By Cine Documental

La ausencia y la memoria en el cine documental argentino. La configuración del discurso narrativo a través de cuatro películas de principios del siglo XXI

Descargar texto

Por Pablo Calvo de Castro y María Marcos Ramos

Resumen

Este artículo hace un recorrido por cuestiones de recuperación de la memoria relacionada con la dictadura argentina a través de cuatro documentales realizados por directores de la generación posterior a la dictadura: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti y Nicolás Prividera. Se estudian y comparan sus planteamientos enunciativos y sus estrategias narrativas, y se destaca su contribución a la evolución del género documental que conjuga memoria e historia en Argentina y en América Latina desde los años 90.

Palabras clave: dictadura argentina, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

 

Abstract

This article is dedicated to issues of individual and collective memory related to the Argentine dictatorship through four documentaries made by directors of the post-dictatorship generation: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti and Nicolás Prividera. Their enunciative approaches and narrative strategies are studied and compared, as well as their contribution to the evolution of the documentary genre that combines memory and history in Argentina and Latin America since the 1990s.

Keywords: Argentine dictatorship, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

Resumo

Este artigo é dedicado a temas de memória individual e coletiva relacionados com a ditadura argentina através de quatro documentários feitos por diretores da geração pós-ditadura: María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti e Nicolás Prividera. Suas abordagens enunciativas e estratégias narrativas são estudadas e comparadas, assim como sua contribuição para a evolução do gênero documental que combina memória e história na Argentina e na América Latina desde os anos 90.

Palavras-chave: ditadura argentina, María Inés Roqué, Albertina Carri, Mariana Arruti, Nicolás Prividera

 

Datos de los autores

Pablo Calvo de Castro es doctor especializado en Cine documental y profesor a tiempo completo en la Universidad de Medellín. Contacto: pcalvo@udem.edu.co

María Marcos Ramos es doctora especializada en Comunicación audiovisual y profesora asociada en la Universidad de Salamanca. Contacto: mariamarcos@usal.es

 

Fecha de recepción: 24 de julio de 2019

Fecha de aceptación: 13 de diciembre de 2019

 

Introducción

La realidad social en el contexto de América Latina en el último siglo, marcada por la desigualdad y la represión de colectivos y sociedades por parte de una oligarquía que, en la mayoría de los casos, ha ostentado con irresponsabilidad el poder (Halperin Donghi: 2004), ha propiciado que el cine documental se haya convertido en el “testimonio de la calle” (Pulecio, 2009: 16), al ser utilizado como una herramienta para la denuncia y el cambio social. En ese contexto, sobre todo en las décadas de los 70 y 80, numerosos países de la región se vieron afectados por una ola de dictaduras militares de las que muchos realizadores han dado testimonio a modo de crónica en el momento en el que se producían los hechos –en muchos casos desde la clandestinidad o el exilio– pero también con una mirada retrospectiva al pasado desde la generación posterior, como testimonio de lo que sucedió en un momento y en un lugar determinados. Hay que tener en cuenta que “la exigencia de la memoria no es precisamente que sus hechos sean meros correlatos de la verdad, sino más bien que cada individuo se defina en su memoria; es decir, somos una recopilación de hechos y recuerdos que se entremezclan con lo que queremos ser o quisimos ser” (Torres Ávila, 2013: 146-147).

El presente artículo mira hacia ese segundo colectivo que, con el comienzo del siglo XXI y desde Argentina, realiza un cine de la memoria inserto en un proceso de revisión, reparación y justicia que se lleva a cabo desde hace más de dos décadas en el país. Este cine lucha contra el olvido social auspiciado por el poder que posee “cierto control, recursos y dominio social que, además, requiere del olvido para legitimarse en su posición de privilegio” (Mendoza, 2005: 10). Este poder ejerce lo que se denomina ‘olvido institucional’ al no apoyar actividades que fomenten la memoria social.

Dentro de las líneas de trabajo propuestas por los Estudios Culturales (Grosberg, 2010), planteamos aquí el estudio de cuatro ‘casos’ significativos de la tendencia experimentada por el cine documental de la memoria en Argentina: Papá Iván (María Inés Roqué, 2000), Los rubios (Albertina Carri, 2003), Trelew (Mariana Arruti, 2003) y M (Nicolás Prividera, 2007).

En lo relativo a la metodología de estudio, ponemos especial énfasis en el análisis de la relación que se establece entre la motivación personal de cada cineasta con el tema tratado –en el contexto de la generación posterior a la que sufrió directamente la represión de la dictadura argentina– y la realidad social que condiciona los procesos de memoria en la actualidad. Si bien no en todos los casos analizados existe una vinculación directa –personal o familiar– con los hechos investigados en el documental, se observa una preocupación por los procesos de memoria a nivel social, la cual será analizada y comparada en el presente trabajo.

1. Precedentes e influencias en el cine de la memoria en América Latina

En la década de los 50 del siglo pasado, el cine documental ya fijó su mirada sobre los colectivos más desfavorecidos en el contexto latinoamericano. La influencia neorrealista, que busca reflejar la realidad sin artificios (Serrano, 2001), así como la reconceptualización latinoamericanista de esta corriente estética surgida en Italia (Toledo y Ortiz, 1995: 34; Paranaguá, 2003: 170), sirve como referencia teórica y metodológica para el surgimiento del Nuevo Cine Latinoamericano en las diversas corrientes en la región (Elena y Mestman, 2003: 81). Directores como Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea en Cuba, Ugo Ulive y Mario Handler en Uruguay, Nelson Pereira dos Santos en Brasil, Margot Benacerraf en Venezuela o Fernando Birri en Argentina sientan las bases de un cine documental de marcado corte social (King, 1994) en el que la militancia política y la denuncia social, tan presentes en la sociedad latinoamericana de la época, generan “nuevos lenguajes subordinados a las necesidades políticas” (Halperin, 2004: 19). Los trabajos de estos directores evolucionan en los años siguientes de la mano de los avances tecnológicos, generando un cine más comprometido, pero a la vez más dinámico y con un acceso más directo a la realidad documentada influenciados por la Nouvelle Vague francesa (Couselo, 1969: 17) o las derivaciones del cine directo que surgen en distintos lugares de Europa y América. Tras la década de los 80, el documental argentino asume la necesidad de recuperación de la memoria mediante un cine documental que genera una “nueva articulación entre arte y política, entre el arte y los traumáticos avatares de nuestra realidad” (Arfuch, 2004: 114) a través de los replanteamientos que realizadores de numerosos países llevan a cabo tras el agotamiento del modelo militante (Céspedes y Guarini, 1995: 12), tal como se había planteado en las dos décadas anteriores (Piedras, 2012: 40). Surge a partir de los años 90 un cine documental completamente renovado que supera la ortodoxia militante mediante cuestionamientos sobre el posicionamiento del director respecto de la realidad documentada, produciéndose una des-familiarización del formato (Febrer, 2010: 9). Este cine consigue consolidar la mirada del autor en el contexto de libertad creativa que fue posible a partir de la llegada del vídeo como soporte de registro (Panaraguá, 2003: 15) y, sobre todo, con la popularización de los medios digitales de grabación y edición que brindan aún más “posibilidades expresivas a un conjunto de nuevos realizadores” (Lie y Piedras, 2014: 72).

Irrumpe en este momento una nueva generación de documentalistas que va a mirar con distancia las décadas de los 70 y los 80. Surge la necesidad de redefinir cuestiones formales y argumentales mediante “discursos fílmicos más plurales y menos nacionalistas, a partir de estructuras más dramáticas que políticas” (Torres San Martín, 1996: 153) en un contexto social en el que una ola de dictaduras y de represión desconocida en muchos lugares hasta el momento invadió gran parte de América Latina. Esa misma distancia permite configurar un cine de la memoria a partir de la delimitación conceptual propuesta por Pierre Nora que diferencia los conceptos de ‘memoria’ e ‘historia’ aplicados a una realidad social. Así, la memoria, en poder de “grupos vivos y por ello […] en permanente evolución, abierta a la dialéctica del recuerdo y de la amnesia” (Cheroux, 2013: 61), será la opción asumida por la mencionada nueva generación, que va a afrontar el tema sin las distorsiones provocadas por la militancia activa en cualquiera de los bandos, múltiples en el contexto político latinoamericano de los años 70.

Este proceso tiene lugar de manera efusiva en el cine de la memoria surgido a partir de la mirada hacia los desaparecidos de la dictadura que tuvo lugar en Argentina entre los años 1976 y 1983, “que golpeaba con especial fuerza a las generaciones jóvenes” (Halperin Donghi, 2004: 650). El concepto de ‘globalización’ toma ahora el protagonismo superando en la década de los 90 las nociones de ‘desarrollo’ y ‘subdesarrollo’, ‘dependencia’ o ‘periferia’. En este contexto, como apuntan Morán y Ortega (2003: 47) “el cine documental sigue documentando la pobreza, la miseria y la explotación, […] pero estos han dejado de ser los referentes iconográficos prioritarios en la producción documental de autor”, planteándose interrogantes sobre la objetividad, la representación, el realismo, su misma condición de ser algo construido y no una evocación directa de la realidad (Weinrichter, 2004: 45).

En el contexto argentino, el cine documental que revisa los años de la dictadura en la generación posterior se vincula directamente con las políticas de la memoria (Solís Delgadillo, 2011), con la finalidad de contribuir a “establecer la verdad de los hechos y a crear las condiciones propicias para juzgar […] a los responsables de cometer crímenes políticos o de lesa humanidad bajo el auspicio de un régimen autoritario” (Nicola, 2016: 69), dentro de lo que Andreas Huyssen (2002) denomina ‘pretéritos presentes’, que se configuran “como la preocupación central de la cultura en las sociedades occidentales desde los años ochenta” (Ortega, 2010: 89). Estos documentales cumplen, a partir de la utilización que de la memoria individual hacen cada unos de ellos, la función de anclar el recuerdo en la memoria colectiva al ser “ejercicios que realizan las víctimas, e incluso la sociedad, para obtener reparación en sentido genérico” (Torres Ávila, 2013: 154).

2. Análisis

En Argentina “la búsqueda de la identidad nacional en el pasado histórico y la transformación de la violencia social en violencia política” (Aguilar, 2005: 468) ocupan gran parte de las inquietudes de los cineastas pertenecientes a la eclosión del Nuevo Cine Latinoamericano de corte militante de la década de los 70. Es con la llegada de una nueva generación, coincidiendo con el cambio de siglo, cuando se introduce una mirada diferente que consolida el cine de la memoria como una herramienta fundamental para preservar un periodo histórico y para posicionar, a través de distintos roles, a los directores que transforman los modos de representación. Nuevas temáticas como el exilio, el desarraigo o las migraciones, el problema de la memoria intelectual o la identidad cultural, étnica, de género y nacional toman gran protagonismo en este periodo de la mano del documental de autor. La irrupción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación cambia el panorama. En la década de los 90, con el apoyo de la revolución tecnológica, se abren posibilidades en cuanto a la exhibición y a la creación formal. También cambian las formas de representar y las motivaciones de los realizadores, ya que es un periodo en el que se produce un cine documental que se niega a olvidar las dictaduras militares del siglo XX y que transita “junto a la toma de conciencia y resistencia de los pueblos frente al neocolonialismo de las transnacionales” (Pérez Murillo, 2010: 2).

La libertad creativa y la diversificación de formatos suponen también el desarrollo de itinerarios muy variados en cuanto a la manera de abordar la memoria. Estos se circunscriben, en el presente trabajo, a dos posicionamientos diferenciados a partir de la distinta vinculación de los realizadores con el hecho concreto documentado. Si en un primer grupo de películas, entre las que se encuentran Papá Iván, Los rubios y M, existe una clara vinculación emocional de los directores con las historias documentadas, en Trelew, independientemente de la afinidad personal o de la motivación para abordar el tema, su directora se acerca al cine de la memoria desde una perspectiva más reflexiva, ajena al dolor personal o a la ausencia.

En Papá Iván, la directora de la película e hija del protagonista (Berger, 2007: 27) transita por dos niveles de análisis: la reconstrucción de la historia familiar y el escrutinio de la situación política y social de Argentina durante la dictadura de Rafael Videla. La estructura narrativa de la película se articula a partir de una carta que el padre envía a sus hijos –María Inés y su hermano– cuando todavía son niños. La lectura de esta, mediante la voz en off de la propia directora, se entrelaza con preguntas, reflexiones y testimonios de las personas que conocieron a Julio Iván Roqué en su juventud, tanto en su trabajo como docente como en el movimiento de lucha revolucionaria como militante de los grupos FAR y Montoneros. Se establece un momento de ruptura cuando la directora se detiene con especial interés en los motivos por los que su padre asume la lucha armada como modo de vida, abandonando el entorno familiar y partiendo a la clandestinidad perseguido por la dictadura militar argentina. A nivel narrativo se identifican en Papá Iván dos elementos interesantes a fin de observar la singular configuración del discurso manejado por la directora. En primer lugar, se observa un gesto autorreferencial a través de la voz en off, que omite la participación visual de la directora, pero a la vez marca su vinculación íntima y personal a través del uso de la primera persona en la narración. En segundo lugar, la reflexión sobre las convicciones políticas de su padre, situada en relación con el análisis de los hechos históricos, marca la revisión de estos mediante la distancia asumida por la propia directora, como hace Albertina Carri en Los rubios, aunque con estrategias narrativas diferentes.

A través de la reconstrucción de la vida de su padre, María Inés Roqué genera su propia identidad referenciando así su papel en la historia, en la película y en el proceso de búsqueda. Una vez finalizado el rodaje y el proceso de búsqueda, la directora se da cuenta de que no ha logrado sus objetivos, y aunque los testimonios han aportado detalles sobre el periplo de su padre hasta la muerte, ella no ha logrado completar su proceso emocional. Roqué plantea la vivencia de su duelo como un proceso, pero la ausencia del cuerpo, de una tumba o de una referencia impiden que el proceso culmine, algo que es común a miles de familias que en Argentina siguen teniendo a sus seres queridos desaparecidos treinta años después (Malamud, 1999: 154).

cine documental
Figura 1. Fotografía con la que se abre Papá Iván

Se ha calificado Los rubios de Albertina Carri como una de las películas más originales del cine latinoamericano de principios del siglo XXI (Ruffinelli, 2012: 160). Según Wilson (2015: 114), el origen del proyecto está en los recuerdos que comenzaron “en el espacio de ensueño del campo”. Si bien es un claro ejemplo de cine documental vinculado a la memoria a través del proceso de búsqueda de sus padres –Roberto Carri y Ana María Carusso, desaparecidos en 1977 a manos de las fuerzas armadas de la dictadura militar argentina–, la esencia de la originalidad de la película reside en un montaje que combina el propio rodaje de la película, la interpretación de la actriz que representa a la directora, el visionado de las entrevistas en un monitor, breves encuentros con dos vecinas del barrio y elementos de representación simbólica como el stopmotion con figuras de Playmobil (fig. 2) –utilizado como recurso visual de manera puntual–, el texto en pantalla, la ralentización de imágenes del equipo de rodaje –tomas de recurso a modo de transición– o la lectura del libro de Roberto Carri Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia (1968) por parte de la actriz.

cine documental
Figura 2. Los rubios

Albertina Carri aparece en la primera secuencia de la película, donde se identifica una referencia clara a las dificultades que encuentra el equipo de rodaje para reconstruir la historia y a la distorsión que genera la presencia de la directora pudiendo ser reconocida durante la indagación del pasado de sus padres. En una actitud en la que se muestra al espectador el proceso de toma de decisiones, el equipo de filmación incorpora a la actriz Analía Couceyro como intérprete de la directora generando multitud de escenas representadas y escenificadas en las que el hecho (auto)referencial pasa a un plano distinto al habitual. La búsqueda de información sobre los padres de Albertina Carri es el hilo conductor, pero en numerosas ocasiones la propia estructura de la película sobrepasa el argumento. Una de las más significativas se produce en los fragmentos de la película en los que la directora realiza un visionado de los testimonios obtenidos a partir de entrevistas, pues el hecho de que se muestren a través de la mediación de la directora genera una distancia formal y a la vez emocional marcando cierto desapego respecto de la información que aportan, centrada constantemente en el análisis político. Mediante esta estrategia, Carri deslegitima cuestiones trasversales para acudir al hecho concreto –la historia particular de sus padres–, conectando su proceso de duelo y de ausencia con los hechos históricos. Esta estrategia narrativa se complementa con el uso del estilo directo en varios momentos, amplificado mediante el uso de un metalenguaje que introduce constantes referencias al rodaje de la película, alejándose de los estándares marcados por el cine de la memoria más descriptivo o expositivo y orientándose hacia propuestas más vinculadas con la vanguardia formal experimental que redefinen la postura de la directora, en tanto se implica en el cine de la memoria desarrollando un discurso narrativo que utiliza de manera poco ortodoxa matices de las modalidades reflexiva y performativa para generar un estilo propio. Para Wilson (2015: 119) “la búsqueda personal de sentido por parte de Carri no resulta en un cierre definitivo ni en el tipo de hechos que pueden ser corroborados […]”.

M (dirigida por Nicolás Prividera y protagonizada por él en la medida en que aparece encabezando el proceso de búsqueda de su madre tratando de reconstruir los hechos relacionados con su desaparición) transita desde el análisis de la realidad social y política vinculada a los movimientos de izquierda en Argentina en la época de la dictadura militar hacia la ansiedad y la frustración del propio director, hijo e investigador, al tratar de comprender desde un prisma personal un tema que en muchas ocasiones se torna complejo y enrevesado y en otras da lugar al enfado y la indignación ante la falta de voluntad de la administración por clarificar muchos de los casos de desaparecidos. La perspectiva que da el paso del tiempo ofrece renovadas interpretaciones de la historia y en este caso Prividera muestra la cantidad de cosas que se hicieron mal a nivel organizacional dentro de las propias agrupaciones y que provocaron, de manera directa o indirecta, la muerte de su madre, junto a miles de personas.

El montaje establece un diálogo constante entre el proceso de búsqueda –mediante entrevistas y conversaciones registradas con un estilo de intervención directo que en ocasiones recuerda el de Michael Moore en títulos como Bowling for Columbine (2002) o Fahrenheit 9/11 (2004), al ser el propio director el dinamizador e incluso agente provocador en la obtención de la información– y la gran cantidad de material de archivo fotográfico y cinematográfico que el director posee sobre su madre, tanto de escenas domésticas como del desempeño de su trabajo como maestra en una agrupación acusada desde el aparato de la dictadura de albergar a subversivos. En el montaje de las entrevistas se introducen las preguntas y la presencia del entrevistador para convertir los encuentros en una suerte de conversación que deriva en muchas ocasiones en interrogatorios en los que el director confronta la información procedente de los recuerdos de los entrevistados.

cine documental
Figura 3. M: primeros pasos en el proceso de búsqueda

Además, Prividera enfatiza cuestiones personales desde el plano emocional mediante su presencia reflexiva en tomas que, en el montaje, tienen una función transitiva, pero que involucran al director reforzando su rol activo dentro de la narración y del proceso de búsqueda. Este posicionamiento trasciende el espacio de la intimidad familiar para extrapolar la situación a la realidad social argentina y acabar realizando un análisis sobre los desaparecidos y su contexto político.

De las cuatro películas analizadas, Trelew es la que responde a un formato de revisión histórica más estandarizado. Arruti lleva a cabo un ejercicio de montaje en el que combina el material de archivo de la época con tomas de recurso que muestran el penal, hoy abandonado, en el que se produjo la fuga y el secuestro de un avión y entrevistas de los habitantes de la población de Trelew que ayudaban a los familiares de los presos políticos –pertenecientes a ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros–, algunos guardias que vivieron el motín y algunos de los supervivientes de la fuga, tanto los que se tuvieron que quedar cuando no llegaron los camiones previstos en el plan de fuga como los que consiguieron llegar a Chile en el avión secuestrado.

cine documental
Figura 4. Trelew: Haidar, Berger y Camps en imágenes de archivo

A nivel narrativo, la película responde a patrones más ortodoxos de reconstrucción histórica en el cine documental que en los casos anteriormente analizados, pero la fuerte carga simbólica de las imágenes utilizadas para recrear las escenas a partir del penal hoy vacío y abandonado ejerce de contrapeso frente a las entrevistas y el recorrido por el material fotográfico de archivo, para terminar situándose en un punto del espectro en el que la ausencia de una implicación personal evoluciona hacia una postura de reivindicación militante mediante el uso de las imágenes de archivo del funeral de los asesinados, celebrado en Buenos Aires el 25 de agosto de 1972.

3. Comparación y conclusiones

El cine documental argentino ya había mostrado en el periodo anterior su vinculación con procesos de recuperación de la memoria, con títulos como Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría, 1987). Aunque la motivación sea similar en tanto las investigaciones cinematográficas son una parte esencial de la esfera social –y en muchos casos judicial– en la gestión de este proceso, la mirada de la nueva generación sobre la desaparición y el asesinato de miles de personas en las décadas de los 70 y 80 durante la dictadura argentina (Romero, 2012: 319) aporta una redefinición de las herramientas formales con las que se construyen las historias y dista mucho de asimilarse a una línea concreta, generando una gran variedad de estilos narrativos.

Mientras que Los rubios niega el testimonio de los entrevistados pertenecientes a la generación de los padres de Carri de manera evidente y Papá Iván lo busca y lo combina en un encuentro entre lo personal y lo militante, M se sitúa en un punto intermedio de esta transformación del discurso mediante el posicionamiento del director, en tanto forma parte de la generación posterior a la que sufrió la represión y a la vez se vincula a la historia con una fuerte carga emocional en un contexto sobre el que pretende arrojar luz de manera trasversal y no solo particular. Así, las motivaciones personales desarrolladas desde una esfera de independencia institucional están produciendo reformulaciones y evoluciones de gran interés que se configuran en aportaciones al cine documental vinculadas, en gran medida, con la plasmación del gesto autorreferencial y la construcción del discurso de la memoria.

Hay que tener en cuenta esta evolución del género en un momento en el que se está produciendo paralelamente en Argentina una “estatización de la memoria” (Paganini, 2016: 90). El Estado, con el desarrollo de centros de la memoria, actos de conmemoración pública o procesos de reparación de las víctimas a nivel social, está contribuyendo a la proliferación de producciones audiovisuales surgidas desde las estructuras del sistema, como las series documentales Los días del juicio (Pablo Romano, 2010) y Proyecciones de la memoria (Patricio Agusti, Betania Cappato y Gonzalo Gatto, 2011), en ambos casos centradas en los Juicios por la Verdad y la Justicia que se desarrollan en la localidad de Santa Fe (Nicola, 2016: 67). El cine documental es el formato audiovisual por excelencia para constituirse como herramienta que permita la imbricación entre políticas de la memoria y políticas culturales impulsadas por parte de las distintas administraciones públicas. Será pertinente en futuras investigaciones relacionar desde el punto de vista discursivo los dos enfoques de los hechos perpetrados por la dictadura y plasmados utilizando el cine documental como soporte de registro y configuración del discurso.

Del análisis de los documentales seleccionados se puede concluir que, tanto en los aspectos formales como en las cuestiones argumentales, el documental en Argentina es uno de los principales referentes en el contexto de América Latina tanto a nivel general como en los discursos vinculados con la memoria. La evolución formal provocada por toda una nueva generación de realizadores que se sitúan a cierta distancia temporal de los hechos documentados y proponen nuevos formatos genera cintas de gran interés sobre temas que todavía requieren una profunda revisión. En otros países del área latinoamericana también se ha producido un cine de la memoria, pero quizá sin la homogeneidad temática de Argentina, lo que ha permitido también desarrollar una narrativa más poliédrica vinculando el concepto de ‘memoria’ con otros aspectos sociales de la realidad latinoamericana. En Chile, desde que Miguel Littín se infiltrara de manera clandestina en su propio país para rodar Acta general de Chile (1986), se han producido numerosas películas que abordan el periodo de la dictadura de Pinochet, como Chile, la memoria obstinada (1997) de Patricio Guzmán o La ciudad de los fotógrafos (2007) en la que Sebastián Moreno recorre parte de la dictadura chilena a través de los testimonios de miembros del colectivo de fotógrafos de prensa de Santiago. En Uruguay, Gonzalo Arijón y Virginia Martínez reconstruyen en Por esos ojos (1997) el proceso de búsqueda de la mediática Mariana Zaffaroni a través del ímpetu y la personalidad de una de sus abuelas, María Esther Gatti; José Pedro Charlo y Aldo Garay realizan con El círculo (2008) un retrato de Henry Engler, líder tupamaro retenido por la dictadura uruguaya en la década de los 70 y liberado en marzo de 1985 junto a cientos de presos políticos. En Los “bolos” en Cuba y la eterna amistad (2008) Enrique Colina se introduce, no sin cierta nostalgia, en el recuerdo de la presencia soviética en Cuba, y con Cuchillo de palo (2010) Renate Costa realiza una investigación sobre la figura de su tío muerto en el Paraguay de Stroessner. La mirada al pasado evoluciona para indagar en temas más concretos, en los que se aplican formatos y estilos más vanguardistas y experimentales, como ocurre en la brasileña Aboio (2005) de Marília Rocha –una película que escapa al cine etnográfico para introducir un lenguaje vanguardista que mezcla metraje realizado en Súper 8mm y las grabaciones de vídeo digital–, o en Tren Paraguay (2011), donde Mauricio Rial Banti firma un ensayo documental sobre la ausencia a través del recuerdo del ferrocarril en diversas zonas del país y en las vidas de sus habitantes, mediante el alejamiento de la reconstrucción histórica y de la explicación de hechos concretos con tono periodístico para asumir un lenguaje poético elaborado a partir del cuidado uso de la imagen y el sonido.

Los cuatro documentales aquí analizados y confrontados sirven como dispositivos culturales para pensar el presente, ya que “permite[n] explicar el sentido del recuerdo en el presente y la transformación de las relaciones entre pasado, presente y futuro” (Jamarillo, 2010: 46). Estos documentales pueden convertirse en “lugares de memoria” (Nora, 1998), pues nacen con la intención de “hacer la historia de la memoria” (Allier, 2008: 89) y ayudan en la “tipificación de un estilo de relación con el pasado, colocando en evidencia una organización inconsciente de la memoria colectiva […] y la manera en que el presente los utiliza y los reconstruye [los recuerdos]” (Nora, 1998: 33). Los cuatro documentales son “un antídoto para conjurar la fragilidad y fugacidad de los lazos” (Jamarillo, 2010: 60), pues construyen “comunidades de preocupaciones compartidas, ansiedades compartidas u odios compartidos” (Bauman, 2000: 42) en aras de una memoria colectiva que reduzca el olvido individual (Mendoza, 2005: 1). Estos documentales se construyen a partir del lenguaje, formado tanto por palabras como por imágenes que se tornan en el “instrumento más acabado y a la vez marco central de la memoria colectiva” (Mendoza, 2005: 7), dando lugar a producciones culturales que ayudan a cimentar el recuerdo.

La memoria colectiva es múltiple, se basa en la suma de memorias personales. Estos cuatro documentales, analizados de forma individual o de forma conjunta, son artefactos de memoria que nos permiten acceder a memorias colectivas, término que se utiliza con frecuencia en la literatura científica (Mendoza, 2005: 8). Los cuatro títulos analizados actúan como las diferentes memorias que indicara Halbwachs, pues “entreayudan y se prestan recíproco apoyo” (Halbwachs, 2004: 10). Son las personas las que recuerdan de manera individual, pero el recuerdo es colectivo ya que “es en sociedad donde normalmente el hombre adquiere sus recuerdos, es allí donde los evoca, los reconoce y los localiza” (Halbwachs, 2004: 8). Estos documentales serían, así, el “resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una misma sociedad” (Halbwachs, 2004: 10). Pretendiendo acabar con el olvido institucional, estas películas documentales tienen “la extraordinaria habilidad para representar el proceso del trauma […]. Entonces, el film opera como un vehículo de duelo y memoria” (Campo, 2016: 12). Para algunos de los directores de estos documentales, realizarlos ha supuesto un proceso de duelo, pero también de memoria, tanto individual como colectiva. A ellos debemos agradecer su trabajo en la construcción, recuperación y legitimación de la memoria colectiva.

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo (2005), “La generación de los sesenta. La gran transformación del modelo”, en Cine argentino. Modernidad y vanguardias, vol. II, C. España (ed.), Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 38-59.

Allier, Eugenia (2008), “Lugar de memoria: ¿un concepto para el análisis de las luchas memoriales? El caso de Uruguay y su pasado reciente”, en Cuadernos del CLAEH, 96-97, 87-109.

Arfuch, Leonor (2004), “Arte, memoria, experiencia: políticas de lo real”, en Pensamiento de los confines, 15, 110-121.

Bauman, Zygmunt (2000), Modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Berger, Verena (2007), “La búsqueda del pasado desde la ausencia: Argentina y la reconstrucción de la memoria de los desaparecidos en el cine de los hijos”, en Quaderns de cine, 3, 22-36 (en línea).

Campo, Javier (2016), “Documental político argentino (2007-2012)”, en Cine argentino, C. Maranghello (ed.), Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes.

Carri, Roberto (1968), Isidro Velázquez, formas prerrevolucionarias de la violencia, Buenos Aires, Sudestada.

Céspedes, Marcelo, y Carmen Guarini (1995), “Mirar las mismas cosas de una manera diferente”, en Cine-ojo. El documental como creación, T. Toledo (ed.), Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 11-13.

Couselo, Jorge (1969), El negro Ferreyra, un cine por instinto, Buenos Aires, Freeland.

Elena, Alberto, y Mariano Mestman (2003), “Para un observador lejano: el documental latinoamericano en España”, en Cine documental en América Latina, P. A. Paranaguá (ed.), Madrid, Cátedra, 79-92.

Febrer, Nieves (2010), “El cine documental se inventa a sí mismo”, en Área abierta, 26, 1-12 (en línea).

Halbwachs, Maurice (2005), La memoria colectiva, traducción del francés de Inés Sancho-Arroyo, Zaragoza, Ediciones Universitarias de Zaragoza, primera edición: 1950.

Halperin, Paula (2004), Estudios críticos sobre la Historia Reciente. Los 60 y 70 en Argentina. Parte II. Cuaderno de trabajo n.º 32, Buenos Aries, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

Halperin Donghi, Tulio (2004), Historia Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza Editorial.

Huyssen, Andreas (2002), En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, traducción del inglés de Silvia Fehrmann, México DF, Fondo de cultura económica.

Jamarillo Marín, Jefferson (2010), “El imperativo social y político de la memoria”, en Revista colombiana de Sociología, vol. 33 (1), 45-68.

King, John (1994), El carrete mágico. Una historia del cine latinoamericano, Bogotá, Tercer Mundo.

Lie, Nadia, y Pablo Piedras (2014), “Identidad y movilidad en el cine documental latinoamericano contemporáneo: Familia tipo (2009) e Hija (2011)”, en Confluencias: revista hispánica de cultura y literatura, 30 (1), 72-86 (en línea).

Malamud, Carlos (1999), América Latina, siglo XX. La búsqueda de la democracia, Madrid, Síntesis, primera edición: 1992.

Mendoza García, Jorge (2005), “Exordio a la memoria colectiva y al olvido social”, en Athenea digital, 8, 1-26.

Morán, Ana, y María Luisa Ortega (2003), “Imaginarios del desarrollo: un cruce de miradas entre las teorías del cambio social y el cine documental en América Latina”, en Secuencias. Revista de historia del cine, 18, 33-48.

Nicola, Mariné (2016), “Producción documental y políticas de la memoria: un estudio sobre representaciones audiovisuales santafesinas en torno a los Juicios por delitos de lesa humanidad”, en Cine documental, 14, 64-99 (en línea).

Nora, Pierre (1998), “La aventura de Les Lieux de mémoire”, en Ayer, 32, 17-34.

Ortega, María Luisa (2010), “Nuevos tropos en el documental latinoamericano: subjetividad, memoria y representación”, en El documentalismo en el siglo XXI, A. Weinrichter (ed.), San Sebastián, Festival de cine de San Sebastián, 77-99 (en línea).

Paganini, Mariana (2016), “La memoria como búsqueda activa: la transmisión intergeneracional de la experiencia militante en el filme documental Seré millones”, en Revista colombiana de Sociología, 40 (1), 83-101 (en línea).

Paranaguá, Paulo Antonio (2003), Tradición y modernidad en el cine de América Latina, México DF, Fondo de cultura económica.

Piedras, Pablo (2012), “La regla y la excepción: figuraciones de la subjetividad autoral en documentales argentinos de los ochenta y noventa”, en Toma uno, 1, 37-53 (en línea).

Pulecio, Enrique (2009), El cine, análisis y estética, Bogotá, Ministerio de Cultura.

Romero, Luis A. (2012), Breve historia contemporánea de la Argentina (1916-2010), Buenos Aires, Fondo de cultura económica.

Ruffinelli, Jorge (2012), América Latina en 130 documentales, Santiago de Chile, Uqbar Editores.

Serrano, José Luis (2001), El nacimiento de una noción. Apuntes sobre el cine ecuatoriano, Quito, Ediciones Acuario.

Solís Delgadillo, Juan Mario (2011), “Políticas públicas y políticas de la memoria en Argentina y Chile: agendas y toma de decisiones”, en las actas del IV Seminario internacional Políticas de la memoria, Buenos Aires, 21 p. (en línea).

Toledo, Teresa, y Áurea Ortiz (1995), Cine-ojo. El documental como creación, Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana.

Torres Ávila, Jheison (2013), “La memoria histórica y las víctimas”, en Jurídicas, n.° 2, vol. 10, 144-166.

Torres San Martín, Patricia (1996), “Cine latinoamericano de mujeres: memoria e identidad”, en Revista de estudios de género La Ventana, 4, 151-171 (en línea).

Weinrichter, Antonio (2004), Desvíos de lo real. El cine de no-ficción, Madrid, T&B Editores.

Wilson, Kristi (2015), “Narración disociada y final abierto: resistiendo el género en Los rubios de Albertina Carri”, en El documental político en Argentina, Chile y Uruguay: de los años cincuenta a la década del dos mil, T. Crowder-Taraborrelli y A. Traverso (eds.), Santiago de Chile, LOM, 103-121.

Presentación de un nuevo ciclo

Descargar texto

 

La revista Cine documental inicia este ciclo con un grupo internacional de editores formado por algunos de sus colaboradores habituales y otros nuevos, con una visión de trabajo desde la continuidad del realizado hasta ahora y con el ánimo, por tanto, de seguir ofreciendo a los estudios sobre el cine documental una plataforma académica especializada y en lengua española.

No es necesario recordar que el cine documental ha proporcionado desde sus inicios materiales de gran valor en los estudios de ramas tan fundamentales de las ciencias humanísticas como la Sociología, la Antropología, la Historia, la Política o el Arte, entre otras. Indiscutiblemente, el cine documental ejerce una influencia en el panorama mediático internacional que, como reflejan muchos de los artículos publicados hasta ahora, no deja de crecer, aumentando cada día su capacidad para dar voz y rostro a personas, a colectivos y a comunidades alejadas de los grandes medios de comunicación por la distancia, por la tecnología o por las formas de marginación que puede adoptar el sistema mediático por omisión, exclusión o incomprensión. Es nuestro deseo que Cine documental siga reuniendo estudios especializados, miradas transversales y análisis comparativos que den cuenta de las grandes contribuciones que el cine documental aporta en materia de conocimientos sobre el pasado y también como elemento de progreso de la sociedad misma a través de su capacidad para señalar conflictos que requieren una atención y un desarrollo más amplios y reflexivos que los que la mayoría de los medios de comunicación son capaces de proporcionar.

Si el cine documental cultiva formas de discurso cada vez más abiertas que pretenden plantear cuestiones y despertar conciencias más que ofrecer informaciones indiscutibles o síntesis didácticas acerca de un tema, es nuestro deseo que las páginas de Cine documental puedan albergar más estudios sobre las intenciones, los debates, los resultados y las reacciones que suscitan las producciones que asumen un punto de vista y lo ofrecen a la mirada inquisitiva y exigente de los críticos. Estos asumen a su vez la responsabilidad de situar sus objetos de estudio en unas coordenadas que pueden ejercer mucha influencia en el alcance de un documental, coordenadas que muchas veces sirven también de guía a los documentalistas que sinceramente se interesan por los comentarios que se hacen sobre sus trabajos desde la crítica constructiva. Como han mostrado muchos de los textos publicados hasta ahora, cada vez más realizadores tienen la virtud de ser auténticos investigadores que utilizan el lenguaje audiovisual no solamente para exponer el resultado de un estudio realizado previamente, sino también para que se vea el desarrollo de la investigación en sí, ofreciendo al espectador una demostración en acción de contenidos capaz de desvelar aspectos sociales que, de otro modo, podrían permanecer ignorados, escondidos o silenciados.

En este necesario diálogo entre creación y crítica, deseamos que se insista, en los futuros trabajos que albergue esta revista, en la importancia del punto de vista pragmático que adoptan los documentales, en las implicaciones de la perspectiva particular de los realizadores y de los productores, en las cuestiones interpretativas y hermenéuticas de la creación y de la recepción, en las polémicas que pueden suscitarse y en las vías de expresión estética que renuevan el lenguaje documental en su diálogo con otras formas de creación y de comunicación audiovisuales o de otro tipo, con igual interés por los documentales hechos con muchos medios de producción que por aquellos que con pocos medios son capaces de expresar muchas cosas.

Tras diez años de intensa actividad, esperamos continuar teniendo la suerte de contar con contribuciones de especialistas tanto del mundo profesional como del mundo académico que entienden el cine documental como un medio de expresión exigente cuya influencia es cada vez mayor, como demuestran, por un lado, los numerosos festivales dedicados al género o a aspectos determinados del mismo y, por otro lado, la proliferación de documentales y de series documentales en plataformas de streaming. Esperando también reforzar la comunicación entre los estudiosos del cine documental, estamos abiertos a propuestas de artículos de temática libre, de dossieres sobre una temática concreta, de críticas de estrenos o de reediciones, de reseñas de libros, de entrevistas y de traducciones al español de textos de referencia en otros idiomas. Siendo una revista en lengua española, numerosas son las contribuciones publicadas sobre documentales realizados en el ámbito hispánico. Deseamos avanzar también en el número de contribuciones dedicadas a documentales realizados en otros ámbitos y a las comparaciones e influencias entre documentales en español y documentales de otras áreas, idiomas y culturas. Agradecemos la confianza que los autores depositan en nosotros, en los comentarios y consejos incluidos en nuestras evaluaciones, realizadas por especialistas en cine documental. Naturalmente, es ante todo en esta confianza en la que se sustenta la continuidad de esta revista.

El cine crítico en Andalucía y Andalucía en el cine crítico: el caso de Rocío (1980)

Descargar texto

Por Ana Fernández Riverola

Resumen

En el presente ensayo se plantea la introducción de la innovación técnica y la aparición de las nuevas temáticas cinematográficas en la Andalucía de la Transición y cómo el nacimiento de este nuevo cine refleja nuevas formas de entender ‘lo andaluz’ desde la propia Andalucía, buscando el distanciamiento de los clichés tradicionales. Para ello, se propone un análisis de la película Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980), documental que mostrando la romería de El Rocío se convierte en una crítica a los poderes fácticos de la España heredera del franquismo y a la Iglesia. Como película polémica que terminó siendo secuestrada judicialmente en periodo democrático, puede considerarse pionera en España en el tratamiento de temas tan candentes como lo que posteriormente vino a llamarse memoria histórica.

Palabras clave: Rocío, Andalucía, Ruiz Vergara, identidad, memoria

Abstract

This essay focuses on the introduction of technical innovation and the emergence of new film themes during the Transition period in Andalusia and how the birth of this new cinema reflects new ways of understanding ‘the Andalusian’ as distinct from Andalusia itself, seeking to distancing itself from traditional clichés. To this end, we analyze the film Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980), a documentary about the pilgrimage of El Rocío that includes a criticism of the de facto powers and the Church in post-Franco Spain. As a controversial film that ended up being judicially sequestered during the democratic period, Rocío can be considered a pioneer in the treatment of controversial topics such as what was later defined as historical memory in Spain.

Key words: Rocío, Andalusia, Ruiz Vergara, identity, memory

Resumo

No presente trabalho descreve-se a introdução da inovação técnica e o aparecimento das novas temáticas cinematográficas na Andaluzia da Transição, em particular como o nascimento deste novo cinema reflete novas formas de entender ‘o sentir andaluz’ desde a própria Andaluzia, afastando-se dos clichés habituais. Com este fim, realiza-se uma análise do filme Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980). Este documentário descreve a romaria de El Rocío e foi uma crítica erigida aos poderes instituídos, à Espanha herdeira do franquismo e à igreja. A polémica gerada em torno a este filme levou ao seu sequestro judicial num período democrático, considerando-se hoje em dia um filme pioneiro na discussão de temas tão atuais como o que posteriormente se denominou memória histórica.

