Un narrador nos explica, al inicio de la película, que “al contrario de la experiencia de muchos grupos indígenas brasileños, los Gavião lograron resistir los avances del capitalismo en el área. Defendieron forzosamente su autonomía política, su territorio y su cultura. Supieron cómo crear su propio lugar de sobrevivencia”. La primera secuencia yuxtapone material grabado de rituales de los Gavião con operaciones mineras y ferrocarriles, y los patrones de desarrollo en la región aparecen en un mapa. Vemos el centro atestado de la ciudad de Marabá, que ha alcanzado una prosperidad relativa en medio del desarrollo de la región. La película, como las otras de Video nas Aldeias, no aísla el material de la vida diaria indígena de la vida occidentalizada en las fronteras de extracción. De hecho, el proyecto ha proporcionado un archivo denso de imágenes de los espacios heterogéneos del interior agreste de Brasil. Es esta proximidad de espacios dispares que alimenta la conflictividad de la región e impulsa luchas por la demarcación. Las películas desmienten tanto la ideología de “progreso” o “prosperidad” como la noción de un mundo indígena depurado y “auténtico”, una imagen a menudo deseada por el consumidor occidental y también la ley. Se niegan a evadir, por lo tanto, las ambigüedades de este contexto; nos presenta evidencia visual no bajo un discurso inequívoco, sino a través de modos de yuxtaposición.

Erickson-Kery_Figura_1

Pemp (1988)

La próxima parte de la película presenta la historia reciente de los Gavião a través del uso de fotografías de archivo y entrevistas. Aprendemos que las enfermedades decimaron una gran parte del grupo tras el contacto con colonos del Río Tocantins en la primera parte de los años 1960. Los sobrevivientes se retiraron y se dispersaron. A finales de esa década, durante la construcción de la carretera Transamazónica, FUNAI encontró a una parte de la población y la puso forzosamente en la reserva Mãe Maria. Esta reserva funcionaba como plantación de nueces en la que los indígenas trabajaban sin remuneración, lo que se documenta con material grabado. FUNAI, como el episodio prueba, tenía fines paternalistas y explotadores o, en algunas instancias, incorporaba a los indígenas en regímenes laborales esclavizados. En este caso, sin embargo, los Gavião eventualmente lograron expulsar a los funcionarios de FUNAI y asumir el manejo del negocio. Hasta hoy los Gavião mantienen un grado atípico de estabilidad territorial y material, que ha facilitado esfuerzos por recuperar prácticas ceremoniales tradicionales. El narrador explica cómo el líder Kokrenun invitó a Video nas Aldeias a grabar estas prácticas para su mejor preservación. Por lo tanto, vemos cómo el contacto entre la organización y los indígenas es menos abstracto o mítico (como suponen algunos críticos) que dialógico. Pemp, como otras películas del proyecto, enfatiza los particulares conflictos históricos, legales, y económicos de los grupos. Así implica modos de legibilidad o reconocimiento occidental -la historia, la ley, la economía, etc.- mientras se distanciando de su lógica. El “contacto,” entonces, se vuelve menos una cuestión de imposición que una negociación, que obviamente contiene sus propios problemas. En Pemp, las habilidades de Kokrenun como negociador -especialmente en términos de los altos pagos que negocia con la compañía eléctrica de Pará (CELPA) para el uso de tierras Parakatéjé- resultan en grandes beneficios para el grupo. Es este caso, el conflicto territorial se resuelve, no tanto debido a las estructuras sino a pesar de ellas. La autonomía que los Gavião ganan se nos presenta como excepción en la lógica de expansión capitalista, pero de cualquier modo, no es una autonomía que satisface el imaginario de lo primitivo.

Boca livre no Sararé (Pase libre en Sararé) (1992, 27 minutos) muestra un conflicto territorial en Mato Grosso do Sul que se resuelve de modo menos claro y beneficioso. Acompaña la invasión de buscadores de oro en las tierras Nambiquara, un conflicto que motiva la estructura narrativa del documental por entero. A diferencia de Pemp, la película no se centra en las prácticas culturales de los Nambiquara. De hecho, el espectador recibe más entendimiento etnográfico sobre la situación de los buscadores. La película contiene una energía decididamente más espontánea, en cierto modo replicando la naturaleza inconclusa del conflicto en cuestión. Mientras Pemp abre con los rituales vigorosos de los Gavião, el comienzo de Boca livre no Sararé muestra las condiciones empobrecidas de los Nambiquara. Un hombre demacrado se aproxima a la cámara con un bastón y anuncia, “dinero, mucho dinero,” en Nambiquara, mientras amenaza golpearla. La lente se aparta con un estruendo de percusión, y el audio hace un corte a la canción “Fora da ordem” (“Fuera del orden”) (1991) de Caetano Veloso. La canción proclama una secuencia lúdica de imágenes, y tenemos la impresión de que la cámara está de algún modo fuera del lugar en la aldea: una niña se ríe nerviosamente y se esconde detrás de un tocón, un mapache trata de copular con un gato, una mujer Nambiquara que sostiene un bebé reprende a otro aldeano por fumar un cigarrillo y en la calle un hombre agarra una tortuga y se ríe… Las imágenes son adecuadas a la letra de la canción de Veloso y al título del video. Además, muestran una zona incomoda en las orillas del mundo “moderno”. Los Nambiquara que vemos son menos indígenas románticos que sujetos empobrecidos.

La “batalla campal” en cuestión no es tanto una situación de anarquía como una de aplicación selectiva de la ley. El territorio Nambiquara fue demarcado por FUNAI en los años 80 durante la construcción de una carretera. La demarcación, sin embargo, no ha prevenido incursiones constantes de buscadores y leñadores. El documental traza la presencia de estructuras legales contradictorias, hechas para beneficiar o los Nambiquara o los invasores. Si la política federal de demarcación es dirigida hacia la protección de indígenas, a la misma vez las autoridades estatales y locales han inventado estructuras que evaden las leyes federales y facilitan la prospección, como la de una cooperativa minera establecida de la frontera de las tierras Nambiquara que permite entrar, clandestinamente, y buscar oro. Entrevistas con políticos locales y buscadores proveen impresiones de las varias posiciones ideológicas que respaldan la prospección. El alcalde de la municipalidad próxima nos dice que el tamaño del área indígena es demasiado grande en relación a su población, y un buscador después agrega que, “hay solamente 14 indios en la reserva, y hay 5.000 de nosotros buscadores aquí”. Otro buscador pregunta, “¿Con qué exactamente contribuye el indio a Brasil? ¿Qué produce que beneficia Brasil?” El alcalde se acuerda: “los buscadores, ellos son los que realmente ayudan el desarrollo de este pueblo”. Las recientes proclamaciones de Bolsonaro y su gabinete demuestran la actualidad de la misma ideología.

Erickson-Kery_Figura_2

Boca livre no Sararé (1992)

Para contrariarla, el video incluye entrevistas con otros funcionarios que lamentan los daños ambientales de la prospección y el involucramiento de los buscadores en el narcotráfico. Vemos registro audiovisual aéreo de un río contaminado y una escena de dos hombres empaquetando cocaína, tomas que asumen el papel de evidencia de los testimonios orales. Sin embargo, la sucesión rápida de imágenes y entrevistas le da un efecto equívoco a la evidencia. Las tácticas ofuscadoras dentro de la forma del documental son analógicas al enredo de ley y la ideología. El efecto es sumamente ambiguo. Hay momentos en que la película parece hasta simpatizar con los buscadores, que en muchos casos han llegado a Mato Grosso do Sul como resultado de la extrema precariedad económica y que son, en casi todo sentido, marginales en relación a la ley. Por lo tanto, podemos decir que la película comenta a un nivel más sistemático que moral. En vez de condenar a los buscadores, muestra cómo la aplicación caprichosa de la ley abre oportunidades económicas para ellos dentro de un sistema en que son escasas. Evadir el comentario moral es una estrategia poco común entre documentales que también tienen propósitos políticos. En este caso, sin embargo, un propósito político fundamental es criticar la forma en que se aplica la ley. En vez de explicitar tal propósito, se presenta como contradicción dentro de la forma de la película en sí.

Boca livre no Sararé cierra con niveles adicionales de incertidumbre legal. El Banco Mundial le ha ofrecido al Estado de Mato Grosso do Sul un préstamo significante, pero con la estipulación que el estado expulse a los buscadores, ya notorios a causa de la circulación de historias e imágenes en los medios. El gobernador del estado, simpatizante de los buscadores, declara un “acuerdo de caballeros” en el que les da 60 días para evacuar los territorios demarcados. Esto, como aprendemos en testimonios de la película, sólo agrava la situación, y el número de buscadores se duplica durante el plazo. Como el estado está endeudado, el Banco Mundial tiene el veredicto final.[1] El hecho de que la inversión extranjera dicte la ley -aun si de forma beneficiosa para los Nambiquara- demuestra un motivo central para su fragilidad institucional. Tenemos la impresión de que la autoridad moral del Banco es ilusoria, y que las protecciones que los Nambiquara han ganado son temporarias. Los buscadores, por su parte, tendrán que recurrir a crímenes más serios para sobrevivir. Durante la última secuencia de la película, Marcelo dos Santos, activista pro-indígena y funcionario de FUNAI, nos cuenta exasperadamente sobre la incompetencia de la ley. Describe sus esfuerzos fracasados para frenar el talado ilegal: “cada vez que pasamos por todos los canales y procedimientos legales -apresar a los leñadores, llevárselos a la policía federal, ir a la justicia- nos volvemos administradores de la madera, pero ellos regresan de nuevo y la roban porque nos faltan los recursos necesarios para vigilar el área. La única manera que hemos encontrado para evitar su regreso y robo, como ya ha ocurrido varias veces, es destruir la madera”.

Como el testimonio de dos Santos demuestra, la colección de evidencia y su presentación en el tribual no ha rendido una solución al conflicto continuo en Sararé. El documental cierra con más Veloso, la canción “O cu do mundo” (“El culo del mundo”), que salta a música disco. Simultáneamente, el video se desplaza de bulliciosas escenas de los buscadores a una escena de un hombre Nambiquara encendiendo un fuego. Las llamas llenan el marco durante los créditos. La narrativa del documental, entonces, resulta en un impase provocado por el fracaso de la ley. Hay abundante evidencia de invasión territorial a lo largo de la película, pero en paralelo con el sistema legal, no sirve para resolver el problema -más bien la evidencia se disuelve en un pastiche frenético de cultura rústica, política provinciana, daños ambientales, y música pop. Los Nambiquara en sí están en gran medida ausentes del lío visual y testimonial, menos en el inicio y el final de la película, pero no son menos víctimas de la confusión del que emerge. De forma bastante irreverente, la película efectivamente nos mete en el limbo que documenta.

Placa não fala (El letrero no habla, 1997, 27 minutos), en contraste, presenta el problema de prospección desde una perspectiva más directamente indígena, específicamente la del pueblo Waiãpi en el estado de Amapá, en el extremo noroeste del país. Tras el contacto con buscadores en los años 70, los Waiãpi resolvieron obtener demarcación territorial: un proceso que levantó ciertas tensiones con su concepto de tierra ancestral. La película abre con escenas de los Waiãpi trabajando en el bosque. La voz del narrador, un líder Waiãpi en vez de Carelli, nos dice: “antes, no había fronteras, sólo la selva. Los límites no eran necesarios”. De todos modos, la llegada de una nueva carretera trajo buscadores y con ellos, enfermedades y otras amenazas. En medio de esto, los Waiãpi fueron confinados a una estación de FUNAI. Como la antropóloga (y codirectora de la película) Dominique Gallois explica en una entrevista, la recuperación y demarcación de las tierras Waiãipi duró 11 años. Los líderes Waiãipi encontraron varios contratiempos y frustraciones con FUNAI. Al final, decidieron embarcar en el proceso de demarcación de acuerdo con sus propios métodos, junto con el apoyo de organizaciones extranjeras. La película documenta estos métodos. Las entrevistas alternan con perspectivas aéreas que muestran los esfuerzos de los Waiãipi para despejar pequeños terrenos, construir casas y sembrar jardines: todas actividades que contribuyeron al establecimiento de líneas de frontera.

La fidelidad que el documental mantiene sobre los informes de los Waiãipi y sus esfuerzos materiales da forma a una experiencia del territorio que es distinta de la abstracción de la ley. Arrodillándose sobre un mapa del territorio con otros Waiãpi, un líder explica, “los letreros no controlan, no hablan. Sólo la presencia de los dueños puede mantener control sobre la tierra”. Sus palabras juegan con categorías occidentales -y capitalistas- mientras las socavan sutilmente. Contrarían la finalidad de las instituciones de ley y propiedad, ambas dependientes de ciertas imágenes y signos, a los cuales los letreros pretenden referir. A pesar de que la ley requiera la rotulación para el reconocimiento, lo que les importa mucho más a los Waiãpi es la conciencia del territorio en sí, que ellos se esfuerzan para trasmitir a generaciones futuras. El documental presenta un caso distinto en la historia de procesos de demarcación, que rara vez desafían los intereses gubernamentales y empresariales. Un funcionario de FUNAI celebra el precedente hecho por los Waiãipi: “este conocimiento de territorio hace mucho más fácil la inspección. Hoy en día tendemos a demarcar las tierras indígenas con la colaboración de empresas privadas. En estos casos, los indígenas desconocen sus propias tierras”. En efecto, a pesar de la importancia de demarcación para el reconocimiento indígena, los procesos a menudo lidian con la tierra como si fuera terra nullius. Los métodos diseñados por los grupos indígenas, al contrario de las estructuras legales abstractas, contrarrestan esta tendencia. Placa não fala narra un caso de éxito dentro del sistema legal, pero a la misma vez revela que los conocimientos indígenas más fundamentales funcionan independientemente de la ley.

Erickson-Kery_Figura_3

Placa não fala (1997)

Estos y otros videos tempranos de Video nas Aldeias tienen la cualidad de cortos reportajes que dan forma a los contornos de problemas específicos a los que se enfrentan las poblaciones indígenas. Proveen evidencias de agravios y, simultáneamente, comunican la ausencia de estructuras coherentes, sean legales o interpretativas, para enfrentar estos agravios. Las películas más recientes de Video nas Aldeias han empleado el vasto archivo de material grabado a lo largo de los últimos 30 años para reflexionar sobre el estatus del proyecto en el largo plazo. Emblemático de este proyecto es el documental de largometraje Corumbiara. En contraste con los cortometrajes tempranos, se grabó mucho del material de Corumbiara para fines explícitamente evidenciaros, es decir, para presentar frente a la ley. El agente de FUNAI Marcelo dos Santos, ya mencionado, pidió que Carelli lo acompañara para documentar los abusos de leñadores y estancieros en el estado de Rondônia y entregárselos a la justicia. Además, dos Santos se preocupaba por la demarcación de una tierra donde creía que vivía una pequeña tribu aislada. El material grabado por Carelli serviría para verificar la presencia de indígenas y fortalecer el caso de dos Santos.

En septiembre de 1995, dos Santos, Carelli y su equipo encontraron a dos indígenas durante una búsqueda en el bosque. El material de Carelli captura el contacto con nitidez casi surreal. El equipo descubre vestigios humanos recientes y luego entrevé, deslumbrado, a un hombre y una mujer indígena frente a ellos. Después de un largo momento de suspenso, los indígenas comienzan a platicar entre ellos y lentamente se aproximan al equipo. Eventualmente la tensión se suaviza y las dos partidas se agarran las manos. Los indígenas guían el equipo a un claro en donde otros tres miembros de su tribu residen. El equipo se da cuenta de que solo quedan cinco sobrevivientes de esta tribu. Se esfuerzan por entender su idioma a través de sonidos y gestos. Carelli nos dice que suponía que la mujer indígena narraba, con voz enfática, una masacre. Después descubre, con la ayuda de lingüistas, que de hecho describía el encuentro que acababa de suceder. Los indígenas y el equipo interactúan de forma acogedora y a veces hasta cariñosa. En un momento, ellos le piden a Valadão si pueden ver su pecho, que después acarician. Varios clips del video obtuvieron fama nacional. El documental muestra comentadores de televisión exclamando sobre las imágenes, que proveyeron una visión insólita de un momento de primer contacto. Este contacto, además, complació el imaginario de contacto pacifico, y de alguna forma, del buen salvaje. De todos modos, a pesar de toda la excitación en el público general, la evidencia fílmica de Carelli marcó el inicio de una pesquisa larga, no su conclusión. Es decir que la recepción mediática del evento no tiene correspondencia directa con el rumbo de los procedimientos legales.

Como Corumbiara documenta, los Kanoe (el grupo de cinco) guían a dos Santos y Carelli hasta los Akuntsu, otra tribu diminuta que vive cerca. Aprenden que pistoleros contratados por estancieros son los responsables de masacrar a los dos grupos en ataques recientes. También se les informa acerca de un indígena que vive en soledad: el único sobreviviente de una tribu devastada. El resto del documental retrata la laboriosa búsqueda de este indígena aislado. Carelli revela y documenta varias formas de evidencia en esta búsqueda. Las excursiones en la selva develan una serie de pequeñas chozas que contienen hoyos de aproximadamente dos metros de profundidad, el uso de los cuales confunde a antropólogos. Los pozos aparecen en la película como marcas visibles de una reciente morada. Contemplando imágenes de satélite de la zona, dos Santos nota un pequeño terreno deforestado en medio de una sección preservada de la selva. Sale a investigarla con Carelli. Cuando llegan al sitio, descubren una serie de 14 hoyos, idénticos a los otros, cubiertos por el detrito del bosque talado. Carelli sigue la investigación en una ciudad cercana, dónde visita a los peones que trabajan en las estancias. Eventualmente entra en contacto con una mujer, Maria Elenice, que revela que su ex novio estaba entre el grupo de hombres contratados para arrasar la aldea en cuestión y esconder toda la evidencia del acto. Carelli, quien guarda una cámara en su bolsillo, graba furtivamente el inquietante reporte de Maria Elenice, que aparece más tarde en el documental en una escalofriante y borrosa escala de grises.

Luego aprendemos que este registro audiovisual no es admitido por la justicia. A pesar de todas las evidencias visuales y auditivas en Corumbiara, la corte nunca juzga a nadie por los crímenes brutales descubiertos en la investigación. El tono de la narración de Carelli imbuye a la película de un malestar palpable que corresponde al abismo entre las funciones documentales y legales de evidencia, y, por consiguiente, entre prueba y justicia. Este abismo también impregna su reporte del eventual contacto con el indígena solitario, en 1998, dos años después de la masacre de la aldea. FUNAI había logrado frenar las incursiones económicas en el área, pero necesitaba pruebas visuales del indígena para prevenir que se retomaran estas actividades. Carelli nos dice, con frustración palpable, “un indígena al que nadie vio es un embuste”. Sus palabras muestran una cierta futilidad en la colección de evidencia visual, que es por supuesto el medio en que trabaja.

Carelli, dos Santos y su equipo eventualmente encuentran al indígena. En este momento, rehúsa el contacto y apunta su flecha directamente a la cámara desde el interior de su choza. Después de seis horas de suspenso el equipo desiste. Carelli comenta, “solamente trató de flecharme debido a la cámara… la ironía de la historia es que es la cámara la que lo hizo existir para la justicia”. En seguida, Carelli especula que el sistema legal quizá hubiera exigido que sacaran el follaje de la choza para obtener una imagen más clara -algo que le parece inadmisible éticamente. El suceso esclarece la diferencia irreconciliable entre el régimen occidental de visualidad y los mundos habitados por ciertos pueblos aislados. Por definición, tanto la forma documental y el sistema de justicia permanecen negligentes en relación con estos mundos.

Erickson-Kery_Figura_4

Corumbiara (2009)

En 2006, Carelli regresa a Rondonia y se encuentra con los Kanoe. En esta ocasión, no tiene la intención de recolectar evidencia sino de pasar tiempo con sus colaboradores indígenas mientras finaliza la película. La deforestación se ha intensificado aún más con la presencia de grandes plantaciones de soja. Si bien lapelícula permanece inconclusa con respeto a la ley y el futuro de los indígenas, cierra con cierta resolución en una escena de camaradería agradable entre Carelli y los indígenas. En el marco final, el hombre Kanoe de la primera escena de la película se acuesta en una hamaca y canta.

Si el papel de la cámara resulta problemático en Corumbiara, el aparato redime su capacidad esclarecedora en el extenso documental de 2016, Martírio. Las dos películas difieren en varios niveles. Martírio tiene una producción más elaborada y se esfuerza explícitamente en la concientización de sus espectadores. El documental presenta la historia y la situación actual de los Guaraní-Kaiowá en la frontera de Brasil con Paraguay, un territorio especialmente tenso en el conflicto entre terratenientes e indígenas. Los Guaraní-Kaiowá han tenido poco éxito en la demarcación de tierras y afrontan un alto nivel de desposesión y empobrecimiento en medio de la explosión de la agricultura industrial en la región. El conflicto se ha intensificado en los últimos años: los Guaraní-Kaiowá tienen pocos recursos aparte de las ocupaciones consideradas “ilegales” por la justicia, y a menudo hacen frente a las incursiones de fuerzas de seguridad privadas contratadas por estancieros. El conflicto ha asumido significancia nacional y se lo discute frecuentemente en acalorados debates en Brasília. La película alterna entre material grabado de estas sesiones judiciales, a las cuales los Guaraní-Kaiowá a menudo viajan para asistir, y las realidades actuales de Mato Grosso do Sul: vastos campos de soja y una cultura ranchera altamente conservadora, por un lado, y los campamentos a lo largo de la carretera y ocupaciones de los Guaraní-Kaiowá, por otro. Mientras el suspenso de Corumbiara crece a medida que se presenta la evidencia, Martírio mantiene el suspenso en todo momento a lo largo, resaltando la constancia de la violencia.

La película emplea varias tácticas para presentar evidencia de la violencia, que tienen varios grados de correspondencia con las escenas mismas de violencia. En una secuencia, Carelli se sienta en su coche y graba la fachada de la antigua sede de una firma de seguridad privada que fue obligada a cerrar por la ley debido a ataques contra los campamentos de Guraní-Kaiowá. Un hombre emerge del edificio y platica con Carelli. Descubrimos que el hombre era empleado de la firma y que ésta reabrirá con otro nombre en otra ubicación. La despreocupación del hombre hace evidente el argumento de Carelli: el sistema de justicia responde caprichosamente a la violencia anti-indígena sin la intención de enfrentar los problemas estructurales en cuestión.

La última secuencia de la película aborda la persistencia de los asaltos realizados por compañías privadas de seguridad. Carelli graba a un joven Guaraní-Kaiowa mientras nos guía por la pequeña zona ocupada en que vive su comunidad. El joven reconstituye un ataque reciente, señalándonos  las lesiones en los árboles, los daños a las estructuras y las carpas -pruebas materiales de un brutal ataque a tiros. Cuando Carelli recibe las noticias de que los pistoleros les han mandado un ultimátum a los habitantes de la ocupación, resuelve dejarles una cámara y darles instrucciones para su uso. Cinco días después, atacan la ocupación. El video grabado en la cámara de Carelli concluye la película. Nos dice, en voz en off, que “es la historia la que es fiel a las demandas indígenas, y no puede ser apagada. ¿Hasta cuándo se repetirá?” Como en muchas de las películas de Video nas Aldeias, Carelli da la cámara a sus sujetos, quienes presencian mucho más allá de lo que el cineasta puede documentar. En esta instancia, sin embargo, en vez de preservar la memoria cultural, la cámara documenta una escena de violencia mientras se desarrolla. Esta escena no es ajena a los tantos momentos de contacto invasivo de la historia colonial, pero ahora se la graba en alta definición. Constituye otro registro de evidencia junto con las palabras del empleado de la compañía de seguridad, y los orificios de bala desperdigados por la ocupación. Mientras en las películas tempranas el uso de múltiples formas de evidencia tiende a producir disonancia, ahora el efecto es demonstrar en términos inequívocos la negligencia de la ley. Ella parece incapaz -o bloqueada estructuralmente-de deducir el tipo de narrativa que la película desarrolla detalladamente. Como resultado, o ignora el conflicto-dando espacio a abusos de la ley- o interviene de forma reactiva e intermitente.

Erickson-Kery_Figura_5

Martírio (2016)

Si Martítio representa un modo directo de defensa de los intereses de los Guaraní-Kaoiowá dentro de las redes mediáticas -y por consiguiente, se espera, del sistema político y legal- de la sociedad brasileña, es importante entender que su proyecto siempre consistió en recolectar evidencia para dibujar el mapa, por decirlo así, de poblaciones consideras fuera del tiempo y espacio de la nación, de habitantes de una imaginada terra nullius. Propongo que la forma en que Carelli y el proyecto de Video nas Aldeias experimentan con lo que constituye evidencia desafía los límites de la ley tanto en términos del sujeto que implica como en términos del territorio que constituye.

Bill Nichols argumenta que mientras la evidencia se trata de “un hecho, objeto, o situación… algo verificable y concreto,” necesariamente depende del discurso o interpretación por su autoridad, los “hechos se vuelven evidencia cuando se los adoptan en el discurso, y ese discurso obtiene la fuerza de ser creíble a través de su capacidad de vincular la evidencia a un dominio fuera de sí” (Nichols, 2016: 99). Esta noción impulsa la metáfora de “pesca con mosca” que Nichols aplica a cine documental. El documentalista “pesca” al espectador con evidencia (el “cebo”) para captarlo en la estructura de la película. En otras palabras, el documental depende de la ilusión de que la evidencia sea contigua con el discurso. El ejemplo clásico sería el uso de voz narrativa para equivaler evidencia y hecho, así ocultando la función ideológica necesariamente presente en la narración. Para Nichols, la ideología de la retórica, criticada por Roland Barthes, no es un problema sino una herramienta necesaria de documentales exitosos, que el autor sugiere, “conmuevan [audiencias] a través de una argumentación creíble, absorbente, y convincente” (Nichols, 2016: 105). Agrega que “la retórica proporciona una voz nítida a aquellos que quieran colocar sus perspectivas e interpretaciones en diálogo con otros” (Nichols, 2016: 105).

Sugiero que otro modo de tratar la evidencia es necesario para revelar los límites de la ley, como nuestro caso exige. Mientras la obra de Video nas Aldeias busca cultivar conciencia política en sus audiencias, no lo hace a través de una voz retórica inequívoca. Las películas emplean varias capas de retórica que provienen de sus agentes distintos; estos sólo a veces son mutuamente inteligibles, y mucho menos inteligibles a las fuerzas sociales y legales que enfrentan. En relación al papel del video empleado en el juicio de Rodney King en Los Ángeles en 1991, Nichols atribuye las declaraciones dispares de la fiscalía y la defensa a la “ambigüedad fundamental” de las imágenes (Nichols, 2016: 110) e ignora los elementos estructurales que distinguen evidencias legales y documentales. El caso de King, como los de tantos asesinatos cometidos por fuerzas policiales, no es solo cuestión de retórica y evidencia visual sino también, fundamentalmente, de los prejuicios profundos e institucionales que en realidad desvinculan la ley de la evaluación imparcial de la evidencia. En estos casos, la autoproclamada imparcialidad de la ley se deteriora frente a determinados sujetos que son excluidos estructuralmente. La trayectoria de Video nas Aldeias traza la persistencia de exclusión indígena en Brasil a pesar de modificaciones legales. Sobre todo, demuestra un desenredo de las promesas de la constitución brasileña ratificada en 1988. La constitución, en efecto, buscó revindicar los derechos territoriales indígenas devastados a lo largo de la colonización brasileña, pero de forma especialmente grave bajo la dictadura. Como Raquel Osowski escribe, “la constitución de ’88 reconoció el derecho de ser indígena y de mantenerse como indígena […] Además, el derecho de ser indígena permanecería vinculado a la garantía de posesión de tierras, pues estas constituyen requisitos esenciales para la preservación de este sujeto como colectividad […] La territorialidad indígena, según esta perspectiva, marca el vínculo cultural y espiritual indisociable de los pueblos indígenas con la tierra” (Osowski, 2017: 325-26). En principio, la constitución reconoce la relación irreconciliable entre desarrollo capitalista, en un terreno dado, y la existencia del sujeto propiamente indígena. La demarcación -hecha a través de colaboración entre líderes indígenas, antropólogos y el Estado- serviría como un límite de expansión capitalista. Evidentemente, la letra de la ley no es igual a su implementación. Hemos visto como esta problemática es central a las operaciones formales y narrativas de las películas en cuestión.

Los gobiernos recientes de Michel Temer y Bolsonaro -inequívocamente a favor de la expansión del negocio agropecuario- han favorecido una interpretación de 2014 del Supremo Tribunal Federal (STF) que define estrechamente el derecho de demarcación según lo que se ocupaba en 1988. La interpretación instaura una limitación arbitraria y asfixiante sobre la reivindicación territorial, efectivamente negando el derecho enumerado en la constitución cuando se consideran los frecuentes desplazamientos de indígenas durante las dos décadas de dictadura. Como Manuela Carneiro da Cunha escribe, la decisión marca un acto chocante de amnesia histórica, especialmente cuando se considera la naturaleza profundamente territorial de la memoria indígena: “Los Kaiowá de Guyraroká recuerdan y tienen nombres para cada colina y cada riachuelo de sus tierras expropiadas… Decretar que sólo las tierras ocupadas por indígenas en 1988 merecen los derechos constitucionales apaga las memorias de embrollos e injusticias” (citado en Osowski, 2017: 336). Osowski agrega que el sistema legal brasileño, en su forma presente, carece de la capacidad de abordar la especificad de reivindicaciones territoriales indígenas: “estos grupos, víctimas de violaciones sistemáticas y recurrentes a lo largo de la historia, necesitan mecanismos que van más allá de los instrumentos tradicionales de la justica transicional” (Osowski, 2017: 336). ¿Es posible que el cine documental responda a las lagunas descuidadas por el sistema legal establecido?

El proyecto de Vídeo nas Aldeias engendra temporalidades y territorialidades distintas de las que la ley instaura, señalando tanto la crisis como las opciones políticas de comunidades indígenas en una época saturada por imágenes y redes comunicativas. Carlos Fausto y Michael Heckenberger comentan que “la televisión, la radio y el Internet deslocalizan hasta los que no viajan. Ahora es posible omitir vínculos locales en maneras imaginarias y reales, construyendo vínculos que eluden los nodos intermediarios del sistema. Estos procesos producen una geometría no linear que hace cada vez más difícil ubicar áreas intermediarias de ‘contacto’ o ‘fricción’ cultural” (Fausto y Heckenberger, 2007: 18). Los medios de comunicación contemporáneos generan tanto nuevas formas de visibilidad como nuevos puntos ciegos, una tensión implícita en el manejo de evidencia fílmica de Video nas Aldeias. En el clima actual de creciente violencia, es relevante seguir pensando cómo movilizar la evidencia documental al servicio de poblaciones indígenas, especialmente frente a descarada negligencia legal.

Bibliografía

Aufderheide, Patricia (1995), “The Video in the Villages Project: Videomaking With and By Brazilian Indians,” Visual Anthropology Review, vol. 11 (2), 83-93.

Aufderheide, Patricia (2008), “You See the World of the Other and You Look at Your Own: The Evolution of the Video in the Villages Project,” Journal of Film and Video Studies, vol.   60 (2), 26-34.

Carelli, Vincent (2014), “Moi, un indien”, en Vídeo nas aldeias: um olhar indígena, Centro Cultural Banco do Brasil, Rio de Janeiro.

Cavalcanti, Hylda (2019), “Suspensão de demarcações já provoca invasões em terras indígenas,” Rede Brasil Atual, https://www.redebrasilatual.com.br/politica/2019/01/decisao-do-governo-de-suspender-demarcacoes-ja-provoca-invasoes-em-terras-indigenas.

Fausto, Carlos y Heckenberger, Michael (2007), “Indigenous History and the History of the Indians,” en Carlos Fausto and Michael Heckenberger (eds.), Time and Memory in Indigenous Amazonia: Anthropological Perspectives, University Press of Florida, Gainesville.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Ginsburg, Faye (1999), “The Parallax Effect: The Impact of Indigenous Media on Ethnographic Film”, en Jane M. Gaines and Michael Renov (eds.), Collecting Visible Evidence, University of Minnesota Press, Minneapolis.

Hendlin, Yogi Hale (2014), “From Terra Nullius to Terra Communis: Reconsidering Wild Land in an Era of Conservation and Indigenous Rights,” Environmental Philosophy, vol. 11 (2), 141-74.

Moore, Rachel (1992), «Marketing Alterity,» Visual Anthropology Review vol. 8 (2), 16-26.

Nichols, Bill (2016), Speaking Truth With Film: Evidence, Ethics, and Politics in Documentary, University of California Press, Oakland.

Osowski, Raquel (2017), “O marco temporal para demarcação de terras indígenas, memória e esquecimento,” Mediações vol. 22 (2), 320-46.

Pringle, Heather (2015), «In Peril,» Science vol. 348 (6239), 1080-1085.

Ruby, Jay (1992), “Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological and Documentary Dilemma,” Journal of Film and Video, vol. 44 (1-2), 42-66.

Schmitt, Carl (2002), El nomos de la tierra, Comares, Granada.

Whitener, Brian (2019), Crisis Cultures: The Rise of Finance in Mexico and Brazil, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Notas

[1] Recuérdese que los años 80 vieron la intensificación de “ajustes estructurales” y Brasil era en la época el país más endeudado del mundo (Whitener, 2019: 61).

El cine documental y los procedimientos de la ley: observación y reflexividad en el cine de Maria Augusta Ramos

Descargar texto

Por Gustavo Procopio Furtado

Resumen

A partir de la noción de que el cine y el derecho constituyen prácticas y regímenes discursivos afines, pese a sus distintas funciones sociales, el presente ensayo elabora la relación entre estos dos campos mediante un análisis del trabajo de la directora brasileña Maria Augusta Ramos. En Justiça (2004) y Juízo (2007), dos documentales hechos en salas de tribunales, Ramos despliega un estilo documental que es intensamente observacional y al mismo tiempo reflexivo, ya que establece un paralelo entre los procedimientos del cine y del sistema judicial. Sus filmes observan las formas de observación de la ley, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con el acto judicial de convocar a los acusados, llevan al registro del documental los procedimientos legales así como a todos los sujetos que participan del “teatro de la justicia”, incluso los oficiales del sistema judicial. Posicionando a los espectadores como testigos y jueces de lo que se observa, estas películas nos invitan a pensar simultáneamente en los meticulosos procedimientos formales del cine documental y en los procesos del sistema de justicia en una sociedad estructuralmente injusta.

Palabras clave: Documental; derecho; sistema judicial.

Abstract

Departing from the notion that the cinema and the law constitute related practices and discourses, despite their different social functions, this essay elaborates on the relationship between these two fields through an analysis of the work of the Brazilian filmmaker Maria Augusta Ramos. In Justiça (2004) and Juízo (2007), both made in courtrooms, Ramos displays a documentary style that is intensely observational and, at the same time, reflexive, insofar as it establishes a parallel between the procedures of cinema and of the justice system. Her films observe the observations of the law, document its processes of documentation, and, in parallel with the law’s summoning of the accused, brings into the visible record the legal proceedings as well as all the social subjects who patriciate in the “theater of justice,” including the officers of the court. Positioning viewers as witnesses and judges of what is observed, these films invite us to think simultaneously about the meticulous formal procedures of documentary film and the processes of the justice system in a structurally unjust society.

Keywords: Documentary; law; judicial system.

Resumo

Partindo da noção de que o cinema e o direito constituem práticas e regimes discursivos afins, apesar de suas diferentes funções sociais, este ensaio elabora a relação entre esses dois campos através da análise do trabalho da diretora brasileira Maria Augusta Ramos. Em Justiça (2004) e Juízo (2007), dois documentários feitos em tribunais, Ramos emprega um estilo documentário que é intensamente observacional e, ao mesmo tempo, reflexivo, estabelecendo um paralelo entre os procedimentos do cinema e do sistema de justiça. Seus filmes observam as formas de observação da lei, documentam seus processos de documentação, e, paralelamente com o ato judicial de convocar a presença do acusado, traz ao registro documentário os processos judiciais assim como todos os sujeitos que participam do “teatro da justiça”, inclusive os oficiais do sistema judicial. Posicionando aos espectadores como testemunhas e juízes do que é observado, os filmes nos convidam a pensar simultaneamente sobre os meticulosos procedimentos formais do documentário e os processos de justiça em uma sociedade estruturalmente injusta.

Palavras-chave: Documentário; direito; sistema judicial.

Datos del autor

Gustavo Procopio Furtado es profesor asistente de Romance Studies y Arts of the Moving Image en Universidad de Duke. Sus áreas de investigación incluyen literatura y cine latinoamericanos, narrativas de viaje, teoría y práctica del cine etnográfico y documental, y la producción audiovisual indígena. Su libro Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present ha sido publicado por Oxford University Press en 2019.

Fecha de recepción: 1 de marzo de 2019.
Fecha de aprobación: 13 de junio de 2019.

En las últimas décadas los debates sobre la relación entre el cine y la ley han proliferado, sobre todo a través de publicaciones del campo de la enseñanza del derecho. Aunque este cuerpo crítico aporte importantes contribuciones, especialmente en la clasificación y análisis de películas sobre juicios (courtroom dramas), manifiesta una tendencia a limitarse a un acercamiento que enfatiza el realismo de verosimilitud representacional. Aquí el cine pertenece al orden de la representación mientras que el campo del derecho pertenece prioritariamente al orden de lo “real,” un referente empírico y concreto cuya existencia precede y es independiente de la representación en el campo de producción cultural. En los libros pioneros de los estudios de cine y derecho se suelen enfatizar los desvíos entre la representación y la realidad de la ley y explorar las implicaciones de estos desvíos para la percepción popular del derecho y de la ley.[1] Por otro lado, desde la perspectiva de los estudios del cine, los acercamientos más productivos consideran el cine y el derecho como prácticas y regímenes discursivos afines pese a sus distintas funciones sociales. Enfocándose en la centralidad de la narrativa en el cine y en el sistema legal y tratando principalmente del género de películas sobre juicios, David Allan Black propone que cualquier inclusión de los procedimientos de la ley en el cine consiste inevitablemente en una construcción reflexiva ya que se trata de la incorporación de un régimen narrativo por otro. Mediante la atención a esta reflexividad, Black ubica el cine de ficción y el derecho en una relación mutuamente reveladora que aquí me interesa expandir y explorar con respeto al cine documental en su especificidad.

Si bien la narrativa es un componente central del género documental, la relación entre este género y el derecho aporta otros puntos de comparación y contacto—por ejemplo, la afinidad entre las formas de observación documental y los aparatos de vigilancia y la importancia del concepto del archivo en ambos campos. Como nota Elizabeth Cowie, la mirada documental así como los aparatos de vigilancia “exige que el mundo no solamente pueda ser observado sino también registrado en una grabación” (Cowie, 2015: 599). Los sujetos convocados a la visibilidad por la ley y por el cine documental suelen coincidir en tanto representantes del “otro” social de las clases dominantes, figuras marginalizadas que entran en contacto con representantes de estas clases en situaciones y lugares específicos, como las “zonas de contacto legal” (Joseph, 2001: x) o en la escena de la filmación documental. Tanto el cine documental como los procedimientos de la ley y sus instituciones producen registros de los sujetos que entran en su campo de visión—rostros sacados del anonimato de la multitud y de la vida cotidiana, convocados a la visibilidad por oficiales de la justicia o por operadores de cámara documentales. La ley y el cine documental sostienen una íntima relación con el concepto del archivo. Cabe recordar que el documental conlleva en su nombre la idea del “documento” con sus sentidos de evidencia, registro y prueba así como el sentido más antiguo de la palabra remitiendo etimológicamente al latín “docere” que significa enseñanza, instrucción y aviso (Rabinowits, 1994: 18). A pesar de obsoleto en el lenguaje común, la raíz pedagógica del sentido de la palabra “documento” sigue siendo relevante para el cine documental y también para la práctica y la aplicación de la ley con su sistema “correccional”.

Entre los cineastas brasileños, Maria Augusta Ramos se destaca por haber observado con mayor detenimiento escenas en las que sujetos marginalizados entran en contacto con el sistema legal. Ramos produce un cine a la vez intensamente observacional y reflexivo que explora e incluso intensifica la afinidad entre la ley y el documental. En Justiça (Justicia, 2004) y Juízo (Juicio, 2007), Ramos sitúa el género documental dentro del marco de los procedimientos burocráticos del derecho. Estos filmes documentan el momento en el cual los sujetos marginales se vuelven visibles para la ley al ingresar en los archivos, las operaciones e instituciones del sistema legal. De este modo, Ramos da a conocer no sólo estos sujetos, sino también los procedimientos y los oficiales de la corte que los convocan. Al replicar mediante la visión documental el llamado a visibilidad que formulara inicialmente el derecho, las películas de Ramos ambientadas en salas de tribunales se posicionan en una relación de espejismo con la ley. Sus filmes observan las observaciones del derecho, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con su acto de convocar, llevan al registro del documental los procedimientos legales así como todos los sujetos sociales que participan del “teatro de la justicia” (França y Avelar, 2013: 1994).

En estas películas ambientadas en salas de tribunales, el cine mismo se acerca a la ley y al sistema judicial de varias maneras y con una finalidad práctica: para hacer sus películas, Ramos necesita ganarse la confianza de los jueces y oficiales de la corte pues son ellos quienes le pueden otorgar o negar el ingreso a la sala de juicio. Aunque no se podría describir sus filmes como imparciales, su estilo de observación austera y retóricamente reticente parece querer no opinar sobre los magistrados del derecho o los procedimientos de la ley. Parece desear simplemente observar al trabajo judicial. El acercamiento de Ramos se insiere en la tradición del cine de observación, la cual, como sugieren Anna Grimshaw y Amanda Ravetz, “se basa en el rechazo de cualquier método que fragmente las realidades etnográficas como paso preliminar para su recomposición en función de un marco conceptual externo” (2009: 4). El estilo observacional se caracteriza, por ende, por su esfuerzo en abarcar y preservar, en lo posible, la totalidad espacio-temporal del mundo que documenta, dejando a los espectadores la tarea de interpretar el significado de lo que ven. En esta misma línea, Ramos evita los movimientos de cámara o los cambios en el encuadre y su uso de una posición fija para la cámara sugiera una forma desapegada de observación. La directora opta por un montaje discreto, por el uso de la luz natural y por las tomas largas. Aunque se formó como música, sus filmes carecen incluso de cualquier trama sonora o de voces en off, limitándose a incluir sonidos diegéticos en su fidelidad fenomenológica al que se ve y escucha en el momento de filmación.

Este austero estilo observacional expone los filmes de Ramos a críticas. Fernando J. Rosenberg nota que el aparente desapego de su estilo de observación puede percibirse como una forma de complicidad entre la mirada del documental y los protocolos legales, los cuales tienen la apariencia de justicia pero en la práctica esconden “una realidad abusiva y estructuralmente injusta” (2016: 145). Pero es precisamente este estilo lo que aseguró que la cineasta tuviera acceso ininterrumpido a las cortes en dos ocasiones distintas.[2] Cabe recordar que, en contraste con el cine de ficción, son raros los documentales que registran procedimientos de tribunales—ya que raramente se otorga tal acceso a cámaras. Le ley controla y restringe su propia visibilidad. De hecho, la relación entre el derecho y el mundo de las imágenes contiene una cierta ambigüedad. Por un lado, como el cine documental, el derecho se apoya epistemológicamente “en una forma autoritaria de conocimiento basada en la cualidad indudable de los fenómenos observables” (Silbey, 2007: 131). Por ende la importancia del testimonio de testigos en la deliberación legal. Por otro lado, el derecho mantiene una relación de sospecha con las imágenes y lo visible, como indica de manera icónica la Dama de la Justicia cuya capacidad de juzgar y punir (la balanza y la espada) de forma imparcial depende de la venda en sus ojos.[3]

La forma de observación desplegada por Ramos parece negociar entre la creencia en el valor epistemológico de la observación y la desconfianza en las imágenes que caracteriza el derecho. Su forma de observación se puede comparar con una concepción idealizada de una posición judicial que busca la imparcialidad. Uno de los jueces que aparece en Justiça es también profesor de derecho y, en un momento en la película, les dice a sus estudiantes que el ejercicio del derecho es “una búsqueda por la verdad”. Esta búsqueda exige una investigación imparcial de los hechos. Por supuesto, ningún juez es verdaderamente imparcial—y los filmes de Ramos ponen frecuentemente en evidencia los prejuicios de los jueces como se verá más adelante. Aun así, el protocolo de los procedimientos jurídicos formaliza una noción de celo judicial, el cual se manifiesta en los procedimientos de recopilación de documentos, declaraciones y testimonios dados bajo juramento—es decir, una formalización de los procedimientos que genera la apariencia de un trato justo, esencial para preservar la legitimidad de la ley. Tal como ha argumentado Robert M. Cover, los buenos modales expresados en la formalidad de los procedimientos legales enmascaran la amenaza de violencia en que radican  y que garantiza el mantenimiento del ejercicio del derecho. El orden de la sala de tribunal y la aplicación de sus juicios sólo existen en conjunción con la amenaza clara de violencia y la aplicación de penalidades no es sino la aplicación quirúrgica y metódica de la misma mediante la sujeción a las autoridades y el encarcelamiento. Con la formalidad de un ritual, cada audiencia comienza con la confirmación de hechos básicos como la identidad del acusado. Las acusaciones son leídas en voz alta y la respuesta queda registrada en los archivos de la corte. De manera similar al funcionamiento de la ley, el acercamiento de Ramos se puede ver como una forma de “debido proceso” en versión fílmica: ésta, al ceñirse a los hechos audiovisuales, produce algo afín a la documentación legal. Al duplicar el trabajo de la ley (es decir, al reflejar el acto convocador de la ley mediante su propia mirada documental), la cineasta produce una versión audiovisual del archivo legal -aunque lo que se archiva aquí incluye los mismos procedimientos archivísticos del derecho, es decir, su propia producción y manejo de documentación sobre sujetos marginalizados que son a menudo analfabetos y ajenos al discurso legal.

Por supuesto que estos dos registros -el efectuado por la ley y el efectuado por el cine- no son idénticos y la aproximación reflexiva entre ellos en los documentales de Ramos apunta también a sus diferencias. La escena inicial de Justiça pone en evidencia el contraste entre los dos registros: el que produce la cámara observacional de Ramos y el que resulta del procedimiento judicial. La escena abre con una toma que nos sitúa en el pasillo de un edificio institucional y que muestra a un hombre en silla de ruedas, siendo llevado por un guardia a la sala de juicio. Justo antes de que el guardia y el reo ingresen a la sala, podemos advertir que el acusado es un amputado cuya única pierna está visiblemente atrofiada (Figura 1). Un corte en la edición nos lleva al interior de la sala y a la audiencia preliminar de este acusado, filmada desde un sólo punto de vista desde el cual vemos al juez, al acusado y, más lejos de la cámara, un actuario quien registra los procedimientos a pedido del juez. “Le estoy preguntando si esta acusación es verdadera,” pregunta el juez. Escuchamos a continuación la voz del acusado quien hace un animado recuento de los sucesos en una noche del carnaval en la que fue sorprendido por una conmoción y el sonido de tiros saliendo de un arma de fuego. Se escabulló por una callejuela, pero fue atrapado por policías en un lugar en dónde había objetos incriminatorios (supuestamente robados, aunque su relato no deja esto en claro). Continúa diciendo que  la policía le propinó una paliza en el mismo lugar donde fue detenido y que una vez llegado al puesto de policía, le obligaron a firmar unos papeles amenazándolo con que “las cosas podrían empeorar” si no firmaba. “Oiga, jefe, ¿acaso estoy en estado como para estar metiéndome en casas y robándolas?” De este intercambio podemos deducir que el hombre enfrenta acusaciones de haber robado casas—lo cual es poco probable para una persona amputada que sólo se traslada en silla de ruedas. El acusado habría seguido tejiendo su relato, hilado por detalles y rodeos, cuya prosodia contrasta marcadamente con el habla formal del juez y el ambiente gris de la sala de juicio, pero lo interrumpe el juez para transmitir el recuento a la actuaria, reduciéndolo a dos oraciones breves: “Que la acusación no es verdadera; que no cometió los actos narrados en la acusación.” La corte lleva a cabo su propia labor “documental” al seleccionar y transcribir elementos de lo real.

FURTADO_FIGURA_1

Acusado en silla de ruedas

En comparación con el registro logocéntrico de la corte que se basa en la transcripción verbal, el registro llevado a cabo por el filme, al grabar lo audible y lo visible de forma indéxica, posibilita un surplus de inscripciones corporales y un exceso de significados ligados a estas voces y cuerpos. Por cierto, cada registro archivístico contiene también un exceso de inscripciones y posibilidades de significado que van más allá de cualquier intención original. El discurso hablado, aun cuando se lo transcribe y codifica de forma escrita por un actuario, constituye “un bosque [con] infinitas ramificaciones” de sentido, como apunta Arlette Farge en su reflexión sobre los archivos jurídicos de la Bastilla (2013: 67, 1985). El cine actúa de forma distinta al habla transcrita. Si esta última es filtrada cuando cruza el límite que distingue lo oral de lo escrito y cuando pasa por la parcialidad selectiva del magistrado y del escriba, el cine preserva la especificidad de las voces en tanto voces. Es decir, en el registro del cine las voces guardan las marcas de su estilo prosódico, con el uso específico de palabras, la tonalidad, la cadencia, y los acentos de los sujetos hablantes. Este registro auditivo incluye no sólo lo que se dice, sino también las pausas y silencios -detalles que el punto de vista jurídico descartaría pero que son centrales a la especificidad del registro sonoro del cine. Es más, el medio fílmico preserva el registro de cuerpos y gestos, el cual constituye a su vez una densidad corpórea de inscripciones que conlleva su propia densidad de significados potenciales de los cuales quedan pocos o ningún rastro en la transcripción del registro escrito. La discapacidad del acusado es un ejemplo flagrante de esta inconmensurabilidad entre registros ya que este hecho físico brilla por su ausencia en el archivo legal que lee el juez. “Ud. no estaba en este estado cuando fue detenido, ¿no es cierto?” pregunta el juez. “He estado así desde la edad de nueve años,” responde el acusado. Lo que miramos en la pantalla sugiere que la información no fue añadida al archivo jurídico.

El filme de Ramos no busca considerar si el acusado es inocente o culpable. En efecto, sus dos películas de tribunales optan por observar sin juzgar  las escenas en que los sujetos marginales entran en el campo de visibilidad de la ley. Las películas registran el momento en que los acusados entran en contacto con la ley y sus representantes y la manera en que los sujetos que participan de este encuentro hablan y actúan desde sus posiciones asimétricas y desiguales. Los acusados aquí están encuadrados por los dispositivos de la ley y tienen poquísimos recursos y limitada oportunidad de expresión. No pueden hacer más que contestar las preguntas y acusaciones hechas por los representantes del sistema. Aunque el poder de los acusados ante la ley sea limitado, ellos ejercen alguna agencia cuando contestan a las preguntas, pudiendo decir la verdad o valerse de tretas. Como escribe Arlette Farge sobre el archivo producido por la ley, el discurso de los acusados obligados a contestar a la autoridad de la ley es típicamente embrollado, mezclando “la verdad con la mentira, el odio con la astucia, la sumisión con el desafío” (Farge, 1991: 27). La escusa del hombre en silla de ruedas es bastante convincente: la presencia de su cuerpo es un testigo silente. Ramos se detiene en otros acusados que parecen más propensos a usar tretas, como es el caso de Carlos Eduardo, cuyo caso Ramos filma durante meses.[4] Como aprendemos en su juicio, Carlos Eduardo estrelló un auto robado mientras se encontraba acompañado por varias mujeres -un detalle expresado de manera enfática por un juez con un tono moralmente conservador. Según el informe policial, Carlos Eduardo huyó caminando de la escena del crimen pero fue aprehendido. Los detalles del caso y el prontuario del acusado lo incriminan. Resulta difícil creerlo cuando proclama su inocencia alegando que un amigo le había prestado el coche. Aun así, el filme no se detiene en la cuestión de su culpabilidad sino en la observación de los propios procedimientos. La “verdad” que conlleva el registro fílmico del encuentro del sujeto marginalizado con la ley no tiene que ver con la veracidad o la mentira de lo que ocurrió (el crimen en juicio) sino con la relación de poder que se revela corpórea- y verbalmente en el tribunal.

Entre las más importantes distinciones entre el archivo de la ley y el registro de la película, el aparato de observación desplegado por Ramos observa y graba no solamente a los acusados sino también a las figuras de autoridad cumpliendo sus variadas funciones. El filme sigue a varios jueces y una abogada de la defensoría pública, filmándolos dentro de la sala de juicio y también fuera de ella permitiéndonos vislumbrar algo su vida social y privada. Al consentir ser filmados, estos individuos aceptan el llamado a la visibilidad formulado por la cámara -y seguramente lo aceptan por confiar en la sensibilidad de la directora. Aunque no se puede comprobar la intencionalidad de los participantes en aceptar que Ramos los filme, argumentaría aquí que estas figuras, sabiendo que su registro entrará en un tipo de archivo audiovisual público, es decir, la película documental, intentarán moldear sus imágenes y determinar el contenido del registro fílmico. Como observa Derrida, toda “archivación produce, tanto como registra, el acontecimiento” (Derrida, 1997: 24). La presencia de la cámara, invisible para el espectador del filme, es parte activa de lo real que ella misma registra aunque su influencia precisa sea imposible de precisar. Maria Ignez Kato, la abogada de la defensoría pública que se encuentra perpetuamente sobrecargada de trabajo, parece aprovechar la oportunidad del registro fílmico para quejarse de sus condiciones de trabajo y para criticar al sistema jurídico. En una escena, observamos a Kato cenando en su casa desde el punto de vista de una cámara ubicada en un extremo de la mesa, y escuchamos a la defensora explicándole a su familia que los fiscales se creen los salvadores de la sociedad y que, por ende, son excesivamente entusiastas en iniciar procedimientos criminales hasta para crímenes irrelevantes. Kato continúa advirtiendo que los encarcelados son todos “pé de chinelo” y “ladrão de galinha” (“calzan chancletas” y “ladrones de gallinas” son expresiones brasileñas para referirse a personas que viven en pobreza). Son “los más miserables,” dice. Previamente ese día, Kato tuvo que redactar una defensa de varias páginas para una persona acusada de haber robado una crema dermatológica de bajo costo.

La perspectiva que Kato en esta escena está respaldada por datos que no están aducidos en el filme. En contraste con la percepción de que el sistema judicial es demasiado laxo en Brasil, la población carcelaria del país ha estado creciendo rápidamente y es ahora la cuarta más alta en el mundo (Zackseski, 2017: 270). Como demuestra un estudio encargado por la expresidente Dilma Roussef antes de su impeachment en el 2016, jóvenes afro-descendientes que carecen de acceso a la educación y viven en situación de pobreza constituyen la mayoría de la población carcelaria en el país.[5] “Mi trabajo es como secar hielo,” dice Kato. Aunque defienda a gente cada día, se sumarán siempre nuevos detenidos y acusados en números que exceden la capacidad del sistema judicial y carcelario.

La observación de los fiscales y jueces fuera de los tribunales también sirve para registrar la cultura y la perspectiva específica de este grupo social. En una escena particularmente ilustrativa vemos la promoción de una jueza a una instancia más alta del sistema judicial. Allí, un colega describe a esta jueza como alguien que dice “¡Basta! Basta con el miedo que nos mantiene presos en nuestras propias casas … basta con esta sumisión al terror y al poder de los criminales.” Según esta perspectiva, son los ciudadanos más privilegiados quienes están presos por su miedo a los criminales. Con estas palabras, el hablante retrata una civilización amedrentada, rodeada de hordas bárbaras que se aprontan para aterrorizarla. Aunque la seguridad pública sea un problema innegable para todos los brasileños, quienes son más vulnerables a la violencia no son la elite del país, ni su clase media. Son los jóvenes pobres de raza negra, es decir, estas mismas personas quienes son estigmatizadas y estereotipadas como criminales de manera independiente de su conducta real. Al incluir escenas de la inauguración de esta jueza, Ramos escenifica el paradigma dominante entre sectores del sistema judicial y la hace ingresar también al registro fílmico. De manera acorde con el estilo de Ramos, hace esto último con característico comedimiento retórico. Le toca al espectador deliberar, al encontrarse colocado en los posibles papeles de testigo, miembro del jurado, y juez de lo que está viendo (aunque carezca del poder de estos últimos).

Las observaciones hechas hasta ahora sobre Justiça son también pertinentes para Juízo, la cual se centra en los procedimientos de un tribunal para jóvenes. Juízo tiene una capa de complejidad adicional debido a una limitación legal: la prohibición de que se muestren en un filme los rostros de acusados cuando estos son menores de edad. ¿Cómo conciliar la intención de observar detenidamente a los procedimientos jurídicos con la imposibilidad de mostrar los rostros de los acusados? Juízo resuelve este desafío al combinar el estilo observacional con actuaciones de adolescentes quienes no han sido acusados de ningún crimen y cuyos rostros, por ende, pueden ser filmados y mostrados. Para realizar esta película, Ramos comenzó con varios días de rodaje en el tribunal de la jueza Luciana Fiala de Carvalho, donde documentó un total de cincuenta juicios, posicionando sus cámaras de tal manera que no filmarían las caras de los adolescentes acusados. Luego, Ramos seleccionó diez de los procedimientos grabados, los cuales incluían desde casos de hurtos a crímenes más serios como la venta de drogas o el caso de un adolescente que asesinó a su padre -un borracho que abusaba físicamente del joven y su madre. Manteniendo su fidelidad a la realidad social retratada en el tribunal, Ramos escoge como dobles a jóvenes adolescentes que nunca antes habían actuado y que provienen del mismo ambiente que los jóvenes acusados. No resulta particularmente ajeno para estos jóvenes actuar el papel de los acusados reales, sus dobles fílmicos y sociales. Organizada por un cuidadoso montaje de continuidad, la película acabada combina de manera casi imperceptible la filmación los juicios originales y tomas frontales de los jóvenes elegidos para actuar el papel de los acusados, filmados en la misma sala de tribunal. Esta estrategia fílmica complica la temporalidad del filme, a pesar de que en la superficie parece adherirse al presente mediante su mirada observacional. En efecto, cada vez que vemos una toma frontal de un joven respondiendo a las preguntas de la jueza, estamos viendo material que se filmó en otro momento. Se trata de la actuación teatral de otro joven que, en realidad, bien podría haber estado o podría llegar un día a estar en el lugar verdadero del acusado. Algunos planos muestran las espaldas de los acusados pero los planos frontales muestran los sustitutos de los adolescentes originales.

La reconstitución funciona en parte como una herramienta para lograr un intenso realismo fílmico que busca suplementar lo que no pudo ser filmado en la realidad. Por otro lado, la escenificación con los jóvenes actores funciona como una suerte de pedagogía social, una advertencia -aludiendo a la vez a la dimensión pedagógica del documental (al sentido etimológico de “docere” como enseñanza) y de la ley. Ivone Margulies ha planteado que las reconstituciones fílmicas frecuentemente tienen una dimensión pedagógica en la medida en que las acciones escenificadas ofrecen oportunidades para mejorar o corregir la acción, para actuar de otro modo. Margulies sugiere que las reconstituciones como las que hace Abbas Kiarostami en su filme Close-Up (1990) -una película que también incluye la filmación de un juzgamiento en un tribunal- se pueden leer como “fábulas morales contemporáneas” (2003: 217-244). En el filme de Ramos, esta repetición de escenas reales adquiere claramente una dimensión pedagógica para los jóvenes actores. Para éstos, el proceso de producción de la película podría funcionar como una lección somática cuya moraleja es “Imagina si fueras vos.” El título de la película en inglés (Behave!) recalca este aspecto: en portugués, “juízo” puede referir al ejercicio de la “justicia,” en el sentido de las deliberaciones o decisiones de un juez, y también al “juicio” en un sentido más amplio que abarca el ejercicio del “sentido común.” Como enfatiza el título en inglés, el sustantivo puede además referirse a la manera en que un padre o una madre advierten a su hijo: “Juízo!” (“Behave!” -con el punto de exclamación que acentúa el sentido de exhortación al buen comportamiento).

Esta dimensión pedagógica hace eco de la conducta de la jueza Carvalho en el tribunal y de su manera de dirigirse a los jóvenes acusados. La jueza no cesa de preguntarles por qué cometieron sus crímenes y les reprueba con un tono severo y algo materno sobre lo que ella percibe como limitaciones y fracasos en el juicio de los acusados. Tiene palabras duras para cada joven acusado: “Ve a clases,” “Hazle caso a tu madre,” “Evita las malas juntas,” “No vayas a fiestas ni a salas de juegos.” Suele referirse a las familias de los jóvenes para avergonzarlos y, de este modo, conseguir que se porten mejor: “¿Tus padres te criaron para esto?” o “Estás avergonzando a tu padre!” La jueza implica que si los jóvenes se hubieran portado mejor, no estarían en estos problemas: “Si fueras a la escuela, nada de esto habría sucedido!” dice en algún momento. El afán pedagógico y moralista de la jueza no da cuenta del vasto contexto social y económico que genera marginalización, crimen, y castigo -el último en instituciones “correccionales” grises, siniestras y en todo insuficientes para su función. Además, a pesar de la aparente sinceridad de las palabras que dirige a los jóvenes, lo que queda evidenciado al largo del filme de Ramos son los desencuentros y las fallas en la comunicación entre las instancias y sujetos involucrados. Los jueces y los adolescentes parecen vivir en “universos normativos” distintos, para utilizar un término de Robert Cover, con marcos diferentes de “lo bueno y lo malo, de lo lícito y lo ilícito, de lo válido y lo nulo” (2004: 95). Los consejos morales de la jueza serían apropiados si los jóvenes a quienes los dirige compartieran su misma posición socioeconómica, es decir, si estos jóvenes tuvieran acceso a una gama de opciones y oportunidades para ser recompensados por actuar conforme a la ley. Ni los jóvenes acusados ni sus dobles tienen este privilegio.

Con esto, no busco sugerir que los jóvenes que crecieron en situación de pobreza no tienen ninguna capacidad para tomar decisiones ni que las decisiones que hagan no tengan consecuencias. Más bien, sugiero que las opciones entre las cuales escogen son limitadas y que típicamente toman estas decisiones bajo mucha presión, es decir, lejos del paradigma meritocrático de la “elección individual” que subyace a las observaciones de la jueza. Aunque estos jóvenes puedan evitar situaciones problemáticas, es poco probable que los problemas no vengan a buscarlos. La jueza pregunta sin cesar por qué los jóvenes se portaron mal, como movida por el afán de provocar en ellos una toma de conciencia de que han elegido de forma equivocada. Las respuestas de los acusados permiten vislumbrar un universo diferente, además de echar luz sobre las dimensiones estructurales de la situación de injusticia social que el tribunal se muestra incapaz de enfrentar y hasta se niega a contemplar (ya que, en teoría, no le toca al poder judicial hacerlo). Ante una madre que dice que hurtó de un turista para comprar leche para su hijo, la jueza proclama que “no hay excusa para robar.” Varios jóvenes dicen que cometieron crímenes porque habían sido presionados a ello por personas a quienes temían. “¿Es tu jefe?” pregunta la jueza con irritación ante el hecho de que ellos no hayan sido capaces de negarse frente a lo que ella percibe como equivalente a la presión que ejercen compañeros de clase durante la hora de recreo. Ella se niega a reconocer las consecuencias que esa respuesta podría tener para el adolescente en un contexto real, aun cuando un joven se lo explica: “Si no haces lo que te dicen, te matan.” Cuando la jueza reta a un adolescente por haber huido del centro de detención, el padre del joven señala que un día antes alguien había prendido fuego a un joven detenido allí, aduciendo un hecho que para él justifica la huida de su hijo. Esa información, dice la jueza, no consta en el archivo y no sirve de excusa. ¿Cómo es posible que el hecho de que un niño fue incendiado pueda ser descartado como una excusa, como una circunstancia por lo menos atenuante? Por supuesto que un evento similar en cualquier institución para jóvenes de las elites sociales seria profundamente traumático.