Palavras-chave: Rocío, Andalucía, Ruiz Vergara, identidade, memória

Datos de la autora

Ana Fernández Riverola (1992) es Profesora Técnica de Formación Profesional en la especialidad de Patronaje y Confección en el CEEE Pueblos Blancos de Villamartín (Cádiz, España). Posee un Máster Universitario en Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas por la Universidad de Cádiz y actualmente se encuentra realizando un Máster en Humanidades, especialidad Arte, Literatura y Cultura Contemporáneas, por la Universitat Oberta de Catalunya.

Fecha de recepción: 3 de agosto de 2019

Fecha de aprobación: 20 de noviembre de 2019

 

Introducción

En los años 60 y 70, la innovación técnica y la aparición de nuevos planteamientos y temas provocan un cambio de paradigma en el cine internacional que dan lugar a movimientos y etiquetas como cinéma-verité, Nouvelle Vague, cine de autor, nuevo cine experimental o cine militante. Estas nuevas formas cinematográficas cambian para siempre la forma de hacer y ver cine, abriendo el debate entre un cine que sirve como aparato del Estado y otro que funciona como dispositivo crítico. En el presente ensayo, analizaremos la presencia del cine crítico en España y, en concreto, en Andalucía.

Las especiales condiciones políticas que rodearon al cine español hasta la llegada de la Transición política hicieron que este se desarrollara en unas condiciones y tiempos particulares. Desde los años 50 aparece en España el fenómeno de los cineclubs. En el contexto posterior de aperturismo de los últimos años del régimen franquista y de su afán por atraer turismo, presente también en los primeros años de democracia, los cineclubs se convertirán no solo en un lugar en el que ver un cine de calidad e innovador sino en espacios para intercambiar ideas y opiniones y establecer relaciones. Esto acabará por impulsar todo un movimiento de nuevos creadores que, influenciados por el cine internacional, intentarán contar y representar ‘lo andaluz’ desde la propia Andalucía con una mirada desconocida hasta el momento.

Dentro del cine andaluz de esta época, Rocío (1980), película dirigida por Fernando Ruiz Vergara con guion de Ana Vila, destaca por su indudable valor como representante del cine de la época en Andalucía y de Andalucía en el cine de la época. Este documental, a medio camino entre la observación y la interacción y con un alarde de innovación técnica y originalidad en el montaje, realiza una labor aparentemente etnográfica sobre la romería de El Rocío y la religiosidad y el carácter festivo de los pueblos de la baja Andalucía que acaba por convertirse en una crítica a los poderes fácticos, a la España heredera del franquismo y a la Iglesia. Siendo una película polémica que terminó siendo secuestrada judicialmente en periodo democrático, puede considerarse pionera en España en el tratamiento de temas tan candentes como lo que posteriormente vino a llamarse memoria histórica.

Contexto

A partir de finales de los 50, la portabilidad de las nuevas cámaras de cine abre un mundo de posibilidades temáticas y narrativas que dan lugar a nuevas maneras de hacer cine, tanto de ficción como de no-ficción, y se extienden por todo el mundo. Junto a estas nuevas maneras de hacer cine surgen también nuevas reflexiones y debates acerca del propio cine y su función.

La función del cine como aparato ideológico ofrece la disyuntiva entre su integración entre los aparatos del Estado o su posible condición crítica, esto es, su uso como dispositivo crítico, situándose al margen o frente a los intereses del Estado, que son vistos como los de la clase y los grupos hegemónicos. Ante esa opción crítica, el Estado ejerce mecanismos de control mediante la censura política y moral directa o bien mediante otras formas de censura indirectas (Monterde Lozoya, 2016: 28).

cine documental
Figura 1. Carretas de diferentes hermandades durante la peregrinación a El Rocío

El cine adquiere una voluntad política y social, de acción, de mostrar y agitar los espacios, y para ello, las películas de no-ficción, tanto por su coste más barato como por motivos instrumentales se convierten en una herramienta determinante. Los cineastas buscarán, entre otras cosas, intervenir más o menos de manera inmediata sobre la realidad político-social del momento, constituir contra-propaganda, concienciar y vincularse activamente con las luchas políticas y sociales de la época. Para ello, saldrán a la calle a rodar acontecimientos sociales como manifestaciones o festividades de manera improvisada (fig. 1), dando voz a aquellos que han sido silenciados y harán, para ello, uso de técnicas como la voz over, frecuentes entrevistas, voces provenientes de las propias situaciones registradas más allá de la predeterminación de los autores, empleo de rótulos, diagramas, esquemas, mapas y otros elementos gráficos (Monterde Lozoya, 2016: 32). Este cine llegará a España en un momento convulso de su historia. Tras la muerte del dictador y en los años de Transición política, el cine en su vertiente más militante, heredero del cine clandestino que se venía realizando en los años de dictadura e influenciado por las tendencias europeas, eclosiona, como indica Nieto Ferrando (2017: 402), fuera de las instituciones cinematográficas, como cine independiente que pretende distanciarse de su uso y asimilación como aparato del Estado. De esta manera, el cine de no-ficción vivirá un auge sin precedentes en el territorio español, como indicamos anteriormente, por cuestiones de economía y viabilidad. Este cine documental estará “caracterizado por abordar el presente y el pasado desde posiciones críticas” (Nieto Ferrando, 2017: 402) a través de temáticas como la recuperación de la memoria histórica y la identidad de las naciones sin Estado en los llamados cines nacionales. El documental militante del periodo de Transición en España, mayoritariamente expositivo, si seguimos la terminología de Nichols (1997: 72-76), utiliza los relatos históricos para analizar de manera crítica su presente, buscando a la vez la deconstrucción de los tópicos y clichés perpetuados por la dictadura nacional-católica. En este sentido, este tipo de cine pone de relieve testimonios individuales (fig. 2), ya que “en este país empezó a atribuirse un valor historiográfico creciente a la memoria oral de los individuos anónimos que vivieron la República y la guerra”, pues estos “constituyen la denominada memoria colectiva” (Jerez Zambrana y Sánchez Alarcón, 2013: 304).

De esta forma, la tendencia de los cines militantes sub-estatales surge por toda España, con especial virulencia en lugares como Cataluña o el País Vasco, pero constituyéndose un punto de inflexión para la aparición de nuevos discursos cinematográficos en otras regiones. Así, en Andalucía surgen nuevas formas y discursos sobre lo andaluz “que estuvieron marcados por una argumentación más reflexiva y por un reflejo más matizado de los personajes y de los espacios representados” (Ruiz Muñoz, 2008: 124).

cine documental
Figura 2. Testimonio de uno de los vecinos de Almonte

El cine crítico en Andalucía

En los años 70 surge en Andalucía toda una generación de cineastas independientes que “estimaron que la producción cinematográfica podía ser un gran remedio para solucionar la carencia endémica de una identidad clara en Andalucía” (Ruiz Muñoz y Sánchez Alarcón, 2008: 89). Estos realizadores independientes, entre los que se encuentran Carlos Taillefer, Gonzalo García Pelayo, Nonio Parejo y Miguel Alcobendas, entre otros, se formarán, salvo muy contadas excepciones, más desde la afición y el amateurismo que a través de una formación académica, moldeando su visión cinematográfica y su amor por la cámara gracias a los cineclubs que desde los años 50 proliferan en ciudades y pueblos andaluces, viviendo el cine no tanto con una intención de obra culminada sino como una experiencia libre, vivida. Además, estos cineclubs, más allá de lugares en los que ver un cine que no llegaba fácilmente a las salas en la España de la dictadura, se convertirán en un lugar de encuentro, abriendo paso a ideas y relaciones que resultarán clave para fraguar un nuevo cine andaluz.

Por otra parte, en los últimos años del régimen, con el aperturismo hacia el extranjero y la potenciación del turismo, comienzan a organizarse en Andalucía diversos festivales y muestras cinematográficas como Alcances en Cádiz o la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena entre otros, que con el paso del tiempo se convertirán en lugares en los que proyectar los primeros filmes andaluces.

Los creadores andaluces de esta época, aunque muy faltos de recursos técnicos y humanos, apostarán por un cine que se sitúa dentro de los cánones estéticos, formales y temáticos del cine crítico, y, aunque sin menospreciar ni renegar de la tradición visual y simbólica anterior, aventurarán un estilo propio. Para ello, intentarán suplir la falta de distribución y la escasez de medios formando cooperativas y productoras como Mino Films, desde las que intentarán desarrollar una industria cinematográfica andaluza y, además, buscarán formas y relatos que innoven y descubran una nueva manera de observar Andalucía. Y aunque en muchos casos “su finalidad crítica no quedaba bien patente y causaron un escaso impacto en los ciudadanos andaluces” (Ruiz Muñoz, 2008: 125), hay que reconocer que “en cualquier caso, tras los títulos que fueron auspiciados por la débil estructura de producción establecida en Andalucía durante este periodo, hubo un loable propósito de representar una identidad andaluza más digna” (Ruiz Muñoz, 2008: 125).

 

Andalucía en el cine crítico

En 1977, un grupo de cineastas andaluces firmaban un manifiesto con el objetivo de

denunciar la manipulación y desafortunada utilización por la cinematografía española y extranjera a lo largo de la historia del cine, del folklore y cultura andaluza, con fines bastardos y con pleno falseamiento de la realidad sociopolítica del País Andaluz, manipulación que se mantiene en nuestros días (Delgado, 1991: 22).

Este manifiesto verbaliza de forma directa lo que, desde años antes, los cineastas andaluces intentan realizar con sus producciones, una manera de pensar su región de forma diferente a como había sido retratado ‘lo andaluz’, alejada de los clichés y los tópicos reaccionarios, no solo durante la dictadura sino también, como indica Trenzado Romero (2000: 185-207), desde la literatura del romanticismo. Para ello, “los discursos fílmicos se planteaban la necesidad de revisar la historia y de reconstruir la memoria colectiva hurtada por el franquismo” (Trenzado Romero, 2000: 198). El cine andaluz de los 70 vuelve a la historia, a observar las voces que se quedaron en los márgenes y, sobre todo, los silencios, las palabras que nunca se narraron. Sin embargo, el análisis de la historia lleva a los realizadores andaluces mucho más allá de la simple revisión historiográfica: “Parece evidente que este cine histórico andaluz no solo trata de recuperar la memoria colectiva y revisar la historia –como ocurría con muchas películas españolas de la época–, sino que vincula estas estrategias discursivas con la identidad andaluza” (Trenzado Romero, 2000: 200). En este sentido, hay un intento de resignificación de lo andaluz y para ello se entra en narraciones y temas que tratan de las condiciones materiales y simbólicas del pueblo andaluz, aquellas sobre las que se sustentan las estructuras de dominación y sobre las que se constituye la ideología dominante:

Durante esta etapa, Andalucía va a dejar de ser reflejada desde una perspectiva que obvia cualquier conflicto de clase, y comenzará a mostrarse a través de una visión que no ahorra ningún rasgo significativo del retraso y de la marginación que sufre esta tierra en comparación con el resto del país (Ruiz Muñoz, 2008: 125).

Es decir, los cineastas andaluces se enfrentan a la ideología dominante, lo que para Ruiz Muñoz (2008: 125) resulta paradójico, ya que, en el cine crítico de esta época, “se hace referencia a los mismos elementos simbólicos que se utilizaron en el cine anterior para construir un estereotipo peyorativo de Andalucía, como el flamenco, el ámbito rural asociado a las pasiones desatadas o los rituales populares” (fig. 3).

cine documental
Figura 3. Jinete y flamenca persignándose durante la celebración

Sin embargo, como indica Brenez (2009: 184-187), siguiendo a Deleuze, estos cineastas intentan destruir el modelo de verdad hegemónico, aquel que pertenece a los amos o colonizadores, o, en este caso, como diría Gregorio Morán (2014: 413), “el relato de los señoritos de Jerez que ganaron la guerra”, y transitar hacia la “verdad del cine” utilizando para ello la “función fabuladora de los pobres”, reflexionando pero también mimetizándose ellos mismos con su propia identidad, su propio pueblo oprimido, en resultas de una lucha ideológica (Brenez, 2009: 187). En este sentido, el documental Rocío resulta una referencia paradigmática del cine Andaluz de la época de la Transición.

 

Rocío, un caso paradigmático

En 1980 se estrena Rocío, documental que será relegado a los márgenes y, a la vez, tristemente célebre por ser una de las primeras películas censuradas, vía secuestro judicial, en la España democrática. Pasados los años, parece innegable que esta película y su relación con su tiempo suponen un buen ejemplo, probablemente por lo duro del proceso judicial y por lo obvio de la censura, de lo que sucedió con el cine crítico y militante de la España de la Transición. Muchas producciones se vieron afectadas por formas más sutiles de censura (censura económica, insuficiencia de distribución y de publicidad, etc.), como Después de… (1981) de Cecilia y J. J. Bartolomé o El proceso de Burgos (1979) de Imanol Uribe, por poner solo un par de ejemplos. A pesar de su valentía, se vieron silenciados por el relato oficial que, a través de las trabas administrativas, judiciales y económicas convertidas en una práctica habitual y ejemplarizante de los primeros gobiernos democráticos, acabó por provocar la construcción de una versión “restrictiva pero hegemónica del pasado colectivo” (Domingo, 2017: 318) que en España concluyó “a principios de los años 80 con la práctica desaparición del cine documental de las pantallas durante más de dos décadas” (Alvarado, 2013: 67).

En este sentido, como se indica en El caso Rocío (Tirado, 2013), la peripecia judicial de Rocío es particularmente cruel:

En primer lugar, una vez finalizada la película, su director no encontró ningún exhibidor que la estrenara en Andalucía, su territorio natural, a pesar de haber sido galardonada en el I Festival de Cine de Sevilla con el Primer Premio en el Certamen de Cine Andaluz. La repercusión y la polémica del premio llevó a unos vecinos de Almonte a denunciar el documental por un supuesto delito de injurias y calumnias, contra su director, la guionista y uno de los entrevistados en la película. Rocío fue secuestrada judicialmente en abril de 1981 y un año después un juzgado de Sevilla condenó a Fernando Ruiz Vergara a dos meses de cárcel, cincuenta mil pesetas de multa y diez millones de pesetas de indemnización, además de prohibir la proyección pública del filme hasta que no se suprimieran tres escenas. Todo ello a pesar de que Ruiz Vergara declaró en el juicio que se autocensuró utilizando un catch y silenciando durante unos segundos la banda sonora para evitar identificar así a los autores de la represión franquista. La sentencia fue recurrida por ambas partes, aunque el Tribunal Supremo la ratificó en febrero de 1984 (Alvarado, 2013: 75).

Más allá de su relación con la censura, Rocío tiene un valor innegable como documento y como película. Ruiz Vergara y Ana Vila nos muestran la romería con un afán antropológico y etnográfico que va mucho más allá, analizando “los aspectos ideológicos y clasistas de una de las celebraciones que más han identificado icónicamente a Andalucía” (Trenzado Romero, 2000: 201). Observamos cómo la festividad religiosa es un acontecimiento que, como indica P. Nora, “atestigua no tanto por lo que traduce como por lo que revela, menos por lo que es que por lo que desencadena. Su significado queda absorbido por su repercusión” (citado en Layerle, 2009: 34).

En este sentido, Rocío se adentra en el análisis de las relaciones de poder y los procesos discursivos que a lo largo de la historia se han inoculado en la sociedad andaluza a través de la romería para ejercer la dominación. Los expone directamente, pero también “invierte con su forma los modos con los que la historia oficial es narrada por el poder para mantener el statu quo. Su heterogénea forma exploratoria, flexible y fragmentaria crea un ‘collage’ multidisciplinario” (Domingo, 2017: 320). Así, Rocío no es un simple ejercicio documental de observación, sino que busca la denuncia, la subversión discursiva, y lo hace a través de la reflexión, desde la “reflexividad como estrategia estética y el realismo como aspiración”, ya que la película, “en la medida que ilumina las realidades cotidianas [en este caso la romería] de las coyunturas sociales de las que surgen, recuerda al mismo tiempo al espectador que la mímesis no es más que un constructo” (Stam, 2001: 183) sobre el que estructurar dinámicas de poder y dominación, ya que, como indica el antropólogo Isidoro Moreno en una de sus intervenciones en el documental (min. 51):

Frente al orden establecido, frente a los representantes de los poderes públicos y oficiales tanto religiosos como civiles, los almonteños, el pueblo de Almonte, es espontáneo, es libre, no acepta corsés ni imposiciones. Lo que ocurre es que ese es un momento que dura solamente varias horas al cabo del año y durante los 364 días restantes del año los poderosos vuelven a ser los de siempre y funciona entonces un mecanismo de autoconformidad por parte de quienes han sido poderosos en ese momento.

Respecto al funcionamiento de las hermandades, Rocío funciona como un panfleto: “el panfleto despliega la protesta de una forma herética. Pone en duda la organización aceptada de los fenómenos; las categorías establecidas” (Brenez, 2009: 186), contando la historia de las hermandades y retratando cómo ejercen su dominio y sus beneficios económicos, exponiendo que “su filiación religiosa les permite extender su control al contexto socioeconómico, y contradiciendo el nombre bajo el que se presentan, [empleándola] no para facilitar el acercamiento entre clases sino para perpetuar las relaciones de sometimiento social en su propio beneficio” (Domingo, 2017: 327). Y, además, la película lo hace narrando cómo estas hermandades surgen en momentos históricos en los que la estructura social y los valores conservadores son puestos en duda, más por cuestiones económicas que religiosas.

cine documental
Figura 4. Almonteños en el momento de acceso a la Virgen

En este sentido, observamos cómo la película “pone nombre y rostro a algunas de las víctimas y victimarios locales de la represión” (Espinosa Maestre y Río Sánchez, 2013: 79), siendo este el principal motivo formal por el que será perseguida y finalmente censurada la película, ya que relaciona los orígenes de las hermandades con los asesinatos y la represión franquista, con la tensión previa a la Guerra Civil, y lo hace dando voz a las “palabras de la última generación que puede hablar de la Guerra y de la represión franquista en primera persona” (Jerez Zambrana y Sánchez Alarcón, 2013: 306), es decir, rompiendo los pactos de silencio y amnesia que supuso el paso a la democracia y convirtiéndose en uno de los primeros documentales españoles que abordan abiertamente dicha represión:

Fernando Ruiz Vergara tuvo la desgracia de ser, al mismo tiempo que pionero de esto que se ha dado en llamar ‘memoria histórica’, la primera víctima del ‘derecho al honor’, o lo que viene a ser lo mismo, de la impunidad del franquismo, amparada por el modelo de transición y por el aparato judicial, siempre presto a cortar todo intento de establecer una verdad jurídica sobre los hechos ocurridos allí donde los golpistas se impusieron en poco tiempo (Espinosa Maestre, 2013: 38).

De esta forma, podemos ver en pantalla la relación de las hermandades y las estructuras de poder religiosas y civiles con la represión que proviene de la época franquista:

Rocío explica cómo estos poderes, cuando sintieron sus privilegios amenazados por la Segunda República, unieron fuerzas y se valieron tanto del ya arraigado discurso de la religión cuanto de la violencia para naturalizar e imponer el para ellos muy beneficioso orden tradicional que en los años venideros les facilitaría, entre otras cosas, reinstaurar el control que tanto ansiaban sobre el Rocío y, con el rito, sobre el pueblo andaluz (Domingo, 2017: 329).

Además, el documental pone de manifiesto dicha relación a través del testimonio (fig. 5, min. 37) del entonces secretario de la Hermandad de Jerez de la Frontera (Cádiz):

Siempre han ido las personas pudientes desde que se fundó y, es más, los señores que lo fundaron, todos son personas de un bienestar económico bastante superior y elevado; entonces se ocupaba esta hermandad de hacer un Rocío a los señores que iban […], porque, como el pueblo no podía ir, pues entonces iban ellos […]. No es que realmente haya habido distinción de clases, sino [que] todos conocemos los años anteriores, desde los años 30 hasta la fecha, pues realmente ha habido una distinción de clases, pero no distinción de clases sino que el pueblo no se ha podido permitir el lujo de ir al Rocío, no porque ir al Rocío cueste mucho dinero, sino porque ni teníamos coche, entonces nada más que tenía coche el que podía. Para ir en este caso sin coche, [se] podía ir a caballo. ¿Quién tenía un caballo? Quien podía. Entonces, la clase media o la clase humilde, como se puede llamar también, pues no podía ir al Rocío. Realmente yo considero que distinción de clases no ha habido nunca, no ha existido aquí en Jerez.

En esta declaración observamos cómo se verbaliza, con fuertes contradicciones de discurso, la relación del Rocío con la cuestión de clase, es decir, se enfrenta el relato oficial de la fiesta con su filiación social real, apuntando a la romería como “campo que anticipó e ilustró las tensiones existentes en la sociedad” (Domingo, 2017: 330). Ruiz Vegara y Vila introducen este testimonio tras una serie de imágenes que nos muestra la fundación de la hermandad jerezana en 1932 “en señal de protesta por los desacatos a la Virgen del Rocío cometidos por la República” y su relación con el ejército y la aristocracia, con la intención de mostrar la posición ideológica e histórica de las hermandades rocieras y retratando “el disfraz con que estas élites aristocráticas y eclesiásticas trataron de presentar una cuestión también ideológica como un problema desvinculado de los privilegios económicos que el orden social establecido les reportaba” (Domingo, 2017: 330).

cine documental
Figura 5. El secretario de la Hermandad de Jerez de la Frontera

En este sentido, más allá de lo empleado para condenar la película al silencio, lo cierto es que, surgido en el contexto de la Transición, este documental fue visto por las autoridades públicas como una provocación y una ofensiva contra el nuevo consenso democrático. Asimismo, como hemos intentando mostrar a lo largo del artículo, la fuerza de Rocío reside en que, a día de hoy, pasados cuarenta años desde su estreno y su periplo judicial, sigue funcionando como un radical ejercicio de contrainformación “con testimonios vividos a modo de desarrollo argumentado, grafismo constructivista, montaje corto, canciones populares” (Brenez, 2009: 187). Sigue siendo una película que impacta, porque en ella observamos todavía las heridas no cerradas, la representación simbólica del pueblo andaluz y sus tensiones de clase, y, sobre todo, una valiente ruptura con unas políticas de silencio que quisieron imponer a un país la desmemoria.

De igual modo, hemos intentando demostrar cómo este documental formó parte de un intento por hacer un cine diferente, con voz propia, desde Andalucía y para Andalucía y que supuso una disputa valiente del discurso dominante, aunque a día de hoy siga siendo una película (como muchas otras de la misma época) censurada y olvidada, escasamente conocida, salvo en contextos académicos y memorialistas.

Bibliografía

Alvarado, A. (2013), “Un lobo con piel de cordero. La censura en el cine documental después de Franco”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 67-78.

Brenez, N. (2009), “En estado de epigrama contra el destino. Humor y panfleto documental en el cine francés de los años sesenta”, en La risa oblicua. Tangentes, paralelismos e intersecciones entre documental y humor, E. Oroz y G. de Pedro Amatria (eds.), Madrid, Ocho y Medio, 183-208.

Delgado, J. F. (1991), Andalucía y el cine, del 75 al 92, Sevilla, El Carro de la nieve.

Domingo, I. (2017), “Rocío: ensayo de una mirada sobre los silencios de la Transición”, en Hispanic Review, vol. 85, n.° 3, verano de 2017, University of Pennsylvania Press, 315-338.

Espinosa Maestre, F. (2013), “Algunas claves ocultas de Rocío. Los sucesos del 32 en Almonte y la cuestión agraria”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 19-46.

Espinosa Maestre, F., y A. Río Sánchez (2013), “El ‘caso Rocío y la Transición”, en El caso Rocío. La historia de una película secuestrada por la Transición, F. Espinosa, A. Río Sánchez y J. L. Tirado (eds.), Sevilla, Aconcagua Libros, 79-88.

Jerez Zambrana, A., e I. Sánchez Alarcón (2013), “¿La memoria encontrada o la memoria inventada? Recursos narrativos y pautas de estilo de índole ficcional o subjetiva en los documentales históricos españoles recientes”, en Historia y comunicación social, vol. 18, número especial, noviembre de 2013, 299-311.

Layerle, S. (2009), “A prueba del acontecimiento: cine y prácticas militantes en Mayo del 68”, en Con y contra el cine. En torno a Mayo del 68, D. Cortés y A. Fernández-Savater (eds.), Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 33-50.

Monterde Lozoya, J. E. (2016), Artes en pantalla. El cine como dispositivo crítico, temario de asignatura impartida en Barcelona, Universitat Oberta de Catalunya.

Morán, G. (2014), El cura y los mandarines, Madrid, Akal.

Nichols, B. (1997), La representación de la realidad. Cuestiones y conceptos sobre el documental, traducción del inglés de J. Cerdán y E. Iriarte, Barcelona, Paidós, primera edición: 1991.

Nieto Ferrando, J. J. (2017), “Narradores y reflexividad en el documental político del tardofranquismo y la transición democrática (1967-1977)”, en SIGNA. Revista de la Asociación Española de Semiótica, 26, 401-420 (en línea).

Ruiz Muñoz, M. J. (2008), “Argumentos, personajes y escenarios para la reelaboración de la imagen de Andalucía en el cine (1975-2006)”, en Palabra clave. Revista de comunicación, vol. 11, n.° 1, 123-139.

Ruiz Muñoz, M. J., e I. Sánchez Alarcón (2008), La imagen de la mujer andaluza en el cine español, Sevilla, Centro de Estudios Andaluces.

Stam, R. (2001), Teorías del cine, traducción del inglés de Carles Roche Suárez, Barcelona, Paidós.

Trenzado Romero, M. (2000), “La construcción de la identidad andaluza y la cultura de masas: el caso del cine andaluz”, en Revista de estudios regionales, 58, 185-208 (en línea).

Filmografía

Ruiz Vergara, F. (1980), Rocío, Ana Vila y Tangana Films (España).

Tirado, J. L. (2013), El caso Rocío, producción del propio director, Zap Producciones (España).

Trías, E. (2018), Rodar en andaluz. El cine andaluz en los años del cambio, P. Pinzolas y Lucky Village Media (España).

—   (2016), Rodar en andaluz. Retrato de una generación de cineastas independientes, P. Pinzolas y Lucky Village Media (España).

Violencias y memoria ‘viva’ en dos documentales políticos del Cine Experimental de la Universidad de Chile

Descargar texto

Por Ignacio Albornoz

Resumen

El presente artículo propone una lectura ‘memorial’ de dos cortometrajes documentales producidos por el Cine Experimental de la Universidad de Chile: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) y Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal y Céspedes, 1970). A través de algunas nociones extraídas de la filosofía y la sociología francesas (principalmente de los trabajos de Paul Ricœur y Maurice Halbwachs), se argumentará que ambos filmes constituyen instancias de actualización de una ‘memoria viva’, resistente, caracterizada por la puesta en escena de testimonios emotivos y espontáneos y por la adopción de una perspectiva que podríamos denominar ‘popular’. Se sostendrá, finalmente, que ambas obras representan, a su modo, tentativas alternativas de escritura de la historia del pasado reciente del país.

Palabras clave: documental político, memoria colectiva, cine de la Unidad Popular, testimonio, Nuevo Cine Chileno

 

Abstract

The present article proposes a ‘memorialization’ of two films produced by the University of Chile’s Center of Experimental Film: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) and Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal & Céspedes, 1970). Employing concepts stem from French philosophy and sociology (specifically the works of Paul Ricœur and Maurice Halbwachs), I argue that both films constitute instances of a ‘live’, resistant memory, characterized by a mise en scène of emotional and spontaneous testimonies, as well as by the adoption of what could be identified as a class struggle approach. Furthermore, I discuss the possibility of considering both works as alternative attempts to rewrite the country’s recent history.

Keywords: political documentary, collective memory, cinema of The Popular Unity, testimony, New Chilean Cinema

 

Resumo

O presente artigo propõe uma leitura ‘memorial’ de dois documentários de curta-metragem produzidos pelo Centro de Cinema Experimental da Universidade do Chile: Herminda de la Victoria (Douglas Hübner, 1969) e Miguel Ángel Aguilera, presente (Ramírez, Carvajal e Céspedes, 1970). Por meio de algumas noções extraídas da filosofia e da sociologia francesas (principalmente dos trabalhos de Maurice Halbwachs e Paul Ricœur), argumenta-se que esses dois filmes constituem instâncias de uma ‘memoria viva’, resistente, caracterizada pelo registro de testemunhos emotivos e espontâneos e pela adoção de uma perspectiva que poderíamos chamar de ‘popular’. Sustenta-se enfim que as duas obras representam, às suas maneiras, tentativas alternativas de escrever a história do passado recente do país.

Palavras-chave: documentário político, memória coletiva, cinema da Unidade Popular, testemunho, Novo Cinema Chileno

 

Datos del autor

Ignacio Albornoz Fariña posee un título de maestría en Historia, teoría y memoria del cine (2016) de la Universidad París 8 Vincennes Saint-Denis y un máster profesional en Valorización del patrimonio audiovisual en la misma universidad (2017). En el ámbito profesional, ha realizado pasantías en instituciones como la Cineteca de la Universidad de Chile y la Murnau-Stiftung, en Alemania. Bajo la dirección de Christa Blümlinger (EDESTA, París 8), prepara actualmente una tesis de doctorado en torno a la producción documental chilena, en el contexto de las iniciativas de restauración memorial de los últimos años. Dentro de sus temas de investigación se encuentran también el cine de ensayo, la teoría documental y el desarrollo de los archivos cinematográficos y los centros de producción universitarios en el Chile de los años 70. Contacto: i.albornoz.fa@gmail.com

 

Fecha de recepción: 12 de agosto de 2019

Fecha de aprobación: 27 de octubre de 2019


Las balas de los mandados

mataron a la inocente.

Lloraban madres y hermanos

en el medio de la gente

(Víctor Jara, “Herminda de la Victoria”)

 

Introducción

En 1970, durante las celebraciones populares que sellaron el triunfo de la Unidad Popular en las urnas, un movimiento un tanto subterráneo marcaba uno de los episodios fundamentales de la vida artística en el país, al menos en lo que concierne al audiovisual. El Cine Experimental de la Universidad de Chile (de aquí en adelante: CE), que contaba ya con algunos años de actividad, más de una decena de realizaciones de cierta envergadura y un equipo creativo de excepción, adquiría una fuerza excepcional en sus esfuerzos por fundar un nuevo cine que, respondiendo a las exigencias de un período especialmente convulso tanto en el plano nacional como internacional (Pinto, 2016: 189), pudiera revelar “las raíces verdaderas de nuestra identidad” (Mouesca, 2005: 73).

Al apoyo de algunas instancias oficiales del Estado, que veía “al cine como un agente de cambio y de acción concreta” (Bossay, 2014: 110), se sumaba por entonces una “renovación generacional en el ámbito de la producción de cine” (Pinto, 2016: 191), todo lo cual aportaba una energía y un fervor creativo inusitados, marcados por un “viraje [generalizado] a la izquierda en amplias zonas del campo político y cultural” (2016: 187). Quizás la muestra más cristalina de ese compromiso sea, en el plano programático, el “Manifiesto de los cineastas de la Unidad Popular”, documento cuyo solemne romanticismo puede resultar hoy “un tanto confuso y voluntarista” (Mouesca, 1988: 54). Con todo, precisa José Miguel Palacios, el texto de los cineastas chilenos ―entre cuyos signatarios figuraba por lo demás el CE (Valle Dávila, 2014: 345)― tiene aún “mucho que ofrecer” (Palacios, 2013: 128), sobre todo porque revela la “originalidad del cine revolucionario chileno: una predisposición casi ontológica a la contradicción” (2013: 128). Síntoma, al fin y al cabo, de un “estado de ánimo verdadero que se manifestaba no solo entre los cineastas” (Mouesca, 1988: 55), el “Manifiesto”, al margen de ciertos juicios reductores, llamaba entre otras cosas a “construir una cultura auténticamente nacional” (1988: 88), objetivo nada desmedido cuya formulación no se alejaba en demasía de la tónica de otros meta-textos fundacionales más canónicos del mismo período, como Hacia un tercer cine de Solanas y Getino o Por un cine imperfecto de Julio García Espinosa.

Comentadores y académicos coinciden, por otro lado, en la importancia que adquiere en Chile durante estos años, quizás bajo el influjo teórico de tales esfuerzos programáticos, el documental de corta duración, “único género que vive un cierto auge y busca nuevas formas y contenidos en su trabajo” (Mouesca, 2005: 73). Y es que el documental, en efecto, aparece por entonces, por su ligereza, adaptabilidad y desenvoltura en términos económicos y prácticos, como el único género capaz de retratar con cierta veracidad la “vitalidad” (Bolzoni, 1974: 11), la sensación de “aceleración de la historia” (El primer año de Patricio Guzmán) o la “celeridad de los cambios estructurales” (Corro et al., 2007: 41) que la victoria de la UP habría inyectado en el cuerpo social. No deja de ser curioso a este respecto, como recuerdan Claudio Salinas y Hans Stange, que “[e]l género predilecto de esta renovación [sea precisamente] el que, en aquella época, tiene la menor difusión y la más grande distancia de los circuitos comerciales: el documental” (2008: 17).

Es precisamente en este contexto estético-histórico de excepción, el de la emergencia de un cine documental que incursiona “en la renovación de sus modos de producción y en la sensibilidad en torno a la urgencia, el testimonio y la dramaticidad de la hora” (Pinto, 2016: 190-191), que son realizados los dos filmes documentales que me propongo analizar en las páginas que siguen: Herminda de la Victoria (1969) de Douglas Hübner, y Miguel Ángel Aguilera, presente (1970) de Álvaro Ramírez, Samuel Carvajal y Leonardo Céspedes. Ambas obras fueron producidas por el CE y pertenecen, según los mismos Salinas y Stange, a su tercera y última etapa, la cual se caracteriza por el “compromiso militante […] y la incorporación de jóvenes realizadores motivados a filmar las tomas de poblaciones y las marchas callejeras” (2008: 18).

Como representantes de esta última fase, Herminda y Miguel responden a algunas de las convenciones que el Nuevo Cine, con su dotación de idearios estéticos y políticos, había opuesto a las anquilosadas tradiciones cinematográficas nacionales hacia el final de la década. Por un lado, pues, ambas cintas se plegarían a una “doctrina cinematográfica de preferencia por lo interválico” (Corro et al., 2007: 8), cuyo uso se extendía ya por entonces tanto en el documental como en la ficción, gracias, en parte, a la actividad de los centros universitarios de producción. Esta doctrina consistiría, en pocas palabras, en “hacer cada vez más visibles a los [sujetos] periféricos” (Corro, 2012: 223) y en privilegiar las “zonas intersticiales”, es decir, “los vastos espacios, realidades y grupos humanos que permanecen al margen del relato oficial” (Corro et al., 2007: 8). Por el otro lado, los dos filmes parecen pregonar la reivindicación de la precariedad y la falta de recursos como posibilidades creativas (Corro, 2012: 223), lo cual se traduce, concretamente, en el uso de ciertos procedimientos de montaje y de la “animación de diferentes tipos de material visual” (Pick, 1984: 36). Asimismo, la ausencia de cámaras con sonido sincrónico será suplida gracias a “la utilización de ciertos recursos visuales, como la fotografía fija, y la incorporación de la música de los intérpretes de la nueva canción” (1984: 36).

En términos argumentales, por último, Herminda y Miguel, al aparecer en un momento en que el cine chileno toma consciencia de su capacidad para reflexionar sobre el presente histórico (Bossay, 2014: 117), están directamente relacionados con los temas de la memoria y, en un sentido más amplio, de las posibilidades de escritura de una historia popular. En armonía con estas consideraciones iniciales, mi hipótesis en este artículo será que las dos cintas pueden ser leídas, siempre en el marco de sus contextos particulares de producción, como instancias testimoniales alternativas que participarían activamente en la escritura de la historia chilena reciente. Como tales ―sostendré―, ambos filmes aspirarían a reactivar y rehabilitar una memoria ‘viva’ de las violencias sufridas por algunas comunidades obreras específicas mediante la reconstitución (bajo una forma fílmica que se apoya en dos casos de la actualidad noticiosa) de un pasado inmediato y contingente.

 

Estado de la literatura

Existe poca información en la literatura científica a propósito de las obras analizadas. Los motores de búsqueda especializados, chilenos o extranjeros, arrojan ínfimos resultados al ingresar sus títulos. Por lo demás, en el sitio web de la Cineteca de la Universidad de Chile, donde ambos filmes se encuentran en formato digital, el panorama tampoco es muy prometedor. Algunas informaciones de base, sin embargo, son consignadas: sabemos, así, que Miguel Ángel Aguilera, presente fue coproducida por la CUT (Central Unitaria de Trabajadores), que veía en la cinta una herramienta de contra-información. Asimismo, el sitio nos permite acceder a algunos pormenores técnicos de la filmación y exhibición de la misma obra, en la que Douglas Hübner, realizador de Herminda, reconocía por lo demás claramente “un acento comunista” (2008: 138):

Álvaro Ramírez, junto a Samuel Carvajal y Leonardo Céspedes, asistieron al funeral de Miguel Ángel Aguilera dispuestos a filmarlo. En el lugar, gracias a la gestión de un vecino de la familia Aguilera, obtuvieron sus testimonios. Las entrevistas fueron grabadas con una cámara Bolex 16mm y con una grabadora de casete. El montaje del documental tardó solo seis días, luego fue exhibido en barrios y poblaciones.1

Con respecto a Herminda, globalmente, las referencias no pasan de comentarios generales, que resumen en pocas líneas el asunto del filme o proponen una lectura interpretativa del mismo en clave política. Zuzana Pick, académica canadiense, consigna, por ejemplo, en un artículo de la revista Literatura chilena: creación y crítica publicado en 1984 algunas líneas en torno a la cinta de Hübner. Según la investigadora, Herminda demuestra “que las imágenes de la violencia policial en las poblaciones de Santiago contienen una fuerza intrínseca que ningún comentario puede reproducir” (1984: 36). Jacqueline Mouesca, en El documental chileno, se limita en cambio a evocar la premisa del filme, que ella lee como un índice de la politización creciente del cine documental nacional. La película, en palabras de la historiadora, “muestra los enfrentamientos de los pobladores con la policía que intenta desalojarlos de los terrenos que estos se han tomado para construir sus viviendas” (2005: 74).

El productor Sergio Trabucco, en una vena un poco distinta, nos recuerda que la cinta fue realizada “con materiales de prensa del Canal 9, que [Hübner] dirigía” (2014: 167), a los que un año más tarde fueron añadidas algunas secuencias capturadas en el terreno y filmadas por Héctor Ríos. La investigadora y pedagoga Alicia Vega, en su Itinerario del cine documental chileno, confirma la versión de Trabucco, dando una idea más exacta del origen de las distintas secuencias del film: “la secuencia de los enfrentamientos entre pobladores y carabineros el día de la toma corresponde a imágenes captadas en esa oportunidad por Canal 9 Televisión de la Universidad de Chile” (2006: 254). Quizás el testimonio más interesante a este respecto sea, al fin de cuentas, el del propio Hübner, quien, en una entrevista concedida a la revista Telecran en julio de 1971, reconocía:

Herminda de la Victoria no es un film. Plagada de errores y defectos, es mi primera aproximación al cine […]. Herminda de la Victoria se compromete con los pobladores sin casa de Chile, sufre con ellos, entrega un testimonio y pretende ser un ‘documento’.2

En un registro un poco más académico, Corro, Larraín, Alberdi y Van Diest ofrecen, en Teorías del cine documental chileno, 1957-1973 (2007), una lectura centrada principalmente en los aspectos sonoros del filme que vale la pena evocar. Para los autores, Herminda representaría un ejemplo del paso operado a finales de la década hacia la desmonopolización de un discurso dominado hasta entonces por la autoridad unidimensional de la voz en off, recurso insalvable de la producción precedente. Gracias a la llegada del sonido directo, en efecto, los documentales universitarios, aunque siempre con un rol narrativo, comenzaban a situarse progresivamente dentro de una “doctrina del testimonio” (2007: 125) que señalaba un desplazamiento mayor de las jerarquías textuales en juego hasta ese momento: “El discurso”, resumen los autores, “se transformó en testimonio, la autoridad textual se desplazó hacia los actores sociales, desapareciendo la voz externa y anónima que encauzaba la narración y persuadía al espectador” (2007: 124). En el plano del contenido, ese desplazamiento implicó la aparición de “los comentarios de los pobladores” (2007: 124) e impuso, en un ángulo estructural, la necesidad de un agenciamiento cada vez más sistemático de los diferentes “puntos de vista individuales” (2007: 125).