Los desencuentros de “universos normativos” que toman lugar en el tribunal, entendido éste como el lugar de contacto entre representantes de grupos sociales radicalmente distintos, también ocurren al nivel más básico del lenguaje (Avelar, 2013: 11-30). A veces, los lenguajes en los que se expresan los jueces y los adolescentes rozan la incomprensión mutua. El lenguaje letrado del derecho y de su archivo es sin duda ajeno a los adolescentes -a pesar de que este lenguaje puede determinar sus destinos. Desde su perspectiva, la experiencia debe ser kafkiana. Cada juicio comienza con la lectura de las acusaciones contra el menor, registradas en los archivos en el habla formalizada de la corte. Cuando la jueza les pregunta, “¿Esto es cierto?”, los jóvenes responden a menudo con “¿Qué?” o “¿Cómo?” Los acusados no comprenden el lenguaje de la acusación ni se reconocen en éste. En un intercambio tragicómico cerca del final del filme, la jueza expresa confusión ante un joven que había huido del centro de detención un año antes y que acababa de ser recapturado. Lo que resulta aperplejante es que este joven había huido del Instituto Padre Severino el mismo día en que le había sido concedida la “liberdade assistida”, una forma de libertad condicional. Pero el adolescente desconocía el significado de la expresión y no había sido informado de que iba a ser libertado, de modo que cuando estalló un motín el mismo día, aprovechó la oportunidad y huyó. La película muestra otro ejemplo de cómo los jóvenes son alienados de las modalidades legales cuando el fiscal, hojeando el expediente de un joven, pregunta: “¿Cuándo nació ud.?” “No sé,” responde el joven. Esta falta de conocimiento sugiere la alienación al lenguaje escrito y su capacidad de documentar, ya que el acta de nacimiento es el documento que inaugura el archivo de cada ciudadano, marcando su ingreso en un registro escrito. La fecha de nacimiento es también el mediador culturalmente construido en el punto de contacto entre la vida biológica, el tiempo calendárico compartido de la “comunidad imaginada” de la nación (Anderson, 1983), y el registro jurídico. En la reconstitución de la pregunta en torno a este detalle biográfico que pertenecía al acusado, ocurrió que su doble también daba cuenta de la misma omisión: ninguno de los dos jóvenes conocía su fecha de nacimiento.

El filme ahonda en este tema de la alienación del lenguaje escrito cuando vemos al mismo joven que no sabe su fecha de nacimiento actuando en una escena que transcurre no en el tribunal sino en el dormitorio del Instituto Padre Severino. Tiene en su brazo un tatuaje que dice “Jesucristo”. Otro joven le pregunta por qué se hizo ese tatuaje y él dice que porque le gustaba. “Eres creyente?” “No.” “¿Lo conseguiste para que te protegiera?” “Quizás.” “¿Sabes lo que significa?” “No.” Esto, cabe mencionar, no es una reconstitución de algo que sucedió en la vida del acusado -el adolescente del evento original. Según explica Ramos en una entrevista, la conversación transcurrió de forma incidental entre dos de los jóvenes actores y ella les pidió luego que la repitiera para que pudiera filmar la escena. En esta escena, el joven actor -que representa a otro joven que es también fundamentalmente ajeno a la lógica letrada del archivo y de la ley- pone en evidencia su propia enajenación de la letra, a pesar de llevar en su piel la inscripción de esta misma. Esta potente escena puede evocar al encuentro inaugural de la historia de Brasil: el primer contacto entre viajeros portugueses y los habitantes indígenas. El escriba Pero Vas de Caminha (un proto-documentalista comparable a la vez con al actuario de un tribunal así como al cineasta) describió a los indígenas como “una gente buena y de bella simplicidad. Y se imprimirá fácilmente en ellos cualquier cuño que quisieren darles.” Una violencia fundadora se manifiesta en este pasaje aparentemente suave de la receptividad y docilidad de los habitantes indígenas. En la descripción metafórica del cuerpo del otro como una tabula rasa, o un substrato listo para recibir la estampa del poder colonial del soberano y de la iglesia, Caminha anticipa una historia de violencia hacia los indígenas que incluye la catequización religiosa, la sujeción a leyes europeas arbitrariamente impuestas y la violencia de la colonización con la resultante sujeción a idiomas y culturas europeos y su ley letrada. Esa violencia se extiende a los cuerpos de las variaciones del otro de la sociedad brasileña, como los jóvenes doblemente representados en Juízo por los adolescentes acusados y los actores sustitutos. Al llevar “Jesuscristo” tatuado en su piel, el joven en el filme de Ramos hace eco de la violencia fundadora del país en una escena en la que faltan las notas edénicas que suavizan la violencia en la carta de Caminha. El episodio constituye una alegoría accidental, efectuada mediante el cuerpo, de la alienación del joven con respecto de la letra, y a la vez de su sujeción a ésta.

Este y los demás jóvenes que demuestran su alienación al lenguaje escrito y a la ley, también son ajenos al lenguaje del cine y al rigor formalista de Ramos. El joven filmado en el centro de detención para menores se encuentra capturado por su situación social así como por la representación efectuada por el cine. En su construcción reflexiva de la relación entre el cine y la ley, Ramos profundiza la afinidad entre los dos campos. Para filmar las reconstituciones de los procedimientos originales con los adolescentes substitutos, la directora utilizó la sala de la jueza Carvalho durante el final de semana y ubicó el cine mismo en la posición de la autoridad de la ley. En estas reconstituciones, Ramos hacía el papel de la jueza y Alice Lanari, la directora asistente, hacía el papel de fiscal (França y Avelar, 2013: 94). Esta duplicación fílmica del trabajo de la ley es intensificada por el hecho de que los actores no se limitan a actuar sus papeles dentro de la sala de tribunal, sino que actúan también partes del proceso de institucionalización de los acusados en el Instituto Padre Severino -donde ocurre el episodio del tatuaje. La notable representación de este simulacro de la institucionalización de los jóvenes en Juízo obedece a las exigencias de la producción cinematográfica y no a las de la ley. Vemos como los actores son procesados por el personal administrativo, cómo se desnudan frente a los oficiales para vestir luego el uniforme institucional, cómo sus cabelleras son rapadas, y cómo pasan tiempo en el dormitorio (Figura 2).

FURTADO_FIGURA_2

Rapando la cabellera

La participación de los jóvenes actores no sirve para generar una forma de producción participativa que empodere a los partícipes o que permítales auto-expresarse -como suele suceder en otros documentales recientes. Aunque no es posible profundizar una comparación aquí, podemos recordar ejemplos recientes del cine documental brasileño que contrastan con las opciones tomadas por Ramos- como O prisioneiro da grade de ferro – autoretratos (El prisionero de la jaula de hierro – autorretratos, 2003) de Paulo Sacramento o O cárcere e a rua (La cárcel y la calle, 2005) de Liliana Sulzbach. Enfocadas en el sistema carcelario más que en los procedimientos de tribunal, estas dos películas otorgan a los participantes presos gran libertad de expresión y auto-elaboración. La película de Sacramento se hace a través de una oficina de video de siete meses de duración e incorpora las imágenes auto-biográficas producidas por los propios prisioneros sobre sus vidas cotidianas en la notoria prisión de Carandirú. La película apuesta en la etnografía participativa y la distribución de la autoridad en la producción audiovisual. Por su vez, la película de Sulzbach se enfoca en los duros meses de transición y adaptación en los cuales un grupo de mujeres que cumple condena en la cárcel pasa a un centro de rehabilitación luego y obtienen la libertad provisional con grandes dificultades de adaptación. Identificándose plenamente con las mujeres y no con el sistema legal, la cámara de Sulzbach acompaña a una de ellas incluso durante un extenso período de violación de las condiciones de su libertad provisional -un período en el cual su paradero es desconocido por la ley pero no por el cine. La cámara de Sulzbach pasa a ser su cómplice en la clandestinidad.

FURTADO_FIGURA_3

Los archivos en Juízo

Ramos opta por otro método. En Juízo los participantes jóvenes participan en tanto sujetos sociales marginalizados para hacer el papel de otros adolescentes marginalizados -encuadrados así en una estructura inescapable de repetición dentro del marco fílmico. Al poner en evidencia a los procedimientos, el cine mismo refleja el sistema actuando como un dispositivo que se caracteriza más por la reproducción de la sujeción que por la posibilidad de subjetivación. Si bien arriesga identificarse con la autoridad de la ley, el cine de Ramos pone el propio sistema bajo una mirada fría de vigilancia. Así cómo la repetición que estructura el filme, el sistema de justicia que se revela se caracteriza por una interminable repetición de lo mismo. El sistema tiene un carácter sisífico. Miembros de las multitudes de sujetos marginalizados seguirán entrando en estas zonas de contacto legal y sus instituciones, pasando de la invisibilidad social al campo de visión de la ley de una sociedad que de otro modo les ignora. La dimensión procedural y repetitiva de la ley también se revela también en algunos planos que puntúan las dos películas de tribunales de Ramos. En un momento miramos una secuencia de planos de los archivos de casos amontonados en una oficina -archivos a los cuales otros se agregan a cada día (Figura 3). Repetidos planos de los pasillos de las mismas intuiciones también causan la sensación de una fría y anónima repetición (Figura 1 y 4). Son espacios impersonales donde los sujetos entran y salen del campo de visión tramitando por los laberintos de la burocracia de un sistema de justicia incapaz de alterar la injusticia estructural que determina su operación. Como dijo la abogada de Juízo, “es como secar hielo”.[6]

FURTADO_FIGURA_4

Pasillo institucional en Justiça

Bibliografía

Anderson, Benedict (1983), Imagined Communities: Reflections on the Orgin and SpJoread of Nationalism, Verso Books, New York.

Avelar, sé Carlos (2013), “Camera Lucida” en Andermann, Jens and Álvaro Bravo (eds.), New Argentine and Brazilian Cinema: Reality Effects, Palgrave Macmillan, New York, 11-30.

Cowie, Elizabeth (2015), “The World Viewed: Documentary Observing and the Culture of Surveillance” en A Companion to Contemporary Documentary Film. Juhasz, Alexandra and Alisa Lebow (eds.), Wiley Blackwell, Malden, 2015, 580-610.

Cover, Robert (2004), “Nomos and Narrative” en Narrative, Violence, and the Law: The Essays of Robert Cover, University of Michigan Press, Ann Arbor, 95-172.

Derrida, Jacques (1997), Mal de archivo, Editorial Trotta, Madrid.

Farge, Arlette (1991), La atracción del archivo, Edicions Alfons El Magnanim, Valencia.

França, Andrea and José Carlos Avelar (2013), “As imagens silenciosas e os corpos em desajuste no cinema de Maria Augusta Ramos,” en Devires 10 (2), 90-109.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Joseph, Gilbert M. (2001), “Preface,” en Salvatore, Ricardo, Carlos Aguirre, y Gilbert M. Joseph (eds), Crime and Punishment in Latin America: Law and Society since Late Colonial Times, Duke University Press, Durham, ix-xxii.

Margulies, Ivone (2003), «Exemplary Bodies: Reenactment in Love in the City, Sons, and Close up» en Margulies, Ivone (ed.), Rites of Realism: Essays on Corporeal Cinema, Duke University Press, Durham, 217-244.

Rabinowitz, Paula (1994), They Must be Represented: The Politics of Documentary, Verso, London.

Silbey, Jessica (2007), “A History of Representations of Justice: Coincident Preoccupations of Law and Film”, en Masson, Antoine y Kevin O’Connor (eds.), Representations of Justice, Peter Lang, Bussels.

Zackseski, Cristina, Bruno Amaral Machado, and Gabriela Azevedo (2017), «O encarceramento em massa no Brasil: uma proposta metodológica de análise», Crítica Penal y Poder 12: 269-289.

Notas

[1] Ejemplos incluyen Law and film, editado por Machura y Robson (Blackwell, 2001), Screening Justice—The Cinema of Law, editado por Strickland, Foster and Banks (William S. Hein & Company, 2006) y

Film and the Law: The Cinema of Justice, de Greenfield, Osborn and Robson (Cavendish, 2001), con una segunda edición actualizada en 2010 (Hart Publishing).

[2] Su forma de trabajo en estas dos películas también le permitirán acceso a una de las Unidades Pacificadoras de la Policía de Rio de Janeiro en la película Morro dos Prazeres (2012), que completa, con las dos anteriores, la llamada trilogía de la justicia de la directora.

[3] Para una discusión histórica del tema de la ceguera en la representación iconografía de la justicia, ver el ensayo de Martin Jay, “Can Justice be Blind?”

[4] La duración de la historia representada por la película está enmarcada por el período de gestación de la esposa de Carlos Eduardo, que al final del filme tiene un bebé.

[5] Para los datos levantados por este estudio, ver Mapa do Encarceiramento: Os Jovens do Brasil (Brasilia, 2014), obtenido de http://juventude.gov.br/articles/participatorio/0009/3230/mapa-encarceramento-jovens.pdf

[6] Parte de este ensayo proviene del capítulo 3 de mi libro Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present (Oxford University Press, 2019). Agradezco a Isis Sadek por su excelente contribución a la versión en español de este fragmento de mi libro.

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: de “objetos” a sujetos de derecho

Descargar texto

Por María Guadalupe Arenillas

Resumen

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: De ‘objetos’ a sujetos de derecho” analiza dos documentales recientes, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) y Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Aunque Guzmán incorpore a su emblemática obra sobre la memoria del pasado reciente a los indígenas de la Patagonia austral, lo hace exotizándolos, preterizándolos o situándolos en una atemporalidad que borra sus recientes reemergencias y configuraciones como sujetos de derecho. Tánana, en cambio, se centra en la comunidad yagán de Puerto Williams hoy en día y en la construcción de un barco para recorrer los lugares por los que navegaba Martín González Calderón, su protagonista. De ese modo el documental muestra los legados, continuidades y los cambios de los indígenas junto al trabajo comunitario de recuperación de memorias y lugares. Al hacerlo, se convierte en un espacio de edificación y obtención de derechos, específicamente el de navegar por los maritorios que les pertenecieron.

Palabras clave: justicia; Patricio Guzmán; Patagonia austral; pueblos indígenas; memoria.

Abstract

Indigenous People of Southern Patagonia in Chilean Documentary Film: From ‘Objects’ to Legal Subjects” analyzes two recent documentaries, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) and Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Guzmán incorporates the indigenous people of Southern Patagonia into his emblematic work on memory, but he does so in a way that portrays them as exotic, timeless, or relegated to the past. Consequently, he erases and ignores their resurgence as legal subjects, which is very much part of the current sociopolitical scene in Southern Patagonia. Tánana, on the other hand, revolves around the present of the Yaghan community of Puerto Williams and the construction of a boat to sail to the places where Martín González Calderón, the film’s protagonist, used to live. In this way, the documentary focuses on the legacies, continuities, and changes in the indigenous people and on the community’s work to recover memories and places. The film becomes a space in which to affirm and obtain rights, specifically the right to sail the seas that belonged to them.

Keywords: justice; Patricio Guzmán; Austral Patagonia; indigenous people; memory.

Resumo

Populações indígenas do sul da Patagônia no documentário chileno: De ‘ojectos’ a sujetos da lei” analisa dois documentários recentes, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) e Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Apesar de incorporar as populações indígenas do sul da Patagônia na sua obra emblemática sobre a memória, Guzmán retrata-as como exóticas, atemporais, ou relegadas ao passado. Ao fazê-lo, o diretor ignora uma parte importante do contexto sociopolítico atual do sul da Patagônia, que é o ressurgimento dos povos indígenas como sujeitos legais. Tánana, pelo contrário, trata do presente da comunidade Yaghan em Puerto Williams, acompanhando a construção de um barco que será usado em uma viagem para os lugares onde o protagonista do filme, Martín González Calderón, viveu. Assim, o documentário foca nos legados, continuidades e mudanças experimentados pela população indígena e no trabalho da própria comunidade para recuperar memórias e lugares. O filme se torna um espaço no qual se afirmam e conquistam direitos e, mais especificamente, o direito de navegar pelo mar que um dia os pertenceu.

Palavras-chave: justicia; Patricio Guzmán; Patagônia Austral; pueblos indígenas; memoria.

Datos de la autora

María Guadalupe Arenillas es doctora en Literatura y Cultura Latinoamericanas por la Universidad de Notre Dame. Es profesora asociada en la Universidad de Northern Michigan. Sus temas de investigación son la literatura y el cine latinoamericanos, con énfasis en el documental. Su proyecto actual se centra en documentales sobre la Patagonia austral, la relación entre discursos, imágenes, ciencia, tecnología y pueblos indígenas. Es coeditora junto a Michael J. Lazzara de Latin American Documentary Film in the New Millennium, Palgrave Macmillan, 2016. Correo electrónico: marenill@nmu.edu

Fecha de recepción: 15 de marzo de 2019
Fecha de aprobación: 20 de mayo de 2019

Las últimas películas de Patricio Guzmán, Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños (2019) forman parte de una trilogía sobre la memoria vinculada al cosmos, al agua y a la tierra. A su emblemática trayectoria documental sobre la Unidad Popular, la dictadura chilena y sus repercusiones, Guzmán incorpora en las dos primeras de estas obras a los pueblos originarios del Chile de hoy. En El botón de nácar, yuxtapone el pasado dictatorial de Chile al genocidio indígena en la Patagonia austral. En este sentido, Guzmán nos remite a David Viñas quien desde el exilio en México en 1982 se pregunta si los indios fueron los desaparecidos de 1879, en referencia al año en el que general Julio A. Roca emprendió la avanzada hacia las tierras del sur en la llamada “Conquista del desierto” (Viñas, 1983: 12). Esta equivalencia entre los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar argentina y el genocidio indígena de la Patagonia a fines del siglo XIX y principios del XX puede cuestionarse por simplista (Mases, 2002: 15). Sin embargo, es sabido que el crimen y el exterminio de poblaciones fueron fundamentales en la expansión de los estados. Como señala Vezub, las fuerzas armadas usaron las mismas técnicas en la expansión territorial que en la dictadura, diversos libros sobre el “combate irregular indígena” sirvieron para tácticas contras las organizaciones revolucionarias y, en ambos casos, la violencia se justificaba como proceso de (re)organización nacional, mientras que se celebraba y aprendía sobre la “Conquista del desierto” bajo el plan cultural de la dictadura (Vezub, 2011: 2). Además, la campaña de Roca o su equivalente en Chile, la “Pacificación de la Araucanía” y las dictaduras impusieron sus sistemas económicos.

En el Cono Sur, las necesarias luchas por la verdad, la memoria y la justicia en las últimas décadas se enfocaron en la justicia transicional, y en una memoria hegemónica alejada o separada de las memorias y las luchas indígenas. Esto es, en parte, el resultado de la supuesta extinción o desaparición de muchos de estos pueblos, en especial en el caso de la Patagonia austral, que analizaré en este trabajo. Allí el colonialismo de asentamiento (o de pioneros) consideró el territorio vacío, terra nullius, a la vez que desplazó a los colonizados. El objetivo del colonialismo de asentamiento no es la mano de obra, si no la desaparición del indígena. (Veracini, 2011: 3). Con la consolidación de la República, además, se extinguió o desapareció discursivamente a los indígenas, se los deportó, o se los asimiló a una ciudadanía indiferenciada (Rodríguez, 2019)[1]. Por eso resulta interesante que Guzmán, el cineasta que dedicó su carrera a dar testimonio y crear uno de los más importantes archivos fílmicos de una época, ensamble discursos e imágenes sobre revolución y dictadura con los pueblos originarios, algo inusual en el cine documental contemporáneo sobre los derechos humanos y la memoria del pasado reciente.

La inclinación de Guzmán resultaría difícil sin la paulatina visibilidad que alcanzaron los indígenas a partir de sus demandas que se plasmaron en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). El convenio, escrito en 1991, reconoce la preexistencia de los indígenas a los estados nacionales y les otorga, de esa manera, derechos colectivos, además de los individuales que les corresponden como a cualquier ciudadano. Asimismo, el convenio reemplaza la idea de “población” por la de “pueblo”, de modo que transforma una noción demográfica o biológica por una que enfatiza los derechos colectivos de las comunidades indígenas. (Convenio). En ese momento, por ejemplo, las luchas zapatistas en Chiapas, al lograr cobertura y apoyo internacional cristalizaron las demandas y posibilidades de las comunidades indígenas y pusieron de manifiesto que las exigencias y cambios en los marcos jurídico-normativos provenían de los propios protagonistas. Asimismo, los contra-festejos por los 500 años de la llegada de Colón a América movilizaron a los colectivos indígenas destacando sus intervenciones, exigencias y dificultades. A fines de la década siguiente, la Organización de las Naciones Unidas terminó la Declaración de los pueblos indígenas, mientras que en el ámbito latinoamericano surgieron nuevas constituciones, entre ellas la de Bolivia (2009). En la constitución boliviana se reconocen la diversidad y los derechos comunitarios. Argentina y Chile, naciones que comparten la Patagonia, ratificaron finalmente el Convenio 169 en los años 2000 y 2008, respectivamente, lo que coincide con la paulatina emergencia de un cine documental sobre los pueblos indígenas de la región austral a principios de esa década.

Teniendo en cuenta estos cambios legales y constitucionales en que los indígenas pasan de ser vistos, según afirman Rodríguez y Lorenzetti, como “objetos” (“mercantilizados, de las políticas públicas, de estudio, del asistencialismo o ‘ayuda’, de conversión religiosa, de exhibición, etc.”) a ser “sujetos de derecho” (Rodríguez y Lorenzetti, 2018)[2], me pregunto, ¿cómo dialogan los documentales sobre indígenas de la Patagonia austral con esta transformación? ¿Consiguen abandonar la tradicional tendencia a la reificación y el exotismo? La preocupación por los derechos humanos, ¿se traduce en un cine documental que al hablar de pueblos indígenas apoya o, al menos visibiliza, sus derechos y sus luchas en el presente? Nostalgia de luz, en particular, pero también El botón de nácar recibieron numerosa atención crítica. Sin embargo, la relación que Guzmán establece entre memoria, derechos humanos y pueblos originarios, pasó prácticamente desapercibida. Plantear estas preguntas, entonces, es al mismo tiempo indagar en la ética, las intenciones y el alcance del cine documental.

En lo que sigue, voy a detenerme en El botón de nácar y la mirada sobre los pueblos originarios de la Patagonia austral y poner esta película en conversación con el documental Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Poole afirma que las imágenes son parte de una organización que integra personas, ideas y objetos, que constituye una “economía visual”. Esta organización se corresponde a relaciones sociales, de desigualdad, de poder, a significados compartidos y la noción de comunidad (Poole, 1997: X). Así, mientras que Tánana sitúa a los protagonistas yaganes en el presente, como sujetos de derecho, y traza desde ese presente la conexión con el pasado, el documental de Guzmán, hace la operación inversa, lamenta la pérdida del pasado y de esa manera distancia (aunque cuente con testimonios de kawésqar y yaganes) a los indios patagónicos. Pese a la intensión de visibilizar a los pueblos originarios de la región, la indiferenciación entre los distintos pueblos, la ignorancia de sus reclamos en el presente y de sus modos de vida, y la mezcla confusa e indiscriminada de imágenes de archivo, los vuelve en cierta forma “objetos” del relato nostálgico de Guzmán. La actual resurgencia y remergencia indígena en la Patagonia austral se enfrenta a menudo a la violación de los derechos adquiridos, ya sea porque atentan a los intereses económicos dominantes, o por el desconocimiento de los mismos. También está constantemente bajo la sospecha de la falsedad, el oportunismo o la acusación contra “el indio trucho”, como demuestran los que abogan por el cumplimiento de estos derechos.[3] La mirada del cine documental puede ser un acto de justicia como rescate frente al olvido. Sin embargo, en algunos casos, todavía hace falta acercarse a una “economía visual”, a formas de hablar, de cambiar el punto de vista y a una reinvención de las maneras de decir que no continúen replicando la desaparición, la apropiación o el distanciamiento de los indígenas sureños.

“En las velas el viento de la historia”: La simplificación poética y la política del navegar

En su ensayo “Tierra del Fuego-New York”, Jean Baudrillard explica la Tierra del Fuego como una construcción. Si New York se vende como el “centro del universo”, Ushuaia, la capital de la isla, lo hace mediante la fantasía del “fin del mundo”. La visión deprimente del autor sobre el lugar se une a la noción de “una modernidad completamente anacrónica – una modernidad caótica, incoherente, de película del oeste: cemento, polvo, impuestos libres, transiciones, petróleo, computadoras y el ronroneo del tráfico inútil – como si el silencio del fin del mundo debiera ser obliterado” (Baudrillard, 2002: 128, mi traducción). El paisaje es “sublime en su desolación natural”, mientras que lo humano es “sórdido: los desperdicios de la civilización” (2002: 128). El autor aclara que con la misma sordidez y como material desechable fueron tratados los indios. Sobre la fantasía del confín del mundo y sus habitantes, expresa:

Los alakaluf [kawésqar] no sabían que vivían en el fin del mundo. Estaban donde estaban y en ningún otro lugar –algo que nosotros nunca lograremos. Para los marineros, aventureros y misioneros, tampoco era el final: descubrieron un mundo distinto al suyo, pero uno frente al cual podían medirse a sí mismos: una nueva frontera. Llegamos aquí hoy sólo con la noción imaginaria del fin del mundo (a la que los viajes al espacio ya eliminaron). Y aunque los fueguinos nunca se alejaron de sus fuegos (los llevaban a todos lados, hasta en sus canoas en forma de brazas ardientes), nosotros nos tomamos el trabajo de llevar nuestra frialdad artificial a todas partes, incluso a las latitudes glaciares (Baudrillard, 2002: 130).

A pesar de intentar desmantelar la obsesión con el fin del mundo, Baudrillard termina apelando a ella. Hacia la conclusión del artículo, se refiere a estar “allí abajo” y sitúa a Ushuaia en los bordes de la tierra y el solitario océano. Prácticamente durante todo el ensayo, el autor cede a las mismas construcciones que quiere criticar y cae en las expresiones comunes de la imaginación y la re-creación de la Patagonia austral por parte de los europeos. Si bien Baudrillard habita de sonidos y tecnología a la Patagonia, y la vuelve “anacrónica en su modernidad”, no deja de adjetivarla con los estereotipos del vacío, la nada, las catástrofes y el silencio. Además, se desprende un sentimiento melancólico por una existencia pre-tecnológica, donde el ardor de los fuegos que los kawésqar llevaban en sus canoas es la contracara del frío simulacro tecnológico de nuestros días.

Este ensayo ilustra el desafío de desarmar los clichés que han definido a este territorio. En este sentido, El botón de nácar no es una excepción. Si bien Guzmán concede una importancia especial a los pueblos originarios de la Patagonia austral y a las ontologías animistas, varios aspectos de la película terminan por borrar a los indígenas como sujetos de derecho, para situarlos en una melancolía apolítica, que los separa de sus luchas en el presente. En su trabajo sobre los pueblos originarios de Tierra del Fuego, el antropólogo Hernán Vidal explica que ha sido muy común en la región concebir la práctica antropológica como limitada a la etnografía, lo que “ha conducido a una nueva esencialización de la etnografía, reduciendo su política a su poética” (Vidal, 1993), algo que ocurre en la película de Guzmán. Hay una secuencia reveladora: para conocer el significado de los dibujos corporales de los selkn’am y sus ritos de iniciación en la ceremonia llamada Hain, el director acude al poeta Raúl Zurita y no a la comunidad selk’nam (ausente en la filmación). Las respuestas de Zurita son líricas, un poco new age, y aportan un conocimiento que concluye con la idea de que todo avance tecnológico es un acto de nostalgia.

El botón de nácar es un ensayo fílmico en que Guzmán entrelaza diferentes voces y temporalidades con su historia personal. La Patagonia se conecta desde la subjetividad del director y la desaparición: de un amigo de su infancia que murió ahogado, de parte de su generación en los 70s con el golpe de estado de Pinochet, y de los pueblos originarios del sur. Para enlazar estas ideas, Guzmán usa el agua como fuente de conexión y lugar de muerte. La Patagonia se muestra al principio desde lejos, en planos aéreos y se corresponde a un paisaje sin gente. También se filma desde un velero, pero con distancia, enfatizando lo inaccesible. Sobre estas imágenes del paisaje, la voz en off del director narra: “El agua, la frontera más larga de Chile forma un estuario que se llama Patagonia occidental, aquí la Cordillera de los Andes se hunde y reaparece en miles de islas. Es un lugar sin tiempo, un archipiélago de lluvia”. Mapeada desde la lejanía, la cartografía de la Patagonia es remota y satelital. No está claro a qué se refiere el director con “un lugar sin tiempo”, pero pareciera adscribirle al espacio categorías que tienen que ver con la lógica del desarrollo capitalista. La suspensión temporal no respondería tanto a una condición –imposible– de la región, sino a la lógica de la modernidad capitalista y al modelo occidental vinculado al progreso. A esta idea retornará Guzmán más tarde cuando acerca de una de sus entrevistadas, Gabriela Paterito, diga “entre Gabriela y yo había varios siglos de distancia”. La distancia espacial se percibe como temporal, pensando en los modos de habitar indígenas como pretéritos, contrarios a las nociones lineales de progreso, y por ello, en una región suspendida en el tiempo.

Guzmán describe la vida de los pueblos originarios antes de la llegada de los colonos: “Vivieron en comunión con el cosmos, fabricaban piedras para asegurar su futuro. Viajaban por el agua, vivían sumergidos en el agua. Comían lo que el agua traía”. A estas palabras se incorporan objetos de los indígenas, piedras, puntas de flecha, como una colección de vitrina elegida para ilustrar sus vidas. Así, aunque se intenta acercarnos a ellos, en este caso se lo hace mediante procesos de “arqueologización” (Vidal, 1993) que los retrata o rescata como material de museo, en fragmentos, objetos y sin continuidad con el ahora. En consecuencia, el material de archivo fotográfico de los pueblos originarios, fuera de su contexto y sin explicación, con excepción de los créditos finales, como es común que aparezcan estas fotos, produce un efecto de collage que no diferencia unas etnias de otras, y un ver que “[e]sto ha sido” (Barthes, 1990: 136), que es el mundo que añora Guzmán. Para los que conocemos algunas de las fotografías es evidente, sin embargo, que la unión con el universo que describe Guzmán y los modos de vida tradicionales habían sido modificados hace tiempo y que la propia cámara fotográfica fue parte de ese cambio. Hay un grupo de yaganes que posa en cuclillas, con miradas entre serias, indescifrables y desafiantes, y primeros planos de algunos miembros del grupo en las siguientes secuencias. Después aparece una de las características fotos del antropólogo y sacerdote de la Congregación del Verbo Divino, Martín Gusinde, quien hizo cuatro viajes a la Tierra del Fuego entre 1918 y 1924 y convivió con los yaganes, kawésqar y selkn’am. Es la fotografía de un conjunto de mujeres selkn’am de diversas edades y una niña. Las mujeres están envueltas en sus pieles de guanaco y posan al aire libre junto a dos perros blancos, uno desenfocado. La foto es de 1919 y fue publicada por Gusinde. Para ese entonces, la ganadería ovina que impusieron los ingleses desde 1880 había desplazado a los selkn’am de sus tierras. Estos fueron perseguidos, deportados y asesinados, mientras que algunos se refugiaron en las misiones, como en La Candelaria de Tierra del Fuego.[4] De la misma manera en que Gusinde borra las marcas de la opresión occidental en estos retratos y el papel de las misiones, Guzmán también ilustra sus propios deseos de rescate nostálgico.

FIG1

El botón de nácar, foto de Martín Gusinde, 1919

Al elegir esta foto sin cuestionarla y ponerla en el contexto de la narración de la desaparición, se evidencia una existencia exótica y lejana. La mujer selkn’am se presenta como un símbolo de vida tradicional y belleza diferente y algo congelado en el pasado. Como Gusinde, que elige no mostrar aquí la pobreza de los selk´nam como resultado de la enajenación del territorio y las huellas del colonialismo de los pioneros, Guzmán ignora la continuidad de la violencia de ese colonialismo al no leer estas imágenes a contrapelo y ponerlas en relación con el momento presente.[5]
Además, sobre el material fílmico de la boscosa Patagonia de cataratas y cascadas, se imponen las palabras: “Llegaron hace 10.000 años, eran nómades del agua. Vivían en clanes que se movían por los fiordos. Viajaban de isla en isla. Cada familia tenía un fuego que ardía en el centro de la canoa. Existían cinco grupos: los kawesqár, los selkn’am, los aonikenk, los haush, y los yámanas. Todos caminaban sobre el mar”. Aquí nuevamente se da una definición estereotipada y confusa de los grupos. Los kawesqár y yámanas (yagán) sí vivían en las islas y se movían por los canales más al sur, sin embargo, los aonikenk (tehuelche), selkn’am y haush vivían en los bosques y estepas. Es una narración que una vez más exotiza, folkloriza, quita de contexto y rememora al indio casi como una figura religiosa o mística, caminando milagrosamente sobre el agua. A la vez, las tres últimas fotos que se muestran en esta parte del relato son las de una canoa en la que apenas se vislumbran las cabezas de los indígenas (remitiendo a la desaparición), seguida por una de los canoeros ya vestidos, con ropas raídas, remando hacia el espectador, y la iconográfica foto de Charles Wellington Furlong del grupo de cazadores selkn’am a orillas del agua, que se ha convertido en una especie de postal y objeto de consumo de cierta estética selkn’am y el indio ideal patagónico.

La foto de Furlong se publicó por primera vez en una revista de difusión masiva, Harper´s Magazine en 1910 junto al texto del autor, “The Vanishing People of the Land of Fire”. En el artículo, explica: “Si uno quiere ver a los Onas [selkn’am] y su más alta majestuosidad pintoresca de su primitiva forma de vida, basta con verlos en la marcha. Primero van los perros olfateando en la avanzada, después los poderosos guerreros con sus armas en mano listas para ser usadas, y más atrás las mujeres. Algunas de ellas llevan a los niños en sus espaldas, otras la carga de su campamento (Furlong, 1910: 227, citado en Maturana Díaz, 2004: 121). Es claro que esta es una foto posada y construida, lo que era normal en la época, cuando misioneros, fotógrafos y antropólogos con sus lógicas de las buenas intenciones se ocupaban en archivar lo que contribuían en destruir. Guzmán usa estos archivos indiscriminadamente para enaltecer a algunos pueblos sin diferenciarlos de otros, para hablar de la desaparición como una experiencia universal y para su proceso personal de duelo. En las capas que conforman el relato de estas vidas y sus imágenes fotográficas por parte de misioneros, exploradores, naturalistas, etc., aparece la nostalgia y exaltación del pasado, el porvenir de los canoeros como los restos de la historia benjaminiana, el enaltecimiento de los cazadores y la libertad, y una reificación de la memoria. Estos procedimientos son paralelos a los que lleva a cabo la película de Guzmán y nos hablan “no tanto de los archivos de los cuerpos indígenas, sino de los estados afectivos de directores y exploradores –sus sentimientos conflictivos, encrucijadas, y hasta de su incapacidad de acción” (Furtado, 2019: 25, mi traducción).

FIG2

El botón de nácar. Foto de Charles Wellington Furlong

En cuanto a los testimonios de los indígenas, El botón de nácar añade entrevistas breves con los miembros de la comunidad yagán en la Isla Navarino, Martín G. Calderón (también protagonista de Tánana) y Cristina Calderón, y de la comunidad kawésqar, Gabriela Paterito. En las “Notas del autor”, bajo el subtítulo “los personajes”, se describe a las mujeres como “la última nativa de la etnia yagán y reconocida como ‘tesoro humano vivo” por el Consejo Nacional de la Cultura de Chile” y “la última descendiente de la etnia kawésqar que recuerda la vida de su pueblo con entera lucidez y precisión”, respectivamente. Martín G. Calderón habla de las prohibiciones de la Armada en cuanto a la navegación y recuerda sus viajes por el Cabo Hornos desde Punta Arenas. No hay mucha información de él, sólo se nos presenta en cuanto a su relación con el agua y la navegación. Lo vemos pasando el trapo a una canoa y lijando los remos de unas pequeñas canoas, las artesanías que construye. No se observa prácticamente su entorno, no aprendemos sobre su cotidianidad, o sobre sus luchas. Todo se reduce a una selección efímera que tiene que ver con las canoas y las vicisitudes en el mar que encajan con la visión del indio canoero y el agua propuesta por Guzmán.

Por otro lado, Gabriela Paterito, de Puerto Edén, responde con énfasis a la pregunta de no sentirse chilena. La vemos, pese a la distancia geográfica que la separa de Calderón, en casi el mismo decorado que a él, un primer plano sin información contextual. Ella habla de remar, de la fuerza necesaria, de aprender a bucear y sacar cholgas de niña. “Para Gabriela el agua forma parte de su familia. Ella acepta tanto los peligros, como la comida que el mar le ofrece. En cambio, yo que me siento chileno, no convivo con el mar”. Más tarde Gabriela cuenta en kawésqar un magnífico viaje de 1.000 kilómetros por mar. Se nos presenta como “la india hiperreal”, según la definición que tomo de Alcida Ramos de su trabajo sobre el movimiento indigenista de Brasil. Ramos explica que las políticas indigenistas brasileñas actúan de tal modo que ostentan un “indio hiperreal” diferente del “indio de carne y hueso” (Ramos, 1994: 164).

Ramos reflexiona sobre la burocratización del indigenismo, el modelo idealizado de indígena y el papel que desempeña la antropología en este contexto. Estos eliminan divergencias locales entre grupos para elaborar un “indígena domesticado” y favorecen a aquellos que se adecuan a los estereotipos, el “[i]ndio perfecto cuyas virtudes, sufrimientos e inalcanzable estoicismo le han otorgado el derecho a ser defendido por los profesionales de los derechos indígenas” (Ramos, 1994: 166). Gabriela, con su anhelo por la vida marítima, resulta la imagen y semejanza de lo que la mujer indígena debería ser de acuerdo a la edición de Guzmán. Siguiendo con este argumento idealizado, Guzmán resalta que “Los indígenas de la Patagonia fueron el primer y único pueblo marítimo de Chile. Nosotros los chilenos de hoy hemos perdido esta intimidad con el mar”. Sin embargo, aquí ignora, por ejemplo, la función de la Armada chilena, los barcos que recorren los estrechos e islas, el papel que desempeña el comercio en el país, los balnearios turísticos, las mineras en las costas y los problemas que los indígenas australes enfrentan con las salmoneras extranjeras.

Cuando es el turno de Cristina Calderón, aparece un primer plano de sus manos hilando y ella traduciendo del yagán, vocablos relacionados a la navegación y la familia. En Tánana, en cambio, narrará su disgusto por la navegación, las épocas en que la alimentación era escasa y comían pájaros. Y cómo desde joven tuvo claro que quería algo diferente y que no se casaría con un yagán, porque siempre andan obsesionados cazando nutrias. Gabriela traduce otras palabras que le indica el cineasta: “botón”, “camisa”, “lluvia”, “hombre bueno”, “hombre malo”. Sobre la palabra “dios” contesta, “nosotros no tenemos eso” y lo mismo con “policía”. Hay algo incómodo en la obviedad de estas respuestas y de la necesidad de poner en evidencia que en la región la policía es una institución que nació a partir del colonialismo de asentamiento. Esta incomodidad se une a que Guzmán, como nos hace saber, conoció a Gabriela y a “todos los sobrevivientes de la Patagonia” por las fotografías de Paz Errázuriz. Estas fotos de Errázuriz pertenecientes a Los nómadas del mar (1995), son retratos de la precariedad y vulnerabilidad bajo el motivo de “los últimos kawésqar”. En la introducción a la exhibición, Oscar Aguilera dice que de los tres grupos fueguinos sólo los kawésqar “subsisten, más llevan consigo la dramática condición del grupo étnico en extinción” (Aguilera, 1996: 5). Si bien puede resultar contraproducente juzgar estas imágenes desde el presente, con el conocimiento de que los grupos indígenas de la Patagonia austral son protagonistas de distintas resurgencias y reemergencias, al incorporarse estas fotos a las entrevistas, las mismas duplican la noción racializada del “último indio” y del retrato de rescate, a la vez que eliminan las agendas políticas de los procesos de reemergencia. Guzmán finaliza las entrevistas con tres imágenes sucesivas de los entrevistados que se fijan y dan lugar a nuevos archivos. Estas imágenes fijas, de frente, remiten a lo antropométrico, a las racializaciones, al naturalismo, y a todo aquello que el documental necesitaría desmantelar.

Entonces, esos archivos visuales, que podrían ser contextualizados y ensamblados para enseñar comunidades activas, junto a los discursos de “los últimos” se terminan filtrando en El botón de nácar, a pesar de contar con la valiosa presencia y palabras de tres miembros de comunidades indígenas en el documental. Guzmán expresa su tristeza por la forma en que “los últimos grupos se hundieron en la miseria y el alcoholismo” y un deseo: “Me gustaría que estos pueblos del agua no hubieran desaparecido”. Es indudable que la devastación de estos pueblos fue enorme, así como las pérdidas culturales, pero también fueron destacables sus resistencias y las actuales batallas por sus derechos.

Sobre los enunciados de “los últimos”, Alberto Harambour, afirma con ironía: “La última selknam, Lola Kiepja murió en 1966. La última selknam, Ángela Loij, murió en 1974. La última selknam, Virginia Choinquetel, murió en 1999. La última selknam, Enriqueta Gastelemundi murió en 2004. Los onas eran salvajes, primitivos, bárbaros y se extinguieron al contacto con la civilización” (Harambour, 2017: 39). Es por eso que el valioso viaje personal de Patricio Guzmán por la Patagonia austral contiene un entramado que hay que cuestionar, como cuando explica: “[h]oy quedan veinte descendientes directos. Adentro de ellos el idioma resistió cientos o tal vez miles de años”. A mediados de la década de los ‘40s, Joseph Emperaire, un etnólogo francés, se instaló por dos años con los kawésqar, una minoría “aislada, miserable y condenada”, cuyos miembros “contrariamente a sus hábitos nómadas, tienden a agruparse de una manera estable, y hallando más fácil pedir que buscar, se degradan progresivamente a la condición de mendigos” (Emperaire, 1963: 7,10). Según Harambour, “[e]n el libro más influyente que se haya escrito sobre estos ‘nómades del mar’, el antropólogo declaraba que se precipitaban ‘por los caminos rápidos y paralelos de la asimilación y de la desaparición’. Seis décadas después, y muchas veces anunciada la muerte del último o la última kawésqar, los censos indican que estaba equivocado: 2.622 personas se reconocieron como tales en 2002; y en el Censo 2017, 3.500” (Harambour, 2019: 45). Hoy hay muchos descendientes o indígenas que se autoadscriben como tales en pugna por sus derechos. Contrariamente a El botón de nácar, Tánana, estar listo para zarpar afirma lo que existe, restituye prácticas ancestrales y hace a los protagonistas partícipes de su propia historia, memoria y posibilidades, lejos del archivo fijo del “último indio”, del desaparecido, extinto o el ideal.

Juan Salazar parte de la conocida definición de John Grierson del documental como “tratamiento creativo de la realidad”, y agrega que el documental debería practicarse no sólo de esa manera, sino también como posibilidad y potencialidad, como los “recursos de la esperanza” de los que habla Raymond Williams (Salazar, 2015: 44, mi traducción). Así, Tánana se basa en el presente de Martín González Calderón, quien según mencioné, pertenece a la comunidad yagán de la Isla Navarino. La construcción de un barco es el eje del documental. Una vez terminado el barco, Calderón y distintos miembros de la comunidad emprenderán un viaje por los antiguos maritorios yaganes, islas, bahías y cabos, deteniéndose en algunos de ellos. Construir se constituye en un “recurso de la esperanza”, en disciplina y memoria performática, que si bien es atravesada indudablemente por las pérdidas históricas y comunitarias, se niega a capitular ante ellas. Para lograr esto, el documental se filma en una Patagonia íntima, de todos los días, con sus sonidos, recorridos, personas y clima. Se pasa de un acto de dar voz, a mirar desde dentro, junto a los protagonistas.

El documental carece casi de material archivo o narraciones sobre la histórica, con excepción de las breves aclaraciones iniciales sobre el pueblo yagán. Su director vive en Puerto Williams, de hecho, Alberto Serrano es el director del Museo Antropológico Martín Gusinde donde trabaja en forma colaborativa y comprometida con la comunidad. En el año 2012, por ejemplo, “inició un estudio exploratorio y participativo con enfoque de género para la identificación de hombres y mujeres yaganes presentes en las fotografías de la exhibición permanente y el archivo fotográfico del museo” (Museo). Un grupo de mujeres, lideradas por Cristina Calderón (tía de Martín), e investigadores trabajaron en la revisión del archivo de Martín Gusinde y produjeron a partir del mismo un álbum fotográfico para cada grupo familiar de la comunidad indígena yagán. Analizaron además las relaciones de parentesco y las historias de vida y agregaron los nombres a las fotografías de Gusinde. Esta revisión acercó “a quienes descienden directamente de las mujeres y hombres fotografiados”, algo que “no se había efectuado con anterioridad”. Incluso “gran parte de la comunidad no había tenido acceso a esta colección ni a su documentación”. Esta iniciativa “ha significado lograr una precisión en la información biográfica de sus antepasados, democratizando, por lo tanto, el conocimiento acerca de este patrimonio fotográfico” (Museo). Si hablo aquí del proyecto es porque tiene una relación clara con la forma de concebir este documental.

En Tánana el espectador es transportado a una cercanía que es imprescindible para la resistencia y construcción. Una de las secuencias iniciales muestra a González Calderón cargando leña, caminando pausadamente hacia una carretilla donde deposita la madera. La carretilla se inclina por el peso y produce un efecto de inmediatez. Junto al agua, la pequeña vivienda de chapa, material típico de construcción en el sur, con su estufa a leña, materializa la fuerza de lo íntimo. Sus recuerdos del pasado, en una cocina verde mientras se ceba unos mates, nos remiten a la reverberación de esas historias y al deseo de volver a lugares abandonados con violencia, hace más de cuarenta años. Lo que se necesita es un buen bote. El conocimiento, la cultura y lo indígena, lejos de apreciarse como categorías fijas, en proceso de desaparición, o en “patrimonios inmateriales” rescatados en la figura de unas pocas personas, en general quienes hablan con fluidez la lengua, adquiere un sentido comunal, familiar y de “repertorio”. Elegir árboles sanos, talar con la sierra eléctrica, oír el ruido intrépido del árbol al caer y transportar el árbol al hombro, son partes de ese “repertorio”, de creatividad táctica y artesanal.

FIG3

Tánana, estar listo para zarpar, Martín González Calderón y el “Pepe”

Como el “Pepe”, el viejo bote en ruinas, que construyó el padre de Calderón, y que según él va a seguir vivo para siempre, la memoria existe en el entramado de una herencia colectiva. Allí las enseñanzas del padre, navegar, orientarse, ver el tiempo, distinguir las maderas, y saber en qué época cortar, se comparten con los amigos, parientes y niños, quienes se asoman a la orilla a jugar con un bote. Calderón instruye a sus ayudantes, su yerno y su primo, valorando lo ancestral en la construcción del barco, “Pepe II”. Sin embargo, el “Pepe II”, homenaje al padre, no es una canoa de corteza, no tiene un nombre yagán, como le hubiese gustado a Calderón, ni un fuego en el centro como anhela Guzmán. Es un barco hecho con técnicas chilotas, y que por eso mismo es una mezcla de los cruces, violencias y transformaciones de la zona.

 FIG4

FIG5

Tánana, estar listo para zarpar. “Pepe II” y comunidad

La violencia también está clara en las restricciones de navegación impuestas por la Armada en el maritorio que los yaganes ocupaban. La soberanía de los mares dificulta el derecho de los pueblos originarios a navegar, existen exigencias de carnets de pesca o permisos de la gobernación, a las mujeres no se les permite transitar por el agua como antes. Cuando Calderón cuenta que nació en Ushuaia, en Harberton, como al pasar, uno se pregunta por la vida en esa estancia del ex misionero anglicano Bridges, pero él no dice nada más. El documental no se estanca en sentimientos de tristeza. Las andanzas marítimas del pasado, al ser recreadas funcionan como un “horizonte de expectativas”, pese a las consecuencias trágicas de los asentamientos forzados. Un viaje a la Isla Mascart, donde Calderón creció, se transforma en una aventura para recuperar una pesada cocina de hierro entre la maleza. Mientras la desentierran, explican que pertenecía a la Misión inglesa. En otras islas abandonadas, de casas de listones de madera carcomidos por el tiempo, Calderón y sus parientes visitan el cementerio, con su división por familias, y comen frambuesas. La justicia de estas imágenes radica en la presencia del pasado, en las ruinas que se habitan, a la vez que se ejercen los derechos, en este caso el de navegar.

En otras secuencias, aparecen los restos de una ballena en una de las islas. La ballena conecta diferentes temporalidades. Remite a los cronistas que escribieron acerca de los indios comiendo las que quedaban varadas en la playa. Como eran muy difíciles de cazar, la aparición de ballenas constituía un momento de celebración que se compartía. También nos lleva a los balleneros y loberos y a los estragos que produjeron. Pero además el esqueleto de esta ballena se asemeja al del barco, hay algo en esos huesos grandes y curvos que remite a los tablones curvados del armazón del barco en el momento de su construcción. Hacia el final del documental, Calderón y su yerno se dirigen a unas pinturas rupestres, que hicieron “los antiguos”, como los llama. Van a tientas, guiándose por el recuerdo de Calderón de haber visto las pinturas de niño. Cuando las encuentran, somos una vez más partícipes de la continuidad con “los antiguos” como praxis.

Si bien El botón de nácar visibiliza a los indígenas de la Patagonia austral, al basarse en discursos e imágenes de lo exótico, la extinción, y la desaparición, sin cuestionarlos, elimina la potencialidad de los indígenas como sujetos de derecho. Tánana en cambio, nos muestra el presente y las huellas del pasado en la actualidad, y un viaje fílmico en el que se edifica sobre el derecho a navegar. En las últimas imágenes del documental se izan las velas hacia el Cabo Punta Goleta (Falso Cabo de Hornos), entre pájaros y lobos marinos y nos quedamos con el sigilio de la vela que duplica la geografía de la punta del cabo. Walter Benjamin señala que lo que el dialéctico necesita es tener en sus velas el viento de la historia. Para él, pensar significa izar las velas. Si las palabras son sus velas y la manera en que las iza son conceptos, las palabras e imágenes de este documental, son también el viento en las velas de la historia. Tánana es una historia no lineal, donde relumbran las tachaduras y donde se construye el derecho a zarpar.

Bibliografía

Azócar, Critóbal y Alberto Serrano (2016), Tánana, estar listo para zarpar, Chile.

Aguilera, Oscar (1996), “Kawésqar”, en Paz Errázuriz, Fotografías: Los nómadas del mar, Exposición Museo Nacional de Bellas Artes, Programa de Informática, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

Barthes, Roland (1990), La cámara lúcida: Notas sobre fotografía, Paidós, Barcelona.

Baudrillard, Jean (2002), “Tierra del Fuego-New York”, en Screened Out, Verso, New York, London.

Benjamin, Walter (1982), Libro de los pasajes, Rolf Tiedemann, ed., Luis Fernandez Castañeda, Isidro Herrara y Fernando Guerrero, eds., Akal, Madrid

Emperaire, Joseph (1963), Los nómadas del mar, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Harambour, Alberto (2017), “Partes del exterminio: la barbarie de la civilización o elgenocidio selknam en la Tierra del Fuego”, en La Roca, 4 (4), 38-58.

Harambour, Alberto y José Barrena Ruiz (2019), “Barbarie o justicia en la Patagonia occidental: las violencias coloniales en el ocaso del pueblo kawésqar, finales del siglo XIX e inicios del siglo XX”, Historia Crítica, 7, 25-48.

Mases, (2002), Estado y cuestión indígena en la Argentina. El destino final de los indios sometidos al sur del territorio (1878-1910), Prometeo-Entrepasados, Buenos Aires.

Maturana Díaz, Felipe A. (2004), “Fotografía Antropológica de Charles Wellington Furlong (Archipiélago Fueguino, 1907-1908)”, en Revista chilena de antropología visual, 6, 74-94.

Museo Antropológico Martín Gusinde, “Hombres y mujeres yaganes en las fotografíasde Martín Gusinde”, en            https://www.museomartingusinde.gob.cl/sitio/Contenido/Institucional/55646:Mujer es-y-hombres-yaganes-en-las-fotografias-de-Martin-Gusinde

Organización Internacional del Trabajo, Oficina Internacional para América Latina y el Caribe (OIT), (2014) Convenio número 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales: Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—americas/—ro-lima/documents/publication/wcms_345065.pdf

Poole, Deborah (1997), Vision, Race, and Modernity: A Visual Economy of the Andean Image World, Princeton University Press, New Jersey.

Ramos, Alcira (1994), “The Hyperreal Indian”, Critique of Anthropology, London, 14 (2), 157-171.

Rodríguez, Mariela Eva (2019), “Conversatorio, lailuka ain, lailuka am, sabios y sabias diálogo de saberes”, “Colonialismo de pioneros en la Patagonia Austral, presentación oral, Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Río Grande, 27 de abril.

Rodríguez, Mariela Eva y Lorenzetti, Mariana (2018), “Seminario 2018: Pueblos originarios y Estado-nación”, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, (FLACSO), sede Ciudad de Buenos Aires, clase virtual.

Salazar, Juan (2015), “Anticipatory Modes of Futuring Planetary Change in Documentary Film”, en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

Veracini, Lorenzo (2011), “Introducing Settler Colonial Studies”, en Settler Colonial Studies, 1:1, 1-12.

Vezub, Julio Esteban (2011), “1879-1979: Genocidio Indígena, historiografía dictadura”, en Corpus: Archivos virtuales de la alteridad americana, 1: 2.

Vidal, Hernán (1993), “A través de sus cenizas: Imágenes etnográficas e identidad regional en Tierra del Fuego”, Tesis de maestría, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede Quito, en http://www.flacsoandes.edu.ec/libros/8614-opac

Viñas, David (1982), Indios, ejército, frontera, Siglo XXI, Buenos Aires.

Notas

[1] Ver, de la misma autora, Rodríguez, Mariela Eva (2010), De la “extinción” a la autoafirmación: procesos de visibilización de la Comunidad Tehuelche Camusu Aike (provincia de Santa Cruz, Argentina). Georgetown University, Washington DC, en

http://repository.library.georgetown.edu/bitstream/handle/10822/553246/rodriguezMariela.pdf?sequence=1  –  https://repository.library.georgetown.edu/handle/10822/553246

[2] Ver, Rodríguez, Mariela Eva y Marcela Alaniz (2018). “Política indígena, gestión participativa y etnografía colaborativa en la provincia de Santa Cruz”, en Campos de interlocución y políticas de reconocimiento indígena en Argentina, Morita Carrasco, ed., Antropofagia, Ciudad de Buenos Aires.

[3] Ver, por ejemplo, “Los medios contra los indígenas: El verso del indio trucho”, Noelia Enriz (2017, septiembre 1), Anfibia, en http://revistaanfibia.com/ensayo/verso-del-indio-trucho-2. En esta nota, Enriz analiza la representación de los indígenas en los medios a partir de sus reclamos territoriales y la ley de emergencia 26160.

[4] Sobre la fotografía de Martín Gusinde, consultar, Chapman, Ann, Dominique Legoupil y Marisol Palma Belkme; Christine Barthe y Xavier Barral (eds., 2015), The Lost Tribes of Tierra del Fuego: Selk’nam, Yamana, Kawésqar, Thames & Hudson, Londres.

[5] Ana Cecilia Gerrard, quien trabaja con las comunidades selkn’am y yagán de Tierra del Fuego, explica: “Frente a la existencia material de un grupo de descendientes reconocidos oficialmente con la personería jurídica del INAI, la tendencia ha sido a ignorar esta presencia y continuar realizando estudios históricos que versan una y otra vez sobre los mismos temas, reformulaciones interpretativas sobre la vida de los cazadores y recolectores, la ceremonia del hain, los hábitos alimenticios, estudios epidemiológicos o incluso la brutalidad del genocidio perpetuado en el primer período de la colonización –tema más que recurrente por ser una fuente de capital simbólico para el que “denuncia”, quienes suelen erigirse como “portavoces oficiales de los desprotegidos”. A pesar de tomar contacto con la gente de la comunidad, algunos académicos continúan poniendo el foco de interés en el pasado. Incluso llegan en su celo revisionista a poner en duda la “autenticidad” del etnónimo Selknam, a través del establecimiento de dudosas relaciones con un supuesto origen etimológico, que no es más que otro modo de poner en duda la autoidentificación adoptada por los miembros actuales del grupo”. Gerrard, Ana Cecilia (2014), “El sigilo en las metáforas del viento: los Selknam y la retórica de la desaparición”, XI Congreso Argentino de Antropología Social, Rosario.

Introducción al dossier: “Justicia y ley en el cine documental en América Latina”

Descargar texto

María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado

Este número propone una discusión teórica sobre la relación entre los conceptos de justicia, ley y cine documental en América Latina. En general, las discusiones más recientes sobre justicia, ley y cine en Latinoamérica se han enfocado en las dictaduras, en los procesos post-dictatoriales o de post-conflicto y en la justicia transicional (Andermann y Bravo, 2013; Arenillas y Lazzara, 2016; Piedras, 2014; Traverso y Wilson, 2016). Esto resultó un paso necesario, ya que después de décadas de brutales dictaduras y conflictos internos en el contexto de la Guerra Fría, Latinoamérica experimentó el resurgimiento y la consolidación de regímenes democráticos. Aunque en las últimas décadas haya crecido un campo de estudios sobre la relación entre derecho y cine, las publicaciones se han dedicado casi exclusivamente al cine de ficción y han puesto énfasis en cuestiones de ideología y de realismo en la representación, es decir, la adecuación entre las películas y la supuesta realidad (Black 1999, Greenfield et al 2001, Machura y Robson 2001, Moran et al 2004, Strickland et al 2006). Este dossier busca expandir estas conversaciones y analizar cómo el cine documental representa, explora, dialoga, e incluso interviene en los procesos y operaciones de las instituciones de la ley. Nos interesa sobre todo pensar simultáneamente sobre las prácticas y los procesos del cine y de la ley, poniéndoles en una relación mutuamente reveladora.

Una manera de acercamiento entre el documental y la ley ocurre mediante la observación y la reflexión cinematográfica en torno del funcionamiento de las instituciones disciplinares -como la policía, las cárceles, y las cortes de justicia- y de la actuación de las personas que en ellas participan ya fuera como representantes del estado o como sujetos bajo su control. En este acercamiento a la ley, el documental puede poner en evidencia las formas de vigilancia del estado, pero puede también revelar y reflexionar sobre el cine como aparato de observación y vigilancia, aunque exento de la violencia característica de lo estatal (Furtado, 2018). Si, como se ha señalado, el documental ha sido cuestionado por sus tintes “totalizantes y autoritarios” (Winston, 2015), y por su manejo de sus propias formas de poder y autoridad, en gran parte basadas en la evidencia fílmica de lo visible y el discurso sobre lo “real”, también es cierto que éste tiene la capacidad de subvertir las prácticas de observación y vigilancia existentes y de producir formas de ver y saber no previstas por las instituciones disciplinarias y sus aparatos de vigilancia. La mirada panóptica que se convierte en el documental en una mirada múltiple que demanda que pensemos una y otra vez lo que se nos muestra y lo que vemos (Cowie, 2015). El acercamiento del documental y de la ley, por lo tanto, puede permitir un doble acto de pensar sobre los aparatos de la justicia y sobre el cine.

El documental también dialoga con la ley y la justicia de otras formas, distintas de la aproximación a las instituciones disciplinarias. Muchas veces la práctica documental se inserta precisamente en situaciones en las que la intervención de la ley está pendiente o ha fracasado o en las cuales la ley se encuentra en conflicto directo con los ideales de la justicia. Así situado en el espacio que se abre entre ley y justicia, el documental se convierte en una plataforma para la reivindicación de derechos, para lanzar denuncias en la esfera pública, o para captar y preservar evidencias y testimonios que de otro modo estarían destinados al olvido. En casos donde la justicia y la ley son imposibilidades, el documental se convierte incluso en un acto de justicia por otros medios no relacionados con el castigo o el derecho legal. En este sentido, el documental puede buscar formas alternativas de justicia poética, restaurativa y transformadora para el cineasta, los participantes de la película, y los espectadores, formando nuevas comunidades constituidas por la búsqueda de justicia y por la intervención del cine.

Los ensayos incluidos en este dossier exploran algunas de estas posibilidades, empezando con la contribución de María Guadalupe Arenillas sobre Patricio Guzmán y los pueblos originarios de la Patagonia austral. Conectando con el tema de la memoria en la post-dictadura, dentro del cual prima la obra de Guzmán, Arenillas se enfoca en la temática indígena que emerge en el penúltimo trabajo del director chileno, El botón de nácar (2015), película que da continuación a Nostalgia de la luz (2010). Consistiendo de ensayos fílmicos evocativos y poéticos, estas dos películas extienden el trabajo de Guzmán sobre la memoria post-dictatorial hacia otras temporalidades, abarcando incluso la arqueología y la astronomía como maneras de pensar sobre la relación del presente con el pasado.

En El botón de nácar Guzmán ahonda aún más en la historia al enfocarse en el genocidio de los pueblos originarios de la Patagonia austral en el siglo XIX, figuras que se configuran como los desaparecidos originarios de la nación. En un análisis crítico de este giro en la obra del director chileno, Arenillas propone que la lógica elegíaca del documental de Guzmán conlleva, en parte, pese a lo válido de su rescate, su propio acto de injusticia al presentar a los pueblos indígenas como desaparecidos. Guzmán establece un distanciamiento temporal entre su existencia en el presente y la temporalidad de los pueblos, configurados como si éstos pertenecieran exclusivamente al pasado y no a la contemporaneidad, incluso cuando cuenta con las voces de algunos de los integrantes de las comunidades indígenas. Guzmán repite así un gesto típico en la representación de pueblos originarios que Johannes Fabian, en su crítica a la antropología, definió como la “negación de contemporaneidad” (1983). La película de Guzmán, pese su originalidad temática dentro de la obra del director, repite muchos de los lugares comunes que caracterizan a la representación etnográfica y la romantización de la Patagonia como “fin de mundo”. Cabe resaltar que el objetivo del cuestionamiento del discurso de la “desaparición” de los pueblos originarios propuesto por Arenillas no tiene la pretensión de minimizar la dimensión catastrófica de siglos de genocidio y su efecto en las culturas indígenas en la Patagonia o de las Américas en general. Pero nos toca cuestionar la temporalidad de la película en este tratamiento del tema hecha justamente en un período que se caracteriza por exitosos movimientos indígenas de recuperación cultural y reclamo por reconocimiento y justicia, un período en el cual los pueblos dejan de ser objetos de representación y pasan a ser sujetos de derecho. El ensayo de Arenillas culmina con una comparación entre El botón de nácar y Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016), cuyo propio título enfatiza la activa contemporaneidad de los pueblos originarios, listos para zarpar, y no su trágica desaparición.

Proponiendo pensar también la contemporaneidad del indígena y no su extinción, el ensayo de Ian Erickson-Kery da continuación a la temática abierta por Arenillas pero la traslada al caso de Brasil y al trabajo de la cooperativa de producción audiovisual Video nas Aldeias. Este proyecto fue iniciado en los años 80 cuando un grupo de activistas de derechos indígenas y antropólogos, liderados por Vincent Carelli y Virginia Valadão, propusieron poner la cámara de vídeo al servicio de los pueblos indígenas de Brasil, y más tarde se convirtió en una escuela de cine indígena. El proyecto resultó en un vasto material documental producido colaborativamente por cineastas indígenas y no-indígenas. Aún poco estudiado en el campo del cine documental, especialmente fuera de Brasil, las discusiones en torno a los documentales de Video nas Aldeias tienden a centrarse en la relevancia de los trabajos para la tradición del cine etnográfico y en la representación del contacto entre indígenas y no-indígenas (Ruby, 1992; Ginsburg, 1999; Furtado, 2019). Proponiendo un acercamiento original, Erickson-Kery se enfoca en la forma en que los documentales de Video nas Aldeias reflexionan sobre las luchas por derechos territoriales indígenas. Incluso cuando discute el tema del contacto entre indígena y no-indígena, un tema recurrente en la producción de cine etnográfico e indígena en Brasil, Erickson-Kery reflexiona sobre cómo las escenas de contacto se desarrollan “en el territorio, con el involucramiento de actores de varias posiciones sociales y legales” y considera la cámara como un mediador del encuentro entre el indígena y la sociedad nacional, junto a otros mediadores, entre ellos la ley. Examinando una variedad de películas del grupo, Erickson-Kery explora las formas en que estos trabajos participan de la lucha por derechos territoriales, sea dando forma a obstáculos legales o activamente participando de los procesos jurídicos mediante el uso del registro fílmico como evidencia. Cabe resaltar que la contribución de Erickson-Kery es especialmente oportuna dada la reciente elección de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil y sus planes de reducir significativamente los territorios de los pueblos indígenas y abrir el territorio amazónico para la expansión del agro-negocio, una agenda política que parece retomar y concluir el proyecto colonial en el presente.