En lo que concierne a Miguel Ángel Aguilera, presente, el terreno de la literatura, aunque igualmente despoblado, revela, sin embargo, algunas pistas de lectura que convendría subrayar. La más interesante de ellas es, sin duda, el reciente libro de Camilo Trumper, Ephemeral Histories, publicado en 2016, en el que se dedican algunos párrafos al documental. En el capítulo cinco del libro en cuestión, dedicado a las políticas del espacio en el cine de la Unidad Popular, Trumper propone interpretar la preponderancia del “paisaje urbano” en la cinta como una exploración de “la relación entre el comentario político y las realidades sociales que estructuran la vida cotidiana, […] rompiendo la distinción entre lo político, lo social y lo cotidiano” (2016: 160). El autor basa su lectura en tres elementos presentes en la cinta, a los que también me referiré, aunque en algunos casos tangencialmente, más adelante: los rayados y murales, la música popular y los testimonios orales. Mediante el uso de estos elementos, nos recuerda Trumper, el filme subraya “las tensiones y parentescos entre ciudad, producciones visuales y prácticas de ciudadanía política enraizadas en el espacio público” (2016: 160).

 

Violencia y testimonio, al paso de la historia

Situándose a medio camino entre la antropología y la psicología, René Girard proponía que la violencia humana, en cuyo origen habría que situar indefectiblemente el “mecanismo” o “deseo” mimético ―productor de rivalidades en pugna por un mismo objeto―, solo puede ser mitigada o apaciguada por medio de actos de violencia colectiva más o menos controlados, ejercidos contra una víctima arbitraria, no premeditada: el “chivo expiatorio”, cuya muerte interrumpe la crisis sacrificial y “pone fin a la agitación y al desorden” (Girard, 1983: 139). En el ámbito de la teoría política es sabido, por otro lado, a partir de Hobbes y más tarde de Weber, que el orden estatal moderno “tiene como núcleo fundamental el monopolio de la violencia” (Von Trotha, 1993: 15) y la consecuente autoridad moral aparejada para instituir “la diferencia entre la buena y la mala violencia” (Dumouchel, 2011: 10).

Las violencias policiales a las que Herminda y Miguel hacen referencia pueden, en ese contexto, ser englobadas cómodamente en torno a lo que Paul Ricœur llama “violencias estatales fundadoras”, cuyo rol primero sería la “punición”. Realidad “mantenida e instaurada a través de la violencia asesina” (1955: 259), el Estado, según la interpretación de Ricœur, se ve sistemáticamente obligado a legitimarse a través del asesinato, lo que enfrenta a los individuos que lo componen a escoger entre dos “éticas de urgencia” (éthiques de détresse): la de la obediencia, que “consagra la falta” (1955: 257) del Estado y lo ayuda a perpetuarse, o la del testimonio, que “disminuye sus chances de sobrevivir” (1955: 258). Está de más decir aquí que los filmes estudiados, así como los sujetos cuyas declaraciones registran, escogerán la última. Ambos documentales, recordemos, buscan registrar un hecho noticioso preciso: una muerte, o más bien un asesinato, resultado directo de la intervención descomedida de las fuerzas policiales, que intentaban ‘castigar’ por la fuerza un acto considerado unilateralmente como de desobediencia civil.

Ahora bien, ¿en qué consistían, exactamente, esos actos de desobediencia? En Herminda de la Victoria, como ya hemos sugerido, la situación es expuesta de manera directa, según los detalles de la anécdota histórica: las autoridades, a través de sus fuerzas del orden, ‘responden’ a la fundación supuestamente ‘ilegal’ de una comunidad, a la ocupación ilegítima de un terreno baldío por parte de familias que provienen del naciente proletariado industrial de finales de los años 60. En Miguel Ángel Aguilera, presente, en cambio, la intervención pretendía reprimir una huelga ―también calificada como ‘ilegal’― que el Partido Comunista había organizado el 4 de julio de 1970. El problema ―vale la pena insistir― reside en que ambas intervenciones tendrán consecuencias fatales, contraviniendo la prohibición de asesinar (“l’interdiction du meurtre”), que el mismo Ricœur reconocía como único límite “que la violencia del Estado no puede franquear” (1955: 255), si este desea no caer en el cataclismo, en el caos de la guerra, de “la lucha por la vida” (1955: 256). Por un lado, estará entonces la muerte de Miguel Ángel Aguilera, baleado por la policía durante la manifestación que acabamos de evocar. Pero estará también, por el otro, el deceso de la pequeña Herminda, muerta por asfixia en el marco de un procedimiento policial de desalojo.

En ambas cintas, ambos crímenes representan tanto el punto de partida de la práctica de investigación documental de los realizadores ―estos se desplazan efectivamente al lugar de los hechos para registrar “en vivo” las reacciones de los familiares de las víctimas―, como su transformación en “texto”, su “puesta en intriga” o, en otras palabras, su “escritura” o “fijación” cinematográficas. En su aspecto de ejercicios de fijación “historiográfica”, ambos filmes deben, sin embargo, ser considerados, no como la corrección de una memoria parcial o incompleta, sino más bien como una “ayuda eficaz” para la comunicación de esta, a la manera de aquel “tercero” que, según los términos que Ricœur (2004: 168) extrae de Freud, “autorizaría” en la práctica psicoanalítica el surgimiento de los recuerdos en el paciente. Estas inquisiciones nos recuerdan, como afirma Camilo Trumper a propósito de Miguel Ángel Aguilera, presente, que “[l]a práctica del cine documental […] creaba [en esa época] un espacio en el que una conversación democrática, abierta, podía tener lugar, y en el cual una política participativa, aunque efímera, podía echar raíces” (2016: 160).

Es posible, a este mismo respecto, comprender las dos obras en cuestión como instrumentos de un ‘uso’ muy específico de la memoria que es el resultado de un contexto histórico y político también muy particular, en el cual, como sostiene Bossay, se apelaba fuertemente “a la creencia de que lo que se estaba viviendo se escribía en los anales de la historia mientras se filmaba” (2014: 109). Este uso, sostendré, tiende a la re-activación y a la revalorización testimonial de cierta forma de identidad colectiva ‘viva’, ligada a los individuos y a sus emociones, más que a la relación cronológica, progresiva y coherente de acontecimientos o a la constatación de realidades verificables. Afirmaré, así, que estos filmes nos hablan de una ‘memoria viva’ en el sentido de que se centran en los testimonios espontáneos de los sobrevivientes, de los testigos oculares directos de las violencias estatales evocadas. He de precisar, por último, que entiendo la noción de ‘memoria viva’ según la fórmula que Dominique Viart (2008: 87) toma prestada de Pierre Nora, es decir, como una memoria “susceptible de fundar el presente en acción”. Esta memoria que calificaremos como ‘viva’ se opone radicalmente a las ataduras y presiones de una memoria institucionalizada, obligada o reificada, i.e., “ritualizada en prácticas conmemorativas” (Viart, 2008: 87).

Al desplazarse, al fin, y como ya ha quedado claro, entre los límites de lo individual y de lo colectivo, de lo privado y lo público, ambos filmes subrayan las tensiones y relaciones que pueden establecerse entre las categorías de ‘memoria colectiva’ y ‘memoria individual’, recordándonos de paso que estas dos nociones, según la fórmula de Ricœur (1998: 32), “se constituyen simultáneamente según el esquema de una constitución mutua y cruzada”.

 

Miguel Ángel Aguilera, presente: una letanía en familia

Miguel Ángel Aguilera, presente muestra, en su mayor parte, imágenes capturadas durante los funerales de Miguel Ángel Aguilera, joven simpatizante del Partido Comunista Chileno asesinado por la policía en el contexto de una huelga popular. Una especial importancia es concedida, a lo largo del cortometraje, a los testimonios de los parientes y allegados de la víctima, quienes relatan con crudeza las circunstancias de la muerte de Miguel y recuerdan algunos de sus costumbres y comportamientos familiares. Su pareja, por ejemplo, recuerda hacia la mitad del filme, angustiada y entre sollozos, el día en que empezaron a salir, día de año nuevo, y que iba a verla todos los días a las 7 y media. La madre, por su parte, afirma, al recordar las costumbres de su hijo: “Siempre sonriendo, se iba a su colegio […]”.

Estos testimonios hacen referencia a la vida íntima de Miguel Ángel y nos hablan, particularmente, de los afectos y emociones de sus allegados. En este sentido, responden positivamente a la “necesidad de dejar hablar el odio, el amor, la decepción” que Ricœur (1998: 43), siguiendo el derrotero terapéutico de Freud, ubicaba en el centro de todo trabajo de cura de una memoria “herida” y que constituiría, según él, un acto de “verdadera resistencia” (1998: 43) frente a las diversas manipulaciones y abusos que la memoria es susceptible de sufrir ‘desde’ el poder. Por lo demás, el recurso a los “allegados” no está desprovisto de importancia, pues, como señala el mismo Ricœur en La Memoria, la historia, el olvido, estos ocupan un lugar preponderante en el establecimiento de relaciones entre los polos de la memoria individual y la memoria colectiva, funcionando como una instancia intermediaria entre ambos: “Los allegados”, afirma el filósofo, “esa gente que cuenta para nosotros y para quien contamos nosotros, están situados en una gama de variación de las distancias en la relación entre el sí y los otros […]. Los cercanos son ‘otros’ próximos, ‘prójimos’ privilegiados” (2004: 171).

cine documental

Mientras todas las frases que acabamos de evocar son dichas por los parientes de Miguel Ángel, la pantalla nos expone en planos detalle las manos de cada uno de los miembros de la familia del joven. Este gesto de descomposición de una parte del cuerpo de los testigos tiene por objeto, a mi parecer, poner de manifiesto ―de manera acaso demasiado literal― la clase a la que pertenecen los sujetos entrevistados.

Del mismo modo, varios objetos que pueblan la casa familiar y dan cuenta del ambiente de miseria en el cual viven sus moradores son capturados por el objetivo de la cámara: botellas semivacías, afiches electorales que cuelgan de muros quebradizos, suéteres agujereados, restos de comida y, en fin, tantos otros índices mudos de una vida que transcurre mustiamente, en la más desoladora de las pobrezas. De todos estos elementos materiales podríamos decir, en cualquier caso, según la fórmula de Maurice Halbwachs, que participan de un sentimiento de identidad colectiva en cuanto “nos recuerdan una manera de ser común a muchos hombres, […] y [atraen] nuestra atención sobre cada una de sus partes, […] como si disecáramos un pensamiento en el que se confunden los aportes de una cantidad de grupos” (1968: 131). Y a esto podríamos añadir, de nuevo con Halbwachs: “[No] es el individuo aislado, es el individuo en tanto miembro de un grupo, es el grupo mismo que se mantiene sumiso a la influencia de la naturaleza material y participa de su equilibrio” (1968: 132).

A los testimonios de los parientes y allegados de la víctima se suman, por otro lado, numerosas manifestaciones artísticas de las que el filme se sirve en su búsqueda de una “justa distancia con respecto al pasado” (Ricœur, 1998: 45). Así, hacia la mitad del filme, escuchamos unos versos de una canción de la compositora e intérprete chilena Violeta Parra, fallecida apenas unos meses antes de la realización del documental. La canción adopta una estructura iterativa construida a partir de una frase que es repetida de manera insistente al inicio de cada estrofa, en forma de letanía: “¿Qué he sacado con quererte, ay, ay, ay?”.

Otro elemento derivado del imaginario popular es expuesto en la película. Varias son las tomas que nos muestran, en efecto, murales pintados sobre los que pueden leerse, respectivamente, consignas que denuncian la atrocidad de las violencias policiales y llaman a un levantamiento de la clase obrera. Todas estas inscripciones, que adoptan a ratos un aire manifiestamente revolucionario, reflejan la influencia de una retórica proveniente de las luchas revolucionarias llevadas a cabo en Hispanoamérica durante los años 60 y 70. Hacia el final del filme, por ejemplo, vemos frases como: “¡Asesinos! Ya van 35 personas”, “Pacos asesinos”, “Miguel Aguilera, te vengaremos”, o simplemente, en un acto casi poético, la palabra “Mierda”. Con el mismo ánimo, la película expone en repetidas ocasiones la portada de un periódico en la que podemos leer claramente la exclamación: “¡Fueron a matar!”.

N20-A1-2

Herminda de la Victoria (o la historia en plural)

Herminda de la Victoria aborda, por su parte, un tema bastante similar. Como ya se ha señalado, el filme hace referencia a un hecho noticioso que causó escándalo en la época. A grandes rasgos, la cinta se centra en los avatares de un grupo de familias obreras que, después de haber perdido sus respectivos domicilios, erra sin rumbo y termina instalándose en un terreno baldío en las afueras de Santiago. Allí, los recién llegados construyen con sus propias manos casas muy precarias de cartón, madera y zinc. Debido al carácter ilegal de esta ocupación, y frente al rechazo de los pobladores ante la petición de abandono de las autoridades, estas deciden desalojar de manera violenta a los ocupantes, para lo cual son movilizadas las fuerzas del orden. Durante una de las intervenciones, un policía, haciendo uso de una fuerza a todas luces desmesurada, arrastra por tierra a una joven madre que sostenía entre sus brazos a su hija recién nacida con una fuerza también desmesurada que termina por asfixiarla. El nombre de este bebé muerto es ―lo sabremos hacia el final del film― Herminda.

Es posible reconocer de entrada en Herminda algunas variaciones con respecto a Miguel. En la cinta de Hübner la muerte funcionará como un elemento fundador que marcará tanto el comienzo de una nueva vida para los habitantes de la toma ―la represión policial disminuirá, en efecto, luego del fallecimiento de Herminda― como el establecimiento de un nuevo hogar permanente. A diferencia de lo que sucedía en Miguel, una relación mucho más ambigua parece establecerse entre el hecho traumático de la muerte y la lucha política de la cual este es, en cierta forma, un resultado. La muerte es concebida, en este último contexto, como el signo, el índice incontestable de una victoria: los obreros logran frenar y expulsar definitivamente a las fuerzas del orden ―y, consecuentemente, al poder punitivo del Estado―, conquistando al mismo tiempo un espacio concreto que desde ahora les pertenece.

Ahora bien, hay también en Herminda una clara insistencia en lo que respecta a la labor obrera y al trabajo manual, como sucedía en Miguel. Este guiño parece referirse a una suerte de identidad colectiva de clase que se actualiza a través del recuerdo de un gesto inmemorial: el de la manipulación de instrumentos de trabajo artesanal, utilizados en este caso en las faenas de construcción de las viviendas.

Sin embargo, este mismo gesto se encuentra atravesado también por una presencia que amenaza con romper la unidad de la comunidad y que lleva, en un sentido más amplio, a una división en el seno de la clase obrera. A las imágenes de trabajadores y trabajadoras que construyen con sus propias manos todo un ecosistema urbano se suman, paralelamente, las imágenes de la inacción, de la desocupación, de la ociosidad, de los cesantes que han perdido, como consecuencia de la ocupación de los terrenos, sus trabajos oficiales. Uno de los testigos entrevistados afirma a este respecto: “Estoy cesante desde que llegamos. Falté tres días al trabajo por la ocupación y cuando volví me echaron”. Un poco más tarde, un segundo testigo añade: “Tenemos un lugar para vivir, pero ahora no podemos trabajar”. Se ilustra de esta manera una división marxista de la fuerza de trabajo: están por una parte los empleados que poseen un sub-trabajo ―incluso si este se realiza a domicilio― y, por otra, el conjunto de los desempleados que constituyen la “población obrera disponible y miserable que el capital tiene en reserva para sus necesidades de explotación cambiantes” (Marx, 1993: 548).

cine documental

Al margen de estas consideraciones, lo que interesa aquí es la manera en que se construye cinematográficamente el relato de la muerte de Herminda y la posterior conquista de los pobladores. Me parece que este último ejemplo demuestra que, en Herminda, por regla general, los testimonios se componen de manera colectiva, por adición o aglutinamiento. Otra secuencia merece ser citada en virtud de ese mismo procedimiento. Durante los primeros minutos del filme, Hübner dispone, uno tras otro, los testimonios de tres mujeres. Todas parecen responder a una pregunta que no es formulada de forma explícita: “¿Por qué arriesgarse a participar en la toma de terrenos?”, pregunta cuya respuesta, como en Miguel, parece ser asumida de manera colectiva, por un sujeto grupal cuya identidad se construye progresivamente, por la yuxtaposición de testimonios.

Una primera mujer argumenta: “Porque mi pieza estaba hecha en el medio de cinco pozos negros. Y yo tengo seis niños que […] se están educando y tienen que estar en una limpieza más humana”. Otra, más adelante, corrobora: “Yo me decidí venir para acá, señor, porque donde vivo es un recinto municipal y la pieza donde habito es un hoyo séptico y cuando llueve eso se anega y tengo que pasar por puentes para acostar a mis hijos”. Finalmente, una tercera mujer explica, con su voz a punto de quebrarse: “Porque no tengo donde vivir. Estoy en una caseta y el dueño me echa todos los días”.

Mientras estos testimonios son proferidos, sin embargo, la imagen se abandona a una deriva en la que los rostros de esas mujeres están ausentes. Desfilan en la pantalla, en cambio, diferentes vistas o clichés que dan cuenta de las paupérrimas condiciones de vida en la toma. Hübner evoca, a través de una serie de planos de corta duración, la fragilidad y precariedad de las construcciones, el estado de insalubridad generalizado, la falta de las normas de confort más elementales. A estos planos objetuales se sumarán, enseguida, y cuando el segundo testimonio comienza, las imágenes de una niña que llena un balde de agua en el que parece ser el único grifo de agua potable del lugar, y de dos niños que juegan en el barro, entre latas vacías y piedras, junto a una poza de agua séptica. Apenas comienza el tercer y último testimonio, vemos a una mujer que lava ropa a mano, con un gesto mecánico, detrás de una alambrada.

Este procedimiento de disyunción entre lo que aparece en pantalla y lo que se escucha en la banda de sonido pretende resaltar el contenido de las declaraciones de los testigos y, con ello, dar una idea concreta del estado de precariedad, desamparo y deriva de los pobladores. Si sus condiciones actuales de vida en la ocupación ―que la cámara acaba de revelarnos en toda su miseria― les parecen, en efecto, superiores a las de sus viviendas de antaño, no es difícil imaginar cuál era el nivel de salubridad de estas últimas.

Gracias a este simple gesto de montaje, se opera, pues, un doble movimiento, a la vez temporal y espacial: mientras las voces de testigos no identificados describen las condiciones de sus moradas pasadas, la cámara, en tiempo presente, nos muestra aquellas en las que residen hoy. Testimonio oral e imagen componen, así, entrelazados, y a través de la puesta en contacto de dos temporalidades y dos lugares disímiles, un episodio concreto de la historia reciente del proletariado nacional.

Conclusión

Como he intentado demostrar a lo largo de estas páginas, los dos filmes estudiados están estructurados a partir del episodio definitorio de la muerte. Si en Miguel el deceso del joven proletario sentará las bases de una estructura fílmica esencialmente iterativa y fragmentaria que tendrá como objeto la reconstitución, según puntos de vista múltiples y a partir de un principio dialógico, de un solo y mismo acontecimiento, en Herminda de la Victoria el fallecimiento del recién nacido será más bien interpretado por los propios pobladores como el corolario de un largo proceso de lucha popular, lo que explica en parte la posición de este mismo acontecimiento en la cronología del relato: en efecto, la muerte nos es explicada apenas en los últimos segundos del filme, como si se tratara de la clave interpretativa que engloba todo el relato de manera teleológica. Tanto Miguel como Herminda contribuyen, en ese sentido, a la idea de una construcción social y popular de la memoria en la que el testimonio oral ―registrado en vivo, en el lugar de los hechos― ocupa un lugar preponderante y en la que, según la fórmula de Halbwachs (1968: 33), “cada memoria individual [constituye] un punto de vista sobre la memoria colectiva”.

En otro ámbito, el hecho de que los filmes lleven por título los nombres propios de sus ‘protagonistas’ merece cierta atención. Este gesto denominador da cuenta, por un lado, de una individualidad que lucha por imponerse en un contexto político que, como el del Chile de esos años, parecía privilegiar más bien la puesta en escena de sujetos colectivos (Dittus y Ulloa, 2017: 38); por otro, subraya también el deseo de hiperestesiar estas mismas individualidades con el objeto de hacerlas alcanzar el estatus de verdaderos mitos generadores de nuevos relatos de resistencia. En un plano general, lo que los realizadores parecen demostrar al escoger como título para sus filmes los nombres de los personajes es la necesidad de arraigar todo discurso de resistencia colectiva en esta suerte de potencia deíctica de la escritura historiográfica que es, para Michel de Certeau, el uso de nombres propios: “Nombrar a los ausentes de la casa e introducirlos en el lenguaje de la galería ‘escriptuaria’ equivale a liberar espacio para los vivos, a través de un acto de comunicación que combina  la ausencia de los vivos en el lenguaje y la ausencia de los muertos en la casa” (1975: 141, traducción nuestra).

A través de los testimonios evocados, los sujetos secundarios y en cierta medida anónimos que pueblan ambos filmes ―amigos y parientes del joven comunista en Miguel, madre y otros pobladores de la ocupación en Herminda― se apropian de las violencias cometidas en el nombre del Estado y las invierten, haciendo surgir de ellas un segundo sentido. La violencia estatal a la cual ambos filmes hacen referencia adquiere, de esta manera ―a pesar de su carácter aparentemente ‘victorioso’―, una naturaleza que podemos calificar, por lo menos, como ambigua. Afirma, por un lado, ese “monopolio de la coacción física” del que hablaba Ricœur al referirse al carácter punitivo inherente a todo Estado, pero, por otro lado, señala también, en estos casos concretos, una victoria elíptica o velada que nace de la derrota y se impone finalmente a esta, haciendo surgir ‘novedad’ en la forma de objetos de memoria que se organizan alrededor de una obra fílmica que los reagrupa, los autoriza y los sanciona bajo el auspicio de un nombre propio.

Al dar el nombre del niño muerto al nuevo vecindario que los obreros fundan con sus propias manos, los pobladores de Herminda realizan un gesto hondamente disidente que tiene como correlato la importancia concedida en Miguel al motivo del nombre propio. Este gesto consiste, simplemente, en transformar la derrota sufrida ―ya lo dijimos: derrota cuyo corolario es la muerte violenta de dos personas― en victorias simbólicas que se afirman como tales por el hecho mismo de producir o de generar instancias ‘memoriales’: mientras que la violencia policial activada desde el Estado se reproduce a través de una repetición maquinal ―que es, esencialmente, siempre la misma, trátese de desalojo o de represión de una huelga―, los actos de resistencia de los obreros y obreras poseen, en potencia, un poder evocador con propiedades creativas que se actualiza en formas rememorativas más espontáneas: cantos, funerales, discursos, consignas políticas a viva voz, escrituras alternativas (grafitis, panfletos, afiches, inscripciones), apropiaciones del espacio público, testimonios orales, ‘denominaciones’ simbólicas y, en este caso específico, obras documentales.

Habría que referirse, para concluir, al potencial ‘histórico’ de los filmes analizados. Y es que ambas cintas ―como se ha intentado demostrar― constituyen no solamente documentos preciosos de una etapa tumultuosa de la historia reciente de Chile que, según modalidades diversas, atormenta la consciencia política del presente; se trata también, y acaso de manera más relevante, de obras que poseen una enorme potencia de actualidad en el sentido en que subrayan temáticas que siguen siendo conflictivas y que suscitan, todavía hoy, encendidos debates a nivel nacional. En ese sentido, la constatación de Claudia Bossay, según la cual se habría vivido, durante el período de la UP, un proceso de hyper-recording, en el que “se filmaba eventos que en su época aún no revelaban su potencialidad histórica” (2014: 109), resulta más que pertinente. Las declaraciones de Douglas Hübner, quien, entrevistado en 2003 para el periódico El Mercurio, afirmaba, retrospectivamente, que Herminda era “la primera película chilena que se filma desde la perspectiva del actor social”3, no harían más que confirmar esa intuición.

 

Bibliografía

Bolzoni, Francesco (1974), El cine de Allende, Valencia, Fernando Torres.

Bossay, Claudia (2014), “El protagonismo de lo visual en el trauma histórico: dicotomías en la lectura de lo visual durante la unidad popular, la dictadura y la transición a la democracia”, en Comunicación y medios, 29, 106-118.

Corro, Pablo (2012), Retóricas del cine chileno, Santiago de Chile, Cuarto Propio.

Corro, Pablo, et al. (2007), Teorías del cine documental chileno, 1957-1973, Santiago de Chile, Pontificia Universidad Católica de Chile.

De Certeau, Michel (1975), L’Écriture de l’Histoire, París, Gallimard.

Dittus, Rubén, y Erna Ulloa Castillo (2017), “Cartografía del cine documental político chileno: entre el discurso político y la retórica audiovisual”, en Anàlisi, 56, 33-47.

Dumouchel, Paul (2011), Le Sacrifice inutile: essai sur la violence politique, París, Flammarion.

Girard, René (1983), La violencia y lo sagrado, traducción del francés de Joaquín Jordá, Barcelona, Anagrama, primera edición: 1972.

Halbwachs, Maurice (1968), La Mémoire collective, París, Presses Universitaires de France, primera edición: 1950.

Marx, Karl (1993), Le Capital. Livre I, traducción del alemán al francés de É. Balibar et al., París, PUF, col. “Quadrige”, primera edición: 1867.

Mouesca, Jacqueline (2005), El documental chileno, Santiago de Chile, LOM.

—   (1988), Plano secuencia de la memoria de Chile: veinticinco años de cine chileno (1960-1985), Santiago de Chile, Ediciones del Litoral.

Palacios, José Miguel (2013), “Contradicciones del manifiesto de los cineastas chilenos de la Unidad Popular”, en Enfoques al cine chileno en dos siglos, Mónica Villaroel (ed.), Santiago de Chile, LOM, 127-135.

Pick, Zuzana (1984), “La imagen cinematográfica y la representación de la realidad”, en Literatura chilena: creación y crítica, Los Ángeles, Ediciones de La Frontera, 31-40.

Pinto, Iván (2016), “Crítica y crisis en el Nuevo Cine”, en Las rupturas del 68 en el cine de América Latina, Mariano Mestman (ed.), Buenos Aires, Akal, 185-215.

Ricœur, Paul (2004), La memoria, la historia, el olvido, traducción del francés de Agustín Neira, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, primera edición: 2000.

—   (2004), Tiempo y narración. Tomo I, traducción del francés de Agustín Neira, México DF, Siglo XXI Editores, primera edición: 1983.

—   (1998), “Passé, mémoire et oubli”, en Histoire et Mémoire, Martine Verlhac (ed.), Grenoble, Centre Régional de Documentation Pédagogique de l’Académie de Grenoble, 29-45.

—   (1955), Histoire et Vérité, París, Seuil.

Salinas, Claudio, y Hans Stange (2008), Historia del Cine Experimental en la Universidad de Chile, 1957-1973, Santiago de Chile, Uqbar.

Trabucco, Sergio (2014), Con los ojos abiertos: el nuevo cine chileno y el movimiento del nuevo cine latinoamericano, Santiago de Chile, LOM.

Trumper, Camilo (2016), Ephemeral Histories: Public Art, Politics and the Struggle for the Streets in Chile, Oakland, University of California Press.

Valle Dávila, Ignacio del (2014), Cámaras en trance. El nuevo cine latinoamericano, un proyecto cinematográfico continental, Santiago de Chile, Cuarto Propio.

Vega, Alicia (2006), Itinerario del cine documental chileno 1900-1990, Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad Alberto Hurtado.

Viart, Dominique (2008), “Des hommes habités d’histoire: Olivier Rolin, Tigre en papier”, en Cahiers de recherches interuniversitaires néerlandaises, Ámsterdam, Rodopi, 83-97.

Von Trotha, Trutz (1993), “La Dépossession du pouvoir et la déresponsabilisation de l’individu dans l’évolution vers la constitution de l’État et l’acquisition de son monopole de la violence”, en La Violence et l’État. Formes et évolution d’un monopole, Étienne Le Roy et Trutz von Trotha (eds.), París, L’Harmattan, 15-34.

Notas

1 Citado en la sinopsis de Herminda de la Victoria, en Cineteca virtual de la Universidad de Chile (en línea).

2 Citado en la sinopsis de Miguel Ángel Aguilera, presente, en Cineteca virtual de la Universidad de Chile (en línea).

3 Citado en “El despertar del Nuevo Cine Chileno”, en CineChile, Enciclopedia del cine chileno (en línea).

Artículos

—-/ Artículos

Introducción al dossier: “Justicia y ley en el cine documental en América Latina”
Por María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 4-13

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: de “objetos” a sujetos de derecho
Por María Guadalupe Arenillas. Págs.: 14-37

Video nas Aldeias y los terrenos de conflicto indígena en Brasil
Por Ian Erickson-Kery.  Págs.: 38-67

Vigilancia colonial en Puerto Rico: Filiberto o el documental judicial como representación de la ley
Por Juan Carlos Rodríguez. Págs.: 68-94

El cine documental y los procedimientos de la ley: observación y reflexividad en el cine de Maria Augusta Ramos
Por Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 95-120

De documental a documento, de índice a evidencia: el cine de Pamela Yates y el genocidio maya
Por Antonio Gómez. Págs.: 121-139

Índice 20

—-/ Editorial

Veinte números, diez años: cierre de una etapa y comienzo de un nuevo ciclo
Págs.: 1-3

—-/ Artículos

Introducción al dossier: “Justicia y ley en el cine documental en América Latina”
Por María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 4-13

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: de “objetos” a sujetos de derecho
Por María Guadalupe Arenillas. Págs.: 14-37

Video nas Aldeias y los terrenos de conflicto indígena en Brasil
Por Ian Erickson-Kery.  Págs.: 38-67

Vigilancia colonial en Puerto Rico: Filiberto o el documental judicial como representación de la ley
Por Juan Carlos Rodríguez. Págs.: 68-94

El cine documental y los procedimientos de la ley: observación y reflexividad en el cine de Maria Augusta Ramos
Por Gustavo Procopio Furtado. Págs.: 95-120

De documental a documento, de índice a evidencia: el cine de Pamela Yates y el genocidio maya
Por Antonio Gómez. Págs.: 121-139

—-/ Traducciones

Cine documental y cine didáctico 
Por Umberto Barbaro. Traducción de Pablo Piedras. Págs.: 140-145

—-/ Críticas

Acá y Acullá (Hernán Khourián, 2018)
Por Guido Canevari. Págs.: 146-150

El silencio de otros (Robert Bahar y Almudena Carracedo, 2018)
Por Jaime Céspedes. Págs.: 151-158

Sangre de mi sangre (Jérémie Reichenbach, 2014)
Por María Victoria Gomez Vila. Págs.: 159-162

—-/ Reseñas

Golpe de Vista: Cinema e ditadura militar na América do Sul
Nuno Cesar Abreu, Alfredo Suppia, Marcius Freire [organizadores]. São Paulo, Alameda, 2017.

Por Horacio Cappelluti Gayo. Págs.: 163-172

Uruguay se filma. Prácticas documentales (1920-1990)
Georgina Torello (editora). Irrupciones Grupo Editor. 2018.

Por María Emilia Zarini Libarona. Págs.: 173-179

Veinte números, diez años: cierre de una etapa y comienzo de un nuevo ciclo

Descargar texto

Hace diez números quienes formamos parte de la revista Cine Documental elaboramos un editorial conjunto que revisaba el camino recorrido y los retos por venir: hoy, cuando cumplimos una década ininterrumpida de trabajo volvemos a escribir juntas/os celebrando que, en buena medida, pudimos responder a aquellos desafíos, contribuimos a la consolidación de un campo de estudios sobre cine, nos doctoramos y expandimos nuestra red de interlocutoras/es y colaboradores/as. Con la satisfacción de haber aportado a la cultura del cine documental nuevas perspectivas teóricas, analíticas e históricas y habiendo dejado esfuerzo y jirones de juventud en el trayecto, después de veinte números, Cine Documental finaliza un ciclo de trabajo.

Realizada desde la Argentina con referato académico (peer review), nuestra revista ha publicado autoras y autores latinoamericanos y de distintas latitudes alrededor del globo, constituyéndose en una publicación de referencia por su especificidad temática en idioma castellano. Obtuvo reconocimientos científicos e institucionales. Fue indexada en Latindex, Emerging Sources Citation Index y pertenece al Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas; a la vez que fue considerada por el CONICET como perteneciente al Grupo 1. Además, Cine Documental fue declarada de interés cultural por el Consejo de Promoción Cultural del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Res. nº 202); y fue distinguida con una beca para Proyectos Grupales del Fondo Nacional de las Artes, asimismo recibiendo el tercer premio en el Concurso Nacional para Promoción de Revistas Culturales Independientes de la misma institución.

Nuestro balance respecto de las propuestas y contenidos de la revista es muy positivo: han sido siete dossiers específicos coordinados por colegas de excelencia, 106 artículos de calidad, 32 notas entre las que se incluyen entrevistas a importantes cineastas y profesionales, 20 traducciones de textos teóricos e historiográficos que, siendo insoslayables en nuestro campo de estudios, habían tenido una circulación restringida, 82 críticas de films, en atención al pulso de la producción contemporánea, y 74 reseñas de libros especializados que dan cuenta de la vitalidad del campo y la heterogeneidad de enfoques. Hemos tenido entre 7.000 y 10.000 visitas por mes (en mayo pasado ingresaron 9.899 personas al sitio, por ejemplo).

Para nuestro equipo fue prioritario, además, el compromiso con la generación de espacios de reflexión, intercambio y producción de conocimiento de relevancia internacional en materia de cine documental: por eso en 2017 organizamos en Buenos Aires la conferencia Visible Evidence, que se constituyó en uno de los eventos académicos más importantes de la agenda de la región.

En este número presentamos el dossier “Justicia y ley en el cine documental y de no ficción en América Latina”, editado por María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado.

Decíamos en nuestra primera editorial: “los textos y reflexiones que se publican en Cine Documental se proponen fomentar el diálogo con los diversos agentes implicados en el campo: académicos e investigadores, aficionados y seguidores, productores y realizadores. Privilegiamos una mirada esencialmente latinoamericana, que aborde fenómenos de distintas latitudes pero sin deslindarse de sus determinantes políticas, ideológicas y geográficas. Porque consideramos que, aunque nos encontremos en un extremo –no solo geográfico– del mundo, estamos habilitados a discutir sobre la historia y las tendencias del cine documental en su conjunto”. Ese interés personal por el cine documental se transformó muy felizmente en un proyecto colectivo que involucró a muchísimas personas, desde los demás miembros del equipo hasta los colaboradores eventuales de cada número, llegando a cada uno de los lectores/as.

Veinte números y diez años después de este enunciado de intenciones, creemos haber cumplido con esos objetivos. Agradecemos en esta editorial a todas/os aquellas/os que colaboraron con la revista durante estos años a través de sus artículos, críticas, reseñas y entrevistas, especialmente a las compañeras y compañeros que formaron parte del equipo de redacción y a los miembros del comité asesor. Cerramos así el trayecto de esta primera época de la revista.

En adelante, un nuevo equipo continuará con la labor iniciada para ampliar, profundizar e inventar nuevas miradas sobre el universo del cine documental e internacionalizar todavía más el alcance de la revista. Informaremos de las novedades en los próximos meses.

Directores: Javier Campo y Pablo Piedras
Jefe de redacción: Lior Zylberman
Equipo editorial: María Aimaretti, Pablo Lanza, Soledad Pardo y María Emilia Zarini
Secretario de redacción: Hernán Farías Dopazo
Diseño: Débora Galun

Cine documental y cine didáctico

Descargar texto

Umberto Barbaro

Traducción de Pablo Piedras

Quien, consciente de las limitaciones de los conceptos de “arte autónomo” y de técnica artística, examine –así sea grosso modo– los medios expresivos del cine, su denominada “técnica”, comprende inmediatamente el hecho de que esta descansa en la conocimiento de los instrumentos necesarios para la producción del film y de los resultados que un empleo a consciencia de estos puede brindarle.[1]

Todos hemos oído muchas veces, con aires de constatación profunda y misteriosa, que “¡frecuentemente la cámara nos toma desprevenidos!” y se ha disertado muy a menudo en Europa y en los Estados Unidos sobre el accionar milagroso de esta. “¡Yo soy el ojo de la cámara! ¡Yo, el ojo mecánico! ¡Yo, máquina, les muestro el mundo como solo yo puedo verlo! (Dziga Vertov, Kinoki, Perevorot, en Lef, 1923, n° 3). Estas son las frases lapidarias de la teoría, que gozaron de enorme difusión bajo el nombre de Cámara-ojo, y a las cuales se refieren asiduamente todavía hoy algunos cineastas, en especial, los documentalistas.

Se trata de una suerte de misticismo de la cámara, que tiende a dotarla de autonomía y de impulsos maravillosos que la harían apta para capturar aspectos ignotos e imprevistos de la realidad, y tal vez de revelar la esencia profunda y oculta de las cosas.

Sin embargo, debería ser evidente que la cámara puede tomar desprevenidos solo a aquellos que desconocen su funcionamiento, que no saben dominarla, y que no están a la altura de predecir sus efectos. El milagrismo místico de la cámara no es otra cosa que la obvia coartada de la prosaica incapacidad de aquellos que ignorando sus características la operan al azar. Del mismo modo que los niños dicen: “se me ha roto el tintero” o “se me ha secado la lapicera”; y del mismo modo en que los malos actores dicen: “no me sale” en relación con las expresiones que para ellos son difíciles de recrear o de apropiarse. Pero, así como no existe en el tintero la autonomía que lo haga caerse y romperse por sí mismo, tampoco existe en la cámara un efecto fotográfico proporcional al uso que se ha hecho de ella; efecto que para ser buen director es necesario saber prever y deliberadamente provocar de acuerdo a las exigencias artísticas de la propia película.

Es claro que usando un filtro determinado veré, supongamos, un vestido que es en realidad rojo aparecer blanco en la pantalla; y que, impregnando la cinta de una emulsión específica, aquel mismo vestido me resultará negro. Fabuloso milagro solo para aquellos que ignoran el funcionamiento fotográfico de los colores, el uso de los filtros y el valor de las diversas emulsiones. Del mismo modo es claro que si filmo una planta, registrando cada día ocho fotogramas por el lapso de tres meses y después proyecto los pocos metros que obtuve a velocidad normal, asistiré al espectáculo, nuevo para el ojo humano hasta ayer –y hasta cierto punto, no solo inédito sino agradable– del nacimiento de las hojas y de las flores. Pero todo esto no tiene nada de milagroso ni de artístico en sí. Como no es milagrosa ni artística la captura en ralentí de una saltadora de garrocha o de un clavadista que parecen contender las leyes de la gravedad.

Es a estos milagros a los que una estética fílmica de profunda raigambre literaria le ha entonado ditirambos. Siguiendo con esta lógica terminaremos llamando milagrosa o artística, tarde o temprano, a la imagen –sin dudas inédita para el ojo humano– de una colonia de bacilos vistos a través del microscopio.

De este misticismo renunciatario surge también la teoría, ya refutada en otra parte (Biancho e Nero, AI n°5), de que la cámara, en primerísimo plano, registraría, contra toda evidencia natural, el carácter del individuo, “más allá de la cara que se pone, la cara que se tiene”, por lo que la cámara por sí sola podría leer entre líneas (Béla Balàzs). Pero esto ocurriría con actores no profesionales o con actores inexpertos; no con verdaderos artistas, los cuales, por definición, están en condiciones de dominar la propia materia que, para el caso, no es solo la propia acción y la propia mímica más evidente, sino aquello que Balázs llamó microfisonomía; como resulta de los ejemplos que óptimamente ilustran sus análisis de los primeros planos de Asta Nielsen.

Asta Nielsen

Asta Nielsen en Hamlet (Svend Gade, Heinz Schall, 1921)

Milagros de este tipo asignados a la cámara (es una barbaridad definirlos de esa forma) los ofrecen también los dispositivos de registro sonoro, el proyector y, como se ha dicho, el microscopio e incluso el caleidoscopio, y miles de otros aparatos y juguetes de los cuales la humanidad se sirve cotidianamente. Y no son milagros ni arte si no hay una personalidad artística para provocarlos, previendo exactamente el resultado de los instrumentos que utiliza para el propósito de su creación. O incluso, cuando se trata de materiales ocasionales, lo mismo ocurre si una personalidad artística no interviene para organizarlos, para fusionarlos, y para darles validez y valor estético.

En este último caso la fuerza creadora se vale de un estímulo externo, más que de cualquier otro, así como hacía Leonardo cuando a partir de una mancha de tinta dibujaba una caricatura significante. Pero se trata de un milagro que en vano intentan reproducir, a partir de sus enchastres, todos aquellos que, incapaces de escribir o de diseñar, siembran manchas de tinta sobre el inocente candor de la hoja de papel.