En su ensayo, Juan Carlos Rodríguez examina otro contexto en el cual las relaciones coloniales de poder aún son determinantes. En diálogo con Fernando Rosenberg y su libro After Human Rights: Literature, Visual Arts, and Film in Latin America 1990-2010 (2016), Rodríguez propone repensar el documental judicial latinoamericano a partir de la especificidad de Puerto Rico en tanto colonia de Estados Unidos. El documental judicial contemporáneo en América Latina emerge en un contexto histórico que incluye el fin de la Guerra Fría, los procesos de transición democrática, y la gradual judicialización de la política, es decir, en el uso de los tribunales como las plataformas principales para el reclamo de derechos políticos. Rodríguez nota que, aunque los documentales judiciales de Puerto Rico son en muchos aspectos comparables con ejemplos de otras partes de América Latina, la situación colonial de la isla desplaza los documentales a otro contexto donde no hay un proceso de transición democrática y por ello el fin de la Guerra Fría no tiene el mismo sentido. Con la continuidad de la situación colonial y la criminalización de la política independentista en la isla, los documentales judiciales en de Puerto Rico emergen no en un contexto de judicialización de la política sino de la politización del derecho. González desarrolla su argumento mediante un análisis de Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017), película que reconstruye la vida del líder del Ejército Popular Boricua, Filiberto Ojeda Ríos, que fue asiduamente perseguido por el FBI durante los años 90 y asesinado en 2005. En su análisis, Rodríguez demuestra la manera en que la película politiza procesos jurídicos para “desmentir la aparente neutralidad política de la ley y del orden colonial, sistema que criminaliza la lucha por la independencia para despolitizarla”.

Si bien el documental judicial discutido por Rosenberg y Rodríguez suele posicionarse de manera abiertamente crítica con respeto a procesos jurídicos, la lógica que informa el género documental tiene afinidades con algunos elementos de la práctica del derecho, como la importancia de la autoridad y el manejo de evidencias. El género conlleva en su nombre la noción de “documento” con sus sentidos de registro, prueba y evidencia, palabra que proviene del latín videre, o ver. No obstante sus distintas funciones sociales, el documental y la ley pueden ser entendidos como dispositivos afines que convocan a lo visible y producen registros de sujetos marginales, sujetos sacados “del anonimato de la multitud y de la vida cotidiana, convocadas a la visibilidad por oficiales de la justicia o por operadores de cámaras documentales”, como escribe Gustavo Procopio Furtado en su contribución a este dossier. Furtado explora las afinidades entre el documental y el derecho mediante un análisis de las películas de observación de tribunales de la directora brasileña Maria Augusta Ramos. En Justiça (2004) y Juízo (2007), Ramos observa los procedimientos de tribunales con cámaras fijas y reticencia retórica. La austeridad de este estilo hace que las imágenes de los filmes se ubiquen en el “ámbito del documento y no en el régimen de la representación clásica”, como observa Andrea França (França y Avelar, 2013). El estilo de Ramos arriesga implicar su cine en el rigor formalista que caracteriza las prácticas del sistema de justicia, prácticas que aparentan justicia pero más bien participan en la reproducción de una sociedad fundamentalmente injusta. Por otro lado, el método de Ramos también sirve para permitirle acceso a los tribunales y sus oficiales y para poner el propio sistema jurídico bajo una mirada de vigilancia. Acercándose de los procedimientos del sistema judicial brasileño con un intenso estilo observacional, Ramos produce un cine sutilmente reflexivo que pone en diálogo las prácticas del cine documental y de la ley. “Sus filmes observan las observaciones del derecho, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con su acto de convocar, llevan al registro del documental los procedimientos legales, así como a todos los sujetos sociales que participan del ‘teatro de la justicia’” (Furtado).

Aunque el documental tenga afinidad con la noción de documento y su supuesto valor indicial, una película documental es siempre también una construcción discursiva. O, para ponerlo en términos propuestos por André Bazin en su clásico ensayo sobre la ontología de la imagen fotográfica, la cámara, en tanto aparato automático que graba indiferentemente de las intenciones de su operador, resulta en imágenes que son como un “fenómeno ‘natural’, como una flor o un cristal de nieve”. Por otro lado, Bazin concluye su ensayo observando que el cine es también un lenguaje (Bazin, 2014). Poniendo esa doble dimensión del cine en términos menos fenomenológicos y más pragmáticos, la teórica Stella Bruzzi propone que el género documental opera dialécticamente entre los polos del registro audiovisual puro (paradigmáticamente representado por la película de Zapruder que registra el asesinato del presidente Kennedy) y la construcción discursiva necesaria para la producción de sentido a partir del registro audiovisual (Bruzzi, 2000). En el último ensayo del dossier, Antonio Gómez explora algunas dimensiones de esta dualidad mediante un análisis del ciclo de películas de Pamela Yates en Guatemala. Gómez traza la trayectoria de la cineasta desde su película más conocida, When the Mountains Tremble (1982), hasta trabajos más recientes, especialmente Granito – How to Nail a Dictator (2011), prestando atención a la relación entre la producción documental y los procesos judiciales de los años 1990.

Gómez pone en evidencia y cuestiona la forma en que Yates, interactuando con los procesos jurídicos, redimensiona sus propias imágenes, para usarlas como material forense, reconfigurando incluso los outtakes del material de los años 80. Yates se mueve entre “un modelo que proviene del universo de la representación simbólica” y su uso como evidencia en el campo de la legalidad. Esta tensión, lejos de ser irreconciliable, puede pensarse, entonces, en los términos dialécticos que propone Bruzzi, para seguir indagando en la forma en que el cine documental participa en los procesos de justicia y en la “judicialización de la política”.

Todos los documentales en este dossier dialogan y se acercan a diferentes modos de pensar la justicia y la ley frente a la alteridad. Incorporan un espectro que incluye a los pueblos indígenas de la Patagonia austral, discursivamente exterminados por el Estado, y sus reemergencias como sujetos de derecho. Examinan las luchas territoriales de los indígenas en Brasil, la “politización de la justicia” en Puerto Rico, así como también los procesos judiciales de adolescentes en Brasil y las demandas contra la impunidad en Guatemala. Los documentales que trabajamos, de la misma forma que los procesos judiciales, contribuyen con la elaboración de registros, divulgan los crímenes, registran testimonios y obtienen en muchos casos el reconocimiento público de los actos juzgados (Rosenblum, 2012).

El cine documental en su relación con los procesos judiciales señala los límites y obstáculos de la ley como conjunto de normas y castigo, lo que puede verse en varias de las películas que se analizan aquí, por ejemplo Justiça (2004), Juízo (2007) y Granito. Como propone Rosenblum, las limitaciones del sistema judicial resultan más evidentes cuando los perpetradores no son unos pocos individuos identificables, sino parte del sistema social. De este modo los documentales evidencian, desde distintos ángulos las fallas, fracasos, impedimentos y lagunas de las instituciones legales para ponerlas en relación directa con las secuelas y consecuencias en la realidad más cotidiana de los sujetos de la ley. El encuentro entre la cámara y estos sujetos, al hacer visible las repercusiones, da una calidad afectiva que invita a continuar interrogando a las instituciones, a las nociones de justicia y al Estado.

Bibliografía

Andermann, Jens y Fernando Bravo (eds., 2013), New Argentine and Brazilian Cinema: Reality Effects, Palgrave Macmillan, Nueva York.

Arenillas, María Guadalupe y Michael Lazzara (eds., 2016), Latin American Documentary Film in the New Millennium, Palgrave Macmillan, Nueva York.

Bazin, André (2014), ¿Qué es el cine?, trad. José Luis López Muñoz, 10 edición, Rialp, Madrid.

Black, David (1999), Law in Film: Resonance and Representation, University of Illinois, Chicago.

Bruzzi, Stella (2000), New Documentary: A Critical Introduction, Routledge, Londres, Nueva York.

Cowie, Elizabeth (2015), “The World Viewed: Documentary Observing and the Culture of Surveillance”, en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

Fabian, Johannes (1983), Time and the Other: How Anthropology Makes Its Subject, Columbia University Press, Nueva York, Chichester, West Sussex.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, Nueva York.

França, Andrea y José Carlos Avelar (2013), “As imagens silenciosas e os corpos em desajuste no cinema de Maria Augusta Ramos”, en Devires 10 (2), 90-109.

Greenfield, Steve, Guy Osborn y Peter Robson (eds., 2001), Film and the Law, Cavendish Publishing, Londres.

Grinsburg, Faye (1999), “The Parallax Effect: The Impact of Indigenous Media on Ethnographic Film,” en Jane M. Gaines and Michael Renov (eds.), Collecting Visible Evidence, University of Minnesota Press, Minneapolis.

Moran, Leslie, Emma Sandon, Elena Lozidou and Ian Christie (eds., 2004), Law’s Moving Image, Glasshouse Press, Londres.

Machura, Stefan y Peter Robson (eds., 2001), Law and Film, Blackwell Publishing, Oxford.

Piedras, Pablo (2014), El Cine documental en primera persona, Paidós, Buenos Aires.

Rosenberg, Fernando (2016), After Human Rights. Literature, Visual Arts, and Film in Latin America, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Rosenblum, Nancy L. (2002), “Justice and the Experience of Injustice”, en Martha Minow (ed.) Breaking the Cycles of Hatred: Memory, Law, and Repair, Princeton University Press, Princeton.

Ruby, Jay (1992), “Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological and Documentary Dilemma”, Journal of Film and Video, vol. 44, nos. 1-2, 42-66.

Strickland, Rennard, Teree E. Foster y Taunya Lovell Banks (eds., 2006), Screening Justice – The Cinema of Law: Significant Films of Law, Order and Social Justice, William S. Hein & Company, Buffalo.

Traverso, Antonio y Kristi Wilson (eds., 2016), Political Documentary Cinema in LatinAmerica, Routledge, Nueva York.

Winston, Brian (2015), “Surveillance in the Service of Narrative” en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

De documental a documento, de índice a evidencia: el cine de Pamela Yates y el genocidio maya

Descargar texto

Por Antonio Gómez

Resumen

Este trabajo tiene como objetivo revisar el vínculo específico entre algunos puntos del proceso judicial en la escena internacional y el ciclo original de películas documentales de Pamela Yates (EEUU). Este ciclo se inicia en 1982 con el que sea quizás su filme más difundido – When the Mountains Tremble – una investigación in situ del conflicto armado en Guatemala en los ochenta, que involucra a grupos guerrilleros de izquierda y la acción represiva de la dictadura militar, y cuyo saldo final es la matanza indiscriminada de indígenas que más tarde sería calificada de genocidio; sigue en 2011 con Granito: How to Nail a Dictator, sobre el intento de llevar adelante un juicio de genocidio a José Efraín Ríos Montt, en 2013 con el registro íntegro del juicio guatemalteco en Dictator in the Dock, y en 2015 con el corto Mother Tongue: Transforming a Film into Mayan Ixil; y culmina en 2017 con 500 Years. En particular se pregunta por el modo en que las películas forman y deforman la noción de realidad al establecer un diálogo entre distintos modelos de comprensión de lo verdadero, lo histórico, y lo real – por un lado, un modelo que proviene del universo de la representación simbólica en la práctica del cine documental, y por otro, uno que deriva de la certeza construida del lenguaje jurídico.

Palabras clave: Pamela Yates; genocidio de indígenas; verdad; lo real.

Abstract

This paper intends to revise the links between some aspects of international judicial cases and Pamela Yates’ first cycle of documentary films. This cycle begins in 1982 with what is perhaps Yates’ best known work – When the Mountains Tremble – an examination of the 1980s armed conflict between guerrilla groups and the dictatorship led by José Efraín Ríos Montt in Guatemala, which ended in the indiscriminate killing of thousands of indigenous people that would later be identified as a genocide; continues with Granito – How to Nail a Dictator (2011), about the attempt to take Ríos Montt to court on an accusation of genocide, followed by Dictaror in the Dock (2013), which documents the entire Guatemalan trial, and then the short film Mother Tongue – Transforming a Film into Mayan Ixil (2015). The cycle concludes in 2017 with 500 years. This essay deals especially with the manner in which Yates’ films configure and reconfigure the notion of reality by establishing a dialogue between different models for the understanding of truth, history, and the real – on the one hand, a model that stems from the universe of symbolic representation in the practice of documentary filmmaking, and, on the other, one that derives from the certainties presented by juridical language.

Keywords: Pamela Yates; genocide of indigenous people; true; reality.

Resumo

Este trabalho tem como objetivo revisar o vínculo específico entre alguns pontos do processo judicial no âmbito internacional e o ciclo original de filmes documentários de Pamela Yates (EUA). Este ciclo começa em 1982 com o que talvez seja seu filme mais difundido – When the Mountains Tremble – uma investigação in situ do conflito armado em Guatemala nos anos oitenta envolvendo grupos de guerrilheiros de esquerda e a ação repressiva da ditadura militar, cujo saldo final foi a matança indiscriminada de indígenas que mais tarde seria qualificada como um genocídio; segue em 2011 com Granito: How to Nail a Dictator, sobre o esforço para avançar o julgamento de José Efraín Montt por genocídio, em 2013 com o registro completo do julgamento guatemalteco em Dictator in the Dock, e em 2015 com o curta-metragem Mother Tongue: Transforming a Film into Mayan Ixil; e culmina em 2017 com 500 Years. Em particular, o ensaio questiona a forma em que os filmes formam e deformam a noção de realidade ao estabelecer um diálogo entre distintos modelos de compreensão do verdadeiro, do histórico, e do real – por um lado um modelo que provem do universo da representação simbólica na prática do cinema documentário e, por outro, um modelo que deriva da certeza construída pela linguagem jurídica.

Palavras-chave: Pamela Yates; genocídio de indígenas; verdade; real.

Datos del autor

Antonio Gómez enseña cursos de cine y literatura latinoamericana en la Universidad de Tulane, New Orleans, EE.UU. Entre sus intereses de investigación se cuentan el discurso del exilio en Argentina y Cuba en los años setenta, las nuevas poéticas del documental latinoamericano, y la construcción del imaginario peronista en espectáculos públicos.

Fecha de recepción: 15 de marzo de 2019.
Fecha de aprobación: 25 de junio de 2019.

El equipo formado por Pamela Yates en dirección, Paco de Onís en producción y Peter Kinoy en montaje viene realizando desde los años ochenta películas documentales independientes –a veces comisionadas por cadenas de televisión estadounidenses, a veces bajo los auspicios de algún festival– sobre los procesos políticos de América Latina y el tercer mundo, y en algunos casos, estrictamente ligadas a ciertos hechos judiciales y los conflictos en torno a ellos. El caso más emblemático es su película The Reckoning – The Battle for the ICC (2009) en torno a la creación y establecimiento de la ICC – International Criminal Court o Corte Penal Internacional en La Haya, cuyo primer procurador general fuera Luis Moreno Ocampo, célebre por su trabajo como fiscal auxiliar en el juicio que logró la sentencia a cadena perpetua de los jefes de las Juntas Armadas en Argentina en 1985. La película cuenta el proceso de fundación de la corte y los problemas que ha debido enfrentar para crear y fomentar una reputación de credibilidad y lograr así la adhesión de los estados nacionales en el procesamiento global de causas por lesa humanidad y abusos de derechos humanos – sobre todo ante la oposición de países clave como Estados Unidos, Israel, Rusia o China, que siguen fuera de la lista de naciones signatarias. The Reckoning, al adoptar una perspectiva fuertemente identificada con el proyecto de articulación de la ICC, representarlo de un modo unilateral, no conflictivo, y confiar en actos de información y difusión como estrategia de activismo, ejemplifica bien la voluntad estética y política de este equipo de cineastas, con Yates a la cabeza como vocera: causas que encajan en la agenda de la izquierda liberal estadounidense y europea, con gran potencial para la creación de una campaña internacional de concientización, y tratados con una suerte de tono crítico hacia la acción de Estados Unidos y una suerte de tono nostálgico en el lamento por la disolución de los proyectos de la izquierda radical latinoamericana. En los años ochenta, el proyecto podía vincularse a los grupos de solidaridad con América Latina y el activismo feminista en las campañas en contra de la intervención norteamericana en América Central durante la era Reagan (Witham), pero hoy en día, como afirma Fernando Rosenberg respecto de un segmento especialmente condescendiente de uno de los filmes, pero que podríamos extender al proyecto en general, “se asemeja a un producto del National Geographic con Yates como embajadora de buena voluntad –esta vez no de la intelligentsia estadounidense, sino de la tierra de la globalización bienintencionada hecha a escala de derechos humanos, y portando no la balanza de la justicia, sino la cámara de video“ (132). Más allá de toda posible torpeza política, el impacto de las películas de Yates –sobre todo de las que han tenido que ver con el caso guatemalteco, de las que me voy a ocupar aquí– en la formación de la opinión pública internacional es decisivo, en tanto se ocupa de asuntos prácticamente ausentes de la cobertura de prensa, y alcanza un nivel de distribución inusual para películas del género y sobre esta región. [1]

En lo que sigue trato de describir, comprender y valorar la propuesta de un conjunto de películas realizadas por este equipo en torno a los hechos históricos que involucran a grupos indígenas y fuerzas armadas en Guatemala en los años ochenta del siglo pasado, especialmente en lo que tiene que ver con el seguimiento de procesos judiciales derivados de los hechos a partir de los años noventa. Me interesa en particular preguntarme por el modo en que las películas forman y deforman la noción de realidad al establecer un diálogo entre distintos modelos de comprensión de lo verdadero, lo histórico, lo real –por un lado, un modelo que proviene del universo de la representación simbólica en la práctica del cine documental, y por otro, uno que deriva de la certeza construida del lenguaje jurídico.

Comienzo entonces con una descripción del ciclo de películas hechas por el equipo de Pamela Yates entre 1982 y 2017. Si bien voy a concentrarme en tres de las cinco películas, me interesa exponer la relación histórica que se ha establecido en este ciclo de producción que lleva ya treinta y cinco años porque es indicativa de una dinámica de reutilización del pasado y nos pone sobre la pista del proceso de reconversión de materiales que sostiene mi propuesta sobre la relación entre cine y proceso judicial. Luego me enfoco en Granito, la segunda película del ciclo, para rastrear de cerca la mutación de material documental en prueba judicial, y sobre todo la fe realista que sustenta teóricamente tal operación. Finalmente, trato de reflexionar sobre lo que estas películas revelan acerca de dos modos contrastantes y complementarios de construir la verdad, el del filme y el de la corte, y de lo que cada uno puede imponer en el otro.

Un ciclo retrospectivo

El ciclo original de películas de Yates se inicia en 1982 con el que sea quizás su filme más difundido –When the Mountains Tremble– una investigación in situ del conflicto armado en Guatemala en los ochenta, que involucra a grupos guerrilleros de izquierda y la acción represiva de la dictadura militar, y cuyo saldo final es la matanza indiscriminada de indígenas que más tarde sería calificada de genocidio; el tema reaparece en 2011 con Granito –How to Nail a Dictator– película en la que me voy a concentrar; sigue en 2013 con la documentación íntegra del juicio a José Efraín Ríos Montt en Guatemala en una serie de cortos luego reunidos bajo el título Dictator in the Dock y en 2015 con el corto Mother Tongue – Transforming a Film into Mayan Ixil, sobre el doblaje de Granito a lengua ixil, y culmina, por ahora, en la revisión más comprensiva del proceso en la película 500 years de 2017, en la que se ponen en relación los efectos del juicio a Ríos Montt y el movimiento de protesta contra Otto Pérez Molina, que precipitara su renuncia a la presidencia en 2015. [2]

Me refiero a las películas como un ciclo porque establecen entre ellas una relación de continuidad y retroalimentación –que tiene más que ver con los usos de la película, con su circulación en el mundo material, y su posibilidad de incidir sobre la materialidad del mundo, que con elementos temáticos o políticos. When the Mountains Tremble es un documental de investigación que, respondiendo inicialmente a un impulso etnográfico –la curiosidad sobre la situación de los pueblos originarios en Guatemala– termina por adoptar una agenda cercana al tercer cine y un tono más bien periodístico. Quizás el elemento más reconocible de la película sea la participación de Rigoberta Menchú, que pronuncia en cámara, en forma casi literal, algunos fragmentos del testimonio que apareciera publicado casi contemporáneamente. Pero los momentos más logrados desde la perspectiva investigativa son la visita a una célula del Ejército Guerrillero de los Pobres, la participación en varias expediciones del ejército guatemalteco hacia las zonas en conflicto (una de ellas en helicóptero, y casi fatal para Yates y Sigel, su camarógrafo) y la entrevista con José Efraín Ríos Montt, líder de la dictadura militar en el poder entre 1982 y 1983. A pesar del tono uniforme que la película lleva adelante en su condena de la acción militar, el sustento material y logístico proveído por los Estados Unidos, y su afiliación clara a la causa de los mayas y las organizaciones de izquierda, el acceso a los comandantes del ejército y sobre todo el acompañamiento de las expediciones a la montaña han sido a lo largo de los años blanco de críticas y suspicacias, que ven, por ejemplo, un fuerte choque entre el relato de Menchú y una cámara que se identifica en muchos momentos con la perspectiva del ejército. Como comenta Maureen Shea en un análisis comparativo del texto del testimonio de Menchú y When the Mountains Tremble, “Aunque Menchú narre partes del filme directamente al público, pronto se hace evidente que, a diferencia de las experiencias que cuenta la novela testimonial, los eventos del filme no son vistos a través de sus ojos. Hay otro ojo más privilegiado, el ojo de la cámara a veces operada por Yates y Sigel desde vehículos militares del gobierno. A Menchú no la hubieran dejado poner un pie en ese vehículo, más bien hubiera sido una de las víctimas” (9).

Después de un prolífico destino como material de consulta e ilustración de cursos universitarios en Estados Unidos, y de la poca atención que recibiera en la controversia en torno a las acusaciones a Menchú a fines de los años noventa, [3] When the Mountains Tremble tuvo, dos décadas después de su estreno inicial en el festival de Sundance, una derivación inesperada. Cuando en 1999 la fundación Rigoberta Menchú hizo ante una corte española la denuncia del genocidio maya perpetrado por el estado guatemalteco en los años ochenta, la fiscal que asumió la causa diseñó una estrategia que recurría a la película de Yates como material con que probar judicialmente que lo que había sucedido en Guatemala durante el régimen de Ríos Montt podía ser considerado como genocidio. Así, When the Mountains Tremble fue de repente redimensionada en el cambio de sus circunstancias de consumo, que determinaban su valor de uso – ya no era juzgada por su validez narrativa, por su poder de reconstrucción histórica o por su capacidad de denunciar la situación de los oprimidos guatemaltecos, sino por su rol como “prueba”. Este es el decurso que Yates y su equipo registran en Granito. El segundo documental del ciclo cuenta la historia de la construcción del caso de genocidio –finalmente exitosa en su costado europeo, en tanto se pudo articular con autoridad la acusación y emitir la orden de captura internacional de Ríos Montt, pero frustrada en su costado americano, en tanto Guatemala no accedió al pedido de extradición–, pero funciona también como un “making of” de la primera película e intenta así resolver algunas de las insinuaciones antes mencionadas – aclara que fue el mismo Gustavo Meoño quien autorizó el ingreso del equipo de filmación al campamento guerrillero, cómo y por qué fueron invitados a registrar las expediciones militares, y cuál fue el proceso de rodaje en general. En este sentido, la agenda de Granito parece ser la redención política de When the Mountains Tremble, y al posicionarse sin ningún amago de ambigüedad del lado de la causa indígena, imprime retrospectivamente sobre la película de los ochenta un espíritu similar. Pero el esfuerzo central de Granito es sobre todo documentar los empeños de Yates por encontrar en la película del 82, y especialmente en los outakes, en el material sin editar todavía archivado en un depósito neoyorquino, algo que pudiera emplearse como evidencia en alguno de los puntos de la argumentación. En esta búsqueda es que se hace más clara la diferencia de tratamiento del material que alimenta cada modelo de apropiación de lo histórico: el fílmico y el judicial – lo que pudo ser prescindible a la hora de montar un documental puede ser lo que siente las bases de una acusación legal, mientras que lo más efectivo en tanto película resulta inocuo en la corte. La presentación del caso de genocidio ante el juez que instruye en Madrid se lleva adelante con una alta dosis de dramatismo, empleando una retórica visual y narrativa que acerca el filme los productos de reality TV: primeros planos de gestos de frustración o decepción escenificados para la cámara, suspenso construido retrospectivamente, información dosificada. Bajo un tratamiento similar caen los testimonios brindados por sobrevivientes traídos de Guatemala. En estos segmentos se proveen también documentos escritos que sirven de prueba de operaciones oficiales ordenadas por la cúpula del gobierno, pero vemos sobre todo la puesta en escena de la declaración de Yates ante el juez que consiste primero en una serie de actos de palabra: su identificación (“Soy Pamela Yates, documentalista, y en 1982 hice una película en Guatemala”) y testimonio (“Acompañé a un grupo del ejército”). Así, Granito se afirma como una relectura de la película anterior, casi como un reestreno para la corte.

Mother Tongue hace una operación equivalente sobre Granito. Tras la frustración del juicio a Ríos Montt y otros responsables de las matanzas de los ochenta, Yates trabaja en el doblaje a lengua ixil de Granito, para exhibirla en las comunidades en un formato accesible a la población local. El corto muestra primero el proceso de doblaje, y luego una sesión de proyección en un pequeño pueblo. La premisa de la que parte es planteada en el cartel inicial – “después del genocidio, el pueblo maya se encuentra en una aventura lingüística hacia la recuperación de su memoria”. La metáfora lingüística sobre la recuperación de la memoria funciona también en relación con la justicia – en un momento se plantea, quizás con excesiva confianza, que la experiencia de ver la película en su propia lengua y quizás el acto de informarse sobre el proceso judicial trunco va a tener un impacto práctico en el destino de Ríos Montt y demás culpables. Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto Granito es la misma película en inglés, o con subtítulos en español, que doblada al ixil o al quiché (se insinúa hacia el final que después de la primera experiencia de doblaje, otras comunidades siguen el modelo con sus propias lenguas), o sea, hasta qué punto su operatividad a nivel pragmático se impone sobre cualquier otra función. ¿Cuál puede ser la consecuencia de ver la película para las comunidades indígenas, las víctimas del genocidio ya incuestionable, pero así y todo no enjuiciable?

Dictator in the Dock, por su parte, es una serie de veintitrés episodios que registra el juicio guatemalteco a Ríos Montt en 2013. Desde el primer episodio, “Crueldad indescriptible”, hasta el último, “El veredicto”, la serie se limita a los eventos que toman lugar en o alrededor de la corte durante el tiempo que dura el juicio, selecciona momentos especialmente transcendentales del proceso y los testimonios, tanto de víctimas y acusadores, como del propio acusado y termina en un tono eufórico con el veredicto de genocidio, la condena de Ríos Montt y la orden judicial de que sea conducido inmediatamente a prisión. Aunque la historia parece haber llegado a su cierre natural, con un acto de justicia y castigo, el cartel final del último episodio anuncia: “500 years –coming 2014– continues the story of When the Mountains Tremble and Granito: How to Nail a Dictator.” La película, que no se distribuiría hasta 2017, más que continuar la historia, parece intentar resumirla y darle un tono conclusivo. Hace una revisión general del proceso histórico guatemalteco desde los años ochenta, incluye nuevas entrevistas a Rigoberta Menchú, puestas en contraste con las originales y, en términos de seguimiento histórico de la línea narrativa no cubierta por las películas anteriores, sintetiza el juicio a Ríos Montt y se ocupa de lo que siguió. Así, rápidamente liquida el tono victorioso de la condena con el anuncio de la anulación de la sentencia por errores de procedimiento durante el juicio y la restitución del statu quo que había sido amenazado por la acción judicial. El relato luego destaca la conexión entre los reclamos por la situación de los pueblos indígenas y las protestas en contra de la corrupción imperante durante la presidencia de Otto Pérez Molina. El comentario de uno de los organizadores indígenas revela la agenda política de la película misma, o quizás incluso de todo el ciclo: “…era el momento de entender ese descontento capitalino, de clase media, y cómo lograr vincularlo con nuestras luchas… pensamos entonces conectar la indignación histórica de más de quinientos años con una indignación que brotó en la capital a partir de la corrupción”. Del mismo modo, la película resuelve la insatisfacción del proceso a Ríos Montt con el triunfo popular que derivó en la renuncia de Otto Pérez Molina en setiembre de 2015. El encadenamiento de procesos históricos en la Guatemala del último medio siglo resuena en el ciclo de producciones de Yates con la relación de retroalimentación de cada película y la siguiente.

Pruebas descartadas

¿Qué operaciones se realizan en Granito para convertir la evidencia visual en prueba judicial, el material fílmico en evidencia histórica? Lo que la película muestra al recuperar los esfuerzos por llevar adelante un juicio de genocidio es no solo la enorme dificultad de coordinar un foro penal que actúe con jurisdicción universal (como se atribuyen las cortes españolas en caso de crímenes de lesa humanidad), sino también la resignificación del rol del documentalista. When the Mountains Tremble es un documental posterior a la renovación de los sesentas y setentas, y surge en un clima intelectual en que no se debate ya que la realidad sea construida en el acto de representación. Jean-François Lyotard, Fredric Jameson, Linda Hutcheon y Jean Baudrillard están preparando o publicando en los años ochenta los textos centrales que conceptualizan el posmodernismo y su particular noción de “lo real”.  Uno años después este imaginario lograría su expresión más contundente en la idea de “simulacro” de Baudrillard y su provocadora afirmación en torno a la “inexistencia” de la Guerra del Golfo –o sea, la proposición de que la articulación, difusión y consumo de la historia en una serie de imágenes termina por imponerse sobre la historia misma y reemplazarla. Así, en When the Mountains Tremble, el ejercicio de recoger distintas versiones de los hechos, de atender a ambos lados de la historia, de visitar el campamento guerrillero pero también el comando del ejército no invita a ser pensado como un ingenuo voluntarismo de objetividad, sino más bien como una hábil estrategia para articular de una manera más convincente un discurso de defensa y acusación. Sin embargo, toda desconfianza en la noción de “objetividad” parece de un modo u otro traicionada en Granito. En esta película, la actitud de Yates, y del sistema judicial español que la alienta, denotan una especie de fe moderna en el valor de “documento” de la imagen documental y parecen rescatar los acercamientos teóricos realistas a la ontología de la imagen fotográfica y su naturaleza indicial.

Cuando la abogada que representa a la Fundación Rigoberta Menchú insta a Yates a encontrar en los materiales descartados de la película del 82 un elemento probatorio del caso de genocidio, Granito se llena de secuencias que ponen en escena la consulta del archivo, la vuelta sobre el material bruto, el acto de volver a mirar su trabajo después de décadas. En el depósito neoyorquino donde almacena su archivo personal, Yates mueve y abre cajas selladas por años, manipula carretes de película, activa máquinas de proyección, y se enfrenta nuevamente con las imágenes de su juventud. El fruto de la trabajosa revisión del material recae en algunos puntos que pueden servir para la construcción del caso judicial: las expediciones con el ejército, algunos momentos de las entrevistas con Ríos Montt. Aún así, el documental se ocupa de aclarar que el material fílmico es insuficiente para montar la acusación de genocidio, que en definitiva se va a apoyar, principalmente, en un documento escrito obtenido de forma clandestina de una fuente no identificada en que se registra una operación del ejército con la especificidad técnica que el caso requiere: la emisión de una orden a las tropas de acción para que lleven a cabo una matanza, y la comunicación a los superiores de que la orden ha sido cumplida.

Aunque nos enfocamos principalmente en el tratamiento de los materiales descartados de la película previa, Granito cuenta en realidad la exploración de tres diferentes archivos: la que lleva a cabo Yates sobre su propio archivo fílmico, la que lleva a cabo Kate Doyle, archivista forense especializada en la desclasificación de documentos gubernamentales, y el trabajo de Fredy Peccerelli, antropólogo forense que está al cuidado de la excavación de fosas comunes y la identificación de restos. Aunque la disposición formal del filme pone en especial relevancia la consulta del material cinematográfico y pone a Yates en una función casi protagónica, la noción de documento combina en la reconstrucción del proceso de investigación diversas formas: huesos, papeles, metraje fílmico.[4] Entonces, lo que más nos interesa en el redimensionamiento del material de los ochenta no es su uso en la nueva película, sino el registro del proceso, de las acciones llevadas a cabo por Yates con la esperanza de encontrar en los outtakes una prueba. En palabras de Yates: “quizás haya algo en los outtakes que se me había pasado”. Aquí es cuando el documental encuentra su momento más autorreflexivo y se hace evidente que una de sus aspiraciones es entender la función social, histórica, política del documentalista. Es esta fe en la posibilidad de encontrar la verdad en el metraje descartado la que revela el modo en que Yates concibe su propia profesión. Y es la posibilidad de que, de existir, esa prueba crucial haya sido dejada de lado en el proceso de montaje de la exitosa e influyente película de los ochenta lo que revela la transformación política de los cineastas y de su proyecto. La conversión del material original de una película vieja en “documento”, puesto al mismo nivel que el reporte por escrito de una operación antisubversiva o el testimonio de sobrevivientes excede, por ejemplo, el planteo baziniano sobre el cine como huella indicial dejada por la realidad profílmica, y parece no tener demasiado en cuenta, aunque haya tocado tan de cerca a su propio objeto, el furioso debate en torno a Menchú, que – podríamos decir – hizo tambalear una vez más las nociones ya entonces tambaleantes (estamos hablando de fines del siglo XX, principios del XXI, cuando ya incluso proposiciones posmodernas como la crisis de las metanarrativas, empezaban a sonar demodé) y obligó a una redefinición de lo real, a una vuelta de tuerca final hacia su relativización.

Lo que se hace evidente es que el proceso de edición de la película de los ochenta respondía a una lógica de interés. Yates expresa en su momento que su objetivo no era tanto informar al público estadounidense de la situación en Guatemala y de la responsabilidad del gobierno de Reagan en esos eventos, como generar algún grado de empatía: “queríamos hacer una película que acercara a los estadounidenses a Guatemala, no que los distanciara con un estilo seco, informativo –o sea, aburrido” (citado en Shea, 9). Así, se puede colegir que en el cuarto de edición dejaron de lado porciones que respondían a ese tono que querían evitar: seco, informativo, aburrido, y que ahora, con los años y desde otras perspectivas, son precisamente esas las porciones que pueden contener el resto de verdad que sea útil en la corte.

La verdad en pantalla, la verdad en la corte

La verdad presentada en el contexto de una película documental como When the Mountains Tremble o Granito, en términos de imagen y como discurso histórico, es una verdad que se reconoce a sí misma como una construcción, que no pretende autoridad fuera de sí misma, del uso previsto por la misma realización material de la película. Se presenta en su articulación lingüística y visual, y se propone como debatible, parcial, relativa – aún si cuenta con el auspicio teórico de nociones como la indicialidad, que le otorgan, en la tradición realista, un marco de validación. Lo que resulta confuso en el caso de Pamela Yates es que, si bien ese parece ser el ideario que alimenta la enunciación en el contexto original de When the Mountains Tremble –como sugiere la exhibición del proceso de ensamblaje de la verdad a partir de las versiones y la voluntad de montar la película en función de sus efectos sobre la audiencia– en el momento de Granito, en el acto de hurgar en los materiales descartados, parece tomar cuerpo un ideario realista que confía íntegramente en la capacidad de registro de la fotografía.

La noción misma de que una revisión de los archivos pueda ofrecer un detalle de la historia que haya pasado desapercibido antes, pueda resultar evidencia ineludible de la realidad, se apoya en esa fe que acabamos de describir, en la idea de que en efecto hay una verdad y de que esa verdad es susceptible de ser registrada, representada por la cultura. Esta noción moderna, realista, desentona con el espíritu intelectual del momento en que esos materiales visuales fueron capturados, pero, curiosamente, no con el Zeitgeist político, el ideario utópico que sostenía el impulso revolucionario latinoamericano.

Al inicio del filme afirma Yates: “Este nuevo documental volvió urgente la pregunta que ha acompañado toda mi vida de documentalista: ¿cómo entretejemos, cada uno de nosotros, nuestras propias responsabilidades en la urdimbre de la historia?” Quiero proponer que su regreso a una concepción realista de la verdad está condicionado por el contacto con un sistema de representación que opera sobre el mundo práctico: el de ley escrita, el de la corte. El concepto de verdad y el modo de construcción de la verdad que funciona en el ámbito de la corte parece imponerle a Yates una axiología diferente. Hacia el comienzo de un proceso judicial la verdad es un vacío, un objeto a construir en el marco del intercambio argumentativo entre las voces que interactúan en la corte. Esa construcción se lleva a cabo también a través de versiones –sobre todo de la contraposición de dos versiones–, con las mismas herramientas retóricas, lingüísticas, y a partir de evidencias y pruebas materiales. Esa verdad es porosa, somos testigos de su artificialidad, pero en el universo cerrado de la corte, una vez construida y validada, adopta valor absoluto. Como afirma Nichols al inicio de su ensayo “The Question of Evidence”: “Todos los discursos, incluyendo el cine documental, buscan externalizar evidencia –ubicarla referencialmente fuera del discurso mismo, que luego gesticula hacia esa ubicación, más allá y antes de toda interpretación” (99). Nichols usa esta generalización para pensar en el cine documental, pero la frase describe muy bien el funcionamiento de la “evidencia” en el discurso del proceso judicial. Una vez articulada en él la verdad, todo se juzga desde entonces a partir de esa verdad, que solo puede ser refutada con la construcción de otra versión más convincente, hecha siguiendo las mismas reglas. Así, en términos judiciales, aún con las herramientas teóricas y en el ambiente filosófico de la relatividad, se necesita el amparo de una verdad sobre la que tomar cualquier serie de medidas. Propongo que este es el modelo que ha contaminado la percepción y la voluntad de Yates. En esta recuperación de la verdad como construcción temporariamente estable apoya su propia reconfiguración de la noción de cine, de documental, su propio trabajo, su propia capacidad de tener un efecto en el mundo.

Se impone aclarar que en la coyuntura actual de post verdad y “fake news” es muy difícil rescatar ningún valor de predicción en el gesto de Yates de volver a confiar en la firmeza de la verdad, en la capacidad de registrarla fotográficamente y de recuperarla con una simple consulta del archivo no editado. Pero me parece de todos modos importante destacar esa afirmación y comprensión de que nos manejamos en un mundo con distintos sistemas de valores y diversas constelaciones conceptuales, y que es productivo entrecruzarlos –es decir, que puede ser positivo y redituable contaminar el relativismo de la producción cultural que genera su propia verdad con el sistema de reglas infalibles del sistema legal, que si bien no pretende operar bajo la ilusión de que la realidad es una e inalienable, sí sigue apoyándose en la convención de que la lengua nos brinda todavía una vía para la articulación de una verdad aceptable, que es sólida aunque sea siempre reemplazable por otra. La estrategia de construcción retórica de la verdad en el discurso legal– en el caso que nos ocupa, por ejemplo, la idea de que Ríos Montt es susceptible de ser acusado de genocidio si puede verificarse que ordenó una matanza y recibió luego noticias de que la matanza había sido efectivamente realizada – puede ser endeble, pero una vez llevada a cabo adquiere en el universo cerrado de la corte un valor absoluto, en tanto no sea refutada por otra versión construida con similares herramientas. Creo que quizás esa sea la lección que Yates está tratando de aprender de su observación de la ley – no la de que la verdad pueda ser construida retóricamente, sino la de que en tanto no haya sido refutada, la versión que supo construir con su película sigue en pie y merece ser respetada como tal.

Bibliografía

Arias, Arturo, ed (2001), The Rigoberta Menchú Controversy, University of Minnesota Press, Minneapolis.

Baudrillard, Jean (2018 [1991]), La Guerre du Golfe n’a pas eu lieu, Galilée, París.

Jonas, Susanne (2018), The battle for Guatemala: Rebels, Death Squads, and US Power, Routledge, London.

Nichols, Bill, (2018), Representing Reality: Issues and Concepts in Documentary, Indiana University Press, Bloomington.

———- (2016), “The question of evidence. The power of rhetoric and the documentary”, en Speaking Truths with Film. Evidence, Ethics, Politics in Documentary, University of California Press, Oakland, 99-110.

Rosenberg, Fernando J. (2016), After Human Rights: Literature, Visual Arts, and Film in Latin America, 1990-2010, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Shea, Maureen E. (2014), “When the Mountains Tremble and I, Rigoberta Menchú: documentary film and testimonial literature in Latin America”, Film Criticism, XVIII (2).

Witham, Nick (2014), “US Feminists and Central America in the ‘Age of Reagan’: The Overlapping Contexts of Activism, Intellectual Culture and Documentary Filmmaking”, Journal of American Studies, 48 (1), 2014, 199-221.

Wilkinson, Daniel (2002), Silence on the Mountain: Stories of Terror, Betrayal, and Forgetting in Guatemala, Houghton Mifflin, Boston.

Notas

[1] Todas sus películas están disponibles en plataformas de streaming especialmente diseñadas con fines educativos, como Kanopy, pero su último filme, 500 years, se encuentra también en el servicio de Amazon Prime, de mucho más amplio alcance.

[2] Sobre el contexto guatemalteco en los años ochenta y después, ver Jonas; Wilkinson.

[3] No se hace una sola mención de la película o su directora, por ejemplo, en los múltiples textos recogidos por Arturo Arias en 2001 para sintetizar las discusiones en torno al caso Menchú.

[4] Es de notar que tanto Doyle como Peccerelli son parte sustancial del relato en otro documental sobre el período en Guatemala, Finding Oscar (2016), que relata la masacre de Dos Erres en 1982 y rastrea a sus sobrevivientes. Sin embargo, no se hace mención al trabajo de Yates y su equipo.

Vigilancia colonial en Puerto Rico: Filiberto o el documental judicial como representación de la ley

Descargar texto

Por Juan Carlos Rodríguez

Resumen

En este ensayo, propongo un marco para investigar Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017), un documental jurídico puertorriqueño, a partir de un diálogo con Fernando Rosenberg, quien, en su libro After Human Rights (2016), ha propuesto un modelo para conceptualizar el documental jurídico en América Latina. Este ensayo parte de la siguiente premisa: aunque existen fuertes paralelos entre los documentales judiciales de América Latina y Puerto Rico, la situación colonial puertorriqueña es una condición excepcional que añade otros matices y desplaza el significado del documental puertorriqueño a un terreno de lo político que invierte la relación entre lo político y lo judicial propuesta por Rosenberg al referirse a los documentales judiciales de América Latina. Mediante un análisis de Filiberto como representación de la ley, propongo estudiar este documental como una reelaboración de los dilemas coloniales de la sociedad puertorriqueña. Este documental, en su rol de representación, busca re-politizar los procesos jurídicos investigados para desmentir la aparente neutralidad política de la ley y del orden colonial, sistema que criminaliza la lucha por la independencia para despolitizarla. Discutiré las estrategias retóricas y narrativas que Filiberto pone en marcha para pasar juicio sobre las prácticas de la lucha armada y la vigilancia del FBI en el Puerto Rico de la guerra fría.

Palabras clave: Puerto Rico; documental judicial; vigilancia; sistema colonial; deuda; Filiberto Ojeda Ríos.

Abstract

In this essay, I propose a framework to investigate Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017), a judicial documentary from Puerto Rico, in dialogue with Fernando Rosenberg, who, in his book After Human Rights (2016), has elaborated a model to conceptualize the judicial documentary in Latin America. This essay takes as a point of departure the following premise: although there are strong parallels between judicial documentaries from Latin America and Puerto Rico, the Puerto Rican colonial situation constitutes an exceptional condition that adds other layers and moves the Puerto Rican documentary towards a zone of the political that inverts the relation of the political and the judiciary evoked by Rosenberg to refer to judicial documentaries in Latin America. Through an analysis of Filiberto as representation of the law, I suggest that this documentary is a re-elaboration of the Puerto Rican society’s colonial dilemmas. This documentary, in its role as representation, seeks to re-politicize the juridical processes it investigates to challenge the apparent political neutrality of the law and of the colonial order, a system that criminalizes the struggle for independence to depoliticize it. I will discuss the rhetorical and narratives strategies that Filiberto deploys to pass judgement on the practices of the armed struggle and the surveillance of the FBI in Cold War’s Puerto Rico.

Keywords: Puerto Rico; judicial documentary; surveillance; colonial system; debt; Filiberto Ojeda Ríos.

Resumo

Neste ensaio, proponho uma forma de investigar Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017), um documentário jurídico porto-riquenho, a partir de um diálogo com Fernando Rosenberg, que, em seu livro After Human Rights (2016), propôs um modelo para a conceitualização do documentário jurídico na América Latina. Este ensaio parte da seguinte premissa: ainda que existam fortes paralelos entre os documentários judiciais da América Latina e de Porto Rico, a situação colonial porto-riquenha é uma condição excepcional que adiciona outras matizes e desloca o significado do documentário porto-riquenho a um terreno do político que inverte a relação entre o político e o judicial proposta por Rosenberg ao referir-se aos documentários judiciais da América Latina. Através de uma análise de Filiberto como representação da lei, proponho estudar este documentário como uma reelaboração dos dilemas coloniais da sociedade porto-riquenha. Este documentário, em sua função de representação, busca re-politizar os processo jurídicos investigados para desmentir a aparente neutralidade política da lei e da ordem colonial, sistema que criminaliza a luta pela independência para a despolitizar. Discutirei as estratégia retóricas e narrativas que Filiberto utiliza para passar juízo sobre as práticas da luta armada e a vigilância do FBI no Porto Rico da guerra fria.

Palavas-chave: Puerto Rico; documentário judicial; vigilância; sistema colonial; dívida; Filiberto Ojeda Ríos.

Datos del autor

Juan Carlos Rodríguez, Ph.D., Profesor asociado de Español y Director de los programas graduados de la Escuela de Lenguas Modernas en The Georgia Institute of Technology. Junto con Vinicius Navarro, Rodríguez editó el libro New Documentaries in Latin America (Palgrave, 2014). Correo electrónico: jrodriguez@modlangs.gatech.edu y juancr3@gmail.com

Fecha de recepción: 15 de marzo de 2019.
Fecha de aprobación: 12 de mayo de 2019.

No son pocos los documentales puertorriqueños contemporáneos que se basan en relatos de ley y orden, crimen y castigo, vigilancia y clandestinaje, dando así cuenta de las realidades jurídicas y carcelarias que influyen en la vida social de Puerto Rico. Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017) es un documental judicial puertorriqueño que contribuye a la evolución de los nexos entre el documental latinoamericano y los marcos legales que aparentan regir las realidades sociales de nuestra región. En este ensayo, propongo un marco para investigar Filiberto a partir de un diálogo con Fernando Rosenberg, quien, en su libro After Human Rights (2016), propone un modelo para conceptualizar el documental jurídico en América Latina. Este ensayo parte de la siguiente premisa: aunque existen fuertes paralelos entre los documentales judiciales de Latinoamérica y Puerto Rico, la situación colonial puertorriqueña es una condición excepcional que añade otros matices y desplaza el significado del documental judicial a un terreno retórico que invierte la relación entre lo político y lo judicial propuesta por Rosenberg al referirse a los documentales judiciales latinoamericanos.

Según propone Rosenberg, el documental judicial latinoamericano cumple dos funciones principales: primero, sirve como vehículo para contar historias relacionadas a la violación de derechos humanos en el contexto de procesos de transición democrática, y segundo, genera una aguda crítica de los abusos de poder, las arbitrariedades legales y los esquemas de corrupción que obstaculizan la consumación de la justicia en los sistemas de ley de algunos países latinoamericanos (Rosenberg, 2016: 121-146). Cabe señalar que la primera tendencia del documental jurídico propuesta por Rosenberg, asociada a la defensa de los derechos humanos dentro de los procesos de transición democrática en Argentina, Brasil, Chile y Guatemala, responde a su vez a la transición geopolítica que aconteció con el fin de la Guerra Fría. En Puerto Rico, el fin de la Guerra Fría no vino acompañado con un cambio de régimen, como sucedió en otros países latinoamericanos, o un cambio de estatus político de la colonia a la soberanía. Hasta el día de hoy, Puerto Rico sigue siendo una colonia de los Estados Unidos. Sin embargo, el cambio geopolítico no dejó de tener importantes consecuencias en el panorama político de Puerto Rico. Luego de la Guerra Fría, ha mermado la importancia militar y estratégica de la isla en las redes del poder norteamericano e igualmente su importancia simbólica, en tanto que vitrina de la democracia y del desarrollo capitalista en la periferia (Grosfóguel, 2003: 1-2). Por un lado, este fin coincidió con la denuncia pública de la persecución policiaca contra militantes y simpatizantes proindependentistas a finales de la década de los ochenta (Bosque Pérez y Colón Moreira, 1997). Por otro lado, la fuga en 1990 de Filiberto Ojeda Ríos, y la persecución en su contra llevada a cabo por el FBI en Puerto Rico, que culminó con el asesinato del líder de los Macheteros en el año 2005, representó una continuidad en los esquemas de vigilancia colonial impuestos por las fuerzas norteamericanas contra el movimiento independentista puertorriqueño. El documental Filiberto reconstruye los procesos jurídicos y de vigilancia que marcaron las vidas del líder y de los militantes de Ejército Popular Boricua Los Macheteros.

Si comparamos Filiberto con los documentales jurídicos latinoamericanos estudiados por Rosenberg, se puede afirmar que todos comparten la circunstancia de haber surgido en el marco de la transición geopolítica de la Guerra Fría y pueden interpretarse como un juicio público contra las dinámicas de represión política avaladas por Estados Unidos y ejecutadas en distintos países latinoamericanos al final del siglo veinte, incluyendo a Puerto Rico. Sin embargo, al comparar los documentales jurídicos latinoamericanos con Filiberto, este último difiere de los anteriores pues, en vez de seguir el camino de la defensa de los derechos humanos, cuyo derrotero, bien lo describe Rosenberg, se inclina hacia la judicialización de la política, más bien pone de manifiesto la situación excepcional de Puerto Rico como colonia de Estados Unidos, lo cual constituye, invirtiendo aquí la fórmula de Rosenberg, una politización de los procesos judiciales.

Rosenberg se inspira en el libro The Judicialization of Politics in Latin America, editado por Rachel Sieder, Line Schjolden y Alan Angell, que resalta el importante rol de los tribunales en la política latinoamericana. La judicialización de la justicia consiste en la transformación de los tribunales en plataformas utilizadas por distintos sujetos para reclamar y defender sus derechos. En su introducción, los editores señalan que se ha incrementado la afirmación de derechos en los tribunales latinoamericanos porque estos derechos a veces no pueden ser garantizados por el poder ejecutivo ni el legislativo (Sieder, Schjolden, y Angell, 2005: 2). A la luz de estas ideas, Rosenberg plantea que “la judicialización de la política” está vinculada a “cierta devaluación de la capacidad de la política para producir un cambio efectivo” (2016: 61) y más adelante la define como “un factor de la crisis de la democracia representativa” (2016: 124).

En su ensayo para la misma colección, Guillermo O’Donnell sugiere que la judicialización de la política responde a una tendencia general hacia la judicialización o juridificación de las relaciones sociales, correspondiente a la regulación legal de relaciones sociales que antes eran reguladas informalmente en esferas autónomas y ahora operan al interior de marcos legales establecidos (2005: 293-294). O’Donnell también identifica una tendencia contraria a la judicialización de la política y de las relaciones sociales, la dejudicialización, la cual incluye una lista de escenarios heterogéneos, entre ellos: métodos alternativos de resolución de disputas; países que ceden su jurisdicción a otros países en casos financieros; tolerancia de acciones extrajudiciales o ilegales por parte de la policía y grupos vigilantes; áreas grises dominadas por mafias y narcos, donde la legalidad del estado es tenue (2005: 293-294). Un tercer elemento planteado por Sieder, Schjolden y Angell es la politización de lo judicial, pero su concepción se define de forma limitada pues corresponde a casos en los que el poder ejecutivo intenta influenciar a las cortes (2005: 2).

A contrapelo del proceso de judicialización de la justicia descrito anteriormente, la excepcional situación política de Puerto Rico, una colonia norteamericana en el Caribe, cuyo estatus político ha motivado disputas en foros locales e internacionales, invita a que estudiemos el documental judicial puertorriqueño desde coordenadas distintas que tienen que ver menos con las transiciones democráticas o discursos de derechos humanos orientados a una judicialización de la política. Al proponer un examen de los mecanismos represivos puestos en marcha por las fuerzas federales, Filiberto funciona como una narrativa de la vigilancia colonial que intenta devolver la mirada con el fin de desafiar el poder colonial, es decir, devolverle la mirada a los vigilados para que ellos a su vez posen su mirada sobre sus vigilantes. Filiberto sugiere vínculos estrechos con los documentales político-jurídicos norteamericanos, que relatan la historia de las luchas por los derechos civiles a la luz de la represión política contra militantes estudiantiles y afroamericanos en los Estados Unidos.

Aunque Rosenberg declara que los documentales judiciales latinoamericanos incluidos en su estudio pertenecen a la tendencia de la judicialización de la política, estos documentales, según el mismo autor propone, no se limitan a la afirmación de la ley o a relegitimar el estado de derecho, lo cual opera implícitamente en los procesos de judicialización de la política. Rosenberg plantea que estos documentales proponen “un diálogo polémico con un proceso legal (a veces solo postulado o deseado), con el performance de la justicia que el juicio dramatiza,” pero también “interrogan los entendidos legales y la producción de la verdad jurídica” (2016: 124). Más adelante, el mismo autor afirma:

[E]stos documentales renegocian su autoridad en relación con un proceso judicial cuya misma autoridad, legitimidad, capacidad para y compromiso con la verdad no pueden darse por sentado tampoco. Cuando [estos] documentales problematizan la producción y los resultados de la verdad judicial, también revisan los términos del contrato social del documental para reafirmar su autoridad, paradójicamente dependiente del discurso judicial que los documentales ponen en cuestión. Desde esta perspectiva, amerita que nos preguntemos: ¿qué sostiene la evidencia documental cuando retrocede la ley que “vino primero”, en particular en filmes que están estructurados en diálogo con la ley, las instituciones legales y las nociones de justicia? (Rosenberg, 2016: 124).

A pesar de que Rosenberg se aferra a la noción de judicialización de la política, su concepción del documental judicial sugiere que este surge de una compleja negociación de su autoridad que involucra oscilaciones entre la judicialización de la política, la desjudicialización y la politización de lo jurídico. El autor sugiere estas oscilaciones de los flujos de la política y la justicia, dentro y fuera de la ley, cuando se pregunta por el rol de la evidencia en el documental judicial: “¿Puede el documental judicial quizás presentar evidencia más allá de su sumisión a la lógica legal, para invitar una experiencia de lo real que, mientras avanza una crítica al aparato legal, también apunta a una noción diferente de justicia, a través pero también más allá de la ley, en relación con la cual la imagen pudiera presentarse como el vestigio de esta posibilidad?” (Rosenberg, 2016: 125). A partir de estas coordenadas, quisiera proponer algunas precisiones para demarcar el terreno de la representación e identificar las fuentes de autoridad del documental judicial latinoamericano.

La judicialización de la política se enmarca en representaciones del drama de los sujetos que reclaman sus derechos en los tribunales, allí donde la autoridad de la evidencia visible del documental procede de la autoridad jurídica. La desjudicialización se representa en relatos protagonizados por sujetos sociales que llevan a cabo actividades ilegales y acciones fuera de la ley, la autoridad de estos relatos deriva menos de la evidencia visible que de la negación o la afirmación a cualquier precio del orden establecido. La politización de la justicia se inscribe en relatos en los cuales el cuestionamiento del sistema legal y sus límites implicaría a su vez una repolitización de las redes sociales que habían sido juridificadas o criminalizadas. La autoridad de estos relatos procede de las perspectivas políticas que permiten problematizar “la producción y los resultados de la verdad jurídica” a partir de coordenadas que “evocan un sentido de justicia que trasciende foros institucionalizados y que no se agota en la detección y decodificación de evidencia judicial” (Rosenberg: 125). Llamemos politización de la justicia a una de las orientaciones que condicionan los marcos retóricos y narrativos del documental judicial, dotándolo de una autoridad política cuya fuente no solo es el cuestionamiento de las autoridades jurídicas, sino también el vestigio de una justicia que trasciende los marcos legales existentes.

Mediante un análisis de Filiberto como representación de la ley, propongo estudiar este documental como una reelaboración de los dilemas coloniales de la sociedad puertorriqueña. Este documental, en su rol de representación, busca re-politizar los procesos jurídicos investigados para, con ello, desmentir la aparente neutralidad política de la ley y del orden colonial, sistema que criminaliza la lucha por la independencia para despolitizarla. Discutiré las estrategias retóricas y narrativas que Filiberto pone en marcha para pasar juicio sobre las prácticas de la lucha armada y la vigilancia del FBI en el Puerto Rico de la Guerra Fría.

Filiberto como representación: Archivos y testimonios de la lucha armada y de las batallas legales con el FBI

Filiberto es un documental biográfico que relata la vida de Filiberto Ojeda Ríos, un militante de la lucha armada por la independencia de Puerto Rico. Desde el año 1969 hasta el 2005, Filiberto fue dirigente de varias organizaciones, entre ellas el Movimiento Independentista Revolucionario en Armas (MIRA) y el Ejército Popular Boricua Los Macheteros, este último afiliado al Partido Revolucionario de los Trabajadores hasta 1983. En 1983, Filiberto decide separarse de este partido y concentrar su lucha armada mediante una reorganización del Ejército Popular Boricua Los Macheteros. El documental, dirigido y producido por Freddie Marrero Alfonso, entrelaza la trayectoria política de Filiberto con un relato de vida que inicia con los procesos migratorios del protagonista y su familia entre Puerto Rico y la ciudad Nueva York, así como la trayectoria musical del héroe, quien fue trompetista de las orquestas Happy Heels y La Sonora Ponceña. También explora los años que Filiberto vivió en Cuba entre 1961 y 1969, donde dividía su tiempo entre la trompeta y el corte de caña, tarea que inspiró su identidad política como machetero. Según cuenta Edgardo Ojeda, hijo de Filiberto, éste fue maestro de trompeta de Arturo Sandoval y también tocó trompeta en el circo de Cuba y en el cabaré Tropicana. Para Filiberto, sin embargo, su aporte revolucionario no estaba en Cuba, sino en Puerto Rico.

A su regreso a Puerto Rico en 1969, Filiberto se involucra en la lucha armada y el documental hila la militancia política de Filiberto con las batallas legales que protagonizó el líder independentista con el FBI. Mediante testimonios de Hilton Fernández y Juan Antonio Castillo, el documental narra los inicios del MIRA y el operativo Fefel Varona, que consistió en la toma de la estación de radio Notiuno y la explosión de bombas en distintos hoteles de San Juan. El documental reproduce el audio grabado por el MIRA durante la toma de la estación radial y lo combina con animaciones de las explosiones de los hoteles. Luego de este operativo, Filiberto y otros integrantes del MIRA son identificados. El abogado Luis Abreu Elías cuenta cómo Filiberto se escapó de las autoridades locales después de ser arrestado y citado a corte. Mediante testimonios de testigos directos, Filiberto reconstruye los operativos secretos en los que participó el líder independentista, así como las estrategias que utilizó este forajido para burlar a las autoridades.

Tras la disolución del MIRA, Filiberto participa en la creación del Ejército Popular Boricua Los Macheteros. El documental pasa a narrar los operativos del grupo: Pitirre 1 (1977), en el cual los macheteros atacaron un convoy militar en Sabana Seca; Pitirre II (1979), cuando los macheteros entraron a la Base Muñiz de San Juan y bombardearon varios aviones de las fuerzas militares norteamericanas, en protesta por el apoyo de Estados Unidos a la dictadura en el Salvador; el ataque con bazuca a las oficinas del FBI en San Juan en 1983; y el robo de $7 millones a Wells Fargo en Hartford, Connecticut, en 1983. La lucha armada es narrada por los compañeros de Filiberto: Hilton Fernández Diamante y Juan Segarra Palmer. El relato de los operativos de los macheteros es complementado por imágenes de archivo de reportajes noticiosos, así como por cintas de audio y video de Filiberto, y entrevistas in situ con participantes, grabadas por Marrero desde el lugar de los hechos. El testimonio de Juan Segarra Palmer sobre la operación Pitirre II, narrado desde los manglares que rodean a la Base Muñiz, apela al heroísmo de los participantes, pero también se enmarca en una retórica de la evidencia basada en la reconstrucción de los hechos por parte de un testigo directo del evento.

El operativo de Wells Fargo es narrado desde el asiento trasero de un automóvil por la madre de Víctor Gerena, un empleado de Wells Fargo que se hizo miembro de los Macheteros y llevó a cabo el robo de los 7 millones de dólares. A diferencia del relato de Segarra Palmer, enfocado en una descripción detallada del operativo, el relato de la madre de Gerena se enfoca en el costo emocional que han pagado ella y su familia por haber perdido a su hijo. Luego del robo, Gerena se fue a la fuga, nunca más volvió a comunicarse con su familia y no vio crecer a sus hijas. A la madre de Gerena, sin embargo, no se le escapa el comentario político a la luz del caso criminal contra su hijo pues llama expropiación al operativo contra Wells Fargo: “Porque eso es lo que se le dice cuando se le quita al rico, porque al decir robo se está criminalizando la lucha”. Todavía Gerena, si está vivo, sigue prófugo de las autoridades y su caso sigue abierto, pues continúa en la lista de los más buscados del FBI. Filiberto delega a los entrevistados no solo el cuestionamiento del sistema judicial que criminaliza la lucha independentista sino también la repolitización de estos actos al reinscribirlos en el contexto de la lucha por la justicia social.

Según me comentó Freddie Marrero, la inclusión del testimonio de la madre de Gerena generó un debate ético pues existía la posibilidad de que la misma fuera vista por Gerena, y que la entrevista motivara un sentimiento de culpa por el dolor causado a su familia que impulsara a Gerena a entregarse a las autoridades (Rodríguez y Marrero, 2017: sin página). Otra consideración ética fue la evitar que los entrevistados corrieran el riesgo de auto-incriminarse. Si bien la mayoría de los casos contra los Macheteros ya han sido resueltos en la corte, Marrero tuvo cuidado de dejar fuera del diseño de las entrevistas asuntos relacionados con los operativos de los macheteros que dieran pie a la autoincriminación o a la incriminación de compañeros de lucha.

Al referirse a estos operativos, tanto Hilton Fernández Diamante, en su entrevista, como Filiberto, en cintas de audio y video, aluden a la formación de conciencia y el orgullo que estos actos de violencia provocaron entre distintos sectores puertorriqueños. Por su parte, los abogados de Filiberto – Luis Abreu Elías, Rafael Anglada, Ron Kuby, Laura Backiel y Richard Harvey, – aportan una lectura jurídica politizada dado que ofrecen interpretaciones de la lucha armada puertorriqueña a la luz del derecho internacional, el cual ampara el derecho de los pueblos colonizados a utilizar las armas en su lucha por la independencia. Cabe destacar que el discurso de los abogados no se circunscribe exclusivamente a opiniones legales, también incluye anécdotas sobre la amistad cercana que los unió a Filiberto, las cuales resaltan las dimensiones afectivas de la vida del héroe.

Esa lectura política de los operativos, y las alianzas afectivas generadas durante las batallas legales en torno a estos casos, contrasta con la lectura judicial ofrecida por los ex agentes del FBI, basada en la criminalización de los mismos hechos. El documental entrelaza los relatos de la lucha armada con los de la vigilancia estatal y las consecuencias legales de la misma, pues incluye entrevistas con Jacques Island y Fernando Candelario, dos agentes del FBI que investigaron estos operativos. Desde una calle de la urbanización Levittown en Puerto Rico, Fernando Candelario describe las estrategias utilizadas por el FBI para investigar a los macheteros: la toma de fotografías, la intercepción de llamadas telefónicas y la grabación de cintas de audio y de video. Mediante las cintas de audio grabadas por el FBI e incluidas en el documental, nos enteramos de las divisiones internas que culminarán en la separación de los Macheteros en dos facciones: una dirigida por Filiberto y en la que participó Segarra Palmer, y otra encabezada por los hermanos Norberto y Avelino González Claudio, en la que participó Fernández Diamante. El movimiento se dividió entre aquellos que se concentraban en lo militar, facción de Filiberto, y aquellos que se concentraban en lo político, facción de los González Claudio.