Hombre de Arán

Hombres de Arán (Robert Flaherty, 1934)

Que el film documente una realidad es un hecho que no tiene ninguna importancia, fuera del caso particular. Y todo lo que el film documenta vale solo como precedente o consecuente del arte que se pone en tal acción. Afirmar la posibilidad de esta documentación es afirmar una verdad tan limitada y parcial como cualquier otra que podría sostenerse con los mismos derechos: que el diseño o la pintura documentan la historia. Y será incluso en un cierto sentido admisible, pero buscar valores similares extrínsecos y hacer depender de ellos la calidad de la pintura es como buscar mariposas debajo del Arco de Tito, o como tratar como obras de arte los mapas o los bocetos de moda o los otros trastos que estorban (auténtica prueba de fuego) los salones de estetas pretenciosos de todo el mundo. En cambio, el cine, dada su naturaleza, tiene límites estrechísimos en su capacidad de documentar. Esta es una proposición que no asombra a quien conoce el cine como forma artística y no como juguete, y que debería ser tenida presente constantemente para quien se ocupa del cine documental y del cine didáctico. El documento, de hecho, vale solamente cuando le habla elocuentemente al espectador, cuando es un elemento que se ofrece para su reflexión, como confirmación de un razonamiento o una intuición precedentes. Ciertos valores estilísticos me permiten reconocer un cuadro como perteneciente a una época determinada de un determinado pintor y el encargo que se le hizo, está aquí, ahora, para confirmar mi atribución, fruto de un sutil razonamiento crítico. Pero el cine no es el lenguaje de los razonamientos, su forma no es la del concepto, precisamente porque la película es arte. ¡Prueben explicar por medio del lenguaje musical las consecuencias de la Reforma o las causas de la Revolución Francesa! O prueben ilustrar el funcionamiento de la caldera a vapor o del tren. Podrían reproducir, en el mejor de los casos, la sinfonía Pacific de Honegger [N. del T.: la sinfonía de Honegger reproduce el sonido del tren], la que afortunadamente, sin embargo, nos deja en las sombras los misterios del tender y de sus componentes.

En cuanto arte, el cine, no puede ser el lenguaje de los documentos en bruto ni de los conceptos. Y no se distinguirá nunca en un documental hasta qué punto lo que muestra ha sido falseado, como no se logrará demostrar en un film los principios de razón suficiente y del tercero excluido. Con esto no se quiere desterrar el documental o el film didáctico de la producción cinematográfica: ¡todo lo contrario! Solo se desea que estos géneros no se distingan de los otros ya que efectivamente no pueden diferenciarse. Se quiere sugerir que la eficacia de estos géneros, incluso en cuanto tales, no puede provenir de otra parte que de sus valores reales: de su arte. No se trata de enseñar ofreciéndole al espectador aquellos conocimientos más o menos nuevos para él, sino de enseñar con ese potentísimo instrumento formativo que es el arte. Hombres de Arán [Robert Flaherty, 1934], por citar uno de los mejores documentales de los que se tengan noticias, no vale tanto por la ilustración de las condiciones de vida que este brinda de un colectivo humano, o por el conocimiento que comunica de la estructura geológica de una determinada isla, sino por el valor artístico de esta, digamos, documentación. Así es como estará de acuerdo quien recuerde, en ella, la escena del niño que se acerca a la saliente frente al mar, de cuya profundidad nos advierte indirectamente el grito de la gaviota, o la escena extraordinaria de la fatigosa recolección de un poco de tierra para los futuros pobres cultivos. Esta visión de la isla y de sus habitantes amerita para nosotros calificarla como una lírica y no como un tratado.

Notas

[1] Versión original: Barbaro, Umberto, “Documentario e didattico”, Cinema n°71, Junio de 1939, 366-367. Un especial agradecimiento a mi amigo Juan José Vidal por su revisión de esta traducción.

Video nas Aldeias y los terrenos de conflicto indígena en Brasil

Descargar texto

Por Ian Erickson-Kery

Resumen

El presente ensayo aborda la relación entre la producción documental de Video nas Aldeias, una colaboración iniciada en 1987 entre cineastas y antropólogos brasileños y varios grupos indígenas, y la ley. Traza las evoluciones legales y políticas en Brasil desde la ratificación de la constitución actual en 1988, que consagró el derecho de demarcación de tierras indígenas, para argumentar que el proyecto da forma cinematográfica a las posibilidades e impases de la ley con respecto a las poblaciones indígenas, y más específicamente, a la aun parcialmente cumplida reivindicación de sus tierras. Visto de este modo, el proyecto no sólo interviene en las convenciones del cine etnográfico, sino también desafía más ampliamente las funciones establecidas de los conceptos legales de territorio evidencia. El análisis detallado de películas de distintos periodos en la trayectoria del proyecto revela como el cine documental consigue complementar la ley de forma necesaria mientras contiene sus propios límites como herramienta de abogar. Sin embargo, la creciente hostilidad de las esferas legales y políticas hacia la cuestión indígena en Brasil demuestra la necesidad de formas culturales capaces tanto de insertarse en esas esferas como de mantener una distancia crítica de ellas.

Palabras clave: Video nas Aldeias; derecho de demarcación de tierras indígenas; territorio; evidencia.

Abstract

This essay considers the relationship between the documentary production of Video nas Aldeias, a collaboration initiated in 1987 between Brazilian filmmakers and anthropologists and various Amazonian indigenous groups, and the law. It traces legal and political developments in Brazil since the ratification of the current constitution in 1988, which enshrined the right to indigenous land demarcation, arguing that the project gives cinematic form to the possibilities and impases of the law with respect to indigenous populations, and more specifically, to the only partially accomplished recognition of their lands. Seen in this light, the project not only intervenes in the conventions of ethnographic film, it also more broadly challenges the established functions of legal concepts of territory and evidence. Through detailed analysis of films from distinct periods in the trajectory of the project, the essay shows how documentary cinema supplements the law in a necessary fashion while containing its own limits as a tool of advocacy. The growing hostility towards the indigenous question in Brazilian legal and political spheres, however, demonstrates the necessity of cultural forms capable both of insertion into such spheres and of maintaining a critical distance from them.

Keywords: Video nas Aldeias; right to demarcate indigenous lands; territory; evidence.

Resumo

O presente ensaio aborda a relação entre a produção documentária de Vídeo na Aldeias, uma colaboração iniciada em 1987 entre cineastas e antropólogos brasileiros e vários grupos indígenas, e a lei. Traça as evoluções legais e políticas no Brasil desde a ratificação da constituição atual em 1988, que consagrou o direito de demarcação de terras indígenas, para argumentar que o projeto da forma cinemática às possibilidades e impases da lei em relação às populações indígenas, e mais especificamente, à ainda parcialmente cumprida reivindicação das suas terras. Visto deste modo, o projeto não só intervém nas convenções do cinema etnográfico, mas também desafia mais amplamente as funções estabelecidas dos conceitos legais de território e evidência. A análise detalhada de filmes dos distintos períodos na trajetória do projeto revela como o cinema documentário consegue complementar à lei de forma necessária enquanto contem seus próprios limites como ferramenta de advogar. Não obstante, a crescente hostilidade das esferas legais e políticas pelas questões indígenas no Brasil demonstra a necessidade de formas culturais capazes tanto de inserir-se nestas esferas quanto de manter uma distância crítica delas.

Palavras-chave: Video nas Aldeias; direito de demarcar terras indígenas; território; evidência.

Datos del autor

Ian Erickson-Kery es estudiante de doctorado en el departamento de Romance Studies en la Universidad de Duke, Carolina de Norte, EEUU; y licenciado en Literatura Comparada por la Universidad de Columbia, New York, EE.UU.

Fecha de recepción: 1 de febrero de 2019.
Fecha de aprobación: 5 de junio de 2019.

Uno de los primeros decretos de Jair Bolsonaro tras asumir la presidencia brasileña en enero de este año fue privar a FUNAI (la Fundación Nacional del Indio) de la responsabilidad de administrar la demarcación y protección de tierras indígenas y transferirla al Ministerio de Agricultura. En varias ocasiones, el presidente expresó su hostilidad hacia lo que llama una “industria” de demarcaciones, prometiendo frenarlas y hasta revocarlas. Su política indígena representa el agravamiento de un deterioro que se viene produciendo hace aproximadamente dos décadas. La constitución brasileña, ratificada en 1988, en medio de la redemocratización del país, proclamó el derecho de control autónomo de tierras ancestrales y le encargó a FUNAI que demarcara todas estas tierras en cinco años. Ésta resultó ser una exigencia imposible de cumplir; sin embargo, en los años 90 se realizó un intenso proceso de demarcación que se redujo en los 2000 hasta una moratoria, a todos los efectos, desde el segundo mandato de Dilma Rousseff (2015-16) (Pringle, 2015: 1085). La inmensa expansión de la industria agropecuaria ha facilitado su creciente poder político hasta su apoteosis en el presente. Esta trayectoria, sin duda, ha tenido repercusiones graves en cuanto a la cuestión indígena.

El presente artículo abordará la evolución de la política indígena brasileña durante las últimas tres décadas a través de la producción de Video nas Aldeias (Video en las aldeas) y su fundador Vincent Carelli. Carelli, quien había trabajado para FUNAI en los años 70, dio inicio a Video nas Aldeias en 1987 con el propósito de abogar por los grupos indígenas que, en esa época, comenzaban a revindicar sus derechos territoriales. Junto con la antropóloga Virginia Valadão descubrió inmediatamente que el proyecto no podía constar de una mera documentación unidireccional. Los grupos con los cuales trabajaban exigían, de varios modos, participación en los procesos de producción y por extensión, su propia representación. Es decir, ellos entendían plenamente el papel de la cámara como un dispositivo de contacto con la sociedad brasileña. Como Pat Aufderheide comenta, “era un momento en el que los indígenas se acostumbran a emplear el video en negociaciones políticas con los brasileños, y así a asociar la narración con la defensa cultural” (Aufderheide, 2008: 28). Mientras los cortometrajes tempranos, como veremos, emplearon estrategias documentales tradicionales como entrevista y voz en off, gradualmente se desarrolló un modo más directo, de estilo cinema verité. Se abrió, entonces, un campo de experimentación que llevaría a Carelli, en colaboración con la cineasta Mari Corrêa, a descentralizar el proyecto y dar plena autonomía a los grupos indígenas en la producción de películas, empezando por un programa de talleres cinematográficos en 1997 (Aufderheide, 2008: 28).

La mayoría de los comentarios sobre Video nas Aldeias se han centrado en dos cuestiones principales: primero, sus implicaciones para la tradición de cine etnográfico (ver Ruby, 1992; Ginsburg, 1999; Furtado, 2019) y segundo, su repercusión con audiencias tanto en Brasil como en el circuito de cine documental internacional (ver Aufderheide, 1995; Aufderheide, 2008). Rachel Moore, discutiendo el proyecto Kayapó, un precursor de Video nas Aldeias en el que trabajó Carelli, ataca las premisas del video “directo” indígena por, “aligerar la carga moral de la representación” y, a la misma vez, reinstaurar el fetiche de “lo primitivo” (Moore, 1992: 17). Moore argumenta que “el ‘placer del espectador deriva no de participar directamente en el contenido de la película, sino de discernir el residuo mimético activado por el encuentro entre primitivo y civilizado. Si el contacto es, de hecho, el mito que nos define, el video indígena se vuelve una larga performance de ese mito por su recepción en el primer mundo” (Moore, 1992: 21). En cambio, Aufderheide, discutiendo Video nas Aldeias, propone que las audiencias internacionales a menudo se decepcionan con lo que ven en los videos porque no colman sus expectativas de indígenas “puros,” “congelados en el tiempo,” “trágicamente condenados” y “penosos” (Aufderheide, 2008: 29).

El siguiente análisis considerará el problema de contacto más en términos legales que culturales, centrándose más en la lucha por los derechos territoriales que en la cuestión de recepción en el mundo “occidental”. Es decir, en vez de entender el contacto solo como una relación entre lo representado y el espectador, interrogaré la cuestión de contacto según se desarrolla en el territorio, con el involucramiento de actores de varias posiciones sociales y legales. De este modo, la cámara es un mediador entre varios, incluyendo la ley. A su vez, la imagen del indígena -como se consume en el occidente- se vuelve secundaria en relación con su representación ante la ley. Evidentemente la representación cultural y la representación legal están interrelacionadas, pero no son sinónimas; la cuestión de territorio y demarcación, por ejemplo, tiene mucho más que ver con la segunda, dado que va mucho más allá de la imagen. En otras palabras, existe una tendencia a centrarse analíticamente en la idea o la imagen de contacto sin lidiar con su realidad y los procesos históricos e institucionales que la definen. Las múltiples escenas de contacto en las películas en cuestión -contacto no solo con los cineastas sino también con agentes del Estado, estancieros, asesinos a sueldo y peatones- no son re-presentaciones de acontecimientos históricos, sino evidencias de las múltiples formas de contacto que los indígenas enfrentan hoy en día. Sólo en 2017, la justicia brasileña procesó casi 700 casos de invasión belicosa en territorios indígenas, una cifra que va aumentando dado a políticas que favorecen cada vez más a los terratenientes (Cavalcanti, 2019). Carelli y Video nas Aldeias, a lo largo de tres décadas, han formado parte de esta dinámica con el doble papel de observadores críticos y participantes. En el espacio entre estos dos papeles surgen ambigüedades a la vez incómodas y reveladoras. En un intento de entender esta contradicción más allá de la mirada cinematográfica occidental, la examinaré frente a las negociaciones y evoluciones de la ley.

La producción de Video nas Aldeias interroga la compleja relación entre “hecho” (lo que se registra) y “evidencia” (lo que se moviliza a través de estructuras interpretativas o legales para hacer declaraciones fácticas, sobre todo frente al Estado). En el contexto indígena, esta relación se complica por la presencia de múltiples estructuras interpretativas, a veces irreconciliables, que pesan en los mismos eventos. La intraducibilidad de ciertas narrativas o ciertos conceptos entre los sujetos indígenas y sus observadores -al otro lado de la cámara o de la pantalla- refleja problemas de traducibilidad en el ámbito legal, en el cual hay una fricción entre conceptos indígenas de territorio y las estructuras legales que reparten la tierra como propiedad privada o dominio público, custodiado por el Estado. Un aspecto central de la defensa que hace Video nas Aldeias por parte de sus colaboradores indígenas es subrayar la relación ambivalente entre hecho y evidencia documental para comunicar una disyunción paralela entre experiencia indígena y jurisprudencia legal. Esto tiene el doble efecto de mostrar los límites de la ley y señalar posibles modificaciones de ella para mejor atender a las exigencias indígenas. Veremos cómo Video nas Aldeias no sólo representa, sino también da forma a impases y fracasos legales. También veremos otros casos en los cuales suceden triunfos en la alteración de los procesos legales, alteraciones que las películas buscan captar en su forma. En otras palabras, la forma en que los documentales presentan evidencia es capaz tanto de apoyar como de criticar los procedimientos legales.

El registro audiovisual de grupos indígenas puede implicar una reivindicación de territorio como la constitución brasileña consagra -así como el registro de violencia puede implicar culpabilidad- pero la aplicación de la ley es altamente imprecisa, como el lento y complejo procedimiento de demarcación lo demuestra. Como veremos, Video nas Aldeias ha presentado, en varias ocasiones, material grabado como evidencia a diferentes cortes y a la sociedad civil. Sin embargo, la forma de los documentales sugiere un esfuerzo para evitar su inscripción en el lenguaje de la ley. La ambivalencia del proyecto hacia la ley ha aumentado a lo largo de las décadas junto con la intensificación de las hostilidades en el ámbito político-legal brasileño. Para trazar este movimiento, compararé algunos cortometrajes tempranos claves con dos largometrajes recientes, Corumbiara (2009) y Martíro (2016), destinados para su distribución en línea. Esta trayectoria revela la tensión inherente en cualquier aproximación a la cultura indígena a través de las instituciones y los modos de representación occidentales -una tensión que resulta productiva en algunas instancias y limitante en otras.

Los desafíos representacionales y legales enfrentados por el proyecto pertenecen a la carga histórica de una noción de territorio vinculada a proyectos de expansión nacional y regímenes de acumulación capitalista. Esta noción tiene raíz en el principio legal romano de res nullius, o “propiedad” sin dueño, que puede ser captada a través del acto de occupatio, o la primera demanda hecha por un sujeto legal del Estado. La exclusión de no sujetos como esclavos muestra los límites evidentes de este “derecho” de posesión supuestamente libre; bajo el principio, lo que no es propiedad no es tenido en común sino propiedad futura de quien pueda captarla forzosamente. Este principio se aplicó a la expansión territorial a partir del proceso de conquista de América entre los siglos XV y XVII, a través de lo cual tierras indígenas se consideraban efectivamente terra nullius por la supuesta falta de “cultivo”. La articulación legal de este argumento tomó forma distinta bajo diferentes regímenes, sin embargo, tanto en Brasil como en las colonias inglesas en América del Norte impulsaba el dominio violento de terratenientes europeos sobre el territorio.

Carl Schmitt (2002) muestra el papel fundamental que los procesos de conquista tuvieron en lo que entendemos como el Estado moderno y su territorio. Sitúa el origen de la doctrina de administración legal de territorio fijo -es decir, el sistema moderno de estados soberanos- en el repartimiento de tierras coloniales en las Américas a partir del siglo XV con la firma del Tratado de Tordesillas entre España y Portugal. Fundamentalmente, Schmitt señala que la formación de doctrinas legales vinculadas al establecimiento de líneas de frontera también dio lugar a un nuevo concepto de “guerra justa” (jus ad bellum) según la cual la guerra se justificaba en territorios que permanecían más allá de las líneas establecidas: es decir, el espacio no colonizado por sujetos europeos. La persistencia de esta modalidad legal sigue contribuyendo a la irregularidad de la aplicación de la ley en espacios ajenos a los centros de jurisdicción, entre ellos, las partes remotas de Amazonia.

Desde la colonización de Brasil, el sistema legal portugués favoreció una noción de “cultivo” impulsado por el repartimiento de enormes capitanias y sesmarias a familias vinculadas a la monarquía. Ellas eran obligadas a demonstrar su dominio sobre estos territorios bajo la pena de devolución de las tierras a la corona. Cuando Brasil se volvió independiente de Portugal en 1822, las tierras no pobladas fueron “devueltas” al estado, ganando la designación terra devoluta. A lo largo del siglo XIX, la percibida necesidad de “desarrollar” estas tierras impulsó varios proyectos estatales de colonización interior, ahora bajo propietarios más pequeños en vez de latifundistas. Tanto las exigencias de “consolidación” nacional como las del mercado mundial (por ejemplo, la creciente demanda de caucho) incentivaron iniciativas estatales para asentar los extremos del interior (Hendlin, 2014: 150). Como Yogi Hale Hendlin plantea, los “territorios desconocidos e ilegibles a planeadores y políticos lejanos exigían la población de áreas ‘oscuras’ en el mapa con compatriotas dedicados a la mentalidad generalizada de cultivo y acumulación” (Hendlin, 2014: 150). Los sujetos estimulados a desarrollar las fronteras del país eran étnicamente heterogéneos; sin embrago, las poblaciones indígenas autóctonas de estas regiones necesariamente existían fuera del emergente cuerpo político-consideradas o salvajes o infantiles.

En los años 1960 y 70, bajo la dictadura militar, se sometió a Amazonia a la pulsión renovada e intensificada del cultivo de las vastas terras devolutas. El régimen facilitó la masiva expansión de extracción mineral y agricultura en el norte y oeste de Brasil con la construcción de carreteras y otros incentivos para el asentamiento y actividad empresarial. Un nuevo periodo de expansión capitalista, favorable a emergentes circuitos de capital transnacional, también dio lugar nuevamente a la ideología nacionalista. Este nacionalismo no era sólo lingüístico (el brasileño tenía que hablar portugués); también formulaba un nuevo concepto de ciudadano como consumidor y explotador de tierra. Hendlin sigue, “en efecto, el gobierno brasileño rechazaba la soberanía de la población indígena por su falta de explotación de las tierras que habitaba. La ‘infrautilización’ de recursos amazónicos de manera que visiblemente ‘comprobaba’ la posesión de la tierra ponía en peligro, supuestamente, las aseveraciones del gobierno sobre la ocupación de la tierra, dejándola vulnerable a entidades internacionales que la a percibía como terra nullius” (Hendlin, 2014: 151).

Es en el contexto de esta verdadera estampida para el control de territorios y recursos que las primeras películas de Video nas Aldeias tienen lugar. Pemp, un documental de 27 minutos de 1988, traza las luchas territoriales de los Parakatéjé (o Gavião) en el sur de Pará, una región sometida a proyectos de desarrollo masivos en los últimos años de la dictadura militar. Un narrador nos explica, al inicio de la película, que “al contrario de la experiencia de muchos grupos indígenas brasileños, los Gavião lograron resistir los avances del capitalismo en el área. Defendieron forzosamente su autonomía política, su territorio y su cultura. Supieron cómo crear su propio lugar de sobrevivencia”. La primera secuencia yuxtapone material grabado de rituales de los Gavião con operaciones mineras y ferrocarriles, y los patrones de desarrollo en la región aparecen en un mapa. Vemos el centro atestado de la ciudad de Marabá, que ha alcanzado una prosperidad relativa en medio del desarrollo de la región. La película, como las otras de Video nas Aldeias, no aísla el material de la vida diaria indígena de la vida occidentalizada en las fronteras de extracción. De hecho, el proyecto ha proporcionado un archivo denso de imágenes de los espacios heterogéneos del interior agreste de Brasil. Es esta proximidad de espacios dispares que alimenta la conflictividad de la región e impulsa luchas por la demarcación. Las películas desmienten tanto la ideología de “progreso” o “prosperidad” como la noción de un mundo indígena depurado y “auténtico”, una imagen a menudo deseada por el consumidor occidental y también la ley. Se niegan a evadir, por lo tanto, las ambigüedades de este contexto; nos presenta evidencia visual no bajo un discurso inequívoco, sino a través de modos de yuxtaposición.

Erickson-Kery_Figura_1

Pemp (1988)

La próxima parte de la película presenta la historia reciente de los Gavião a través del uso de fotografías de archivo y entrevistas. Aprendemos que las enfermedades decimaron una gran parte del grupo tras el contacto con colonos del Río Tocantins en la primera parte de los años 1960. Los sobrevivientes se retiraron y se dispersaron. A finales de esa década, durante la construcción de la carretera Transamazónica, FUNAI encontró a una parte de la población y la puso forzosamente en la reserva Mãe Maria. Esta reserva funcionaba como plantación de nueces en la que los indígenas trabajaban sin remuneración, lo que se documenta con material grabado. FUNAI, como el episodio prueba, tenía fines paternalistas y explotadores o, en algunas instancias, incorporaba a los indígenas en regímenes laborales esclavizados. En este caso, sin embargo, los Gavião eventualmente lograron expulsar a los funcionarios de FUNAI y asumir el manejo del negocio. Hasta hoy los Gavião mantienen un grado atípico de estabilidad territorial y material, que ha facilitado esfuerzos por recuperar prácticas ceremoniales tradicionales. El narrador explica cómo el líder Kokrenun invitó a Video nas Aldeias a grabar estas prácticas para su mejor preservación. Por lo tanto, vemos cómo el contacto entre la organización y los indígenas es menos abstracto o mítico (como suponen algunos críticos) que dialógico. Pemp, como otras películas del proyecto, enfatiza los particulares conflictos históricos, legales, y económicos de los grupos. Así implica modos de legibilidad o reconocimiento occidental -la historia, la ley, la economía, etc.- mientras se distanciando de su lógica. El “contacto,” entonces, se vuelve menos una cuestión de imposición que una negociación, que obviamente contiene sus propios problemas. En Pemp, las habilidades de Kokrenun como negociador -especialmente en términos de los altos pagos que negocia con la compañía eléctrica de Pará (CELPA) para el uso de tierras Parakatéjé- resultan en grandes beneficios para el grupo. Es este caso, el conflicto territorial se resuelve, no tanto debido a las estructuras sino a pesar de ellas. La autonomía que los Gavião ganan se nos presenta como excepción en la lógica de expansión capitalista, pero de cualquier modo, no es una autonomía que satisface el imaginario de lo primitivo.

Boca livre no Sararé (Pase libre en Sararé) (1992, 27 minutos) muestra un conflicto territorial en Mato Grosso do Sul que se resuelve de modo menos claro y beneficioso. Acompaña la invasión de buscadores de oro en las tierras Nambiquara, un conflicto que motiva la estructura narrativa del documental por entero. A diferencia de Pemp, la película no se centra en las prácticas culturales de los Nambiquara. De hecho, el espectador recibe más entendimiento etnográfico sobre la situación de los buscadores. La película contiene una energía decididamente más espontánea, en cierto modo replicando la naturaleza inconclusa del conflicto en cuestión. Mientras Pemp abre con los rituales vigorosos de los Gavião, el comienzo de Boca livre no Sararé muestra las condiciones empobrecidas de los Nambiquara. Un hombre demacrado se aproxima a la cámara con un bastón y anuncia, “dinero, mucho dinero,” en Nambiquara, mientras amenaza golpearla. La lente se aparta con un estruendo de percusión, y el audio hace un corte a la canción “Fora da ordem” (“Fuera del orden”) (1991) de Caetano Veloso. La canción proclama una secuencia lúdica de imágenes, y tenemos la impresión de que la cámara está de algún modo fuera del lugar en la aldea: una niña se ríe nerviosamente y se esconde detrás de un tocón, un mapache trata de copular con un gato, una mujer Nambiquara que sostiene un bebé reprende a otro aldeano por fumar un cigarrillo y en la calle un hombre agarra una tortuga y se ríe… Las imágenes son adecuadas a la letra de la canción de Veloso y al título del video. Además, muestran una zona incomoda en las orillas del mundo “moderno”. Los Nambiquara que vemos son menos indígenas románticos que sujetos empobrecidos.

La “batalla campal” en cuestión no es tanto una situación de anarquía como una de aplicación selectiva de la ley. El territorio Nambiquara fue demarcado por FUNAI en los años 80 durante la construcción de una carretera. La demarcación, sin embargo, no ha prevenido incursiones constantes de buscadores y leñadores. El documental traza la presencia de estructuras legales contradictorias, hechas para beneficiar o los Nambiquara o los invasores. Si la política federal de demarcación es dirigida hacia la protección de indígenas, a la misma vez las autoridades estatales y locales han inventado estructuras que evaden las leyes federales y facilitan la prospección, como la de una cooperativa minera establecida de la frontera de las tierras Nambiquara que permite entrar, clandestinamente, y buscar oro. Entrevistas con políticos locales y buscadores proveen impresiones de las varias posiciones ideológicas que respaldan la prospección. El alcalde de la municipalidad próxima nos dice que el tamaño del área indígena es demasiado grande en relación a su población, y un buscador después agrega que, “hay solamente 14 indios en la reserva, y hay 5.000 de nosotros buscadores aquí”. Otro buscador pregunta, “¿Con qué exactamente contribuye el indio a Brasil? ¿Qué produce que beneficia Brasil?” El alcalde se acuerda: “los buscadores, ellos son los que realmente ayudan el desarrollo de este pueblo”. Las recientes proclamaciones de Bolsonaro y su gabinete demuestran la actualidad de la misma ideología.

Erickson-Kery_Figura_2

Boca livre no Sararé (1992)

Para contrariarla, el video incluye entrevistas con otros funcionarios que lamentan los daños ambientales de la prospección y el involucramiento de los buscadores en el narcotráfico. Vemos registro audiovisual aéreo de un río contaminado y una escena de dos hombres empaquetando cocaína, tomas que asumen el papel de evidencia de los testimonios orales. Sin embargo, la sucesión rápida de imágenes y entrevistas le da un efecto equívoco a la evidencia. Las tácticas ofuscadoras dentro de la forma del documental son analógicas al enredo de ley y la ideología. El efecto es sumamente ambiguo. Hay momentos en que la película parece hasta simpatizar con los buscadores, que en muchos casos han llegado a Mato Grosso do Sul como resultado de la extrema precariedad económica y que son, en casi todo sentido, marginales en relación a la ley. Por lo tanto, podemos decir que la película comenta a un nivel más sistemático que moral. En vez de condenar a los buscadores, muestra cómo la aplicación caprichosa de la ley abre oportunidades económicas para ellos dentro de un sistema en que son escasas. Evadir el comentario moral es una estrategia poco común entre documentales que también tienen propósitos políticos. En este caso, sin embargo, un propósito político fundamental es criticar la forma en que se aplica la ley. En vez de explicitar tal propósito, se presenta como contradicción dentro de la forma de la película en sí.

Boca livre no Sararé cierra con niveles adicionales de incertidumbre legal. El Banco Mundial le ha ofrecido al Estado de Mato Grosso do Sul un préstamo significante, pero con la estipulación que el estado expulse a los buscadores, ya notorios a causa de la circulación de historias e imágenes en los medios. El gobernador del estado, simpatizante de los buscadores, declara un “acuerdo de caballeros” en el que les da 60 días para evacuar los territorios demarcados. Esto, como aprendemos en testimonios de la película, sólo agrava la situación, y el número de buscadores se duplica durante el plazo. Como el estado está endeudado, el Banco Mundial tiene el veredicto final.[1] El hecho de que la inversión extranjera dicte la ley -aun si de forma beneficiosa para los Nambiquara- demuestra un motivo central para su fragilidad institucional. Tenemos la impresión de que la autoridad moral del Banco es ilusoria, y que las protecciones que los Nambiquara han ganado son temporarias. Los buscadores, por su parte, tendrán que recurrir a crímenes más serios para sobrevivir. Durante la última secuencia de la película, Marcelo dos Santos, activista pro-indígena y funcionario de FUNAI, nos cuenta exasperadamente sobre la incompetencia de la ley. Describe sus esfuerzos fracasados para frenar el talado ilegal: “cada vez que pasamos por todos los canales y procedimientos legales -apresar a los leñadores, llevárselos a la policía federal, ir a la justicia- nos volvemos administradores de la madera, pero ellos regresan de nuevo y la roban porque nos faltan los recursos necesarios para vigilar el área. La única manera que hemos encontrado para evitar su regreso y robo, como ya ha ocurrido varias veces, es destruir la madera”.

Como el testimonio de dos Santos demuestra, la colección de evidencia y su presentación en el tribual no ha rendido una solución al conflicto continuo en Sararé. El documental cierra con más Veloso, la canción “O cu do mundo” (“El culo del mundo”), que salta a música disco. Simultáneamente, el video se desplaza de bulliciosas escenas de los buscadores a una escena de un hombre Nambiquara encendiendo un fuego. Las llamas llenan el marco durante los créditos. La narrativa del documental, entonces, resulta en un impase provocado por el fracaso de la ley. Hay abundante evidencia de invasión territorial a lo largo de la película, pero en paralelo con el sistema legal, no sirve para resolver el problema -más bien la evidencia se disuelve en un pastiche frenético de cultura rústica, política provinciana, daños ambientales, y música pop. Los Nambiquara en sí están en gran medida ausentes del lío visual y testimonial, menos en el inicio y el final de la película, pero no son menos víctimas de la confusión del que emerge. De forma bastante irreverente, la película efectivamente nos mete en el limbo que documenta.

Placa não fala (El letrero no habla, 1997, 27 minutos), en contraste, presenta el problema de prospección desde una perspectiva más directamente indígena, específicamente la del pueblo Waiãpi en el estado de Amapá, en el extremo noroeste del país. Tras el contacto con buscadores en los años 70, los Waiãpi resolvieron obtener demarcación territorial: un proceso que levantó ciertas tensiones con su concepto de tierra ancestral. La película abre con escenas de los Waiãpi trabajando en el bosque. La voz del narrador, un líder Waiãpi en vez de Carelli, nos dice: “antes, no había fronteras, sólo la selva. Los límites no eran necesarios”. De todos modos, la llegada de una nueva carretera trajo buscadores y con ellos, enfermedades y otras amenazas. En medio de esto, los Waiãpi fueron confinados a una estación de FUNAI. Como la antropóloga (y codirectora de la película) Dominique Gallois explica en una entrevista, la recuperación y demarcación de las tierras Waiãipi duró 11 años. Los líderes Waiãipi encontraron varios contratiempos y frustraciones con FUNAI. Al final, decidieron embarcar en el proceso de demarcación de acuerdo con sus propios métodos, junto con el apoyo de organizaciones extranjeras. La película documenta estos métodos. Las entrevistas alternan con perspectivas aéreas que muestran los esfuerzos de los Waiãipi para despejar pequeños terrenos, construir casas y sembrar jardines: todas actividades que contribuyeron al establecimiento de líneas de frontera.

La fidelidad que el documental mantiene sobre los informes de los Waiãipi y sus esfuerzos materiales da forma a una experiencia del territorio que es distinta de la abstracción de la ley. Arrodillándose sobre un mapa del territorio con otros Waiãpi, un líder explica, “los letreros no controlan, no hablan. Sólo la presencia de los dueños puede mantener control sobre la tierra”. Sus palabras juegan con categorías occidentales -y capitalistas- mientras las socavan sutilmente. Contrarían la finalidad de las instituciones de ley y propiedad, ambas dependientes de ciertas imágenes y signos, a los cuales los letreros pretenden referir. A pesar de que la ley requiera la rotulación para el reconocimiento, lo que les importa mucho más a los Waiãpi es la conciencia del territorio en sí, que ellos se esfuerzan para trasmitir a generaciones futuras. El documental presenta un caso distinto en la historia de procesos de demarcación, que rara vez desafían los intereses gubernamentales y empresariales. Un funcionario de FUNAI celebra el precedente hecho por los Waiãipi: “este conocimiento de territorio hace mucho más fácil la inspección. Hoy en día tendemos a demarcar las tierras indígenas con la colaboración de empresas privadas. En estos casos, los indígenas desconocen sus propias tierras”. En efecto, a pesar de la importancia de demarcación para el reconocimiento indígena, los procesos a menudo lidian con la tierra como si fuera terra nullius. Los métodos diseñados por los grupos indígenas, al contrario de las estructuras legales abstractas, contrarrestan esta tendencia. Placa não fala narra un caso de éxito dentro del sistema legal, pero a la misma vez revela que los conocimientos indígenas más fundamentales funcionan independientemente de la ley.

Erickson-Kery_Figura_3

Placa não fala (1997)

Estos y otros videos tempranos de Video nas Aldeias tienen la cualidad de cortos reportajes que dan forma a los contornos de problemas específicos a los que se enfrentan las poblaciones indígenas. Proveen evidencias de agravios y, simultáneamente, comunican la ausencia de estructuras coherentes, sean legales o interpretativas, para enfrentar estos agravios. Las películas más recientes de Video nas Aldeias han empleado el vasto archivo de material grabado a lo largo de los últimos 30 años para reflexionar sobre el estatus del proyecto en el largo plazo. Emblemático de este proyecto es el documental de largometraje Corumbiara. En contraste con los cortometrajes tempranos, se grabó mucho del material de Corumbiara para fines explícitamente evidenciaros, es decir, para presentar frente a la ley. El agente de FUNAI Marcelo dos Santos, ya mencionado, pidió que Carelli lo acompañara para documentar los abusos de leñadores y estancieros en el estado de Rondônia y entregárselos a la justicia. Además, dos Santos se preocupaba por la demarcación de una tierra donde creía que vivía una pequeña tribu aislada. El material grabado por Carelli serviría para verificar la presencia de indígenas y fortalecer el caso de dos Santos.

En septiembre de 1995, dos Santos, Carelli y su equipo encontraron a dos indígenas durante una búsqueda en el bosque. El material de Carelli captura el contacto con nitidez casi surreal. El equipo descubre vestigios humanos recientes y luego entrevé, deslumbrado, a un hombre y una mujer indígena frente a ellos. Después de un largo momento de suspenso, los indígenas comienzan a platicar entre ellos y lentamente se aproximan al equipo. Eventualmente la tensión se suaviza y las dos partidas se agarran las manos. Los indígenas guían el equipo a un claro en donde otros tres miembros de su tribu residen. El equipo se da cuenta de que solo quedan cinco sobrevivientes de esta tribu. Se esfuerzan por entender su idioma a través de sonidos y gestos. Carelli nos dice que suponía que la mujer indígena narraba, con voz enfática, una masacre. Después descubre, con la ayuda de lingüistas, que de hecho describía el encuentro que acababa de suceder. Los indígenas y el equipo interactúan de forma acogedora y a veces hasta cariñosa. En un momento, ellos le piden a Valadão si pueden ver su pecho, que después acarician. Varios clips del video obtuvieron fama nacional. El documental muestra comentadores de televisión exclamando sobre las imágenes, que proveyeron una visión insólita de un momento de primer contacto. Este contacto, además, complació el imaginario de contacto pacifico, y de alguna forma, del buen salvaje. De todos modos, a pesar de toda la excitación en el público general, la evidencia fílmica de Carelli marcó el inicio de una pesquisa larga, no su conclusión. Es decir que la recepción mediática del evento no tiene correspondencia directa con el rumbo de los procedimientos legales.

Como Corumbiara documenta, los Kanoe (el grupo de cinco) guían a dos Santos y Carelli hasta los Akuntsu, otra tribu diminuta que vive cerca. Aprenden que pistoleros contratados por estancieros son los responsables de masacrar a los dos grupos en ataques recientes. También se les informa acerca de un indígena que vive en soledad: el único sobreviviente de una tribu devastada. El resto del documental retrata la laboriosa búsqueda de este indígena aislado. Carelli revela y documenta varias formas de evidencia en esta búsqueda. Las excursiones en la selva develan una serie de pequeñas chozas que contienen hoyos de aproximadamente dos metros de profundidad, el uso de los cuales confunde a antropólogos. Los pozos aparecen en la película como marcas visibles de una reciente morada. Contemplando imágenes de satélite de la zona, dos Santos nota un pequeño terreno deforestado en medio de una sección preservada de la selva. Sale a investigarla con Carelli. Cuando llegan al sitio, descubren una serie de 14 hoyos, idénticos a los otros, cubiertos por el detrito del bosque talado. Carelli sigue la investigación en una ciudad cercana, dónde visita a los peones que trabajan en las estancias. Eventualmente entra en contacto con una mujer, Maria Elenice, que revela que su ex novio estaba entre el grupo de hombres contratados para arrasar la aldea en cuestión y esconder toda la evidencia del acto. Carelli, quien guarda una cámara en su bolsillo, graba furtivamente el inquietante reporte de Maria Elenice, que aparece más tarde en el documental en una escalofriante y borrosa escala de grises.

Luego aprendemos que este registro audiovisual no es admitido por la justicia. A pesar de todas las evidencias visuales y auditivas en Corumbiara, la corte nunca juzga a nadie por los crímenes brutales descubiertos en la investigación. El tono de la narración de Carelli imbuye a la película de un malestar palpable que corresponde al abismo entre las funciones documentales y legales de evidencia, y, por consiguiente, entre prueba y justicia. Este abismo también impregna su reporte del eventual contacto con el indígena solitario, en 1998, dos años después de la masacre de la aldea. FUNAI había logrado frenar las incursiones económicas en el área, pero necesitaba pruebas visuales del indígena para prevenir que se retomaran estas actividades. Carelli nos dice, con frustración palpable, “un indígena al que nadie vio es un embuste”. Sus palabras muestran una cierta futilidad en la colección de evidencia visual, que es por supuesto el medio en que trabaja.

Carelli, dos Santos y su equipo eventualmente encuentran al indígena. En este momento, rehúsa el contacto y apunta su flecha directamente a la cámara desde el interior de su choza. Después de seis horas de suspenso el equipo desiste. Carelli comenta, “solamente trató de flecharme debido a la cámara… la ironía de la historia es que es la cámara la que lo hizo existir para la justicia”. En seguida, Carelli especula que el sistema legal quizá hubiera exigido que sacaran el follaje de la choza para obtener una imagen más clara -algo que le parece inadmisible éticamente. El suceso esclarece la diferencia irreconciliable entre el régimen occidental de visualidad y los mundos habitados por ciertos pueblos aislados. Por definición, tanto la forma documental y el sistema de justicia permanecen negligentes en relación con estos mundos.

Erickson-Kery_Figura_4

Corumbiara (2009)

En 2006, Carelli regresa a Rondonia y se encuentra con los Kanoe. En esta ocasión, no tiene la intención de recolectar evidencia sino de pasar tiempo con sus colaboradores indígenas mientras finaliza la película. La deforestación se ha intensificado aún más con la presencia de grandes plantaciones de soja. Si bien lapelícula permanece inconclusa con respeto a la ley y el futuro de los indígenas, cierra con cierta resolución en una escena de camaradería agradable entre Carelli y los indígenas. En el marco final, el hombre Kanoe de la primera escena de la película se acuesta en una hamaca y canta.

Si el papel de la cámara resulta problemático en Corumbiara, el aparato redime su capacidad esclarecedora en el extenso documental de 2016, Martírio. Las dos películas difieren en varios niveles. Martírio tiene una producción más elaborada y se esfuerza explícitamente en la concientización de sus espectadores. El documental presenta la historia y la situación actual de los Guaraní-Kaiowá en la frontera de Brasil con Paraguay, un territorio especialmente tenso en el conflicto entre terratenientes e indígenas. Los Guaraní-Kaiowá han tenido poco éxito en la demarcación de tierras y afrontan un alto nivel de desposesión y empobrecimiento en medio de la explosión de la agricultura industrial en la región. El conflicto se ha intensificado en los últimos años: los Guaraní-Kaiowá tienen pocos recursos aparte de las ocupaciones consideradas “ilegales” por la justicia, y a menudo hacen frente a las incursiones de fuerzas de seguridad privadas contratadas por estancieros. El conflicto ha asumido significancia nacional y se lo discute frecuentemente en acalorados debates en Brasília. La película alterna entre material grabado de estas sesiones judiciales, a las cuales los Guaraní-Kaiowá a menudo viajan para asistir, y las realidades actuales de Mato Grosso do Sul: vastos campos de soja y una cultura ranchera altamente conservadora, por un lado, y los campamentos a lo largo de la carretera y ocupaciones de los Guaraní-Kaiowá, por otro. Mientras el suspenso de Corumbiara crece a medida que se presenta la evidencia, Martírio mantiene el suspenso en todo momento a lo largo, resaltando la constancia de la violencia.

La película emplea varias tácticas para presentar evidencia de la violencia, que tienen varios grados de correspondencia con las escenas mismas de violencia. En una secuencia, Carelli se sienta en su coche y graba la fachada de la antigua sede de una firma de seguridad privada que fue obligada a cerrar por la ley debido a ataques contra los campamentos de Guraní-Kaiowá. Un hombre emerge del edificio y platica con Carelli. Descubrimos que el hombre era empleado de la firma y que ésta reabrirá con otro nombre en otra ubicación. La despreocupación del hombre hace evidente el argumento de Carelli: el sistema de justicia responde caprichosamente a la violencia anti-indígena sin la intención de enfrentar los problemas estructurales en cuestión.

La última secuencia de la película aborda la persistencia de los asaltos realizados por compañías privadas de seguridad. Carelli graba a un joven Guaraní-Kaiowa mientras nos guía por la pequeña zona ocupada en que vive su comunidad. El joven reconstituye un ataque reciente, señalándonos  las lesiones en los árboles, los daños a las estructuras y las carpas -pruebas materiales de un brutal ataque a tiros. Cuando Carelli recibe las noticias de que los pistoleros les han mandado un ultimátum a los habitantes de la ocupación, resuelve dejarles una cámara y darles instrucciones para su uso. Cinco días después, atacan la ocupación. El video grabado en la cámara de Carelli concluye la película. Nos dice, en voz en off, que “es la historia la que es fiel a las demandas indígenas, y no puede ser apagada. ¿Hasta cuándo se repetirá?” Como en muchas de las películas de Video nas Aldeias, Carelli da la cámara a sus sujetos, quienes presencian mucho más allá de lo que el cineasta puede documentar. En esta instancia, sin embargo, en vez de preservar la memoria cultural, la cámara documenta una escena de violencia mientras se desarrolla. Esta escena no es ajena a los tantos momentos de contacto invasivo de la historia colonial, pero ahora se la graba en alta definición. Constituye otro registro de evidencia junto con las palabras del empleado de la compañía de seguridad, y los orificios de bala desperdigados por la ocupación. Mientras en las películas tempranas el uso de múltiples formas de evidencia tiende a producir disonancia, ahora el efecto es demonstrar en términos inequívocos la negligencia de la ley. Ella parece incapaz -o bloqueada estructuralmente-de deducir el tipo de narrativa que la película desarrolla detalladamente. Como resultado, o ignora el conflicto-dando espacio a abusos de la ley- o interviene de forma reactiva e intermitente.

Erickson-Kery_Figura_5

Martírio (2016)

Si Martítio representa un modo directo de defensa de los intereses de los Guaraní-Kaoiowá dentro de las redes mediáticas -y por consiguiente, se espera, del sistema político y legal- de la sociedad brasileña, es importante entender que su proyecto siempre consistió en recolectar evidencia para dibujar el mapa, por decirlo así, de poblaciones consideras fuera del tiempo y espacio de la nación, de habitantes de una imaginada terra nullius. Propongo que la forma en que Carelli y el proyecto de Video nas Aldeias experimentan con lo que constituye evidencia desafía los límites de la ley tanto en términos del sujeto que implica como en términos del territorio que constituye.

Bill Nichols argumenta que mientras la evidencia se trata de “un hecho, objeto, o situación… algo verificable y concreto,” necesariamente depende del discurso o interpretación por su autoridad, los “hechos se vuelven evidencia cuando se los adoptan en el discurso, y ese discurso obtiene la fuerza de ser creíble a través de su capacidad de vincular la evidencia a un dominio fuera de sí” (Nichols, 2016: 99). Esta noción impulsa la metáfora de “pesca con mosca” que Nichols aplica a cine documental. El documentalista “pesca” al espectador con evidencia (el “cebo”) para captarlo en la estructura de la película. En otras palabras, el documental depende de la ilusión de que la evidencia sea contigua con el discurso. El ejemplo clásico sería el uso de voz narrativa para equivaler evidencia y hecho, así ocultando la función ideológica necesariamente presente en la narración. Para Nichols, la ideología de la retórica, criticada por Roland Barthes, no es un problema sino una herramienta necesaria de documentales exitosos, que el autor sugiere, “conmuevan [audiencias] a través de una argumentación creíble, absorbente, y convincente” (Nichols, 2016: 105). Agrega que “la retórica proporciona una voz nítida a aquellos que quieran colocar sus perspectivas e interpretaciones en diálogo con otros” (Nichols, 2016: 105).

Sugiero que otro modo de tratar la evidencia es necesario para revelar los límites de la ley, como nuestro caso exige. Mientras la obra de Video nas Aldeias busca cultivar conciencia política en sus audiencias, no lo hace a través de una voz retórica inequívoca. Las películas emplean varias capas de retórica que provienen de sus agentes distintos; estos sólo a veces son mutuamente inteligibles, y mucho menos inteligibles a las fuerzas sociales y legales que enfrentan. En relación al papel del video empleado en el juicio de Rodney King en Los Ángeles en 1991, Nichols atribuye las declaraciones dispares de la fiscalía y la defensa a la “ambigüedad fundamental” de las imágenes (Nichols, 2016: 110) e ignora los elementos estructurales que distinguen evidencias legales y documentales. El caso de King, como los de tantos asesinatos cometidos por fuerzas policiales, no es solo cuestión de retórica y evidencia visual sino también, fundamentalmente, de los prejuicios profundos e institucionales que en realidad desvinculan la ley de la evaluación imparcial de la evidencia. En estos casos, la autoproclamada imparcialidad de la ley se deteriora frente a determinados sujetos que son excluidos estructuralmente. La trayectoria de Video nas Aldeias traza la persistencia de exclusión indígena en Brasil a pesar de modificaciones legales. Sobre todo, demuestra un desenredo de las promesas de la constitución brasileña ratificada en 1988. La constitución, en efecto, buscó revindicar los derechos territoriales indígenas devastados a lo largo de la colonización brasileña, pero de forma especialmente grave bajo la dictadura. Como Raquel Osowski escribe, “la constitución de ’88 reconoció el derecho de ser indígena y de mantenerse como indígena […] Además, el derecho de ser indígena permanecería vinculado a la garantía de posesión de tierras, pues estas constituyen requisitos esenciales para la preservación de este sujeto como colectividad […] La territorialidad indígena, según esta perspectiva, marca el vínculo cultural y espiritual indisociable de los pueblos indígenas con la tierra” (Osowski, 2017: 325-26). En principio, la constitución reconoce la relación irreconciliable entre desarrollo capitalista, en un terreno dado, y la existencia del sujeto propiamente indígena. La demarcación -hecha a través de colaboración entre líderes indígenas, antropólogos y el Estado- serviría como un límite de expansión capitalista. Evidentemente, la letra de la ley no es igual a su implementación. Hemos visto como esta problemática es central a las operaciones formales y narrativas de las películas en cuestión.

Los gobiernos recientes de Michel Temer y Bolsonaro -inequívocamente a favor de la expansión del negocio agropecuario- han favorecido una interpretación de 2014 del Supremo Tribunal Federal (STF) que define estrechamente el derecho de demarcación según lo que se ocupaba en 1988. La interpretación instaura una limitación arbitraria y asfixiante sobre la reivindicación territorial, efectivamente negando el derecho enumerado en la constitución cuando se consideran los frecuentes desplazamientos de indígenas durante las dos décadas de dictadura. Como Manuela Carneiro da Cunha escribe, la decisión marca un acto chocante de amnesia histórica, especialmente cuando se considera la naturaleza profundamente territorial de la memoria indígena: “Los Kaiowá de Guyraroká recuerdan y tienen nombres para cada colina y cada riachuelo de sus tierras expropiadas… Decretar que sólo las tierras ocupadas por indígenas en 1988 merecen los derechos constitucionales apaga las memorias de embrollos e injusticias” (citado en Osowski, 2017: 336). Osowski agrega que el sistema legal brasileño, en su forma presente, carece de la capacidad de abordar la especificad de reivindicaciones territoriales indígenas: “estos grupos, víctimas de violaciones sistemáticas y recurrentes a lo largo de la historia, necesitan mecanismos que van más allá de los instrumentos tradicionales de la justica transicional” (Osowski, 2017: 336). ¿Es posible que el cine documental responda a las lagunas descuidadas por el sistema legal establecido?

El proyecto de Vídeo nas Aldeias engendra temporalidades y territorialidades distintas de las que la ley instaura, señalando tanto la crisis como las opciones políticas de comunidades indígenas en una época saturada por imágenes y redes comunicativas. Carlos Fausto y Michael Heckenberger comentan que “la televisión, la radio y el Internet deslocalizan hasta los que no viajan. Ahora es posible omitir vínculos locales en maneras imaginarias y reales, construyendo vínculos que eluden los nodos intermediarios del sistema. Estos procesos producen una geometría no linear que hace cada vez más difícil ubicar áreas intermediarias de ‘contacto’ o ‘fricción’ cultural” (Fausto y Heckenberger, 2007: 18). Los medios de comunicación contemporáneos generan tanto nuevas formas de visibilidad como nuevos puntos ciegos, una tensión implícita en el manejo de evidencia fílmica de Video nas Aldeias. En el clima actual de creciente violencia, es relevante seguir pensando cómo movilizar la evidencia documental al servicio de poblaciones indígenas, especialmente frente a descarada negligencia legal.

Bibliografía

Aufderheide, Patricia (1995), “The Video in the Villages Project: Videomaking With and By Brazilian Indians,” Visual Anthropology Review, vol. 11 (2), 83-93.

Aufderheide, Patricia (2008), “You See the World of the Other and You Look at Your Own: The Evolution of the Video in the Villages Project,” Journal of Film and Video Studies, vol.   60 (2), 26-34.

Carelli, Vincent (2014), “Moi, un indien”, en Vídeo nas aldeias: um olhar indígena, Centro Cultural Banco do Brasil, Rio de Janeiro.

Cavalcanti, Hylda (2019), “Suspensão de demarcações já provoca invasões em terras indígenas,” Rede Brasil Atual, https://www.redebrasilatual.com.br/politica/2019/01/decisao-do-governo-de-suspender-demarcacoes-ja-provoca-invasoes-em-terras-indigenas.

Fausto, Carlos y Heckenberger, Michael (2007), “Indigenous History and the History of the Indians,” en Carlos Fausto and Michael Heckenberger (eds.), Time and Memory in Indigenous Amazonia: Anthropological Perspectives, University Press of Florida, Gainesville.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Ginsburg, Faye (1999), “The Parallax Effect: The Impact of Indigenous Media on Ethnographic Film”, en Jane M. Gaines and Michael Renov (eds.), Collecting Visible Evidence, University of Minnesota Press, Minneapolis.

Hendlin, Yogi Hale (2014), “From Terra Nullius to Terra Communis: Reconsidering Wild Land in an Era of Conservation and Indigenous Rights,” Environmental Philosophy, vol. 11 (2), 141-74.

Moore, Rachel (1992), «Marketing Alterity,» Visual Anthropology Review vol. 8 (2), 16-26.

Nichols, Bill (2016), Speaking Truth With Film: Evidence, Ethics, and Politics in Documentary, University of California Press, Oakland.

Osowski, Raquel (2017), “O marco temporal para demarcação de terras indígenas, memória e esquecimento,” Mediações vol. 22 (2), 320-46.

Pringle, Heather (2015), «In Peril,» Science vol. 348 (6239), 1080-1085.

Ruby, Jay (1992), “Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological and Documentary Dilemma,” Journal of Film and Video, vol. 44 (1-2), 42-66.

Schmitt, Carl (2002), El nomos de la tierra, Comares, Granada.

Whitener, Brian (2019), Crisis Cultures: The Rise of Finance in Mexico and Brazil, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Notas

[1] Recuérdese que los años 80 vieron la intensificación de “ajustes estructurales” y Brasil era en la época el país más endeudado del mundo (Whitener, 2019: 61).

El cine documental y los procedimientos de la ley: observación y reflexividad en el cine de Maria Augusta Ramos

Descargar texto

Por Gustavo Procopio Furtado

Resumen

A partir de la noción de que el cine y el derecho constituyen prácticas y regímenes discursivos afines, pese a sus distintas funciones sociales, el presente ensayo elabora la relación entre estos dos campos mediante un análisis del trabajo de la directora brasileña Maria Augusta Ramos. En Justiça (2004) y Juízo (2007), dos documentales hechos en salas de tribunales, Ramos despliega un estilo documental que es intensamente observacional y al mismo tiempo reflexivo, ya que establece un paralelo entre los procedimientos del cine y del sistema judicial. Sus filmes observan las formas de observación de la ley, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con el acto judicial de convocar a los acusados, llevan al registro del documental los procedimientos legales así como a todos los sujetos que participan del “teatro de la justicia”, incluso los oficiales del sistema judicial. Posicionando a los espectadores como testigos y jueces de lo que se observa, estas películas nos invitan a pensar simultáneamente en los meticulosos procedimientos formales del cine documental y en los procesos del sistema de justicia en una sociedad estructuralmente injusta.

Palabras clave: Documental; derecho; sistema judicial.

Abstract

Departing from the notion that the cinema and the law constitute related practices and discourses, despite their different social functions, this essay elaborates on the relationship between these two fields through an analysis of the work of the Brazilian filmmaker Maria Augusta Ramos. In Justiça (2004) and Juízo (2007), both made in courtrooms, Ramos displays a documentary style that is intensely observational and, at the same time, reflexive, insofar as it establishes a parallel between the procedures of cinema and of the justice system. Her films observe the observations of the law, document its processes of documentation, and, in parallel with the law’s summoning of the accused, brings into the visible record the legal proceedings as well as all the social subjects who patriciate in the “theater of justice,” including the officers of the court. Positioning viewers as witnesses and judges of what is observed, these films invite us to think simultaneously about the meticulous formal procedures of documentary film and the processes of the justice system in a structurally unjust society.

Keywords: Documentary; law; judicial system.

Resumo

Partindo da noção de que o cinema e o direito constituem práticas e regimes discursivos afins, apesar de suas diferentes funções sociais, este ensaio elabora a relação entre esses dois campos através da análise do trabalho da diretora brasileira Maria Augusta Ramos. Em Justiça (2004) e Juízo (2007), dois documentários feitos em tribunais, Ramos emprega um estilo documentário que é intensamente observacional e, ao mesmo tempo, reflexivo, estabelecendo um paralelo entre os procedimentos do cinema e do sistema de justiça. Seus filmes observam as formas de observação da lei, documentam seus processos de documentação, e, paralelamente com o ato judicial de convocar a presença do acusado, traz ao registro documentário os processos judiciais assim como todos os sujeitos que participam do “teatro da justiça”, inclusive os oficiais do sistema judicial. Posicionando aos espectadores como testemunhas e juízes do que é observado, os filmes nos convidam a pensar simultaneamente sobre os meticulosos procedimentos formais do documentário e os processos de justiça em uma sociedade estruturalmente injusta.

Palavras-chave: Documentário; direito; sistema judicial.

Datos del autor

Gustavo Procopio Furtado es profesor asistente de Romance Studies y Arts of the Moving Image en Universidad de Duke. Sus áreas de investigación incluyen literatura y cine latinoamericanos, narrativas de viaje, teoría y práctica del cine etnográfico y documental, y la producción audiovisual indígena. Su libro Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present ha sido publicado por Oxford University Press en 2019.

Fecha de recepción: 1 de marzo de 2019.
Fecha de aprobación: 13 de junio de 2019.

En las últimas décadas los debates sobre la relación entre el cine y la ley han proliferado, sobre todo a través de publicaciones del campo de la enseñanza del derecho. Aunque este cuerpo crítico aporte importantes contribuciones, especialmente en la clasificación y análisis de películas sobre juicios (courtroom dramas), manifiesta una tendencia a limitarse a un acercamiento que enfatiza el realismo de verosimilitud representacional. Aquí el cine pertenece al orden de la representación mientras que el campo del derecho pertenece prioritariamente al orden de lo “real,” un referente empírico y concreto cuya existencia precede y es independiente de la representación en el campo de producción cultural. En los libros pioneros de los estudios de cine y derecho se suelen enfatizar los desvíos entre la representación y la realidad de la ley y explorar las implicaciones de estos desvíos para la percepción popular del derecho y de la ley.[1] Por otro lado, desde la perspectiva de los estudios del cine, los acercamientos más productivos consideran el cine y el derecho como prácticas y regímenes discursivos afines pese a sus distintas funciones sociales. Enfocándose en la centralidad de la narrativa en el cine y en el sistema legal y tratando principalmente del género de películas sobre juicios, David Allan Black propone que cualquier inclusión de los procedimientos de la ley en el cine consiste inevitablemente en una construcción reflexiva ya que se trata de la incorporación de un régimen narrativo por otro. Mediante la atención a esta reflexividad, Black ubica el cine de ficción y el derecho en una relación mutuamente reveladora que aquí me interesa expandir y explorar con respeto al cine documental en su especificidad.

Si bien la narrativa es un componente central del género documental, la relación entre este género y el derecho aporta otros puntos de comparación y contacto—por ejemplo, la afinidad entre las formas de observación documental y los aparatos de vigilancia y la importancia del concepto del archivo en ambos campos. Como nota Elizabeth Cowie, la mirada documental así como los aparatos de vigilancia “exige que el mundo no solamente pueda ser observado sino también registrado en una grabación” (Cowie, 2015: 599). Los sujetos convocados a la visibilidad por la ley y por el cine documental suelen coincidir en tanto representantes del “otro” social de las clases dominantes, figuras marginalizadas que entran en contacto con representantes de estas clases en situaciones y lugares específicos, como las “zonas de contacto legal” (Joseph, 2001: x) o en la escena de la filmación documental. Tanto el cine documental como los procedimientos de la ley y sus instituciones producen registros de los sujetos que entran en su campo de visión—rostros sacados del anonimato de la multitud y de la vida cotidiana, convocados a la visibilidad por oficiales de la justicia o por operadores de cámara documentales. La ley y el cine documental sostienen una íntima relación con el concepto del archivo. Cabe recordar que el documental conlleva en su nombre la idea del “documento” con sus sentidos de evidencia, registro y prueba así como el sentido más antiguo de la palabra remitiendo etimológicamente al latín “docere” que significa enseñanza, instrucción y aviso (Rabinowits, 1994: 18). A pesar de obsoleto en el lenguaje común, la raíz pedagógica del sentido de la palabra “documento” sigue siendo relevante para el cine documental y también para la práctica y la aplicación de la ley con su sistema “correccional”.

Entre los cineastas brasileños, Maria Augusta Ramos se destaca por haber observado con mayor detenimiento escenas en las que sujetos marginalizados entran en contacto con el sistema legal. Ramos produce un cine a la vez intensamente observacional y reflexivo que explora e incluso intensifica la afinidad entre la ley y el documental. En Justiça (Justicia, 2004) y Juízo (Juicio, 2007), Ramos sitúa el género documental dentro del marco de los procedimientos burocráticos del derecho. Estos filmes documentan el momento en el cual los sujetos marginales se vuelven visibles para la ley al ingresar en los archivos, las operaciones e instituciones del sistema legal. De este modo, Ramos da a conocer no sólo estos sujetos, sino también los procedimientos y los oficiales de la corte que los convocan. Al replicar mediante la visión documental el llamado a visibilidad que formulara inicialmente el derecho, las películas de Ramos ambientadas en salas de tribunales se posicionan en una relación de espejismo con la ley. Sus filmes observan las observaciones del derecho, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con su acto de convocar, llevan al registro del documental los procedimientos legales así como todos los sujetos sociales que participan del “teatro de la justicia” (França y Avelar, 2013: 1994).

En estas películas ambientadas en salas de tribunales, el cine mismo se acerca a la ley y al sistema judicial de varias maneras y con una finalidad práctica: para hacer sus películas, Ramos necesita ganarse la confianza de los jueces y oficiales de la corte pues son ellos quienes le pueden otorgar o negar el ingreso a la sala de juicio. Aunque no se podría describir sus filmes como imparciales, su estilo de observación austera y retóricamente reticente parece querer no opinar sobre los magistrados del derecho o los procedimientos de la ley. Parece desear simplemente observar al trabajo judicial. El acercamiento de Ramos se insiere en la tradición del cine de observación, la cual, como sugieren Anna Grimshaw y Amanda Ravetz, “se basa en el rechazo de cualquier método que fragmente las realidades etnográficas como paso preliminar para su recomposición en función de un marco conceptual externo” (2009: 4). El estilo observacional se caracteriza, por ende, por su esfuerzo en abarcar y preservar, en lo posible, la totalidad espacio-temporal del mundo que documenta, dejando a los espectadores la tarea de interpretar el significado de lo que ven. En esta misma línea, Ramos evita los movimientos de cámara o los cambios en el encuadre y su uso de una posición fija para la cámara sugiera una forma desapegada de observación. La directora opta por un montaje discreto, por el uso de la luz natural y por las tomas largas. Aunque se formó como música, sus filmes carecen incluso de cualquier trama sonora o de voces en off, limitándose a incluir sonidos diegéticos en su fidelidad fenomenológica al que se ve y escucha en el momento de filmación.

Este austero estilo observacional expone los filmes de Ramos a críticas. Fernando J. Rosenberg nota que el aparente desapego de su estilo de observación puede percibirse como una forma de complicidad entre la mirada del documental y los protocolos legales, los cuales tienen la apariencia de justicia pero en la práctica esconden “una realidad abusiva y estructuralmente injusta” (2016: 145). Pero es precisamente este estilo lo que aseguró que la cineasta tuviera acceso ininterrumpido a las cortes en dos ocasiones distintas.[2] Cabe recordar que, en contraste con el cine de ficción, son raros los documentales que registran procedimientos de tribunales—ya que raramente se otorga tal acceso a cámaras. Le ley controla y restringe su propia visibilidad. De hecho, la relación entre el derecho y el mundo de las imágenes contiene una cierta ambigüedad. Por un lado, como el cine documental, el derecho se apoya epistemológicamente “en una forma autoritaria de conocimiento basada en la cualidad indudable de los fenómenos observables” (Silbey, 2007: 131). Por ende la importancia del testimonio de testigos en la deliberación legal. Por otro lado, el derecho mantiene una relación de sospecha con las imágenes y lo visible, como indica de manera icónica la Dama de la Justicia cuya capacidad de juzgar y punir (la balanza y la espada) de forma imparcial depende de la venda en sus ojos.[3]

La forma de observación desplegada por Ramos parece negociar entre la creencia en el valor epistemológico de la observación y la desconfianza en las imágenes que caracteriza el derecho. Su forma de observación se puede comparar con una concepción idealizada de una posición judicial que busca la imparcialidad. Uno de los jueces que aparece en Justiça es también profesor de derecho y, en un momento en la película, les dice a sus estudiantes que el ejercicio del derecho es “una búsqueda por la verdad”. Esta búsqueda exige una investigación imparcial de los hechos. Por supuesto, ningún juez es verdaderamente imparcial—y los filmes de Ramos ponen frecuentemente en evidencia los prejuicios de los jueces como se verá más adelante. Aun así, el protocolo de los procedimientos jurídicos formaliza una noción de celo judicial, el cual se manifiesta en los procedimientos de recopilación de documentos, declaraciones y testimonios dados bajo juramento—es decir, una formalización de los procedimientos que genera la apariencia de un trato justo, esencial para preservar la legitimidad de la ley. Tal como ha argumentado Robert M. Cover, los buenos modales expresados en la formalidad de los procedimientos legales enmascaran la amenaza de violencia en que radican  y que garantiza el mantenimiento del ejercicio del derecho. El orden de la sala de tribunal y la aplicación de sus juicios sólo existen en conjunción con la amenaza clara de violencia y la aplicación de penalidades no es sino la aplicación quirúrgica y metódica de la misma mediante la sujeción a las autoridades y el encarcelamiento. Con la formalidad de un ritual, cada audiencia comienza con la confirmación de hechos básicos como la identidad del acusado. Las acusaciones son leídas en voz alta y la respuesta queda registrada en los archivos de la corte. De manera similar al funcionamiento de la ley, el acercamiento de Ramos se puede ver como una forma de “debido proceso” en versión fílmica: ésta, al ceñirse a los hechos audiovisuales, produce algo afín a la documentación legal. Al duplicar el trabajo de la ley (es decir, al reflejar el acto convocador de la ley mediante su propia mirada documental), la cineasta produce una versión audiovisual del archivo legal -aunque lo que se archiva aquí incluye los mismos procedimientos archivísticos del derecho, es decir, su propia producción y manejo de documentación sobre sujetos marginalizados que son a menudo analfabetos y ajenos al discurso legal.

Por supuesto que estos dos registros -el efectuado por la ley y el efectuado por el cine- no son idénticos y la aproximación reflexiva entre ellos en los documentales de Ramos apunta también a sus diferencias. La escena inicial de Justiça pone en evidencia el contraste entre los dos registros: el que produce la cámara observacional de Ramos y el que resulta del procedimiento judicial. La escena abre con una toma que nos sitúa en el pasillo de un edificio institucional y que muestra a un hombre en silla de ruedas, siendo llevado por un guardia a la sala de juicio. Justo antes de que el guardia y el reo ingresen a la sala, podemos advertir que el acusado es un amputado cuya única pierna está visiblemente atrofiada (Figura 1). Un corte en la edición nos lleva al interior de la sala y a la audiencia preliminar de este acusado, filmada desde un sólo punto de vista desde el cual vemos al juez, al acusado y, más lejos de la cámara, un actuario quien registra los procedimientos a pedido del juez. “Le estoy preguntando si esta acusación es verdadera,” pregunta el juez. Escuchamos a continuación la voz del acusado quien hace un animado recuento de los sucesos en una noche del carnaval en la que fue sorprendido por una conmoción y el sonido de tiros saliendo de un arma de fuego. Se escabulló por una callejuela, pero fue atrapado por policías en un lugar en dónde había objetos incriminatorios (supuestamente robados, aunque su relato no deja esto en claro). Continúa diciendo que  la policía le propinó una paliza en el mismo lugar donde fue detenido y que una vez llegado al puesto de policía, le obligaron a firmar unos papeles amenazándolo con que “las cosas podrían empeorar” si no firmaba. “Oiga, jefe, ¿acaso estoy en estado como para estar metiéndome en casas y robándolas?” De este intercambio podemos deducir que el hombre enfrenta acusaciones de haber robado casas—lo cual es poco probable para una persona amputada que sólo se traslada en silla de ruedas. El acusado habría seguido tejiendo su relato, hilado por detalles y rodeos, cuya prosodia contrasta marcadamente con el habla formal del juez y el ambiente gris de la sala de juicio, pero lo interrumpe el juez para transmitir el recuento a la actuaria, reduciéndolo a dos oraciones breves: “Que la acusación no es verdadera; que no cometió los actos narrados en la acusación.” La corte lleva a cabo su propia labor “documental” al seleccionar y transcribir elementos de lo real.

FURTADO_FIGURA_1

Acusado en silla de ruedas

En comparación con el registro logocéntrico de la corte que se basa en la transcripción verbal, el registro llevado a cabo por el filme, al grabar lo audible y lo visible de forma indéxica, posibilita un surplus de inscripciones corporales y un exceso de significados ligados a estas voces y cuerpos. Por cierto, cada registro archivístico contiene también un exceso de inscripciones y posibilidades de significado que van más allá de cualquier intención original. El discurso hablado, aun cuando se lo transcribe y codifica de forma escrita por un actuario, constituye “un bosque [con] infinitas ramificaciones” de sentido, como apunta Arlette Farge en su reflexión sobre los archivos jurídicos de la Bastilla (2013: 67, 1985). El cine actúa de forma distinta al habla transcrita. Si esta última es filtrada cuando cruza el límite que distingue lo oral de lo escrito y cuando pasa por la parcialidad selectiva del magistrado y del escriba, el cine preserva la especificidad de las voces en tanto voces. Es decir, en el registro del cine las voces guardan las marcas de su estilo prosódico, con el uso específico de palabras, la tonalidad, la cadencia, y los acentos de los sujetos hablantes. Este registro auditivo incluye no sólo lo que se dice, sino también las pausas y silencios -detalles que el punto de vista jurídico descartaría pero que son centrales a la especificidad del registro sonoro del cine. Es más, el medio fílmico preserva el registro de cuerpos y gestos, el cual constituye a su vez una densidad corpórea de inscripciones que conlleva su propia densidad de significados potenciales de los cuales quedan pocos o ningún rastro en la transcripción del registro escrito. La discapacidad del acusado es un ejemplo flagrante de esta inconmensurabilidad entre registros ya que este hecho físico brilla por su ausencia en el archivo legal que lee el juez. “Ud. no estaba en este estado cuando fue detenido, ¿no es cierto?” pregunta el juez. “He estado así desde la edad de nueve años,” responde el acusado. Lo que miramos en la pantalla sugiere que la información no fue añadida al archivo jurídico.

El filme de Ramos no busca considerar si el acusado es inocente o culpable. En efecto, sus dos películas de tribunales optan por observar sin juzgar  las escenas en que los sujetos marginales entran en el campo de visibilidad de la ley. Las películas registran el momento en que los acusados entran en contacto con la ley y sus representantes y la manera en que los sujetos que participan de este encuentro hablan y actúan desde sus posiciones asimétricas y desiguales. Los acusados aquí están encuadrados por los dispositivos de la ley y tienen poquísimos recursos y limitada oportunidad de expresión. No pueden hacer más que contestar las preguntas y acusaciones hechas por los representantes del sistema. Aunque el poder de los acusados ante la ley sea limitado, ellos ejercen alguna agencia cuando contestan a las preguntas, pudiendo decir la verdad o valerse de tretas. Como escribe Arlette Farge sobre el archivo producido por la ley, el discurso de los acusados obligados a contestar a la autoridad de la ley es típicamente embrollado, mezclando “la verdad con la mentira, el odio con la astucia, la sumisión con el desafío” (Farge, 1991: 27). La escusa del hombre en silla de ruedas es bastante convincente: la presencia de su cuerpo es un testigo silente. Ramos se detiene en otros acusados que parecen más propensos a usar tretas, como es el caso de Carlos Eduardo, cuyo caso Ramos filma durante meses.[4] Como aprendemos en su juicio, Carlos Eduardo estrelló un auto robado mientras se encontraba acompañado por varias mujeres -un detalle expresado de manera enfática por un juez con un tono moralmente conservador. Según el informe policial, Carlos Eduardo huyó caminando de la escena del crimen pero fue aprehendido. Los detalles del caso y el prontuario del acusado lo incriminan. Resulta difícil creerlo cuando proclama su inocencia alegando que un amigo le había prestado el coche. Aun así, el filme no se detiene en la cuestión de su culpabilidad sino en la observación de los propios procedimientos. La “verdad” que conlleva el registro fílmico del encuentro del sujeto marginalizado con la ley no tiene que ver con la veracidad o la mentira de lo que ocurrió (el crimen en juicio) sino con la relación de poder que se revela corpórea- y verbalmente en el tribunal.

Entre las más importantes distinciones entre el archivo de la ley y el registro de la película, el aparato de observación desplegado por Ramos observa y graba no solamente a los acusados sino también a las figuras de autoridad cumpliendo sus variadas funciones. El filme sigue a varios jueces y una abogada de la defensoría pública, filmándolos dentro de la sala de juicio y también fuera de ella permitiéndonos vislumbrar algo su vida social y privada. Al consentir ser filmados, estos individuos aceptan el llamado a la visibilidad formulado por la cámara -y seguramente lo aceptan por confiar en la sensibilidad de la directora. Aunque no se puede comprobar la intencionalidad de los participantes en aceptar que Ramos los filme, argumentaría aquí que estas figuras, sabiendo que su registro entrará en un tipo de archivo audiovisual público, es decir, la película documental, intentarán moldear sus imágenes y determinar el contenido del registro fílmico. Como observa Derrida, toda “archivación produce, tanto como registra, el acontecimiento” (Derrida, 1997: 24). La presencia de la cámara, invisible para el espectador del filme, es parte activa de lo real que ella misma registra aunque su influencia precisa sea imposible de precisar. Maria Ignez Kato, la abogada de la defensoría pública que se encuentra perpetuamente sobrecargada de trabajo, parece aprovechar la oportunidad del registro fílmico para quejarse de sus condiciones de trabajo y para criticar al sistema jurídico. En una escena, observamos a Kato cenando en su casa desde el punto de vista de una cámara ubicada en un extremo de la mesa, y escuchamos a la defensora explicándole a su familia que los fiscales se creen los salvadores de la sociedad y que, por ende, son excesivamente entusiastas en iniciar procedimientos criminales hasta para crímenes irrelevantes. Kato continúa advirtiendo que los encarcelados son todos “pé de chinelo” y “ladrão de galinha” (“calzan chancletas” y “ladrones de gallinas” son expresiones brasileñas para referirse a personas que viven en pobreza). Son “los más miserables,” dice. Previamente ese día, Kato tuvo que redactar una defensa de varias páginas para una persona acusada de haber robado una crema dermatológica de bajo costo.

La perspectiva que Kato en esta escena está respaldada por datos que no están aducidos en el filme. En contraste con la percepción de que el sistema judicial es demasiado laxo en Brasil, la población carcelaria del país ha estado creciendo rápidamente y es ahora la cuarta más alta en el mundo (Zackseski, 2017: 270). Como demuestra un estudio encargado por la expresidente Dilma Roussef antes de su impeachment en el 2016, jóvenes afro-descendientes que carecen de acceso a la educación y viven en situación de pobreza constituyen la mayoría de la población carcelaria en el país.[5] “Mi trabajo es como secar hielo,” dice Kato. Aunque defienda a gente cada día, se sumarán siempre nuevos detenidos y acusados en números que exceden la capacidad del sistema judicial y carcelario.

La observación de los fiscales y jueces fuera de los tribunales también sirve para registrar la cultura y la perspectiva específica de este grupo social. En una escena particularmente ilustrativa vemos la promoción de una jueza a una instancia más alta del sistema judicial. Allí, un colega describe a esta jueza como alguien que dice “¡Basta! Basta con el miedo que nos mantiene presos en nuestras propias casas … basta con esta sumisión al terror y al poder de los criminales.” Según esta perspectiva, son los ciudadanos más privilegiados quienes están presos por su miedo a los criminales. Con estas palabras, el hablante retrata una civilización amedrentada, rodeada de hordas bárbaras que se aprontan para aterrorizarla. Aunque la seguridad pública sea un problema innegable para todos los brasileños, quienes son más vulnerables a la violencia no son la elite del país, ni su clase media. Son los jóvenes pobres de raza negra, es decir, estas mismas personas quienes son estigmatizadas y estereotipadas como criminales de manera independiente de su conducta real. Al incluir escenas de la inauguración de esta jueza, Ramos escenifica el paradigma dominante entre sectores del sistema judicial y la hace ingresar también al registro fílmico. De manera acorde con el estilo de Ramos, hace esto último con característico comedimiento retórico. Le toca al espectador deliberar, al encontrarse colocado en los posibles papeles de testigo, miembro del jurado, y juez de lo que está viendo (aunque carezca del poder de estos últimos).

Las observaciones hechas hasta ahora sobre Justiça son también pertinentes para Juízo, la cual se centra en los procedimientos de un tribunal para jóvenes. Juízo tiene una capa de complejidad adicional debido a una limitación legal: la prohibición de que se muestren en un filme los rostros de acusados cuando estos son menores de edad. ¿Cómo conciliar la intención de observar detenidamente a los procedimientos jurídicos con la imposibilidad de mostrar los rostros de los acusados? Juízo resuelve este desafío al combinar el estilo observacional con actuaciones de adolescentes quienes no han sido acusados de ningún crimen y cuyos rostros, por ende, pueden ser filmados y mostrados. Para realizar esta película, Ramos comenzó con varios días de rodaje en el tribunal de la jueza Luciana Fiala de Carvalho, donde documentó un total de cincuenta juicios, posicionando sus cámaras de tal manera que no filmarían las caras de los adolescentes acusados. Luego, Ramos seleccionó diez de los procedimientos grabados, los cuales incluían desde casos de hurtos a crímenes más serios como la venta de drogas o el caso de un adolescente que asesinó a su padre -un borracho que abusaba físicamente del joven y su madre. Manteniendo su fidelidad a la realidad social retratada en el tribunal, Ramos escoge como dobles a jóvenes adolescentes que nunca antes habían actuado y que provienen del mismo ambiente que los jóvenes acusados. No resulta particularmente ajeno para estos jóvenes actuar el papel de los acusados reales, sus dobles fílmicos y sociales. Organizada por un cuidadoso montaje de continuidad, la película acabada combina de manera casi imperceptible la filmación los juicios originales y tomas frontales de los jóvenes elegidos para actuar el papel de los acusados, filmados en la misma sala de tribunal. Esta estrategia fílmica complica la temporalidad del filme, a pesar de que en la superficie parece adherirse al presente mediante su mirada observacional. En efecto, cada vez que vemos una toma frontal de un joven respondiendo a las preguntas de la jueza, estamos viendo material que se filmó en otro momento. Se trata de la actuación teatral de otro joven que, en realidad, bien podría haber estado o podría llegar un día a estar en el lugar verdadero del acusado. Algunos planos muestran las espaldas de los acusados pero los planos frontales muestran los sustitutos de los adolescentes originales.

La reconstitución funciona en parte como una herramienta para lograr un intenso realismo fílmico que busca suplementar lo que no pudo ser filmado en la realidad. Por otro lado, la escenificación con los jóvenes actores funciona como una suerte de pedagogía social, una advertencia -aludiendo a la vez a la dimensión pedagógica del documental (al sentido etimológico de “docere” como enseñanza) y de la ley. Ivone Margulies ha planteado que las reconstituciones fílmicas frecuentemente tienen una dimensión pedagógica en la medida en que las acciones escenificadas ofrecen oportunidades para mejorar o corregir la acción, para actuar de otro modo. Margulies sugiere que las reconstituciones como las que hace Abbas Kiarostami en su filme Close-Up (1990) -una película que también incluye la filmación de un juzgamiento en un tribunal- se pueden leer como “fábulas morales contemporáneas” (2003: 217-244). En el filme de Ramos, esta repetición de escenas reales adquiere claramente una dimensión pedagógica para los jóvenes actores. Para éstos, el proceso de producción de la película podría funcionar como una lección somática cuya moraleja es “Imagina si fueras vos.” El título de la película en inglés (Behave!) recalca este aspecto: en portugués, “juízo” puede referir al ejercicio de la “justicia,” en el sentido de las deliberaciones o decisiones de un juez, y también al “juicio” en un sentido más amplio que abarca el ejercicio del “sentido común.” Como enfatiza el título en inglés, el sustantivo puede además referirse a la manera en que un padre o una madre advierten a su hijo: “Juízo!” (“Behave!” -con el punto de exclamación que acentúa el sentido de exhortación al buen comportamiento).

Esta dimensión pedagógica hace eco de la conducta de la jueza Carvalho en el tribunal y de su manera de dirigirse a los jóvenes acusados. La jueza no cesa de preguntarles por qué cometieron sus crímenes y les reprueba con un tono severo y algo materno sobre lo que ella percibe como limitaciones y fracasos en el juicio de los acusados. Tiene palabras duras para cada joven acusado: “Ve a clases,” “Hazle caso a tu madre,” “Evita las malas juntas,” “No vayas a fiestas ni a salas de juegos.” Suele referirse a las familias de los jóvenes para avergonzarlos y, de este modo, conseguir que se porten mejor: “¿Tus padres te criaron para esto?” o “Estás avergonzando a tu padre!” La jueza implica que si los jóvenes se hubieran portado mejor, no estarían en estos problemas: “Si fueras a la escuela, nada de esto habría sucedido!” dice en algún momento. El afán pedagógico y moralista de la jueza no da cuenta del vasto contexto social y económico que genera marginalización, crimen, y castigo -el último en instituciones “correccionales” grises, siniestras y en todo insuficientes para su función. Además, a pesar de la aparente sinceridad de las palabras que dirige a los jóvenes, lo que queda evidenciado al largo del filme de Ramos son los desencuentros y las fallas en la comunicación entre las instancias y sujetos involucrados. Los jueces y los adolescentes parecen vivir en “universos normativos” distintos, para utilizar un término de Robert Cover, con marcos diferentes de “lo bueno y lo malo, de lo lícito y lo ilícito, de lo válido y lo nulo” (2004: 95). Los consejos morales de la jueza serían apropiados si los jóvenes a quienes los dirige compartieran su misma posición socioeconómica, es decir, si estos jóvenes tuvieran acceso a una gama de opciones y oportunidades para ser recompensados por actuar conforme a la ley. Ni los jóvenes acusados ni sus dobles tienen este privilegio.