Al relato de la vigilancia y las divisiones internas le sigue la secuela de arrestos y batallas en los tribunales que Filiberto enfrentó a partir del 30 de agosto de 1985, cuando el FBI lo arrestó a él y a otros macheteros por su participación en el robo de Wells Fargo. En este punto, el documental se enfoca en la vida de Filiberto en prisión durante 32 meses y narra las tribulaciones del líder, quien no solo estaba angustiado por las divisiones internas de su organización, sino también por su salud. Rafael Anglada cuenta que, durante su tiempo en prisión, Filiberto fue operado de corazón abierto y en su lecho de enfermo en el hospital fue custodiado por tres agentes de FBI con armas de alto calibre. Este episodio infeliz de la vida de Filiberto en prisión concluye con una victoria legal: Filiberto es dejado en libertad bajo fianza, a la espera de la celebración del juicio por el caso de Wells Fargo. La madre de Gerena, Richard Harvey y Laura Backiel narran la vida de Filiberto en la libre comunidad en Hartford. Así conocemos otras dimensiones del protagonista, como su interés por la cocina y el cuidado hogareño, que brindan una imagen más íntima de militante político. Según Backiel, Filiberto, libre y en plena campaña por la independencia de Puerto Rico, representaba un peligro para el gobierno de Estados Unidos, y por eso regresó a prisión en 1988, cuando fue acusado de atacar a agentes federales durante su arresto el 30 de agosto de 1985.

En la última parte del documental, se discute el caso del arresto de Filiberto, en el que el militante intercambió disparos con los agentes de FBI. En su entrevista, Ron Kuby, abogado del acusado, señala que Filiberto es de los pocos militantes que han sobrevivido un tiroteo con el FBI. El documental propone un relato paralelo de la resistencia al arresto mediante la elaboración de dos testimonios in situ, en la casa donde ocurrió el arresto, que presenta las versiones contrastadas del ex agente del FBI Jacques Island, participante directo de los hechos, y Luis Abreu Elías, abogado del equipo de defensa de Filiberto. Island se limita a narrar el intercambio de disparos con Filiberto, mientras que Abreu Elías objeta el que las fuerzas del FBI se identificaran antes de proceder con el arresto, lo cual justifica el hecho de que Filiberto defendiera su vida ante los hombres armados que invadían su casa. Según explica Abreu Elías, y reitera Filiberto en grabaciones de audio y video, el argumento legal del acusado es que él no había atacado a los agentes del FBI, sino que había ejercido su derecho a la defensa propia.

La secuencia asume un tono de exploración de la escena del crimen que la enmarca dentro de una retórica forense de recolección de evidencia. La distribución del relato del arresto de Filiberto entre participantes que representan distintos bandos aparenta ofrecer una visión balanceada y objetiva de los hechos, pero la balanza narrativa donde se pesan las retóricas en disputa se inclina a favor de Filiberto. Esta secuencia se completa con el testimonio de una de las testigos del arresto, Jacqueline Dosal, quien desmiente la versión de los agentes del FBI, los cuales alegaban haber advertido a Filiberto del proceso de arresto. Aunque Marrero le da la oportunidad a todos los participantes de contar su versión de los hechos, el documental, en un giro reflexivo (Nichols, 1991: 56-75), siembra dudas acerca de las testimonios ofrecidos por los ex agentes del FBI, pues contrapone dichos testimonios con el testimonio de Dosal y los abogados de Filiberto, los cuales ponen en cuestión la versión oficial de los hechos y también los marcos legales e ideologías políticas que guiaban las acciones de los aparatos represivos del estado.

En la secuencia dedicada al caso, Abreu Elías explica que Filiberto decidió utilizar un estilo de defensa mixta, en la cual el acusado asumiría su propia defensa, aconsejado siempre por sus abogados, y estaría a cargo de contra-examinar a los testigos de su caso. Island señala que Filiberto pidió interrogarlo para así convertir el juicio en una plataforma de propaganda a su favor. Por su parte, Dosal aclara que, en su entrevista con Filiberto, el acusado solo le pidió justicia. Toca a Inocencio Ojeda, hermano de Filiberto, narrar la victoria legal de su hermano, quien triunfa en el Tribunal Federal de San Juan, convenciendo al jurado que él había ejercido su derecho a la defensa propia al ver su casa invadida por los federales, invasión que, en el discurso de Filiberto, equivale a la invasión colonial que sufre la isla de Puerto Rico: “Sentí que era un atropello, un abuso, no contra mi persona, sino contra el pueblo de Puerto Rico, contra nuestra lucha, contra nuestro derecho. Y ejercí un derecho, el derecho a defenderme. Yo estaba totalmente seguro de que la intención de ellos era matarme”.

Así como sucedió cuando Filiberto salió de prisión bajo fianza en Hartford, este segundo triunfo legal de Filiberto se transformó, según los entrevistados, en una fiesta de pueblo. Filiberto mismo aparece aclarando que su victoria no es de Filiberto Ojeda, sino del pueblo independentista puertorriqueño: “Le hemos infligido la derrota al gobierno de Estados Unidos más grande que se le ha podido infligir en décadas. Esta es una victoria del pueblo de Puerto Rico por un jurado de Puerto Rico; no por Filiberto Ojeda, por los puertorriqueños”. Los únicos que lamentaron la victoria de Filiberto en los tribunales fueron los ex agentes del FBI, quienes expresaron su frustración por la decisión del jurado en sus entrevistas con Marrero.

El documental continúa con un montaje de fotografías y grabaciones de video en las que Filiberto hace vida pública en Puerto Rico, en la libre comunidad, con su nombre y apellido, por primera vez en casi 20 años, luego de largos periodos de clandestinidad y prisión. Esta última parte del documental se enfoca en explorar el legado político de Filiberto. Ron Kuby considera a Filiberto como el Nelson Mandela de Puerto Rico. Laura Backiel propone a Filiberto como un heredero de Don Pedro Albizu Campos, líder del Partido Nacionalista Puertorriqueño entre las décadas de 1930 y 1960. Abreu Elías explica que “los revolucionarios [como Filiberto] no están clandestinos con relación al pueblo, sino con relación al imperio; y esa es la distinción del clandestino; él nunca estuvo clandestino con relación al pueblo, él siempre estuvo sintonizado con el pueblo”. Fernández Diamante resalta que Filiberto estuvo dispuesto a dejar su familia y su trabajo para luchar en el clandestinaje una lucha armada por la independencia de Puerto Rico. Segarra Palmer distingue a Filiberto como líder indiscutible de los Macheteros, alguien que no se limitó a mandar, sino que “manda y va”, sugiriendo el compromiso de Filiberto con su lucha y sus compañeros, al punto de arriesgarlo todo por serle fiel a su visión política. Por su parte, Island, ex agente del FBI, describe a Filiberto como un agente secreto del gobierno cubano en Puerto Rico.

El documental concluye con la fuga de Filiberto en 1990, lo cual equivale también a la fuga de un símbolo cuyo legado es polisémico y escurridizo. En el documental, se narran dos fugas de Filiberto, la de 1969 y la de 1990. En ambos relatos, Marrero propone una visión poética de estas fugas mediante una reconstrucción de estas al estilo de un road movie: aparece un automóvil recorriendo las carreteras del interior de la isla. Esa fuga al interior del país revela el paisaje donde Filiberto se refugió a lo largo de los años. Es una ambientación en movimiento que muestra la clandestinidad como una travesía de escenarios cambiantes en los que la figura del héroe va fusionándose con los paisajes urbanos y rurales de su isla.

A lo largo del documental, Filiberto es un personaje vivo, de identidad cambiante. Marrero se sirve de los testimonios de quienes lo conocieron, y de las grabaciones de audio y video del propio Filiberto, para revelar así una identidad compleja que da cuenta de su talento musical, su proceso de concientización política, su tiempo en el clandestinaje, sus operativos contra la presencia norteamericana en Puerto Rico, su tiempo en prisión, sus victorias judiciales y sus fugas. La narración de la militancia y las batallas legales de Filiberto resaltan la capacidad del documental judicial para inscribir la relación de lo político y lo jurídico a partir de las oscilaciones entre los procesos de judicialización de la política, politización de lo judicial y dejudicialización.

También Marrero aprovecha el archivo sonoro, fotográfico y de video para aludir a una identidad maleable que ha dejado huellas en distintos medios y registros. A lo largo del documental, la voz de Filiberto se presenta como un sonido grabado en una cinta magnetofónica, por lo que desde el comienzo Marrero sugiere que la identidad del héroe se reconstruye a partir de las tecnologías de reproducción de imágenes. Filiberto aparece ante todo como una colección de imágenes sonoras y visuales provenientes de distintos archivos, tanto los archivos de las organizaciones militantes como los archivos del FBI. Según plantea el documental: “Del 1983 al 1985 el FBI vigiló y grabó a los macheteros. Logró producir más de: 1,100 cintas de audio 5,400 fotografías”. Filiberto entonces podría leerse como un documental biográfico que explora la polifacética identidad del héroe mediante una remezcla de archivos que hila imágenes de la propaganda militante, de la vigilancia estatal, de los casos jurídicos y de los medios de comunicación. La heterogeneidad de estos archivos también revela el estatuto ambiguo de la evidencia en el documental judicial, la cual oscila según los vaivenes de la judicialización de la política, la politización de lo judicial y la dejudicialización.

La identidad escurridiza de Filiberto se sugiere en varias escenas. Quique Lucca recuerda que Filiberto solía identificarse como Felipe Ortega y que conoció el nombre real de su trompetista cuando el FBI visitó su casa y allí le revelaron la identidad de Filiberto en un interrogatorio. En otra escena, Segarra Palmer explica que el FBI descubrió a Filiberto pues, en un auto abandonado por los Macheteros, se encontró una multa de tráfico vinculada a una de las identidades que asumía el militante clandestino. Marrero aprovecha el documento para crear un fotomontaje animado que revela la multiplicidad de identidades, los muchos rostros que utilizó Filiberto para ocultarse, para borrar sus huellas, y así burlar la vigilancia de las fuerzas del estado. Como sugiere Marrero en una entrevista con Rigel Lugo, la película no llega a resolver del todo la pregunta acerca de quién es Filiberto: “Pero yo no te puedo decir que el documental resuelve todo y tú sabes finalmente quién es Filiberto, porque es una persona compleja, viviendo en el clandestinaje, teniendo protocolos de compartimentalizar la información” (Lugo y Marrero, 2017). Marrero logra reconstruir la identidad maleable de Filiberto, quien quiso siempre borrar sus huellas, mediante una remezcla de archivos que ofrecen informaciones fragmentarias y contradictorias del héroe.

Filiberto, según explica Marrero, es el resultado de un complejo proceso investigativo mediante el cual se busca recrear la biografía de un personaje que siempre apostó a borrar las huellas de su propia vida. En entrevista con Mario Alegre, Freddie Marrero señala lo siguiente:

Filiberto fue una persona que vivió 72 años. Él estuvo treinta años o más… clandestino. Por lo tanto, él tenía diferentes identidades, diferentes nombres con diferentes direcciones, diferentes personalidades con las que él se presentaba socialmente. Pues obviamente, hacer un personaje, una historia con una persona como figura central, que tiene esa identidad múltiple, era difícil, porque él buscaba tapar sus huellas. Entonces, yo estaba tratando, al contrario, de crear un hilo conductor sobre una vida que trató de borrar su identidad, en periodos importantes de su vida. El hecho de que él fuera un personaje clandestino brindaba una dificultad… (Alegre y Marrero, 2019; transcripción de la entrevista de video realizada por el autor).

La estructura narrativa del documental trastoca el curso cronológico de la biografía de su protagonista, pues inicia el día en que Filiberto es asesinado, el 23 de diciembre de 2005, y culmina con la fuga de Filiberto, ocurrida el 23 de septiembre de 1990. El 23 de septiembre es una fecha histórica importante en Puerto Rico, pues ese día se conmemora el Grito de Lares de 1968, que inaugura la lucha por la independencia de Puerto Rico en tiempos de la colonización española. El documental inicia con la grabación de audio del mensaje de Filiberto enviado a Lares el 23 de septiembre de 2005, el mismo día en que fue asesinado extrajudicialmente por un comando del FBI norteamericano. En su mensaje, Filiberto resume la historia colonial de Puerto Rico. Su mensaje se ve interrumpido por el sonido de disparos, después de lo cual continúa una breve secuencia que narra las circunstancias de su muerte y en la que se combinan tomas de la casa de Filiberto y de la puerta de su vivienda ensangrentada con imágenes de archivo de secuencias noticiosas que narran la muerte de Filiberto desde un contrapunteo de relatos: el relato de su esposa, Elma Beatriz Rosado Barbosa, y el relato de Luis Fraticelli, el agente especial del FBI a cargo del operativo.

No es hasta más tarde, cuando por fin podemos comparar la muerte de Filiberto con el arresto llevado a cabo por el FBI en 1985, que el documental abre la posibilidad de que dudemos del relato oficial de la muerte propuesto por el FBI, y que nos preguntemos si en ambas ocasiones, cuando Filiberto es arrestado en 1985 y asesinado en 2005, la intención real del FBI, tal como afirma Filiberto mismo, no era otra que la de asesinar al líder de los macheteros. Como se reportó en los medios de comunicación del país, Filiberto murió desangrado al no recibir atención médica luego del intercambio de disparos con el FBI.

En la secuencia de su muerte, aparece Hugo Chávez denunciando que Filiberto fue masacrado por comandos de FBI, y se muestran imágenes del entierro de Filiberto en el que participan estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, entre ellos, algunos líderes de la huelga universitaria del 2005. Si el asesinato de Filiberto representa un acto de dejudicialización, el entierro de Filiberto representa un acto de politización del asesinato del líder Machetero. La figura de Chávez no solo acentúa la importancia histórica del personaje, además anticipa una estrategia del documental: la presentación de Filiberto a partir de una red de aliados internacionales que incluye a los abogados Linda Backiel, Ron Kuby, Richard Harvey, así como a Joe Doherty, militante del Ejército Republicano Irlandés, quien conoció a Filiberto y a otros macheteros en prisión y se encargó de cuidarlos. La referencia al entierro de Filiberto en el contexto de las luchas estudiantiles ubica al personaje en un presente marcado por la crisis política y económica del modelo colonial, la cual, como veremos al final del documental, se ha profundizado con la bancarrota del Gobierno de Puerto Rico en el 2017, provocada por una deuda pública impagable.

Según Freddie Marrero, la idea de iniciar el documental de Filiberto con la muerte del protagonista respondió a su interés como director de compartir con la audiencia su proceso investigativo: “El arco narrativo trató de imitar un poco el proceso de descubrimiento mío de la figura de Filiberto, que se inició con su muerte. Es también la estructura de Ciudadano Kane. Se muere Kane, se presenta el artilugio de Rosebud, y empiezan a investigar quién fue este hombre” (Rodríguez y Marrero, 2017: sin página). La influencia del Ciudadano Kane en Filiberto pone de relieve el interés del director por aferrarse a una estructura narrativa que le permitiera explorar la vida de Filiberto y someter al héroe al escrutinio público a la luz de quienes le conocieron, le apoyaron y le vigilaron. Marrero aclara que la película acaba con la fuga de Filiberto en los 90 “no por razones legales, sino por razones narrativas”, pues la vida clandestina de Filiberto entre 1990 y 2005, “añadía mucho metraje y duración, y esa es otra película” (Rodríguez y Marrero, 2017).

El director señala que la fuga de Filiberto al final de la película, así como la inclusión de la entrevista televisiva que la periodista Daisy Sánchez realizara a Filiberto desde el clandestinaje en 1990, son un buen cierre para el documental, pues nos dejan con la imagen de un Filiberto vivo y contemporáneo, cuyas palabras le hablan al Puerto Rico de hoy, país abatido por la crisis de su sistema colonial. La crisis colonial a la que se refería Filiberto ahora se ha visto acentuada por la crisis de la deuda pública del gobierno colonial de Puerto Rico, la cual llevó al gobierno de Estados Unidos a imponer sobre el gobierno puertorriqueño una Junta de Control Fiscal con la misión de implantar un plan de austeridad que garantice el pago de la deuda. Según nos cuenta Marrero:

Me parece que la estructura que se seleccionó ayudaba a no presentar a un Filiberto muerto, sino un Filiberto vivo… [L]os temas del colonialismo que abordó Filiberto no están resueltos, por el contrario, ahora mismo están más candentes, más expuestos. El colonialismo está ahora más al desnudo que incluso en los 80. Era importante ese vínculo con Filiberto y la Junta de Control Fiscal y este nuevo colonialismo en esteroides que estamos viviendo. Era una forma que le daba cierta vitalidad a la experiencia de ver la película, de que, cuando la gente saliera de ver la película, independientemente de que estén de acuerdo o no con Filiberto, o se distancien de su método de lucha militar, hicieran una conexión de que no estamos viendo una historia de lo que pasó el siglo pasado. Esta no es una historia del siglo pasado, sino una historia de algo que todavía tenemos de frente. (Rodríguez y Marrero, 2017).

La conclusión del documental sugiere que Filiberto es una figura histórica que se fuga hasta nuestro presente con el propósito de alertarnos sobre los peligros del colonialismo norteamericano, que ya no se limita a atraparnos en las garras del consumo capitalista, sino también en las garras de los acreedores. Según se insinúa al final del documental, la fuga de Filiberto constituye un legado para las nuevas generaciones que luchan contra los planes de austeridad impuestos por la Junta de Control Fiscal y que aparecen en este cierre narrativo como herederas o continuadoras de la lucha por la independencia del país. La voz de Filiberto al final del documental se inscribe pues como un comentario sobre el Puerto Rico contemporáneo, que ahora es una colonia endeudada, bajo una Junta de Control Fiscal que fue creada por una ley cuyo nombre sabe a fraude, Ley PROMESA. En otra entrevista, realizada por Mario Alegre, Marrero comenta:

El documental, si te fijas, pone a Filiberto dentro del contexto actual. Y aunque eso es una reflexión histórica, queda muy claro para las personas que van a ver el documental de que es una reflexión hecha desde el presente, con la ley PROMESA, con el caso Sánchez Valle, donde ya el colonialismo ha sido desnudado (Alegre y Marrero, 2019).

En su cierre, Filiberto incluye imágenes de la Jornada “Se acabaron las Promesas” y de las protestas del primero de mayo de 2017 en la Milla de Oro, donde varios manifestantes destruyeron algunas vitrinas en la zona bancaria del país. El documental nos deja con una pregunta ya lanzada por Filiberto en su entrevista con Daisy Sánchez realizada desde el clandestinaje en 1991: ¿Qué ha cambiado? Al final, el documental establece un paralelismo entre el diagnóstico de la situación colonial ofrecido por Filiberto y la situación actual de la isla a doce años de la muerte del héroe. Mientras escuchamos la voz de Filiberto advertirnos de que lo que sucede en la isla responde a una estrategia yankee, el documental incluye imágenes de los arrestos realizados por la policía en las protestas del primero de mayo de 2017. Ante la imagen de una bandera norteamericana quemada por los manifestantes, Filiberto se pregunta por la permanencia del colonialismo yankee en Puerto Rico. Los títulos que aparecen al final del documental apoyan la versión de la continuidad del colonialismo denunciada por Filiberto y sugerida en el documental. Filiberto fue sentenciado en ausencia a 55 años de prisión por el robo de Wells Fargo. Luego de 15 años en el clandestinaje, murió desangrado después de un intercambio de disparos con el FBI. El asesinato de Filiberto quedó impune, como otras ejecuciones extrajudiciales realizadas por el gobierno norteamericano, pues, según se dice al final del documental: “El FBI negó acceso a la evidencia y el Tribual Supremo de Estados Unidos detuvo a la Fiscalía local, obstruyendo la investigación sobre su asesinato”. Por otra parte: “Víctor Gerena lleva 30 años en la lista del FBI de los más buscados”.

El colonialismo no solo sigue vigente en las artimañas jurídicas de la metrópoli, ejemplificadas por la impunidad del FBI y la criminalización de la lucha independentista, sino también en el marco legal creado por el poder colonialista para administrar la crisis de la deuda de Puerto Rico. Filiberto cierra con este título: “En el 2016, el Congreso de Estados Unidos entregó el control económico y político de Puerto Rico a una Junta de Control Fiscal. Ninguno de sus miembros fue electo por el pueblo”. Es por ello que Marrero reitera que Filiberto nos invita a repensar el país en una coyuntura histórica en la cual el colonialismo ha quedado al desnudo. Aunque Filiberto es un personaje histórico, su inscripción en el documental no responde a los dogmas de la objetividad, sino a la posibilidad de re-politizar el presente con el fin de enfrentar las nuevas medidas legales represivas representadas por la deuda colonial.

Como la ley colonial impuesta por Estados Unidos es una injusticia que erosiona los fundamentos de la democracia, Filiberto apela a otro sentido de la justicia que, si bien aparenta un argumento legalista amparado en un discurso de los derechos, el mismo no encuentra correspondencia en los tribunales del poder colonial. Esa apelación a otro sentido de la justicia trasciende los marcos legales del poder jurídico y equivale a una politización de lo judicial, pues el sistema legal se revela como un mecanismo del poder que no tiene que ver con la ejecución de lo justo, sino con la autoconservación del poder político. Como sugiere Filiberto, la politización de la justicia conlleva el reclamo de otra justicia, una justicia liberada de la ley, una justicia que, al igual que el héroe, se ha dado a la fuga. Eso explica que el documental presente la fuga del héroe como la encarnación de otra justicia. Ya prófugo de la ley, desde la clandestinidad, en su entrevista con Daisy Sánchez, Filiberto plantea otra interpretación del derecho, otra visión de la justicia: “Entonces cuando los pueblos luchamos para reclamar nuestros derechos, cuando los pueblos decimos basta, tenemos que reafirmarnos como seres humanos, tenemos que conquistar nuestros derechos, tenemos que imponer nuestro derecho, ah entonces la violencia”. Filiberto ofrece una respuesta a la pregunta planteada por Rosenberg en torno a la posibilidad de que el documental judicial pueda presentar evidencias más allá de la sumisión a una lógica legal y que estas revelen una noción diferente de justicia. La imagen grabada de Filiberto, que reclama otro derecho, que aspira a otra justicia, no se inscribe dentro de los marcos de la evidencia legal, sino que aparece como el vestigio de otra justicia posible. Ese vestigio del prófugo, esa evidencia en fuga, se ha escapado de los marcos convencionales de la evidencia visible en busca de otras posibilidades para el documental jurídico.

Las palabras de Filiberto acompañan las imágenes de los disturbios y la destrucción de las vitrinas bancarias de la Milla de Oro por parte de los manifestantes. Contra la criminalización de la lucha del primero de mayo de 2017, sugerida por imágenes del choque de la policía y los manifestantes, y por imágenes de los arrestos, el documental apela a la voz de Filiberto para presentar una visión alternativa de la violencia como un derecho de los pueblos colonizados: “Lo siento. Eso es totalmente inaceptable. Yo, como puertorriqueño, reclamo ese derecho, y prefiero morir en ese reclamo que vivir de rodillas”. El documental es consecuente en cuestionar la equivalencia entre violencia y terrorismo. Para el ex agente Island, la violencia revolucionaria de los Macheteros equivale a actos terroristas auspiciados por Cuba; en cambio, para Filiberto, ninguno de los actos de los Macheteros tiene que ver con terrorismo: “aquí el terrorismo lo ha desarrollado el gobierno de los Estados Unidos”.

Tal vez sin proponérselo, Filiberto replantea, desde un contexto colonial, del debate propuesto Benjamin en su ensayo “Para una crítica de la violencia”, en el que se exponen los estrechos vínculos de la violencia, el derecho y la justicia. Si las fuerzas del FBI representan la función de la violencia como el uso de la fuerza para conservar el estado de derecho, Filiberto por su parte representa la función de la violencia como el uso de la fuerza para fundar otro derecho, para apelar a otra justicia que amenaza al estado colonial: “En el gran delincuente esta violencia se le aparece como la amenaza de fundar un nuevo derecho, frente a la cual (y aunque sea impotente) el pueblo se estremece aún hoy, en los casos de importancia, como en los tiempos míticos. Pero el estado teme a esta violencia en su carácter de creadora de derecho…” (Benjamin: 6). Al apelar a otra justicia, al invitar al público a meditar sobre la fundación de otro derecho más allá del orden colonial, Filiberto se afirma como representación a partir de una politización de la justicia que reorienta las coordenadas narrativas y retóricas del documental judicial latinoamericano.

Bibliografía

Alegre, Mario y Marrero Alfonso, Freddie (2019), «Filiberto–Entrevista al director Freddie Marrero», Video de Youtube disponible en https://www.youtube.com/watch?v=TtG3wDzO1Ec

Benjamin, Walter (sin año/escrito en 1921), “Para una Crítica de la violencia,” disponible electrónicamente en https://www.ddooss.org/articulos/textos/walter_benjamin.pdf

Grosfóguel, Ramón (2003), Colonial Subjects: Puerto Ricans in a Global Perspective. University of California Press, Berkeley.

Lugo, Rigel y Marrero Alfonso, Freddie (2017), “Tomó doce años documentar la vida de Filiberto Ojeda Ríos”, Entrevista publicada en el semanario electrónico 80 grados, disponible en https://www.80grados.net/tomo-doce-anos-documentar-la-vida-de-filiberto-ojeda-rios/

Nichols, Bill (1991), Representing Reality, Indiana University Press, Bloomington.

O’Donnell, Guillermo (2005), “Afterword”, en Rachel Sider, Line Schjolne, y Alan Angell, The Judicialization of Politics in Latin America, Palgrave, New York.

Rodríguez, Juan Carlos y Marrero Alfonso, Freddie (2017), “Conversación sobre Filiberto, el documental”, transcripción no publicada de la conversación.

Rosenberg, Fernando (2016), After Human Rights. Literature, Visual Arts, and Film in Latin America, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Sieder, Rachel, Line Schjolne, y Alan Angell (2005), “Introduction”, en Rachel Sider, Line Schjolne, y Alan Angell, The Judicialization of Politics in Latin America, Palgrave, New York.

Artículos

—-/ Artículos

La música en el documental institucional chileno: posibilidades de escucha y resignificación de un género
Por Martín Farías. Págs.: 1-26

ORG: ni alienígena ni meteorito. Continuidad y ruptura en la película maldita de Fernando Birri
Por Pablo Klappenbach. Págs.: 27-68

Dos generaciones en busca del sentido: lecturas del documental Nietos (identidad y memoria) 
Por Fabricio Laino Sanchis.  Págs.: 69-93

Cine amateur: delimitaciones conceptuales y técnicas de su primer ciclo
Por Diego Olivares Jansana, Carlos del Valle Rojas y Breno Onetto Muñoz.  Págs.: 94-115

Memorias de la revolución: Historia, cine y lo contemporáneo
Por Parichay Patra. Págs.: 116-127

De la representatividad indigenista a la performatividad documental: una aproximación al documental peruano
Por Alonso Quinteros Meléndez. Págs.: 128-155

De la representatividad indigenista a la performatividad documental: Una aproximación al documental peruano

Descargar texto

Alonso Quinteros Meléndez

Resumen

El papel del género documental no ha sido investigado como objeto principal de investigación dentro de la historia del cine peruano, ni su importancia como práctica íntimamente ligada a los contextos sociales y culturales de la historia reciente del Perú. Este trabajo es parte de un interés para explorar algunas de las tendencias, temas y cineastas dentro del documental peruano desde la década de 1950. Esta genealogía se plantea como un primer esbozo para dar cuenta de la necesidad de abordar diversas producciones, sus contextos de producción y las maneras como abordan problemáticas sociales y culturales que han influido en las vidas y los imaginarios sociales en el Perú contemporáneo.

Palabras clave

Documental peruano; Perú contemporáneo; documental latinoamericano; contextos de producción; tendencias documentales

Abstract

The role of the documentary genre has not been investigated as a main object of research within the history of Peruvian cinema, nor its importance as a practice intimately linked to the social and cultural contexts in the recent history of Peru. This work is part of an interest to explore some of the trends, themes and filmmakers within the Peruvian documentary scene since the 1950s. We propose an outline, an approach to account for the need to address these diverse productions, their production contexts and the ways in which they address social and cultural issues that have shaped the social lives and imaginaries in contemporary Peru.

Keywords

Peruvian Documentary; Contemporary Peru; Latin American Documentary; Production Contexts; Documentary Trends

Resumo

O papel do gênero documentário não tem sido investigado como objeto principal de pesquisa dentro da história do cinema peruano, nem sua importância como prática intimamente ligada aos contextos sociais e culturais da história recente do Peru. Este trabalho é parte de um interesse para explorar algumas das tendências, temas e cineastas dentro do documentário peruano desde a década de 1950. Propomos uma abordagem para dar conta da necessidade de abordar essas diversas produções, seus contextos de produção e as maneiras pelas quais eles abordam questões sociais e culturais que moldaram as vidas e os imaginários sociais no Peru contemporâneo. 

Palavras-chave

Documentário Peruano; Peru Contemporâneo; Documentário Latino-americano; Contextos de Produção; Tendências Documentários

Datos del autor

Profesor en la Maestría en Antropología Visual, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima. Investiga a los Cines Regionales en el Perú, con un enfoque a la trayectoria del Cine Ayacuchano, desde una perspectiva que entrelaza la teoría de la performance con la antropología de los medios.  Actualmente, también está investigando la historia y prácticas del documental peruano, nuevas identidades y contexto neoliberal. Dentro de su interés por fomentar la investigación en torno al documental peruano, está desarrollando el Proyecto ADOC – Archivo del Cine Documental Peruano.

Fecha de recepción: 30 de septiembre de 2018.
Fecha de aprobación: 1 de noviembre de 2018.

Este trabajo se enmarca dentro de un interés por explorar algunas de las tendencias, temáticas y realizadores dentro de un panorama del documental peruano desde los años 1950.  Hasta el momento, no se ha planteado una investigación que tome como foco principal proponer un panorama amplio de la historia y rol del documental dentro de la trayectoria del cine peruano, ni en su importancia como practica íntimamente ligada a los contextos sociales y culturales en la historia reciente del Perú. Lo que intentaremos es solo un esbozo, una aproximación para dar cuenta de la necesidad de abordar estas diversas producciones, sus contextos de producción y las formas en las cuales abordan problemáticas sociales y culturales que han forjado las vidas sociales e imaginarios en el Perú contemporáneo. Aunque si ha habido reseñas y análisis de varios documentales,  entrevistas a realizadores y recuentos de festivales, no ha habido un interés por explorar a cabalidad como en otros países latinoamericanos vecinos donde existen varias investigaciones, recurrentes artículos y muestras documentales.

A pesar que ya tenemos más de 100 años de presencia fílmica en el Perú, los recuentos sobre el cine peruano no han abordado íntegramente el rol del cine documental dentro de la cinematografía peruana. Tampoco el documental peruano tiene una presencia amplia en los balances sobre el género en el continente. En  el libro editado por Paranaguá, Cine Documental en América Latina (2003: 150-155)  solo se hace referencia al trabajo de los hermanos Manuel y Víctor Chambi de la llamada “Escuela del Cusco” en los años 50 y una reseña del filme Chiaraq’e, batalla ritual (1975) del realizador cusqueño Luis Figueroa, quien también fue miembro de ese grupo.  En dos recopilaciones recientes sobre documental latinoamericano, las referencias y menciones al documental peruano siguen siendo muy sucintas. En el caso de la recopilación de  América Latina en 100 documentales por Jorge Rufinelli (2012: 236) solo sale mencionado el documental El Olvido (2008) de la realizadora Heiddy Honningman y en el más reciente Latin American Documentary Film in the New Millenium (Arenillas y Lazzara, 2016: 173-190), se encuentra un solo artículo sobre el documental peruano cuando abundan las investigaciones en torno a documentales chilenos, argentinos y brasileños. Si bien se pueden encontrar algunas referencias a producciones documentales peruanas en libros sobre las cinematografías latinoamericanas, no existen libros o compendios que se hayan dedicado al cine documental peruano.

Ante esta brecha existente, nos hemos propuesto indagar en una genealogía del cine documental peruano para fomentar la investigación y nuevas miradas en torno a esta área de la cinematografía peruana que no había sido ampliamente abordada. Esta iniciativa surge a partir de un curso Culturas en Imágenes II en la Maestría en Antropología Visual-PUCP, que hemos elaborado junto con Mauricio Godoy, y que se planteó como un primer esfuerzo para comenzar a mapear este panorama amplio y en crecimiento del documental peruano.

El interés de esta propuesta es aproximarnos a las diversas manifestaciones del documental en el Perú, sus posibles relaciones en el contexto del documental latinoamericano en sus varias vertientes y las formas por las cuales se enmarcan, dan cuenta y problematizan sus entornos socio-históricos.  Se plantea una perspectiva que incentive a investigar no solo los aspectos temáticos y estilísticos de las producciones, sino también los contextos de su producción, exhibición y circulación así como el contexto social en que se enmarcan y trabajan las diversas miradas documentales. En esta primera aproximación, me propongo identificar algunas de las tendencias, temáticas, modos de representación y figuras reiterativas que estarían envueltas en algunas producciones, y al mismo tiempo como se entrelazan con las producciones y la  historia del documental latinoamericano. Sin embargo, la producción del documental peruano esta desperdigada, a veces coincide con tendencias en Latinoamérica y el mundo pero otras veces se distingue por sus desfases. Por ende este esbozo va ser fragmentario, inconcluso.  La idea es tratar de fomentar a que haya un mínimo de referentes y líneas exploratorias para seguir investigando. Nos planteamos hacer un panorama histórico de las principales tendencias en el documental peruano y sus posibles conexiones con el documental latinoamericano.[1]

Aproximaciones a una genealogía del cine documental peruano. ¿Cómo comenzar a mapear al documental peruano?

Al situarnos en el panorama amplio del documental peruano,  una interrogante que surge es como tratar la diversa cantidad de producciones documentales que han surgido en su historia y que actualmente han aumentado en su producción. ¿Cuáles son las principales tendencias que surgen, se organizan por épocas cronológicas, o se pueden situar paralelos a tendencias en el documental latinoamericano?  La producción documental en el Perú, que comúnmente se ha tomado como algo secundario a la ficción, a veces se deslinda de algunas de estas tendencias o incluso está desfasado de las tendencias que en algunos momentos imperaron en la producción documental en Latinoamérica, como el tercer cine, con el documental militante, y el auge del nuevo cine latinoamericano.[2] En otros momentos, más recientes, parece nutrirse de referentes y tendencias contemporáneas hacia el documental tanto a nivel global como latinoamericano, como sería el giro subjetivo, lo autobiográfico y formas híbridas de lo que se ha denominado como no-ficción.

Las primeras vistas o actualités que muestras imágenes del Perú  datan desde principios de la llegada del cinematógrafo al Perú cuando varios de los emisarios de las compañías Pathe y Gaumont circulaban por Sudamérica haciendo los primeros registros cinematográficos (Bedoya,1997: 16). En esta etapa tenemos las primeras miradas externas sobre los nuevos paisajes y ciudades en Latinoamérica. Posteriormente tendríamos a las compañías norteamericanas que harían sus travelogues en varios lugares en Latinoamérica en los años 40’s en conjunto con la política del buen vecino impulsada por la administración norteamericana como parte de su aproximación e influencia en América Latina ante el temor al comunismo.  Igualmente hay una gran cantidad de producciones de noticiarios en estas décadas. En el caso peruano se albergan en la Biblioteca Nacional y dan cuenta de una diversidad de momentos históricos desde la despedida al Amauta José Carlos Mariátegui hasta el golpe de estado de Odria (Carbone, 1991: 142). Este auge de los noticiarios producidos por productoras privadas fueron impulsados por un decreto en el primer gobierno de Manuel Prado, pero posteriormente continuados en otros gobiernos bajo el control del Ministerio de Gobierno y Policía que dirigía que debería presentarse (Bedoya, 2009: 93 ). Como plantea Paranaguá (2003: 25) los noticiarios constituyen uno de los principales acervos documentales de estas primeras décadas en muchos lugares en Latinoamérica, que dan cuenta de las políticas que los estados y los sectores dominantes estaban tratando de  propagandizar e imponer.  Las investigaciones sobre el caso del No-Do  en  la España franquista ha sido un referente para posibles aproximaciones a estos acervos fílmicos, que igualmente plantean las problemáticas de su preservación y difusión (Paranaguá, 2003: 23).  Esta problemática aplicaría a toda la producción cinematográfica peruana, pero en el caso del documental se complejiza aún más.  No solo se relaciona con los materiales perdidos o en gran deterioro sino que incluso producciones más recientes en formatos tanto en fílmico como en video se encuentra desperdigado, los propios realizadores no tienen copias de sus propias producciones o forma alguna para poder darle valor a los archivos para su resguardo y  difusión. En un país como el Perú sin una cinemateca nacional ni una política sobre el resguardo y puesta en valor de su patrimonio audiovisual, lo más cerca que tenemos a un archivo fílmico con amplio acceso es el pasillo 23 en Polvos Azules.[3] Sin embargo, vernos en el espejo latinoamericano nos presenta algunas interesantes posibilidades.

En el caso mexicano, la experiencia del Laboratorio Audiovisual del Instituto Mora constituye una iniciativa interesante en su interés por desarrollar formas de documentación que incentiven y a la vez se nutran de la investigación sobre el documental.  Han desarrollado un catálogo de sus acervos fílmicos que permite al usuario e investigador poder trazar no solo temáticas sociales y periodos históricos de los contextos sino también dar cuenta a partir de capturas de los filmes y cortas secuencias de aspectos fílmicos (Roca, 2015).   Igualmente otras experiencias desde el lado del cine casero, los home movies, que por cierto fueron tema de investigación por Richard Chalfen(1982) desde la antropología visual, también han surgido en la Cinemateca Mexicana así como en la Universidad Católica de Uruguay ( Soto, 2015; Keldjian, 2015). Los filmes caseros son un acervo audiovisual muy rico para trazar los estilos de vida, la cotidianeidad y la vida urbana en diversos momentos de la historia reciente en Latinoamérica. La iniciativa del “Archivo Inéditos” en Uruguay surge a partir de la preservación y puesta en valor de una serie televisiva que llevo a cabo la Universidad Católica del Uruguay a partir de películas familiares uruguayas.

La experiencia Colombiana, tanto en el trabajo previo llevado a cabo por la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano como actualmente en el Ministerio de Cultura en Colombia, constituyen iniciativas de un trabajo extraordinario en el resguardo y valorización de documentales como patrimonios de la nación, en procesos de documentación así como incentivos para proyectos de archivos comunitarios (Arango, 2015)  así como en el apoyo a la investigación de la historia del documental colombiano ( Patiño, 2009 ).

Todas estas iniciativas indican un necesario interés por el resguardo de los acervos documentales para su acceso y como documentos valiosísimos tanto para investigadores  como para la construcción de las memorias latentes que abundan en nuestras historias comunes recientes entre las postrimerías de las dictaduras, las debilidades de las democracias, el advenimiento del neoliberalismo y las coyunturas actuales.  Regresaremos a esta problemática al final del articulo para proponer su relación en torno al caso Peruano y las posibilidades de constituir un archivo del cine documental peruano.

¿Por qué a partir de los años 50 del siglo XX? Documental Indigenista y la Escuela del Cusco – Cine Club Cusco

Al tratar de comenzar a mapear el acervo documental peruano, uno de los primeros y más importantes momentos se sitúa en el caso de la llamada Escuela del Cusco, que más bien se formó como el Foto Cine Club Cusco fundado en 1955. Comúnmente al Cine Club Cusco se le relaciona con el largometraje Kukuli (1961), dirigido por Luis Figueroa y en su carácter de un indigenismo cinematográfico,  al instituirse en lo fílmico una tendencia que había proliferado y tenido su principal auge en la literatura y pintura casi 30 años antes. Sin embargo, varios de los principales integrantes  y fundadores del Cine Club, llevaron en una forma colaborativa la producción de una serie de documentales. Los hermanos Manuel y Victor Chambi,  el camarógrafo Eulogio Nishiyama, Cesar Villanueva y Luis Figueroa realizaron varios documentales que por primera vez trataron de explorar el contexto andino en el Cusco y mostraron al mundo las  primeras imágenes del indio.  Varios críticos reconocen en esta mirada hacia las realidades del indígena como su aporte principal  en el reconocimiento y constitución de un tema propiamente peruano. Estas producciones se situarían dentro de una mirada que si bien tiende a tener un aspecto más exploratorio e incluso se le ha catalogado como “un estilo sin estilo” (Leon Frias, 2013: 136) ya que los primeros documentales parecen ser los primeros acercamientos de los propios cineastas en el medio cinematográfico. Posteriormente también se le clasificarían como filmes etnográficos en los mismos circuitos por donde habían circulado y competido, ya que Manuel Chambi llego a viajar a varios lugares con estos filmes que fueron muy reconocidos.[4] Habría que tomar en cuenta también en que forma estas producciones se relacionan con el auge de la revalorización del folclore, los estudios de folclore que también tuvieron su auge entre los años 40’s y que aun albergaban una gran importancia posteriormente, la constitución de entidades como el Instituto de Etnología y Arqueología y  del propio surgimiento de la antropología en el Cusco.

En esta coyuntura  también se  puede situar un primer desfase con el resto de las producciones latinoamericanas. Cuando se presentan los filmes de Chambi en el Encuentro de Mérida en 1968, estaban ya imperantes las miradas militantes en el documental latinoamericano.  A diferencia de esta tendencia principal en la historia del documental latinoamericano y la subsecuente conformación del nuevo cine latinoamericano que trataban de forjar una mirada crítica y combativa hacia los desigualdades e injusticias en el contexto latinoamericano, los documentales de Manuel y Víctor Chambi mostraban un registro primordialmente observacional de las principales festividades en el Cusco. Este rasgo  debe haber también promovido su caracterización como filmes etnográficos, cuando en esos mismos momentos se estaba consolidando la producción de documental etnográfico en festivales e institutos en Europa y Estados Unidos (de Brigard, 1995: 29-30) .  Si bien en los primeros documentales, la predominancia del paisaje andino se hacía patente a través de la cámara de Nishiyama, no es hasta el documental  Estampas del Carnaval de Kanas (1963) que se hace más evidente, junto con el uso clásico de la voz en off, un discurso que recuerda mucho las visiones del indigenismo en su vertiente del neo-indianismo. Deborah Poole (2000: 225) describe el neo-indigenismo como una tendencia intelectual cusqueña que proponía la importancia de la fuerza y “el poder telúrico”  del paisaje andino como forjador de la idiosincrasia de sus pobladores.  Estas características del entorno social en que se enmarcaba la producción documental de Manuel Chambi puede darnos una pista de cómo se encarna tendencias indigenistas en la producción fílmica, algo que primordialmente se ha relacionado con Kukuli (Luis Figueroa, 1961), pero que tiene otras manifestaciones.  En el caso ecuatoriano, se ha investigado sobre la tendencia del documental indigenista, sus varias manifestaciones y relaciones con los procesos de modernización desde los años 20’s hasta los años 80’s (León, 2006: 33). No habido una exploración similar en el contexto peruano aunque  en un momento de la crítica cinematográfica si se llegara a discutir a partir de la denominación de los filmes de referente andino. (Ver Lozano Morillo, 1984: )  Sin embargo, nos preguntamos hasta qué punto estas miradas indigenistas que están patentes en otros contextos latinoamericanos se manifiestan en producciones posteriores en el caso Peruano incluso hasta hoy en día. Ahora bien, quizás el interés se ha transformado desde hace un tiempo, ya que la reivindicación previa a la figura del “indio” y su discusión en círculos académicos e institucionales se transformó posteriormente a las reivindicaciones del campesino y las comunidades campesinas como actores sociales y políticos.

Antes de proseguir con esta genealogía, hay que destacar que los varios  miembros de la Escuela del Cusco, incluyendo Manuel Chambi, participaron posteriormente en producciones que tuvieron un interés y propósito directo de cine político.  Cuando Jorge Sanjinés, el conocido realizador boliviano, viene al Perú a realizar El Enemigo Principal (1974), vemos a Manuel Chambi actuando como el hacendado en esta película. La idea de esta película fue basada en el testimonio que escribiera Héctor Béjar sobre la guerrilla de los 60’s en el Perú (Segui,2016: 71) . También varios de los otros filmes posteriores de Luis Figueroa, albergan una mirada más política.  En el caso de Figueroa, hay que explorar una serie de documentales que constituyen una parte muy importante de su filmografía pero que son menos conocidos que sus largometrajes de ficción. Tanto Kukuli (1961) como los posteriores Los Perros Hambrientos (1976) y Yawar Fiesta (1982) fueron en su momento foco de críticas cinematográficas. Sin embargo,  sus cortometrajes documentales que van desde el emblemático cortometraje El Cargador (1974) basado en el testimonio de Gregorio Condori Mamani, pasando por Chiaraq’e, batalla ritual (1977), que fue censurado por el gobierno de Velasco, hasta los documentales realizados junto al Instituto de Etnomusicología en los años 90’s,  no han sido abordados en críticas o investigaciones sobre el legado de este realizador. Por otro lado, el trabajo del cineasta Federico García en forma de docudrama  El Caso Huayanay (1981) es otro referente que habría que revisitar, el cual tiene sus influencias, paralelos y divergencias con lo realizado por el Grupo Ukamau en Bolivia.  Desde la perspectiva de los estudios de cine en el Perú, no se ha profundizado en estas posibles relaciones que se podrían trazar entre realizadores peruanos y bolivianos, pero que también están presentes hasta hoy día con otros países limítrofes y sus entornos cinematográficos, como por ejemplo los vínculos entre documentalistas peruanos y chilenos. [5]

Documental testimonial y denuncia

Runan Caycu (1973),  de Nora de Izcue es quizás el referente más directo en consonancia con la tendencia del nuevo cine latinoamericano y los movimientos de liberación surgidos desde la revolución cubana. Teniendo una relación directa con el ICAIC e incluso una influencia del estilo de montaje y la utilización de material de archivo influenciada por el documentalista Santiago Álvarez y su equipo de postproducción en Cuba. [6]

Este documental presenta a través del testimonio de Saturnino Huillca, un reconocido dirigente indígena que estaba activo desde los años 30, varios de los acontecimientos de la lucha de los movimientos campesinos en el Cusco y la toma de tierras previos a la reforma agraria impulsada por el gobierno de Velasco. Como plantea Marisol de la Cadena (2004: 206-215), los movimientos y federaciones de campesinos en el Cusco adoptaron el discurso clasista venido de las influencias de la izquierda, adoptando las categorías de campesino y compañero que sobrepasaban el estigma que acarreaba la figura del indio y que les permitía convertirse en actores políticos.  Ahora bien, el documental se realiza con apoyo del Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS), un organismo del gobierno Velasquista, pero termina siendo censurado por el gobierno militar puesto que presentaba las matanzas que había incurrido el mismo ejercito anteriormente en la represión de los movimientos campesinos en el Cusco.  El testimonio de Huillca en quechua con una voz que dobla al español constituye un ejemplo de lo que Yudice (1992: 230) plantea sobre los aspectos del genero del testimonio en  Latinoamérica, promoviendo una concientización sobre una situación o algún grupo social en particular y a la vez promoviendo la solidaridad entre grupos sociales. La figura del testimonio ha sido ampliamente discutida  en los estudios literarios y culturales, a la vez que comprenden una de las formas en que toda una serie de documentales en toda Latinoamérica entre los 60’y 80’s se proponía dar la voz al marginado, a lo invisibilizado, pero estas tendencias, aún vigentes en la práctica documental, comienza a perder fuerza a partir de la incorporación de varios de sus mecanismos en las prácticas de la televisión y los medios de comunicación de masas.  Estas tendencias del documental de denuncia junto con lo testimonial serian formas, que con distintos apelativos, caracterizarían por un buen tiempo los tipos de producciones documentales venidas de Latinoamérica. En el libro de Julianne Burton, The Social Documentary in Latinamerica (1990) se enfocaba en estas vertientes del documental social, testimonial y de denuncia que más o menos predominarían hasta los años 80’s pero que aún continúan muy presentes en varios filmes hasta hoy en día.

Runan Caycu es no solo un documento de un periodo de la historia peruana que comenzó a transformar las características de un país oligárquico hacia las transformaciones que generaron la reforma agraria, sino también probablemente la primera manifestación de la tendencia del testimonial dentro del documental peruano.  Ahora bien, esta caracterización es mucho más compleja y merece ser contestada a partir de cómo llega a ser una figura como Saturnino Huillca, un dirigente campesino,  protagonista de tres películas en la época y como esta entrelazada por varias mediaciones e intereses políticos en disputa (Segui, 2016: 69-70). También queda por explorar como jugo la figura de Huillca dentro de los propias políticas y actores involucrados en el gobierno de Velasco.

La ley de cine y el documental – Los años 70’s

Varios autores han remarcado en la importancia que significó la ley 19327 para la producción cinematográfica peruana (Bedoya, 1995: 190; de Cárdenas, 2005: 35 ). Esta ley promulgada durante el gobierno de Velasco permitió que varios realizadores hagan sus primeros cortos y promovió el cortometraje peruano puesto que toda proyección comercial debería ir acompañada de un corto que se beneficiaba con el 25% del impuesto que se le gravaba a la entrada del cine.  Recientemente se ha publicado un libro Cuando el cine era una fiesta: la producción de la ley 19327 (García, 2013) que da cuenta de las producciones que se han realizado en esta época, muchos de los cuales fueron documentales,  varias que no se tiene acceso o que nuevas generaciones no conocen. Ha perdurado en el imaginario de esta época,  la caracterización de estas producciones como los filmes de huacos, porque lamentablemente muchas productoras en el afán de lucro grababan lo que le era más accesible en viajes al interior y confeccionaban producciones de baja calidad (Bedoya, 1995: 190).   Sin embargo, como dan cuenta  las entrevistas y producciones de varios de los cortometrajistas de esa época recogidos por Carbone (2007), muchos de ellos produjeron varios cortos documentales, y son algunos de los más destacados documentalistas, desde el trabajo de Jorge Suárez; los filmes de Nora de Izcue, incluido el ya mencionado Runan Caycu, aunque haya sido vetado en su momento, los filmes de Gianfranco Annichinni, que no se autodenomina como documentalista, y  los trabajos de José Antonio Portugal, que no es tan conocido pero tiene una ecléctica producción.  También se encontrarían algunos filmes de Luis Figueroa,  forjador de la Escuela del Cusco, que usualmente se le identifica con sus largometrajes Kukuli, Los Perros Hambrientos, Jarawi o Yawar Toro, pero que a la vez tiene una amplia producción documental en la cual se incluyen El Reino de los Mochicas (1974), Chiaraje, Ritual Guerrero (1975 ),  El Cargador (1974 ),  entre otros filmes.

Esta producción de El Cargador, da cuenta de un leitmotiv, figura iterativa principal del documental latinoamericano y que tiene también sus propias itinerancias en el documental peruano.  La figura del cargador, del trabajo físico, muchas veces relacionando a la labor de cargar grandes pesos u oficios de trabajos forzados, se convierte en una metáfora de la imposición, servidumbre y relaciones de poder que se dan en el tercer mundo. Esta figura o motivo tendrá otros tratamientos posteriores por el cineasta Juan Alejandro Ramírez, en una clave más dentro de lo que se conoce como el documental de autor, en el caso del documental Solo un Cargador (2003).   Hay que mencionar que esta figura ha sido ampliamente discutida en el contexto Boliviano alrededor de la denominación aymara del aparapita pero en el Perú no se ha identificado como un tropos que interviene en varios filmes y que tiene paralelos en varios documentales latinoamericanos, como Araya (Margot Benacerraf, 1958),  Chircales (Marta Rodríguez y Javier Silva, 1971) o Los Hieleros del Chimborazo (Gustavo e Igor Guayasamin, 1980), solo para mencionar algunos filmes emblemáticos.[7]

En los 90’s, Luis Figueroa colaboró también en una serie de videos promovidos por el Centro de Etnomusicología, actualmente Instituto de Etnomusicología (IDE) junto con el antropólogo Juan Ossio, que son parte de la Serie de Video Etnográficos que en el año 2010 publico el IDE.  Junto con otros previos videos que se realizaron de varias practicas rituales, festivas y musicales en diferentes regiones del Perú como parte de un proyecto de Preservación de la Música Tradicional Andina que llevo a cabo el Centro de Etnomusicología en sus primeros 16 años también son una acervo para investigarse. En esta colaboración entre Luis Figueroa y Juan Ossio, se produjeron los documentales relacionados con ciertas festividades principales y rituales andinos:  Corpus Christi (1995), Rituales Guerreros (1995), Mamita Candelaria (1996) y Toro Pucllay (1998).  En este rubro del registro,  preservación y salvaguarda de patrimonios inmateriales, la oficina de Patrimonio Inmaterial del Ministerio de Cultura como parte de sus varios proyectos también ha llevado a cabo documentales que acompañan sus publicaciones y más recientemente se encuentra las iniciativas de CRESPIAL.

El desborde popular y el Grupo Chaski en los años 80’s

En el contexto peruano, la década de los años 80 comenzó con un regreso a la democracia y grandes expectativas y esperanzas para una serie de reivindicaciones sociales junto con una mayor participación de partidos de izquierda. Sin embargo, esta situación se esfumó ante la peor crisis social y económica que ha tenido el país, que significó una recesión e hiperinflación galopante que llegó a niveles inimaginables durante el gobierno de Alan García. A la par con la crisis económica y del agro durante el gobierno de Belaunde Terry, surgió la aparición de Sendero Luminoso en la zona de Ayacucho y del MRTA, con una inadecuada reacción militar que propagó una violencia inaudita por todo el sur y centro andino. Dentro de este escenario caótico, se formó el grupo Chaski, un colectivo comunicacional, inspirado en los ideales de los movimientos culturales y artísticos de la década de 1960 (Santivañez, 2010: 97). En sus producciones, tanto los largos de ficción como los cortos documentales, se enfocaron en sujetos marginales del sistema posicionándolos como actores sociales y políticos. El grupo Chaski se proponía  mostrar lo que estaba aconteciendo en el país, inmersos en la tugurización y pobreza de Lima, reflejando los cambios que estaba generando la inmigración a la ciudad: crecimiento desmedido de barriadas, situaciones precarias de vivienda, el fracaso de un proceso desarrollista y un centralismo perverso, lo que Matos Mar (1984:14-20) catalogó como el desborde popular, el contingente de desplazados migrantes que van tomando la ciudad en situaciones muy adversas reclamando sus derechos y su lugar en una Lima que cambiaba totalmente de rostro.

A partir de su primer mediometraje Miss Universo en el Perú (1982), El Grupo Chaski  se lanzó a la palestra con una crítica al concurso de belleza que se estaba llevando a cabo en Lima contrastándolo con  la situaciones social y económica imperante y los estereotipos que se presentaban hacia la mujer.   Comúnmente al Grupo Chaski se le relaciona más con sus largometrajes Gregorio(1984) y Juliana(1988) que tuvieron una gran acogida en su época.  Sin embargo,  produjeron posteriormente una serie de 10 cortos documentales para la televisión alemana bajo el título de Retratos de Sobrevivencia, que incluyen los filmes Encuentro de Hombrecitos (1987 ), Margot la del circo (1987), Crisanto el Haitiano ( 1989 ), El taller más grande del mundo (1990). El caso del Grupo Chaski es un referente primordial en la historia del documental peruano pero también en la forma que dan cuenta de la migración a Lima, el desborde popular y las estrategias que iban formando distintos actores para poder sobrevivir en estas situaciones sociales precarias. En estos términos, se emparenta con los estudios que también se estaban llevando en esas épocas desde las ciencias sociales sobre migrantes, sus formas de auto-organización, sus estrategias culturales y organizativas andinas traídas a un contexto urbano que los desplazaba y marginaba, con planteamientos sobre la formación de una modernidad popular o del sujeto productivo informal al margen del estado (Degregori et al., 1986; Golte y Adams, 1987 ).

¿Y después de los 80’s? ¿qué ocurre con la producción documental en la década de los noventas?¿qué significo para la producción documental los años de la dictadura fujimontesinista?

Post años 80’s: el debacle de la producción documental y desplazamiento hacia las ONG’s

Como han remarcado varios críticos a partir de la abolición de la ley 19327, un buen número de producciones y productoras vieron truncadas sus realizaciones. Junto con el control de los medios de comunicación y la imposición de un régimen dictatorial por parte de la dupla Alberto Fujimori y su asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos, se impuso una nueva constitución, la privatización de entidades estatales y los comienzos de un orden neoliberal con la venia de la mayoría de los grupos económicos de poder. En este contexto de los 90’s,  la producción documental mermo casi por completo. En el campo del documental, podemos más bien dar cuenta en este periodo de experiencias por parte de realizadores peruanos que comenzaban a producir desde el exterior sus primeros documentales. Se dan algunas de las primeras películas autobiográficas de realizadores que se afincan en el extranjero y que constituyen documentalistas muy destacadas (Godoy, 2013: 129 ). Godoy se refiere puntualmente a los casos de Mary Jiménez, Juan Alejandro Ramírez, Javier Corcuera y Heddy Honningman.  Estos realizadores serian también antecedentes de tendencias posteriores que comenzaran a surgir a partir de los años 2000.

La desaparición de los incentivos que daba la anterior ley 19327 y la constitución de una ley de cine en el año 1993 con características propicias y alineadas a las políticas neoliberales impuestas en el gobierno, dejaron en un principio en vaivén a muchas producciones y por otro lado no se cumplían los montos dispuestos para los fomentos a los premios.  Algunos realizadores  se fueron trasladando al campo de la producción en video, haciendo trabajos con ONG’s, y encargos de  productoras o televisoras extranjeras y organismos internacionales.  En esta instancia, me permito sugerir que quizás desde estos momentos también se podría trazar una gran cantidad de producciones que si bien son de carácter de videos institucionales constituyen también un acervo de la aproximación a varias temáticas sociales desde las miradas de las ONG’s y organismos internacionales. Incluso varios de los cortometrajistas más conocidos de esta época previa trabajaron dentro de estas instancias, como los casos de Jorge Suárez, Nora de Izcue, Marita Barea y José Portugal.  Algunas de estas experiencias son aproximaciones a la difusión de conocimientos agrícolas andinos que pueden conectarse con las experiencias que existieron con políticas de desarrollo, pero también hay aproximaciones más lúdicas a las experiencias de los sueños y deseos de jóvenes en esta época así como el  empoderamiento de las empleadas domésticas y las luchas por la equidad de género.  Acá faltaría explorar una genealogía sobre qué tipo de experiencias documentales van surgiendo dentro de estas entidades y que más adelante generarían proyectos como PRATEC, en donde se hicieron una serie de videos sobre tecnologías andinas.  En este rubro, estarían los trabajos que realizaron Maja Tillman  junto con Rodrigo Otero Heraud. El trabajo posterior de Otero Heraud ya estaría inmerso en las estéticas y prácticas del documental contemporáneo e incluso de propuestas más experimentales con sus filmes Andun (2002) y Reyno (2006)  que albergan aproximaciones poéticas al poeta Javier Heraud así como un acercamiento onírico y ensayístico a temáticas del paisaje y la cosmovisión andina.  Recientemente, ha realizado el documental Los ojos del camino (2018), que le da seguimiento al maestro andino (paq’o) Hipólito Peralta Ccama en una travesía poética ensayística por diversos parajes andinos a manera de una metáfora sobre los sentimientos de la cultura y cosmovisión andina hacia la madre tierra, planteándonos varios cuestionamientos sobre nuestra relación con la naturaleza como ser viviente, como eterno acompañante de nuestras vidas.

En este mismo contexto de producciones en diversas ONG’s y pequeñas productoras, se daría también los principios de involucramiento con el audiovisual y las formas documentales de destacados realizadores documentales posteriores. Estaría el caso de Fernando Valdivia, reconocido realizador de documentales sobre las problemáticas y vivencias de varias comunidades indígenas en la Amazonia Peruana, con su participación en los comienzos de la iniciativa en Villa El Salvador del Canal 45 como una experiencia de producción comunitaria en medios de comunicación así como sus vínculos y participación con la productora TVCultura.[8] A la par, se podría mapear el recorrido del documentalista Ernesto Cabellos, fundador de la reconocida productora Guarango, que tiene como mentor a Stephan Kaspar, uno de los fundadores y pilares del Grupo Chaski. Ambos son importantes trayectorias y vínculos generacionales que aún falta trazar sus relaciones con los contextos cinematográficos e históricos de la época.

Si bien había comenzado a filmar en el Perú desde los finales de los 70’s,  también habría que localizar en esta coyuntura de los años 90’s,  el trabajo de John Cohen, músico, fotógrafo y cineasta norteamericano. Si bien viene de una extracción extranjera es un referente importante a considerar especialmente por sus producciones documentales que llevo a cabo en el Perú y que no han sido investigadas. Su primer filme Q’eros, the shape of survival (1979) entraría en la denominación de cine etnográfico mito poético con una mirada holística a la comunidad Qéros, al construir una imagen de los Qéros consecuente con su denominación mítica de descendientes directos de los incas, pero que a la vez da cuenta de sus prácticas comunales de lo que el antropólogo John Murra, denomino el archipiélago vertical o el control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía andina.   A partir de su interés por las experiencias musicales andinas, explora los mundos de la música y ritual andinos en los documentales, Mountain Music of Peru (1984), Carnival in Qéros (1990) y las repercusiones sociales en un momento en que se entrecruzaba  la violencia política en el país con el fenómeno de músicos andinos migrantes a la metrópoli en el caso del emblemático documental, Dancing with the Incas

(1991). En su momento de su presentación fue criticado por su postura en un momento en que el grupo de Sendero Luminoso ya había cometido una serie de atrocidades en varias localidades andinas y atentados en Lima. Sin embargo,  este filme maneja una mirada crítica hacia la situación social del momento en el Perú a través de los propios testimonios y experiencias de los cantantes vernaculares que no se muestran en otros documentales de la época.

¿Qué se genera a partir de la transición democrática y la imposición a perpetuidad de un régimen neoliberal? Nuevas tendencias y transformaciones en el nuevo milenio

A partir del 2000, parece abrirse un campo  a partir de las producciones estudiantiles en universidades, institutos y algunas producciones independientes (Bedoya,2009: 232 ; Godoy, 2013: 107 ).   La apertura que significó el momento de la transición democrática en el Perú  junto con la mayor accesibilidad de medios de producción audiovisual, con lo cual poco a poco se iba estableciendo el video digital, abrió el campo a otras propuestas documentales.  En esta coyuntura, habría que tomar en cuenta que a la par con una mayor visibilidad del documental en renglones internacionales, se va dando lo que varios autores han denominado un giro subjetivo en el documental.  Esta tendencia ya se había comenzado a dar en el contexto anglosajón, el teórico del documental Michael Renov  identifica en los años 90’s una tendencia de varias producciones que se iban adentrando en temáticas más íntimas y subjetivas en la producción documental.  Igualmente otros autores lo identifican dentro del mismo contexto latinoamericano, con una producción principal en el caso de Argentina y Chile pero que va surgiendo en varios otras áreas y producciones en Latinoamérica (Piedras, 2014; Valenzuela, 2011). En el caso peruano, el trabajo de Mauricio Godoy, “Lo autobiográfico en el documental peruano” (2013) investiga varias de esta producciones, sus antecedentes y realizadores en el contexto peruano que se comienza a dar a partir de la primeras dos décadas del siglo XXI.