Con esto, no busco sugerir que los jóvenes que crecieron en situación de pobreza no tienen ninguna capacidad para tomar decisiones ni que las decisiones que hagan no tengan consecuencias. Más bien, sugiero que las opciones entre las cuales escogen son limitadas y que típicamente toman estas decisiones bajo mucha presión, es decir, lejos del paradigma meritocrático de la “elección individual” que subyace a las observaciones de la jueza. Aunque estos jóvenes puedan evitar situaciones problemáticas, es poco probable que los problemas no vengan a buscarlos. La jueza pregunta sin cesar por qué los jóvenes se portaron mal, como movida por el afán de provocar en ellos una toma de conciencia de que han elegido de forma equivocada. Las respuestas de los acusados permiten vislumbrar un universo diferente, además de echar luz sobre las dimensiones estructurales de la situación de injusticia social que el tribunal se muestra incapaz de enfrentar y hasta se niega a contemplar (ya que, en teoría, no le toca al poder judicial hacerlo). Ante una madre que dice que hurtó de un turista para comprar leche para su hijo, la jueza proclama que “no hay excusa para robar.” Varios jóvenes dicen que cometieron crímenes porque habían sido presionados a ello por personas a quienes temían. “¿Es tu jefe?” pregunta la jueza con irritación ante el hecho de que ellos no hayan sido capaces de negarse frente a lo que ella percibe como equivalente a la presión que ejercen compañeros de clase durante la hora de recreo. Ella se niega a reconocer las consecuencias que esa respuesta podría tener para el adolescente en un contexto real, aun cuando un joven se lo explica: “Si no haces lo que te dicen, te matan.” Cuando la jueza reta a un adolescente por haber huido del centro de detención, el padre del joven señala que un día antes alguien había prendido fuego a un joven detenido allí, aduciendo un hecho que para él justifica la huida de su hijo. Esa información, dice la jueza, no consta en el archivo y no sirve de excusa. ¿Cómo es posible que el hecho de que un niño fue incendiado pueda ser descartado como una excusa, como una circunstancia por lo menos atenuante? Por supuesto que un evento similar en cualquier institución para jóvenes de las elites sociales seria profundamente traumático.

Los desencuentros de “universos normativos” que toman lugar en el tribunal, entendido éste como el lugar de contacto entre representantes de grupos sociales radicalmente distintos, también ocurren al nivel más básico del lenguaje (Avelar, 2013: 11-30). A veces, los lenguajes en los que se expresan los jueces y los adolescentes rozan la incomprensión mutua. El lenguaje letrado del derecho y de su archivo es sin duda ajeno a los adolescentes -a pesar de que este lenguaje puede determinar sus destinos. Desde su perspectiva, la experiencia debe ser kafkiana. Cada juicio comienza con la lectura de las acusaciones contra el menor, registradas en los archivos en el habla formalizada de la corte. Cuando la jueza les pregunta, “¿Esto es cierto?”, los jóvenes responden a menudo con “¿Qué?” o “¿Cómo?” Los acusados no comprenden el lenguaje de la acusación ni se reconocen en éste. En un intercambio tragicómico cerca del final del filme, la jueza expresa confusión ante un joven que había huido del centro de detención un año antes y que acababa de ser recapturado. Lo que resulta aperplejante es que este joven había huido del Instituto Padre Severino el mismo día en que le había sido concedida la “liberdade assistida”, una forma de libertad condicional. Pero el adolescente desconocía el significado de la expresión y no había sido informado de que iba a ser libertado, de modo que cuando estalló un motín el mismo día, aprovechó la oportunidad y huyó. La película muestra otro ejemplo de cómo los jóvenes son alienados de las modalidades legales cuando el fiscal, hojeando el expediente de un joven, pregunta: “¿Cuándo nació ud.?” “No sé,” responde el joven. Esta falta de conocimiento sugiere la alienación al lenguaje escrito y su capacidad de documentar, ya que el acta de nacimiento es el documento que inaugura el archivo de cada ciudadano, marcando su ingreso en un registro escrito. La fecha de nacimiento es también el mediador culturalmente construido en el punto de contacto entre la vida biológica, el tiempo calendárico compartido de la “comunidad imaginada” de la nación (Anderson, 1983), y el registro jurídico. En la reconstitución de la pregunta en torno a este detalle biográfico que pertenecía al acusado, ocurrió que su doble también daba cuenta de la misma omisión: ninguno de los dos jóvenes conocía su fecha de nacimiento.

El filme ahonda en este tema de la alienación del lenguaje escrito cuando vemos al mismo joven que no sabe su fecha de nacimiento actuando en una escena que transcurre no en el tribunal sino en el dormitorio del Instituto Padre Severino. Tiene en su brazo un tatuaje que dice “Jesucristo”. Otro joven le pregunta por qué se hizo ese tatuaje y él dice que porque le gustaba. “Eres creyente?” “No.” “¿Lo conseguiste para que te protegiera?” “Quizás.” “¿Sabes lo que significa?” “No.” Esto, cabe mencionar, no es una reconstitución de algo que sucedió en la vida del acusado -el adolescente del evento original. Según explica Ramos en una entrevista, la conversación transcurrió de forma incidental entre dos de los jóvenes actores y ella les pidió luego que la repitiera para que pudiera filmar la escena. En esta escena, el joven actor -que representa a otro joven que es también fundamentalmente ajeno a la lógica letrada del archivo y de la ley- pone en evidencia su propia enajenación de la letra, a pesar de llevar en su piel la inscripción de esta misma. Esta potente escena puede evocar al encuentro inaugural de la historia de Brasil: el primer contacto entre viajeros portugueses y los habitantes indígenas. El escriba Pero Vas de Caminha (un proto-documentalista comparable a la vez con al actuario de un tribunal así como al cineasta) describió a los indígenas como “una gente buena y de bella simplicidad. Y se imprimirá fácilmente en ellos cualquier cuño que quisieren darles.” Una violencia fundadora se manifiesta en este pasaje aparentemente suave de la receptividad y docilidad de los habitantes indígenas. En la descripción metafórica del cuerpo del otro como una tabula rasa, o un substrato listo para recibir la estampa del poder colonial del soberano y de la iglesia, Caminha anticipa una historia de violencia hacia los indígenas que incluye la catequización religiosa, la sujeción a leyes europeas arbitrariamente impuestas y la violencia de la colonización con la resultante sujeción a idiomas y culturas europeos y su ley letrada. Esa violencia se extiende a los cuerpos de las variaciones del otro de la sociedad brasileña, como los jóvenes doblemente representados en Juízo por los adolescentes acusados y los actores sustitutos. Al llevar “Jesuscristo” tatuado en su piel, el joven en el filme de Ramos hace eco de la violencia fundadora del país en una escena en la que faltan las notas edénicas que suavizan la violencia en la carta de Caminha. El episodio constituye una alegoría accidental, efectuada mediante el cuerpo, de la alienación del joven con respecto de la letra, y a la vez de su sujeción a ésta.

Este y los demás jóvenes que demuestran su alienación al lenguaje escrito y a la ley, también son ajenos al lenguaje del cine y al rigor formalista de Ramos. El joven filmado en el centro de detención para menores se encuentra capturado por su situación social así como por la representación efectuada por el cine. En su construcción reflexiva de la relación entre el cine y la ley, Ramos profundiza la afinidad entre los dos campos. Para filmar las reconstituciones de los procedimientos originales con los adolescentes substitutos, la directora utilizó la sala de la jueza Carvalho durante el final de semana y ubicó el cine mismo en la posición de la autoridad de la ley. En estas reconstituciones, Ramos hacía el papel de la jueza y Alice Lanari, la directora asistente, hacía el papel de fiscal (França y Avelar, 2013: 94). Esta duplicación fílmica del trabajo de la ley es intensificada por el hecho de que los actores no se limitan a actuar sus papeles dentro de la sala de tribunal, sino que actúan también partes del proceso de institucionalización de los acusados en el Instituto Padre Severino -donde ocurre el episodio del tatuaje. La notable representación de este simulacro de la institucionalización de los jóvenes en Juízo obedece a las exigencias de la producción cinematográfica y no a las de la ley. Vemos como los actores son procesados por el personal administrativo, cómo se desnudan frente a los oficiales para vestir luego el uniforme institucional, cómo sus cabelleras son rapadas, y cómo pasan tiempo en el dormitorio (Figura 2).

FURTADO_FIGURA_2

Rapando la cabellera

La participación de los jóvenes actores no sirve para generar una forma de producción participativa que empodere a los partícipes o que permítales auto-expresarse -como suele suceder en otros documentales recientes. Aunque no es posible profundizar una comparación aquí, podemos recordar ejemplos recientes del cine documental brasileño que contrastan con las opciones tomadas por Ramos- como O prisioneiro da grade de ferro – autoretratos (El prisionero de la jaula de hierro – autorretratos, 2003) de Paulo Sacramento o O cárcere e a rua (La cárcel y la calle, 2005) de Liliana Sulzbach. Enfocadas en el sistema carcelario más que en los procedimientos de tribunal, estas dos películas otorgan a los participantes presos gran libertad de expresión y auto-elaboración. La película de Sacramento se hace a través de una oficina de video de siete meses de duración e incorpora las imágenes auto-biográficas producidas por los propios prisioneros sobre sus vidas cotidianas en la notoria prisión de Carandirú. La película apuesta en la etnografía participativa y la distribución de la autoridad en la producción audiovisual. Por su vez, la película de Sulzbach se enfoca en los duros meses de transición y adaptación en los cuales un grupo de mujeres que cumple condena en la cárcel pasa a un centro de rehabilitación luego y obtienen la libertad provisional con grandes dificultades de adaptación. Identificándose plenamente con las mujeres y no con el sistema legal, la cámara de Sulzbach acompaña a una de ellas incluso durante un extenso período de violación de las condiciones de su libertad provisional -un período en el cual su paradero es desconocido por la ley pero no por el cine. La cámara de Sulzbach pasa a ser su cómplice en la clandestinidad.

FURTADO_FIGURA_3

Los archivos en Juízo

Ramos opta por otro método. En Juízo los participantes jóvenes participan en tanto sujetos sociales marginalizados para hacer el papel de otros adolescentes marginalizados -encuadrados así en una estructura inescapable de repetición dentro del marco fílmico. Al poner en evidencia a los procedimientos, el cine mismo refleja el sistema actuando como un dispositivo que se caracteriza más por la reproducción de la sujeción que por la posibilidad de subjetivación. Si bien arriesga identificarse con la autoridad de la ley, el cine de Ramos pone el propio sistema bajo una mirada fría de vigilancia. Así cómo la repetición que estructura el filme, el sistema de justicia que se revela se caracteriza por una interminable repetición de lo mismo. El sistema tiene un carácter sisífico. Miembros de las multitudes de sujetos marginalizados seguirán entrando en estas zonas de contacto legal y sus instituciones, pasando de la invisibilidad social al campo de visión de la ley de una sociedad que de otro modo les ignora. La dimensión procedural y repetitiva de la ley también se revela también en algunos planos que puntúan las dos películas de tribunales de Ramos. En un momento miramos una secuencia de planos de los archivos de casos amontonados en una oficina -archivos a los cuales otros se agregan a cada día (Figura 3). Repetidos planos de los pasillos de las mismas intuiciones también causan la sensación de una fría y anónima repetición (Figura 1 y 4). Son espacios impersonales donde los sujetos entran y salen del campo de visión tramitando por los laberintos de la burocracia de un sistema de justicia incapaz de alterar la injusticia estructural que determina su operación. Como dijo la abogada de Juízo, “es como secar hielo”.[6]

FURTADO_FIGURA_4

Pasillo institucional en Justiça

Bibliografía

Anderson, Benedict (1983), Imagined Communities: Reflections on the Orgin and SpJoread of Nationalism, Verso Books, New York.

Avelar, sé Carlos (2013), “Camera Lucida” en Andermann, Jens and Álvaro Bravo (eds.), New Argentine and Brazilian Cinema: Reality Effects, Palgrave Macmillan, New York, 11-30.

Cowie, Elizabeth (2015), “The World Viewed: Documentary Observing and the Culture of Surveillance” en A Companion to Contemporary Documentary Film. Juhasz, Alexandra and Alisa Lebow (eds.), Wiley Blackwell, Malden, 2015, 580-610.

Cover, Robert (2004), “Nomos and Narrative” en Narrative, Violence, and the Law: The Essays of Robert Cover, University of Michigan Press, Ann Arbor, 95-172.

Derrida, Jacques (1997), Mal de archivo, Editorial Trotta, Madrid.

Farge, Arlette (1991), La atracción del archivo, Edicions Alfons El Magnanim, Valencia.

França, Andrea and José Carlos Avelar (2013), “As imagens silenciosas e os corpos em desajuste no cinema de Maria Augusta Ramos,” en Devires 10 (2), 90-109.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Joseph, Gilbert M. (2001), “Preface,” en Salvatore, Ricardo, Carlos Aguirre, y Gilbert M. Joseph (eds), Crime and Punishment in Latin America: Law and Society since Late Colonial Times, Duke University Press, Durham, ix-xxii.

Margulies, Ivone (2003), «Exemplary Bodies: Reenactment in Love in the City, Sons, and Close up» en Margulies, Ivone (ed.), Rites of Realism: Essays on Corporeal Cinema, Duke University Press, Durham, 217-244.

Rabinowitz, Paula (1994), They Must be Represented: The Politics of Documentary, Verso, London.

Silbey, Jessica (2007), “A History of Representations of Justice: Coincident Preoccupations of Law and Film”, en Masson, Antoine y Kevin O’Connor (eds.), Representations of Justice, Peter Lang, Bussels.

Zackseski, Cristina, Bruno Amaral Machado, and Gabriela Azevedo (2017), «O encarceramento em massa no Brasil: uma proposta metodológica de análise», Crítica Penal y Poder 12: 269-289.

Notas

[1] Ejemplos incluyen Law and film, editado por Machura y Robson (Blackwell, 2001), Screening Justice—The Cinema of Law, editado por Strickland, Foster and Banks (William S. Hein & Company, 2006) y

Film and the Law: The Cinema of Justice, de Greenfield, Osborn and Robson (Cavendish, 2001), con una segunda edición actualizada en 2010 (Hart Publishing).

[2] Su forma de trabajo en estas dos películas también le permitirán acceso a una de las Unidades Pacificadoras de la Policía de Rio de Janeiro en la película Morro dos Prazeres (2012), que completa, con las dos anteriores, la llamada trilogía de la justicia de la directora.

[3] Para una discusión histórica del tema de la ceguera en la representación iconografía de la justicia, ver el ensayo de Martin Jay, “Can Justice be Blind?”

[4] La duración de la historia representada por la película está enmarcada por el período de gestación de la esposa de Carlos Eduardo, que al final del filme tiene un bebé.

[5] Para los datos levantados por este estudio, ver Mapa do Encarceiramento: Os Jovens do Brasil (Brasilia, 2014), obtenido de http://juventude.gov.br/articles/participatorio/0009/3230/mapa-encarceramento-jovens.pdf

[6] Parte de este ensayo proviene del capítulo 3 de mi libro Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present (Oxford University Press, 2019). Agradezco a Isis Sadek por su excelente contribución a la versión en español de este fragmento de mi libro.

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: de “objetos” a sujetos de derecho

Descargar texto

Por María Guadalupe Arenillas

Resumen

Indígenas de la Patagonia austral en el cine documental chileno: De ‘objetos’ a sujetos de derecho” analiza dos documentales recientes, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) y Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Aunque Guzmán incorpore a su emblemática obra sobre la memoria del pasado reciente a los indígenas de la Patagonia austral, lo hace exotizándolos, preterizándolos o situándolos en una atemporalidad que borra sus recientes reemergencias y configuraciones como sujetos de derecho. Tánana, en cambio, se centra en la comunidad yagán de Puerto Williams hoy en día y en la construcción de un barco para recorrer los lugares por los que navegaba Martín González Calderón, su protagonista. De ese modo el documental muestra los legados, continuidades y los cambios de los indígenas junto al trabajo comunitario de recuperación de memorias y lugares. Al hacerlo, se convierte en un espacio de edificación y obtención de derechos, específicamente el de navegar por los maritorios que les pertenecieron.

Palabras clave: justicia; Patricio Guzmán; Patagonia austral; pueblos indígenas; memoria.

Abstract

Indigenous People of Southern Patagonia in Chilean Documentary Film: From ‘Objects’ to Legal Subjects” analyzes two recent documentaries, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) and Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Guzmán incorporates the indigenous people of Southern Patagonia into his emblematic work on memory, but he does so in a way that portrays them as exotic, timeless, or relegated to the past. Consequently, he erases and ignores their resurgence as legal subjects, which is very much part of the current sociopolitical scene in Southern Patagonia. Tánana, on the other hand, revolves around the present of the Yaghan community of Puerto Williams and the construction of a boat to sail to the places where Martín González Calderón, the film’s protagonist, used to live. In this way, the documentary focuses on the legacies, continuities, and changes in the indigenous people and on the community’s work to recover memories and places. The film becomes a space in which to affirm and obtain rights, specifically the right to sail the seas that belonged to them.

Keywords: justice; Patricio Guzmán; Austral Patagonia; indigenous people; memory.

Resumo

Populações indígenas do sul da Patagônia no documentário chileno: De ‘ojectos’ a sujetos da lei” analisa dois documentários recentes, El botón de nácar (Patricio Guzmán, 2015) e Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Apesar de incorporar as populações indígenas do sul da Patagônia na sua obra emblemática sobre a memória, Guzmán retrata-as como exóticas, atemporais, ou relegadas ao passado. Ao fazê-lo, o diretor ignora uma parte importante do contexto sociopolítico atual do sul da Patagônia, que é o ressurgimento dos povos indígenas como sujeitos legais. Tánana, pelo contrário, trata do presente da comunidade Yaghan em Puerto Williams, acompanhando a construção de um barco que será usado em uma viagem para os lugares onde o protagonista do filme, Martín González Calderón, viveu. Assim, o documentário foca nos legados, continuidades e mudanças experimentados pela população indígena e no trabalho da própria comunidade para recuperar memórias e lugares. O filme se torna um espaço no qual se afirmam e conquistam direitos e, mais especificamente, o direito de navegar pelo mar que um dia os pertenceu.

Palavras-chave: justicia; Patricio Guzmán; Patagônia Austral; pueblos indígenas; memoria.

Datos de la autora

María Guadalupe Arenillas es doctora en Literatura y Cultura Latinoamericanas por la Universidad de Notre Dame. Es profesora asociada en la Universidad de Northern Michigan. Sus temas de investigación son la literatura y el cine latinoamericanos, con énfasis en el documental. Su proyecto actual se centra en documentales sobre la Patagonia austral, la relación entre discursos, imágenes, ciencia, tecnología y pueblos indígenas. Es coeditora junto a Michael J. Lazzara de Latin American Documentary Film in the New Millennium, Palgrave Macmillan, 2016. Correo electrónico: marenill@nmu.edu

Fecha de recepción: 15 de marzo de 2019
Fecha de aprobación: 20 de mayo de 2019

Las últimas películas de Patricio Guzmán, Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños (2019) forman parte de una trilogía sobre la memoria vinculada al cosmos, al agua y a la tierra. A su emblemática trayectoria documental sobre la Unidad Popular, la dictadura chilena y sus repercusiones, Guzmán incorpora en las dos primeras de estas obras a los pueblos originarios del Chile de hoy. En El botón de nácar, yuxtapone el pasado dictatorial de Chile al genocidio indígena en la Patagonia austral. En este sentido, Guzmán nos remite a David Viñas quien desde el exilio en México en 1982 se pregunta si los indios fueron los desaparecidos de 1879, en referencia al año en el que general Julio A. Roca emprendió la avanzada hacia las tierras del sur en la llamada “Conquista del desierto” (Viñas, 1983: 12). Esta equivalencia entre los desaparecidos de la última dictadura cívico-militar argentina y el genocidio indígena de la Patagonia a fines del siglo XIX y principios del XX puede cuestionarse por simplista (Mases, 2002: 15). Sin embargo, es sabido que el crimen y el exterminio de poblaciones fueron fundamentales en la expansión de los estados. Como señala Vezub, las fuerzas armadas usaron las mismas técnicas en la expansión territorial que en la dictadura, diversos libros sobre el “combate irregular indígena” sirvieron para tácticas contras las organizaciones revolucionarias y, en ambos casos, la violencia se justificaba como proceso de (re)organización nacional, mientras que se celebraba y aprendía sobre la “Conquista del desierto” bajo el plan cultural de la dictadura (Vezub, 2011: 2). Además, la campaña de Roca o su equivalente en Chile, la “Pacificación de la Araucanía” y las dictaduras impusieron sus sistemas económicos.

En el Cono Sur, las necesarias luchas por la verdad, la memoria y la justicia en las últimas décadas se enfocaron en la justicia transicional, y en una memoria hegemónica alejada o separada de las memorias y las luchas indígenas. Esto es, en parte, el resultado de la supuesta extinción o desaparición de muchos de estos pueblos, en especial en el caso de la Patagonia austral, que analizaré en este trabajo. Allí el colonialismo de asentamiento (o de pioneros) consideró el territorio vacío, terra nullius, a la vez que desplazó a los colonizados. El objetivo del colonialismo de asentamiento no es la mano de obra, si no la desaparición del indígena. (Veracini, 2011: 3). Con la consolidación de la República, además, se extinguió o desapareció discursivamente a los indígenas, se los deportó, o se los asimiló a una ciudadanía indiferenciada (Rodríguez, 2019)[1]. Por eso resulta interesante que Guzmán, el cineasta que dedicó su carrera a dar testimonio y crear uno de los más importantes archivos fílmicos de una época, ensamble discursos e imágenes sobre revolución y dictadura con los pueblos originarios, algo inusual en el cine documental contemporáneo sobre los derechos humanos y la memoria del pasado reciente.

La inclinación de Guzmán resultaría difícil sin la paulatina visibilidad que alcanzaron los indígenas a partir de sus demandas que se plasmaron en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). El convenio, escrito en 1991, reconoce la preexistencia de los indígenas a los estados nacionales y les otorga, de esa manera, derechos colectivos, además de los individuales que les corresponden como a cualquier ciudadano. Asimismo, el convenio reemplaza la idea de “población” por la de “pueblo”, de modo que transforma una noción demográfica o biológica por una que enfatiza los derechos colectivos de las comunidades indígenas. (Convenio). En ese momento, por ejemplo, las luchas zapatistas en Chiapas, al lograr cobertura y apoyo internacional cristalizaron las demandas y posibilidades de las comunidades indígenas y pusieron de manifiesto que las exigencias y cambios en los marcos jurídico-normativos provenían de los propios protagonistas. Asimismo, los contra-festejos por los 500 años de la llegada de Colón a América movilizaron a los colectivos indígenas destacando sus intervenciones, exigencias y dificultades. A fines de la década siguiente, la Organización de las Naciones Unidas terminó la Declaración de los pueblos indígenas, mientras que en el ámbito latinoamericano surgieron nuevas constituciones, entre ellas la de Bolivia (2009). En la constitución boliviana se reconocen la diversidad y los derechos comunitarios. Argentina y Chile, naciones que comparten la Patagonia, ratificaron finalmente el Convenio 169 en los años 2000 y 2008, respectivamente, lo que coincide con la paulatina emergencia de un cine documental sobre los pueblos indígenas de la región austral a principios de esa década.

Teniendo en cuenta estos cambios legales y constitucionales en que los indígenas pasan de ser vistos, según afirman Rodríguez y Lorenzetti, como “objetos” (“mercantilizados, de las políticas públicas, de estudio, del asistencialismo o ‘ayuda’, de conversión religiosa, de exhibición, etc.”) a ser “sujetos de derecho” (Rodríguez y Lorenzetti, 2018)[2], me pregunto, ¿cómo dialogan los documentales sobre indígenas de la Patagonia austral con esta transformación? ¿Consiguen abandonar la tradicional tendencia a la reificación y el exotismo? La preocupación por los derechos humanos, ¿se traduce en un cine documental que al hablar de pueblos indígenas apoya o, al menos visibiliza, sus derechos y sus luchas en el presente? Nostalgia de luz, en particular, pero también El botón de nácar recibieron numerosa atención crítica. Sin embargo, la relación que Guzmán establece entre memoria, derechos humanos y pueblos originarios, pasó prácticamente desapercibida. Plantear estas preguntas, entonces, es al mismo tiempo indagar en la ética, las intenciones y el alcance del cine documental.

En lo que sigue, voy a detenerme en El botón de nácar y la mirada sobre los pueblos originarios de la Patagonia austral y poner esta película en conversación con el documental Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016). Poole afirma que las imágenes son parte de una organización que integra personas, ideas y objetos, que constituye una “economía visual”. Esta organización se corresponde a relaciones sociales, de desigualdad, de poder, a significados compartidos y la noción de comunidad (Poole, 1997: X). Así, mientras que Tánana sitúa a los protagonistas yaganes en el presente, como sujetos de derecho, y traza desde ese presente la conexión con el pasado, el documental de Guzmán, hace la operación inversa, lamenta la pérdida del pasado y de esa manera distancia (aunque cuente con testimonios de kawésqar y yaganes) a los indios patagónicos. Pese a la intensión de visibilizar a los pueblos originarios de la región, la indiferenciación entre los distintos pueblos, la ignorancia de sus reclamos en el presente y de sus modos de vida, y la mezcla confusa e indiscriminada de imágenes de archivo, los vuelve en cierta forma “objetos” del relato nostálgico de Guzmán. La actual resurgencia y remergencia indígena en la Patagonia austral se enfrenta a menudo a la violación de los derechos adquiridos, ya sea porque atentan a los intereses económicos dominantes, o por el desconocimiento de los mismos. También está constantemente bajo la sospecha de la falsedad, el oportunismo o la acusación contra “el indio trucho”, como demuestran los que abogan por el cumplimiento de estos derechos.[3] La mirada del cine documental puede ser un acto de justicia como rescate frente al olvido. Sin embargo, en algunos casos, todavía hace falta acercarse a una “economía visual”, a formas de hablar, de cambiar el punto de vista y a una reinvención de las maneras de decir que no continúen replicando la desaparición, la apropiación o el distanciamiento de los indígenas sureños.

“En las velas el viento de la historia”: La simplificación poética y la política del navegar

En su ensayo “Tierra del Fuego-New York”, Jean Baudrillard explica la Tierra del Fuego como una construcción. Si New York se vende como el “centro del universo”, Ushuaia, la capital de la isla, lo hace mediante la fantasía del “fin del mundo”. La visión deprimente del autor sobre el lugar se une a la noción de “una modernidad completamente anacrónica – una modernidad caótica, incoherente, de película del oeste: cemento, polvo, impuestos libres, transiciones, petróleo, computadoras y el ronroneo del tráfico inútil – como si el silencio del fin del mundo debiera ser obliterado” (Baudrillard, 2002: 128, mi traducción). El paisaje es “sublime en su desolación natural”, mientras que lo humano es “sórdido: los desperdicios de la civilización” (2002: 128). El autor aclara que con la misma sordidez y como material desechable fueron tratados los indios. Sobre la fantasía del confín del mundo y sus habitantes, expresa:

Los alakaluf [kawésqar] no sabían que vivían en el fin del mundo. Estaban donde estaban y en ningún otro lugar –algo que nosotros nunca lograremos. Para los marineros, aventureros y misioneros, tampoco era el final: descubrieron un mundo distinto al suyo, pero uno frente al cual podían medirse a sí mismos: una nueva frontera. Llegamos aquí hoy sólo con la noción imaginaria del fin del mundo (a la que los viajes al espacio ya eliminaron). Y aunque los fueguinos nunca se alejaron de sus fuegos (los llevaban a todos lados, hasta en sus canoas en forma de brazas ardientes), nosotros nos tomamos el trabajo de llevar nuestra frialdad artificial a todas partes, incluso a las latitudes glaciares (Baudrillard, 2002: 130).

A pesar de intentar desmantelar la obsesión con el fin del mundo, Baudrillard termina apelando a ella. Hacia la conclusión del artículo, se refiere a estar “allí abajo” y sitúa a Ushuaia en los bordes de la tierra y el solitario océano. Prácticamente durante todo el ensayo, el autor cede a las mismas construcciones que quiere criticar y cae en las expresiones comunes de la imaginación y la re-creación de la Patagonia austral por parte de los europeos. Si bien Baudrillard habita de sonidos y tecnología a la Patagonia, y la vuelve “anacrónica en su modernidad”, no deja de adjetivarla con los estereotipos del vacío, la nada, las catástrofes y el silencio. Además, se desprende un sentimiento melancólico por una existencia pre-tecnológica, donde el ardor de los fuegos que los kawésqar llevaban en sus canoas es la contracara del frío simulacro tecnológico de nuestros días.

Este ensayo ilustra el desafío de desarmar los clichés que han definido a este territorio. En este sentido, El botón de nácar no es una excepción. Si bien Guzmán concede una importancia especial a los pueblos originarios de la Patagonia austral y a las ontologías animistas, varios aspectos de la película terminan por borrar a los indígenas como sujetos de derecho, para situarlos en una melancolía apolítica, que los separa de sus luchas en el presente. En su trabajo sobre los pueblos originarios de Tierra del Fuego, el antropólogo Hernán Vidal explica que ha sido muy común en la región concebir la práctica antropológica como limitada a la etnografía, lo que “ha conducido a una nueva esencialización de la etnografía, reduciendo su política a su poética” (Vidal, 1993), algo que ocurre en la película de Guzmán. Hay una secuencia reveladora: para conocer el significado de los dibujos corporales de los selkn’am y sus ritos de iniciación en la ceremonia llamada Hain, el director acude al poeta Raúl Zurita y no a la comunidad selk’nam (ausente en la filmación). Las respuestas de Zurita son líricas, un poco new age, y aportan un conocimiento que concluye con la idea de que todo avance tecnológico es un acto de nostalgia.

El botón de nácar es un ensayo fílmico en que Guzmán entrelaza diferentes voces y temporalidades con su historia personal. La Patagonia se conecta desde la subjetividad del director y la desaparición: de un amigo de su infancia que murió ahogado, de parte de su generación en los 70s con el golpe de estado de Pinochet, y de los pueblos originarios del sur. Para enlazar estas ideas, Guzmán usa el agua como fuente de conexión y lugar de muerte. La Patagonia se muestra al principio desde lejos, en planos aéreos y se corresponde a un paisaje sin gente. También se filma desde un velero, pero con distancia, enfatizando lo inaccesible. Sobre estas imágenes del paisaje, la voz en off del director narra: “El agua, la frontera más larga de Chile forma un estuario que se llama Patagonia occidental, aquí la Cordillera de los Andes se hunde y reaparece en miles de islas. Es un lugar sin tiempo, un archipiélago de lluvia”. Mapeada desde la lejanía, la cartografía de la Patagonia es remota y satelital. No está claro a qué se refiere el director con “un lugar sin tiempo”, pero pareciera adscribirle al espacio categorías que tienen que ver con la lógica del desarrollo capitalista. La suspensión temporal no respondería tanto a una condición –imposible– de la región, sino a la lógica de la modernidad capitalista y al modelo occidental vinculado al progreso. A esta idea retornará Guzmán más tarde cuando acerca de una de sus entrevistadas, Gabriela Paterito, diga “entre Gabriela y yo había varios siglos de distancia”. La distancia espacial se percibe como temporal, pensando en los modos de habitar indígenas como pretéritos, contrarios a las nociones lineales de progreso, y por ello, en una región suspendida en el tiempo.

Guzmán describe la vida de los pueblos originarios antes de la llegada de los colonos: “Vivieron en comunión con el cosmos, fabricaban piedras para asegurar su futuro. Viajaban por el agua, vivían sumergidos en el agua. Comían lo que el agua traía”. A estas palabras se incorporan objetos de los indígenas, piedras, puntas de flecha, como una colección de vitrina elegida para ilustrar sus vidas. Así, aunque se intenta acercarnos a ellos, en este caso se lo hace mediante procesos de “arqueologización” (Vidal, 1993) que los retrata o rescata como material de museo, en fragmentos, objetos y sin continuidad con el ahora. En consecuencia, el material de archivo fotográfico de los pueblos originarios, fuera de su contexto y sin explicación, con excepción de los créditos finales, como es común que aparezcan estas fotos, produce un efecto de collage que no diferencia unas etnias de otras, y un ver que “[e]sto ha sido” (Barthes, 1990: 136), que es el mundo que añora Guzmán. Para los que conocemos algunas de las fotografías es evidente, sin embargo, que la unión con el universo que describe Guzmán y los modos de vida tradicionales habían sido modificados hace tiempo y que la propia cámara fotográfica fue parte de ese cambio. Hay un grupo de yaganes que posa en cuclillas, con miradas entre serias, indescifrables y desafiantes, y primeros planos de algunos miembros del grupo en las siguientes secuencias. Después aparece una de las características fotos del antropólogo y sacerdote de la Congregación del Verbo Divino, Martín Gusinde, quien hizo cuatro viajes a la Tierra del Fuego entre 1918 y 1924 y convivió con los yaganes, kawésqar y selkn’am. Es la fotografía de un conjunto de mujeres selkn’am de diversas edades y una niña. Las mujeres están envueltas en sus pieles de guanaco y posan al aire libre junto a dos perros blancos, uno desenfocado. La foto es de 1919 y fue publicada por Gusinde. Para ese entonces, la ganadería ovina que impusieron los ingleses desde 1880 había desplazado a los selkn’am de sus tierras. Estos fueron perseguidos, deportados y asesinados, mientras que algunos se refugiaron en las misiones, como en La Candelaria de Tierra del Fuego.[4] De la misma manera en que Gusinde borra las marcas de la opresión occidental en estos retratos y el papel de las misiones, Guzmán también ilustra sus propios deseos de rescate nostálgico.

FIG1

El botón de nácar, foto de Martín Gusinde, 1919

Al elegir esta foto sin cuestionarla y ponerla en el contexto de la narración de la desaparición, se evidencia una existencia exótica y lejana. La mujer selkn’am se presenta como un símbolo de vida tradicional y belleza diferente y algo congelado en el pasado. Como Gusinde, que elige no mostrar aquí la pobreza de los selk´nam como resultado de la enajenación del territorio y las huellas del colonialismo de los pioneros, Guzmán ignora la continuidad de la violencia de ese colonialismo al no leer estas imágenes a contrapelo y ponerlas en relación con el momento presente.[5]
Además, sobre el material fílmico de la boscosa Patagonia de cataratas y cascadas, se imponen las palabras: “Llegaron hace 10.000 años, eran nómades del agua. Vivían en clanes que se movían por los fiordos. Viajaban de isla en isla. Cada familia tenía un fuego que ardía en el centro de la canoa. Existían cinco grupos: los kawesqár, los selkn’am, los aonikenk, los haush, y los yámanas. Todos caminaban sobre el mar”. Aquí nuevamente se da una definición estereotipada y confusa de los grupos. Los kawesqár y yámanas (yagán) sí vivían en las islas y se movían por los canales más al sur, sin embargo, los aonikenk (tehuelche), selkn’am y haush vivían en los bosques y estepas. Es una narración que una vez más exotiza, folkloriza, quita de contexto y rememora al indio casi como una figura religiosa o mística, caminando milagrosamente sobre el agua. A la vez, las tres últimas fotos que se muestran en esta parte del relato son las de una canoa en la que apenas se vislumbran las cabezas de los indígenas (remitiendo a la desaparición), seguida por una de los canoeros ya vestidos, con ropas raídas, remando hacia el espectador, y la iconográfica foto de Charles Wellington Furlong del grupo de cazadores selkn’am a orillas del agua, que se ha convertido en una especie de postal y objeto de consumo de cierta estética selkn’am y el indio ideal patagónico.

La foto de Furlong se publicó por primera vez en una revista de difusión masiva, Harper´s Magazine en 1910 junto al texto del autor, “The Vanishing People of the Land of Fire”. En el artículo, explica: “Si uno quiere ver a los Onas [selkn’am] y su más alta majestuosidad pintoresca de su primitiva forma de vida, basta con verlos en la marcha. Primero van los perros olfateando en la avanzada, después los poderosos guerreros con sus armas en mano listas para ser usadas, y más atrás las mujeres. Algunas de ellas llevan a los niños en sus espaldas, otras la carga de su campamento (Furlong, 1910: 227, citado en Maturana Díaz, 2004: 121). Es claro que esta es una foto posada y construida, lo que era normal en la época, cuando misioneros, fotógrafos y antropólogos con sus lógicas de las buenas intenciones se ocupaban en archivar lo que contribuían en destruir. Guzmán usa estos archivos indiscriminadamente para enaltecer a algunos pueblos sin diferenciarlos de otros, para hablar de la desaparición como una experiencia universal y para su proceso personal de duelo. En las capas que conforman el relato de estas vidas y sus imágenes fotográficas por parte de misioneros, exploradores, naturalistas, etc., aparece la nostalgia y exaltación del pasado, el porvenir de los canoeros como los restos de la historia benjaminiana, el enaltecimiento de los cazadores y la libertad, y una reificación de la memoria. Estos procedimientos son paralelos a los que lleva a cabo la película de Guzmán y nos hablan “no tanto de los archivos de los cuerpos indígenas, sino de los estados afectivos de directores y exploradores –sus sentimientos conflictivos, encrucijadas, y hasta de su incapacidad de acción” (Furtado, 2019: 25, mi traducción).

FIG2

El botón de nácar. Foto de Charles Wellington Furlong

En cuanto a los testimonios de los indígenas, El botón de nácar añade entrevistas breves con los miembros de la comunidad yagán en la Isla Navarino, Martín G. Calderón (también protagonista de Tánana) y Cristina Calderón, y de la comunidad kawésqar, Gabriela Paterito. En las “Notas del autor”, bajo el subtítulo “los personajes”, se describe a las mujeres como “la última nativa de la etnia yagán y reconocida como ‘tesoro humano vivo” por el Consejo Nacional de la Cultura de Chile” y “la última descendiente de la etnia kawésqar que recuerda la vida de su pueblo con entera lucidez y precisión”, respectivamente. Martín G. Calderón habla de las prohibiciones de la Armada en cuanto a la navegación y recuerda sus viajes por el Cabo Hornos desde Punta Arenas. No hay mucha información de él, sólo se nos presenta en cuanto a su relación con el agua y la navegación. Lo vemos pasando el trapo a una canoa y lijando los remos de unas pequeñas canoas, las artesanías que construye. No se observa prácticamente su entorno, no aprendemos sobre su cotidianidad, o sobre sus luchas. Todo se reduce a una selección efímera que tiene que ver con las canoas y las vicisitudes en el mar que encajan con la visión del indio canoero y el agua propuesta por Guzmán.

Por otro lado, Gabriela Paterito, de Puerto Edén, responde con énfasis a la pregunta de no sentirse chilena. La vemos, pese a la distancia geográfica que la separa de Calderón, en casi el mismo decorado que a él, un primer plano sin información contextual. Ella habla de remar, de la fuerza necesaria, de aprender a bucear y sacar cholgas de niña. “Para Gabriela el agua forma parte de su familia. Ella acepta tanto los peligros, como la comida que el mar le ofrece. En cambio, yo que me siento chileno, no convivo con el mar”. Más tarde Gabriela cuenta en kawésqar un magnífico viaje de 1.000 kilómetros por mar. Se nos presenta como “la india hiperreal”, según la definición que tomo de Alcida Ramos de su trabajo sobre el movimiento indigenista de Brasil. Ramos explica que las políticas indigenistas brasileñas actúan de tal modo que ostentan un “indio hiperreal” diferente del “indio de carne y hueso” (Ramos, 1994: 164).

Ramos reflexiona sobre la burocratización del indigenismo, el modelo idealizado de indígena y el papel que desempeña la antropología en este contexto. Estos eliminan divergencias locales entre grupos para elaborar un “indígena domesticado” y favorecen a aquellos que se adecuan a los estereotipos, el “[i]ndio perfecto cuyas virtudes, sufrimientos e inalcanzable estoicismo le han otorgado el derecho a ser defendido por los profesionales de los derechos indígenas” (Ramos, 1994: 166). Gabriela, con su anhelo por la vida marítima, resulta la imagen y semejanza de lo que la mujer indígena debería ser de acuerdo a la edición de Guzmán. Siguiendo con este argumento idealizado, Guzmán resalta que “Los indígenas de la Patagonia fueron el primer y único pueblo marítimo de Chile. Nosotros los chilenos de hoy hemos perdido esta intimidad con el mar”. Sin embargo, aquí ignora, por ejemplo, la función de la Armada chilena, los barcos que recorren los estrechos e islas, el papel que desempeña el comercio en el país, los balnearios turísticos, las mineras en las costas y los problemas que los indígenas australes enfrentan con las salmoneras extranjeras.

Cuando es el turno de Cristina Calderón, aparece un primer plano de sus manos hilando y ella traduciendo del yagán, vocablos relacionados a la navegación y la familia. En Tánana, en cambio, narrará su disgusto por la navegación, las épocas en que la alimentación era escasa y comían pájaros. Y cómo desde joven tuvo claro que quería algo diferente y que no se casaría con un yagán, porque siempre andan obsesionados cazando nutrias. Gabriela traduce otras palabras que le indica el cineasta: “botón”, “camisa”, “lluvia”, “hombre bueno”, “hombre malo”. Sobre la palabra “dios” contesta, “nosotros no tenemos eso” y lo mismo con “policía”. Hay algo incómodo en la obviedad de estas respuestas y de la necesidad de poner en evidencia que en la región la policía es una institución que nació a partir del colonialismo de asentamiento. Esta incomodidad se une a que Guzmán, como nos hace saber, conoció a Gabriela y a “todos los sobrevivientes de la Patagonia” por las fotografías de Paz Errázuriz. Estas fotos de Errázuriz pertenecientes a Los nómadas del mar (1995), son retratos de la precariedad y vulnerabilidad bajo el motivo de “los últimos kawésqar”. En la introducción a la exhibición, Oscar Aguilera dice que de los tres grupos fueguinos sólo los kawésqar “subsisten, más llevan consigo la dramática condición del grupo étnico en extinción” (Aguilera, 1996: 5). Si bien puede resultar contraproducente juzgar estas imágenes desde el presente, con el conocimiento de que los grupos indígenas de la Patagonia austral son protagonistas de distintas resurgencias y reemergencias, al incorporarse estas fotos a las entrevistas, las mismas duplican la noción racializada del “último indio” y del retrato de rescate, a la vez que eliminan las agendas políticas de los procesos de reemergencia. Guzmán finaliza las entrevistas con tres imágenes sucesivas de los entrevistados que se fijan y dan lugar a nuevos archivos. Estas imágenes fijas, de frente, remiten a lo antropométrico, a las racializaciones, al naturalismo, y a todo aquello que el documental necesitaría desmantelar.

Entonces, esos archivos visuales, que podrían ser contextualizados y ensamblados para enseñar comunidades activas, junto a los discursos de “los últimos” se terminan filtrando en El botón de nácar, a pesar de contar con la valiosa presencia y palabras de tres miembros de comunidades indígenas en el documental. Guzmán expresa su tristeza por la forma en que “los últimos grupos se hundieron en la miseria y el alcoholismo” y un deseo: “Me gustaría que estos pueblos del agua no hubieran desaparecido”. Es indudable que la devastación de estos pueblos fue enorme, así como las pérdidas culturales, pero también fueron destacables sus resistencias y las actuales batallas por sus derechos.

Sobre los enunciados de “los últimos”, Alberto Harambour, afirma con ironía: “La última selknam, Lola Kiepja murió en 1966. La última selknam, Ángela Loij, murió en 1974. La última selknam, Virginia Choinquetel, murió en 1999. La última selknam, Enriqueta Gastelemundi murió en 2004. Los onas eran salvajes, primitivos, bárbaros y se extinguieron al contacto con la civilización” (Harambour, 2017: 39). Es por eso que el valioso viaje personal de Patricio Guzmán por la Patagonia austral contiene un entramado que hay que cuestionar, como cuando explica: “[h]oy quedan veinte descendientes directos. Adentro de ellos el idioma resistió cientos o tal vez miles de años”. A mediados de la década de los ‘40s, Joseph Emperaire, un etnólogo francés, se instaló por dos años con los kawésqar, una minoría “aislada, miserable y condenada”, cuyos miembros “contrariamente a sus hábitos nómadas, tienden a agruparse de una manera estable, y hallando más fácil pedir que buscar, se degradan progresivamente a la condición de mendigos” (Emperaire, 1963: 7,10). Según Harambour, “[e]n el libro más influyente que se haya escrito sobre estos ‘nómades del mar’, el antropólogo declaraba que se precipitaban ‘por los caminos rápidos y paralelos de la asimilación y de la desaparición’. Seis décadas después, y muchas veces anunciada la muerte del último o la última kawésqar, los censos indican que estaba equivocado: 2.622 personas se reconocieron como tales en 2002; y en el Censo 2017, 3.500” (Harambour, 2019: 45). Hoy hay muchos descendientes o indígenas que se autoadscriben como tales en pugna por sus derechos. Contrariamente a El botón de nácar, Tánana, estar listo para zarpar afirma lo que existe, restituye prácticas ancestrales y hace a los protagonistas partícipes de su propia historia, memoria y posibilidades, lejos del archivo fijo del “último indio”, del desaparecido, extinto o el ideal.

Juan Salazar parte de la conocida definición de John Grierson del documental como “tratamiento creativo de la realidad”, y agrega que el documental debería practicarse no sólo de esa manera, sino también como posibilidad y potencialidad, como los “recursos de la esperanza” de los que habla Raymond Williams (Salazar, 2015: 44, mi traducción). Así, Tánana se basa en el presente de Martín González Calderón, quien según mencioné, pertenece a la comunidad yagán de la Isla Navarino. La construcción de un barco es el eje del documental. Una vez terminado el barco, Calderón y distintos miembros de la comunidad emprenderán un viaje por los antiguos maritorios yaganes, islas, bahías y cabos, deteniéndose en algunos de ellos. Construir se constituye en un “recurso de la esperanza”, en disciplina y memoria performática, que si bien es atravesada indudablemente por las pérdidas históricas y comunitarias, se niega a capitular ante ellas. Para lograr esto, el documental se filma en una Patagonia íntima, de todos los días, con sus sonidos, recorridos, personas y clima. Se pasa de un acto de dar voz, a mirar desde dentro, junto a los protagonistas.

El documental carece casi de material archivo o narraciones sobre la histórica, con excepción de las breves aclaraciones iniciales sobre el pueblo yagán. Su director vive en Puerto Williams, de hecho, Alberto Serrano es el director del Museo Antropológico Martín Gusinde donde trabaja en forma colaborativa y comprometida con la comunidad. En el año 2012, por ejemplo, “inició un estudio exploratorio y participativo con enfoque de género para la identificación de hombres y mujeres yaganes presentes en las fotografías de la exhibición permanente y el archivo fotográfico del museo” (Museo). Un grupo de mujeres, lideradas por Cristina Calderón (tía de Martín), e investigadores trabajaron en la revisión del archivo de Martín Gusinde y produjeron a partir del mismo un álbum fotográfico para cada grupo familiar de la comunidad indígena yagán. Analizaron además las relaciones de parentesco y las historias de vida y agregaron los nombres a las fotografías de Gusinde. Esta revisión acercó “a quienes descienden directamente de las mujeres y hombres fotografiados”, algo que “no se había efectuado con anterioridad”. Incluso “gran parte de la comunidad no había tenido acceso a esta colección ni a su documentación”. Esta iniciativa “ha significado lograr una precisión en la información biográfica de sus antepasados, democratizando, por lo tanto, el conocimiento acerca de este patrimonio fotográfico” (Museo). Si hablo aquí del proyecto es porque tiene una relación clara con la forma de concebir este documental.

En Tánana el espectador es transportado a una cercanía que es imprescindible para la resistencia y construcción. Una de las secuencias iniciales muestra a González Calderón cargando leña, caminando pausadamente hacia una carretilla donde deposita la madera. La carretilla se inclina por el peso y produce un efecto de inmediatez. Junto al agua, la pequeña vivienda de chapa, material típico de construcción en el sur, con su estufa a leña, materializa la fuerza de lo íntimo. Sus recuerdos del pasado, en una cocina verde mientras se ceba unos mates, nos remiten a la reverberación de esas historias y al deseo de volver a lugares abandonados con violencia, hace más de cuarenta años. Lo que se necesita es un buen bote. El conocimiento, la cultura y lo indígena, lejos de apreciarse como categorías fijas, en proceso de desaparición, o en “patrimonios inmateriales” rescatados en la figura de unas pocas personas, en general quienes hablan con fluidez la lengua, adquiere un sentido comunal, familiar y de “repertorio”. Elegir árboles sanos, talar con la sierra eléctrica, oír el ruido intrépido del árbol al caer y transportar el árbol al hombro, son partes de ese “repertorio”, de creatividad táctica y artesanal.

FIG3

Tánana, estar listo para zarpar, Martín González Calderón y el “Pepe”

Como el “Pepe”, el viejo bote en ruinas, que construyó el padre de Calderón, y que según él va a seguir vivo para siempre, la memoria existe en el entramado de una herencia colectiva. Allí las enseñanzas del padre, navegar, orientarse, ver el tiempo, distinguir las maderas, y saber en qué época cortar, se comparten con los amigos, parientes y niños, quienes se asoman a la orilla a jugar con un bote. Calderón instruye a sus ayudantes, su yerno y su primo, valorando lo ancestral en la construcción del barco, “Pepe II”. Sin embargo, el “Pepe II”, homenaje al padre, no es una canoa de corteza, no tiene un nombre yagán, como le hubiese gustado a Calderón, ni un fuego en el centro como anhela Guzmán. Es un barco hecho con técnicas chilotas, y que por eso mismo es una mezcla de los cruces, violencias y transformaciones de la zona.

 FIG4

FIG5

Tánana, estar listo para zarpar. “Pepe II” y comunidad

La violencia también está clara en las restricciones de navegación impuestas por la Armada en el maritorio que los yaganes ocupaban. La soberanía de los mares dificulta el derecho de los pueblos originarios a navegar, existen exigencias de carnets de pesca o permisos de la gobernación, a las mujeres no se les permite transitar por el agua como antes. Cuando Calderón cuenta que nació en Ushuaia, en Harberton, como al pasar, uno se pregunta por la vida en esa estancia del ex misionero anglicano Bridges, pero él no dice nada más. El documental no se estanca en sentimientos de tristeza. Las andanzas marítimas del pasado, al ser recreadas funcionan como un “horizonte de expectativas”, pese a las consecuencias trágicas de los asentamientos forzados. Un viaje a la Isla Mascart, donde Calderón creció, se transforma en una aventura para recuperar una pesada cocina de hierro entre la maleza. Mientras la desentierran, explican que pertenecía a la Misión inglesa. En otras islas abandonadas, de casas de listones de madera carcomidos por el tiempo, Calderón y sus parientes visitan el cementerio, con su división por familias, y comen frambuesas. La justicia de estas imágenes radica en la presencia del pasado, en las ruinas que se habitan, a la vez que se ejercen los derechos, en este caso el de navegar.

En otras secuencias, aparecen los restos de una ballena en una de las islas. La ballena conecta diferentes temporalidades. Remite a los cronistas que escribieron acerca de los indios comiendo las que quedaban varadas en la playa. Como eran muy difíciles de cazar, la aparición de ballenas constituía un momento de celebración que se compartía. También nos lleva a los balleneros y loberos y a los estragos que produjeron. Pero además el esqueleto de esta ballena se asemeja al del barco, hay algo en esos huesos grandes y curvos que remite a los tablones curvados del armazón del barco en el momento de su construcción. Hacia el final del documental, Calderón y su yerno se dirigen a unas pinturas rupestres, que hicieron “los antiguos”, como los llama. Van a tientas, guiándose por el recuerdo de Calderón de haber visto las pinturas de niño. Cuando las encuentran, somos una vez más partícipes de la continuidad con “los antiguos” como praxis.

Si bien El botón de nácar visibiliza a los indígenas de la Patagonia austral, al basarse en discursos e imágenes de lo exótico, la extinción, y la desaparición, sin cuestionarlos, elimina la potencialidad de los indígenas como sujetos de derecho. Tánana en cambio, nos muestra el presente y las huellas del pasado en la actualidad, y un viaje fílmico en el que se edifica sobre el derecho a navegar. En las últimas imágenes del documental se izan las velas hacia el Cabo Punta Goleta (Falso Cabo de Hornos), entre pájaros y lobos marinos y nos quedamos con el sigilio de la vela que duplica la geografía de la punta del cabo. Walter Benjamin señala que lo que el dialéctico necesita es tener en sus velas el viento de la historia. Para él, pensar significa izar las velas. Si las palabras son sus velas y la manera en que las iza son conceptos, las palabras e imágenes de este documental, son también el viento en las velas de la historia. Tánana es una historia no lineal, donde relumbran las tachaduras y donde se construye el derecho a zarpar.

Bibliografía

Azócar, Critóbal y Alberto Serrano (2016), Tánana, estar listo para zarpar, Chile.

Aguilera, Oscar (1996), “Kawésqar”, en Paz Errázuriz, Fotografías: Los nómadas del mar, Exposición Museo Nacional de Bellas Artes, Programa de Informática, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

Barthes, Roland (1990), La cámara lúcida: Notas sobre fotografía, Paidós, Barcelona.

Baudrillard, Jean (2002), “Tierra del Fuego-New York”, en Screened Out, Verso, New York, London.

Benjamin, Walter (1982), Libro de los pasajes, Rolf Tiedemann, ed., Luis Fernandez Castañeda, Isidro Herrara y Fernando Guerrero, eds., Akal, Madrid

Emperaire, Joseph (1963), Los nómadas del mar, Ediciones de la Universidad de Chile, Santiago.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, New York.

Harambour, Alberto (2017), “Partes del exterminio: la barbarie de la civilización o elgenocidio selknam en la Tierra del Fuego”, en La Roca, 4 (4), 38-58.

Harambour, Alberto y José Barrena Ruiz (2019), “Barbarie o justicia en la Patagonia occidental: las violencias coloniales en el ocaso del pueblo kawésqar, finales del siglo XIX e inicios del siglo XX”, Historia Crítica, 7, 25-48.

Mases, (2002), Estado y cuestión indígena en la Argentina. El destino final de los indios sometidos al sur del territorio (1878-1910), Prometeo-Entrepasados, Buenos Aires.

Maturana Díaz, Felipe A. (2004), “Fotografía Antropológica de Charles Wellington Furlong (Archipiélago Fueguino, 1907-1908)”, en Revista chilena de antropología visual, 6, 74-94.

Museo Antropológico Martín Gusinde, “Hombres y mujeres yaganes en las fotografíasde Martín Gusinde”, en            https://www.museomartingusinde.gob.cl/sitio/Contenido/Institucional/55646:Mujer es-y-hombres-yaganes-en-las-fotografias-de-Martin-Gusinde

Organización Internacional del Trabajo, Oficina Internacional para América Latina y el Caribe (OIT), (2014) Convenio número 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales: Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—americas/—ro-lima/documents/publication/wcms_345065.pdf

Poole, Deborah (1997), Vision, Race, and Modernity: A Visual Economy of the Andean Image World, Princeton University Press, New Jersey.

Ramos, Alcira (1994), “The Hyperreal Indian”, Critique of Anthropology, London, 14 (2), 157-171.

Rodríguez, Mariela Eva (2019), “Conversatorio, lailuka ain, lailuka am, sabios y sabias diálogo de saberes”, “Colonialismo de pioneros en la Patagonia Austral, presentación oral, Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Río Grande, 27 de abril.

Rodríguez, Mariela Eva y Lorenzetti, Mariana (2018), “Seminario 2018: Pueblos originarios y Estado-nación”, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, (FLACSO), sede Ciudad de Buenos Aires, clase virtual.

Salazar, Juan (2015), “Anticipatory Modes of Futuring Planetary Change in Documentary Film”, en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

Veracini, Lorenzo (2011), “Introducing Settler Colonial Studies”, en Settler Colonial Studies, 1:1, 1-12.

Vezub, Julio Esteban (2011), “1879-1979: Genocidio Indígena, historiografía dictadura”, en Corpus: Archivos virtuales de la alteridad americana, 1: 2.

Vidal, Hernán (1993), “A través de sus cenizas: Imágenes etnográficas e identidad regional en Tierra del Fuego”, Tesis de maestría, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede Quito, en http://www.flacsoandes.edu.ec/libros/8614-opac

Viñas, David (1982), Indios, ejército, frontera, Siglo XXI, Buenos Aires.

Notas

[1] Ver, de la misma autora, Rodríguez, Mariela Eva (2010), De la “extinción” a la autoafirmación: procesos de visibilización de la Comunidad Tehuelche Camusu Aike (provincia de Santa Cruz, Argentina). Georgetown University, Washington DC, en

http://repository.library.georgetown.edu/bitstream/handle/10822/553246/rodriguezMariela.pdf?sequence=1  –  https://repository.library.georgetown.edu/handle/10822/553246

[2] Ver, Rodríguez, Mariela Eva y Marcela Alaniz (2018). “Política indígena, gestión participativa y etnografía colaborativa en la provincia de Santa Cruz”, en Campos de interlocución y políticas de reconocimiento indígena en Argentina, Morita Carrasco, ed., Antropofagia, Ciudad de Buenos Aires.

[3] Ver, por ejemplo, “Los medios contra los indígenas: El verso del indio trucho”, Noelia Enriz (2017, septiembre 1), Anfibia, en http://revistaanfibia.com/ensayo/verso-del-indio-trucho-2. En esta nota, Enriz analiza la representación de los indígenas en los medios a partir de sus reclamos territoriales y la ley de emergencia 26160.

[4] Sobre la fotografía de Martín Gusinde, consultar, Chapman, Ann, Dominique Legoupil y Marisol Palma Belkme; Christine Barthe y Xavier Barral (eds., 2015), The Lost Tribes of Tierra del Fuego: Selk’nam, Yamana, Kawésqar, Thames & Hudson, Londres.

[5] Ana Cecilia Gerrard, quien trabaja con las comunidades selkn’am y yagán de Tierra del Fuego, explica: “Frente a la existencia material de un grupo de descendientes reconocidos oficialmente con la personería jurídica del INAI, la tendencia ha sido a ignorar esta presencia y continuar realizando estudios históricos que versan una y otra vez sobre los mismos temas, reformulaciones interpretativas sobre la vida de los cazadores y recolectores, la ceremonia del hain, los hábitos alimenticios, estudios epidemiológicos o incluso la brutalidad del genocidio perpetuado en el primer período de la colonización –tema más que recurrente por ser una fuente de capital simbólico para el que “denuncia”, quienes suelen erigirse como “portavoces oficiales de los desprotegidos”. A pesar de tomar contacto con la gente de la comunidad, algunos académicos continúan poniendo el foco de interés en el pasado. Incluso llegan en su celo revisionista a poner en duda la “autenticidad” del etnónimo Selknam, a través del establecimiento de dudosas relaciones con un supuesto origen etimológico, que no es más que otro modo de poner en duda la autoidentificación adoptada por los miembros actuales del grupo”. Gerrard, Ana Cecilia (2014), “El sigilo en las metáforas del viento: los Selknam y la retórica de la desaparición”, XI Congreso Argentino de Antropología Social, Rosario.

Introducción al dossier: “Justicia y ley en el cine documental en América Latina”

Descargar texto

María Guadalupe Arenillas y Gustavo Procopio Furtado

Este número propone una discusión teórica sobre la relación entre los conceptos de justicia, ley y cine documental en América Latina. En general, las discusiones más recientes sobre justicia, ley y cine en Latinoamérica se han enfocado en las dictaduras, en los procesos post-dictatoriales o de post-conflicto y en la justicia transicional (Andermann y Bravo, 2013; Arenillas y Lazzara, 2016; Piedras, 2014; Traverso y Wilson, 2016). Esto resultó un paso necesario, ya que después de décadas de brutales dictaduras y conflictos internos en el contexto de la Guerra Fría, Latinoamérica experimentó el resurgimiento y la consolidación de regímenes democráticos. Aunque en las últimas décadas haya crecido un campo de estudios sobre la relación entre derecho y cine, las publicaciones se han dedicado casi exclusivamente al cine de ficción y han puesto énfasis en cuestiones de ideología y de realismo en la representación, es decir, la adecuación entre las películas y la supuesta realidad (Black 1999, Greenfield et al 2001, Machura y Robson 2001, Moran et al 2004, Strickland et al 2006). Este dossier busca expandir estas conversaciones y analizar cómo el cine documental representa, explora, dialoga, e incluso interviene en los procesos y operaciones de las instituciones de la ley. Nos interesa sobre todo pensar simultáneamente sobre las prácticas y los procesos del cine y de la ley, poniéndoles en una relación mutuamente reveladora.

Una manera de acercamiento entre el documental y la ley ocurre mediante la observación y la reflexión cinematográfica en torno del funcionamiento de las instituciones disciplinares -como la policía, las cárceles, y las cortes de justicia- y de la actuación de las personas que en ellas participan ya fuera como representantes del estado o como sujetos bajo su control. En este acercamiento a la ley, el documental puede poner en evidencia las formas de vigilancia del estado, pero puede también revelar y reflexionar sobre el cine como aparato de observación y vigilancia, aunque exento de la violencia característica de lo estatal (Furtado, 2018). Si, como se ha señalado, el documental ha sido cuestionado por sus tintes “totalizantes y autoritarios” (Winston, 2015), y por su manejo de sus propias formas de poder y autoridad, en gran parte basadas en la evidencia fílmica de lo visible y el discurso sobre lo “real”, también es cierto que éste tiene la capacidad de subvertir las prácticas de observación y vigilancia existentes y de producir formas de ver y saber no previstas por las instituciones disciplinarias y sus aparatos de vigilancia. La mirada panóptica que se convierte en el documental en una mirada múltiple que demanda que pensemos una y otra vez lo que se nos muestra y lo que vemos (Cowie, 2015). El acercamiento del documental y de la ley, por lo tanto, puede permitir un doble acto de pensar sobre los aparatos de la justicia y sobre el cine.

El documental también dialoga con la ley y la justicia de otras formas, distintas de la aproximación a las instituciones disciplinarias. Muchas veces la práctica documental se inserta precisamente en situaciones en las que la intervención de la ley está pendiente o ha fracasado o en las cuales la ley se encuentra en conflicto directo con los ideales de la justicia. Así situado en el espacio que se abre entre ley y justicia, el documental se convierte en una plataforma para la reivindicación de derechos, para lanzar denuncias en la esfera pública, o para captar y preservar evidencias y testimonios que de otro modo estarían destinados al olvido. En casos donde la justicia y la ley son imposibilidades, el documental se convierte incluso en un acto de justicia por otros medios no relacionados con el castigo o el derecho legal. En este sentido, el documental puede buscar formas alternativas de justicia poética, restaurativa y transformadora para el cineasta, los participantes de la película, y los espectadores, formando nuevas comunidades constituidas por la búsqueda de justicia y por la intervención del cine.

Los ensayos incluidos en este dossier exploran algunas de estas posibilidades, empezando con la contribución de María Guadalupe Arenillas sobre Patricio Guzmán y los pueblos originarios de la Patagonia austral. Conectando con el tema de la memoria en la post-dictadura, dentro del cual prima la obra de Guzmán, Arenillas se enfoca en la temática indígena que emerge en el penúltimo trabajo del director chileno, El botón de nácar (2015), película que da continuación a Nostalgia de la luz (2010). Consistiendo de ensayos fílmicos evocativos y poéticos, estas dos películas extienden el trabajo de Guzmán sobre la memoria post-dictatorial hacia otras temporalidades, abarcando incluso la arqueología y la astronomía como maneras de pensar sobre la relación del presente con el pasado.

En El botón de nácar Guzmán ahonda aún más en la historia al enfocarse en el genocidio de los pueblos originarios de la Patagonia austral en el siglo XIX, figuras que se configuran como los desaparecidos originarios de la nación. En un análisis crítico de este giro en la obra del director chileno, Arenillas propone que la lógica elegíaca del documental de Guzmán conlleva, en parte, pese a lo válido de su rescate, su propio acto de injusticia al presentar a los pueblos indígenas como desaparecidos. Guzmán establece un distanciamiento temporal entre su existencia en el presente y la temporalidad de los pueblos, configurados como si éstos pertenecieran exclusivamente al pasado y no a la contemporaneidad, incluso cuando cuenta con las voces de algunos de los integrantes de las comunidades indígenas. Guzmán repite así un gesto típico en la representación de pueblos originarios que Johannes Fabian, en su crítica a la antropología, definió como la “negación de contemporaneidad” (1983). La película de Guzmán, pese su originalidad temática dentro de la obra del director, repite muchos de los lugares comunes que caracterizan a la representación etnográfica y la romantización de la Patagonia como “fin de mundo”. Cabe resaltar que el objetivo del cuestionamiento del discurso de la “desaparición” de los pueblos originarios propuesto por Arenillas no tiene la pretensión de minimizar la dimensión catastrófica de siglos de genocidio y su efecto en las culturas indígenas en la Patagonia o de las Américas en general. Pero nos toca cuestionar la temporalidad de la película en este tratamiento del tema hecha justamente en un período que se caracteriza por exitosos movimientos indígenas de recuperación cultural y reclamo por reconocimiento y justicia, un período en el cual los pueblos dejan de ser objetos de representación y pasan a ser sujetos de derecho. El ensayo de Arenillas culmina con una comparación entre El botón de nácar y Tánana, estar listo para zarpar (Cristóbal Azócar y Alberto Serrano, 2016), cuyo propio título enfatiza la activa contemporaneidad de los pueblos originarios, listos para zarpar, y no su trágica desaparición.

Proponiendo pensar también la contemporaneidad del indígena y no su extinción, el ensayo de Ian Erickson-Kery da continuación a la temática abierta por Arenillas pero la traslada al caso de Brasil y al trabajo de la cooperativa de producción audiovisual Video nas Aldeias. Este proyecto fue iniciado en los años 80 cuando un grupo de activistas de derechos indígenas y antropólogos, liderados por Vincent Carelli y Virginia Valadão, propusieron poner la cámara de vídeo al servicio de los pueblos indígenas de Brasil, y más tarde se convirtió en una escuela de cine indígena. El proyecto resultó en un vasto material documental producido colaborativamente por cineastas indígenas y no-indígenas. Aún poco estudiado en el campo del cine documental, especialmente fuera de Brasil, las discusiones en torno a los documentales de Video nas Aldeias tienden a centrarse en la relevancia de los trabajos para la tradición del cine etnográfico y en la representación del contacto entre indígenas y no-indígenas (Ruby, 1992; Ginsburg, 1999; Furtado, 2019). Proponiendo un acercamiento original, Erickson-Kery se enfoca en la forma en que los documentales de Video nas Aldeias reflexionan sobre las luchas por derechos territoriales indígenas. Incluso cuando discute el tema del contacto entre indígena y no-indígena, un tema recurrente en la producción de cine etnográfico e indígena en Brasil, Erickson-Kery reflexiona sobre cómo las escenas de contacto se desarrollan “en el territorio, con el involucramiento de actores de varias posiciones sociales y legales” y considera la cámara como un mediador del encuentro entre el indígena y la sociedad nacional, junto a otros mediadores, entre ellos la ley. Examinando una variedad de películas del grupo, Erickson-Kery explora las formas en que estos trabajos participan de la lucha por derechos territoriales, sea dando forma a obstáculos legales o activamente participando de los procesos jurídicos mediante el uso del registro fílmico como evidencia. Cabe resaltar que la contribución de Erickson-Kery es especialmente oportuna dada la reciente elección de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil y sus planes de reducir significativamente los territorios de los pueblos indígenas y abrir el territorio amazónico para la expansión del agro-negocio, una agenda política que parece retomar y concluir el proyecto colonial en el presente.

En su ensayo, Juan Carlos Rodríguez examina otro contexto en el cual las relaciones coloniales de poder aún son determinantes. En diálogo con Fernando Rosenberg y su libro After Human Rights: Literature, Visual Arts, and Film in Latin America 1990-2010 (2016), Rodríguez propone repensar el documental judicial latinoamericano a partir de la especificidad de Puerto Rico en tanto colonia de Estados Unidos. El documental judicial contemporáneo en América Latina emerge en un contexto histórico que incluye el fin de la Guerra Fría, los procesos de transición democrática, y la gradual judicialización de la política, es decir, en el uso de los tribunales como las plataformas principales para el reclamo de derechos políticos. Rodríguez nota que, aunque los documentales judiciales de Puerto Rico son en muchos aspectos comparables con ejemplos de otras partes de América Latina, la situación colonial de la isla desplaza los documentales a otro contexto donde no hay un proceso de transición democrática y por ello el fin de la Guerra Fría no tiene el mismo sentido. Con la continuidad de la situación colonial y la criminalización de la política independentista en la isla, los documentales judiciales en de Puerto Rico emergen no en un contexto de judicialización de la política sino de la politización del derecho. González desarrolla su argumento mediante un análisis de Filiberto (Freddie Marrero Alfonso, 2017), película que reconstruye la vida del líder del Ejército Popular Boricua, Filiberto Ojeda Ríos, que fue asiduamente perseguido por el FBI durante los años 90 y asesinado en 2005. En su análisis, Rodríguez demuestra la manera en que la película politiza procesos jurídicos para “desmentir la aparente neutralidad política de la ley y del orden colonial, sistema que criminaliza la lucha por la independencia para despolitizarla”.

Si bien el documental judicial discutido por Rosenberg y Rodríguez suele posicionarse de manera abiertamente crítica con respeto a procesos jurídicos, la lógica que informa el género documental tiene afinidades con algunos elementos de la práctica del derecho, como la importancia de la autoridad y el manejo de evidencias. El género conlleva en su nombre la noción de “documento” con sus sentidos de registro, prueba y evidencia, palabra que proviene del latín videre, o ver. No obstante sus distintas funciones sociales, el documental y la ley pueden ser entendidos como dispositivos afines que convocan a lo visible y producen registros de sujetos marginales, sujetos sacados “del anonimato de la multitud y de la vida cotidiana, convocadas a la visibilidad por oficiales de la justicia o por operadores de cámaras documentales”, como escribe Gustavo Procopio Furtado en su contribución a este dossier. Furtado explora las afinidades entre el documental y el derecho mediante un análisis de las películas de observación de tribunales de la directora brasileña Maria Augusta Ramos. En Justiça (2004) y Juízo (2007), Ramos observa los procedimientos de tribunales con cámaras fijas y reticencia retórica. La austeridad de este estilo hace que las imágenes de los filmes se ubiquen en el “ámbito del documento y no en el régimen de la representación clásica”, como observa Andrea França (França y Avelar, 2013). El estilo de Ramos arriesga implicar su cine en el rigor formalista que caracteriza las prácticas del sistema de justicia, prácticas que aparentan justicia pero más bien participan en la reproducción de una sociedad fundamentalmente injusta. Por otro lado, el método de Ramos también sirve para permitirle acceso a los tribunales y sus oficiales y para poner el propio sistema jurídico bajo una mirada de vigilancia. Acercándose de los procedimientos del sistema judicial brasileño con un intenso estilo observacional, Ramos produce un cine sutilmente reflexivo que pone en diálogo las prácticas del cine documental y de la ley. “Sus filmes observan las observaciones del derecho, documentan sus procesos de documentación y, en paralelo con su acto de convocar, llevan al registro del documental los procedimientos legales, así como a todos los sujetos sociales que participan del ‘teatro de la justicia’” (Furtado).

Aunque el documental tenga afinidad con la noción de documento y su supuesto valor indicial, una película documental es siempre también una construcción discursiva. O, para ponerlo en términos propuestos por André Bazin en su clásico ensayo sobre la ontología de la imagen fotográfica, la cámara, en tanto aparato automático que graba indiferentemente de las intenciones de su operador, resulta en imágenes que son como un “fenómeno ‘natural’, como una flor o un cristal de nieve”. Por otro lado, Bazin concluye su ensayo observando que el cine es también un lenguaje (Bazin, 2014). Poniendo esa doble dimensión del cine en términos menos fenomenológicos y más pragmáticos, la teórica Stella Bruzzi propone que el género documental opera dialécticamente entre los polos del registro audiovisual puro (paradigmáticamente representado por la película de Zapruder que registra el asesinato del presidente Kennedy) y la construcción discursiva necesaria para la producción de sentido a partir del registro audiovisual (Bruzzi, 2000). En el último ensayo del dossier, Antonio Gómez explora algunas dimensiones de esta dualidad mediante un análisis del ciclo de películas de Pamela Yates en Guatemala. Gómez traza la trayectoria de la cineasta desde su película más conocida, When the Mountains Tremble (1982), hasta trabajos más recientes, especialmente Granito – How to Nail a Dictator (2011), prestando atención a la relación entre la producción documental y los procesos judiciales de los años 1990.

Gómez pone en evidencia y cuestiona la forma en que Yates, interactuando con los procesos jurídicos, redimensiona sus propias imágenes, para usarlas como material forense, reconfigurando incluso los outtakes del material de los años 80. Yates se mueve entre “un modelo que proviene del universo de la representación simbólica” y su uso como evidencia en el campo de la legalidad. Esta tensión, lejos de ser irreconciliable, puede pensarse, entonces, en los términos dialécticos que propone Bruzzi, para seguir indagando en la forma en que el cine documental participa en los procesos de justicia y en la “judicialización de la política”.

Todos los documentales en este dossier dialogan y se acercan a diferentes modos de pensar la justicia y la ley frente a la alteridad. Incorporan un espectro que incluye a los pueblos indígenas de la Patagonia austral, discursivamente exterminados por el Estado, y sus reemergencias como sujetos de derecho. Examinan las luchas territoriales de los indígenas en Brasil, la “politización de la justicia” en Puerto Rico, así como también los procesos judiciales de adolescentes en Brasil y las demandas contra la impunidad en Guatemala. Los documentales que trabajamos, de la misma forma que los procesos judiciales, contribuyen con la elaboración de registros, divulgan los crímenes, registran testimonios y obtienen en muchos casos el reconocimiento público de los actos juzgados (Rosenblum, 2012).

El cine documental en su relación con los procesos judiciales señala los límites y obstáculos de la ley como conjunto de normas y castigo, lo que puede verse en varias de las películas que se analizan aquí, por ejemplo Justiça (2004), Juízo (2007) y Granito. Como propone Rosenblum, las limitaciones del sistema judicial resultan más evidentes cuando los perpetradores no son unos pocos individuos identificables, sino parte del sistema social. De este modo los documentales evidencian, desde distintos ángulos las fallas, fracasos, impedimentos y lagunas de las instituciones legales para ponerlas en relación directa con las secuelas y consecuencias en la realidad más cotidiana de los sujetos de la ley. El encuentro entre la cámara y estos sujetos, al hacer visible las repercusiones, da una calidad afectiva que invita a continuar interrogando a las instituciones, a las nociones de justicia y al Estado.

Bibliografía

Andermann, Jens y Fernando Bravo (eds., 2013), New Argentine and Brazilian Cinema: Reality Effects, Palgrave Macmillan, Nueva York.

Arenillas, María Guadalupe y Michael Lazzara (eds., 2016), Latin American Documentary Film in the New Millennium, Palgrave Macmillan, Nueva York.

Bazin, André (2014), ¿Qué es el cine?, trad. José Luis López Muñoz, 10 edición, Rialp, Madrid.

Black, David (1999), Law in Film: Resonance and Representation, University of Illinois, Chicago.

Bruzzi, Stella (2000), New Documentary: A Critical Introduction, Routledge, Londres, Nueva York.

Cowie, Elizabeth (2015), “The World Viewed: Documentary Observing and the Culture of Surveillance”, en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

Fabian, Johannes (1983), Time and the Other: How Anthropology Makes Its Subject, Columbia University Press, Nueva York, Chichester, West Sussex.

Furtado, Gustavo Procopio (2019), Documentary Filmmaking in Contemporary Brazil: Cinematic Archives of the Present, Oxford University Press, Nueva York.

França, Andrea y José Carlos Avelar (2013), “As imagens silenciosas e os corpos em desajuste no cinema de Maria Augusta Ramos”, en Devires 10 (2), 90-109.

Greenfield, Steve, Guy Osborn y Peter Robson (eds., 2001), Film and the Law, Cavendish Publishing, Londres.

Grinsburg, Faye (1999), “The Parallax Effect: The Impact of Indigenous Media on Ethnographic Film,” en Jane M. Gaines and Michael Renov (eds.), Collecting Visible Evidence, University of Minnesota Press, Minneapolis.

Moran, Leslie, Emma Sandon, Elena Lozidou and Ian Christie (eds., 2004), Law’s Moving Image, Glasshouse Press, Londres.

Machura, Stefan y Peter Robson (eds., 2001), Law and Film, Blackwell Publishing, Oxford.

Piedras, Pablo (2014), El Cine documental en primera persona, Paidós, Buenos Aires.

Rosenberg, Fernando (2016), After Human Rights. Literature, Visual Arts, and Film in Latin America, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh.

Rosenblum, Nancy L. (2002), “Justice and the Experience of Injustice”, en Martha Minow (ed.) Breaking the Cycles of Hatred: Memory, Law, and Repair, Princeton University Press, Princeton.

Ruby, Jay (1992), “Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological and Documentary Dilemma”, Journal of Film and Video, vol. 44, nos. 1-2, 42-66.

Strickland, Rennard, Teree E. Foster y Taunya Lovell Banks (eds., 2006), Screening Justice – The Cinema of Law: Significant Films of Law, Order and Social Justice, William S. Hein & Company, Buffalo.

Traverso, Antonio y Kristi Wilson (eds., 2016), Political Documentary Cinema in LatinAmerica, Routledge, Nueva York.

Winston, Brian (2015), “Surveillance in the Service of Narrative” en Juhasz, Alexandra y Alisa Lebow (eds.), A Companion to Contemporary Documentary Film, Wiley Blackwell, Chichester, West Sussex.

Golpe de Vista: Cinema e ditadura militar na América do Sul

Descargar texto

Nuno Cesar Abreu, Alfredo Suppia, Marcius Freire [organizadores], São Pablo, Alameda, 2017.

Por Horacio Cappelluti Gayo


Golpe de vistaEscribía Borges en su poema El pasado que “el ilusorio ayer es un recinto de figuras inmóviles de cera”. Citar este fragmento de 1972, a solo un año de que el siglo XXI cumpliese su veintena de años, podría entenderse como una contradicción en sí misma; el pasado, según Borges, no solo es ilusorio, en tanto percepción errónea de un estímulo real, sino que además seria reflexionar ante espejismos sin movimiento, despojados estos de su estado potencial. Dicho de otro modo, una lectura posible del pasado, y la más difundida por su carácter positivista, es aquella que analiza acontecimientos (movimientos) en relación a su final. Ese intento por entender la función de una vasija estudiando su caída y realizando una suerte de peritaje forense sobre sus fragmentos, limita no solo el análisis mismo de la caída sino que además nos impide comprender las potencialidades latentes del objeto de estudio. El cuerpo de estudio se cierra en sí mismo, transformando el pasado, sin la poética de Borges, en una morgue de causas perdidas. La política, quizás más que ningún territorio de la acción humana, sabe de estas aparentes causas perdidas y sus consecuentes frustraciones.

Los textos que componen Golpe de Vista: Cinema e ditadura militar na América do Sul centran su análisis en un pasado doloroso para la región latinoamericana: las dictaduras militares sufridas en el continente entre las décadas del sesenta y ochenta. Para contextualizar, la segunda mitad del siglo XX está marcada por la Guerra Fría. Luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. y la U.R.S.S. comenzaron una ascendente escalada de tensiones geopolíticas en busca de la hegemonía mundial, cuya principal particularidad fue la ausencia de conflictos armados en el propio territorio de los países en pugna, lo que derivó en acciones militares fuera de sus fronteras denominadas “guerras subsidiarias”. El golpe de Estado brasileño de 1964 inauguró una sucesión de golpes de Estado en la región, orquestados desde EE.UU. y su Escuela de las Américas, bajo el lema “lo que es bueno para EE.UU., es bueno para América”. Esta estrategia permitió a los EE.UU. tomar control político, militar y económico sobre lo que denomina su “patio trasero”. Estos Estados, cooptados en su mayoría por juntas militares, no tuvieron reparos en su lucha contra todo atisbo de oposición. Pero, como ya dijimos, el pasado no es un recinto repleto de figuras inmóviles de cera. Años antes del golpe de 1964 que derrocó al presidente brasileño João Goulart (1961-1964), sucede un hecho significativo para la lucha de los pueblos latinoamericanos. El primer día del año 1959 se produjo en Cuba el fin de la dictadura de Fulgencio Batista (1940-1944; 1955-1959), apoyada por EE.UU., y la toma del poder a través de la lucha armada por parte del Ejército Rebelde. Esta revolución significó una esperanza para la lucha de los pueblos contra la tiranía imperial y su hálito inundó todo el continente.

Otro hecho que marca este momento histórico sucedió casi diez años después de la revolución cubana. En Mayo de 1968 acontecieron una serie de protestas, en su mayoría estudiantiles, cuyo epicentro fue la ciudad de Paris. Allí, jóvenes, en su mayoría grupos estudiantiles, pusieron en tela de juicio el mundo de sus padres. La nueva generación criticaba su herencia, se oponía a los valores morales, a las estructuras sociales, pretendían cambiar la concepción misma de lo establecido. En este contexto, artistas e intelectuales acompañaron las revueltas y tanto el mundo de las ideas como el de la creación artística serian ya inseparables de la acción política. Eran épocas de tomar posición.