Esta tendencia de lo autobiográfico constituye una de las más prolíficas en el documental peruano actual, pero  es solo parte de algunas de las avenidas que abre la producción documental para la expresión de nuevas perspectivas.  Y jóvenes realizadores, que comienzan a tener otros referentes hacia formas del documental contemporáneo como: el falso documental, el metraje encontrado, el documental de compilación, y formas híbridas de lo que ahora se va denominando como la no-ficción.  En esta coyuntura, se sitúa también el libro de Ricardo Bedoya “El cine peruano en la era digital” (2015) que presenta un amplio panorama de varias producciones recientes incluyendo muchos documentales con breves reseñas, que pueden ser referencia para posteriores investigaciones.  En un reciente número de la revista Conexiones (2018), se ha presentado algunos artículos que están tratando de dar cuenta de algunas de las producciones más recientes en el documental peruano que estarían rompiendo esquemas y planteando propuestas híbridas de no-ficción. Dentro de estas nuevas tendencias, se encontrarían una diversidad de trabajos desde aproximaciones a prácticas de metraje encontrado con archivos relacionados al conflicto interno armado en Camino Barbarie (Javier Becerra, 2004) y La Huella (Tatiana Fuentes, 2012), aproximaciones sensoriales como en Signo Generador (Adriana Ugarte, 2010) y El Operador ( Diana Tupiño, 2017); o  propuestas más experimentales entrelazadas con prácticas del video-arte como Dictado ( Edward de Ybarra, 2016 ) sobre el conflicto medioambiental en torno al proyecto minero Tía María, Arequipa.  Poco a poco van surgiendo algunas iniciativas para explorar el documental peruano, planteando mapeos y posibles indagaciones especialmente a producciones contemporáneas.  Sin embargo, como estamos dando cuenta en esta panorámica y genealogía del cine documental peruano aún quedan muchas avenidas y posibles campos por explorar.

Performando el documental en el Perú Contemporáneo

A partir del gobierno de Fujimori se instituye un orden neoliberal que en las primeras décadas del siglo XXI se fue enraizando aún más en el tejido social peruano. Los imperativos impuestos por el orden neoliberal en sus impulsos por promover la marca Perú y otras iniciativas de promoción y marketing de marca país en plataformas y diversas campañas en internet así como en la utilización de videos promocionales que incluso fueron caracterizados como documentales, que sería el caso de Peru, Nebraska (2011) y algunos de sus secuelas. Brevemente solo daré cuenta de un ámbito en el que he estado investigando sobre los cambios que  han incurrido en la historia reciente en el Perú, me refiero a la transformación del sujeto migrante venido a Lima, que se representó en varios documentales y filmes de los 80’s, y que también constituyo el interés en varios trabajos en las ciencias sociales en esas épocas, hacia la figura del emprendedor que se ha constituido como referente del sueño peruano a la par con estas tendencias de la Marca Perú, el auge de la gastronomía como estandarte y figura del ethos peruano hasta políticas culturales que se fomentan con la idea de promocionar emprendedores culturales.  Esta transformación del sujeto migrante, como estandarte de un nuevo futuro ciudadano que cambiaría las facetas de la Lima oligárquica, hacia el auge del emprendedor como uno de los estandartes del neoliberalismo peruano, se puede trazar a través de una serie de documentales, desde Encuentro de hombrecitos (1983) del grupo Chaski, pasando por el documental Sueños Lejanos (2003) de uno de los integrantes de este grupo, revisitando la vida de los personajes de este previo filme, 20 años después, posterior a la debacle de la dictadura fujimorista. Posteriormente en el 2010, como parte de una serie de documentales sobre figuras artísticas,  el colectivo Mercado Central produce el cortometraje Vine cargando mi Arpa (2010), que da cuenta de la figura artística de Laurita Pacheco, una cantante de folclor andino y arpista, que  también ha sido migrante pero que su presencia y accionar ya se va encarnando en la concepción del emprendedor peruano.

Lo interesante es que en el contexto peruano actual se han dado también otras producciones como Sigo Siendo (2013), del documentalista Javier Corcuera, que tuvo una gran acogida de público en salas comerciales y en varias medios sociales y más recientemente podríamos considerar a La Hija de la Laguna (2015) de Ernesto Cabellos  como  otra  instancia documental reciente que promueven miradas críticas a las imposiciones del neoliberalismo en el contexto peruano pero desde posicionamientos a diferentes problemáticas y actores sociales.  Ambas han tenido presentaciones en salas comerciales, quizás no con la misma amplitud, pero igualmente han aparecido en diferentes programas televisivos y notas de prensa.

¿Cómo performan estas producciones documentales recientes en la esfera mediática peruana o en la esfera pública peruana? El hecho que por una parte el documental de Corcuera, Sigo Siendo, haya tenido una programación y exhibición en salas comerciales en Lima, ha abierto un campo para el documental en ciertos cines comerciales.  La Hija de la Laguna, con una temática que toca el tema de los conflictos por el proyecto minero Conga en Cajamarca también ha podido mostrarse, aun con ciertos contratiempos y censuras, en algunas salas comerciales, pero incluso ahora ha podido presentarse en Netflix. Todos estos son ámbitos que señalan hacia un carácter de performatividad del propio documental peruano dentro de la esfera mediática peruana e incluso internacional. Estos recientes ejemplos nos zambullen en algunos de las problemáticas menos discutidas pero principales de la producción documental, los temas de la circulación, distribución y construcción de audiencias. Si el propio cine peruano de ficción tiene grandes contratiempos para poder presentarse en salas comerciales,  ¿Cuáles son entonces los canales posibles para los documentales peruanos?  ¿Cuál es el rol de festivales e iniciativas alternativas para la presentación y circulación del documental en el Perú?  Nuevamente, a diferencia de recientes iniciativas de investigación en países cercanos en el ámbito latinoamericano ( Ver Revista Cine Documental, número 18, 2018), no existen aproximaciones que investiguen estos campos de los festivales y circulación del documental en el contexto peruano.

A modo de conclusión y propuesta a futuro

A partir de la experiencias de los cursos implementados en la Maestría en Antropología Visual en su línea documental, llevamos a cabo en el año 2015  un Seminario Internacional  Prácticas y Nuevas Perspectivas en el Cine Documental Peruano y Latinoamericano, donde se llegaron a presentar una diversa gama de ponencias.  Este evento se pensó como una plataforma para ir avanzando en la posibilidad de conformar un posible archivo de cine documental peruano, como una plataforma de web interactiva, que recoja algunas de las pocas iniciativas existentes que ya se están llevando a cabo en el Perú relacionados al cine documental, pero a la vez se vaya fomentando la constitución de un archivo digital que no solo incorpore la diversidad de tendencias, realizadores y temáticas del cine documental peruano, sino que albergue una serie de materiales de archivo relacionados a la historia y practica del documental. La idea de este Proyecto ADOC- Archivo del Cine Documental Peruano es incentivar la investigación sobre el cine documental peruano y su importancia como una práctica íntimamente ligada a las problemáticas sociales y culturales en el Perú contemporáneo.  El rol de un archivo documental peruano constituye no solo un acto de preservación e investigación social de un patrimonio audiovisual en vías de desaparición sino también un espacio para la apertura y reconocimiento de la diversidad de miradas, imágenes, voces y subjetividades que han sido recogidas por la historia del cine documental peruano.[9]

Bibliografía

Arango, Marina. (2015) “Política de protección y Salvaguardia del Patrimonio Audiovisual. Ministerio de Cultura, Colombia”.  (DVD) Trabajo presentado al Seminario Regional Preservación y valoración del Patrimonio Audiovisual en América Latina, 9 al 11 de setiembre de 2015. Lima : Pontificia Universidad Católica del Perú.

Arenillas, María Guadalupe y Michael J. Lazzara (eds.) (2016), Latin American Documentary Film in the New Millenium.  New York: Palgrave Macmillan

Bedoya, Ricardo (1995 ), 100 años de cine en el Perú: una historia crítica. Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima

Bedoya, Ricardo (1997), Un cine reencontrado: Diccionario ilustrado de las películas peruanas. Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima

Bedoya, Ricardo (2003), “Manuel Chambi y los documentales del Cusco”. En Paranaguá, P. (editor) Cine Documental en América Latina. Madrid: Ediciones Cátedra

Bedoya, Ricardo (2015) El cine peruano en tiempos digitales. Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima

Carbone, G. (2007), El cine en el Perú. El cortometraje: 1972-1992. Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima

Degregori, Ivan, Nicolás Lynch Gamero y Cecilia Blondet (1986), Conquistadores de un nuevo mundo : de invasores a ciudadanos en San Martín de Porres. Lima: IEP

García Miranda, Nelson (2013), Cuando el cine era una fiesta: La producción de la Ley Nº 19327, Violeta Núñez Gorriti Ed., Lima.

Godoy, Mauricio (2013), 180 gira mi cámara: Lo autobiográfico en el documental peruano. Lima: Departamento Académico de Comunicaciones, PUCP

Godoy, Mauricio (ed.)(2018), Revista Conexiones,

Golte, Jürgen y Norma Adams (1990), Los Caballos de Troya de los Invasores: Estrategias Campesinas en la Conquista de la Gran Lima. Lima: IEP

De la Cadena, Marisol (2004), Indígenas Mestizos: Raza y cultura en el Cusco. Lima: IEP

Keldjian, Julieta (2015). “Práctica fílmica amateur y la proyección comunitaria, Universidad Católica del Uruguay”. (DVD) Trabajo presentado al Seminario Regional Preservación y valoración del Patrimonio Audiovisual en América Latina, 9 al 11 de setiembre de 2015. Lima : Pontificia Universidad Católica del Perú

León Frías, Issac (2013), El nuevo cine latinoamericano de los años sesenta: entre el mito y la modernidad fílmica. Lima: Fondo Editorial Universidad de Lima

Matos Mar, José. (1984), Desborde popular y crisis del Estado. El nuevo rostro del

Perú en la década de 1980. Lima: IEP

Paranaguá, P.  (2003), Cine documental en América Latina. Madrid: Ediciones Cátedra

Patiño Ospina, Sandra Carolina.  (2009) Acercamiento al documental en la historia del audiovisual colombiano. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia

Peirano, María Paz y Mariana  Amieva (eds.) (2018)Dossier: Encuentros en los márgenes: festivales de cine y documental latinoamericano” en Revista Cine Documental, Número 18, Año 2018

Piedras, Pablo (2014), El cine documental en primera persona. Buenos Aires: Paidós

Poole, Deborah (2000), Visión, Raza y Modernidad: Una economía visual del mundo andino de imágenes. Lima: Sur Casa de Estudios del Socialismo

Quinteros, Alonso (2015), “Sueños Peruanos I: De imágenes migrantes a figuras

emprendedoras en el documental peruano” En: Revista Chilena de Antropología

Visual, Número. XXIV. http://www.rchav.cl/index_24.html

Renov, Michael (2004), The subject of documentary. Minneapolis: The University of Minnesota Press

Roca, Lourdes. (2015) “Investigación, documentación y fuentes audiovisuales, Instituto Mora, México”. (DVD) Trabajo presentado al Seminario Regional Preservación y valoración del Patrimonio Audiovisual en América Latina, 9 al 11 de setiembre de 2015. Lima : Pontificia Universidad Católica del Perú

Ruffinelli, J. (2012) America Latina en 130 documentales. Chile: Uqbar Editores

Santivañez, Stella del Rocio. (2010) “La generación del 60 y el cine del grupo Chaski”. En:  Debates en Sociología, 35:95-106.

Seguí, Isabel (2016), “Cine-Testimonio: Saturnino Huillca, estrella del documental revolucionario peruano”, en Revista Cine Documental, Número 13 – Año 2016.   http://revista.cinedocumental.com.ar/cine-testimonio-saturnino-huillca-estrella-del-documental-revolucionario-peruano/

Soto, Tzutzumatzin (2015). “Memorias familiares como patrimonio nacional cinematográfico, Cineteca Nacional, México”. (DVD) Trabajo presentado al Seminario Regional Preservación y valoración del Patrimonio Audiovisual en América Latina, 9 al 11 de setiembre de 2015. Lima : Pontificia Universidad Católica del Perú.

Valenzuela, V. (2011). “Giro subjetivo en el documental latinoamericano” , laFuga, 12. [Fecha de consulta: 2018-10-01] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/giro-subjetivo-en-el-documental-latinoamericano/439

Yudice, George.(1992), “Testimonio y Concientización”. En Revista de Crítica  Literaria Latinoamericana, Año 18, no. 36

Notas

[1] En una versión más larga de este trabajo, se han propuesto posibles áreas de exploración a partir de temáticas puntuales que congregan varios documentales y practicas documentales en estas primeras décadas del siglo XXI.

[2] León Frías (2013) en su estudio sobre el nuevo cine latinoamericano ya menciona este desfase del cine peruano con esta tendencia que se va formando en el continente.

[3] Esta es una galería comercial en el centro de Lima con múltiples stands donde se puede encontrar desde los últimos modelos de jeans y zapatillas de marcas reconocidas hasta copias de DVD’s y Blue-ray de los estrenos comerciales más recientes.

[4] Cuando se llegaron a presentar en Lima, José María Arguedas los catalogo como filmes de gesta, refiriéndose a la gesta de una cinematografía netamente peruana.

[5] En su artículo sobre la figura del dirigente campesino Saturnino Huillca como protagonista en una serie de películas, Isabel Seguí explora algunas de estas vinculaciones y participaciones de realizadores peruanos y bolivianos en la producción del filme Jatun Auk’a ( El Enemigo Principal,1974) de Jorge Sanjines.

[6] Seguí (2016) recoge en una entrevista a Nora de Izcue donde destaca la importancia de la participación en la postproducción de los profesionales de ICAIC, tanto la editora Mirita Lores y el especialista en fotomontaje Pepín Rodríguez, quien pertenecía al equipo de Santiago Álvarez.

[7] Le agradezco a la investigadora Isabel Seguí por remitirme a esta figura del Aparapita tan arraigada en discusiones sobre la literatura boliviana.

[8] El trabajo de Fernando Valdivia merece una investigación amplia tanto por sus varias producciones enfocadas en la amazonia peruana así como las recientes experiencias del proyecto Escuela de Cine Amazónico, en Pucallpa. Recientemente, ha publicado un artículo: “Amazonia, los caminos hacia la autorrepresentación indígena en el cine peruano”, en la Revista La Otra Cosecha, Numero 1- Año 2018, que es una publicación autogestionada por el Colectivo Maizal enfocado en el Cine y Video Comunitario en Nuestra América.

[9] Una discusión de las posibilidades del Proyecto ADOC se presentó  en el Seminario Antropología y Archivo en la Era Digital: usos emergentes de los audiovisual con la ponencia:  “La (im)posibilidad de un archivo de cine documental peruano” (Noviembre 17, 2017). En proceso de publicación.

Cine amateur: delimitaciones conceptuales y técnicas de su primer ciclo

Descargar texto

Diego Olivares Jansana, Carlos del Valle Rojas y Breno Onetto Muñoz

Resumen

El primer ciclo del cine amateur –de la filmación a su proyección- permite indagar en aspectos propios del contexto social en el que se desarrolla este tipo de cine, sus valores narrativos, sus parámetros estéticos y sus condicionantes técnicos. El objetivo de este trabajo es establecer y analizar las dimensiones de este primer ciclo, junto con delimitar conceptualmente las producciones fílmicas no profesionales en tanto legítimas formas de cine.  Para ello, se han revisado manuales para cineastas amateur y la reflexión de distintos autores acerca del cine como manifestación técnica y artística. Se ha indagado, además, en las condiciones mecánicas que rigen y modelan la realización de cine aficionado, imponiendo requisitos particulares que son definitorios de este tipo de cinematografía. Junto con inscribir al cine amateur como parte integrante del fenómeno del cine en general, reconociendo sus elementos particulares, este artículo fija su interés en los aspectos rituales propios de este primer ciclo, con especial atención en la proyección del material filmado y su promesa de restitución de la imagen en movimiento.

Palabras clave

Cine amateur; imagen en movimiento; rito; cine familiar; arte técnico

Abstract

The first cycle of amateur cinema – from filming to screening – allows us to investigate aspects of the social context in which this kind of cinema is developed, its narrative values, its aesthetic parameters and its technicals constraints. The objective of this work is to establish and analyze the dimensions of this first cycle, along with conceptually delimiting non-professional film productions as legitimate forms of cinema. To this end, manuals for amateur filmmakers and the reflection of different authors about film as a technical and artistic manifestation have been reviewed. It has been investigated, in addition, in the mechanical conditions that govern and model the making of amateur cinema, imposing particular requirements that are defining this type of cinematography. Along with registering amateur cinema as an integral part of the phenomenon of cinema in general, recognizing its particular elements, this article fixes its interest in the ritual aspects of this first cycle, with special attention to the projection of the filmed material and its promise of restitution of the moving image.

Keywords

Amateur cinema; moving image; ritual; family cinema; technical art

Resumo
O primeiro ciclo do cinema amateur – das filmagens à triagem – permite investigar aspectos do contexto social em que se desenvolve esse tipo de cinema, seus valores narrativos, seus parâmetros estéticos e suas limitações. O objectivo deste trabalho é estabelecer e analisar as dimensões deste primeiro ciclo, juntamente com definir conceptualmente produção de filmes não profissionais como formas legítimas de cinema. Para tanto, foram revisados ​​manuais para cineastas amateur e o reflexo de diferentes autores sobre o cinema como manifestação técnica e artística. Além disso, investigou as condições mecânicas e regula modelo fazer filmes amateur, requisitos que definem este tipo de cinema impor. Junto com registrar o cinema amateur como parte do fenômeno do cinema em geral, reconhecendo os seus elementos particulares, este artigo define seu interesse nos aspectos rituais deste primeiro ciclo, com especial atenção para a triagem do material filmado e sua promessa de restituição da imagem em movimento.

Palavras-chave

Cinema amateur; imagem em movimento; ritual; cinema familiar; arte técnica.

Datos de los autores

Diego Olivares Jansana, periodista, estudiante del Doctorado en Comunicación de la Universidad de La Frontera y la Universidad Austral de Chile.

Coautores: Carlos del Valle Rojas, académico Universidad de La Frontera; Breno Onetto Muñoz, académico de la Universidad Austral de Chile.

Fecha de recepción: 29 de agosto de 2018.
Fecha de aprobación: 10 de noviembre de 2018.

Introducción

Rollos de cine amateur están siendo pesquisados, recolectados, restaurados, digitalizados e incorporados en archivos públicos y privados por todas partes del mundo. Roger Odin (2008: 197) señala que “el film familiar goza hoy públicamente de un verdadero reconocimiento como documento”, abriendo una enorme cantidad de interrogantes en torno al espacio que este tipo de producciones pudiesen ocupar en el esfuerzo multidisciplinar de construir memorias colectivas, historiografías o antropologías. Este material porta preguntas acerca de sus rangos estéticos, técnicos, contextuales y narrativos en tanto producción cinematográfica, transformándose en ventanas de alto interés para explorar pliegues de la vida íntima, privada, pública, familiar y comunitaria de buena parte del siglo XX. Esto se ve refrendado en el trabajo compilatorio que diversas instituciones emprendieron con el fin de construir bibliografías que recogieran los textos asociados al cine en pequeño formato. Acá destaca la sistematización de referencias efectuada por la Asociación de Archivistas de Imagen en Movimiento, de Estados Unidos (AMIA, por sus siglas en inglés). En este listado, editado por Margaret Compton, se declara que su “propósito era ofrecer un punto de partida para los archivistas e investigadores interesados ​​en comprender las imágenes en movimiento de aficionados y de pequeño tamaño” (Compton, 2005: 1).

El presente trabajo propone revisar los márgenes técnicos y performáticos del cine amateur, cuáles son las delimitaciones conceptuales que distintos abordajes han establecido y cómo opera la realización y exhibición de este tipo de cine en los contextos en los que se desarrolla. Para esto se plantea una reflexión, a partir de una revisión bibliográfica, que sitúa al cine amateur en el marco de la cinematografía en general. En esta línea, se traza una secuencia donde se tornan visibles distintos hitos técnicos y artísticos que son basamento para toda forma de cine, además de las ideas que han dialogado alrededor de la producción fílmica, cualquiera sea su envergadura. Se pretende, entonces, inscribir al cine amateur como parte integrante -no excluible a partir de distinciones arbitrarias- de aquellos aspectos mecánicos, procedimentales y narrativos que constituyen el fenómeno cinematográfico, sea emprendido por profesionales o aficionados, en un gran estudio o en el patio de una casa en cualquier parte del mundo.

Esta propuesta de análisis equipara al cine amateur con el cine profesional poniendo en relieve las condiciones mínimas comunes que están en toda producción fílmica. Sin embargo, junto con dejar sentado este ámbito de legitimidad del cine realizado por aficionados, se aíslan los elementos que distinguen este tipo producciones y se dota de sentido propio –en tanto tiene historia, contexto y particularidades mecánicas- al cine amateur. Para observar estos elementos, se revisaron los cambios técnicos que han determinado la incorporación de cineastas amateur al campo de la producción, teniendo como marco de referencia lo descrito en manuales que explícitamente se presentan como guías para este tipo de realizadores. Respecto de esto, se analizaron textos que cubren un lapso donde se distinguen las innovaciones mecánicas, el cambio y superposición de estándares de filmación (16mm, 9,5mm, 8mm y súper 8mm) que fueron delineando las formas de hacer cine no profesional. En ese sentido, el presente texto se detiene en el formato, estableciendo que el cine amateur es, esencialmente, un cine en tamaño pequeño.

Este trabajo propone, además, una mirada sobre cómo el contexto en el que se produce el cine amateur afecta y es afectado por la obra realizada. Cómo el proceso de filmación y posterior visionado de las imágenes constituye una promesa de captura y restitución en que se involucra todo el entorno del cineasta amateur. Este enfoque pragmático, que involucra el filmar y ser filmado, junto a la proyección del registro ante sus testigos, constituirá lo que se presenta como primer ciclo del material fílmico amateur, aún dentro de su contexto de origen. Este primer ciclo se cerrará precisamente con el rito de la proyección, donde se comparten marcos interpretativos comunes entre realizador y público. Ahí es cuando se cumple con la promesa restauradora. Empero, sin que sea parte de este trabajo, en distintas partes del texto se anuncia una perspectiva semiopragmática para analizar el cine amateur, en la cual las producciones de aficionados son vistas fuera de su contexto bautismal (como documento público, por ejemplo), asumiendo la existencia de un segundo ciclo para las filmaciones realizadas por no profesionales.

Todo cine, cualquier cine: el estatuto de legitimidad del cine amateur

Más allá de toda categorización, establecimiento de jerarquías y tipificaciones en torno a los géneros del cine, o a sus distintas manifestaciones autorales e ideológicas, siempre habrá un lugar donde toda forma de cine es idéntica a otra, ineludiblemente. Este lugar será el proceso técnico que se activa al momento de accionar el disparador de la cámara, que entra en latencia cuando se vuelve a presionar el pulsador y que aparece impreso en el celuloide tras el revelado.

El filósofo francés Gilles Deleuze (1983) acude al director italiano Pier Paolo Pasolini –sin secundarlo- para darle un nombre a ese corte arbitrario, a ese ordenamiento del mundo que es requisito obligatorio para que exista el fenómeno. El realizador y escritor italiano, dice, recurre al término cinema para referirse a esto que hermana todo cine. Así como el fonema es la unidad fonológica mínima del lenguaje hablado, el cinema será la unidad mínima del cine, aquello que conforma una cabalidad espacio temporal reconocible, un dentro y fuera de cuadro con duración específica. La analogía de Pasolini es útil para imaginar el lugar que ocupa el plano en la narrativa donde habita, aunque Deleuze prefiere equiparar el corte cinematográfico con un sistema informático más complejo, pues en él conviven distintos datos independientes que solo son posibles por los recursos técnicos: escena principal y secundaria, por ejemplo, o la iluminación que hace resaltar un elemento particular de la composición por sobre otros.

cineamateur2Podemos tirar el hilo de esta idea y asomarnos a la reflexión que el pensador alemán Walter Benjamin (2003) propone acerca de la reproductibilidad técnica versus la reproductibilidad manual. En la tensión entre ambas manifestaciones veremos aquel elemento que falla y que se hace distintivo en la reproductibilidad manual: “el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra” (Benjamin, 2003: 95-96). En contraposición, Benjamin ubica la cinematografía y la fotografía, ambas artes portadoras de una mirada singular que las aleja de las posibilidades del ojo humano, la distancia del original que reproduce. Gracias a ello, esta condición técnica les sustrae el estatuto de autenticidad, lo torna irrelevante.

El cinema de Pasolini o el sistema informático propuesto por Deleuze tiene un aquí y un ahora mediado por la máquina que lo captura. Es un aquí y un ahora singular e irrepetible, aunque ofrece la posibilidad de restaurarse infinitamente.

El filósofo argentino Federico Galende (2016) busca en el cine de Robert Bresson, y en las propias reflexiones del director francés, algunas rutas hacia la esencia del fenómeno cinematográfico, estableciendo un diálogo con Benjamin.

Para Bresson, un cine que se precie de tal no guarda ninguna relación con la reproductibilidad técnica de la obra de arte. La reproductibilidad técnica es aplicable al cine en cuanto teatro filmado, en cuanto espectáculo o reproducción de un cuerpo de imágenes que representan algo. Si no lo hacen, si una imagen se ciñe a ser la pintura que la cámara delinea sobre una superficie de manifestación que es la pantalla, entonces el cine vuelve a ser aquello para lo que nació: el sueño de la industria puesta al servicio del artesanado (Galende, 2016: 35).

Las últimas líneas de Galende nos empujan nuevamente hacia la máquina y la posibilidad de ese lugar donde toda forma de cine es igual a otra. Nos acerca, también, al espacio en que podemos reconocer al cineasta no profesional que accede a la ventura de una máquina que le permite construir cinemas, armar con fragmentos capturados arbitrariamente un sistema informático con sus equidistancias, “pedazos de objetos, de jirones de realidad, de puzzles inacabados de cosas que el cine une entre sí para siempre” (Artaud, 1973: 29).

El dramaturgo y director francés Antonin Artaud (1973) dirá que se trata de la “poesía de las cosas tomadas bajo su aspecto más inocente”, refiriéndose al cine documental en una acepción que quizás hoy no tenga sentido. Artaud escribe acerca de esta noción de cine no profesional, de “el último refugio de los partidarios del cine a cualquier precio”,  el simple “trabajo concertado y mecánico de eliminación” en 1933, quizás sin sospechar que la criba que separaba el cine argumental del documental se iría tornando difusa e innecesaria.

El historiador húngaro Arnold Hauser (1969), en sus escritos sobre la literatura y el arte, participa de esta conversación volviendo sobre la máquina como requisito y condición única para que el cine suceda, más allá de las distinciones que toda catalogación esté tentada a efectuar.

El cine es, además, un arte desarrollado sobre los cimientos espirituales de la técnica, y, por consiguiente, tanto más de acuerdo con la tarea a él encomendada. La máquina es su origen, su medio y su más adecuado objeto. Las películas son ‘fabricadas’ y permanecen enrolladas en un aparato, en una máquina, en un sentido más estricto que los productos de las otras artes. La máquina está tanto entre el sujeto creador y su obra como entre el sujeto receptor y su goce del arte (Hauser, 1969: 308).

Para que el cine suceda, entonces, será necesaria la mediación de la máquina. Esta será su única condición. Aunque del registro participe un equipo de profesionales conscientes del trabajo que realizan o apenas un entusiasta solitario iniciado en la manipulación de la cámara cinematográfica, estaremos igualmente frente al fenómeno del cine. Estará ocurriendo cine. Será “el resultado de una voluntad humana particular, voluntad precisa, que tiene también su propia arbitrariedad” (Artaud, 1973: 29).

Acá resulta conveniente establecer una genealogía que nos permita datar el nacimiento de lo que hemos llamado toda forma de cine o, al menos, reconocer cuáles son los parámetros que la distinción cine importa. Deleuze (1983: 18) habla del “linaje tecnológico” que ubica a la fotografía instantánea (no la fotografía de las poses), más la equidistancia de esas instantáneas y su transferencia a un soporte, como el basamento para la cinematografía. Con esta tajante criba quedan fuera de este derrotero todos los intentos humanos por capturar, recrear o proyectar imágenes en movimiento mediante ingenios mecánicos o lumínicos. Pondremos, como dice Deleuze, en el rango de prehistoria del cine aquellos juegos ópticos que portan la alegoría de reposición del movimiento: sombras chinescas, fantascopio de Jenkins, fenakistiscopio, zootropo, kinetoscopio, rotoscopio, praxinoscopio, folioscopio o la bautismal linterna mágica. Entenderemos cine, entonces, aquel producto de las “condiciones determinantes” señaladas por Deleuze.

En la misma secuencia de apariciones tecnológicas propuesta, corresponde incorporar las metas volantes que han propiciado toda forma de cine, más allá de los tres hitos señalados por Deleuze. El historiador del cine Maurice Bessy (1963) propone un encadenamiento de precursores que aportaron los elementos para la consolidación del cine a fines del siglo XIX:

Kircher, Della Porta, Robertson y algunos otros serían los encargados de plantar los primeros jalones de aquella nueva ruta cuyas fantasmagorías servían igualmente para los placeres humanos y los artificios divinos. Muybridge y Marey aportaron por fin la tinta y la pluma que permitirían a Edison, y más tarde a los Lumière, la puesta a punto de la escritura de oro. (Bessy, 1963: 6).

Reconocido ya este grupo de avances fotográficos y mecánicos que permitieron que el cine asomara como un arte técnico, es necesario poner en acción el sistema cinematográfico que recrea el movimiento a partir instantes equidistantes con el fin de generar la idea de continuidad. Deleuze, además, reconoce dos aportes fundamentales para que el soporte emulsionado, al momento de filmar o al momento de la proyección, sea capaz de transferirnos esta continuidad: las perforaciones que incorpora Edison y Dickson, junto a las uñas de Lumière, el mecanismo de arrastre de las imágenes. (Deleuze, 1983)

Delimitaciones del cine amateur: márgenes conceptuales y técnicos

Junto con la consolidación y estandarización de los inventos dispersos que propician la cinematografía, comienzan a correr en paralelo dos aproximaciones que resultan fundamentales para comprender la producción de imágenes en movimiento en soporte fílmico durante el siglo XX: la aproximación profesional y la aproximación amateur. En este trabajo fijaremos la mirada en la idea de un cine que es parte de todo cine pero que tiene una singularidad: no está fabricado por profesionales. Dicho de otra manera, hay un cine, un legítimo cine, hecho por aficionados y que es posible encontrar en toda la trayectoria de la cinematografía. En la introducción de la bibliografía elaborada por la Asociación de Archivistas de Imagen en Movimiento estadounidense como apoyo a sus investigaciones queda “claro que, desde los primeros días del cine, los no profesionales tenían interés en hacer sus propias películas, documentar sus propias vidas y contar historias sobre películas” (Compton, 2005: 1).

Independiente de las otras singularidades propias del cine amateur que iremos proponiendo en este trabajo, bastará decir que, cumpliendo con la única condición técnica que hemos reconocido como necesaria (la mediación de una máquina usada correctamente) no hará falta calificar esta forma de cine como versión menor de otro cine –que sería mayor- y nos referiremos a él indistintamente como amateur, aficionado, casero, familiar o doméstico. Cine, al fin y al cabo.

cineamateur3En este trabajo situaremos el gran encanto, parafraseando a Galende (2016), del cine amateur precisamente en su doble condición de no profesional y de fuente. En su primera calidad lo encontraremos “desvestido de la naturalidad aprendida, de sentimientos estudiados” (Galende, 2016: 34). Acá Galende se refiere a los actores no profesionales, pero la frase nos parece atingente para caracterizar al cineasta amateur tras la cámara.

Existen distintos acercamientos al concepto de cine amateur. En algunos casos se busca establecer un rango a partir de las motivaciones del ejecutante del acto de filmar, de sus capacidades técnicas, de sus equipos mecánicos o de las decisiones estilísticas que toma. El crítico cubano Rodolfo Santovenia (2006), en su Diccionario de Cine, explora algunas de estas aristas y ofrece una definición que, en coincidencia con lo propuesto anteriormente, inscribe al cine amateur en un lugar de equiparidad respecto de toda forma de cine:

AMATEUR (Cine). Realizado generalmente en formato reducido, constituye un importante medio de formación y estudio para el debutante. El cine es una labor de invención y búsqueda, y no una cuestión de medios. Sean cuales sean las facilidades de que el cineasta dispone, el resultado será siempre una sucesión de imágenes, un filme más o menos cargado de sueños y poesía según la sensibilidad del director. En ese sentido, todos los directores son creadores, y el cineasta aficionado, con su obra, puede considerarse en un plano de igualdad con respecto a los profesionales (Santovenia, 2006: 14)

Resulta interesante en la definición expuesta la ausencia total de las motivaciones económicas del cineasta, o de la mediación de un pago como elemento diferenciador entre aficionado y profesional. Para Santovenia el cine amateur es la antesala del cine profesional, una puerta de entrada, un estadio formativo. El cine amateur es el lugar de los debutantes, de los legos, el primer paso en una carrera que culmina con la especialización propia de un profesional. A pesar de ello, esta definición de diccionario reconoce la legitimidad del cine amateur en tanto proceso creativo, de “invención y búsqueda” (Santovenia, 2006: 14)

Otros trabajos sobre cine amateur incorporan la retribución económica como elemento de frontera entre el aficionado y el profesional. La investigadora estadounidense Patricia Zimmermann (1995) establece que “el profesionalismo sugiere realizar una tarea para el retorno financiero, y el amateurismo indica hacer algo por placer, por puro amor a él, como denota su raíz latina –amare” (Zimmermann, 1995:1). La autora señala, sin embargo, que dicha linde entre el cineasta que filma por dinero y aquel que filma por placer importa una complejidad mayor, pues dichas ejecuciones no pueden restringirse a la operación binaria de presencia o ausencia de la retribución económica. Para Zimmermann “en el amateurismo como fenómeno social e histórico, el trabajo y el tiempo libre no están encerrados en simples oposiciones binarias; más bien, la ausencia de uno define e inmoviliza al otro” (Zimmermann, 1995: 1).

En algunos trabajos se ha ahondado en categorizaciones que subdividen el cine amateur y hacen aparecer al cine familiar como el gran lugar del ejercicio no profesional de la cinematografía. En esta línea, la investigadora uruguaya Julieta Keldjian  (2015) distingue entre aquel cine amateur realizado en el ámbito familiar, doméstico, “que registra acontecimientos de la vida familiar, como cumpleaños, celebraciones, vacaciones, actos escolares y eventos significativos de la vida privada”, y aquel grupo de películas no profesionales “realizadas en el marco de cineclubes, pequeños medios locales o comunitarios, registros de eventos públicos (desfiles, actos políticos), películas educativas o de actualidades” (Keldjian, 2015: 21). Más allá de esta delimitación, fija a todo cine amateur como “aquel cine que no ha sido realizado en condiciones profesionales ni participa del circuito de exhibición dedicado al cine como obra”. La autora, además, señala que el cine amateur “queda fuera del ámbito de las instituciones dedicadas a la conservación audiovisual” (Keldjian, 2015: 21).

Roger Odin (2008) se detiene en la diferencia entre estos dos ámbitos del cine amateur (“el film familiar y las producciones amateur documentales”) desde una perspectiva pragmática, pero reconoce las dificultades materiales para aislarlos, ejercicio que, creemos, siempre resultará forzoso “en la medida en que suelen aparecer en la misma bobina de la película” (Odin, 2008: 198).

Cabe detenerse en la reflexión desde una de las perspectivas propuestas por Odin, y recogida por Julieta Keldjian, para analizar el cine amateur. Una de estas perspectivas será la pragmática, que “estudia el film a partir del ambiente y el momento social en que se produce y proyecta”. En este marco el film será “el resultado de las acciones de quien lo realiza, pero también de quién lo disfruta”. Para la comprensión de la película amateur tendrá que involucrarse el cúmulo de textos que acompañan el film, textos que “completan su sentido”. Este análisis multivariable se introduce en la “dimensión performática del cine: un film es afectado y afecta el contexto en el que se produce y proyecta” (Keldjian, 2015:18).

Una segunda perspectiva propuesta por Odin para aproximarse al cine amateur es la semiopragmática, enfoque en el que el autor incorpora dos momentos de una pieza producida por un cineasta no profesional: aquella fase que se fija en el acto de filmar y ser filmado, en el marco de un acontecimiento familiar y, muy lejos de ahí, la revisión de esas imágenes en un contexto desencajado del ámbito de origen, considerando la película como un documento. El espacio de producción y el espacio de lectura. Sobre ello, Odin repasa una situación atemporal que puede reconocerse en todo proceso donde se ponen en juego ambos espacios. Así, un espectador separado afectiva y temporalmente de las imágenes amateur que presencia podría no entender lo que ve o, inclusive, aburrirse con la secuencia que observa, y “es que este plano no ha sido tomado para que lo vea un espectador; pues ha producido sus efectos antes de ser proyectado, durante el tiempo de su filmación” (Odin, 2007: 199).

El cine en pequeño formato

Expuestas las distinciones y los enfoques que distintos trabajos han utilizado en su análisis del cine amateur, nos detendremos ahora en un elemento que, como hemos visto, reclama ser constitutivo y particular de este tipo de producciones: el formato. En la definición del diccionario de Rodolfo Santovenia se señala que el cine amateur es “realizado generalmente en formato reducido” (Santovenia 2006:14), asunto sobre el que hay un amplio consenso y que ha sido descrito en manuales y compendios históricos de cine . Los tamaños más extendidos que se han asociado al cine aficionado son, en orden de aparición comercial, los siguientes: 16mm, 9,5mm, 8mm y súper 8mm. Se asume, en contraste, que el formato comercial por excelencia es la película de 35mm. David Cheshire (1979) señala que de la colaboración de George Eastman y Thomas Edison, a finales del siglo XIX, se asumió la película de 35mm con base de nitrocelulosa como el formato más idóneo para el cine comercial, y que “ha sido la norma en la industria desde entonces” (Cheshire, 1979: 33). Esta constatación de Cheshire, sin embargo, no recoge las disputas comerciales asociadas a la guerra de patentes que serán determinantes para la consolidación de dicha norma. El director y crítico norirlandés, Mark Cousins (2005), señala que Edison, quien no inventó la película cinematográfica (fue Eastman), patentó las perforaciones que permiten el agarre y el arrastre del rollo en la cámara y proyector, con lo que obligó a todo aquel que quisiera utilizar los agujeros a pagarle por este ingenio. Desde ahí se suceden agresivos episodios comerciales con enormes conglomerados pujando por el control de los medios de producción de la industria del cine.

La reducción de los formatos, junto con el cambio de la fórmula que hizo al film ininflamable (de nitrato de celulosa a acetato de celulosa), fueron dos elementos fundamentales para la masificación de la cinematografía amateur. Jesús Borrás y Antonio Colomer (1980) señalan que “a partir del momento en que la industria miniaturizó la tecnología del cine, puso al alcance de los no-profesionales, y de muchos bolsillos, los medios mecánicos suficientes para registrar imágenes en movimiento y abrió canales de exhibición sustancialmente distintos a los comerciales” (Borrás y Colomer, 1980: 8).

cineamateur4Los cambios de formato y utillaje han venido acompañados de distintas invitaciones, fijándose siempre en el doble propósito de estas nuevas tecnologías: filmar y proyectar.  Aquello del “cine en su casa” o del “cine al alcance de todos” aparece con potencia en medio de la guerra comercial por instalar un formato estándar para aficionados. Hasta la aparición del formato súper 8mm, comercializado por la Kodak a partir de 1965, el cine amateur exigía un mínimo cuidado con el tratamiento del material fotosensible, asunto que se supera con la creación de un cartucho que recubre la película y deja expuesto únicamente el tramo que toma contacto con la ventanilla de la cámara. Este detalle del súper 8mm significa un enorme cambio en la relación del aficionado con el fenómeno químico de la cinematografía y la manipulación del soporte. Antes de este avance, algunas de las rutinas del 9,5mm, del doble y single 8mm, como del 16mm debían realizarse en un cuarto oscuro o en una manga de seguridad. Esto era particularmente crítico con el doble 8mm, el estándar más popular hasta el advenimiento del súper 8mm, pues a mitad de rodaje había que dar vuelta la bobina con los cuidados necesarios para no velar la película. Sobre esto, Cheshire señala que “lo más molesto de este formato es posiblemente la carga. Resulta engorrosa y, cuando ya se ha rodado la mitad de la película, es fácil equivocarse. Lo más importante es no cargar a la luz directa y sujetar la película de forma que no se desenrolle para evitar que se vele” (Cheshire, 1979: 41).

No es difícil imaginar el enorme impulso que significó la irrupción del súper 8mm de Kodak. Cecilio Cermeño indica que las ventajas de este nuevo estándar por sobre el doble 8mm “son que la película se filma de una sola vez, sin necesidad de darle la vuelta, como ocurre en este ultimo paso y el fotograma gana 1 mm de imagen” (Cermeño, 1975: 41). El aumento de tamaño y la seguridad de la película recubierta transformaron al súper 8mm en el preferido por los aficionados. En poco tiempo el cartucho y el cuadro fue asimilado por el resto de los fabricantes.

Manuales de campo para aficionados: cámara y cortaplumas

Con la consolidación del súper 8mm se abre la puerta a un gran cúmulo de textos que se presentan en el mercado con la pretensión de pedagogizar o guiar al cineasta amateur. En algunos libros es posible encontrar explicaciones acerca de los principios físicos y químicos que participan del fenómeno cinematográfico, consejos para la compra de equipos, claves para la realización del film, esbozos de la narrativa propia del cine o elementos para una buena proyección. La revisión de los contenidos de algunos de estos textos revela los ámbitos de interés que cruzan todo el proceso de construcción del fenómeno del cine amateur y ahí es posible ver cómo las facilidades técnicas van transformando los centros de interés del realizador aficionado.

En “El cinema de 8mm” de N. Bau (1961), que es anterior a la aparición del estándar súper 8mm, los contenidos son reflejo de las exigencias técnicas que un cineasta amateur debía cumplir incluyendo, por ejemplo, apartados acerca de los visores, el motor y partes mecánicas o la determinación del diafragma, asuntos que, en su mayoría, dejan de ser importantes cuando se automatizan los procesos más complejos y se encapsula la película dentro de un chasis plástico sellado. Por su parte, en la frontera entre el estándar 8mm y súper 8mm se encuentra el “Prontuario del cine amateur”, de Tony Rose (1966), uno de los libros más distribuidos en todo el mundo. Su tabla de contenidos hace hincapié en las nociones básicas del lenguaje cinematográfico (la primera toma y el montaje de una secuencia, por ejemplo), además de un glosario con descripciones mecánicas y estilísticas. El índice general de “El cine amateur”, de Cecilio Cermeño (1975), dedicado solo al estándar súper 8mm presenta una breve semblanza histórica del cine, nociones de teoría y técnica elemental y se adentra en la descripción de tres manifestaciones de cine amateur: documental, argumental y de fantasía. Además, Bau incluye un capítulo con consejos y breve diccionario. El “Manual de cinematografía, guía completa del cine amateur”, de David Cheshire (1979), aparece en el momento en que el video no profesional comienza a superponerse al cine en pequeño formato, se fija la mirada en la historia del cine y el lenguaje del cine. Finalmente, en “Arte y técnica de filmar”, de Jesús Borrás y Antonio Colomer (1980), destacan las descripciones estilísticas en torno al cine amateur como documento y  como ficción.

cineamateur5Junto con la revisión de los contenidos de estos manuales, las invitaciones implícitas en los prólogos e introducciones reflejan las promesas que los pequeños formatos importan. Cheshire, por ejemplo, inscribe al amateur como heredero de una larga acumulación de experiencias construidas por inventores y pioneros, señalando que “ahora el aficionado cuenta con toda una tradición y unas maneras trabajosamente inventadas –mejor decir descubiertas- por lo primeros cineastas” (Cheshire, 1979: 6). En el Prontuario del cine amateur (1966), Tony Rose (1966) se aproxima desde la técnica y el arte para estimular al lector de su manual a recorrer la aventura del cine. El autor sostiene que “hacer cine no es más que el ejercicio del poder de captar el movimiento y volar por encima del tiempo y el espacio. Todo lo demás es secundario” (Rose, 1966: 9). Como en muchos textos sobre cinematografía para aficionados, la señalada idea de una actividad al alcance de todos se halla en la exhortación de Rose, principalmente cuando señala que “esta magia sencilla –y toda magia es inocente cuando se conoce el truco- la puede realizar cualquiera que tenga una cámara, un rollo de película, un cortaplumas y un frasquito de acetona” (Rose, 1966: 9). Borrás y Colomer van en esa misma línea, sosteniendo que “cámara en mano, cualquier persona puede actualmente plasmar un momento íntimo, captar un paisaje o las incidencias de un viaje” (Borrás y Colomer, 1980: 8).  En El cine amateur, Cermeño repasa la idea del registro para la posteridad asociado a la práctica del cine amateur, indicando que “obtenemos el inapreciable beneficio humano y sentimental de guardar para siempre en una minúscula cinta hechos y cosas que, pasados los años, nos harán sentir la nostalgia de nuestros propios recuerdos, vividos algún día” (Cermeño, 1975: 5). En el prefacio de El cinema de 8mm , el redactor de Publications Photographiques et Cinématographiques establece los límites del texto –y de la práctica amateur, podemos decir- para luego renovar la esperanza del tesoro guardado, anunciando que “no vamos a darles unos medios infalibles para conquistar laureles, pero les ayudaremos eficazmente para conseguir la máxima satisfacción de su material y conservar recuerdos vivientes de los mejores momentos de su vida” (Bau, 1961: 9).

La proyección como rito: promesa de restitución

La proyección de las imágenes capturadas puede ser considerada como el cierre del primer ciclo de una película familiar. Es el momento en que reaparecen las tomas filmadas y es posible certificar que el proceso del cine ocurrió. Tarnaud y Fournié, en su “El cine amateur en 10 lecciones” señalan que el cineasta se convertirá en “un mago que consigue encerrar en una caja algunos instantes de la vida para hacerlos renacer después a capricho de su voluntad” (Tarnaud y Fournié, 1973: 9). El renacimiento de las imágenes será la manifestación por medio de la cual el realizador amateur producirá su obra al tiempo que la provee de testigos, que la ratifica. Es recién en la proyección cuando se restituye la ilusión de movimiento del fenómeno cinematográfico. Una vez revelado el rollo, las imágenes ya están impresas en el celuloide e, incluso, pueden verse a contraluz sin que sea necesario un juego de lentes, pero no hay movimiento. Para que esto ocurra será requisito que medie nuevamente la máquina, una lámpara y la cadencia adecuada para la proyección. También será necesario que este proceso de restitución suceda frente a alguien, que un testigo –distinto del realizador- presencie este instante mágico en que se exhibe lo captado por la cámara. Rodolfo Santovenia, en su “Diccionario del Cine” plantea que la proyección “resulta literalmente un reflexión, un relato por reflexión. El plano de reflexión es el soporte gelatinoso; el rayo incidente opera en la toma, el reflejo surge en la proyección mecánica, y por naturaleza se lanza al infinito, hasta chocar con la pantalla final, que lo devuelve al público” (Santovenia, 2006: 191).

cineamateur6La idea de devolución o restitución es recurrente en la descripción de la etapa en que se proyecta un film. Parece ser el momento en que se cumple con el compromiso tácito suscrito entre el operador de la cámara y quienes aceptan ser filmados. No media ni el dinero ni un documento formal, solo la promesa de que la reproducción mecánica vuelva a mostrar el instante de la filmación una y otra vez. Esto es más patente cuando el cine amateur sucede dentro de la familia, pues aquí la proyección opera como la revisión del álbum fotográfico. Julieta Keldjian señala que el cine familiar es satisfactorio para quien filmó y para quienes asisten al visionado del rollo, “pues está concebido para ser compartido entre los miembros de una familia, que generalmente han vivido o conocen los acontecimientos registrados” (Keldjian, 2015: 23).

La proyección constituye un ritual al que son convocados protagonistas y testigos. Se suspenden actividades de la vida corriente, se acondiciona un lugar, se preparan los elementos mecánicos que permitirán la reproducción y se exigirá que los asistentes miren en la dirección en que se presentan las imágenes en movimiento. El antropólogo chileno Rodrigo Moulian señala que los rituales “son modalidades de interacción social  en las que los participantes comparten información y el sentido general de la acción” (Moulian, 2012: 23). Los asistentes conocen el procedimiento mecánico que les permite acceder a las imágenes, saben qué rol cumplir y controlan, sin necesidad de una orden, que cada cual participe del evento en el marco de reglas precodificadas (mantenerse sentado, no cruzarse por el haz de luz de la proyectora, por ejemplo). Es por estos conocimientos compartidos que el ritual logra su eficacia pragmática ante los congregados: sucede el fenómeno cinematográfico y aparecen interpretaciones similares ante lo que vemos, hay coincidencia de connotaciones e, incluso, los asistentes pueden compartir una experiencia emocional.

Conclusiones

A partir de la revisión bibliográfica es posible situar al cine amateur dentro de la escena general del cine como producción técnica y artística. Se establece, entonces, que el cine realizado por aficionados cumple con los estatutos narrativos y mecánicos que se reconocen como requisitos para cualquier cinematografía. Con todo, el cine amateur es un legítimo cine en tanto se construye a partir de cinemas y para que suceda el fenómeno que ofrece es necesaria la mediación de una máquina registradora de imágenes en movimiento (cámara o tomavistas).

El primer ciclo del cine amateur se circunscribe a la fase en que esta cinematografía se mantiene en estrecho vínculo con el contexto en el que se desarrolla. Se reconocerá como parte de este ciclo todo lo comprendido desde la filmación hasta su proyección ante testigos, siendo la presentación en público el momento en que se sella la promesa bautismal del fenómeno de restitución de las imágenes en movimiento registradas por la cámara.

Los manuales de cine amateur, que se presentan como guías de campo para el realizador aficionado, ofrecen un inventario de los cambios mecánicos y de estándares que han ido condicionando esta forma de hacer cine. Siguiendo la línea del relato de estos manuales es posible establecer una secuencia en la que se superponen formatos y artefactos que importan en sí mismos las exigencias técnicas a las que se somete el cineasta para fabricar su producción. A partir de este encadenamiento de cambios es posible sentenciar que el cine amateur es, esencialmente, un cine en pequeño formato (16mm, 9,5mm, 8mm y súper 8mm) y que el estándar más extendido, proporcional a las facilidades que ofreció a los aficionados, es el súper 8mm.

La restitución de las imágenes en movimiento que fueron captadas por la cámara al momento de la filmación, que permanecieron en latencia en la película fotosensible hasta el revelado y que se presentan ampliadas ante un público, se verifican como tales en el rito de la proyección, momento final del primer ciclo del cine amateur. En este rito se logra la eficacia pragmática de la restitución señalada, permitiendo que los congregados en torno a la máquina que media la proyección compartan conocimientos e interpretaciones, o dando pie a experiencias emocionales mutuas.

Por último, el análisis del primer ciclo del cine amateur abre puertas para revisar, en futuros trabajos, aquello que sucede cuando se separa de su contexto una producción fílmica no profesional, es decir, cuando actúa una distancia espacio-temporal que desestructura el sistema de filmación-proyección en el ambiente natural de sus protagonistas directos. Esto, que podrá denominarse como segundo ciclo, sucederá cuando las imágenes en movimiento realizadas en contextos amateur se incorporan como documentos públicos en instituciones encargadas de resguardar el acervo patrimonial de una comunidad (museos, bibliotecas, cinetecas o universidades, por ejemplo), como fuentes de información para curiosos, investigadores y especialistas.

Bibliografía

Artaud, Antonin (1973), El cine, Alianza Editorial, Madrid.

Bau, N. (1961), El cinema de 8mm, Omega, Barcelona.

Benjamin, Walter (2003), Sobre la fotografía, Pre-textos, Valencia.

Bessy, Maurice, (1963), Historia del cine en 1000 imágenes, Ceralt, Valencia.

Borrás, Jesús y Colomer, Antonio (1980), Arte y técnica de filmar, Editorial Bruguera, Barcelona.

Cermeño, Cecilio (1975), El cine amateur, Marcombo, Barcelona.

Cheshire, David (1979), Manual de cinematografía. Guía completa del cine amateur, H. Blume Ediciones, Madrid.

Compton, M. (2005). Small-Gauge and Amateur Film Bibliography. Recuperado de https://amianet.org/wp-content/uploads/Resources-Small-Gauge-Bibliography-2005.pdf

Cousins, M. (2005). Historia del Cine, Blume, Barcelona.

Deleuze, Gilles, (1983), La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, Paidós, Barcelona.

Galende, Federico (2016), Comunismo del hombre solo. Un ensayo sobre Aki Kaurismäki, Catálogo Libros, Viña del Mar.

Hauser, Arnold, (1969), Historia social de la literatura y el arte. Tomo III, Ediciones Guadarrama, Madrid.

Keldjian, Julieta (2015, julio-diciembre), Las proyecciones del cine casero desde la perspectiva semiopragmática, Revista Dixit Nº23, Montevideo.

Moulian, Rodrigo (2012), Metamorfosis ritual. Desde el ngillatun al culto pentecostal, Ediciones Kultrún, Valdivia.

Odin, Roger (2008), El film familiar como documento. Enfoque semiopragmático. Recuperado de http://www.archivosdelafilmoteca.com

Rose, Tony (1966), Prontuario del cine amateur, Zeus, Barcelona.

Santovenia, Rodolfo (2006), Diccionario de cine, Arte y Literatura, La Habana.

Tarnaud, Claude y Fournié, Guy (1973), El cine amateur en 10 lecciones, Cantábrica, Bilbao.

Zimmermann, Patricia (1995), Reel Families. A social history of amateur film, Indiana University Press, Bloomington and Indianapolis.

Dos generaciones en busca del sentido: lecturas del documental Nietos (identidad y memoria)

Descargar texto

Fabricio Laino Sanchis

Resumen

En el presente artículo nos proponemos analizar el documental Nietos (identidad y memoria) (Benjamín Ávila, 2004), que se centra en los procesos de construcción de memorias y reelaboración subjetiva de los jóvenes apropiados/as durante la última dictadura militar que pudieron conocer su verdadera identidad biológica. A partir de diferentes aportes teórico-conceptuales provenientes de los estudios culturales y de los estudios sobre memorias sociales, examinaremos diferentes representaciones y tópicos presentes en el film, en particular el tópico del “viaje” o la “búsqueda” del hijo/a.  Observaremos en qué medida son retomadas muchas de las propuestas estéticas e inquietudes narrativas del cine de la llamada “generación de los hijos” e indagaremos en las dimensiones políticas del film, en tanto apuesta por una “militancia del sentido”.

Palabras clave

Abuelas de Plaza de Mayo; restitución; identidad; memoria; cine de la generación de los hijos

Resumo

Neste artigo, propomos analisar o documentário Nietos (identidad y memoria) (Benjamín Ávila, 2004), que enfoca os processos de construção da memória e de reelaboração subjetiva dos jovens apropiados durante a última ditadura militar que poderia conhecer sua verdadeira identidade biológica. Com base em diferentes contribuições teórico-conceituais dos estudos culturais e estudos sobre memórias sociais, examinaremos diferentes representações e tópicos presentes no filme, em particular o tema do “viagem” o «busca” pela filho/a. Observaremos até que ponto muitas das propostas estéticas e preocupações narrativas do cinema da chamada «geração de crianças» serão retomadas e investigaremos as dimensões políticas do filme, na medida em que propõe-se como uma «militância de sentido».

Palavras chave

Avós da Praça de Maio; restituição; Identidade; memoria; geração de filhos

Abstract

In this article we analyze the documentary film Nietos (identidad y memoria) (Benjamín Ávila, 2004), which focuses on the processes of memory construction and subjective re-elaboration of the young men and women appropriated during the last military dictatorship that could find their true biological identity. Based on different theoretical and conceptual contributions from cultural studies and social memory studies, we will examine different representations and topics present in the film, in particular the topic of «search of the son/daughter». We will observe the extent to which the documentary takes up again many of the aesthetic proposals and narrative concerns of the cinema of the so-called «children’s generation», and we will inquire in its political dimensions, in so far as it aims to be a «militancy of meaning».

Keywords

Grandmothers of the Plaza de Mayo; memory; identity; restitution; children’s generation cinema

Datos del autor

Profesor de enseñanza media y superior en Historia (FFyL-UBA). Doctorando en Historia (IDAES-UNSAM). Becario doctoral de CONICET, integrante del Grupo de Estudios sobre Memoria Social e Historia Reciente (Instituto de Investigaciones Gino Germani-FSOC-UBA). Docente de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV).

Fecha de recepción: 27 de septiembre de 2018.
Fecha de aprobación: 12 de noviembre de 2018.

Introducción

La apropiación de centenares de niños, hijos e hijas de las víctimas de la represión, es uno de los legados más trágicos de la última dictadura militar que vivió la Argentina (1976-1983). Desde la década del ’80, diferentes ficciones y documentales han abordado esta práctica criminal, así como la lucha de Abuelas de Plaza de Mayo y otros familiares por restituir a sus familias biológicas a estos niños y niñas y, más recientemente, los difíciles procesos de construcción identitaria y elaboración de los pasados familiares que atraviesan los/as nietos/as restituidos/as.

En este trabajo nos proponemos analizar el documental Nietos (identidad y memoria) (en adelante,  Nietos), realizado por Benjamín Ávila[1] y estrenado en el año 2004. Esta película presenta diversas historias de hijos e hijas de desaparecidos/as que fueron apropiados/as durante la última dictadura militar y que gracias a la tarea de Abuelas de Plaza de Mayo y de su propia búsqueda personal, pudieron conocer su verdadero origen y reencontrarse con su familia biológica.

En primer lugar, analizaremos los cambios y continuidades entre las primeras producciones sobre la temática de los ’80 y los primeros ’90 y los films producidos a partir de mediados de la década del ’90, entre los que se encuentra Nietos. De esta forma, podremos ubicar al documental dentro de su contexto de producción y en diálogo con la filmografía previa. Como veremos, podremos enmarcar al film dentro de la producción de la denominada “generación de los hijos/as”, caracterizada por nuevas apuestas estéticas y nuevas preguntas al pasado.

A partir de esta caracterización general, examinaremos algunas  problemáticas que se desarrollan en el film. En particular,  analizaremos la centralidad que adquiere el “tópico de la búsqueda”. Búsqueda de las abuelas, que luchan por encontrar a sus nietos; pero más central aun, búsqueda de esos nietos y nietas por conocer a su familia, a sus padres desaparecidos y por re-conocerse a ellos mismos. En el documental, los testimonios y relatos de estos/as jóvenes ocupan un lugar fundamental. Indagaremos de qué manera el documental trabaja estas historias, a través de las cuales se pueden rastrear los complejos dilemas con los que se han enfrentado en el proceso de reconstrucción de sus pasados familiares y en la re-elaboración de su propia identidad subjetiva.

Analizaremos las modulaciones que adquieren estos tópicos en Nietos a partir de algunos conceptos y debates teóricos recientes en el ámbito de los estudios literarios, cinematográficos y culturales. Recuperaremos la noción de “trabajo de memoria” de Paul Ricouer para pensar los procesos de rememoración no repetitiva desplegados por los/as nietos/as en el documental. Por último, apelaremos a la categoría de “narrativas del sentido”, de Gabriel Gatti, para analizar las formas en que el film construye un relato a partir de sus diferentes “búsquedas”.

Momentos de la memoria y representaciones sobre el pasado reciente en la producción cinematográfica argentina

Para pensar de qué manera Nietos recupera, reformula o tensiona imágenes preexistentes y nociones heredadas debemos repasar brevemente cómo fueron modificándose a lo largo del tiempo las representaciones sobre la última dictadura militar argentina, configurando diferentes “momentos de la memoria” que encontraron su expresión en diferentes creaciones artísticas.

Como señalara Maurice Halbwachs (2005 [1925]) en su obra pionera sobre los estudios sociales de la memoria, recordar no es un acto individual, sino que siempre se encuadra dentro de determinados “marcos sociales de la memoria” que delimitan qué aspectos del pasado merecen ser recuperados y cómo deben ser enunciados. Esta delimitación supone siempre una serie de “olvidos”; es decir, la exclusión o marginación pública de otros elementos del pasado que carecen de legitimidad y, por ende, de audibilidad social. Esta narraciones alternativas permanecen obliteradas, o bien subsisten como “memorias denegadas” o “subterráneas”, sostenidas por voces minoritarias (Yerushlami, 1989; Da Silva Catela, 2010).

Imagen artículo cine documental 01Un primer momento de la memoria sobre el pasado reciente se produjo con el fin de la dictadura militar. Los/as familiares de las víctimas del terrorismo de Estado y los organismos de derechos humanos (así como los sectores políticos y de la sociedad civil afines a sus reclamos) intentaban instalar en la esfera pública la denuncia de los crímenes cometidos por la dictadura militar y lograr el avance de los procesos judiciales contra los represores, en particular en los años de transición a la democracia, cuando el futuro de las políticas de justicia reparatoria aun era incierto (Crenzel, 2008; Franco y Feld, 2015). En ese contexto, debieron enfrentar las diferentes variantes del discurso apologético del accionar de las fuerzas armadas, con mucha presencia en los medios de comunicación, que justificaba la represión presentándola como acciones de la “guerra antisubversiva” o “guerra sucia”, a lo sumo como “excesos” cometidos por las fuerzas armadas en el cumplimiento de su “deber” (Lvovich y Bisquert: 2008; Franco y Feld, 2015). Frente a estos discursos, los organismos de derechos humanos debían demostrar que los desaparecidos no habían sido “demonios” sino víctimas del accionar represivo ilegal. Esto contribuyó a que se eludiera toda referencia a su militancia política e imperara la imagen de las “víctimas inocentes” (Raggio, 2006; Crenzel, 2008; Franco y Feld, 2015).

Este tipo de representaciones se vieron reflejadas en el cine de la época. La transición a la democracia y la renovada vigencia de las garantías constitucionales proporcionó un enorme impulso a la producción artística, que durante la dictadura se había visto extremadamente condicionada por la represión y la censura. El pasado argentino y, en particular, la reciente experiencia de autoritarismo militar se convirtieron en uno de los tópicos privilegiados del cine de los años ’80. Muchas películas de la década del ‘80, como La Historia Oficial (Luis Puenzo, 1985) y La Noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), intentaron poner en imágenes los testimonios de los y las sobrevivientes sobre las políticas represivas de la última dictadura militar (los secuestros, los centros clandestinos de detención, la tortura, la apropiación de niños, la desaparición de los detenidos y, en menor medida en estos primeros años, las violaciones y otras formas de violencia sexual). En estos films la militancia política, político-militar, territorial o sindical de quienes fueron detenidos/as quedaba en segundo plano o era directamente silenciada. El foco estaba puesto en su lugar como víctimas de una represión ilegal y clandestina que el Estado había llevado a cabo avasallando los derechos humanos y las garantías constitucionales (España, 1994; Pittaluga y Oberti 2006; Aprea, 2008).

Hacia fines de la década del ’80 y comienzos de los ’90 podemos detectar un segundo momento de la memoria. En este periodo se produjo un cambio en las políticas estatales sobre el pasado reciente, signado por la clausura de los procesos judiciales con las leyes de Obediencia Debida (1986) y Punto Final (1987). La impunidad fue sellada con los indultos sancionados a principios de la década del ’90. El discurso de “reconciliación nacional” promovido por el presidente Carlos Saúl Menem transformó al olvido en política de Estado. Esta política de impunidad y olvido produjo un cierto reflujo del movimiento de derechos humanos y, en los primeros ’90, los tópicos del pasado reciente pasaron a un segundo plano en la agenda política y también artística (Lvovich y Bisquert, 2008).

A partir de mediados de la década del ’90, esta tendencia se revirtió y el Terrorismo de Estado volvió a ser un tema de discusión en la esfera pública. Aparecieron nuevos actores (en especial, como veremos, los hijos e hijas de las víctimas de la represión) y nuevas maneras de interrogar aquel pasado traumático. También se produjo una eclosión de testimonios de sobrevivientes y de antiguos militantes de las organizaciones político-militares de los ’70. Lvovich y Bisquert han denominado a este fenómeno como el “boom de la memoria”, un proceso local que encuentra cierta sintonía con lo que ocurría en la misma época en otras regiones del mundo (Huyssen, 2002; Lvovich y Bisquert, 2008). Este fenómeno se profundizó a partir del 2003, con los cambios en las políticas de la memoria promovidos durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner (2003-2015). La anulación de las leyes de la impunidad y la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad configuraron un nuevo momento de la memoria que habilitó una importante expansión de la producción sobre el pasado reciente (Lvovich y Bisquert, 2008; Da Silva Catela, 2010).