Tanto la Revolución Cubana como el Mayo francés influyeron en Latinoamérica de un modo definitivo. En este marco, hombres y mujeres pusieron su vida a favor de la lucha de los pueblos para la cual toda arma era valiosa, y el cine no fue la excepción. Desde sus comienzos hasta nuestros días el cine es, junto a la religión, la maquinaria de construcción de sentido más imponente que el mundo ha visto. Las posibilidades de generar valores simbólicos y su capacidad para penetrar en todas las capas sociales, hacen del cine una herramienta fundamental para comprender la historia del siglo XX. Uno de los valiosos aportes que hace Golpe de vista al estudio de esta época es que, a través de sus ensayos, transita todas las instancias que hacen a la experiencia cinematográfica en tanto medio de comunicación, arte, herramienta política y territorio colectivo. La articulación de estos elementos que forman parte del dispositivo cinematográfico será vital para un acercamiento profundo a la época en cuestión. Esta indagación se encuentra principalmente en la primera parte del libro, titulado Dossiê I – arquivos abertos, donde las pesquisas colocan su lupa en el binomio “cine – dictadura militar” bajo el contexto histórico narrado.

El papel del creador es atendido, por un lado, en la investigación titulada “La resistencia en el exilio: El documental político argentino entre 1976 y 1984”, en la cual Javier Campo trabaja sobre una serie de documentales argentinos realizados fuera del territorio nacional por cineastas exiliados para dilucidar cómo a través de sus obras se abordan conceptos centrales tales como “pueblo”, “revolución”, “autor”, entre otros. Y por otro en “Rocha e Cine Liberación: tensões e transferências no cinema revolucionário”, artículo en el cual Ignacio Del Valle Dávila indaga en la discusiones que existieron entre Glauber Rocha y el grupo “Cine Liberación” acerca de las formas con que el cine Latinoamericano debía fomentar y acompañar las luchas revolucionarias enmarcadas bajo la denomina “liberación nacional”.

Las cinematecas como lugares colectivos de resistencia política son analizadas en: “O dragão do gorilismo contra a memória guerreira: as cinematecas latino-americanas em tempos de ditadura”, donde Fabián Nuñez estudia el cine latinoamericano de aquellos años desde el punto de vista de las cinematecas y sus profesionales, atendiendo principalmente a la preservación de las obras en el contexto represivo; y en “Do combate direto à mensagem cifrada: notas sobre o cinema uruguaio entre 1967 e 1985”,  artículo en el cual Mariana Villaça propone una indagación sobre el cine uruguayo y el papel de la Cinemateca del Tercer Mundo.

La utilización del cine como medio propagandístico por parte del Estado en la búsqueda de la construcción de un ser nacional es pesquisado en “Anotaciones sobre los filmes desarrollados en el proceso cívico-militar uruguayo (1973-1984)”, considerando como casos paradigmáticos Gurí (Eduardo Darino, 1980) y Mataron a Venancio Flores (Juan Carlos Rodríguez Castro,1982).

Esta primera sección se inicia con una propuesta de análisis de la compleja relación entre cineastas y gobiernos de facto: “A aproximação entre os cinemanovistas e o regime militar na imprensa – cooptação ou resistência?”, donde Margarida Adamatti reflexiona sobre la asociación de los cineastas del movimiento Cinema Novo y el régimen militar entre los años sesenta y ochenta, permitiendo la problematización sobre las posibilidades de resistencia dentro del Estado. Interés que se mantiene en la pesquisa “Cine y ditadura en el Perú: imaginários andinos y imaginários políticos”, en la cual Carlos Reyna aborda las relaciones entre la dictadura militar iniciada en 1968 en Perú, liderada por el General Juan Velasco Alvarado y el cinema andino.

La segunda parte del libro, Dossiê II – Recortes, mantiene el encuadre temático pero lo aborda desde una perspectiva más amplia en términos cronológicos, puntualizando en filmes específicos.

Abre esta segunda sección el texto de Marcius Freire, “Entre fisionomias e colagens: Chris Marker e a série On vous parle du Brésil”. Se analiza la visión de Marker sobre la dictadura brasileña, tomando como punto de partida dos filmes que el cineasta rueda en Brasil en el marco de su serie On vous parle de. Ambas obras dialogan entre sí permitiendo a Freire no solo analizar el acercamiento discursivo con que Marker constituye su visión del momento histórico americano sino que además se propone indagar en las características autorales de este dentro de la categoría del film-ensayo.

A continuación Francisco Elinaldo Teixeira en “Do cinema como sala de torturas em Matou a Família ao Cristo-Militar descrucificado de A Idade da Terra”, propone un análisis de las posiciones de dos cineastas brasileños y dos películas suyas, en relación con dos momentos del período dictatorial brasileño, fines de los años 1960 y el inicio de los años 1980.

En “O passado, hoje: a ditadura militar em três filmes brasileiros de tempos entrelaçados”, Caroline  toma como objeto de estudio films modernos que indagan sobre la dictadura militar –Corpo (Rubens Rewald e Rossana Foglia, 2008), Hoje (Tata Amaral, 2011) e A memória que me contam (Lucia Murat, 2013)– y analiza cómo en ellos acontece una disociación entre el pasado y el presente como síntoma de tensiones históricas aún latentes en la actualidad.

José Inacio de Melo Souza estudia en “Diálogos de Nelson com Glauber: Fome de Amor” la obra de Pereira dos Santos, Fome de Amor Nelson (1968). El autor examina con detenimiento la relación entre el film y la obra literaria de Guilherme Figueiredo en la cual la obra de Nelson se inspira. Además, los diálogos permiten entender la perspectiva que ambos cineastas mantenían respecto del movimiento Cinema Novo.

En «El cine latinoamericano y la solidaridad a Chile», Carolina Amaral de Aguiar investiga la red de solidaridad que se formó en América Latina tras el golpe de Estado sucedido en Chile en 1973, con foco en las iniciativas llevadas a cabo en los años 1970. El texto hace especial hincapié en los films realizados por cineastas no chilenos en solidaridad con el pueblo chileno, además de analizar cómo estos se relacionan con los encuentros de cineastas latinoamericanos en el contexto de las dictaduras militares.

Reinaldo Cardenuto en “As camadas do despencar no filme A Queda, de Ruy Guerra e Nelson Xavier” aborda las diversas capas de sentido que “la caída” tiene en la obra de Guerra y cómo este obrero cayendo de la obra en construcción se relaciona con la idea de frustración de una proyecto revolucionario en el país. Además, atendiendo a elementos de puesta en escena presentes en el film, contrapone la suciedad estética de A Queda con la pureza estética de Os fuzis realizada antes del golpe militar por el mismo Ruy Guerra como forma de entender el devenir de la experiencia revolucionaria brasileña.

En “Ação Entre Amigos: a memória possível”, Maria Leandra Bizello analiza el film de Beto Brant desde la relación entre cine-historia, puntualizando su investigación en la dicotomía “memoria-olvido”. Entrecruzando el análisis con conceptos de Paul Ricouer, indaga cómo el film pone de manifiesto la construcción de la memoria a través de dos subjetividades: la individual y la colectiva.

En “Magnífica 70, a censura e o cinema da Boca do Lixo”, Marina Soler Jorge analiza la serie de ficción producida por HBO, Magnífica 70. La autora indaga en la representación  de la dictadura militar además de relacionar esta producción con la estrategia de HBO de generar contenido local en Latinoamérica.

Alfredo Suppia e Roberto de Sousa Causo plantean la tensa relación entre el cine de brasileño de género, específicamente el género de ficción científica, y la dictadura de este país en “Como era gostoso o meu robô: cinema brasileiro de ficção científica, Guerra Fria e ditadura militar”. Valiéndose de una extensa filmografía de la época así como también de bibliografía de ficción científica, los autores examinan cómo tales obras critican la modernización como forma encubierta de oposición al propio régimen. En gran parte de estas ficciones científicas, la ciencia y tecnología responden a intereses foráneos en la búsqueda de aplacar la identidad nacional, por lo general valiéndose de gobiernos autoritarios.

En “3X Tonacci”, Priscyla Bettim investiga la obra de Andrea Tonacci a partir de una entrevista realizada, y propone un análisis de sus tres primeros films –Olho por olho (1966), Blá, Blá, Blá (1968) e Bang Bang (1970)–  producidos en el contexto de la dictadura militar que Brasil sufría por aquellos años.

La compilación finaliza con el texto de Denise Tavares “Nem perdão, nem esquecimento: o aparato repressivo no Equador e Paraguai a partir de Con mi corazón en Yambo e Cuchillo de palo”. A través de ambos films, Con mi corazón en Yambo (2011) de la ecuatoriana Fernanda Restrepo y Cuchillo de palo (2010) de la realizadora paraguaya Renate Costa, Tavares aborda la arquitectura con que las fuerzas represivas de ambos países funcionaron durante las dictaduras militares y cómo esa estructura continuó en los respectivos países, bajo la lógica de la impunidad, incluso luego del fin de los gobiernos de facto.

Esta síntesis nos permite observar cómo el “Golpe de Vista” que propone el libro cuenta con una variedad de elementos que abren debates, preguntas, análisis. Este hecho quizás tenga su raíz en la propia creación del proyecto. La idea original surge en 2014 por parte del profesor y cineasta Nuno César Abreu –en diálogo con sus colegas del departamento de cine de la Universidad Estatal de Campinas [Unicamp]– la cual además de una recopilación de textos sobre cine y dictadura militar, se sumarian conversaciones que él había tenido con su maestro el realizador Nelson Pereira dos Santos. El año 2014 era, además, el 25 aniversario del estreno del film Corpo em delito dirigida por el propio Nuno en 1989. El film versa sobre Athos Brazil, un médico al servicio del aparato represivo del Estado cuya función era declarar muerte natural en las actas de defunción de las víctimas de la dictadura. En la película, ya retirado de su labor, Brazil comienza a rever su pasado y a enfrentar los fantasmas que creía enterrados en el olvido. Como analizan los recopiladores en la apertura del libro, Corpo em delito es “un film que pone en perspectiva, en un solo tiempo, Historia e historia, las dimensiones macro y micro” (11). Bien podríamos traspolar este análisis del film a la concepción general del libro.

Como decíamos al comienzo del texto, es posible, a la hora de enfrentarse a artículos que proponen repensar el pasado de nuestro continente, perder la dimensión de cómo este se relaciona con nuestra contemporaneidad. Así como una lectura de las dictaduras militares en Latinoamérica sería incompleta sin el factor de la Guerra Fría, también seria parcial si no se observa, como bien propone Golpe de Vista en su presentación, lo sucedido en el fin de la misma. El desmembramiento de la U.R.S.S. y la caída del muro de Berlín, como símbolo del fin de la bipolaridad, supone el arribo de una oleada neoliberal que propone “el fin de la historia”. Con Francis Fukuyama y su libro El fin de la Historia y el último hombre como base para su teoría, EE.UU. y sus aliados occidentales declaran su triunfo definitivo, es decir, el cese de toda acción política que no formara parte de su esquema imperial. El cambio social, aquel anhelo que acompañó a toda una generación, quedaría sepultado en post de una democracia neo-liberal que no iba a necesitar golpes de Estado para asegurar su dominio. Pero, solo un año después de la publicación de libro de Fukuyama, el primer día del año, otra vez un primero de enero, pero de 1994, guerrilleros comandados por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional se sublevan en el Estado de Chiapas, México. Así como la caída del muro de Berlín venía a verificar el fin de la historia, esta sublevación indigenista significó la negación a la teoría oficial. La historia no se detiene, nadie puede detenerla.

A más de veinte años de aquella sublevación la historia sigue viva en nuestro continente. El liberalismo imperial vuelve a mostrar su cara más retrograda y el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil no es más que la comprobación de esta premisa. El imperio hizo uso de su brazo comunicacional y no solo manipuló, a fuerza de fake news, el voto popular sino que además legitimó la persecución judicial a los líderes progresistas de nuestro tiempo. Todo medio de comunicación y sus dispositivos puestos al servicio de terminar con las oleadas de derechos, reivindicaciones y luchas que los gobiernos de centro-izquierda significaron para la región. Los militares devenidos en hombres blancos de saco y corbata, periodistas, jueces y pastores, como agentes de los poderes económicos. Los hechos que Golpe de Vista revisita forman parte de la genealogía de esta batalla fundamental por, como diría el pensador italiano Antonio Gramsci, el sentido común.

Para finalizar proponemos retomar el primer párrafo de este texto y la idea de “lectura negativa de la historia”. Poco fructífero seria para nuestro tiempo la lectura de estos análisis haciendo hincapié en los errores que las generaciones pasadas cometieron en sus luchas o peor aún, si no lográsemos rescatar de aquel tiempo valores, conceptos e inquietudes posibles de retomar en la actualidad.

El filósofo alemán Ernst Bloch teoriza a lo larga de su vida sobre el papel de la esperanza y la función de la utopía en la acción humana. Entre sus conceptos más importantes se encuentra la idea de “excedente utópico” entendida como aquel excedente que toda acción colectiva genera más allá de su finalidad inmediata y su devenir. En términos políticos, y en relación al texto, toda revolución aparentemente derrotada deja a su paso un excedente reivindicable por las futuras generaciones. Deberíamos afrontar Golpe de Vista desde esta perspectiva, indagando y rastreando en los relatos que aquí subyacen el excedente utópico que hoy nos permita retomar aquellas batallas. Tal vez aquellas figuras inmóviles de cera que Borges describía en El pasado no sean más que velas iluminando con su llama nuestro tiempo. Busquemos en su movimiento el excedente que nos permita continuar la historia porque como escribía otro latinoamericano, todos los fuegos son el fuego.

Uruguay se filma. Prácticas documentales (1920-1990)

Descargar texto

Georgina Torello (editora), Irrupciones Grupo Editor, 2018.

Por María Emilia Zarini Libarona

Uruguay-se-filmaUruguay se filma. Prácticas documentales (1920-1990) atiende la imperiosa necesidad de dar cuenta, analítica y críticamente, del derrotero de ciertas prácticas específicas del quehacer audiovisual uruguayo, siendo este tipo de producciones (las de no-ficción) aquellas que se han desarrollado con cierta continuidad en un continente cuyos avatares políticos redundaron en cinematografías inestables y disímiles en lo que respecta, por sobre todo, a la ficción.

En este sentido, cabe celebrar la reciente publicación que Georgina Torello edita porque los textos allí reunidos no solo abordan cuestiones de la historia de la técnica cinematográfica en Uruguay o aspectos que refieren al patrimonio fílmico (como su recuperación, su análisis textual y el estudio de los ámbitos institucionales de producción), sino que al hacerlo construyen el verdadero objeto en cuestión: una (posible) historia nacional del cine documental uruguayo “que organice una filmografía dispersa, y en ocasiones diezmada por múltiples causas” (225). Así lo destaca Pablo Piedras –responsable del posfacio de esta edición– quien observa en este aspecto parte de la notable originalidad de la propuesta del libro.

De acuerdo con esto, es preciso mencionar que dicha empresa historiográfica se erige como punta de lanza de potenciales investigaciones que se planteen recoger el guante de los conocimientos aquí formulados –en pos de profundizarlos o bien de generar nuevos– dado que a partir de la lectura del libro es posible detectar un espíritu creativo que entiende, tal como identifica Piedras, que hacer historia amerita no obliterar interpretaciones del pasado.

En este aspecto, Georgina Torello, en tanto editora y prologuista de la publicación, deja en claro que los trabajos que componen Uruguay se filma… no pecan de totalizadores; por el contrario (se) proponen (como) una primera aproximación crítica que encara el estudio de las prácticas documentales a partir de la pregunta por los objetivos que organizan esos materiales de la realidad, tratados creativamente y, ante todo, con insoslayable carácter político. Las diferentes pesquisas se vertebraron, entonces, a partir de algunas “cuestiones calves: ¿cómo abordar e interrogar la presencia de esta mirada documental en la filmografía uruguaya ¿Con qué discursos coyunturales dialogó cada una de estas producciones? ¿Cómo se articularon las prácticas locales con las tendencias coyunturales?” (12).

Los contenidos que las autoras y autor desarrollaron como respuestas a tales problemas se organizaron en dos grandes apartados: en primer lugar, la sección ‘Consensos’ –que abarca desde producciones (silentes) de las primeras décadas del siglo XX hasta prácticas documentales de 1962. Consta de cuatro artículos que versan sobre el registro audiovisual de lo real pensado y producido desde diferentes espacios institucionales, con fines didácticos, científicos y divulgativos, y hasta como un tipo de cinematografía particular (como se infiere del análisis de la experiencia del Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del SODRE).

‘Disensos’ es la segunda sección del libro; contiene los restantes cuatro capítulos que consideran experiencias de la no-ficción desde finales de los años sesenta hasta la década de los ochenta del siglo XX. Se trata de investigaciones que, como lo anticipa el título del apartado, afrontan el análisis de prácticas del quehacer audiovisual que –signadas por la violencia del prepotente imaginario que la dictadura militar uruguaya (1973-1985) (im)puso en juego, aún más allá de los años transcurridos en el ejercicio ilegal del poder– supieron construir(se) desde el cruce entre lo hegemónico y lo aplazado, desde la problematización entre lo que se impone y lo que se rebela.

El primer texto se titula “Patriótico Insomnio. Las conmemoraciones oficiales en los registros documentales del Centenario”. Georgina Torello, en este caso como autora, analiza algunos registros producidos entre 1923 y 1930[1] que sintonizaban con el espíritu modernizador de principios de siglo XX, siendo el cinematógrafo un gran aliado para la ocasión. Se trató de producciones que se convirtieron en portavoces de una nación que se pensaba sólida y unificada, y aspiraba a que su pueblo lo hiciese de la misma manera. Así es que “Hondos recuerdos históricos del futuro” (20) se convirtieron en imágenes que cimentaron (simbólicamente) la incipiente patria

Isabel Wschebor Pellegrino analiza “Los orígenes del cine científico en Uruguay y la conformación del Instituto de Cinematografía de la Universidad de la República” [ICUR]. Su investigación se centra en las producciones audiovisuales sobre fenómenos naturales y biológicos que se impulsaron como parte de la iniciativa que modernizara los espacios investigativos de la Universidad entre las décadas de 1950 y 1960. En el análisis se distinguen las primigenias producciones que con mayor carácter institucional (y con el Dr. Rodolfo Tálice como primer promotor) se inscribieron en la tradición del cine científico-pedagógico, de las que posteriormente se desarrollaron en mayor vinculación (y con otras características técnicas) con los investigadores de la mencionada casa de estudios (siendo el historiador y especialista en micro y macro cinematografía, Plácido Añón, su mayor referente).

El tercer capítulo se denomina “Proyecto Uruguay. Ejemplo del uso del documental en dictadura a partir de la serie para televisión de Televisión Educativa” y su autora es Lucía Secco. El artículo analiza tres de los dieciocho bloques de la serie televisiva Así vive Uruguay que el Departamento de Ayudas Audiovisuales del Consejo de Educación Primaria realizó bajo la tutela del régimen militar, harto preocupado por generar adhesión tanto interna como internacional. El análisis discurre por las características de la política audiovisual en dictadura que estas producciones visibilizan, en tanto << (…) la televisión cumplía un papel fundamental, “en el apoyo al proceso de desarrollo de la República y [la] adecuada exaltación de los principios y valores medulares de la patria”>> (84).

El último análisis de esta primera sección está a cargo de Mariana Amieva: “El Festival Internacional de Cine Documental y Experimental del SODRE: las voces del documental y un espacio de encuentro para el cine latinoamericano y nacional”. Se propone “abordar el estudio de (…) un evento totalmente dedicado al cine de no ficción que tuvo ocho ediciones entre 1954 y 1971, en el que participaron más de cuarenta países, se proyectaron cientos de filmes, y concurrió un público significativo y constante” (87). La investigación plantea acertadamente estudiar el suceso de modo más amplio: atendiendo al vínculo con otros eventos similares (algunos, factibles antecedentes), con las tramas propiciadas en tono latinoamericano y con el espacio de estímulo que suscitó para las producciones nacionales (Concursos de Cine Nacional).

La segunda sección inicia con el análisis que Beatriz Tadeo Fuica realiza sobre “La manipulación del archivo: las imágenes de revolución sirven a la propaganda dictatorial”. A partir del caso de reapropiación (para cine y televisión) que sufre (de mano de la dictadura militar) el cortometraje Me gustan los estudiantes (Mario Handler, 1968), la autora reflexiona sobre las tensiones políticas, éticas y estéticas que traman los relatos de la historia. “¿Qué muestran realmente las imágenes?” (135), se cuestiona la investigadora, quien elabora respuestas a partir del estudio no de las imágenes documentales en sí, sino de la utilización de éstas a través del tiempo. A partir de su pesquisa, la propuesta es preguntarse por el tipo de retórica que se juega en la apropiación, siendo que ésta acaba por determinar –como se infiere del análisis de Tadeo Fuica– una posición ideológica frente a la compresión del pasado y también del presente.

“Rostros, voces, miradas. Notas sobre el pueblo en el cine documental uruguayo de los años sesenta” es el sexto capítulo de esta publicación, escrito por Cecilia Lacruz. Centra su análisis en tres exponentes del cine documental uruguayo del llamado Nuevo Cine Latinoamericano [NLC]: Cantegriles (Miller, 1958), Carlos: cine-retrato de un caminante en Montevideo (Handler, 1965) y Elecciones (Handler, Ulive, 1967). Se propone indagar en producciones que enfrentaron la prístina idea de Uruguay como “la Suiza de América”, inscribiendo este estudio en “un análisis de la poética de configuración del pueblo anterior a la que trajo consigo el estallido del cine militante pos-1967” (142). La autora aborda los films atendiendo no solo a su contenido crítico-social sino también a la compleja trama que vincula el marco institucional de las producciones, la trayectoria de los directores, las críticas recibidas y los aspectos estilísticos que hicieron a estas poéticas audiovisuales del pueblo.

El séptimo capítulo avanza con el estudio del cine documental –de fines de los sesenta, principios de los setenta– signado por el carácter de urgente, por la necesidad de contrainformar y de articular la lucha antiimperialista, latinoamericanista y tercermundista. “Lo viejo y lo nuevo. El documental uruguayo en tiempos turbulentos (1967-1971)”[2], por Pablo Avira. La investigación basa su análisis en dos aspectos: uno, la denuncia del fracaso del proyecto liberal democrático que estos films realizaban; y por otro lado, la consecuente contrapropuesta que el proyecto revolucionario ofrecía para ese entonces. Para el autor es crucial abordar el corpus de films a la luz de la noción estructuras de sentimiento[3] (Williams, 1980) en pos de considerar un imaginario crítico compartido que progresivamente configuró y articuló nuevas subjetividades que vivían y sentían la lucha desde el campo de lo político y a la vez, desde el artístico. El resultado fue una serie de representaciones documentales (objeto de este análisis) que conversaron temática y estilísticamente entre sí y con un movimiento heterogéneo continental (el NCL) sobre la crisis previa a la dictadura pero también sobre la utopía revolucionaria.

Por último, Mariel Balás nos ofrece el texto “¿Reconocer o conocer a través de las pantallas? El CEMA y las estrategias para llegar más allá de fronteras”. Aborda dos documentales producidos por el Centro de Medios Audiovisuales [CEMA] ­–El cordón de la vereda (1987) y Uruguay, las cuentas pendientes (1989)– con el objetivo de estudiar la reconfiguración de la mirada sobre lo real que los tiempos de la restauración democrática uruguaya propiciaron. Realiza, así, un acercamiento al contexto político-cultural de estas realizaciones para examinar las características de una nueva estilística que <<pretendía romper con “la vieja estética, los mensajes cifrados, los panfletos y la rigidez ideológica”>> (200), y discurrir de este modo en cierta negociación –que la experiencia del CEMA deja entrever– entre el documental experimental y el documental for export.

Bienvenida sea, entonces, esta publicación, sólidamente organizada en una serie de apartados que se articulan en una lectura sinérgica en la que cada trabajo puede pensarse como punto de partida para el siguiente; como plataforma de lectura para los restantes análisis. Queda, así, trazada una propuesta historiográfica que se mueve en sístole y diástole (haciendo hincapié en algunas dimensiones, replegando otras) en medio de una práctica que debe examinarse como un conjunto de determinaciones estéticas, socio-económicas, políticas, estilísticas y tecnológicas. Uruguay se filma nos propone, en este sentido, un recorrido posible por las líneas de falla (Comolli, 2015) que surcan el cine en general, y el de no-ficción uruguayo en particular.

[1] Precisamente analiza: Inauguración del monumento a Artigas (Autor desconocido, 1923); Inauguración del Monumento a la Batalla de Sarandí (Henry Maurice, 1923); La Declaratoria de la Independencia, La Batalla de Rincón, La Batalla de las Piedras, partes de la segunda entrega de Actualidades de San José (Juan Chabalgoity, 1925); Centenario (Isidoro Damonte, 1930). Todas estas películas se hallan preservadas por el Archivo Fílmico de Cinemateca Uruguaya.

[2] El corpus analizado comprende los films: Elecciones (Handler, Ulive, 1967); Me gustan los estudiantes (Handler, 1968); Uruguay 1969: el problema de la carne (Handler, 1969); Refusila (Grupo Experimental de Cine, 1969); Líber Arce, liberarse (Handler, Banchero, Jacob, 1969); La Rosca (Grupo América Nueva, 1971); La bandera que levantamos (Jacob, Terra, 1971).

[3] Raymond, Williams. Marxismo y literatura. (Barcelona: Península, 1980).

Sangre de mi sangre (Jérémie Reichenbach, 2014)

Descargar texto

Sangre de mi sangre

El documental Sangre de mi sangre, obra del director francés Jérémie Reichenbach, retrata la cotidianeidad de un grupo de trabajadores a cargo del frigorífico INCOB en la localidad de General Cerri, ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de Bahía Blanca. Por medio de la figura protagónica de Esteban “Tato” Guenemil, uno de los fundadores de la cooperativa de autogestión, se vislumbra el día a día de la experiencia conjunta que implica construir y mantener la propia fuente de trabajo.

En numerosas oportunidades, el cine documental argentino opta por visibilizar la lucha obrera desde una óptica sociohistórica, que piensa el contexto del cierre de las fábricas y sus intentos de recuperación a partir de ciertos eventos clave en el devenir de las protestas sociales. Esta obra, sin embargo, responde a otro tipo de lógica narrativa y estética. El motivo del film pareciera descansar en un intento de interacción entre dos aspectos presuntamente excluyentes para el arte cinematográfico, como lo son el contenido y la forma. La historia de este grupo de obreros es planteada no desde un pasado perdido, sino desde un presente de la resistencia al olvido el cual sería imposible si no fuese por los lazos familiares, laborales y vecinales que se establecen entre los involucrados. En otras palabras, el eje central de este relato se sostiene en el fuerte sentido de pertenencia a una comunidad, al punto tal que la cámara misma se vuelve parte de ella. Así es como podemos observar una alternancia entre las secuencias que caracterizan esa intimidad grupal a través de las vivencias de Tato y las ocasionales apariciones de un director-cámara cuya presencia resulta singularmente natural.

“Estamos todos juntos”, afirma uno de los compañeros en una reunión. Y con semejante frase se configura aquel sentir comunitario que queda plasmado en la pantalla. En el universo de esta cooperativa de trabajo, no es posible considerar la idea de un sujeto atomizado o fragmentado. Se es y se vive en función al otro; la comunidad se define por una extensa trama de relaciones. El amor, la familia, las amistades, las creencias religiosas, las convicciones y los posicionamientos forman parte de un mismo círculo. De allí que se presenta en forma continua una sucesión de escenas que fluctúan entre la rutina laboral en el matadero y los asados familiares, las conversaciones privadas entre las mujeres, el desayuno entre padres e hijos y las discusiones por los pagos de los haberes. En cuanto al carácter visual del film, resulta importante destacar el grado de delicadeza con la que el director trabaja las tomas de la faena en el frigorífico; si bien es posible que algunos espectadores se sientan abrumados ante las crudas imágenes de la muerte de los animales, lo cierto es que aquellos ángulos, planos y su duración se encuentran cuidadosamente pensados para no desplazar el foco de atención que es la vida misma de los obreros.

Lo que prima en ese ambiente de labor colectiva es una combinación de la rutina y el conflicto; de algún modo, los altercados entre compañeros les permiten delimitar a qué tipo de experiencia laboral aspiran en relación a las condiciones reales del frigorífico y a los distintos niveles de compromiso en cada obrero. Es en estos momentos cuando la presencia de la cámara se vuelve evidente, ya que podemos observar cuánto dinero se le otorga a cada empleado a fin de mes, dónde se guarda, qué tipo de diferencias se establecen entre quienes pagan y reciben. Una lente imperceptible, pero que claramente se inserta en la comunidad sin que el espectador logre sospechar inmediatamente de ello.

A medida en que uno se adentra en la historia, el instrumento cine se materializa cada vez más. Ya sea el ofrecimiento de un mate al detrás de la lente o una fotografía grupal donde la cámara doméstica de uno de los empleados apunta automáticamente a la del profesional, estos pequeños actos demuestran la naturalización de la existencia del director-cámara en la vida comunitaria. Se vuelve manifiestamente obvia cuando, durante una payada posterior a un asado entre compañeros, el director y la productora del film son retratados cantando junto a los demás. Esta espontaneidad afecta a todas las esferas vitales; sorprende la confianza con la que Tato y su mujer coquetean frente a la cámara siendo ellos conscientes de su presencia. Una cámara que no conoce límites entre lo privado y lo público, porque desde los fundamentos que erigen este nuevo frigorífico no se contempla tal división.

Sangre de mi sangre documenta el ritmo cíclico de una comunidad que vive, trabaja y (se) desangra todos los días. La secuencia final del documental es muy representativa de esto: uno de los obreros lleva a su hijo menor al matadero y le coloca su propio delantal. Un gesto para las futuras generaciones que refiere a la esperanza de una continuidad en esa forma de vida tan exótica para un realizador internacional.

María Victoria Gómez Vila

Ficha técnica

Dirección, guión y cinematografía: Jérémie Reichenbach. Música: Frank Williams, Benoit Daniel, Olivier Bodin. Productores: Carmen Guarini, Adonis Liranza, Matthieu de Laborde. Origen: Francia. Duración: 78 minutos. Año: 2014.

Obtuvo el primer premio en el X Festival Internacional de Cine Independiente de Mar del Plata (Marfici).

El silencio de otros (Robert Bahar y Almudena Carracedo, 2018)

Descargar texto

El silencio de los otros

La perspectiva ideológica que adopta este documental es abiertamente partidista: defiende la necesidad de que los crímenes que pudieran considerarse como de lesa humanidad cometidos en España durante el franquismo sean juzgados. Esta idea choca con la Ley de Amnistía de 1977, uno de los pilares en los que se apoyó el proceso de Transición hacia la democracia. En virtud de esta ley, por una parte se puso en libertad a los presos políticos del franquismo y se produjo la reinserción social de terroristas, y, por otra parte, se declararon amnistiados los delitos y faltas que pudiera considerarse que hubieran cometido ciertos funcionarios, autoridades o agentes del orden antes del 15 de diciembre de 1976. Comento aquí el deliberado desequilibrio que existe en el tratamiento de esta cuestión y su intención pragmática de ejercer una influencia política determinada en las elecciones generales de 2019 en España. Se entenderá que no pretendo criticar la dignidad de las víctimas, la expresión de sus sentimientos ni la legitimidad de sus objetivos, que el documental resalta continuamente. Mi comentario se centra en la estrategia adoptada en el documental para alcanzar su objetivo, resaltando tres aspectos entrelazados: su carácter polifónico; el planteamiento y el tratamiento del contexto histórico, político, social y legal de la cuestión; y su gran carga de emotividad mediante efectos de montaje. La presencia de esa emotividad es constante, pero no es ‘compensada’ o acompañada por un acercamiento suficientemente racional al tema para que el espectador pueda ‘hacerse su propio juicio’, valorando en igual medida argumentos de una y otra parte (aunque el equilibrio perfecto siempre sea cuestionable).

Este documental es ciertamente muy polifónico: muchas personas intervienen y se da a la voz de esas personas una especial relevancia como voces de víctimas en las que se nota el sufrimiento. Por ello, la voz anciana y casi sin fuerzas de María Martín se coloca en primer lugar, antes de los títulos de crédito. Ahora bien, la polifonía no asegura la dialéctica. Muestra una acumulación de voces en el mismo sentido, acompañadas por alguna muy breve intervención en contra de la tesis del documental.

En cuanto al contexto histórico, podemos entender que no se quiera abrumar al espectador con una serie de consideraciones con las que los mayores que conocen el franquismo pueden estar familiarizados pero pueden resultar ‘pesadas’ para un joven. Eso explicaría en parte la recarga emocional en el tratamiento de la cuestión: se pretende convencer por medio de la emoción más que de manera teórica. Ahora bien, el espectador, joven o no, que realmente se interese por el tema e intente encontrar razones argumentadas para entender el caso verá muchas lagunas, por su desequilibrio y porque se adopta un punto de vista narrativo pretendidamente basado en la configuración de un espectador modelo que desconocería absolutamente todo acerca del franquismo, como podemos ver cuando la voz narradora dice, mostrando una fotografía del encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya el 23 de octubre de 1940: «Ese es Franco junto a Hitler», e inmediatamente después: «Franco fue el dictador de España durante 40 años».

Es legítimo dirigirse a un espectador que desconozca totalmente el franquismo, pero ese espectador tendría que acabar entendiendo en poco menos de una hora y media el franquismo, la cualidad de ‘crímenes de lesa humanidad’ de actos de violencia que tuvieron lugar durante el franquismo, la necesidad de suprimir la Ley de Amnistía de la Transición y las dificultades de la llamada «querella argentina». La voz en off narradora pretende identificarse con ese tipo de espectador: «Los que crecimos después de Franco no sabemos lo que ocurrió realmente. Los colegios nunca nos lo enseñaron. Nuestros padres no nos lo contaron y nosotros no podemos contarlo a nuestros hijos porque no lo sabemos». Sin embargo, la argumentación del documental no se basa en la definición de los términos problemáticos que ataca o defiende, entre los que destacan la Ley de Amnistía de 1977, ‘crimen de lesa humanidad’ y ‘principio de imprescriptibilidad’. No quiero decir que deba darse una definición oficial o una lectura completa de las leyes en cuestión, que difícilmente cabe en el espacio de un documental convencional. Me refiero a una síntesis de su contenido y, sobre todo, a la razón por la cual Ley de Amnistía sigue vigente. El género documental se ha atribuido tradicionalmente la responsabilidad de asumir un papel de simplificación de cuestiones problemáticas para el espectador medio. Ello despierta naturalmente críticas acerca de la manera en que se enfocan ciertas cuestiones en un documental, pero enfocarlas superficialmente puede perjudicar mucho la confianza que el espectador deposita en el supuesto carácter didáctico del género. Este tipo de argumentación, sin estar totalmente ausente en El silencio de otros, sí está claramente desplazado por la argumentación dramatizadora, subrayada por muchos planos de carácter estético, el control calculado de la puesta en situación de muchas escenas, el uso de drones para planos aéreos, los efectos de postproducción de sonido y el uso de una música que sobrecarga constantemente de emoción la referencia a unas diligencias difíciles y a unos hechos dramáticos en sí. Por ejemplo, en un momento dado (no se indica dónde ni cuándo), vemos un fragmento de una declaración de un «relator de la ONU» (Pablo de Greiff) que dice literalmente: «Esto incluye las recomendaciones concernientes a privar de efectos la Ley de Amnistía de 1977». Esta declaración es evidentemente interesantísima por ser de la ONU, pero solo se incluye esta única frase en el documental. De Greiff habla de una recomendación, no de una ley, pero el espectador se preguntará naturalmente qué es un «relator» oficialmente hablando, a qué se refiere cuando dice «esto» y qué valor tiene para la justicia española una ‘recomendación’ de la ONU. Este uso de frases sueltas en cuestiones clave perjudica mucho el valor didáctico del documental, pero está al servicio de su objetivo político: se critica abiertamente al Partido Popular (a través de declaraciones de los ex presidentes de gobierno Aznar y Rajoy) por no querer cambiar la Ley de Amnistía (incluso vemos a Esperanza Aguirre votar en un pleno del Ayuntamiento de Madrid en contra del cambio de nombre de unas calles franquistas), se critica al rey Felipe VI por estar supuestamente de acuerdo con el PP en este punto (mediante una cita sacada de uno de sus mensajes navideños de concordia), se critica por omisión al PSOE, que tampoco ha reformado nunca, hasta ahora, la Ley de Amnistía (no es criticado directamente por la posible coalición de gobierno que la extrema izquierda puede formar con él) y se pretende, en definitiva, ganar votantes para la extrema izquierda, que es la que lleva en su programa electoral la supresión de la Ley de Amnistía.

Para intentar disimular ese carácter partidista, el nombre de las formaciones políticas de extrema izquierda (si, para entendernos, consideramos que el PSOE es de izquierdas) no es mencionado en el documental ni aparecen sus líderes. Quienes aparecen son miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) y miembros de la asociación La Comuna convenciendo a familiares de víctimas del franquismo para que se sumen a la «querella argentina» y puedan obtener una exhumación rápida y gratuita de los restos de sus familiares, como vemos en particular con el caso de la anciana Asunción Mendieta, quien recupera los restos de su padre al final del documental gracias a una orden de la juez Servini. Se omite, en cambio, toda referencia a la Ley de Memoria Histórica (aprobada en 2007, durante un gobierno del PSOE), que establece el procedimiento para solicitar exhumaciones pasando por las administraciones públicas, camino más lento y costoso y que no entra en conflicto con la Ley de Amnistía, puesto que no la invalida.

El manejo de las cifras se apoya en unos efectos de montaje que dan cuenta del aumento del número de querellantes a lo largo de 6 años, hasta 2016, cuando hay 311 en total. Esta progresión es enfocada como una señal de la victoria cercana de la causa de los querellantes, cuando, en realidad, el propio documental muestra que es una cifra muy baja en comparación con los «más de cien mil casos» que «aún esperan», según dice la voz narradora. Más exactamente, la manipulación estaría aquí en el verbo «esperar», porque es bien posible que haya más de cien mil cadáveres en fosas comunes de víctimas del franquismo y de víctimas del republicanismo, del comunismo o del anarquismo (aunque no se diga una palabra de estas últimas en el documental), pero es difícil creer que haya más de cien mil personas que reclamen hoy día procesos judiciales cuando ‘solamente’ hay 311 en la «querella argentina» (con todo el respeto para esas personas), después de 6 años de intensa actividad de la ARMH y de otras asociaciones buscando a personas que quieran sumarse a la querella, ofreciéndoles incluso a cambio una exhumación eficaz.

A medida que se acerca el final del documental, se adopta un tono de celebración y triunfalista, como cuando se celebra que ciertas personalidades del tardofranquismo sean detenidas para declarar en el marco del proceso de instrucción. Ese tono, que el montaje trata de hacer compatible con la tragedia de las víctimas y de sus allegados (y esta es una verdadera virtud técnica del montaje), pretendía ejercer una influencia inmediata en las elecciones del 28 de abril de 2019. Por ello, tras más de 6 años de rodaje (según se dice en la ficha publicitaria del documental), el estreno se produjo en un momento bien calculado, durante el periodo de campaña y de precampaña electoral. Como suele suceder en estos casos, puesto que ya ha habido y habrá siempre documentales de intencionalidad política, habrá quienes digan que no se trata de un documental de propaganda, para mayor gloria del documental en vida postelectoral. No es este un aspecto novedoso de El silencio de otros, pero este documental destaca por la fuerza de la retórica de la emotividad, que radicaliza la tendencia que viene siguiéndose en los documentales ‘de memoria histórica’ posteriores a la Ley de Memoria Histórica. En los documentales anteriores a esta ley se perseguía, en general, cierto equilibrio entre argumentación emotiva y argumentación racional, institucional y académica, aunque su intención tuviese también un componente político. En los documentales posteriores, se ha introducido cada vez más la dimensión judicial que le ‘falta’ a esa ley, pero habría que preguntarse si el dominio de la emotividad, aunque tenga su eficacia electoral y comercial, es el mejor camino para que se entienda, y para que entiendan incluso los jóvenes votantes desconocedores del franquismo, las razones sociopolíticas que explican que la Ley de Amnistía no se haya derogado todavía en España.

Jaime Céspedes

Ficha técnica

Dirección: Robert Bahar y Almudena Carracedo. Guion: Ricardo Acosta, Robert Bahar, Almudena Carracedo y Kim Roberts. Montaje: Ricardo Acosta y Kim Roberts. Fotografía: Almudena Carracedo. Sonido: Robert Bahar. Productora: Semilla Verde Productions Ltd. Música: Leonardo Heiblum y Jacobo Lieberman. Origen: España y Estados Unidos. Duración: 91 minutos. Año de producción: 2018.