Imagen artículo cine documental 02La profundización del mencionado “boom de la memoria”, los cambios en la coyuntura política en Argentina, la emergencia (sobre todo desde 2003) de un nuevo paradigma en políticas de la memoria y la renovación generacional contribuyeron a delinear nuevos marcos sociales para las memorias del pasado reciente argentino. Estas transformaciones impactaron directamente en la producción cinematográfica. Las películas que abordan el pasado reciente se multiplicaron. Entre los tópicos tematizados por estas producciones, la apropiación de niños, la lucha de Abuelas y los procesos de restitución de identidad ocuparon un lugar destacado.[2]

En estas películas, viejos y nuevos actores comenzaron a formular novedosas preguntas sobre los años trágicos de la última dictadura militar y, progresivamente, también sobre los años previos. Estas reflexiones buscaron recuperar del pasado la trayectoria militante de los desaparecidos, sus organizaciones, proyectos y horizontes políticos (aquellos por los que, en última instancia, habían sido víctimas del terrorismo de Estado) y también, en muchos casos, la vida privada, familiar e íntima de esos militantes. Esta recuperación fue promovida, en algunas ocasiones, por los sobrevivientes y los antiguos compañeros de militancia de los y las desaparecidos/as (como en el caso de Cazadores de utopías, documental de David Blaustein de 1996). Sin embargo, el mayor impulso transformador en las representaciones sobre el pasado reciente provino de las hijas y los hijos de las víctimas del terrorismo de Estado. Las obras producidas por estos jóvenes buscaban conocer en profundidad a sus padres, comprender sus decisiones políticas y existenciales y comprenderse y ubicarse a ellos mismos en una historia quebrada por la represión ilegal (Pittaluga y Oberti, 2006; Aguilar, 2006; Amado, 2009).

La “generación de los hijos/as” en el cine

A fines de 1994, un grupo de quince hijos e hijas de desaparecidos/as se reunió en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de La Plata en el marco de un homenaje a los desaparecidos que pertenecieron a esa institución. Fue la primera vez que estos jóvenes se presentaban públicamente como un grupo reunido en torno a su condición de hijos de víctimas del terrorismo de Estado. Luego de este homenaje, hijos e hijas de diferentes lugares del país realizaron un campamento en Río Ceballos, Córdoba. En este campamento surgió la idea de formar la agrupación HIJOS (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). A partir de 1995, las diferentes filiales regionales de la agrupación (La Plata, Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Rosario, entre otras) comenzaron a intervenir activamente en las acciones del movimiento de derechos humanos (Bonaldi, 2006).

La aparición de los hijos e hijas de los desaparecidos/as en la escena pública, tanto de los que participaron de la organización HIJOS como de aquellos (muchos) otros que no lo hicieron, significó la emergencia de un nuevo actor que venía a sumarse a las disputas por la justicia y la memoria de las víctimas del Terrorismo de Estado. En el campo político y del movimiento de derechos humanos, la agrupación HIJOS aportó nuevas miradas, formas de acción y reivindicaciones. Su lema (“Nacimos en su lucha, viven en la nuestra”) sintetizaba en gran medida la concepción de su activismo. Tanto frente a la imagen de los desaparecidos como “terroristas subversivos” que habían intentado imponer los militares, como frente a esa otra de “víctimas inocentes” que hegemonizó el discurso humanitarista desde la publicación del “Nunca Más” y el Juicio a las Juntas Militares,  el lema de HIJOS mostraba la firme intención de devolverles a sus padres su identidad militante, recuperando sus ideales y opciones políticas. En este sentido, HIJOS se constituyó como un organismo que, sin rechazar la narrativa humanitaria característica del movimiento de derechos humanos, reivindicó también activamente el pasado militante de los desaparecidos, sus padres y madres (Cueto Rúa, 2011).

La reivindicación de la militancia de los años setenta no se tradujo en una interpretación homogénea de ese pasado ni en un programa político consensuado y bien delimitado. En algunos hijos e hijas implicó la adhesión al proyecto revolucionario, incluso a la lucha armada; en otros, en cambio, supuso una recuperación más general del “espíritu de lucha” de sus padres y madres. En cualquier caso, la valorización de la militancia paterna y materna marcó la acción política de la organización, tanto en sus formas (entre las que destacaron los escraches, por su magnitud y visibilidad) como en sus reivindicaciones (que no se restringieron al reclamo de justicia reparatoria, sino que en muchos casos se extendieron a la denuncia de la represión institucional y las políticas neoliberales de los años ‘90) (Cueto Rúa, 2011).

Así como ocurrió con el movimiento de derechos humanos, la aparición pública de los hijos e hijas sacudió al mundo artístico e intelectual.  En el cine, en la literatura y en las artes plásticas, las obras producidas por estos jóvenes desde finales de los años ’90 y principios de la década del 2000 cuestionaron las representaciones tradicionales sobre el pasado reciente y propusieron imágenes y relatos profundamente renovadores. En el campo cinematográfico, los documentales Los rubios de Albertina Carri (2003), Papá Iván de María Inés Roqué (2004) y M de Nicolás Prividera (2007), entre otros, supusieron la irrupción de la mirada y la voz de los hijos en la indagación sobre los traumáticos años del pasado reciente argentino. Las producciones de estos jóvenes indagaban en la vida de sus padres y sus madres, horadando los silencios consuetudinarios y los relatos heroicos para comprender (y, en muchos casos, poner en cuestión) sus decisiones políticas y personales.

Imagen artículo cine documental 03Estas películas suponían también una nueva apuesta estética, con la utilización de una sintaxis y de unos recursos cinematográficos que marcaban una distancia con el documental político argentino que había tenido su auge en los ’60 y principios de los ’70 (Amado, 2009). La fuerte impronta que esta generación ha dejado en su producción fílmica ha llevado a varios críticos e investigadores del cine argentino a hablar de una nueva generación cinematográfica: la “generación de los hijos/as” (Aguilar, 2006; Amado, 2009).

El documental Nietos puede enmarcarse también dentro de la producción de la “generación de los hijos/as”. Ante todo, porque su director, Benjamín Ávila, también es hijo de desaparecidos y hermano de un niño que fue apropiado y posteriormente recuperado. Su madre y su pareja eran militantes de la organización Montoneros. En el marco de la denominada Contraofensiva Estratégica, reingresaron al país y vivieron con él y su hermano menor en la clandestinidad. En un operativo de las fuerzas armadas, tanto su madre como su esposo fueron secuestrados. Desde entonces, continúan desaparecidos. Él fue entregado por el personal militar a sus abuelos, mientras que su hermano menor fue apropiado y permaneció en esta condición hasta 1984, cuando fue restituido por Abuelas de Plaza de Mayo (Blejman, 2005).

Por supuesto, cuando se habla del cine de la “generación de los hijos” no debe pensarse que estamos frente a un bloqueo homogéneo de producciones, ni siquiera de un “estilo” o “tendencia”. Se trata de un conjunto de producciones con inquietudes compartidas, pero también con visibles diferencias entre sí. Por un lado, diferencias en términos narrativos: algunos apuestan al documental en primera persona (Papá Iván o M) e incluso a cierta forma de ficción autobiográfica (como en Los rubios); otros abordan estas temáticas descentrándose de su historia personal, indagando en múltiples experiencias de diferentes “hijos”, tal como ocurre en (H) Historias Cotidianas, de Andrés Habbeger (2001) y también en Nietos. Pero las diferencias no son sólo estéticas; también se vinculan con su aproximación al pasado histórico y a las memorias familiares, con su interpretación de las opciones y elecciones de la generación de sus padres y madres. Algunas películas, como Papá Iván, M y Los rubios se alejan de la vindicación meramente asimilativa de la lucha de sus padres, ofrecen una mirada crítica o incomprensiva a diferentes aspectos de su experiencia (su opciones políticas, sus roles como paternos y/o maternos, sus grupos de compañeros/as, entre otros) y ponen en cuestión la posibilidad de la transmisión intergeneracional de sentidos y experiencias. (H) Historias Cotidianas y Nietos, en cambio, con su apuesta más polifónica, muestran una diversidad de trayectorias, con reapropiaciones y resignificaciones diversas del pasado de sus padres y madres, que permiten pensar en dicha transmisión, en dicho encuentro entre generaciones como una búsqueda posible, un camino que puede ser transitado.

Nietos trata sobre la lucha Abuelas de Abuelas de Plaza de Mayo por localizar y restituir a sus nietos que fueron apropiados durante la última dictadura militar. Sin embargo, a diferencia de otros documentales anteriores sobre la temática, lo hace apelando al contrapunto intergeneracional, al diálogo de voces entre los dos actores de esta dolorosa trama: las abuelas que buscan infatigablemente desde hace décadas y los/as jóvenes que han podido reencontrarse con su verdadera identidad y su familia biológica. Así, nietos y nietas que han sido restituidos/as ocupan un lugar central dentro en el documental. Sus testimonios dan cuenta de las múltiples experiencias y sentimientos atravesados en el camino que el conocimiento de la verdad les ha abierto, mostrando una enorme variedad de procesos de restitución relacionados con los diferentes contextos de crianza, coyunturas históricas y momentos personales en los que éstas se produjeron.

Política, ética y estética

Nietos puede pensarse, ante todo, como un documental político. En primer lugar, porque existe cierta expectativa instrumental detrás de su producción. Tanto los protagonistas del film (en particular, las integrantes de Abuelas de Plaza de Mayo) como su director entienden que la película debe ser un aporte directo en la búsqueda de las personas que aún desconocen su verdadera identidad biológica. “Queremos lograr un proceso de identificación a partir del documental: que lo vean los chicos y se identifiquen, que se comprenda desde otro lado”, afirmaba Ávila poco tiempo después de su estreno (Blejman, 2004). Tal es la imbricación con los objetivos de Abuelas de Plaza de Mayo que la película fue coproducida y actualmente es distribuida por la asociación. La cinta incluye unas placas finales con la dirección y los teléfonos de Abuelas y de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI) en las que se convoca a quienes pudieran sentirse interpelados a acercarse para saldar las dudas sobre su identidad. En este sentido, la película no deja de formar parte del vasto entramado de iniciativas culturales promovidas o fomentadas por Abuelas de Plaza de Mayo para difundir su lucha por la restitución de sus nietos y por la concientización del derecho a la identidad, que ha incluido diferentes expresiones artísticas desde la transición a la democracia hasta la actualidad. Entre ellas, la más relevante ha sido Teatro por la Identidad, muchas veces denominada el “brazo artístico” de la organización, pero también han destacado numerosas exposiciones y muestras de artes plásticas, obras literarias e historietas, producciones audiovisuales (para cine y televisión, como Televisión x la Identidad) y festivales musicales (De Vecchi Gerli, 2010; Diz, 2016).

Con todo, a pesar de esta finalidad instrumental, de cierta búsqueda de transformar el artefacto cinematográfico en una herramienta de intervención social, el film no incurre en el didactismo del documental político clásico. Lejos de cualquier relato esquemático, el film propone una reflexión profunda y compleja, adentrándose de manera decidida en las “zonas grises” del pasado y del presente, aquéllas experiencias humanas que, para Agamben, resultan inaprehensibles para la lógica moral binaria pues se hallan “más acá del bien y del mal” (Agamben, 2002: 20).

La ausencia de cualquier pretensión adoctrinadora puede observarse en una característica estética que Nietos comparte con los otros documentales de la “generación de los hijos/as”, así como con el documental contemporáneo en general: la ausencia del recurso a la voz en off y la primacía de las narraciones testimoniales en primera persona. Como procedimiento narrativo, la voz en off superpone a las imágenes una interpretación autorizada que pretende imponer un sentido cerrado y unívoco al texto cinematográfico. No se espera ninguna operación hermenéutica por parte del espectador/a: sólo cabe escuchar al narrador que explica lo que se debe entender (Amado, 2009). En oposición a este autoritarismo interpretativo, la mayor parte de la producción documental contemporánea ha optado por presentar los testimonios y los diálogos en toda su complejidad, con sus contradicciones y sus tensiones (Ortega, 2010). Así también se presentan en Nietos. Al igual que la memoria, objeto de su indagación, el relato se construye con voces disímiles, imágenes fragmentarias, relatos lacunarios, silencios prolongados. Compuesto por estas piezas diversas, el montaje narrativo no ofrece un discurso compacto, homogéneo, sino un relato coral, indefinido. Sólo la participación atenta y reflexiva del espectador puede completar la operación de sentido.

Imagen artículo cine documental 04La vocación polifónica, alejada de cualquier ortodoxia formal, se hace manifiesta en la manera en la que la película presenta los diversos testimonios de los nietos/as restituidos/as. Si bien no hay en estos testimonios un cuestionamiento abierto de las decisiones tomadas por la generación precedente (como ocurre en otros documentales de hijos/as de desaparecidos, como Los rubios de Albertina Carri o M de Nicolás Prividera), sí se observa mucha diversidad en la recepción que cada joven hace de las trayectorias de sus padres y sus madres. En los sucesivos testimonios, la vida pública y privada, la militancia y los afectos de sus padres y madres son recuperados, pero no siempre comprendidos o compartidos. Muchos adhieren a los ideales políticos de sus padres, algunos marcan sus diferencias y otros se mantienen relativamente indiferentes frente a la cuestión. El documental no pretende ocultar esa heterogeneidad detrás de un discurso unánime. Presenta los testimonios con sus contradicciones, sus visiones antitéticas, sus opiniones no siempre en sintonía con el discurso oficial de los organismos de derechos humanos.

Así pues, el relato de Nietos no pretende encajar lo real dentro de esquemas de intelección preconcebidos, ni satisfacer las exigencias retóricas de ningún dogma. Aun cuando tiene una expectativa pragmática, instrumental, es una obra que intentan ahondar lo real en toda su complejidad. Pero esta aproximación, crítica y reflexiva, no se efectúa desde una pretendida neutralidad valorativa. Por el contrario, se basa en un fuerte y explícito compromiso ético con la realidad documentada y sus protagonistas; es decir con la denuncia de los crímenes de lesa humanidad y con las luchas presentes de las abuelas y de los/as nietos/as. Esta modalidad de intervención política del cine, que no se sustenta en la adscripción partidaria ni en las convicciones de los “grandes relatos” del siglo XX sino en un compromiso humanitarista con la búsqueda de justicia, podemos relacionarla con lo que Jacques Rancière (2007) ha denominado “el viraje ético de la estética y la política”. Enfrentado al  horror en que derivaron las promesas fallidas de la modernidad, los “monstruos del sueño de la razón” que había augurado Goya (las guerras mundiales, el Holocausto, las bombas atómicas, los crímenes de lesa humanidad), el arte contemporáneo ha encontrado como único principio político legítimo el reclamo de justicia (una justicia ilimitada, a la medida de la inconmensurabilidad de los crímenes que busca reparar). En Nietos, este reclamo se articula desde el lenguaje universalista de los derechos humanos, que ha fungido como la base semántica e ideológica de la acción pública de las organizaciones de familiares de víctimas del terrorismo de Estado desde sus inicios.

En Nietos la justicia no es simplemente una política reparatoria que se busca en los estrados o en el Parlamento. Esta justicia se construye en el propio texto cinematográfico, como parte su compromiso ético. Al dar su testimonio frente a la cámara, al hallar en el documental un lugar y  un tiempo para contar sus historias, sus temores y sus esperanzas, para narrar y narrarse, los/as nietos/as restituidos/as pueden constituirse públicamente como sujetos políticos.  Con sus dudas e incertidumbres, pueden recobrar su agencia y re-poner-se la identidad negada por el aparato represivo dictatorial.

Filiación e identidad, pasado y presente: las búsquedas en Nietos

Así pues, uno de los tópicos principales en Nietos es el de la “búsqueda” o el “viaje” del hijo/a. La cámara acompaña a los jóvenes que han conocido su verdadero origen  en su búsqueda por reconstruir una historia familia quebrada. Sus testimonios, cargados de certezas y de dudas, de inquietudes y de esperanzas, ocupan el centro de la escena.

El tópico de la “búsqueda del hijo” ha ocupado un lugar central dentro de la producción artística sobre y de los hijos de desaparecidos.  Búsqueda, hallazgo, duelo e identidad conformaron el núcleo narrativo del tópico del “viaje del hijo”. [3] Sin embargo, el viaje que emprenden los hijos-nietos parte de una situación diferencial: la infancia de estos/as niños/as transcurrió mayormente en el seno de las familias apropiadoras. Si los otros hijos/as podían tratar de responder sus preguntas, de resolver sus dudas en los intersticios que dejaba el “pacto denegativo” (el silencio, las tergiversaciones, el ocultamiento) que se impuso en muchas familias ante el trauma de la desaparición (Kordon y Edelman, 2007), los niños/as apropiados/as vivieron durante años o décadas en el ocultamiento total de su verdadero origen, incluso desconociendo en muchos casos que no eran hijos biológicos de quienes decían ser sus padres. Sólo la “restitución”, es decir, el conocimiento de la verdadera identidad biológica, les permitió reconocer la filiación quebrada y abrir, de esa manera, un camino de búsqueda hacia ese pasado familiar negado y probablemente nunca imaginado durante esa “otra vida”  vivida bajo la “identidad apropiada”.

En su búsqueda, los nietos intentan ante todo reconstruir quiénes fueron sus padres, llenar el vacío dejado por la desaparición. Conocer sus gustos, sus gestos, sus ideas, sus pasiones, sus aciertos y sus errores, como militantes pero también como padres, madres, hermanos/as, hijos/as, compañeros/as de escuela, amigos/as. De esta forma, Nietos comparte con los otros films de la denominada “generación de los hijos” su aspiración por recuperar las facetas políticas y personales de la generación de sus padres que habían sido opacadas o silenciadas por el arquetipo de la “víctima inocente”, construido en la transición a la democracia (Lvovich y Bisquert, 2008; Amado, 2009).

Los vehículos con los que se construye esa subjetividad son múltiples. Están las memorias de los amigos y familiares, las historias contadas y repetidas. Pero también, como pequeños tesoros salvado de la tempestad del tiempo, aparecen diversos artefactos mnemónicos, huellas pletóricas de sentido de ese pasado perdido: fotos, cartas, documentos de identidad y otros múltiples objetos que pertenecieron a sus padres y sus madres. “Son como piezas de un rompecabezas”, dice Gabriel, un joven restituido. “Es la herencia que me dejó mi vieja – agrega, mostrando una carta que ella le había escrito antes de su nacimiento- lo tengo como un tesoro en la casa”. La voluntad de saber puede llegar al infinito: “me gustaría tomarme un vino con mi viejo y hablar ad eternum”, afirma Manuel, para señalar luego con pesar: “nos robaron ese tiempo”. Filiaciones rotas y tiempos imposibilitados son las dos caras del legado traumático de la desaparición forzada de personas. Los/as nietos/as cobran conciencia así de que el rompecabezas, a pesar de búsqueda infatigable, siempre quedará incompleto en parte.

La titánica tarea de armar el “rompecabezas” no supone, empero, una recuperación acrítica ni una rememoración mecánica del pasado.  No hay aquí un discurso monolítico y cerrado. Estos jóvenes interrogan críticamente el pasado. Realizan así, cada uno a su manera, lo que Paul Ricoeur ha llamado “trabajo de memoria”: una reelaboración consciente del pasado, que no niega la inestabilidad y la conflictividad de los recuerdos con los que trabaja y que está abierta a considerarlos críticamente, a reflexionar sobre ellos y a ponerlos en cuestión (Ricoeur, 2004). En estos “trabajos de memoria”, los/as jóvenes que prestan testimonio reflexionan sobre las opciones (políticas y personales) de sus padres y madres, pero no siempre adscriban a ellas, e incluso en muchos casos las cuestionan. Por ejemplo, Juan Pablo, al interrogarse sobre la paternidad y sobre su rol como padre, se refiere a sí mismo como un padre que no sabe cumplir su rol y que está al borde de la “desaparición”, a punto de “repetir la historia”:

Cuando nació mi hija no me cambió en nada (…) seguí siendo el mismo boludo de siempre (…) siempre decía: ‘yo no tuve un papá, yo no sé lo que es un papá, ¿Cómo voy a hacer para ser papá? Y nadie sabe lo que es un papá en realidad. Nadie sabe ser papá (…) no quiero que le termine diciendo papá a cualquiera (…) no quiero repetir la historia, no quiero desaparecer (…)  puede desaparecer de muchas maneras.

De manera elíptica, se deslizan en este pasaje algunos de los temas presentes en los “trabajos de memoria” de los/as hijos/as: por un lado, el cuestionamiento a las elecciones de los padres, que de alguna manera se contraponían con el sostenimiento de la familia y del hogar;  por otro, el tópico de la “casa rota”, de la imposibilidad de reconstruir lazos familiares después de esa experiencia traumática y del temor a “repetir la historia”, de que el hijo se quede sin padre o viva una “infancia apropiada” como la que sufrió él (“no quiero que le diga papá a cualquiera”).

El viaje de los/as nietos/as restituidos/as no es sólo hacia el pasado familiar. Es también un viaje introspectivo hacia su presente, hacia la pregunta por su propia identidad.

La cuestión de la identidad es abordada en el documental en varios niveles. En un primer nivel, la identidad es la integración de un cuerpo con un nombre. Es una cuestión de nominación, que confiere existencia legal a cada sujeto, le brinda una referencia que permite incluirlo en una red de parentesco y le otorga unidad a lo largo del tiempo y del espacio a sus acciones. La identidad es aquello que permite reconocerlo y reconocerse, ante sí mismo y ante los otros. Precisamente, la consecuencia más atroz de los crímenes del terrorismo de Estado fue haber producido una disociación entre la identidad y el cuerpo de las víctimas. Disociación de la identidad de los desaparecidos con sus cuerpos, enterrados en alguna fosa común; disociación también de la identidad de los niños apropiados con sus cuerpos, que se encuentran encerrados en un identidad falsa.

Identidades sin cuerpo, cuerpos sin identidad. Nietos traza un paralelismo entre la tarea del Equipo Argentino de Antropología Forense y la de Abuelas de Plaza de Mayo. Los primeros buscan identificar los cuerpos de los desaparecidos, las segundas luchan por localizar a sus nietos, por devolverles esa identidad primaria, su verdadero nombre, su verdadero origen, su verdadera filiación. El mensaje del documental es claro: la lucha de abuelas también forma parte de la batalla por cerrar la cesura entre identidades y cuerpos abierta por la dictadura.

Imagen artículo cine documental 05Sin embargo, con la restitución nominal, con el conocimiento de la verdadera familia y el verdadero nombre no concluye la búsqueda de la identidad para los nietos restituidos. Los testimonios dan cuenta de un segundo nivel de la identidad: la identidad como una elaboración subjetiva, como una construcción personal, como un recorrido abierto en el que se encuentran el pasado (o, en el caso de los nietos recuperados, los pasados: el vivido con la familia apropiadora y el negado con la familia biológica), el presente y el futuro.

Los testimonios muestran la diversidad de situaciones de apropiación y restitución, que configuran experiencias disímiles frente a una serie de interrogantes. ¿Qué sobrevive de la identidad falsa (o falseada), de la identidad “apropiadora” en la configuración subjetiva de la identidad restituida? ¿Qué recuperan del pasado familiar negado por la apropiación, que ahora intentan reconstruir con las “piezas del rompecabezas” que encuentran en su camino? ¿Cuáles son las tensiones entre el pasado familiar ocluido por la apropiación, las experiencias de crianza con la familia apropiadora y el presente de revelaciones, de descubrimiento de las memorias de la familia biológica?

El documental nos muestra una enorme variedad de respuestas, tantas como sujetos implicados en estas experiencias. En algunos casos, se observa un rechazo total del pasado con la familia apropiadora y una reivindicación profunda de la memoria de los padres transmitida por la familia biológica. Otros, aunque también han asimilado positivamente el conocimiento de su origen, siguen manteniendo buenos vínculos con quienes los adoptaron de buena fe y los criaron, a quienes llaman su “familia del corazón”. Y se dan también casos más extremos, como el de un joven que, al momento de la realización de la película, todavía no lograba procesar e incorporar esta verdad, rechazaba los acercamientos de la familia biológica y seguía llamando “padres” a sus apropiadores (vinculados con su secuestro). La complejidad que encierra esta situación es crudamente descripta por su hermana: “en las palabras de mi hermano siento a veces al asesino de mis viejos”.

La verdad no es sencilla de procesar. No siempre se acepta sin dificultades, no siempre se está dispuesto a asumirla. Sin embargo, todos los testimoniantes coinciden en algo: la voluntad de saber es un impulso vital irrefrenable. “Saber me cambió”, dice enfática María Victoria. “No pude contener las ganas de saber la verdad” dice, en el mismo sentido, Gabriel.

La militancia del sentido

De alguna manera, las diferentes variantes de las búsquedas tramitadas en Nietos pueden enmarcarse dentro de lo que Gabriel Gatti ha identificado como las “narrativas del sentido”. Esta categoría refiere a todos aquellos discursos (ficcionales y no-ficcionales) que aspiran a suturar el trauma ocasionado por la represión ilegal, re-ligar el espacio individual, familiar y social quebrado por la experiencia límite del terrorismo de Estado y darle un sentido a ese núcleo vacío que es el detenido-desaparecido. Estas narrativas se contrapondrían a las “narrativas de la ausencia”, que no pretenden elaborar el trauma de la desaparición sino habitar esa ausencia, vivir y permanecer (incluso gozosamente) en la falta de sentido. El documental Los rubios, de Albertina Carri, o la novela Los topos de Félix Bruzzone (2008), podrían incluirse dentro de esta categoría  (Gatti, 2011).

Imagen artículo cine documental 06“Vieja, desdichada y previsible”, en palabras de Gatti, la narrativa del sentido es sostenida por diferentes “militantes del sentido”, entre los cuales Abuelas de Plaza de Mayo sería el ejemplo paradigmático, porque su búsqueda de los niños apropiados (los “desaparecidos vivos”) es la única que puede revertir con algún grado de éxito (sin obviar las secuelas traumáticas, claro está) el legado trágico del terrorismo de Estado. Su “militancia del sentido” se extiende a otras iniciativas, como el Archivo Biográfico Familiar, el esfuerzo más sistemático para ayudar a los nietos restituidos en su “trabajo de memoria”, en la búsqueda por recuperar el recuerdo de sus padres y madres.

La conceptualización desarrollada por Gatti resulta de utilidad para pensar el documental Nietos. Es que, en efecto, la película produce, a través de sus búsquedas, múltiples narrativas del sentido. Las Abuelas como institución, presente desde el comienzo de la película, y cada una de las abuelas que testimonian, narran su militancia infatigable por localizar y restituir a sus nietos y nietas y cerrar así aunque sea una parte del vacío generado por la desaparición forzada.   “‘¡Qué suerte que te pudiste quedar con un nieto!’, me dicen a veces (…) pero no es así, formamos una familia para tener a todos, no para tener un solo nieto”, señala una de las abuelas en su testimonio, mostrando su perseverancia por cubrir esa ausencia.

La película decide mostrar al “viaje de los nietos” también como una búsqueda de sentido. Aunque, como vimos, lo que prima es la diversidad de voces, con historias disímiles, la escena final es significativa de esta toma de postura del film. La cámara, siempre con cierta vocación que podríamos denominar etnográfica, como si se tratara de una “observación participante”, acompaña a Horacio al entierro de los restos de su padre, que acababan de ser identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense. En esta escena, la película cierra al menos una de las heridas abiertas por el terrorismo de Estado: las identidades robadas (la del padre desaparecido, la del nieto apropiado) se reunifican con sus respectivos cuerpos.

A modo de conclusión

Como hemos visto, el relato de Nietos (identidad y memoria) se modula entre diversos tiempos y diversas búsquedas. Las Abuelas transmiten el dolor de la pérdida, del duelo inacabado de sus hijos/as desaparecidos/as, pero también la alegría del reencuentro,  ya consumado o anhelado, con sus nietos/as. Por su parte, los/as nietos/as restituidos/as recorren su propio viaje de descubrimiento, hacia una familia que siempre fue la suya pero apenas empiezan a conocer, hacia un pasado que deben reconstruir como un rompecabezas; hacia un presente y un futuro que se reconfiguran con la verdad como punto de partida.

Nietos asume un compromiso ético y una postura política frente a la causa de Abuelas de Plaza de Mayo. Sin embargo, su dimensión instrumental, como dispositivo comunicacional para la lucha de la asociación, no hace mella en su calidad artística ni en su densidad reflexiva. Por el contrario, el documental permite poner en escena las ideas y sentimientos encontrados que experimentan los nietos y las nietas en esa búsqueda que se mueve entre los dos términos enmarcados por el paréntesis en el título del documental: la identidad y la memoria. Sus voces, introspectivas, reivindicativas, críticas, reflexivas, contradictorias –en cualquier caso, heterogéneas– muestran las marcas conflictivas del camino que han emprendido, el de la reconstrucción de su historia familiar, que conduce inexorablemente a la pregunta por la propia identidad. La respuesta, única en cada caso, se elabora en el complejo cruce de la autobiografía y las memorias, de la tarea de rehabilitación y la del duelo, del pasado personal vivido en el seno de una familia apropiadora y el pasado familiar negado e ignorado que emerge tras la restitución.

El documental no pretende, pues, imponer una verdad canónica, cerrar el sentido. Todo lo contrario: al recorrer la confluencia entre las búsquedas inacabadas de estas dos generaciones de sobrevivientes del terrorismo de Estado, Nietos es una apuesta por construir sentidos (múltiples) sobre el pasado, el presente y el porvenir en el vacío dejado por el horror.

Bibliografiía

Agamben, Giorgio (2002), Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo Sacer II, Pre-textos, Valencia.

Aguilar, Gonzalo (2006), Otros mundos. Un ensayo sobre el nuevo cine argentino, Santiago Arcos Editor, Buenos Aires.

Amado, Ana (2009), La imagen justa. Cine argentino y política (1980-2007), Colihue, Buenos Aires.

Aprea, Gustavo (2008), Cine y políticas en la Argentina. Continuidades y discontinuidades en 25 años de democracia, Biblioteca Nacional/Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires.

Blejman, M (2004) “Yo quería saber a quién me parezco”. En Página/12, 20 de marzo de 2004. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/diario/cultura/7-32982-2004-03-20.html. Última consulta: 25 de septiembre de 2018.

Bonaldi, Pablo (2006), “Hijos de desaparecidos. Entre la construcción de la política y la construcción de la memoria”, en Elizabeth Jelin y Diego Sempol. (comps.), El Pasado en el futuro: Los movimientos juveniles, Siglo XXI, Buenos Aires.

Cueto Rúa, Santiago (2011), Nacimos en su lucha, viven en la nuestra, Tesis Doctoral. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.

Crenzel, Emilio (2008), La historia política del Nunca más: la memoria de las desapariciones en la Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI.

Da Silva Catela, Ludmila (2010), “Pasados en conflicto. De memorias dominantes, subterráneas y denegadas”, en Ernesto Bohoslavsky, Marina Franco y Daniel Lvovich (Comps.), Problemas de historia reciente del Cono Sur, Prometeo Libros, Buenos Aires.

De Vecchi Gerli, María (2010), “¿Y vos, sabés quién sos?” La identidad asociada a la apropiación ilegal de niños en la última dictadura militar argentina como tema público en Buenos Aires. Tesis de Maestría. México, Instituto Mora.

Diz, María Luisa (2016), Teatro x la Identidad: Un escenario para las luchas por la configuración de sentidos sobre la apropiación de menores y la restitución de identidad. Tesis de Doctorado. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales.

España, Claudio (comp.) (1994), Cine argentino en democracia, 1983-1993, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires.

Franco, Marina y Feld, Claudia (dirs.) (2015), Democracia, hora cero: actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

Gatti, Gabriel (2011), Identidades desaparecidas. Peleas por el sentido en los mundos de la desaparición forzada, Prometeo, Buenos Aires.

Halbwachs, Maurice (2004 [1925]), Los marcos sociales de la memoria, Anthropos: Barcelona.

Huyssen, Andreas (2002), En busca del futuro perdido: cultura y memoria en tiempos de globalización, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México.

Kordon, Diana y Edelman, Lucila (2007), Por-venires de la memoria: efectos psicológicos multigeneracionales de la represión de la dictadura: hijos de desaparecidos, Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires.

La Madrid, Mara y Gelman, Juan (1997), Ni El Flaco Perdón de Dios. Hijos de desaparecidos, Planeta, Buenos Aires.

Lvovich, Daniel y Bisquert, Jorgelina (2008), La cambiante memoria de la dictadura. Discursos públicos, movimientos sociales y legitimidad democrática, Biblioteca Nacional/Universidad Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires.

Ortega, María Luisa (2010), “Encrucijadas en el documental contemporáneo”, en Cine Documental, N° 1, Buenos Aires. Disponible en: http://revista.cinedocumental.com.ar/1/teoria_02.html

Pittaluga, Roberto y Oberti, Alejandra (2006), Memorias en montaje. El cielo por asalto, Buenos Aires.

Pollak, Michael (2006), Memoria, olvido, silencio. La producción social de identidades frente a situaciones límite, Al Margen: La Plata.

Raggio, Sandra (2006), “En torno a la Noche de los lápices. La batalla por los relatos”, en Revista Puentes, Año 6, N° 18, La Plata, Octubre de 2006. 32- 35.

Rancière, Jacques (2007), El viraje ético de la estética y la política, Palinodia, Santiago de Chile.

Ricoeur, Paul (2004), La memoria, la historia, el olvido, Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires.

Villalta, Carla (2012), Entregas y secuestros. El rol del Estado en la apropiación de niños, Editorial del Puerto, Buenos Aires.

Yerushalmi, Yosef (1989), “Reflexiones sobre el olvido”, en AA.VV., Usos del olvido, Nueva Visión, Buenos Aires.

Notas

[1] Benjamín Ávila es director, guionista, editor y productor de cine. Nació en 1972 en la Provincia de Buenos Aires. Su madre fue secuestrada en 1979, durante la última dictadura militar, y permanece desaparecida. Trabajó en la producción de diversos largometrajes. Como director, sus películas más importantes son el documental Nietos (identidad y memoria) y la ficción Infancia Clandestina (2011), en la que retoma muchos elementos autobiográficos para narrar, desde el punto de vista de un chico de 12 años, la historia de una familia montonera que vive en la clandestinidad tras regresar a la Argentina en el marco de la llamada “Contraofensiva Estratégica”.

[2] Entre las películas estrenadas que abordan esta temática se encuentran los documentales  Botín de guerra (David Blaustein, 1999); Nietos (identidad y memoria) (Benjamín Ávila, 2004), ¿Quién soy yo? (Estela Bravo, 2007), Victoria (Adrián Jaime, 2008), Chicha, esperanza y dolor (Guillermo Kancepolsky y Rosa Teichmann, 2008), Estela (Silvia Di Florio y Walter Goobar, 2008), Hermanos de sangre. La búsqueda continúa (Fabián Vittola, 2008), Verdades verdaderas (Nicolás Gil Lavedra, 2011) y La parte por el todo (Andrés Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano, 2015). También se produjeron varios películas de ficción sobre la temática, entre ellas Los pasos perdidos (Manane Rodríguez, 2001), Cautiva  (Gastón Biraben, 2003), Figli/Hijos (Marco Bechis, 2005), Aparecidos (Paco Cabezas, 2007), Adopción (David Lipszyc, 2009), El recuento de los daños (Inés de Oliveira Cézar, 2010), Eva & Lola (Sabrina Farji, 2010) y Verdades verdaderas (Nicolás Gil Lavedra, 2011).

[3] En Ni el flaco perdón de Dios, de La Madrid y Gelman,  la primera compilación de testimonios y “ficciones autobiográficas” de y sobre hijos, una historia narrada por Adriana Calvo marca la estructura primaria del relato canónico del “viaje del hijo”. El relato cuenta la historia de una joven argentina criada en Francia que vuelve al país a reconstruir la historia de su padre, desaparecido por la dictadura. La chica es simbólica y materialmente una extranjera hasta que, en esa búsqueda, logra encontrar a su padre (tanto su historia personal como sus restos mortales). En ese encuentro y en ese duelo algo ha cambiado en ella: ha encontrado su verdadera identidad. Cfr. La Madrid y Gelman, 1997, p. 15.

La música en el documental institucional chileno: posibilidades de escucha y resignificación de un género

Descargar texto

Martín Farías

Resumen

El presente artículo explora la producción de documental institucional desarrollada en Chile durante la década de 1960, enfatizando la importancia de la música en el discurso general de las obras. En primer lugar, se entregan ciertas definiciones y tópicos con el fin de enmarcar este repertorio en el contexto cinematográfico nacional. Luego, se analiza Energía gris (Fernando Balmaceda, 1960) como parte de las películas producidas por CINEP, una compañía que usualmente reclutó compositores con el objeto de crear producciones más atractivas y competir así con otras empresas. La partitura de este film aparece como un caso ejemplar de cómo el uso de la música puede modificar la interpretación total del discurso audiovisual. Finalmente, el documental institucional ofrece una mirada interesante que permite abrir nuevas perspectivas en el estudio del cine de no-ficción.

Palabras clave

Documental de encargo; música de cine; cine chileno; Fernando Balmaceda; vanguardia musical

Abstract

This article explores the industrial and sponsored film production in Chile during the 1960s emphasising on the significance of music for the overall discourse of the films. Firstly, it provides specific definitions and topics in order to frame this repertoire in the national cinematic context. Secondly, it analyses the industrial film Energía gris (Grey Energy, Fernando Balmaceda, 1960) as part of the films produced by CINEP, a company that usually recruited composers in order to create more attractive films to be able to compete with other companies. The score of this film appears as exemplary of how the use of music modifies the overall interpretation of the audiovisual discourse. Ultimately, the industrial and sponsored film production offers a fascinating insight to open new perspectives in the study of non-fiction films.

Keywords

Industrial film; sponsored film; film music; Chilean cinema; Fernando Balmaceda; music avant-garde

Resumo

O presente artigo explora a produção do cinema patrocinado desenvolvida no Chile durante a década de 1960, enfatizando a importância da música no discurso geral dos filmes. Em primeiro lugar, são apresentadas certas definições e tópicos com o fim de enquadrar este repertório no contexto cinematográfico nacional. A seguir, analisa-se o documentário Energía gris (Fernando Balmaceda, 1960) como parte das obras produzidas pela CINEP, uma companhia que usualmente recrutou compositores com o objetivo de criar filmes mais atrativos e competir, assim, com outras companhias. A partitura aparece neste filme como um caso exemplar de como o uso da música pode modificar a interpretação total do discurso audiovisual. Finalmente, o cinema patrocinado oferece uma visão interessante para abrir novas perspectivas no estudo do cinema de não ficção.

Palavras-chave

Cinema patrocinado; música para cinema; cinema chileno; Fernando Balmaceda; vanguarda musical

Datos del autor

Magíster en Musicología por la Universidad de Chile y candidato a Doctor en Música por la Universidad de Edimburgo, Escocia. Su trabajo de investigación se centra en la música de cine, música de teatro y los vínculos entre música y política. Su tesis doctoral se enfoca en el desarrollo de la música en el cine chileno desde comienzos de la era sonora a fines de los años treinta hasta el golpe de estado de 1973, particularmente en sus relaciones con aspectos de identidad y política.

El artículo es inédito y no ha sido presentado en ningún evento académico

Fecha de recepción: 30 de septiembre de 2018.
Fecha de aprobación: 25 de noviembre de 2018.

Introducción

A pesar que el documental institucional ha sido uno de los formatos más prolíficos en la cinematografía chilena, ha sido escasamente estudiado y se encuentra hasta hoy en una posición marginal. Incluso al momento de definirlo existe dificultad puesto que se utilizan conceptos diversos para hablar de un repertorio similar. Desde la academia anglosajona se propone generalmente el concepto de industrial film (Hediger y Vonderau, 2009) aunque una traducción literal al español resulta problemática pues en el estudio del cine latinoamericano se ha utilizado la categoría de cine industrial como forma de referir a los proyectos de industrialización cinematográfica que desde comienzos de los años 30 emprendieron varios países de la región inspirados en el modelo de Hollywood (Paranaguá 2003: 34). Por otro lado, Erik Barnouw (1974) y Bill Nichols (2001) utilizan en general la expresión sponsored films o películas patrocinadas, distinguiendo si se trata de encargos estatales o privados. En el ámbito latinoamericano, Paulo Antonio Paranaguá se refiere a “documentales promocionales o institucionales” (2003: 37) como una forma de englobar producciones ligadas a instituciones específicas que tuvieran un objetivo de promoción. Para el caso chileno Cortínez y Engelbert han hablado de un “cine comercial de publicidad y de documentales para la industria” (2014: 80). En este sentido, una de las compañías chilenas dedicadas a este tipo de producción se llamó justamente CINEP, Cine Publicitario. Por otra parte, Celedón et. al., se refieren a producciones realizadas por encargo empresarial o estatal (2017: 12).

Como una forma de aunar criterios diversos y en parte difusos debido a razones de traducción, utilizo a lo largo de este texto el concepto de documental institucional, donde se engloban producciones por encargo de tipo promocional que buscan promover determinadas ideas e información relacionada con la institución que realiza el encargo, pudiendo esta ser estatal o privada.

La gran mayoría de las investigaciones sobre cine en Chile han pasado por alto el trabajo producido en este campo o se han limitado a mencionar aspectos muy generales sin adentrarse en el análisis de las obras.[1] Existe aún muy poca información respecto del número de películas institucionales producidas en el país. Ya que muchas de éstas no entraban en los canales de distribución regular del cine de ficción o el documental de autor, fueron escasamente consideradas por la prensa y la crítica.

Patricio Kaulen, reconocido cineasta que pasó muchos años creando películas institucionales para empresas privadas y públicas, fue incluso premiado en el año 1964 por la revista Ecran, reconociendo en parte su trabajo en este campo. Sin embargo, más adelante su labor ha sido revalorada considerando casi únicamente su producción en cine de ficción, particularmente su película Largo Viaje (1967) que para muchos forma parte de las corrientes renovadoras del llamado Nuevo Cine Chileno a fines de los años sesenta (Cortínez y Engelbert, 2014). Años más tarde, en una entrevista realizada por el crítico Héctor Ríos, Kaulen menciona en varias ocasiones su vasta experiencia en el documental institucional y cómo éste le permitió ganarse la vida, pero Ríos, insiste en cambiar el tema para enfocarse solo en su trabajo ‘artístico’ (Ríos y Román, 2012: 27-46). Una situación similar ocurre con Armando Parot y Fernando Balmaceda, quienes en 1955 fundaron la compañía CINEP donde produjeron un gran número de películas institucionales hasta 1970. Su trabajo hasta la fecha ha sido prácticamente ignorado por los investigadores. La estudiosa del cine chileno Jacqueline Mouesca apenas los menciona en su historia del documental en Chile (2005: 63), Pablo Corro et. al., (2007) centran su análisis en el documental universitario de las universidades, y algo parecido ocurre con la mayoría de los trabajos que abordan el periodo.  Una excepción reciente es el libro Archivos documentales (Celedón et.al., 2017) que explora el repertorio producido por Parot y Balmaceda entre 1955 y 1970. Sin embargo más allá de algunos planteamientos generales para aproximarse a este repertorio, el análisis que se ofrece es más bien escaso. Por otra parte, pese a que los autores señalan un par de excepciones, consideran que en general “la música no tiene ninguna misión significativa, salvo la festividad que suele introducir en el transcurrir” (2017: 76). En este artículo intentaré contestar a esta idea, proponiendo que, por el contrario, la música opera en varios niveles para producir significado.

En términos históricos, resulta interesante que un pequeño número de documentales institucionales fueran reseñados por la prensa durante los años 50 y 60. Las críticas destacaban ciertas características que de algún modo permitían considerar las cintas como una obra artística y no simplemente como formas utilitarias. No parece ser coincidencia que las que alcanzaron alguna repercusión fueron precisamente las que incluían música especialmente compuesta y un uso más elaborado de la música y el sonido. En cierto modo, lo musical se convirtió en un medio para cruzar los límites entre lo funcional y lo artístico, enriqueciendo el relato con elementos supuestamente poéticos y abstractos que matizaban hasta cierto punto el discurso directo e informativo de este tipo de obras.

Algunas definiciones

El documental institucional pertenece en general a la gran categoría del cine de no-ficción. Peterson las define como películas que “documentan todos los modos de producción, desde artesanías tradicionales hasta manufactura mecanizada moderna”. (2005: 448). En este sentido Nichols señala respecto al documental británico que:

Un marco institucional también impone una forma institucional de ver y hablar, la cual funciona como un grupo de límites o convenciones tanto para el cineasta como para la audiencia […] La voz over, algunas veces poética, otras factual pero casi omnipresente, fue una sólida convención en las unidades de producción de películas patrocinadas por el gobierno lideradas por John Grierson en los años 30 en Reino Unido (2001: 23)[2]

Las producciones de los años 50 y 60 en Chile siguieron el influjo de Grierson, cuya visita a Santiago en 1958 fue influyente para muchos realizadores de documental en la época (Horta 2015: 8). Alessandro Cecchi, en su estudio del documental institucional italiano plantea una distinción con la publicidad, que bien puede extrapolarse fuera de dicho contexto. El autor señala que “estas películas no han sido diseñadas tanto para publicitar los productos de una compañía a los clientes sino más bien para montar complejas estrategias para promocionar la imagen corporativa, en la cual los aspectos comerciales son disfrazados en una oferta de servicio público, divulgación científica o información tecnológica” (2014: 182), una idea que resulta clave para interpretar gran parte de la producción institucional chilena en la cual muchas veces las cintas se alejan de una forma explícita de promoción. Peterson agrega que estas películas contribuyen a dar forma a la cultura moderna y al mundo industrializado (2005: 448). Este punto resulta particularmente significativo en el contexto latinoamericano y particularmente en el chileno, que vivió una acelerada industrialización bajo los gobiernos liderados por el Partido Radical entre 1938 y 1952 que buscaron acabar con el sistema de importación-exportación.[3] Estas medidas fueron continuadas en las siguientes administraciones con distintos matices hasta el golpe de estado de 1973. En este sentido, es plausible argumentar que el desarrollo del documental institucional durante los años cincuenta y sesenta va de la mano con los procesos de modernización y cambios en la naturaleza del trabajo en el país.

Documental institucional en Chile

A comienzos de la década de 1950, luego de la bancarrota de Chile Films[4], la película institucional comienza a vivir un momento muy productivo. Compañías como EMELCO[5] y CINEP, fundadas entre fines de los 40 y mediados de los 50, además de algunos cineastas independientes dieron inicio a una prolífica producción, que les permitió obtener experiencia en un contexto en donde las oportunidades de hacer películas eran bastante escasas y contribuyeron además a que realizadores y técnicos pudieran ganarse la vida en el ámbito fílmico.

En este sentido, Cortínez y Engelbert han planteado que la continuidad del cine chileno durante la crisis de los años cincuenta se debe a EMELCO (2014: 80). A comienzos de los sesenta, la revista Ecran destacaba la gran cantidad de producciones de EMELCO, señalando que sólo en 1961 ésta produjo 34 noticieros y muchos documentales institucionales. (Ecran 1630, 24 de abril 1962: 10), un nivel de productividad inédito en la historia del cine chileno. Aunque más pequeña que EMELCO, CINEP tuvo una presencia significativa en el género desde fines de los cincuenta. Los realizadores Fernando Balmaceda y Armando Parot fundaron la compañía en 1953 y en una década en la que incluso tuvieron algún receso, produjeron alrededor de 60 cintas para instituciones públicas y privadas (Ecran 1708, 22 octubre 1963: 15).

CINEP buscaba diferenciarse de las otras compañías, añadiendo algunas características especiales a sus producciones. Una de las más significativas fue el uso de música especialmente compuesta para los films. Compositores de la vanguardia musical de aquellos años como Gustavo Becerra, Sergio Ortega y Celso Garrido-Lecca, entre otros, colaboraron con esta compañía marcando una gran diferencia con otras producciones que usualmente utilizaban música preexistente a la cual se le daba escasa atención y participación. En su autobiografía, Fernando Balmaceda explicaba que la creatividad era una ventaja a la hora de competir con las demás compañías y señalaba que “aunque el tema fuera aparentemente árido o demasiado técnico, nosotros lo hacíamos atractivo no solo con imágenes bien hechas sino también con ingeniosos textos, música apropiada y efectos de sonido” (2002: 341).

La relación entre Balmaceda y estos músicos se explica tanto por un interés artístico compartido como por un pensamiento político similar, pues tanto él como los compositores ligados a CINEP eran o miembros del Partido Comunista o simpatizantes de partidos de izquierda. Esta mirada resulta clave para comprender la producción de la compañía que incorpora a los trabajadores como un eje central en sus películas.

Alessandro Cecchi, respecto al documental institucional italiano, ha sugerido la existencia de un subgénero experimental en el cual los directores y sus colaboradores, ligados a las vanguardias artísticas crearon películas con un “alto nivel de experimentación audiovisual” (2013: 398). Al respecto, son varias las similitudes que podemos encontrar con el contexto chileno. Por un lado, la existencia de un tipo de documental institucional más convencional, el interés de algunos realizadores por experimentar y ampliar las fronteras del género, la colaboración con músicos de vanguardia y la realización de producciones que podrían clasificarse como experimentales. Considero que gran parte de los films de CINEP encarna este subgénero experimental y el rol de la música resulta fundamental para lograr un resultado de esas características.

La colaboración con renombrados compositores de vanguardia y el uso de ciertas técnicas y lenguajes musicales se convirtió también en una característica para alcanzar legitimidad en el medio cinematográfico y acercarse al estilo del documental ‘de arte’. En aquellos años, la prensa y la crítica valoró algunas cintas institucionales poniéndolas a la par de documentales de corte más artístico. Probablemente en la ausencia de una producción cinematográfica mayor, este tipo de trabajos vino a cubrir un vacío. Incluso algunos de estos films participaron de festivales tanto nacionales como internacionales llegando a obtener premios.[6]

Un caso paradigmático ocurrió con Carbón (Fernando Balmaceda, 1965) un documental sobre la explotación de este mineral en el sur de Chile producido por CINEP que fue muy bien recibido en el festival de cine de Viña del Mar en 1966. Sin embargo, cuando se presentó nuevamente, como parte de la muestra chilena en el festival de 1967, hoy conocido como el primer festival del Nuevo Cine Latinoamericano, el jurado criticó duramente su inclusión, planteando que este tipo de trabajos por encargo no tendrían autonomía como obra de arte. Incluso el presidente del jurado, el cubano Alfredo Guevara, señaló que el comité de selección debiera abstenerse de traer este tipo de films en futuras versiones del festival (Cortínez and Engelbert, 2014: 106-107).

En relación a las temáticas, el hecho de realizar películas que retratan procesos de producción, industrias, fábricas y otros temas relacionados, crea un vínculo directo con el retrato del trabajo y la clase obrera, que hasta esos años era un tópico escasamente explorado en la producción cinematográfica chilena. En este sentido, es posible encontrar distintas estrategias. Por un lado, Fernando Balmaceda en cintas como Energía gris (1960) y Carbón (1965), muestra a los mineros como personajes fundamentales para el funcionamiento de las fábricas y la elaboración de los productos retratados, creando una imagen dignificadora de la clase obrera. Mientras tanto, en La metalurgia del cobre (1960) Patricio Kaulen se enfoca mayoritariamente en aspectos de tecnología y automatización mientras los obreros son escasamente mostrados. Incluso en su cinta Un hogar en su tierra (1961) hay una notoria caricaturización de la clase obrera, retratada a través de un huraño y alcohólico trabajador de un cementerio.

Vemos así, que a pesar de las limitaciones impuestas por la institución que encarga la cinta, las decisiones estéticas y discursivas podían moldear el discurso cinematográfico en diversas formas. Los cambios en las estructuras sociales del Chile de la primera mitad del siglo veinte comenzaron a aparecer en las pantallas. Uno de esos cambios fue el creciente rol de la clase obrera como un agente protagonista del tejido social y la posición de las distintas tendencias políticas en relación a estos cambios.

Progreso y desarrollo (cuestionado) en Energía gris

La Corporación de Fomento CORFO, fundada en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda a fines de los años treinta, continuaba siendo la principal institución para la industrialización de Chile, creando organismos y compañías en cada área de desarrollo. Una de ellas había sido la Compañía de Acero del Pacífico CAP, que desde 1946 había jugado un rol clave en la explotación del acero en Chile. De acuerdo a los historiadores Collier y Satter, CORFO tuvo gran éxito en uno de sus objetivos que era la creación de nuevas industrias, “construyendo en Chile uno de los más ambiciosos complejos industriales, la mina de acero de la Compañía de Acero del Pacífico en Huachipato, un pueblo cercano a la ciudad de Concepción, que comenzó su producción en 1950” (2004: 269-270). Diez años después, en 1960 la producción de este metal alcanzaba las 200.000 toneladas por año (Desarrollo y expansión de Huachipato, 1962: 6).

A finales de los años cincuenta, CORFO y CAP crean el Instituto del Acero, un organismo cuyo objetivo era fomentar nuevos usos del metal en el país. De acuerdo a una reseña reciente, el instituto fue clave para promover la exportación de enlatados y programas de construcción (Castañeda 2015). Posiblemente como parte de sus iniciativas de promoción, el Instituto encargó un documental a CINEP, que creó Energía Gris (Fernando Balmaceda, 1960) una película de 20 minutos que describía los diversos aspectos de la producción del acero a través del relato de un niño que se convierte en ingeniero con la idea de mejorar la vida de las personas.

CINEP reclutó al compositor Gustavo Becerra para escribir la música de la película. La composición resultó altamente experimental, incluyendo disonancias, atonalidad y una peculiar instrumentación, un conjunto de vientos y percusión donde el fagot era el instrumento principal. Becerra incluyó también efectos de sonido que no habían sido utilizados anteriormente en el cine chileno. El resultado es muy inusual en comparación con otros films del periodo que utilizan la música de una forma mucho más convencional.

La música de Energía gris abarca casi la totalidad de la película, con la excepción de unos 20 segundos en total, sumando pequeñas pausas entre escenas. Si bien se incluye voz over de un narrador, la música no pierde protagonismo, sino que dialoga con éste. En la ausencia de sonido directo en las locaciones, la música cumple también un rol de diseño sonoro, que imita los sonidos de lo que aparece en pantalla. Para ello Becerra utiliza algunos instrumentos y efectos que crean una suerte de capa sonora que trabaja en diálogo con lo estrictamente musical. Una parte importante de la partitura se basa en la famosa marcha militar “Adiós al séptimo de línea” que fue compuesta en Chile en 1877 y se convirtió en una canción significativa durante la Guerra del Pacífico (1879-1883) en la cual Chile combatió contra Perú y Bolivia, y que ha sido clave para la construcción de relatos de identidad nacional. La marcha, por lo tanto, puede ser entendida como una pieza de gran connotación patriótica entre los chilenos. Becerra creó una versión de esta marcha, que es la que abre la cinta, y además produjo algunas variaciones en las cuales se utiliza la marcha como material para crear nuevas piezas en diversos estilos, pero manteniendo motivos reconocibles de la original.

La primera escena, luego de los créditos, muestra un antiguo tren a vapor acompañado de la marcha en su forma original (ejemplo 1). El narrador señala que hace muchos años, cuando era un niño, vio un enorme puente construido durante el gobierno del presidente Balmaceda.[7] La música crea una sensación épica enfatizando la imagen del pequeño niño que observa el colosal puente (figura 1). El narrador señala que luego de ver esta construcción decidió hacerse ingeniero para poder construir algo tan grande como aquel puente. Entonces aparece por primera vez una variación de la marcha (ejemplo 2). Becerra toma el motivo del segundo y tercer compás para crear una especie de loop que repite esta pequeña melodía, mientras el acompañamiento armónico y los arreglos van cambiando de acuerdo a las necesidades de cada escena. En este caso, por ejemplo, la armonía crea una atmósfera épica que funciona como un apoyo a la decisión del niño de volverse ingeniero.

 

 

Ejemplo 1

Ejemplo 1: Marcha Adiós al séptimo de línea

Ejemplo 2

Ejemplo 2: Variación de la marcha Adiós al séptimo de línea

Más adelante, el niño se convierte en un adulto y la música continúa creando una imagen positiva y entusiasta del personaje (figura 2). La variación de la marcha reaparece, esta vez tocada en el oboe, con un rítmico acompañamiento de bronces y una percusión que toca pequeñas células rítmicas creando un pulso que produce una sensación de esfuerzo y heroísmo mientras vemos al hombre trabajando (02:45 – 03:32). Esta es una de las pocas escenas donde la música se mantiene en al ámbito tonal, evitando la disonancia, lo cual la distinguirá del total que se enmarca en un estilo más disonante. El encuadre de la cámara también contribuye a producir esta imagen heroica mostrando al hombre sobre la gran maquinaria que está operando. En la siguiente escena el narrador establece que la historia de este personaje es un pequeño reflejo del gran proyecto industrializador del país señalando que “la decisión colectiva y la visión de estadista” del presidente Aguirre Cerda llevó al desarrollo del plan de industrialización y a la creación de la Planta de Huachipato donde se produce el acero.

Figura1Figura 1: El niño observa el colosal puente

Figura2Figura 2: Ya adulto, construye una máquina

La historia del niño que se convierte en adulto funciona como una metáfora del crecimiento del país estableciendo un paralelo entre su decisión individual de dedicarse a la ingeniería con la decisión nacional en términos de desarrollar un proceso de industrialización. La personificación aparece como una estrategia narrativa para darle más dramaticidad a un relato que de otro modo sería solamente una enumeración estadística. Así, la producción de acero, que puede ser un tema un tanto árido, se acerca al público general. En este sentido, la música juega un rol crucial en la creación de estos ambientes y emociones con el fin de generar una empatía entre el espectador y los personajes y discursos de la obra.

Más adelante, la música funciona como un refuerzo del plano de dos trabajadores que están taladrando la tierra. Los instrumentos de viento tienen un efecto de delay que produce una capa sonora en el que se van repitiendo las notas junto a los timbales que tocan un largo redoble imitando el sonido del taladro. Así, la música opera tanto en la creación de ambientes como en la producción de una especie de Foley, generando los sonidos que las escenas requieren. Una de las técnicas habituales en la música de cine es el uso del llamado stinger, generalmente un acorde o un sonido solo, que funciona como acento y que tiene como objetivo llamar la atención sobre una acción que está ocurriendo en la pantalla (Buhler, Neumeyer y Deemer, 2010: 137). En una de las escenas, enfocada en la extracción de carbón, como parte del proceso de producción del acero, uno de estos acentos entra sobre la imagen de dos mineros que taladran el muro en primer plano (figura 3). Esta técnica funciona como parte de una serie de refuerzos de las acciones de los trabajadores que, como se señala anteriormente, era uno de los focos de Balmaceda.

Figura3Figura 3: Mineros taladrando

Posteriormente, hay una secuencia de casi dos minutos sin voz en off donde únicamente escuchamos la música de Becerra operando en tres niveles: por un lado, acentuando acciones específicas como un minero que mueve unas palancas, por otra parte, la variación de la marcha que da ritmo a la escena y finalmente efectos que emulan los sonidos de las maquinas (09:00 – 10:44). Este último nivel aparece prominentemente un poco más adelante, en la cual la cámara muestra el funcionamiento de la maquinaria que procesa el acero en una sucesión de primeros planos (11:06 – 11:58). Los instrumentos producen una superposición de ritmos que conectan con lo que vemos en la pantalla. Una caja china emula con su sonido de madera el movimiento de grandes cilindros que parecen martillar de arriba a abajo, mientras una melodía cromática en la flauta imita el movimiento horizontal de una pieza de la máquina (figuras 4 y 5). La música es altamente disonante lo cual crea una atmósfera densa que de pronto se interrumpe cuando un trabajador mueve un enorme taladro. El fagot toca la variación de la marcha, seguido por una trompeta que introduce un motivo ascendente que funciona como una fanfarria, creando una suerte de clima triunfal. Sin embargo, el estilo de la música parece contradecir este clima. Con dos trompetas, Becerra introduce una técnica del batimiento, que consiste en tocar dos notas casi idénticas, pero con una pequeña diferencia en la afinación produciendo una especie de chirrido muy disonante. El sonido conecta con la imagen de una barra de acero que raspa un metal (figura 6).

Figura4Figura 4: Cilindros martillan

Figura5Figura 5: Una pieza de la máquina se mueve horizontalmente

La densidad sonora en este punto crea una atmósfera bastante sombría que parece contradecir el discurso positivo de industrialización que las imágenes y el narrador están entregando. Luego, la variación de la marcha aparece nuevamente, esta vez acompañando tomas de una fábrica de cocinas y de mujeres trabajando en una fábrica de productos enlatados. La música de la obra en general, y particularmente en estas escenas recuerda el estilo de una película de terror o ciencia ficción, lo cual es muy llamativo considerando que el objetivo de las películas institucionales es comunicar contenidos y persuadir a las audiencias acerca de una determinada posición o idea. El hecho de que la música produzca una atmósfera sombría y amenazante sobre imágenes que debieran ser entregadas en un tono positivo desestabiliza el objetivo de la cinta planteando preguntas en torno a las razones de este hecho, que difícilmente puede haber sido una coincidencia, pues Becerra era un conocedor de los usos y significados de la música en el cine.

Figura6Figura 6: la barra raspa el metal

De acuerdo con Lerner, la música en el cine de terror se caracteriza por el uso de disonancias, atonalidad y experimentación tímbrica con el propósito de hacernos sentir incómodos (2010: ix) todas éstas son características de la partitura de Becerra. Por supuesto que no toda cinta que utilice estas técnicas será necesariamente de terror, pero en este caso la ambivalencia que producen estas piezas plantea la duda. ¿Qué habrá querido decir el compositor?[8] Pese a que es difícil establecer un propósito específico, me parece que la música compuesta por Becerra tiene una intención crítica que busca advertir acerca del discurso de industrialización y desarrollo que el narrador y las imágenes proponen. El compositor, a través de la música crea una visión pesimista del futuro, una suerte de distopía que funciona como contrapunto de lo que está siendo visto y narrado.

Podríamos objetar esta interpretación señalando que, de ser así, la empresa que encargó la cinta hubiera exigido modificar la banda sonora. Sin embargo, el problema que plantea la música en el cine es precisamente una cierta ambivalencia en la cual los significados no son explícitos sino más bien latentes. Sería posible afirmar que la música simplemente buscaba crear una sonoridad de lo tecnológico en concordancia con el proyecto industrializador que proponen las imágenes y el narrador. Sin embargo, tenemos una sumatoria de técnicas musicales que crean fricción con este discurso. Los batimientos, la insistencia en las disonancias, la creciente densidad sonora, la progresiva atonalidad y esta suerte de subversión de la marcha patriótica más parecen chocar que concordar con el discurso de la obra.

En términos históricos es relevante mencionar que, al menos entre las películas institucionales que sobreviven, no hubo en la época otra banda sonora con este nivel de disonancia y similitud con sonoridades del terror. Ni siquiera el propio Becerra en sus siguientes partituras para documentales institucionales se acercó a lo realizado en Energía gris. Por lo tanto, pese a que la película lograra sortear la posible ‘censura’ de la empresa que la encargó, la falta de continuidad de esta propuesta estética sugiere al menos que los realizadores consideraron que no era un camino a seguir y que la música efectivamente fue disruptiva para el estilo del documental institucional de la época.

Siguiendo esta línea de interpretación, la partitura de Energía gris parece hacerse eco de algunas de estas preocupaciones acerca del desarrollo tecnológico y el progreso. La música realizaría una crítica hacia estos discursos modernizadores mediante algunas de las convenciones de la música de cine como es el uso de instrumentación inusual, disonancias, efectos de sonido y atonalidad con el fin de señalar peligro. Considerando también que el pensamiento estético de Becerra, que era un reconocido militante del Partido Comunista Chileno, está fuertemente ligado a la teoría marxista, es posible que esta crítica se enmarque dentro del cuestionamiento que intelectuales marxistas como Lukács y Adorno realizaron respecto al desarrollo del capitalismo y su control sobre todas las esferas de la vida humana.

Mirando la obra como un todo, pese al hecho de que toda la partitura pertenece a un estilo experimental, es posible distinguir un aumento en la densidad sonora que llega un punto cúlmine en la escena en que Becerra introduce los batimientos. Dado que éste es un fenómeno acústico y no un sonido producido con máquinas, es posible interpretar que el compositor busca evitar la demonización de la tecnología en sí misma, asignando la responsabilidad última de las transformaciones sociales en el ser humano. A través de la cinta, el optimismo que la música sugiere al comienzo cuando el niño decide ser ingeniero para “mejorar la vida de las personas” como sugiere el narrador, se va diluyendo hasta llegar a las secuencias mencionadas en que la música cumple una función totalmente opuesta. De hecho, si bien al inicio la música atonal se circunscribía principalmente a las escenas de la maquinaria, luego ésta comienza a invadir la esfera humana. Algo que se aprecia particularmente en una escena posterior, cuando la superposición de ritmos y melodías que había servido para mostrar la maquinaria en primer plano, es ahora utilizada para mostrar a los trabajadores. Primero, un grupo de obreros instalando un sistema de cañerías, y luego, otro grupo trabajando en una fábrica de bicicletas (16:53 – 17:56). Aunque se podría decir que la reutilización de un tema responde a decisiones prácticas en términos de ahorrar trabajo usando una música ya compuesta, vale considerar que la partitura tiene muchísimas variantes y por tanto el hecho de repetir justamente esa pieza no parece casual. De este modo, la repetición en este nuevo contexto resulta altamente simbólica creando una idea de deshumanización, que contrasta con las primeras imágenes en las que el ingeniero trabajaba en la gran máquina acompañado de una música heroica y positiva (figuras 7 y 8).

Figura7Figura 7: Obreros instalando un sistema de cañerías

Figura8Figura 8: Trabajadores en una fábrica de bicicletas

Luego del estreno de Energía gris, una reseña valoró el uso de la música señalando que “hay secuencias como la de la laminación del acero, en la cual el ritmo parece estar dirigido por un coreógrafo. La música de Gustavo Becerra acentúa las imágenes y a veces logra una alianza entre la imaginativa música y los ruidos reales” (Ercilla 18 de mayo 1960). Aquí la expresión ‘a veces’ debe ser leída con particular atención pues implica que en otros casos no lo logra. La música de Becerra debe haber sido vista con sorpresa entre los críticos y el público pues su estilo, como hemos señalado, era bastante inusual en el medio local. Aunque el compositor había escrito ya una partitura en estilo experimental para el documental Día de organillos (Sergio Bravo, 1959), enmarcada en el trabajo del Centro Experimental que pasaría luego a formar parte de la Universidad de Chile,[9] ésta pertenecía a un medio cinéfilo y de vanguardia mientras las películas institucionales estaban dirigidas a un público general, no necesariamente familiarizado con la experimentación cinematográfica. Aun así, cabe señalar que la partitura de Día de Organillos no resultaba tan disonante y disruptiva como la de Energía gris.

Una segunda crítica valoró los elementos de ficción, refiriéndose a la historia del niño. Además, señaló que luego de un mes en cartelera, la cinta seguía siendo exhibida en los cines de Santiago y las provincias (Ecran 1542, 16 de agosto 1960: 10). Como señalo anteriormente, estos guiños de ficción fueron usualmente bien recibidos por el público y la crítica pues permitían explorar una veta narrativa evitando el tono informativo que caracterizó a gran parte de la producción de películas institucionales.

La ausencia de sonido diegético contribuye a desarrollar una atmósfera más poética y subjetiva a través de la música que no solamente apoya los contenidos visuales, sino que expande sus posibilidades de interpretación. El uso de la marcha “Adiós al séptimo de línea” aparece también como un recurso interesante en términos intertextuales, trayendo una carga de significado al relato desde el plano sonoro. En su estudio de la intertextualidad en música el musicólogo Omar Corrado ha señalado que la cita de ciertos materiales musicales como himnos nacionales o piezas de contenido patriótico producen significados que trascienden lo puramente musical y representan obsesiones, símbolos y mitos colectivos (1992: 41). En este respecto, la marcha establece un universo de significación que contribuye a generar una identificación emocional conectada a lo nacional. El discurso de la importancia del acero se convierte en un tema de interés nacional a través de la música, llamando a la audiencia a recibir esta información con especial atención. Sin embargo, Becerra transforma la marcha en variaciones que pueden ser interpretadas como comentarios irónicos sobre el discurso de la obra. Siguiendo la idea de que la ironía en música opera como una contradicción entre el discurso y el contexto en el cual éste es dicho “reconociendo que se quiere decir algo más” (Hatten, 1994: 172) es posible entender dichas variaciones, así como la música que acompaña el movimiento de las máquinas, como ironías que desde lo musical cuestionan el discurso y por lo tanto afectan la interpretación total de la cinta.[10]

Conclusiones

La música de Becerra parece resistirse a ser un simple acompañamiento. Mientras en algunas escenas contribuye a crear un clima épico reforzando las ideas de industria y progreso, luego utiliza una serie de técnicas rupturistas que parecen advertir al espectador sobre el potencial negativo de estos discursos en la sociedad. Donde el narrador y las imágenes ven desarrollo, Becerra y su música parecieran sugerir un peligro. Energía gris representa sin duda un caso inusual en donde la música funciona en forma relativamente independiente de los discursos de la obra. Es importante considerar que la música de la mayoría de las películas institucionales del periodo en Chile funciona como un apoyo a los discursos de cada cinta.

En términos de la historia de la música en el cine chileno, la partitura de Energía gris forma parte de un proceso de cambios en la forma de entender la música en el cine, alejándose del modelo del cine clásico de Hollywood que había sido hegemónico hasta entonces. El trabajo del Centro Experimental es crucial en este cambio, con documentales como Mimbre (1957) y Día de organillos (1959) que introducen nuevos lenguajes y aproximaciones de lo musical. Sin embargo, el nivel de experimentación y ruptura de Energía gris llama aún más la atención pues es una película institucional con objetivos diferentes a los del Centro Experimental y destinada a un público más diverso.

Tal como se sugiere al inicio de este artículo, las películas institucionales son un aspecto escasamente abordado en los estudios sobre no-ficción en Chile. Su estudio permite expandir las posibilidades de interpretación para entender una serie de procesos en el ámbito cinematográfico local. El estudio de este corpus no sólo entrega una mirada a un aspecto casi desconocido de la cinematografía chilena, sino que también expande las posibilidades para entender los procesos creativos de los realizadores de no-ficción. En este sentido, el rol que la música cumple tanto en el discurso fílmico como en términos de legitimación en el medio cinematográfico es fundamental. Considero que el caso analizado, pese a su especificidad, da cuenta que el análisis de los aspectos sonoros puede aportar significativamente al estudio del cine chileno en su conjunto. La música no funciona solamente como un elemento decorativo y secundario, sino que crea significados que pueden modificar el discurso total de la obra y aunque esta idea puede resultar casi de sentido común, sigue siendo dominante en el estudio del cine chileno y por lo tanto requiere ser discutida.

Bibliografía

Adorno, Theodor; Eisler, Hanns (2007). Composing for the films. Continuum, London.
Balmaceda, Fernando (2002). De Zorros, amores y palomas. El Mercurio-Aguilar, Santiago.

Barnouw, Erik (1974). Documentary: A History of the Non-fiction Film. Oxford University Press, New York.

Brecht, Bertolt (1964). “A Short Organum for the Theatre”. En John Willett (ed.) Brecht on Theatre, the Development of an Aesthetic, 179-205. Methuen, London.

Buhler, James; David Neumeyer; Deemer, Rob. (2010). Hearing the Movies. Music and Sound in Film History. Oxford University Press, Oxford – New York.

Castañeda, Jaime. 2015. “Instituto Chileno del Acero cambia su estructura”. Disponible en http://www.asimet.cl/Icha_cambia_estructura.htm Última visita: 29/08/2018.

Cecchi, Alessandro (2013). “Topoi of Technology in Italian Experimental Industrial Film (1959-1973)”. En Nearchos Panos et. al. (eds) Proceedings of the International Conference on Music Semiotics, 394-403. University of Edinburgh, Edinburgh.

Cecchi, Alessandro (2014). “Creative Titles. Audiovisual Experimentation and Self-Reflexivity in Italian Industrial Films of the Economic Miracle and After”. Music, Sound, and the Moving Image Volumen 8/2: 179-194.

Celedón, Gustavo; Doll, Edgar; Donoso, Alina; Carvallo, Javiera (2017). Archivos documentales de Fernando Balmaceda y Armando Parot. Editorial Universidad de Valparaíso, Valparaíso.

Collier, Simon; Sater, William (2004). A History of Chile, 1808–2002. Cambridge University Press, Cambridge.

Corrado, Omar (1992). “Posibilidades intertextuales del dispositivo musical” En Raquel Kreichman, Omar Corrado y Jorge Malachevsky, Migraciones de Sentidos: Tres Enfoques sobre lo Intertextual, 33-51. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe.

Corro, Pablo, Maite Alberdi, Carolina Larraín, and Camila Van Diest. 2007. Teorías del cine documental chileno 1957-1973. Pontificia Universidad Católica, Santiago.

Cortínez, Verónica; Engelbert, Manfred (2014). Evolución en libertad: el cine chileno de fines de los sesenta. Cuarto Propio, Santiago.

Davison, Annette (2017). “Listening to Prestige British Industrial Films”. En Miguel Mera, Ronald Sadoff y Ben Winters (eds.) The Routledge Companion to Screen Music and Sound, 213-227. Routledge, New York.
“Desarrollo y expansión de Huachipato” Santiago: CAP and Litografía Stanley, 1962. Disponible en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-9931.html Última visita: 29/08/2018.

Grierson, John (1979). “First principles of documentary”. En Forsyth Hardy (ed.) Grierson on Documentary, 35-46. Faber, London.

Hatten, Robert (1994). Musical Meaning in Beethoven. Markedness, Correlation and Interpretation. Indiana University Press, Bloomington.

Hayward, Philip (2004). Sci-Fidelity. Music, Sound and Genre History. En Philip Hayward (ed.) Off the Planet: Music, Sound and Science Fiction Cinema, 1-29. John Libbey, London.

Hediger, Vinzenz; Patrick Vonderau (2009). “Introduction”. En Vinzenz Hediger y Patrick Vonderau (eds.) Films That Work: Industrial Film and the Productivity of Media, 35–49. Amsterdam University Press, Amsterdam.

Horak, Jan Christopher (2008). “A neglected genre: James Sibley Watson’s avant-garde industrial films” Film History Volumen 20: 35-48.

Horta, Luis (2015). “La subversión de las imágenes: la producción de cortos documentales de la Universidad de Chile y su rol en la renovación del cine nacional 1960-1965”. Imagofagia 12. Disponible en http://www.asaeca.org/imagofagia/index.php/imagofagia/article/view/863 Última visita: 29/08/2018.

Lerner, Neil (2010). “Listening to Fear/Listening with Fear”. En Neil Lerner (ed.) Music in the Horror Film, viii-xi. Routledge, New York.

Leydon, Rebecca (2004) “Forbidden Planet. Effects and Affects in the Electro Avant-Garde” En Philip Hayward (ed.) Off the Planet: Music, Sound and Science Fiction Cinema, 61-76. John Libbey, London.

Mouesca, Jacqueline (2005). El documental chileno. LOM, Santiago.

Nichols, Bill. (2001). Introduction to Documentary. Indiana University Press, Bloomington.
Paranaguá, Paulo Antonio (ed., 2003), Cine documental en América Latina, Cátedra-Festival de Málaga, Madrid.

Peirano, María Paz; Gobantes, Catalina (ed.) (2015). Chilefilms el Hollywood criollo: aproximaciones al proyecto industrial cinematográfico chileno (1942-1949). Cuarto Propio, Santiago.

Peterson, Jennifer (2005). “Industrial Films” En Abel, Richard (ed.) Encyclopedia of Early Cinema, 448. Taylor & Francis, Abingdon.
Ríos, Héctor; Román, José (2012). Hablando de cine. Ocho libros, Santiago.

Notas

[1] La situación no es muy distinta de lo que ocurre en otras latitudes, y por lo mismo investigadores de esta forma cinematográfica suelen señalar que se trata de un género negado, o escasamente estudiado (Hediger y Vonderau, 2009; Horak, 2008; Davison, 2017).

[2] Todas las traducciones son de mi autoría.

[3] Me refiero a los presidentes Pedro Aguirre Cerda (1938-1941), Juan Antonio Rios (1941-1946) y Gabriel González Videla (1946-1952).

[4] Chile Films, la compañía fundada en 1942, fue el intento estatal de crear un estudio siguiendo el modelo de Hollywood y el de otros países latinoamericanos como Argentina y México. Para una historia de esta compañía ver Peirano y Gobantes (2015).

[5] En 1946 los empresarios Federico y Kurt Löwe fundaron EMELCO chilena, como una filial de la empresa argentina que ya producía en dicho país noticieros y documentales de encargo. Según señalan Cortínez y Engelbert, la empresa fue comprada en 1962 a los hermanos Löwe por Enrique Campos Menéndez, director de CINEAM, otra de las empresas de documental institucional y de encargo, luego de una ardua competencia entre ambas compañías (2014: 82).

[6] Energía Gris (Fernando Balmaceda, 1960) recibió el premio del Círculo de Críticos de Arte en Chile, mientras Manos Creadoras (Fernando Balmaceda, 1961) recibió una mención honrosa en el festival Karlovy Vary en Checoslovaquia. Ambas obras cuentan con música especialmente compuesta por Gustavo Becerra y Leni Alexander respectivamente.

[7] El presidente Balmaceda gobernó desde 1886 a 1891, dos años después del término de la Guerra del Pacífico. El puente fue inaugurado en 1890.

[8] Hayward establece un marco histórico respecto al uso de música en el cine de ciencia ficción, principalmente de Hollywood y Europa describiendo, por ejemplo, como el theremin y otros sonidos electrónicos fueron utilizados para significar otredad y/o amenaza (2004: 9). Por su parte, Leydon (2004) analiza la música de la paradigmática Forbidden Planet (Fred Wilcox, 1956) y ofrece una serie de ejemplos similares respecto al uso de sonidos electrónicos y atonalidad como representantes de “lo misterioso y lo desconocido” (64).

[9] Para una historia del Centro Experimental y la producción de sus primeros documentales ver Horta (2015)

[10] El uso de la música corresponde con las ideas de Bertolt Brecht respecto a la independencia de la música y su capacidad de trascender el mero acompañamiento para operar como un comentario de lo visual (Brecht, 1964: 203) En este sentido, Adorno y Eisler (2007) en su estudio sobre la música en el cine dan continuidad a este enfoque.

Memorias de la revolución: Historia, cine y lo contemporáneo

Descargar texto

Parichay Patra

Resumen

Este artículo pretende abordar ciertas estrategias de la investigación de estudios cinematográficos contemporáneos en el contexto de la reaparición de mayo de 1968 en el lenguaje cine-académico y el advenimiento del transnacionalismo como método. Con un interés en las asociaciones transnacionales cine-estéticas prevalecientes en la década de 1970, se revisarán las posibilidades que estos desarrollos recientes pueden ofrecer. Considerando críticamente el evento de memorizar mayo de 1968 como el «momento de revolución en la modernidad global», la presentación intentará abordar dos cuestiones aparentemente sin resolver, qué cine puede agregar al archivo histórico existente y qué implicaciones tiene esta memorización para el cine y lo contemporáneo.

Palabras clave

Mayo de 1968; transnacionalismo; contemporaneidad; modernidad global; rememorar

Abstract

This article intends to address certain strategies of contemporary cinema studies research in the context of the reappearance of May 1968 in cine-academic parlance and the advent of transnationalism as a method. With an interest in the cine-aesthetic transnational associations prevalent in the 1970s, it reviews the possibilities that these recent developments can offer. With a brief critical consideration of the event of memorizing May 1968 as the ‘moment of revolution in the global modernity’, it attempts to engage with two apparently unresolved issues, namely what cinema can add to the existing historical archive and what implications does this memorizing have for cinema and the contemporary.

Keywords

May 1968; transnationalism; contemporary; global modernity; memorizing

Resumo

Este artigo tem como objetivo abordar algumas estratégias de pesquisa de filmes contemporâneos no contexto do reaparecimento de maio de 1968 na linguagem acadêmico-cinematográfica e o advento do transnacionalismo como método. Com interesse nas associações cine-estéticas transnacionais predominantes nos anos 1970, as possibilidades que estes desenvolvimentos recentes podem oferecer serão revistas. Considerando-se criticamente o evento de memorizar maio de 1968 como o «momento da revolução na modernidade global», a apresentação tentará responder a duas questões aparentemente não resolvidas, o que o cinema pode acrescentar ao arquivo histórico existente e que implicações tem essa memorização para o cinema e o Contemporâneo.

Palavras-chave

Maio de 1968; transnacionalismo; contemporaneidade modernidade global; lembre-se

Datos del autor

Parichay Patra es profesor asistente en el Department of Humanities and Social Sciences, BITS Pilani, Goa, India. Comlpetó su investigación doctoral sobre las asociaciones transnacionales de la Nueva Ola India de los setenta en la Monash University, Australia. Y trabajó como investigador visitante en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

Una versión preliminar de este trabajo fue presentado en las VI Jornadas Internacionales y IX Nacionales de Historia, Arte y Política en la Facultad de Arte (UNICEN), Tandil, 22 de junio de 2018. Javier Campo tradujo aquella ponencia y este artículo.

Fecha de recepción: 22 de septiembre de 2018.
Fecha de aprobación: 14 de noviembre de 2018.

Introducción

En esta presentación, me gustaría echar un vistazo superficial a ciertos momentos de la historia o, para ser más específicos, a múltiples historias. Para mi investigación doctoral trabajé con la Nueva Ola India de la década de 1970, o la parte india de las olas globales de los años 70 y sus asociaciones transnacionales. Estas asociaciones fueron muchas y variadas, ya que el movimiento en sí era extremadamente heterogéneo. Hubo autores como Mani Kaul y Kumar Shahani con fuertes asociaciones estéticas con autores europeos. Shahani asistió a Robert Bresson, experimentó y participó en el momento ’68 en París, volvió a Europa para estudiar la forma épica en el cine y la literatura, entrevistó a Miklos Jancso. Y luego estaba Mrinal Sen, quien, a pesar de sus constantes viajes principalmente a través de los circuitos de festivales europeos, mantuvo una relación cordial con sus camaradas latinoamericanos, cuya lista abarca desde Fernando «Pino» Solanas hasta Jorge Sanjinés y desaparecidos como Raymundo Gleyzer. [1] Pero su asociación con el cine latinoamericano trasciende las anécdotas. Sus películas de «City Trilogy», realizadas en la década de 1970, implican una serie de modos estéticos asociados principalmente con el cine político mundial de la época. Estos incluyen voces en off, comentarios políticos, actores que se dirigen frontalmente a la cámara y rompen la verosimilitud, usan una cámara extremadamente móvil en medio de la multitud de la ciudad, un interés en la alienación brechtiana y la intervención del autor en la narración. Sen y Arun Kaul publicaron un manifiesto para el Movimiento del Nuevo Cine en 1968, otro evento sin precedentes en la historia del cine indio. [2]  Más allá de esto, existía una historia casi imperceptible del movimiento experimental de películas en forma de cine de pequeño formato, como el movimiento Super 8 en Kolkata bajo la supervisión de Soumen Guha,[3] quien recibió su inspiración y entrenamiento en Dinamarca.

En medio de la celebración de los 50 años de mayo de 1968 en todo el mundo en general y en la academia europea y el circuito de festivales en particular, lo que a menudo se olvida es el hecho de que estas asociaciones transnacionales tendieron puentes que conectaban diferentes partes del mundo, estéticamente, políticamente, pedagógicamente. Además, se pueden ubicar una serie de posibles ‘temas’ en estas relaciones y, como me gustaría argumentar, continuaron resurgiendo en lo contemporáneo. Pero hay razones por las que esas asociaciones transnacionales se olvidan y enumero las razones aquí.

Dentro del dominio cada vez más limitado de los estudios cinematográficos anglófonos, nos movemos entre paredes, entre archivos silenciosos y materiales que permanecen enterrados, sin traducir y / o sin publicar, cegados a menudo por la falsa sensación de seguridad que crea el inglés como lingua franca global. Pongamos a prueba varios acercamientos, «enfoques y métodos», como lo llaman en la academia anglófona. Los estudiosos en el Reino Unido publicaron voluminosamente sobre el cine transnacional,[4] terminando en el armado de campamentos imaginarios como el «cine lento» que depende, de manera bastante vulnerable, de ciertos principios que no pueden borrar las diferencias estéticas nacionales-industriales y subjetivas.[5] Y sin embargo, a pesar de nuestro nuevo interés en los cines de arte global, la mayoría de los escritos esenciales (críticos, polémicos, periodísticos) que salen de los centros no metropolitanos permanecen sin traducir y, a menudo, inéditos. Un ejemplo pertinente en este contexto podría ser el Third Cinema / Tercer Cine, ya que solo un puñado de textos latinoamericanos publicados originalmente en portugués o español (por Glauber Rocha, Fernando Pino Solanas, Octavio Getino y Julio García Espinosa) están disponibles en inglés.

Hay obstáculos más específicos. En los estudios de cine indio, la subdisciplina de la que vengo, la idea de una escuela nacional de cine todavía domina de manera abrumadora. Esa idea se basa en una comprensión de la industria popular nacional, también conocida como Bollywood, [6] en términos de sus negociaciones con el Estado-nación, mientras que el movimiento New Wave de obras de arte financiado por el estado en la década de 1970 permanece inexplorado después del advenimiento de los estudios de cine como una disciplina académica. El proyecto de escritura ideológica de la historia determinó la dirección de la disciplina naciente. Pero no pudo explicar con éxito el nacimiento de un movimiento cinematográfico financiado por el estado en la década de 1970 que tenía fuertes vínculos más allá de las fronteras.

Situar la historia del movimiento en el contexto de este repentino surgimiento del transnacionalismo es lo que hice para mi investigación doctoral en Australia. Argumenté que un movimiento artístico de los atribulados y turbulentos años setenta debe considerarse de acuerdo con las olas globales, un enfoque nacional no será capaz de comprenderlo cabalmente. Una exploración de las conexiones transnacionales me llevó a una serie de temas globales de 1968, que se manifiestan en diferentes partes del mundo. Algunos de estos temas necesitan más investigación, especialmente dado que la disertación debe ser reescrita para su publicación en forma de libro. Esa investigación me llevó a Buenos Aires, a la casi conclusión de un travelogue mundial que comenzó hace seis años cuando me fui a Melbourne para embarcarme en mi investigación.

Dicho sea de paso, aunque tal vez no coincidentemente, el momento del 68 (y las ondas transnacionales resultantes), considerado por Emmanuel Wallerstein como «el momento de la revolución en la modernidad global», ha completado sus 50 años y una ola de memorización ha envuelto a Europa. Pero, como muchos otros ‘desplazamientos’[7] en los estudios de cine, esta fase ha dejado una cantidad de preguntas sin respuesta. Para mí, algunas de las dudas más importantes al respecto son qué puede agregar el cine al archivo histórico existente y qué implicaciones tiene esta memorización para el cine y lo contemporáneo. Para responder a esto, en la sección que sigue, consideraré críticamente los temas globales que he mencionado, junto con una exploración filosófica de lo «contemporáneo».

Explicación

El archivo existente debe reestructurarse, reinventarse y repensarse a medida que avanzamos hacia una fase diferente de la escritura de la historia. Los llamados del cine de contribuir al archivo histórico existente a pesar de ser un medio público popular siempre han sido puestos en duda, pero hay ciertos momentos en los que la falta de fe en la capacidad del cine para contribuir a la escritura de la historia se evapora. Un posible ejemplo podría muy bien ser el expresionismo alemán de los años veinte y treinta y su anticipación al ascenso del Führer, como lo ha sostenido Siegfried Kracauer (Kracauer, 2004). Mayo de 1968 y la larga década de 1970 marcó el regreso del cine como un contribuyente activo de las olas globales. Aquí recuerdo la forma en que Lucia Nagib, la cineasta brasileña radicada en el Reino Unido, (re) invocó la metáfora de los árboles y las olas en Franco Moretti (Moretti, 2000: 54-68) en el contexto de las «redes supranacionales y transversales» de las olas mundiales de los años 1970 (Nagib, 2011). Los árboles significan un enraizamiento y una continuidad geográfica asociados con la nación, las olas son glorificadas por su desarraigo y discontinuidad.

El cine intenta sumarse al archivo histórico a través de la curaduría de programas, pero estos programas permanecen constantemente inacabados. En el contexto de la curaduría del programa de la Cinematheque Francaise de 2008, dedicado al 1968-internacional, Nicole Brenez, la curadora, admitió las limitaciones ya que, en sus propias palabras, «la historia del cine resistente a una perspectiva industrial aún no se ha escrito» (Brenez, 2009: 197-201).

Como historiador de cine que intentaba revisar su tesis doctoral, terminé identificando ciertos temas globales / ejes temáticos que podrían ayudar a reconstruir las historias. La estructura del libro propuesta debe verse como sigue:
1. Introducción
2. Exilios: políticos, cinematográficos y químicos
3. Maneras subrepticias
4. Manifiesto: infinitamente reescrito
5. Desapariciones y mortalidad narrativa
6. Cine, cosmología, locura
7. Recuerdos de las cosas pasadas
8. Conclusión
1968 y sus secuelas a menudo están marcadas por exilios, en formas toscas y sutiles. En términos «crudos», el cine exílico o del exilio (lo que Hamid Naficy, en un contexto muy diferente, denominaría más tarde como cine acentuado o con acento) se refiere a la filmación de los exiliados políticos. En términos más sutiles, puede referirse a lo que Philippe Azoury aborda como «exil chimique» o exilio químico en el contexto de Philippe Garrel, revolución fallida, depresión, abuso de drogas y rehabilitación.

Luego vienen las negociaciones entre cines experimentales, música underground, arte visual subversivo y otros modos de contracultura que solemos pasar por alto a causa del predominio de lo artístico. Las películas de los Lettrists y la del grupo de Zanzíbar permanecen inéditas en medio de la celebración de una Nueva ola muy debatida en Francia. Hace un par de días me encontré con Claudio Caldini en un bar de Palermo, Buenos Aires, donde me indicó buscar catálogos dedicados a Marta Minujin y otros (Edgardo Gimenez, por ejemplo, sobre quien Caldini hizo una película en 1980) en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Caldini y sus colegas permanecieron ignorados por mucho tiempo, a excepción de algunos de los programas recientes dedicados al cine experimental argentino que curó Federico Windhausen.

Luego hay manifiestos, infinitamente reescritos y debatidos, ya que Solanas y Getino continuaron publicando y revisando sus antiguos puntos de vista, la mayoría de los cuales, si no todos, permanecen sin traducir. Por lo tanto, el manifiesto se convirtió en una frase clave para un movimiento fílmico en cualquier parte del mundo; continuaron apareciendo en coyunturas cruciales en el tiempo. Un ejemplo reciente podría ser el de Khavn de la Cruz en el contexto de la Nueva Ola filipina.

Y luego, en el(los) contexto(s) de Europa, América Latina y Asia del Sur, el norte global y el sur global, la mayoría de las veces, el cine posterior a 1968 se dirige a una locura cósmica, causada a menudo por la brutal represión institucional de lo no normativo

Pero la parte más curiosa de la década de 1970 para mí es la noción de desaparición. Desaparecido se ha convertido en un término tan cargado en la historia a causa de las desapariciones forzadas bajo las dictaduras en Chile y Argentina, entre otros lugares. Incluye otras imágenes asociativas, una de ellas es la aparición subrepticia y la desaparición de películas bajo la dictadura. Bajo el mando del general Jorge Rafael Videla, solo el Goethe-Institut argentino pudo filtrar una proyección de un film de Fassbinder. Aquí es donde Caldini y sus amigos se familiarizaron con un cine que de otra manera estaba prohibido. Y Caldini reconstruyó las historias cuando hizo Un Nuevo Día sobre su amigo cineasta Tomás Sinovcic, desaparecido bajo la dictadura, al recrear las películas de Sinovcic desde sus guiones, ya que las originales fueron destruidas por los militares.
¿Qué significa esta reaparición / resurgimiento en el contexto de lo contemporáneo? Echemos un vistazo a una de las muchas nociones de contemporáneo para una posible respuesta a esto.

Conclusión y lo contemporáneo

Recordar o memorizar el momento ’68 puede tener connotaciones diferentes en diferentes lugares y culturas fílmicas, pero extraña y fuertemente implica la reaparición de lo que está perdido. El cine digital contemporáneo a menudo (re) invoca la noción de desaparición. Los desaparecidos regresan como seres medio-humanos y surrealistas de las junglas tailandesas de Apichatpong Weerasethakul o en una cacería de sus restos mortales llevada a cabo en el archipiélago malayo de Lav Diaz. Lav Díaz al referirse al cine digital como teología de la liberación es otro ejemplo pertinente de la reaparición. Puede haber otras formas de reaparición desde los años 70; la digitalización de películas perdidas hace mucho tiempo es una instancia (Luc Besson mencionó una vez que los DVD no son más que simples postales de las últimas vacaciones). ¿La reaparición aparece como una necesidad en lo contemporáneo?

Al reflexionar sobre la noción de lo contemporáneo, lo que me da curiosidad es el elemento de anacronismo que encierra. Giorgio Agamben, en su libro «What is Contemporary», sigue refiriéndose a la astrofísica, contando la historia de las galaxias distantes cuya luz intenta alcanzarnos pero no puede, ya que las galaxias «se alejan de nosotros a una velocidad mayor que la luz» (Agamben, 2009: 46). «Entonces, para Agamben, lo contemporáneo es una» relación con el tiempo que se adhiere a ella a través de una disyunción y un anacronismo «, el anacronismo es siempre parte de ello, ser contemporáneo significa ser capaz de» percibir en esta oscuridad una luz que, aunque dirigida hacia nosotros, se distancia infinitamente de nosotros» (Agamben, 2009: 46). Este anacronismo caracteriza a nuestra contemporáneidad, ya que en un mundo globalizado nos esforzamos por recordar el último momento revolucionario en la modernidad global antes de la globalización.

Me gustaría concluir con una breve referencia a una película india que se acerca más a Third Cinema / Tercer Cine en términos de estética y política. John Abraham, uno de los defensores más importantes de la Nueva Ola India de la década de 1970 y más conocido por su exilio químico, su bohemia alcohólica que lo llevó a la muerte, registró ataques de la vida real y los entretejió en historias de activistas torturados del Década de 1970 en su última película realizada en 1986. Amma Ariyan (Carta a la madre) fue la primera película financiada por crowdfunding en la historia del cine indio, ya que los fondos para la película fueron recaudados por un colectivo que recorrió pueblos y organizó proyecciones de películas en el estado indio de Kerala. La película presenta a unos pocos actores que desaparecerían más tarde; narra el viaje de un colectivo popular para ver a la madre de un músico fallecido y activista político de los años 70 con la noticia del suicidio de este último. Se dice que su suicidio fue quizás desatado debido a la tortura que le impidió tocar instrumentos musicales. En la ahora famosa secuencia de cierre, el colectivo con la madre doliente se dirige frontalmente al aparato / cámara cinematográfica, se mueve hacia él, y los encontramos en una pantalla dentro de la pantalla, que se exhibe al público en una proyección. Los recuerdos de las cosas pasadas se disuelven en un evento cinematográfico que conserva su significado político. Tal vez nuestros intentos de recordar / memorizar el momento ’68 contemporáneamente comenzar a partir de una consideración de eventos cinematográficos, eventos cinemáticos, eventos en el cine.

Bibliografía

Agamben, Giorgio (2009), “What is the Contemporary?” in What is An Apparatus and Other Essays, Stanford University Press, Stanford.

Brenez, Nicole (2009), “For an Insubordinate (or Rebellious) History of Cinema”. Framework: The Journal of Cinema and Media, 50 (1-2), 197-201.

Kracauer, Siegfried (2004), From Caligari to Hitler: A Psychological History of the German Film, Princeton University Press, Princeton.

Moretti, Franco (2000), “Conjectures on World Literature”. New Left review, 1, 54-68.

Nagib, Lucia (2011), World Cinema and the Ethics of Realism, Continuum, New York and London.

Wallerstein, Immanuel (1991), Geopolitics and Geoculture: Essays on the Changing World System, Cambridge University Press, Cambridge.

Notas

[1] Sen mencionó su reunión con Gleyzer en la Berlinale de 1973 y la forma en que recibió la información de su posterior desaparición en sus escritos autobiográficos en bengalí.
[2] El manifiesto menciona claramente la nueva ola francesa y el cine underground norteamericano como sus fuentes de inspiración.

[3] Un ingeniero convertido en maoísta, Guha se volvió un activista político clandestino y sus familiares fueron torturados por la policía en la década de 1970. Su caso fue muy publicitado y Amnistía Internacional los ayudó a obtener atención médica y tratamiento en Dinamarca. Guha se familiarizó con el cine de Super 8 en Dinamarca, importó el equipo necesario y comenzó a organizar talleres. Él y sus estudiantes hicieron varias películas en Super 8 sin ninguna ayuda de sociedades cinematográficas o de los cineastas más establecidos que pertenecen al dominio del arthouse.

[4] En los últimos años, académicos con sede en el Reino Unido como Stephanie Dennison, Song Hwee Lim, Andrew Higson, Lucia Nagib, Mark Betz, Elizabeth Ezra, Rosalind Galt, Karl Schoonover y otros, publicaron varias antologías y monografías sobre cine transnacional, cine mundial, cine artístico global, etc. Sin embargo la capacidad de intercambiabilidad de estos términos plantea una serie de cuestiones problemáticas.

[5] Los entusiastas del «cine lento», la mayoría de las veces, agrupan a cineastas aparentemente dispares como Lisandro Alonso y Albert Serra, Lav Díaz y Pedro Costa en términos de los principios duracionales de su cine.

[6] La moneda aparentemente despectiva conocida como Bollywood se asocia con la industria popular hindi después de la globalización y la liberalización económica de la década de 1990, antes de lo cual los productos de la misma industria se denominaban simplemente Cine Popular Hindi.

[7] Acuñado por Paul Willemen, este término generalmente trata los términos inexplicables / inexplorados en los estudios de cine.

ORG: ni alienígena ni meteorito. Continuidad y ruptura en la película maldita de Fernando Birri

Descargar texto

Pablo Klappenbach

Resumen

La película ORG (1979), de Fernando Birri, ha sido muy poco trabajada por la crítica especializada, probablemente porque casi no fue vista en su versión completa y en condiciones adecuadas. La consecuencia de esta falta es que no se intentó explicar cómo está construido este objeto –extraordinario pero pensable–, ni ubicarlo en relación con otras películas (del propio Birri, de otros). Sin embargo, el caso de ORG es el de una película con un alto grado de reflexividad, que explicita múltiples vínculos con otras películas. Vínculos en donde podemos leer, como punto de partida, posibles filiaciones y argumentos para comprender sus gestos y operaciones. Todo lo cual asegura reinsertar a ORG en distintas series y dejar de verla como una anomalía.

Palabras clave

Fernando Birri; ORG ; Vanguardia; Underground; Cine latinoamericano

Resumo

O filme ORG (1979) de Fernando Birri, tem sido muito pouco comentado pela crítica especializada, provavelmente porque poucas vezes foi assistido em sua versão completa e nas condições adequadas. A consequência desse fato é que não se tentou explicar como está construído esse objeto – extraordinário embora pensável – nem relacioná-lo a outros filmes (do próprio Birri e de outros). No entanto, ORG possui alto grau de reflexividade e explicita numerosas ligações com outros filmes. Ligações nas quais podemos perceber, como ponto de partida, possíveis filiações e argumentos para compreender seus gestos e operações. Tal raciocínio garante a reinserção de ORG nas diferentes séries e anula seu estereótipo de anomalia.

Palavras chaves

Fernando Birri; ORG ; Vanguarda; Underground; Cinema latino-americano

Abstract

Specialized Cinema Critics have barely expressed opinion on Fernando Birri’s film ORG (1979); probably because it was ever seen in it’s complete version, nor in the most suitable conditions. As a consequence, it hasn’t yet been explained how this object – extraordinary, but thinkable – is constructed, nor related to other films (Birri’s or other’s). Notwithstanding in ORG’s case, a movie with a high degree of reflection, is explicitly filled with multiple links with other movies. As a starting point, to understand the director’s gestures and operations, one must search for relationships and arguments through those multiple links. Only by doing all of this, the declassification of this film as an anomaly is guaranteed, should be instead, viewed as part of a series.

Keywords

Fernando Birri; ORG; Avant-garde; Underground; Latin American Cinema

Datos del autor

Pablo Klappenbach. Buenos Aires, 1978. Licenciado en Letras (UBA). Cursando la Maestría en Documental Periodístico (UNTREF). Fue miembro del staff permanente de la revista digital Otrocampo. Estudio de cine. Fue miembro del colectivo Mil metros bajo tierra y cofundador del Festival Transterritorial de Cine Underground. Co-dirigió, junto a Alfredo García Reinoso, la película Tripa corazón (2008) y, junto a Emiliano Jelicié, la película Ante la ley. El relato prohibido de Carlos Correas (2012). En solitario, dirigió Imitación de Jonas Mekas (2017) y Las voces (2018).

Este texto no fue presentado en eventos académicos.

Fecha de recepción: 18 de septiembre de 2018.
Fecha de aprobación: 14 de noviembre de 2018.

Introducción: desconociendo a ORG

La película ORG, de Fernando Birri, tuvo su estreno internacional en el Festival de Venecia de 1979. Encontró su lugar en la programación en una sección paralela que el director del festival –Carlo Lizzani, de quien Birri había sido asistente– le aseguró luego de una proyección privada en Roma. La película duraba 177’ y no tuvo demasiada cobertura, salvo la de un crítico italiano especializado en el Futurismo, Mario Verdone, antiguo profesor de Birri en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma[1].

El hecho de que se haya producido el estreno en Venecia fue bastante fortuito, ya que en verdad uno de sus productores, el también actor Mario Girotti –más conocido por su nombre como actor de spaghetti westerns, Terrence Hill–, intentó frenar toda proyección de la película desde su primer visionado en una función privada[2]. Aunque una vez que el director contó con el aval de Venecia, no pudo impedir el estreno, Girotti sí logró intervenir sobre el camino posterior de la película: primero, indicó una serie de cambios sobre el negativo original, que llevarán la película a una duración estándar –esto es, cercana a la hora y media-; luego, incautó las copias existentes –que, siguiendo el testimonio de Settimio Presutto, asistente del director y comontajista de ORG, no eran muchas porque la película estaba dando sus primeros y problemáticos pasos-, lo que concluyó en que la película prácticamente no circulara[3].

ORG fue proyectada a posteriori en retrospectivas de Fernando Birri pero nunca logró saltar el cerco de los homenajes y las revisiones autorales. Así fue que sobrevivieron dos copias positivas: una en el Instituto Arsenal, de Berlín; otra en la ciudad de Santa Fe. A partir de la copia alemana se realizó una digitalización –con colaboración del propio Presutto, conocedor de la versión original– cuyo resultado fue proyectado durante el Festival de Berlín de 2017 y luego en el Festival Internacional de Buenos Aires del mismo año. A su vez, el INCAA se encuentra realizando una restauración a partir de la copia santafesina pero sin participación de ningún miembro del equipo original.

Alrededor de ORG persiste un silencio. Un silencio que señala dificultades en varios niveles. El primer obstáculo surge a la hora de hacer un análisis inmanente de la película. Como si no fuera posible describirla, es muy poco lo que se ha dicho sobre ella aunque más no sea para intentar definirla. Problema que se agranda a la hora de justificar la película dentro de la obra de Birri, donde parece primar la idea de que es una filmografía que oscila entre la inquietud por un cine socialmente comprometido y una superación de dicha inquietud hacia un cine que tradujera de la literatura a la pantalla la retórica del realismo mágico. En un tercer nivel nos encontramos con una negación a relacionar la estética experimental de ORG con lo que ocurría en el llamado Nuevo Cine Latinoamericano pero también en el New American Cinema e, incluso, en la Nouvelle Vague. Rechazo que impide ver cierta sintonía en el manejo de los materiales cinematográficos, dominados por la idea de que a una teoría y praxis política revolucionaria era necesario darle una teoría y praxis cinematográfica revolucionaria.

Es posible que la mayor dificultad a la que se enfrente ORG es la de no haber sido vista, lo que impide que sea leída. A las escasísimas proyecciones que tuviera la película posterior a su estreno en Venecia, debemos agregar las pocas proyecciones actuales, en Alemania y en Argentina, donde su paso por el BAFICI no tuvo casi cobertura de prensa especializada. A su vez, es muy pobre la producción sobre la película de investigadores e historiadores del cine: encontramos un texto monográfico de Hermann Herlinghaus leído en 1989, “Exilio – resistencia – vanguardia. La película ORG (1968-1978) de Fernando Birri” (Herlinghaus, 2011) (único texto íntegramente dedicado a la película); la mención de ORG en libros sobre la obra del director, como el Fernando Birri, de Paraná Sendrós (Paraná Sendrós, 1994), o Fernando Birri. La Primavera del patriarca, compilado por María Vieytes (Vieytes, 2004); y la referencia a la película en libros del propio Birri como Soñar con los ojos abiertos: las treinta lecciones de Stanford (Birri, 2007) y Fernando Birri. Por un nuevo nuevo nuevo cine latinoamericano. 1956-1991 (Birri, 1996)[4]. Fuera de ello, pocas relaciones se han trazado, casi ninguna lectura se produjo, poco y nada se ha dicho. Es posible que por eso se considere a ORG como una película inabordable, imposible de serializar o de ubicar en un corpus que la contenga, como podría haber sido el campo de lo experimental, zona comúnmente habilitada para indexar los objetos cinematográficos inaprensibles. Se trata, en suma, de una película extraterrestre.

Intentaremos demostrar que, contrario a este lugar común, ORG es un film que establece claras relaciones con su contexto de producción y que, además, quiere tornar explícita su conciencia sobre esas relaciones. Por eso, vamos a concentrarnos casi exclusivamente en las relaciones que la propia película establece con otros materiales audiovisuales, con otros realizadores y con otros movimientos cinematográficos. De esa manera, creemos, quedará clara la existencia de una filiación que reinserte a ORG dentro de alguna de las historias posibles del cine. Probada dicha filiación, seguirá, por supuesto, abierto el campo para nuevas polémicas pero ya no será posible tratarla como una anomalía o un alienígena.

¿Qué es ORG?

ORG es una película rodada en tres meses y editada durante diez años entre 1968 y 1978. La película está inspirada en una novela corta de Thomas Mann, Las cabezas trocadas, que a su vez se inspira en una antigua leyenda hindú, “El dilema de la lavandera”. Birri escribe una tercera versión del relato que es el que va a servir como guión para el rodaje.

La trama y los materiales cinematográficos

En esta versión la historia transcurre en un presente postnuclear, dándole un marco que remite de una manera muy laxa a los códigos narrativos de la Ciencia Ficción, mezclándolos con elementos del melodrama. Tres seres conviven en este universo postapocalíptico: Zohomm, alias Laser-en-los-ojos (interpretado por Mario Girotti / Terrence Hill), Shuick, alias Pétalo-radioactivo (interpretada por la yugoslava Lidija Juracik) y Grrr (interpretado por Isaak Twen Obu, un estudiante de Economía camerunés). Zohomm es blanco y Grrr es negro. Al principio Grrr ayuda a Zohom a conquistar a la blonda Shuick pero luego Grrr termina enredado afectivamente con la chica, por lo que Zohomm se corta la cabeza. Al descubrirlo, su amigo Grrr también se decapita. Cuando Shuick descubre la muerte de ambos quiere suicidarse pero el oráculo la detiene y le permite devolverles la vida. Sin embargo Shuick comete una equivocación y junta las cabezas a los cuerpos equivocados. Así es que la cabeza y el cuerpo de Zohomm entran en disputa y, llevado ante Toda la memoria del mundo (interpretado por Pietro Santalamazza, un artista callejero que, según Birri (Birri, 2007: 98), inspiró a Fellini para el personaje de Zampanó en La strada), el viejo sabio falla a favor de la cabeza de Zohomm. Es así que la cabeza de Grrr y el cuerpo de Zohomm parten al exilio. Luego de un tiempo, nace un niño y Shuick vuelve a encontrarse con Grrr. Tras una nueva escena de celos los tres deciden autodestruirse y dejar al niño, Primo Piano –primer plano, es decir, metonímicamente: cine–, como esperanza para un futuro sin antagonismos.

Hasta este punto nos encontramos con una narración que transporta un mito a un futuro más o menos cercano (para el contexto de los sesenta y setenta el horizonte de un conflicto nuclear mundial no era nada descabellado) y lo mixtura con elementos de la ciencia ficción y el melodrama, teñidos de una puesta en escena que remite al tratamiento del cine underground. Lo que para Mann era un dilema entre corazón y cerebro, para Birri se convirtió en un dilema entre “cerebro, corazón y sexo” (Birri, 2007: 95), aprovechando el viejo mito para efectuar una celebración del amor libre acorde a las décadas y los movimientos contraculturales que dan vida a la película.

Sin embargo, ORG es mucho más que esto. Hasta podría decirse que ORG es la puesta en escena de cómo el relato se va desmembrando en tanto sus materiales (las imágenes, los sonidos, los textos, los efectos, los registros ficcional y documental, la continuidad diegética del montaje, etc.) comienzan a valer no tanto por su función narrativa como por su existencia a lo largo del film. Es decir, los materiales que componen la película comienzan, en cierta medida, a boicotear a lo largo del film la idea de que su presencia está justificada por una finalidad narrativa y pasan a exigir del espectador una percepción cada vez más consciente de su condición material, lo que también significa más distante del universo diegético. Vale decir, si en toda película el espectador se enfrenta a una historia pero también a cómo se organiza la narración de esa historia, aquí cabría agregar que el espectador se ve obligado a reconocer la existencia de un sonido como tal, de un corte como tal, de una placa negra como tal, al punto de verse obligado a reconocer el valor semántico de un fotograma:

Un ojo puede ver un fotograma, lo que pasa es que hay que prepararlo. De hecho, al comienzo de la película ustedes ven un fotograma, y no es el único caso. Para verlo, el fotograma está precedido por una secuencia de fotogramas negros, y seguido por otra igual. Por eso cuando llega el fotograma con imagen, un primer plano del viejo, se puede ver. Todo el mundo lo ha visto. (Birri, 2007: 95-96)

Vale decir que ORG es, además, un ejercicio de desnaturalización de la percepción del espectador quien debe acomodarse a estos experimentos con series de 3, 6 y 9 fotogramas cuya aceleración vertiginosa reformula el vínculo con las imágenes, siendo imposible ya pensarlas como mero soporte técnico para un relato[5]. Por eso es que en la película el uso de placas negras, rojas o blancas de manera sistemática cobra una función central ya que son fragmentos de film que devuelven al espectador la conciencia de sí en tanto espectador. Lo mismo ocurre con el uso del silencio que de forma sistemática reaparece en la película con una doble función: la que produce el efecto de hiperconciencia del espectador y la que, al mismo tiempo, limpia la percepción y la prepara para la secuencia siguiente.

Es interesante cotejar esta exaltación materialista de la película con la definición del propio Birri: “un film que no es un film ni quiere serlo, sino que elige ser una experiencia que se destruye al mismo tiempo que se afirma para dar paso a otros valores que todavía pueden inventarse.” (Birri, 2007: 90) Es decir, nos enfrentamos a una película que, aunque posea una fábula e, inclusive, una moral que se desprende de esa fábula, juega a extraviarse en el terreno de la experimentación sensorial, la hibridación entre ficción y documental y, finalmente, la inscripción de una instancia reflexiva sobre el quehacer cinematográfico. Como deja anotado Birri en su diario el 3 de enero de 1971:

–   el cine es cosa mental

ÉSTE ES TODO EL DILEMA

–  el cine es cosa material

(Birri, 1996: 136)

El no-film es un concepto que Birri retoma en muchos de sus textos, incluido el diario de ORG (disponible en italiano en el DVD editado por Arsenal pero solo editado en español fragmentariamente[6]) y que suele quedar ligado a la idea de un visionado de la película que a su vez sea una experiencia, término nunca definido del todo pero que supone un exceso, un plus de sentido que desborde las formas convencionales de lo cinematográfico. De allí la cita de William Blake que aparece al comienzo de ORG: “El exceso conduce a la sabiduría”.

Un Birri expandido

¿Cómo imaginaba Birri una proyección ideal de ORG? Podemos hacernos una idea a partir de un telegrama fechado entre el 31-8 y el 1-9 de 1979 que envía a Carlo Lizzani y Enzo Ungari, responsables de la proyección en el Festival de Venecia. En el telegrama dice:

Más allá del cine más allá del no-cine todavía el cine Stop Metacine Stop Para llegar a la pantalla donde se proyecta ORG: diafragmas sésamo laberintos Stop Recorrido iniciático y desestabilizador Stop Pasos: en el foyer del Palazzo alt delante de una membrana-himen-pantalla hecha con sábanas (como la sábana-pantalla de nuestra infancia donde proyectábamos Harold Lloyd con la Pathé-Baby) que cierra la arcada de ingreso a la sala Conte Volpi Stop En esta pantalla proyectada por transparencia la diapositiva gigante con el caligrama ORG de Rafael Alberti Stop El espectador atravesará esta pantalla a través de un corte (…) Más allá de la pantalla dentro de la pantalla el espectador encontrará en la penumbra lunar del minúsculo foyer de la Sala Conte Volpi el-mundo-al-revés-Venecia-al-revés Stop (Birri, 1996: 121-122)

Como vemos, lo que Birri tenía en mente se acercaba –y mucho­­– a las experiencias de cine expandido que Jonas Mekas recoge en sus crónicas cinematográficas y que puede ser uno de los motivos que justifican la presencia del director lituano en un fragmento de la película. Lo cierto es que esta propuesta de cine expandido solo llegó a realizarse en las proyecciones de Venecia del 79, tal como atestigua, entre otros, Settimio Presutto. De acuerdo con el asistente y montajista de ORG Birri pretendía que la película estuviera integrada con una obra de teatro que la englobara y la superara en extensión[7]. ¿Qué perseguía Birri con esta manera de proyectar la película? Probablemente se tratara de un intento por quitar solemnidad al hecho artístico, bajarlo de la torre de marfil: “Lo que yo rescato de esa experiencia es la idea de la destrucción de la obra de arte como algo sagrado. ORG se enfrenta a la idea de la obra de arte como algo intocable, inmóvil, congelado en el tiempo y el espacio, dado de una vez y para siempre.” (Birri, 2007: 92) Se trata de uno de los gestos vanguardistas por excelencia: la unión entre arte y vida. Gesto que atravesó buena parte de los movimientos de las llamadas “vanguardias históricas” y que encontró un nuevo eco en la contracultura de los sesenta en la que Birri se referencia para pensar ORG[8].

Entre el collage y el cut up

El montaje es un procedimiento por el cual las vanguardias suelen mostrar afinidad. No es difícil entender por qué: el montaje es una suerte de atajo en el que el sentido se revela. Poniendo uno junto a otro elementos que no están “naturalmente” contiguos, se accede a una versión inesperada de la realidad. El montaje, así pensado, es un camino de acceso a lo nuevo.

Desde las operaciones de montaje de la vanguardia soviética (el efecto Kuleschov o la noción de conflicto dialéctico entre imágenes de Einsestein, por ejemplo[9]), pasando por el desarrollo del collage en el dadaísmo alemán[10] hasta la técnica del cut up en la versión desarrollada por William Burroughs[11], lo cierto es que el montaje juega un rol clave en ORG por cuanto es el procedimiento per se para lograr el “desacomodamiento del modo habitual ‘ver/escuchar’” (Birri, 1996: 128), norte último que la película-experiencia persigue[12].

Detengámonos sobre la apertura de ORG ya que brinda claras señales acerca de cómo va a funcionar el montaje a lo largo de la película. Veamos:

Comienza en negro. Se escucha a un técnico “cantar” una toma, la “5-75”. Una voz fuera de campo –es probable que se trate del personaje Toda la memoria del mundo, o del actor que lo interpreta, Pietro Santalamazza, personaje que por momentos parece ocupar el lugar del narrador e, inclusive, el de la voz del realizador: se trata de una existencia que atraviesa varias dimensiones de la película– enumera: “cobardes”, “reaccionarios”, “viejos”, “imbéciles”, “tarados”, “cagones”. Siempre en negro, concluye la voz y se sucede un silencio de unos veinte segundos. La narración se suspende. Vuelve a hablar –esta vez, sí, es el actor que dialoga en el estudio de grabación con un técnico– y retoma la interpretación del personaje: “Sombras… ¡Vade retro!” Más frases, entre chistosas e incomprensibles. Un plano muy breve del personaje, de unos pocos fotogramas. Vuelve a negro. Sigue la voz con efecto de delay y acentuación de la reverberancia. Vuelve a aparecer el personaje, esta vez por uno o dos segundos. Corta a una ilustración de un mago. Va a negro. El personaje ahora es narrador e introduce la historia del trío en el contexto apocalíptico. Imágenes que corresponden a la diégesis ficcional se ven interrumpidas por imágenes que remiten al comienzo del rollo de película, también vemos planos muy breves del equipo de rodaje. Color, blanco y negro, foto fija, placas negras: todo se sucede de una manera muy vertiginosa. Luego, una pausa en negro. Vuelve a comenzar, se repiten las series. Se intensifica la serie del equipo técnico y los actores en medio del rodaje. En el plano sonoro una música de origen indio es cortada abruptamente para dar paso al silencio. Vuelve la música. Es interrumpida: reingresa la voz de Santalamazza. Una imagen de un cómic aparece como una interferencia muy breve, menor a un segundo. Representa un estallido: “Whom!”. Cada tanto el personaje Toda la memoria del mundo reaparece mirando a cámara. Es también la mirada del mago, que luego se traducirá en las referencias explícitas a Méliès. Más imágenes de comics se interpolan; planos seductores de Lidija Juracik mirando a cámara. La imagen va a negro. Se reformula la serie y se introduce una imagen de un títere que representa un arlequín o un payaso. Luego, imágenes documentales: la llegada a la luna, un hombre negro con el torso desnudo, una explosión atómica. Todo en fracciones de segundo. La secuencia se acelera hasta decantar en un plano que se cierra en iris sobre Terrence Hill a quien una lágrima le cae por la mejilla. Placa dibujada con el nombre del personaje: “Zohommm!!!”

La secuencia descripta es una típica secuencia de los 177’ de ORG. En ella nos encontramos con una pluralidad de niveles del film que no solo no están jerarquizados sino que ni siquiera están claramente delimitados, como es el caso de la voz de Santalamazza. No es tanto que el universo de la ficción esté rodeado por otras series que la comentan sino más bien lo que ocurre es que se produce una yuxtaposición de tal intensidad que el espectador se ve forzado a resignar su capacidad de catalogación de lo que ve y escucha.

Para Birri, el secreto de esta suerte de “desmontaje” (así lo llama) está en la velocidad con que trabaja y que, según su teoría, libera al ojo de la racionalidad, conformando un sentido que surge de la percepción pura, lo más despojada posible de una conciencia receptora:

la velocidad –la vitalidad– es la única llave para tentar (es la única posibilidad de que el ojo vincule, relacione una imagen con la precedente y con la consiguiente y desencadene –ya sea estimulado, incitado, provocado– un proceso de libre metaforización, atribuya o distribuya significados de acuerdo con la respuesta que explota dialécticamente en el fondo del ojo). (…) En otras palabras: se trata de excitar la capacidad perceptiva del ojo (acelerándola) hasta inhibir los mecanismos de la memoria analítica (…) sustituyéndola con una libre asociación (…) asociación espontánea, respuesta ‘incontrolada’ imposible de controlar (¡viva la velocidad!) que obliga al ojo a responder ‘sin pensarlo dos veces’ (…) metáfora pura, metáfora de ojo, metáfora en el ojo. (Birri, 1996: 133-134)[13]

Es un proceso que remite al trabajo con el lenguaje que se desarrolla en el género poético, en el que el sentido convencional, el de las frases hechas y lugares comunes del habla cotidiana, entra en pugna con la potencia del lenguaje en tanto material (sonoro, gráfico, espacial)[14]. Así, se vislumbra acá la presencia de un cine poético.

Ficción + documental: ensayo

El carácter experimental de ORG puede pensarse en la forma de cohesionar materiales que pertenecen a órdenes distintos, esto es, que responden a lógicas cinematográficas diferentes. La película produce un tipo de cohesión que sin igualar da unidad al conjunto. De esta manera genera la coexistencia de materiales que pertenecen a la serie ficcional con otros construidos según una lógica documental sin que se resienta la estructura general.

Son muchos los recursos audiovisuales a los que la película recurre para lograr este efecto de unidad pero vale la pena mencionar algunos. En el plano visual, ya hemos mencionado el armado de secuencias a partir de cadenas de 1, 3, 6 y 9 fotogramas, muchas veces a partir de intervenir la toma y sustraer elementos intermedios. Otro recurso largamente utilizado es el de la sobreimpresión, en el que los elementos mixturados son varios: imágenes de la serie ficcional, imágenes abstractas, archivos de foto fija obtenidos de la prensa, animaciones, etc. El uso de materiales de historieta también es significativo ya que cumple una función de puntuación de las secuencias en tanto sus apariciones suelen ser disruptivas. En el plano sonoro, es notable el trabajo sobre la discontinuidad en el que las pistas utilizadas parecen cortarse casi siempre in media res y haciendo intervenir al silencio como elemento productor de sentido en vez de mero soporte[15]. La yuxtaposición de pistas sonoras es otro recurso al que se recurre para la homogeneización del material[16], el cual se apoya a su vez en el asincronismo casi total que posee la película entre imagen y sonido y que sirve para que el espectador trabaje, por momentos, en un nivel de máxima disociación de los sentidos:

–QUE TU OJO DERECHO NO SEPA LO QUE HACE TU OREJA IZQUIERDA

(Regla de oro del montaje/Mix)

2.9.72 (Birri, 1996: 144)

Ahora, ORG es una película que, si hubiera que vincularla con una tipología discursiva, diríamos que se acerca al ensayo. Son la utilización de elementos ficcionales junto a recursos del repertorio documental, así como la explícita intención de que la película establezca un diálogo con su contexto inmediato, dos de los motivos por los cuales puede otorgársele el mote de ensayo audiovisual. Y el ensayo audiovisual debería pensárselo como un discurso que, en última instancia, se pretende verdadero respecto a la realidad[17].

Es decir, al presentarse como discurso verdadero, ORG puede ser pensada como una película del campo documental. Dentro de ese universo, es posible caracterizarla como un documental de tono ensayístico puesto que, además de verdadero, es propositivo respecto a la realidad[18][19]. ¿Qué proposición se advierte en ORG? La urgencia por un proceso revolucionario que afecte a la política, a la vida privada y a la práctica artística. Y ello a partir de un trabajo radical en el campo formal: “la eficacia de la intervención ensayística radica menos en los datos recopilados, o en la índole del saber expuesto, que en la forma en que ese saber es interpretado, organizado y sistematizado” (Saítta, 2004: 108).

Si en un primer momento ORG parece consistir en una ficción experimental, a medida que avanza el film esta conformación va siendo cada vez más interrumpida por los materiales documentales que van acentuando la presencia de una intención más conceptual que narrativa. Así, el final de la película constituye el clímax de esta operación de “desnarrativización”. Cuando nos enfrentemos a la voz ronca y alcoholizada de Pietro Santalamazza canturrear fragmentos de “La Internacional”, el himno obrero escrito por Eugène Pottier, alternado con fragmentos de una versión clásica mientras la pantalla se mantiene entre el blanco y el rojo y las luces de la sala estén encendidas, para entonces ya no será la revelación final de la narración lo que más estaremos esperando de ORG. Por el contrario, lo que ahí leeremos será un gesto.

Hay distintos usos que hace la película de los recursos documentales. Uno de ellos, quizás el primero en aparecer de manera evidente, es el del archivo como cita. Su primera aparición en ORG es con un cortometraje de Stan Brakhage de 1965, Song n° 16. Se trata de un uso fundamental para la película dado que le permitirá ir conformando una suerte de canon contracultural, como si el film nos diera indicaciones acerca de cuál es la filmoteca en la que le gustaría ser inscripto. O también, cuál es la filmografía con la que cree que debe ser leída. Así, Georges Méliès, Charles Chaplin, Roberto Rossellini, Jonas Mekas, Jean-Luc Godard, Octavio Getino y Pino Solanas, Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Glauber Rocha son algunos de los directores que la película cita a través de sus producciones o a través de sus dichos. En el caso de los realizadores que testimonian frente a cámara, la referencia, además, tiene la intención de abrir una dimensión de reflexión teórica en el film.

Otra forma de utilizar el archivo que propone ORG está relacionada con las imágenes de actualidades. Por un lado, nos encontramos con secuencias de fotos fijas como las que hacen referencia a la China maoísta. En este caso es un uso que resulta celebratorio pero que rehúsa la solemnidad al rematar la secuencia con una imagen caleidoscópica de Mao. Además, la secuencia que reivindica la revolución da paso, de inmediato, a una secuencia de la historia del trío postapocalíptico: un cine que opera a partir del choque de las series. Volveremos a encontrar este uso múltiples veces, por ejemplo a la hora de referir los sucesos del mayo francés o para pensar sucesos políticos que eran contemporáneos al montaje como la muerte de Allende (a través de un monóculo vemos una serie de imágenes que culminan en un afiche en el que se lee, en italiano: “El presidente Allende – Mártir del socialismo y de la democracia”).

Por otro lado hay un uso del material de archivo que opera en función de un trabajo de alegorización cuyo sentido simbólico no se evidencia nunca. Tal es el caso de la secuencia en la que se destripa y descuartiza un elefante. La misma está inserta en el fragmento final de la película en el que la voz cantante del borracho va ocupando la banda sonora. Sin referencia contextual evidente (no podemos decir con precisión dónde ocurrió ese hecho ni en qué momento), debemos decidir entre dejarnos invadir por el impacto de las imágenes o vincularlo con la deconstrucción de “La Internacional” que hace la voz ebria. Y de hacer esto, no es seguro qué sentido obtendríamos.

ORG echa mano a cuanto registro documental necesite para incorporarlo al gran collage-film. Un ejemplo es el uso de la encuesta callejera sobre la amenaza de una guerra atómica. La escena está fechada en el 1600, la imagen está montada en negativo y los entrevistados parecen molestos ante la presencia de la cámara. Un cinema verité al revés, parodiado, se incorpora a la película río: ORG parece no dejar nada afuera y armarse inclusive con los deshechos. La definición de Paulo Antonio Paranaguá parece ajustarse a la perfección al modo en que se organizan las imágenes en ORG:

Proponeos considerar al collage documental como un procedimiento compositivo en el que el montaje trasciende su dimensión meramente técnica de yuxtaposición de planos para alcanzar una dimensión estética en la que subyace una voluntad evidente de enfatizar la heterogeneidad de los materiales utilizados, de hacerlos entrar en conflicto, de establecer entre ellos una relación dialéctica introduciendo, para emplear las palabras de Didi-Huberman, ‘una duda estable sobre el estatus de la imagen sin que su valor documental sea, sin embargo, cuestionado’.

(Paranaguá, 2003: 25-26)

Ya hemos mencionado la presencia de imágenes del rodaje de las secuencias ficcionales de ORG. Cabe mencionar este uso una vez más ya que acompaña al desarrollo de la película hasta el final en el que vemos a los actores retirarse, abrigados y con la valija en mano, de un decorado natural junto al mar. Una evidencia del artificio de la representación que nos impide tomar el camino de la identificación con los personajes.

Orgasmo y organización. Orgggggrrrrrrrr…

Y es que ORG es eso y más, es todo significante que se pueda construir con esos tres fonemas, incluida la forma onomatopéyica. Y quizás en el título está el enigma que el presente tiene que resolver, o al menos eso creía Birri. De lo que el espectador asocie depende el futuro. De la cultura, del grupo, de la política. Después de ver la película entera, claro. Eso piensa Birri cuando elige el título.

Lo lúdico y lo erótico, conjugados. Lo lúcido.

ORG es un film cuya progresión es notable para el espectador. De la ficción al documental, al ensayo más bien, al arte conceptual también. Los 177’ operan sobre una acumulación cuya intensidad explota en la secuencia del borracho y “La Internacional” pero que se juega a nivel discursivo minutos antes. Es el trabajo de apropiación y resignificación de la cita.

La escena es así: los personajes del trío amoroso, Zohomm, Grrr y Shuick, posan con sus rostros en un cartón pintado de un cielo. Zohomm y Grrr representan los rostros de los personajes que viajan en avión, Shuick el de un ángel. Esta suerte de trampantojo turístico es visto cuando la cámara retrocede y podemos ver a todo el equipo técnico trabajar en la toma y, luego, jugar con los actores. Mientras tanto, los actores recitan varias veces la siguiente frase de Lenin: “El comunismo no significa ascetismo sino placer y adhesión a la vida en un goce amoroso completo.” Es una frase reveladora de Lenin quien la dijo en una entrevista a Clara Zetkin en 1924. Lenin hacía una salvedad que Birri eligió quitar: “Pero, a mi parecer, esa hipertrofia de lo sexual que hoy se observa a cada paso, lejos de infundir goce y fuerza a la vida, se los quita. Y en momentos revolucionarios, esto es grave, muy grave.” La operación no deja de ser significativa por cuanto recorta la exaltación del amor libre (de tradición anarquista) de la reserva moral que Lenin hace para preservar la prioridad de la lucha revolucionaria. Es elocuente respecto a la posición que ocupa la película en un contexto donde lo que primaba –y es una frase presente en la película– es el rechazo del modelo norteamericano, pero también del ruso. Así lo plantea Godard en una entrevista incluida en ORG  al señalar el eje Hollywood-Mosfilm.

Birri habla de “microutopía” para referirse al planteo que redunda en ORG. Probablemente de eso se trate su relectura del mito socialista. No porque no deba suceder sino porque debe ocurrir hoy. De ahí que una de las canciones que suenan hacia el final del film sea “Stornelli d’esilio”, del anarquista Pietro Gori: “Nuestra patria es el mundo entero / nuestra ley la libertad / y un pensamiento / y un pensamiento / rebelde que anida en el corazón”.

Pensar la serie: ORG y la filmografía de Birri

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo

Rubén Darío

La consideración sobre ORG como una anomalía que acontece en el cuerpo de la obra de Birri es casi un lugar común. Suele explicársela como consecuencia del exilio al que se vio forzado el director santafesino durante la dictadura de Onganía, el cual terminó depositándolo en Roma. Así lo describe Paraná Sendrós:

Los años setenta son de larga crisis política y personal. Los ángeles malignos le hacen daño, y él se refugia en las locuras de un juego solitario, que llama Cosmunismo, o comunismo cósmico, y se expresa en Org, donde solo lo ayudan tres personas (desde entonces Settimio Presutto será otra mano derecha). ¿Qué es Org? Film-no film, excusa-razón, rodado en dos meses y montado, desmontado, remontado en 10 años, 8 meses y 14 días, a la sombra aflictiva del desarraigo, las ilusiones perdidas, la marginación partidaria y el cine experimental. (Paraná Sendrós, 1994: 26)[20]

Vista así, la película parece ser un paso en falso como consecuencia de los conflictos personales de su autor. Quien advierte con perspicacia que la película fue enviada en la dirección de lo no sistematizable es Settimio Presutto, para quien Birri “después de haber hecho esta enorme operación extraterrestre –entre comillas y muy irónicamente– tiene que volver al ciclo convencional.”

Sin embargo, la lógica que organiza buena parte de la obra de Birri está definida por dos elementos que justifican perfectamente una producción como ORG: la experimentación con los recursos audiovisuales y la constante modificación de los modos de producción: “lo mío es un muestrario de posibilidades fílmicas, de posibilidades cinematográficas.” (Birri, 2007: 104)

Consideremos el comienzo de su producción. La verdadera historia de la primera fundación de Buenos Aires (1959)[21] y La pampa gringa (1963) son dos cortometrajes que investigan el tratamiento de imágenes fijas. En el primer caso se trata de capturar los múltiples detalles del cuadro realizado por Oski. El cuadro representa a más de quinientos personajes para narrar cómo fue la llegada del hombre europeo al Río de la Plata. Para ello, Oski se inspiró en las crónicas de Ulrico Schimdl y creó un relato cómico. En el corto Birri anima el cuadro a partir de movimientos de cámara e introduce una voz narradora una voz narradora (Raúl de Lange) que pone en escena el relato de Schmidl. El resultado es el de una humanización del relato fundacional de la ciudad que aleja a los personajes del bronce estatuario.

La pampa gringa realiza un movimiento, si se quiere, contrario al trabajar con fotografías de inmigrantes y contar la historia de una colonia suiza fundada en 1856 cerca de Santa Fe. Las imágenes, acompañadas por una voz over que lee textos de los poetas José Pedroni y Carlos Carlino, van tejiendo un homenaje a los inmigrantes anónimos que poblaron la pampa húmeda.

En ambos casos se nota el afán por poner a prueba el uso de la imagen fija en el relato cinematográfico, explotando sus posibilidades al máximo.

Luego con Tire dié (1960), un cortometraje de creación colectiva pero que en definitiva estaba producido a partir de las directivas y la experiencia que Birri había acumulado en Italia y que lleva su firma como Director del Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral[22]. Es un cortometraje con una voluntad de denuncia que, no obstante, se apoya, al menos en principio, en el discurso sociológico. Se autodenomina “encuesta social filmada” y comienza con una voz over que pretende tener el rigor del discurso científico. A esto se suma el uso de la estadística que aportaría la especificidad sociológica anunciada al comienzo. Así, por ejemplo, dice: “200 mil habitantes hasta hoy, año 1958, con 5133 nacimientos el año pasado.” Una precisión estadística llevada al paroxismo y que resulta parodiada en su acumulación asistemática: “Con 50 ??? de títeres, 2 molinos harineros, 4767 focos de alumbrado.” Lo que ocurre, en verdad, es que aunque se presente como sociología filmada, la película sabe que su intención es otra. No describir, interpelar: “Al llegar a las orillas de esta ciudad organizada, como en tantas otras, la estadística se hace incierta. Hay muchos. ¿Cuántos? Demasiados ranchos en los que viven centenares de familias santafesinas”.

El gesto central del cortometraje es darle rostro a esos márgenes de la ciudad sobre los que no se produjeron datos. A la estadística entonces le opone los casos, los testimonios, los relatos y los cuerpos de los chicos que persiguen al tren. Es la escena icónica del cortometraje, en la que la puesta de cámara todavía reproduce los puntos de vista de los viajeros y de los mendigantes de manera simétrica, tal vez porque es una cámara que se asume como objetiva, posición que va ir abandonando en Los inundados (1962)[23] cuyo punto de partida va a mezclar la investigación social con la literatura (la película se inspira en un cuento homónimo de Mateo Booz).

Porque Tire dié y Los inundados son anverso y reverso de un mismo proceso que tiene por objetivo la conformación de un cine de temática social. Temática que en Los inundados va a estar definida como hija del neorrealismo italiano en su búsqueda de un arte popular, opuesta a la ficción de teléfonos blancos e interpretada por actores populares en decorados naturales. Y que, no obstante, no cede a la tentación de la mirada compasiva sino que se mantiene siempre en una tensión mordaz e incisiva que hace del tono irónico su aparato de lectura principal[24].

Si consideramos las producciones anteriores a ORG como antecedentes de esta, lo que podemos encontrar es una suma de intereses que van a estar en la película realizada en Italia aunque reformulados. En el plano temático persiste una preocupación de orden social que va a profundizar su tenor político en pos de una exaltación del momento revolucionario de la Historia y una mirada internacionalista (Birri dirá que es una mirada cósmica y hablará de “cosmunismo”). En el plano formal nos encontraremos con un uso de la imagen fija que va a extender sus posibilidades gracias a la influencia del cine experimental, la continuación del registro directo y la vinculación de escenas de ficción en un marco de tono documental. Como puede verse, buena parte de las operaciones que Birri realiza en ORG ya las había practicado en otras realizaciones previas, lo que establece una continuidad –no lineal ni total, por supuesto- entre este film y su obra previa.

Esto no significa que debamos considerar que ORG sea una película que confirma una propuesta estética previa, al contrario, su excepcionalidad es evidente para cualquier espectador. Lo que importa acá es dar cuenta de una progresión en la búsqueda cinematográfica que, visto en perspectiva, nos ayuda a comprender las motivaciones que dan lugar a una película de tal tenor.

Así lo plantea Octavio Getino en “Apuntes sobre memorias y utopías”:

“El problema ahora es el lenguaje -dice Birri en alguno de sus poemas-. Una revolución que no revoluciona (permanentemente) sus lenguajes, alfabetos, gestos, miradas, involuciona o muere”. (…) ORG, frustrada o no, como cualquier aventura experimental en ese sentido, es un claro ejemplo de esa manifiesta vocación por la innovación y el cambio. Particularmente los lenguajes de la mirada, aquello que tienen que ver con la utopía y para los que, el proceso tensionante de la búsqueda y la experimentación, puede valer tanto o más que los productos logrados. (2004: 27)

Diálogos I: ORG en el contexto del cine argentino

El cine argentino de los años sesenta está signado por una tendencia a la experimentación formal. Es una época en la que el concepto de realismo cinematográfico se complejiza[25], quedando debilitada la noción de un cine que es mero reflejo de la realidad para dar lugar a una mayor presencia de elementos que evidencian el artificio de la representación: es un cine que pierde la inocencia respecto a los materiales cinematográficos.

En el campo de la ficción encontramos a lo largo de la década vastas muestras de realizaciones con gestos de autoconciencia de la representación. Un ejemplo de principio de la década puede ser Tres veces Ana (1961), de David José Kohon, película que narra tres episodios independientes pero interpretados por la misma actriz, María Vaner[26]. A mitad de los sesenta nos encontramos con otro ejemplo paradigmático: Pajarito Gómez (1964), de Rodolfo Kuhn, que trabaja sobre la manera en la que la industria cultural produce estrellas y que, entre otras escenas destacables, presenta un desenlace en el que el personaje femenino grita a cámara mientras todos bailan el último éxito comercial del difunto en medio del velorio (recurso que, por otra parte, remite al huevazo a cámara de Los olvidados (1950), de Luis Buñuel: personajes para los que el universo diegético al que pertenecen les resulta intolerable). Hacia el final de la década encontramos en The Players vs Ángeles Caídos (1969), de Alberto Fischerman, tal vez uno de los experimentos más radicales de la época, cuya única premisa argumental es el enfrentamiento entre dos bandos por un espacio que es el de un estudio de filmación, es decir que la película hace objeto de disputa narrativa el espacio predilecto de la realización cinematográfica[27]. Como vemos, el cine de ficción argentino de los sesenta estaba atravesado por un tipo de experimentación que implicara una actitud de distanciamiento respecto al cine como mímesis y, en consecuencia, una tendencia a hacer explícitos los materiales cinematográficos.

A esta idea del trabajo desnaturalizado sobre la forma se le agrega otra problemática que vincula la producción cinematográfica con su contexto histórico: es la discusión sobre cómo lograr un cine que revolucione o sirva para revolucionar el campo político. Tres experiencias son las que en este campo marcan la época de manera pronunciada. Se realizan en años consecutivos y discuten entre ellas criterios de producción, operaciones sobre el lenguaje cinematográfico y, sobre todo, la cuestión de la autonomía de la esfera cinematográfica respecto a la de la política.

En 1968 se estrena La hora de los hornos en el Festival de Pesaro. Es una película hecha por dos jóvenes argentinos, Octavio Getino y Pino Solanas, admiradores de Birri, de su cine y de su propuesta de realización: “ponerse frente a la realidad con una cámara y documentarla, documentar el subdesarrollo. / El cine que se haga cómplice de ese subsdesarrollo, es subcine.” (Birri, 2008: 30) La hora de los hornos es claramente deudora de esa tradición para la que “el film debe empezar en la realidad y terminar en la realidad (…) apoyándose como punto de partida en la realidad que nos rodea, el film se cumple sólo al proyectarse nuevamente sobre la realidad de los espectadores reunidos frente a la pantalla, para mejorarlos con respecto a lo que eran antes que entraran a ver ese film.” (2008: 56-57) La película recoge el guante y lleva la fórmula más allá, subordinando la representación cinematográfica a la lucha política inspirada en la archicitada frase de Franz Fanon, leitmotiv de La hora de los hornos: “todo espectador es un cobarde o un traidor”. Tomemos en cuenta que ya el título del film refiere a un texto de Martí que el Che Guevara incluyera en un discurso: “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”. Es decir, desde el comienzo está claro cómo se jerarquizan ambas lógicas, la cinematográfica y la política, y es posible pensar que para Birri, sumido en el exilio italiano, la fórmula tuviera un alto nivel de seducción, a punto tal de, como cuenta Getino, “alzarme sobre uno de sus hombros tras la exhibición bulliciosa de La hora… en Pesaro, para trasladarme en andas, junto con Pino Solanas, sobre la multitud de jóvenes cinéfilos y militantes.” (Getino, 2004: 22)

Además, visto en perspectiva, está claro lo que pudo haber significado La hora de los hornos para un Birri que estaba recién empezando su odisea con ORG. En términos de ruptura formal ambas películas provocan una alteración de la percepción convencional del fenómeno cinematográfico que las emparenta. Así, la caracterización que hace Ana Laura Lusnich para La hora de los hornos bien puede aplicarse a ORG:

un documental de características modernas que entre otras novedades combina la polifonía visual, gráfica y auditiva, la multiplicación de las voces narrativas y un original y hasta entonces inédito sistema de citas y referencias históricas y cinematográficas a partir del cual es posible reconstruir el panorama ideológico que imperaba en la época (Lusnich, 2009: 34)

Es decir, hay un mutuo reconocimiento que hace que se establezca una filiación más o menos expresa entre las dos generaciones de realizadores. De ahí la presencia de Getino y Solanas en el segmento que ORG dedica a otros directores de cine (Mekas, Godard, Rocha, etc.). Se trata de un fragmento filmado por Gerardo Vallejos en el que los directores trazan un vínculo entre la práctica cinematográfica y la teoría de la liberación política.

Y, sin embargo, al analizar la inserción de los testimonios de Getino y Solanas en la película, nos encontramos a simple vista con una fragmentación del discurso que no nos permite más que rescatar palabras o frases sueltas. La interrupción de la linealidad del discurso por medio del montaje está puesta en primer plano, generando inclusive asociaciones semánticas. Así, reconocemos expresiones como: “ideológico y político”, “protagonista”, “histórico”, “no son categorías”, “condicionamiento”, “este cine rechaza”, “liberación”, “un cine revolución…”, “nuestra realidad”, “realidad”, “nuestro compromiso”. Se trata de una apropiación del discurso del otro que pone en cuestión un principio que para la propuesta de La hora de los hornos era central: la subordinación del arte a la política.

La secuencia se completa con la intervención gráfica de las imágenes. Puede leerse:

200 millones de habitantes / que no poseen ni su tierra ni sus ideas / Realidad cotidiana = violencia / Cine de clase / Cine-acto / Cine-acción / Cine-liberación / Todo espectador / La hora de los hornos / Todo espectador es un cobarde o un traidor / Franz Fanon / Cine de descolonización / Contra una imaginación alienada / Una creatividad subversiva / Tercer mundo / Tercer cine / Muera el imperialismo yanqui”. Se trata de un uso del texto que es comparable al trabajo de shock de La hora de los hornos y que es afín en términos ideológicos. No obstante, la fragmentación y yuxtaposición por medio del montaje que provoca ORG en el material de Vallejos permite vislumbrar una distancia conceptual entre una propuesta (la de Cine Liberación) y la de ORG. Distancia que es fruto de una polémica en torno a la función del cine en el proceso revolucionario. Incluso si no es una tensión que se haya explicitado, podemos encontrarla al revisar el “Manifiesto de ORG…”: “no habrá revolución duradera sin revolución del lenguaje tabula rasa: cine desde cero (…) ‘montaje de atracciones’ nueva dimensión lúdico-mental (…) comunismo sensual hedonista erótico (Birri, 1996: 19)

Está dicho: rehuir a la solemnidad por medio de un trabajo de montaje que reinvente el lenguaje, que recupere el poder subversivo de la función lúdica y que, también, incorpore a la experiencia revolucionaria la dimensión hedonista y erótica de la vida[28]. Tal parece ser, para Birri, la función del cine en tiempos de revolución. Bastante lejana de la concepción concientizadora y formadora de cuadros que Getino y Solanas proponían en La hora de los hornos. Incluso cuando en ambos casos hay un uso desmitificado del cine, hecho que puede comprobarse, por ejemplo, en la posibilidad, varias veces mencionada en uno y otro caso, de que las películas se proyecten fragmentadas o alterando el orden de los rollos, incluso en este punto parecen responder a dos ideas de vanguardia alejadas: en La hora de los hornos, una vanguardia política (que desmitifica para hacer del cine una herramienta[29]); en ORG, una vanguardia artística (que busca borrar los límites entre arte y vida).

Contrario a la univocidad de La hora de los hornos podemos ubicar a Argentina, mayo de 1969: los caminos de la liberación (1970). Se trata de una película colectiva en la que cada director debía producir una pieza tomando como punto de partida los sucesos del Cordobazo de mayo de 1969. Así, bajo el nombre de Realizadores de Mayo (obviamente, los materiales no estaban firmados y se proyectaban de manera clandestina) se aglutinó un grupo de realizadores con distinta formación y práctica profesional pero motivados por la posibilidad de enunciarse políticamente[30]. Lo novedoso del proyecto es, por un lado, la variedad de acercamientos al tema, lo que permitió que coexistieran materiales tan diversos como la enseñanza didáctica para armar una bomba molotov, de Eliseo Subiela[31], con el relato irónico sobre las sumisas palomas de Plaza de Mayo, de Rodolfo Kuhn, hasta el montaje de material fotográfico de Humberto Ríos, por mencionar algunos. A la heterogeneidad de procedimientos se sumaba también la multiplicidad de miradas: “fue un film colectivo revolucionario en las dos esferas que habitual y falsamente se conciben por separado, la política (el contenido) y el arte (la forma) (…) Por otra parte, también negó una ‘máxima’ del cine militante: el film debe ser homogéneo en su ideología.” (Campo, 2012: 129)

Dentro del abanico de producciones con las que nos interesa referir ORG se encuentra una de la cual casi no han quedado restos fílmicos, a excepción de un fragmento hallado hace unos años en el fondo de un placard. Quedan los relatos, recogidos por Beatriz Sarlo en su ensayo “La noche de las cámaras despiertas” (1998). Fue en 1970 y, con el fin de conseguir apoyos para un acto público en contra del cierre del Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral (que había sido fundado por Birri), Raúl Beceyro les propuso a Rafael Filippelli y Alberto Fischerman que realizaran alguna colaboración. Se comprometieron a colaborar con imágenes. De ahí salió este grupo de entre 6 y 8 cortos que fue realizado y proyectado en el plazo de dos días.

Hubo películas de Alberto Fischerman, Dodi Scheuer, Miguel Bejo, Luis Zanger, Marcos Arocena, Rafael Filippelli, Julio Ludueña, Jorge Cedrón y Alberto Yaccelini. En comparación con Solanas y Getino, los miembros de este grupo formado ad hoc pertenecían a otra izquierda, más cercana a lo que había sido el Instituto Di Tella y a partir de la cual la política en el cine se jugaba, antes que nada, en una política de la forma. Es decir, buscaban ocupar posiciones rupturistas respecto a lo que ya era parte del sentido común de la época: el cine comprometido, por un lado, la estética realista, por otro. Eran enemigos acérrimos de la subordinación del cine a la política que proponían Solanas y Getino. Como muestra, baste mencionar que el corto de Cedrón –quien paradójicamente formaba parte “a su manera y con su estilo particular”[32] de Cine Liberación– se llamaba “La hora de los trastornos”. Otro de los cortos, el de Miguel Bejo, se llamaba “Foco fijo a dos metros con el cincuenta milímetros o cómo el árbol oculta el bosque” y consistía en tomas con esa configuración óptica que demostraban cómo una determinación técnica construye la cosmovisión de una película (en este caso de manera literal, ya que podía verse en foco solo lo que quedaba a 2 metros del punto focal). Un tercer ejemplo es el corto de Alberto Fischerman –el fragmento del filme rescatado recientemente– en el que el actor, Tito Ferreyro, se desnuda en cámara y luego es amordazado hasta quedar completamente inmóvil.

La proyección de estas películas provocó un escándalo en Santa Fe. Hubo gritos y hasta golpes de puño. Es que se trataba de una lógica muy distante de la idea de un cine cuya intervención sobre la realidad sea directa. Para este grupo la relación de lo cinematográfico con lo político se daba siempre al interior del campo cinematográfico. Es aplicable a este grupo lo que Gonzalo Aguilar señala para La Chinoise en “La salvación por la violencia”: “El cine llevaba su lenguaje hasta los extremos pero jamás se salía de él: la forma le hablaba al espectador, lo impulsaba a la acción política, pero no se integraba o mezclaba con ella.” (Aguilar, 2009: 106) Paradójicamente, a pesar de haber sido el fundador de la escuela de Santa Fe, Birri se encontrará, al menos al momento de estrenar ORG, mucho más cerca de esta manera de pensar la relación entre cine y política.

Así, lo que Sarlo dice para este grupo también le cabe al Birri de la época de ORG:

Hay un sentido común: alternativismo en la producción, la distribución y la exhibición de films; rechazo a los formatos cinematográficos convencionales; circuitos paralelos o clandestinos; repudio del mercado y de las instituciones estatales de financiación; ninguna consideración por el cine americano comercial, y, en consecuencia, atención puesta sobre la escuela de Nueva York, Godard, Antonioni, el cine polaco, Glauber Rocha. (Sarlo, 1998)

Diálogos II: segmento de metacine en ORG

El fragmento de ORG dedicado a presentar testimonios de realizadores dura unos 5’. En él nos encontramos con los siguientes directores hablando a cámara, en registros tomados por otros directores: Rossellini, Godard, Jonas Mekas, Julio García Espinosa, Glauber Rocha, Pino Solanas y Octavio Getino. También se hace referencia al director checo Jan Němec aunque se lo señala como ausente.  No es el único pasaje del film en el que se haga referencia a directores o películas (entre otros, nos encontramos con citas de George Méliès, Tomás Gutiérrez Alea, Stan Brakhage, etc.) pero es acá donde la película se posiciona de manera más definitiva en el campo cinematográfico. El tratamiento, como ya comentamos, interviene el material de archivo tanto desde el aspecto gráfico como el del montaje. De los testimonios solo logramos apreciar frases sueltas, astillas del discurso original. En cambio, las intervenciones gráficas, suerte de graffittis pintados sobre el material de archivo, sintetizan la importancia de estos directores, sus películas y sus desarrollos teóricos. Cada aparición de un director habilita una serie de postulados que van demarcando las características de este nuevo cine al que ORG adscribe.

En el caso de Roberto Rossellini el texto sobreimpreso subraya la voluntad de saber en medio de una realidad confusa, postulando la imagen como un posible método de orientación. Rossellini, según ORG, representa la introducción de una nueva dramaturgia capaz de leer la nueva realidad.

Jean-Luc Godard introduce la necesidad de romper con el cine hegemónico, representado en el eje Hollywood-Moscú[33] al tiempo que propone, como suele hacer en sus reflexiones, un concepto a contrapelo: reivindica la figura del traidor, tanto en cine como en política. Es el tiempo de un nuevo cine en el que trabajan tanto los que producen como los espectadores. Tomar el cine por asalto, esa es la consigna. Porque nadie debe hablar en nombre de otro, concepto central en Godard que lo desmarca del cine bienpensante[34].

Jonas Mekas aparece para reivindicar el cine poético y el cine underground, a partir de un par de postulados: “es importante que no sea importante” y “la cámara apuntando a tus amigos, a las cosas amadas, sin someterse a producciones de mierda, guita, gente de *S?!X;!#”. La imagen posterior muestra a Mekas en el Central Park utilizando la cámara en una danza y unos movimientos que rechazan aquellos establecidos en la convención cinematográfica[35].

La presencia de Julio García Espinosa en este segmento queda ligada a su famosa fórmula del cine imperfecto. El cine nuevo, que en esta lógica es un cine revolucionario, es un cine que rechaza la búsqueda de lo bello y se preocupa por representar aquello que la realidad tenga de más conflictivo:

El cine imperfecto entendemos que exige, sobre todo, mostrar el proceso de los problemas. Es decir, lo contrario a un cine que se dedique fundamentalmente a celebrar los resultados. Lo contrario a un cine autosuficiente y contemplativo. Lo contrario a un cine que «ilustra bellamente» las ideas o conceptos que ya poseemos (García Espinosa, 1995: 28).

Así, García Espinosa preconiza en su manifiesto la desaparición del arte fundido en el todo (entiéndase: la vida, la realidad).

Glauber Rocha sirve para que ORG introduzca una distancia respecto a los condicionamientos en los que podía quedar encerrado el cine bajo la lógica militante. La idea de un cine nuevo, en la intervención de Rocha, implica también la ruptura con las políticas culturales de los movimientos revolucionarios. En última instancia, se trata de un gesto de resguardo de la autonomía del arte respecto a las presiones y las urgencias de la política[36].

ORG se mueve así en un péndulo que busca equilibrarlas fuerzas en tensión. De todos modos, más allá de las afinidades emocionales con cierto cine militante (específicamente, el de Cine Liberación representado por Getino y Solanas), lo cierto es que lo que predomina en la organización formal de ORG es la postulación de un cine libre de ataduras respecto al deber ser de la militancia política. El texto sobreimpreso al testimonio de Glauber Rocha así lo expresa: “elegimos militar en el cine (expresión personal del autor)”. La aclaración parentética que remata la inscripción da cuenta de la ambigüedad en la que se maneja Birri durante la realización de ORG.

 Conclusión: un horizonte de expectativas para ORG

Es difícil seguir caracterizando a ORG a partir de su anomalía. Como vimos, la película misma se encarga en precisar cuál es el contexto que le da origen y en qué serie cinematográfica desea ser inscripta. Es probable que esto se deba a una actividad teórica que el propio Birri desarrolló a lo largo de toda su carrera como cineasta y que está en consonancia con lo que hacen otros directores de su generación. La producción textual es una constante en los directores de los sesenta y setenta que interactúan con Birri y su obra: Brakhage, Mekas, Pasolini, Gutiérrez Alea, García Espinosa, Rocha, Godard son algunos directores con producciones textuales que van desde una serie de artículos, un libro y hasta una obra vasta y compleja que funciona en paralelo a la cinematográfica (como es el caso de Pasolini).

En el caso de los escritos de Fernando Birri encontramos que son una fuente fundamental para entender los procesos y, sobre todo, las variaciones en los posicionamientos teóricos. Cambios de posición que, arriesgamos, muchas veces pasan inadvertidos para el propio realizador mientras que, en otros momentos, funcionan como espacio central para desarrollar un nuevo marco teórico que apoye el nuevo camino estético elegido. Tal es el caso de los dos diarios que Birri escribió durante los diez años de producción de ORG. Se trata de un material que ensaya, a la par que monta y desmonta la película, una nueva sintaxis que reproduzca en el plano del discurso lo que estaba experimentando en el plano de las imágenes y sonidos. En este sentido, queda pendiente analizar los efectos de una escritura en otra lengua, la italiana, como si Birri se impusiera la extranjería como condición para la emergencia de lo nuevo.

Podemos concluir, entonces, que hay suficientes elementos para considerar a ORG como un material que, al tiempo que es de una singularidad manifiesta dentro de la obra de Birri, resulta una consecuencia lógica del camino estético que lo llevó hasta su concepción. Se trata de una continuidad en la búsqueda de un método de representación que muchas veces supuso saltos en las prácticas cinematográficas y cambios rotundos en los enfoques. Pero no por encontrarnos con un objeto singular significa que debamos aislarlo de los elementos que puedan ayudarnos a comprenderlo.

Lo mismo ocurre con otras películas y desarrollos teóricos contemporáneos a ORG. Señalamos aquellos que la película hace explícitos. Falta todavía investigar las influencias tácitas, los vínculos que ORG omite y que en toda realización existen. No tanto por el secreto que se esconde sino porque es probable que allí encontremos más argumentos para pensar la construcción de la película y sus vínculos con el contexto histórico y cinematográfico. Un camino posible para investigar dichas relaciones: la producción de directores latinoamericanos que durante los sesenta postularon un cine de carácter político y que en los setenta apuestan por narraciones alegóricas, con elementos míticos y propuestas formales de tono experimental, como es el caso de Octavio Gettino y Glauber Rocha. Queda demostrada, entonces, la existencia de múltiples filiaciones que describen a ORG en una red. Ahora lo que falta es discutirla y seguir pensando sus efectos.

Filmografía consultada

De Fernando Birri
“La verdadera historia de la primera fundación de Buenos Aires” (1959)
“Tire dié” (1960)
Los inundados (1962)
“La pampa gringa” (1963)
ORG (1979)
Mi hijo el Che (1985)
Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988)

De otros realizadores
À bout de Souffle (Jean-Luc Godard, 1960).
A Idade da Terra (Glauber Rocha, 1980).
Argentina, mayo de 1969: los caminos de la liberación (varios directores, 1970).
Band à part (Jean-Luc Godard, 1964).
Deus e o Diabo na Terra do Sol (Glauber Rocha, 1964).
Diaries, Notes & Sketches – Also Known as Walden (Jonas Mekas, 1969).
Dog Star Man (Stan Brakhage, 1962-1964).
“Eye myth” (Stan Brakhage, 1967).
Historia(s) de cine (Jean-Luc Godard, 1989-1999).
Invasión (Hugo Santiago, 1969).
La hora de los hornos. Notas y testimonios sobre el neocolonialismo, la violencia y la liberación. (Octavio Getino y Pino Solanas, 1968).
La chinoise (Jean-Luc Godard, 1967).
La sociedad del espectáculo (Guy Debord, 1974).
Las aventuras de Juan Quin Quin (Julio García Espinosa, 1967).
Loin du Vietnam (varios directores, 1967).
“Los 40 cuartos” (Juan Oliva, 1962).
Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).
Lost, lost, lost (Jonas Mekas, 1976).
Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea, 1968).
“Mothlight” (Stan Brakhage, 1964).
Número Deux (Jean-Luc Godard, 1975).
Oktyabr (Sergei Eisenstein, 1928).
Pajarito Gómez (Rodolfo Kuhn, 1964).
Perón: la revolución justicialista (Octavio Getino y Pino Solanas, 1971).
Perón: actualización política y doctrinaria para la toma del poder (Octavio Getino y Pino Solanas, 1971).
Reminiscences of a Journey to Lithuania (Jonas Mekas, 1972).
“Song n° 16”, (Stan Brakhage, 1965).
Terra em Transe (Glauber Rocha, 1967).
“The Act of Seeing with One’s Own Eyes” (Stan Brakhage, 1971).
The Players vs Ángeles Caídos (Alberto Fischerman, 1968).
The Text of Light (Stan Brakhage, 1974).
Tiro de gracia (Ricardo Becher, 1969).
Tout va bien (Jean-Luc Godard, 1972).
Tres veces Ana (David José Kohon, 1961).
Vidas secas (Nelson Pereira dos Santos, 1963).

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo (2009), Episodios cosmopolitas en la cultura argentina, Santiago Arcos, Buenos Aires.

Aumont, Jacques; Bergala, Alain; Marie, Michel; Vernet, Marc (2008), “Cine y narración” y “El montaje” en Estética del cine. Espacio fílmico, montaje, narración, lenguaje, Paidós, Buenos Aires.

Bernini, Emilio, “El documental. El fin de una ontología” en Revista DocuDac, Agosto de 2014. Disponible en http://www.revistadocudac.com.ar/es/dossiers-el-documental-el-fin-de-una-ontologia [Vista el 15-12-17]

Birri, Fernando (1996), Fernando Birri. Por un nuevo nuevo nuevo cine latinoamericano. 1956-1991. Cátedra, Madrid.

____________  (2008) La Escuela Documental de Santa Fe, Prohistoria ediciones – Instituto Superior de Cine y Artes Audiovisuales de Santa Fe, Rosario.

____________ (2004) “Revolución y orgasmo”, en AA.VV., Glauber Rocha, del hambre al sueño. Obra, política y pensamiento, Malba, Buenos Aires.

____________ (2007) Soñar con los ojos abiertos. Las treinta lecciones de Stanford, Aguilar, Buenos Aires.

Brakhage, Stan (2014), Por un arte de la visión. Escritos esenciales, EDUNTREF, Buenos Aires.

Briante, Miguel (2004), Desde este mundo. Antología periodística, Sudamericana, Buenos Aires.

Busto, Ximena; Cadús, Ma. Eugenia; Cossalter, Javier (2011), “La multiplicidad de estrategias de producción en el film «Operación Masacre». En Revista Afuera, Año IV, número 10, Mayo 2011. Disponible en http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=175&nro=10 [Vista el 13-11-18]

Campo, Javier (2012), Cine documental argentino. Entre el arte, la cultura y la política, Imago Mundi, Buenos Aires.

Daney, Serge (1998), Perseverancia, Ediciones El Amante, Buenos Aires.

Fogwill (2010), Los libros de la guerra, Mansalva, Buenos Aires.

García Espinosa, Julio (1995), La doble moral del cine, Editorial Voluntad, Bogotá.

Getino, Octavio (2004), “Apuntes sobre memorias y utopías” en Vieytes, María (comp.), Fernando Birri. La primavera del patriarca, Altamira, Buenos Aires.

Herlinghaus, Hermann (2017), “Exilio – resistencia – vanguardia. La película ORG (1969-1978) de Fernando Birri”, Revista de Crítica Latinoamericana. # 73, pp.117-128. Disponible en: https://www.jstor.org/stable/41407231?seq=1#page_scan_tab_contents [Vista el 17-12-2017].

Lusnich, Ana Laura (2009), “Introducción. Orígenes y desarrollo histórico del cine político y social en Argentina” en Lusnich, Ana Laura y Piedras, Pablo (Editores), Una historia del cine político y social en Argentina (1896-1969), Nueva Librería, Buenos Aires.

Mekas, Jonas (2017), Cuadernos de los sesenta. Escritos 1958-2010, Caja Negra, Buenos Aires.

Ortega, María Luisa (2009), “De la certeza a la incertidumbre: collage, documental y discurso político en América Latina”. En García López, Sonia y Gómez Vaquero, Laura (Editoras), Piedra, Papel y Tijera. El Collage en el Cine Documental. Ocho y Medio, Madrid.

Paranaguá, Paulo Antonio (2003), “Orígenes, evolución y problemas”. En Paranaguá, Paulo Antonio (Editor), Cine Documental en América Latina. Cátedra, Madrid.

Peña, Fernando M. (2012), Cien años de cine argentino, Biblos, Buenos Aires.

_______________ (2004) “Pasos perdidos: Glauber Rocha en Argentina” en AA.VV., Glauber Rocha, del hambre al sueño. Obra, política y pensamiento, Malba, Buenos Aires.

Sala, Jorge (2009), “Las nociones de compromiso y de praxis en el cine de los años sesenta y la reevaluación de las prácticas emergentes” en Lusnich, Ana Laura y Piedras, Pablo (Editores), Una historia del cine político y social en Argentina (1896-1969), Nueva Librería, Buenos Aires.

Saítta, Sylvia (2004), “Modos de pensar lo social. Ensayo y sociedad en la Argentina (1930-1965)” en Federico Belburg y Mariano Plotkin (editores), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Paidós, Buenos Aires.

Sarlo, Beatriz (1998), La máquina cultural, Ariel, Buenos Aires.

Sendrós, Paraná (1994), Fernando Birri, CEAL, Buenos Aires.

Trombetta, Jimena; Wolkowicz, Paula (2009), “Un ensayo revolucionario. Sobre La hora de los hornos, del grupo Cine Liberación” en Lusnich, Ana Laura y Piedras, Pablo (Editores). Una historia del cine político y social en Argentina (1896-1969), Nueva Librería, Buenos Aires.

Truglio, Marcela (2003), “Fernando Birri” en Peña, Fernando M. (Ed.), 60/90 generaciones. Cine Argentino Independiente, Malba, Buenos Aires.

Vieytes, María (comp.) (2004), Fernando Birri. La primavera del patriarca, Altamira, Buenos Aires.

Notas

[1] Buena parte de la información en torno a las circunstancias del estreno de ORG la brindó Settimio Presutto –asistente de Birri y uno de los montajistas de la película– en una entrevista inédita que realizáramos junto a María Stegmayer en el marco del #19 BAFICI.

[2] El investigador alemán Hermann Herlinghaus logró rescatar del Archivo Fernando Birri que se encuentra en la Universidad de Brown testimonios tomados durante esa primera proyección en Roma, el 9 de marzo de 1979, en los que se dice que es un film “excesivo, incomprensible, [que] perturba, trastorna, [en el que] no hay experiencia precedente”. A su vez, Sandro Signetto, distribuidor, comenta: “Yo me sentí como uno de esos espectadores que en Cabaret Voltaire de Ginebra presenciaban los primeros espectáculos de los surrealistas… y afuera corría 1919” (Herlinghaus, 2011: 118-119).

[3] Cuenta Settimio Presutto: “Después de Venecia se produce el parate de la película. Girotti pide una versión más comercial. Birri vuelve a la moviola cerca de dos meses y medio y hace una versión que es la que está en Youtube. Cuando le digo a Girotti que convendría salvaguardar el negativo original y hacer una copia para la versión corta, me dice: ‘Vos cortás el negativo original para la versión corta’.

No la pudo quemar, la destruyo de otra manera.”

[4] El mismo libro parece haber sido editado bajo el título El alquimista democrático en 1999 por Ediciones Sudamérica Santa Fe. Al menos eso indica la comparación de ambos índices.

[5] Por medio de estos experimentos ORG se aleja de la idea de cine clásico ya que obtura la posibilidad de ser un discurso disfrazado de historia, tal como propone Jacques Aumont en “Cine y narración” (Aumont et al., 2005).

[6] El diario consta de dos partes: “I. Imaganiería visual” y “II. Imaginería sonora. Viaje a bordo de una oreja en la oscuridad sonora”.

[7] Otra estructura que posiblemente imaginara Birri a medida que montaba y desmontaba la película la ofrece en una carta dirigida al pintor portugués, Enrique Ruivo, en 1977. Probablemente se tratara del proyecto para la construcción de un espacio de proyección. Allí, entre otras cosas, hace referencia a un espacio con “(6) pantallas: una (nro 1) maestra, delante y (5) cinco complementarias, de las cuales (1) detrás del espectador, (2) dos a cada lado, a derecha e izquierda del espectador y una (1) arriba, sobre la cabeza del espectador y por última una (1) abajo, debajo de los pies del espectador.” (Birri, 1996: 127).

[8] De hecho, en el “Manifiesto de ORG: (Manifiesto del cosmunismo o cosmunismo cósmico). Por un cine cósmico, delirante y lumpen”, de 1978, Birri afirma que “así como, confieso, ya no sé más dónde empieza la palabra cine y dónde termina la palabra vida, tampoco sé más dónde termina la palabra poesía y dónde empieza la palabra revolución.” (Birri, 1996; 22) El subrayado es mío.

[9] Ver “El montaje” (Aumont, 2005).

[10] “El procedimiento estético que permite presentar tal pluralidad es el principio del montaje-collage que, en sus raíces, se remonta al fotomontaje dadaísta que fue un invento berlinés (Grosz, Hausmann, Heartfield). Parafraseando a Benajmin, el que viene a hacerse mago, es el camarógrafo-montajista.” (Herlinghaus, 2011: 22)

[11] En su diario de ORG Birri deja asentado su interés por la técnica que reivindicaba el autor de Naked lunch luego de varias décadas en desuso: “ las técnicas de Burroughs sobre ‘Corte de las asociaciones’ pueden continuar a servirnos de enseñanza (para conseguir el corte de asociaciones de pensamiento convencional en su lector, Burroughs corta materialmente con la tijera, la cinta donde grabó su texto y después lo hilvana -es decir, lo recompone- de acuerdo con nuevas bases de armonía y de invención).» (Birri, 1996: 128)

[12] Al analizar el collage en el documental político latinoamericano, María Luisa Ortega señala una ligazón con el uso que las vanguardias históricas realizaron de esta técnica, especialmente en el campo de las artes plásticas, en el que la irrupción de lo real “apuntaría en primera instancia a la ruptura o desestabilización de la organicidad de la obra propia del arte clásico y burgués”. (Ortega, 2009: 103)

[13] Esta entrada del diario de ORG está fechada el 8 de julio de 1970. Es indudable la influencia de un texto de Stan Brakhage publicado en el #30 de la revista Film Culture en 1963, “Metáforas sobre la visión”. En él podemos leer: “un ojo que no responde al nombre de cada cosa, sino que debe conocer todo aquel objeto encontrado en vida a través de una aventura de la percepción. (…) Imaginen un mundo vivo con objetos incomprensibles y resplandeciente con una variedad infinita de movimientos e innumerables graduaciones cromáticas. Imaginen un mundo anterior a “en el comienzo fue la palabra”. (Brakhage, 2014: 51)

[14] Así, Fogwill dice que la lengua poética es una “lengua que se desempeña bajo otra legalidad surgida de la eliminación de algunas reglas habituales de LO [la lengua ordinaria] y de la adopción de otras no habituales en ella.” (Fogwill, 2010: 161)

Por su parte, Miguel Briante relacionaba lo poético con la aparición de lo nuevo en el lenguaje: “en cada cruce, en cada cópula feliz de un adjetivo con un sustantivo, el lenguaje alumbra una nueva verdad sobre sí mismo y por lo tanto sobre lo que nombra. (Briante, 2004: 234)

[15] Birri menciona varias veces la influencia que tuvo el trabajo sobre el silencio que realizara John Cage en su obra: “Dos artistas norteamericanos determinantes en esto fueron William Burroughs y John Cage (…) John Cage con sus estructuras musicales y sus silencios.” (Birri, 2007: 92)

[16] De acuerdo con el catálogo de la Berlinale 2017, la banda sonora se compuso a partir de 429 pistas de mezcla con una duración total de 57 horas y 51 minutos, 616 pistas de premezcla que alcanzaron unas 43 horas y 57 minutos, lo que da un total de 1045 pistas cuya duración final alcanza las 101 horas con 48 minutos (Berlinale, 2017).

Disponible en https://www.berlinale.de/en/archiv/jahresarchive/2017/02_programm_2017/02_Filmdatenblatt_2017_201703093.php#tab=video

[17] Dicha pretensión es la que para Emilio Bernini caracteriza al cine documental: “Lo que intento sugerir es que el documental es una modalidad narrativa que ha tomado elementos de los géneros de la ficción, pero que a diferencia de éstos –y en esto el documental es único–, afirma su singularidad en un discurso que se postula como verdadero en relación con el mundo, o mejor, se postula como discurso de verdad sobre un objeto que define y un saber que elabora sobre ese objeto.” (Bernini, 2014)

[18] Para Sylvia Saítta el ensayo es “un género altamente interpretativo, que no requiere de la comprobación y verificación científicas de una investigación sociológica o de un libro de historia (…) Se trata de un saber provisorio y tentativo que nunca se desprende de lo hipotético, de lo polémico y de lo subjetivo.” (Saítta, 2004: 107)

[19] Algunos ejemplos de documentales ensayísticos: La hora de los hornos (1968), de Octavio Getino y Pino Solanas; La sociedad del espectáculo (1974), de Guy Debord; Historia(s) de cine (1989-1999), de Jean-Luc Godard.

[20] El subrayado es mío.

[21] Además de utilizar la imagen de Oski, el equipo técnico del cortometraje estaba compuesto por lo que serían verdaderas figuras del cine y del arte: León Ferrari era el productor; Ricardo Aronovich y Enrique Walfisch, dos de los directores de fotografía; Antonio Ripoll, uno de los montajistas.

[22] La creación del Instituto de Cinematografía de la UNL es señalado frecuentemente como un hito en la historia del cine argentino. Es que hasta entonces “hablar de cine en una universidad argentina (…) era prácticamente una herejía. El cine no era sólo considerado una mera diversión por muchos universitarios, sino también algo sospechoso.” (Birri, 2007: 41-42) Allí Birri introdujo la estructura de formación cinematográfica que había aprendido en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma.

Con una formación teórico-práctica, el Instituto produjo una importante cantidad de fotonovelas y cortometrajes –además del largometraje de ficción Los inundados– entre los que se destaca “Los 40 cuartos”, de Juan Oliva. El cortometraje cuenta la vida en un conventillo santafesino a partir de escenas ficcionadas, entrevistas e imágenes de observación. La potencia del relato logrado hacen que el 30 de enero de 1963, el por entonces presidente José María Guido firmara el decreto 4965/59 en el que prohibía su proyección y determinaba el secuestro de los negativos.

[23] A propósito de Los inundados, dice Marcela Truglio: “Los inundados resulta un film político (…) porque toma partido. Es subjetivo al mostrar la realidad, al denunciarla, al emplear personajes secundarios basados en estereotipos de clases sociales, al reírse con y de ellos. Al no adoptar una mirada paternalista sobre el tema. Mediante la sátira y un grupo de pícaros, Fernando Birri da parte de la época que le toca vivir y, en ese hacer, subvierte los valores que definen la realidad: desde este punto de vista se puede criticar, se puede entender y llegar a justificar: conmovidos pero lúcidos.” (2003: 78).

[24] Breve contextualización: Los inundados ganó un premio especial en el festival checo de Karlovy Vary en 1962. Gracias a ese premio la película fue invitada a participar de la edición del Festival de Cannes de ese año pero las autoridades del Instituto Nacional de Cinematografía rechazan la invitación porque consideraban que la película era indigna de representar a la Argentina. Sin embargo, cuando se presentó en el Festival de Venecia, Los inundados ganó el premio a la mejor ópera prima. Las autoridades que habían criticado la película por su “inferioridad moral y artística” fueron las que recibieron el premio.

Según Birri, “las posibilidades de seguir filmando en Argentina estaban cerradas” y la Escuela Documental de Santa Fe “se había transformado en un centro subversivo” para las autoridades.ado al checo de Karlovy Vary en 1962. Gracias a ese premio fue invitado

[25] “El deseo de expresar la realidad estuvo constantemente interpelado por la necesidad de construir narraciones en las que la idea de ‘documento’ se trocaba parcialmente por la de representación, con lo cual se abrieron las vías para las diversas modalidades de realismo. (…) Como complemento a las discusiones sobre el registro –las posibilidades del cine directo, el documental, el modo en que la ficción ‘construye’ la realidad–, se abrieron nuevos interrogantes. Los directores se debatieron entonces entre las posiciones que optaron por una ‘documentación testimonial’ –José Martínez Suárez, Crónica de un niño solo (Leonardo Favio, 1965), el primer Kuhn– y quienes, como Fernando Birri o Lautaro Murúa, se ubicaron dentro de lo que concebían como ‘realismo crítico’.” (Sala, 2009: 96) El subrayado es mío.

[26] Dice David José Kohon: “Lo que nos unió en los 60 fue la rebeldía. Rebeldía contra toda la hipocresía, pacatería y mediocridad. Fue la eclosión espontánea, con diferencias estéticas e incluso ideológicas, de una juventud que venía de esa experiencia común de represión. No me refiero al peronismo en particular, sino a la represión latente en nuestras familias, en toda la sociedad.” (Peña, 2012: 155)

[27] Dice Fernando M. Peña: “En la larga lista de rupturas con las formas tradicionales que marcaron el cine de la década, The players… es la más extrema en tanto se plantea no como un film sino como ‘un espacio a ser llenado’”. (Peña, 2012: 174).

[28] “No postergaremos, no subordinaremos, no opondremos ni el orgasmo a la revolución, ni la revolución al orgasmo”, dice Birri en “Revolución y orgasmo” (2004: 147)

[29] En su análisis de La hora de los hornos Jimena Trombetta y Paula Wolkowicz caracterizan a esta película de acuerdo con las premisas de cine político revolucionario de la Argentina sesentista: “De esta manera, el cine deja de ser un fin en sí mismo y pasa a ser un medio, quizás el más efectivo y potente para la transformación y difusión de ciertos contenidos ideológicos y políticos. La hora de los hornos es concebida como parte de un proyecto político más amplio (el peronismo de izquierda, revolucionario) que lo comprende y lo determina.” (Trombetta y Wolkowicz, 2009: 403)

[30] El grupo estaba compuesto por: Mauricio Berú, Octavio Getino, Rodolfo Kuhn, Rubén Salguero, Jorge Martín (Catú), Humberto Ríos, Nemesio Juárez, Eliseo Subiela y Pablo Szir.

[31] La banda sonora estaba musicalizada con “Gracias a Dios”, de Palito Ortega, e “Hijo del diablo”, de La Joven Guardia. En el primer caso se escucha: “Gracias a Dios / por la luz del nuevo día / por mi dicha, mi alegría / por la lluvia y por el sol”; en el segundo: “Hoy la alegría nos protege y nos da gran felicidad”. La confrontación entre la incitación a la insurrección y la inocencia de las letras produce un efecto de disloque insoslayable. Cfr.: “Ortega en acción” (Peña, 2012: 198)

[32] Según escribe Octavio Getino en un mail a los investigadores J. Cossalter, M.E. Cadús y X.P. Busto en 2009. (Busto, X; Cadús, Ma. E.; Cossalter, J., 2011)

[33] Tal como recuerda Aguilar, la proclama de Godard era más amplia: “‘debemos crear dos o tres Vietnam en el seno del inmenso imperio Hollywood-Cinecittà-Mosfilms-Pinewood, etc. tanto económica como estéticamente.’” (Aguilar, 2009: 106)

[34] “¿Qué otro sentido podría tener la frase de Godard, si no el de que no hay que ponerse nunca en donde no se está, ni hablar en el lugar de los demás?”, se pregunta Serge Daney en su célebre “El travelling de Kapo” (1998). Nótese el recorrido conceptual de Birri al trabajar este concepto en ORG, muy distante de sus primeras prácticas de documental social.

[35] En sus Diarios de cine, la columna que tenía Mekas en el Village Voice, afirma: “Este es otro aspecto en el que el nuevo cine difiere del cine tradicional: en esa relación directa entre el artista, sus herramientas y sus materiales.” (2017: 116) Al nuevo cine se opondría el cine académico, tal como expresa en “Notas luego de volver a ver las películas de Andy Warhol”: “El arte académico, exhausto y cansado, estruja todos sus contenidos en formas gastadas, universalmente aceptadas y queribles. Ya no son formas estéticas: son moldes.  (…) Pero el nuevo arte representa otro aspecto: da la impresión de que las cosas están colocadas en el borde del total desequilibrio.” (2017: 342)

[36] “No hay que hacer films bien hechos, sino ligados a problemas latinoamericanos; no solo temas políticos sino de polémica total. Sólo así se llega a una forma original” Glauber Rocha citado por Fernando M. Peña (2004: 140) El subrayado es mío.

Artículos

Dossier: Encuentros en los márgenes: festivales de cine y documental latinoamericano

Introducción
Por María Paz Peirano y Mariana Amieva. Págs.: 1-7

¿Cómo el Uruguay no hay? La participación del Festival de Cine Documental y Experimental del SODRE en las redes de festivales y sus particularidades
Por Mariana Amieva. Págs.: 8-36

1965: contra el desconocimiento mutuo en el Cono Sur 
Por Cecilia Lacruz. Págs.: 37-61

FIDOCS y la formación de un campo de cine documental en Chile en la década de 1990
Por María Paz Peirano. Págs.: 62-89

Renovarse o morir: Concurso de cine experimental en México
Por Francisco Javier Ramírez Miranda. Págs.: 90-116

El papel de los festivales en la reconfiguración de la memoria de las dictaduras del Cono Sur en el cine documental de hijos
Por Fernando Seliprandy. Págs.: 117-143

Festivales de cine documental en Iberoamérica: una cartografía histórica
Por Aida Vallejo. Págs.: 144-171

Estudio especial

Cruces de miradas en la transición del cine documental. John Grierson en Sudamérica
Por Mariano Mestman y María Luisa Ortega. Págs.: 172-204

Introducción. Encuentros en los márgenes: festivales de cine y documental latinoamericano

Descargar texto

María Paz Peirano y Mariana Amieva

En la última década los estudios sobre festivales de cine se han ido posicionando como un enfoque novedoso para comprender el cine como fenómeno sociocultural, al preguntarse no sólo por la producción cinematográfica, sino también por su circulación y exhibición en distintas plataformas, usualmente por fuera de los circuitos hegemónicos del cine más comercial o masivo (De Valck 2007; Wong, 2011; Vallejo, 2014). Entendidos como nodos para la circulación y el intercambio cinematográfico, los festivales de cine se han vuelto cada vez más relevantes para comprender los modos en que los “cine periféricos” (Elena, 1999) se han posicionado en el escenario mundial, pues los festivales han sido uno de los principales agentes para su promoción y legitimación cultural en el ámbito internacional. El circuito festivalero es una de las principales puertas de entrada para este tipo de cine dentro de la esfera global, y la atención de ciertos festivales sobre algunas obras, realizadores y particulares cinematografías nacionales ha tendido a determinar su participación en la construcción de un campo cinematográfico del cine internacional, entendido, tomando el concepto de Anderson (1993) como una “comunidad imaginada” (Iordanova y Cheung, 2009) del “cine del mundo” de donde son parte las “cinematografías pequeñas” (Hjort y Petrie, 2007).

En América Latina los festivales de cine constituyen aún un área relativamente marginal de los estudios de cine, en relación al aumento exponencial en la cantidad y diversidad de estudios sobre el tema en todo el mundo. Hasta el momento, la preocupación por los festivales ha estado marcada por los estudios de casos sobre algunos festivales locales (Kriger, 2004; Triana-Toribio, 2007; Moguillansky, 2009; Amieva, 2010; Barrow, 2016), a algunos eventos claves vinculados a la emergencia del Nuevo Cine Latinoamericano y el perfil militante de los 60’ (Mestman, 2016) y sobre todo – dada su importancia en los fenómenos de internacionalización del cine latinoamericano reciente –  se ha enfocado en su carácter transnacional, particularmente en la relación entre las distintas cinematografías latinoamericanas y los festivales de cine europeos (Ross 2010, 2011; Falicov, 2010, 2013; Campos, 2013, 2018; Peirano 2018). Más recientemente empieza a extenderse el interés por observar también las relaciones entre los festivales locales, ya sea a nivel nacional o regional (Gutiérrez y Wagenberg, 2013; Peirano, 2016; González, 2017).

Por otra parte, la atención de los estudios de festivales en todo el mundo ha estado sobre todo en los festivales de cine generalista, que tienden a estar enfocados en el cine de ficción, principalmente por su prestigio dentro del circuito de festivales y por su importancia para la distribución posterior de las cinematografías pequeñas, como es el caso de Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián. La atención por los festivales más especializados ha sido más lenta, impulsada por la considerable expansión y diversificación de este tipo de festivales en la última década. En particular los festivales de cine documental y aquellos enfocados en temáticas concordantes con la no ficción, esto es, festivales de derechos humanos, de cine etnográfico, de cine experimental y otros afines, recién empiezan a ser estudiados a nivel mundial (Iordanova y Torchin 2012; Tascón 2015, Vallejo y Peirano 2017; Amieva, 2018; Vallejo y Winton 2018), considerando la conformación de campos culturales especializados, con tendencias estéticas, aspiraciones políticas y dinámicas económicas propias dentro del ámbito cinematográfico.

Siguiendo estas líneas de trabajo, nos hemos propuesto agrupar en este dossier trabajos recientes sobre festivales de cine en Latinoamérica y el rol de los festivales en la exhibición del cine de no ficción latinoamericano, situando la mirada en los contextos de circulación y la construcción de campos nacionales y conexiones transnacionales del cine documental en la región. Creemos que el estudio de los festivales de cine en Latinoamérica permite articular la construcción histórica de un campo cultural latinoamericano, atendiendo a la importancia de los contextos de exhibición para entender la evolución del canon cinematográfico, las relaciones y los intercambios transnacionales, y las condiciones económicas, políticas y socio-históricas asociadas a la emergencia y desarrollo del cine documental latinoamericano. A su vez creemos que es necesario y pertinente poner el foco en el cine que circula bajo la etiqueta documental, un cine que reúnen materiales muy diversos que suele encontrarse en espacios marginales o ser rechazado en otros circuitos. En los países de la región, estos son los materiales que nos permiten estudiar los itinerarios de los cines nacionales a largo plazo, poniendo de relieve una producción continua y muy variada que es necesario abordar como objeto de estudio.

El dossier reúne investigaciones de carácter interdisciplinario que se centran en el papel institucional de los festivales en la producción y circulación del documental en el marco latinoamericano, apuntando hacia la construcción de una cartografía histórica de los contextos de exhibición documental en la región. Los trabajos convocados se refieran a los festivales y concursos de cine documental latinoamericano y a la circulación del documental latinoamericano en festivales internacionales de cine. En este número, Aída Vallejo presenta un panorama general de los principales festivales de cine documental en el ámbito iberoamericano, dibujando una cartografía de eventos a ambos lados del Atlántico, y ofreciendo una mirada histórica a su evolución a lo largo de los años. Mariana Amieva plantea una mirada del Festival del Festival del SODRE en Montevideo que permita ponerlo en contexto y vincularlo con otros espacios afines y a partir de su corpus, analiza sus particularidades para cuestionar algunos marcos con los que estudiamos el cine documental de los ’50. Cecilia Lacruz da cuenta de dos eventos muy poco conocidos en la historiografía del Nuevo Cine Latinoamericano en el año 1965 que involucran al cine documental, encuentros que anteceden algunos de los hitos del período y que iluminan un rico proceso de intercambio en los países del cono sur. Javier Ramírez nos habla de la importancia que tuvo para la renovación de la cinematografía mexicana de los 60, el Concurso de cine Experimental, expresión de los cambios de la época y un encuentro para interrogar sobre las fronteras entre la ficción y no ficción en ese proceso. María Paz Peirano presenta la historia y analiza el primer Festival Internacional de Cine de Santiago FIDOCS a fines de los 1990, proponiendo los modos en que el festival empieza a asentar su perfil en torno al cine documental de autor, potenciando la reconfiguración del campo documental chileno durante este período. Finalmente, Fernando Seliprandy se interroga sobre cómo la circulación en los festivales de cine contemporáneos afecta las características formales y la mirada subjetiva de los procesos políticos en el cine documental reciente.

De la lectura del conjunto surgen interesantes puntos de diálogo que expresan la necesidad de abordar este objeto en su conjunto. Llaman la atención los vínculos precisos que estos espacios de exhibición encuentran con la producción cinematográfica, incidiendo directamente en los procesos de realización y participando de la conformación de los campos cinematográficos locales y de las relaciones transnacionales. Este es un elemento muy interesante a tener en cuenta, porque en un a priori podemos pensar que la función más importante de estos festivales se dirige a fortalecer el encuentro con los espectadores, encuentro muy problemático para este tipo de cine.

Junto a esta cualidad de festivales para gente involucrada en el medio cinematográfico, en los trabajos presentados también resaltan los más previsibles lazos con los procesos políticos-sociales. Los festivales, que están atravesados por las coyunturas históricas y buscan generar distintas representaciones y discursos sobre las mismos, no sólo expresan los vínculos indisolubles de este cine con lo “real”, sino que tensionan el problema y dan cuenta de todos dilemas estético-formales que se ven involucrados.

Esperamos con este primer dossier comenzar a afianzar este particular campo de estudios, pero principalmente comenzar a fortalecer los diálogos entre trabajos existentes y convocar a nuevos cruces e intercambios.

Bibliografía

Amieva, Mariana (2010), “El auténtico destino del cine: fragmentos de una historia del Festival Internacional de Cine Documental y Experimental. SODRE, 1954-1971” en 33 cines, 2, 7-29.

Amieva, Mariana (2018), “El Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del SODRE: las voces del documental y un espacio de encuentro para el cine latinoamericano y nacional” en Georgina Torello (ed.), Uruguay se filma. Prácticas documentales (1920-1990), Irrupciones. Montevideo.

Barrow, Sarah (2016), “Constraints and possibilities: Lima Film Festival, politics and cultural formation in Peru”, en New Review of Film and Television Studies14(1), 132-148.

Campos, Minerva (2013), “La América Latina de “Cine en construcción”. Implicaciones del apoyo económico de los festivales internacionales”. Archivos de la Filmoteca 71, 13-26.

Campos, Minerva (2018), “Lo (trans)nacional como eje del circuito de festivales de cine. Una aproximación histórica al diálogo Europa-América Latina”, en Imagofagia, Revista virtual de la Asociación Argentina de Estudios de Cine y Audiovisual 17, 11-40.

Elena, Alberto (1999), Los Cines Periféricos, Paidós Studio, Barcelona.

Falicov, Tamara (2010), “Migrating from South to North: The Role of Film Festivals in Funding and Shaping Global South Film and Video”, en Greg Elmer, Davis, C., Marchessault, J. and McCullough J. Locating Migrating Media. Lanham, MD, Lexington Books, 3–21.

Falicov, Tamara (2013), “Cine en Construcción’/‘Films in Progress’: How Spanish and Latin American Film-Makers Negotiate the Construction of a Globalized Art-House Aesthetic”, en Transnational Cinemas, 4(2), 253-271.

González, Sebastián (2017), “Estudiando el circuito de festivales de cine en Chile”, en laFuga, 20. [Fecha de consulta: 2018-03-15] Disponible en: http://2016.lafuga.cl/estudiando-el-circuito-de-festivales-de-cine-en-chile/861

Gutiérrez, Carlos y Monika Wagenberg (2013), “Meeting Points: A Survey of Film Festivals in Latin America”, en Transnational Cinemas, 4(2), 295-305.

Iordanova, Dina y Ruby Cheung (2010), Film Festivals and Imagined Communities, St Andrews Film Studies, St. Andrews.

Iordanova, Dina y Leshu Torchin (2012), Film Festivals and Activism. St Andrews Film Studies, St Andrews.

Hjort, Mette y Duncan Petrie (2007), The Cinema of Small Nations, Edinburgh University Press.

Kriger, Clara (2004). “’Inolvidables jornadas vivió Mar del Plata’: Perón junto a las estrellas”, en Archivos de la filmoteca: Revista de estudios históricos sobre la imagen, 46, 118-131.

Mariano Mestman (coord.) (2016), Las rupturas del 68 en el cine de América Latina, Akal, Buenos Aires.

Moguillansky, Marina (2009), “Tropas de cine. La construcción discursiva de la competencia entre Brasil y Argentina en los festivales de cine”, Comunicación presentada en el 2009 Congress of the Latin American Studies Association, Rio de Janeiro. Disponible en: http://lasa.international

Peirano, María Paz (2016), “Pursuing, resembling, and contesting the global: the emergence of Chilean film festivals”, en New Review of Film And Television Studies 14:1.

Peirano, María Paz (2018), “Film mobilities and Circulation practices in the construction of recent Chilean Cinema”, en Aamot, Aslak; Sven Kesserling, Peter Peters and Kevin Hannam (eds.), Envisioning Networked Urban Mobilities. Art, Performances, Impacts, New York, Routledge.

Rodríguez-Isaza, Laura (2014), “De ‘gira’ por los festivales: Patrones migratorios del cine latinoamericano”, en Secuencias: Revista de Historia del Cine, 39, 65-82.

Ross, Miriam (2010), “Film festivals and the Ibero-American sphere”, en Dina Iordanova y Ruby Cheung (eds). Film Festival Yearbook 2: Film Festivals and Imagined Communities. St. Andrews Film Studies, St. Andrews, 171–187.

Ross, Miriam (2011), “The film festival as producer: Latin American films and Rotterdam’s Hubert Bals Fund”, en Screen, 52(2), 261–267.

Tascón, Sonia (2015), Human rights film festivals: Activism in context. Palgrave, Londres.

Triana-Toribio, Nuria (2007), “El festival de los cinéfilos transnacionales: Festival Cinematográfico Internacional de la República Argentina en Mar del Plata, 1959-1970”, en Secuencias: Revista de Historia del Cine, 25, 25-45.

Triana-Toribio, Nuria (2013), “Building Latin American Cinema in Europe: Cine en Construcción/Cinéma en construction”, en Stephanie Dennison (Ed.), Contemporary Hispanic Cinema: Interrogating the Transnational in Spanish and Latin American Film, Tamesis Books, Londres, 89-112

De Valck, Marijke (2007), Film Festivals: From European Geopolitics to Global Cinephilia, Amsterdam University Press, Amsterdam.

Vallejo, Aída (2014), “Festivales cinematográficos. En el punto de mira de la historiografía fílmica”, Secuencias. Revista de Historia del cine, 39, 13-42.

Vallejo, Aida y María Paz Peirano (2017), Film Festivals and Anthropology, Cambridge Scholars Publishing, Newcastle Upon Tyne.

Vallejo, Aida y Ezra Winton (2018), Documentary Film Festivals, Palgrave, Londres (en prensa)

Wong, Cindy (2011), Film Festivals: Culture, People, and Power on the Global Screen, Rutgers University Press, New Brunswick, NJ.